La semana siguiente pasó muy deprisa para Adrián y Marinette, porque ambos estuvieron muy ocupados con mil cosas.
Adrián, por su parte, estuvo muy entretenido, y no solo con el taller de cocina. Se había dado cuenta de que, debido a la exigente educación que había recibido toda su vida, su nivel estaba muy por encima de las enseñanzas teóricas que se impartían en aquella escuela. Decidió, por tanto, que podía permitirse el lujo de dedicar su tiempo, al menos al principio, a aprender otras cosas que nunca había tenido la oportunidad de probar. Las materias que le llamaban la atención eran muy variadas: ebanistería, primeros auxilios, jardinería…
Además, al parecer Cérise se las había arreglado para convencer a sus padres de que le permitieran asistir todas las mañanas al instituto del señor Damocles, si acudía a su otra escuela en horario de tardes y sus calificaciones no se resentían por ello, así que ahora los dos podían pasar más tiempo juntos. Ella lo acompañaba a todas aquellas actividades, de modo que Adrián no tardó en acostumbrarse a su presencia.
Por las noches se reunía con Ladybug como Cat Noir, y los dos patrullaban la ciudad y coordinaban las pesquisas del equipo acerca de los miraculizados. Pero no parecían avanzar hacia ninguna parte y, por otro lado, tampoco hubo más akumatizaciones durante aquellos días. Quizá porque la entrevista que el superdúo había concedido a Nadia Chamak había tranquilizado un tanto a los parisinos, que podían tener ahora la certeza de que Monarca no iba a volver. Por si acaso, todos aquellos que habían recibido un amuleto mágico por parte de Ladybug lo llevaban siempre encima, como protección.
Marinette, por su parte, se había acostumbrado rápidamente a la ausencia de Adrián, porque tenía mil cosas que hacer en la escuela. Las clases, las prácticas, los nuevos amigos… y el evento en honor de Gabriel Agreste que Narcisa y sus compañeros estaban preparando. Marinette descubrió, sorprendida, que ella era la única diseñadora en nómina.
—Ah, bueno, queríamos hacer una selección de nuevos talentos entre la gente de primero —le explicó Narcisa, sin concederle importancia—, pero resulta que nadie está a tu altura, Marinette. Así que ¡confiamos en ti! Seguro que te las arreglarás para tener listos todos los diseños el día del desfile. Y si no, ya sabes que, si necesitas ayuda, no tienes más que pedirla.
A pesar de que no iban a la misma clase, Narcisa se había convertido en una constante en la vida escolar de Marinette. Debido a que ella era la coordinadora del proyecto, las dos se reunían todas las tardes para seguir trabajando en los diseños. Narcisa, de hecho, era la única persona a la que Marinette le había contado que Adrián se había cambiado de escuela.
Pero resultó que ella ya lo sabía.
—Estoy muy en contacto con la Fundación Agreste, como ya sabes —le dijo—. Y con la señorita Nathalie. Es una pena lo de Adrián, pero entiendo que cada uno debe seguir su propio camino. Por eso, nuestro humilde homenaje a su padre debe salir perfecto. ¿No te parece, Marinette?
Para hacer honor a la verdad, ella se sentía mejor trabajando en aquel proyecto ahora que Adrián ya no asistía a la escuela Gabrielle Chanel. Era muy evidente que el chico se sentía incómodo con todo aquel revuelo que se había organizado en torno a la figura de su padre. Y a Marinette le costaba un poco menos reconciliarse con el recuerdo de Gabriel Agreste (y tratar de cumplir así su última voluntad) si se centraba en la faceta creativa de su vida. En el genio de la moda que había sido, y no en el padre controlador que había atormentado a Adrián, ni en el supervillano despiadado que había aterrorizado a los ciudadanos de París.
En los pocos ratos libres de los que disponían, Adrián y Marinette intercambiaban llamadas y mensajes. Pero pronto se dieron cuenta de que ahora tenían mucho menos tiempo para verse. De modo que el chico propuso que quedaran el sábado siguiente para ir a la feria juntos.
—Solos tú y yo, como en una cita —le dijo—. ¿Te parece bien?
—¡Me parece estupendo! Además, tengo un montón de cosas que contarte.
De modo que, cuando llegó el día, se reunieron en las Tullerías, donde estaba montada la feria, y al principio se dedicaron a caminar de aquí para allá de la mano, sin rumbo fijo, simplemente disfrutando de su mutua compañía. Marinette se puso a contarle todo lo que habían avanzado en los preparativos del evento dedicado a Gabriel Agreste, y Adrián la escuchó con cortesía, pero con escaso entusiasmo. Llevada por la emoción, ella había olvidado por un momento que él no se sentía cómodo con aquel asunto.
—Lo siento, creo que te estoy aburriendo —dijo la chica por fin, con una tímida sonrisa.
—No, para nada. Sé lo importante que es esto para ti. Después de todo, los diseños que se mostrarán en el desfile son tuyos, ¿verdad?
—Sí, pero… ¡oh! ¿Ya lo sabías? —Adrián asintió—. No te-te lo había dicho po-porque…
—No pasa nada —la tranquilizó él—. Entiendo que es una gran oportunidad para ti, y que sabías que a mí no me hacía especial ilusión. Comprendo que no me lo dijeras.
—Pero no quería ocultártelo, en realidad. —Marinette frunció el ceño, tratando de recordar por qué había mantenido aquello en secreto. ¿Tal vez Narcisa había comentado algo de una sorpresa?—. Tenía pensado decírtelo, tarde o temprano.
—De verdad, Marinette, lo entiendo. No pasa nada. De hecho, me sentiría culpable si rechazaras esta oportunidad solo porque yo estoy intentando distanciarme de todo esto. No sería justo para ti.
Marinette sintió un extraño retortijón en el estómago. Había sido un malentendido, naturalmente. Pero parecía que Adrián pensaba que ella le había ocultado aquello a propósito porque creía que ella tenía miedo de que se enfadase. Y eso era… absurdo, ¿verdad?
Sacudió la cabeza y trató de cambiar de tema.
—Y a ti, ¿cómo te va en la escuela del señor Damocles? ¿Pasas mucho tiempo con los chicos? La verdad es que os echo mucho de menos a todos.
Adrián se frotó la nuca, un tanto incómodo.
—La verdad es que no los veo mucho. Bueno, sí que nos cruzamos en el patio, y eso, pero paso más tiempo con Cérise. Te he hablado de ella, ¿verdad?
—Sí, creo que la has mencionado alguna vez —respondió Marinette con prudencia.
—Ahora viene a la escuela todas las mañanas, y estamos juntos en las mismas clases. Es como yo, ¿sabes? Sus padres también la han controlado mucho siempre, y está intentando descubrir qué quiere hacer con su vida.
—Es… genial que estés haciendo nuevas amigas.
—…Así que, además de asistir a clase juntos, también hablamos mucho. Bueno, sobre todo hablo yo. Y la verdad es que es un alivio poder compartir mis pensamientos con alguien que me comprende… —se interrumpió de pronto y se volvió para mirar a Marinette, que lo escuchaba con los ojos muy abiertos—. ¡No quiero decir que no pueda confiar en ti, ni que tú no me comprendas! —se apresuró a aclarar—. Solo que… como ella ha vivido lo mismo que yo… pues sabe cómo me siento y… Mira, Kagami es como Cérise y como yo en ese sentido, pero no se le da bien escuchar, ¿entiendes? Tú sí sabes escuchar, pero no has pasado por lo mismo que yo. Cérise tiene lo mejor de las dos y… —se calló, muy apurado, al darse cuenta de que lo estaba estropeando cada vez más.
Marinette sonrió y le oprimió la mano con cariño.
—No pasa nada, entiendo lo que quieres decir. Sé por todo lo que has tenido que pasar. —«Lo entiendo incluso mejor que tú», pensó, echando un breve vistazo a los anillos gemelos que adornaban el dedo de Adrián—. Pero tienes razón en que yo nunca me he visto en esa situación y, por tanto, no sé lo que se siente. —Adrián asintió, un poco más aliviado—. Me alegro mucho de que hayas conocido a alguien con quien puedas compartir todo eso.
—Te la tengo que presentar un día —dijo él—. Seguro que os llevaríais muy bien.
—Seguro —murmuró Marinette.
Pero no tenía ganas de hablar de Cérise, de modo que miró a su alrededor, buscando otro tema de conversación.
—Oye, ¿te apetece subir a la noria?
—¡Sí! Y después podemos ir a tomar un helado. He visto el puesto de André cerca del tiovivo.
Cruzaron una sonrisa y, aún tomados de la mano, se dirigieron a la noria.
Mientras hacían cola para subir, oyeron a su espalda una voz conocida.
—¡Adrián, Marinette, qué casualidad!
Adrián se dio la vuelta, pensando por un momento que se encontraría con Cérise; pero era Narcisa, que estaba en la cola también, acompañada de dos amigas del instituto Gabrielle Chanel.
—Hola, Narcisa —la saludó Marinette sonriendo.
—Adrián Agreste, cuánto tiempo —comentó una de las chicas—. ¿Ya estás mejor de la gripe?
—Yo… esto… sí, mucho mejor —respondió él, incómodo.
—Entonces, ¿te veremos el lunes en clase? Tienes que ver todo lo que hemos avanzado con la organización del homenaje a tu padre…
—Francine, no seas entrometida —la riñó Narcisa—. Adrián ya sabe dónde estamos; si le apetece pasarse por el taller a verlo todo, ya lo hará.
Adrián y Marinette cruzaron una mirada apurada. El chico respiró hondo.
—No voy a volver, porque me he cambiado de escuela —explicó por fin.
Las dos amigas de Narcisa se mostraron muy sorprendidas.
—Pero ¿por qué? —preguntó Francine—. Si quieres honrar el legado de tu padre, el instituto Gabrielle Chanel es el lugar donde debes estudiar.
—Yo…
—Corren rumores de que quieres alejarte de todo esto y de que no valoras la herencia de tu padre ni todo lo que él hizo por todos nosotros, y por ti en particular; pero, la verdad, yo nunca los he creído. Si sigues escondiéndote, lo único que conseguirás es que la gente siga hablando mal de ti, ¿sabes?
Adrián palideció.
—¿Hablan… mal de mí?
—Solo unos pocos envidiosos —zanjó Narcisa con una sonrisa de sacarina—. No deberíamos hacerles caso.
—Pero…
—Adrián, creo que me he mareado un poco —intervino entonces Marinette—. Me parece que lo mejor será que no subamos a la noria ahora mismo. ¿Te importa si vamos a tomar algo fresco, y volvemos después?
—Claro —aceptó él, tratando de disimular su alivio—. Hasta luego, chicas.
Marinette se despidió también de Narcisa y sus amigas, y la pareja se alejó de la noria.
—Lo siento mucho, Adrián —dijo ella, mortificada.
Él le dirigió una mirada comprensiva.
—No estás mareada en realidad, ¿no?
—No. Pero creo que será mejor que no volvamos a juntarnos con ellas hoy.
Adrián se volvió para mirarla, y se dio cuenta de que estaba cabizbaja y abatida.
—Lo siento mucho, Marinette.
Pero ella alzó la mirada hacia él y negó con la cabeza.
—No es culpa tuya, Adrián. Siempre habrá alguien en alguna parte que hable mal de ti. Especialmente si no te conoce —añadió con una dulce sonrisa—. Porque es imposible conocerte en persona y odiarle.
Él sonrió.
—Bueno, no estoy tan seguro de eso. Mira a Lila. O a Chloé.
—Si te odia gente como Lila o Chloé, ten por seguro de que estás en el lado correcto de la historia —sentenció ella, cruzándose de brazos con firmeza.
Adrián se rió.
—Puede ser. Por cierto, sé que Chloé está muy ocupada en Londres intentando esclavizar a todos los que tienen la desgracia de estar cerca de ella, pero ¿qué habrá sido de Lila?
Marinette se encogió de hombros con indiferencia.
—Ni lo sé, ni me importa —replicó con cierta dureza—. Ya le dimos su merecido el curso pasado y se marchó completamente humillada y sin amigos. Seguro que estará en cualquier otra parte, intentando convencer a más incautos de que es la mejor amiga del príncipe Alí —concluyó, burlona.
Adrián frunció el ceño.
—¿Tú no crees que pueda haber aprendido la lección?
—¿Lila? —Marinette sacudió la cabeza—. Me parece que somos nosotros los que hemos aprendido, gracias a Chloé, que hay personas que simplemente no quieren cambiar. Mientras Lila sea capaz de encontrar a gente capaz de creerse todas sus mentiras seguirá haciendo de las suyas, me temo. La estrategia le ha funcionado muy bien durante mucho tiempo.
—Es verdad —reflexionó Adrián—. Creo que Chloé no se habría salido tantas veces con la suya de no contar con la protección de su padre. En cambio, Lila no necesita a nadie más. Ella misma se basta y se sobra para engañar a todo el mundo y conseguir todo lo que quiere.
Marinette trató de sonreír.
—Pero bueno, ¿por qué estamos dedicando un minuto de nuestro tiempo a hablar de esas dos petardas? ¡Hoy es nuestro día, así que vamos a disfrutarlo! Mira, allí está el puesto de helados de André…
Adrián iba a responder, pero de pronto los interrumpió un estruendo a sus espaldas y una carcajada malévola.
—Oh, no —murmuró Adrián—. Dime que no es lo que creo que es.
Se volvieron lentamente y descubrieron tras ellos a una supervillana vestida con un traje de brillantes colores. Portaba como arma unas enormes tijeras de costura.
—¡Adrián Agreste! —exclamó—. ¿A dónde crees que vas?
—Oh, no —repitió Adrián.
Marinette lo tomó de la mano y echó a correr, tirando de él, para alejarlo de aquella amenaza. Pero la villana, con un prodigioso impulso, saltó por encima de la pareja y aterrizó justo delante de ellos, cortándoles el paso.
—¿Creías que te ibas a escapar tan fácilmente, Adrián? ¡No mereces llevar el nombre de tu padre, no eres digno de reclamar su legado!
—¡Francine! —la reconoció Marinette.
Miró a su alrededor frenéticamente, pero no podía escapar de allí para transformarse en Ladybug. Acarició por un momento la idea de entretener a la villana hasta que llegara alguno de los héroes de apoyo; entonces recordó que les había dicho a todos que tenían que vigilar al sospechoso que les correspondía de la lista de miraculizados en el caso se que se produjese otra akumatización.
Solo Cat Noir llegaría al rescate, pero quizá no lograse hacerlo a tiempo.
Sin pensarlo dos veces, Marinette se plantó delante de Adrián, protegiéndolo con su propio cuerpo.
—¡Déjalo en paz! —le gritó a la Francine akumatizada—. ¿Quién eres tú para decirle a nadie cómo tiene que vivir su vida?
—Oh, qué conmovedor —sonrió la villana—. Marinette defendiendo a su novio. Y qué conveniente que la chica que sueña con ser una gran diseñadora esté saliendo con el hijo del gran Gabriel Agreste.
Los dos se quedaron helados.
—¿Qué estás insinuando? —logró decir Marinette.
—Exactamente lo que estás entendiendo —respondió Francine, guiñándole un ojo.
Una máscara luminosa apareció ante su rostro, que se crispó en una expresión de enfado.
—¡Sí, sí, ya lo sé, los prodigios de Ladybug y Cat Noir! —chilló—. Pero ¿los ves por aquí, en algún sitio? No, ¿verdad? ¡Pues deja que haga las cosas a mi manera!
—¡Francine! —exclamó Marinette—. ¿Quién te está hablando? ¿Cómo se llama?
—No lo sé, y me da igual. —La supervillana la apuntó con las tijeras como si fuesen una espada—. Pero me ha dado poder para hacer justicia, y eso es lo que importa.
—¿Justicia? —repitió Adrián.
—Justicia a la memoria de Gabriel Agreste, el gran genio incomprendido que transformó el mundo de la moda y sacrificó su vida para salvarnos a todos de Monarca.
—Pero tú estás… trabajando para otro villano que también akumatiza gente —se atrevió a señalar Marinette.
Francine frunció el ceño, confundida.
Adrián aprovechó su momento de duda para apartar a Marinette del peligro. Lanzó una patada a las tijeras de Francine y las mandó por los aires.
—¡Eh! —protestó ella.
Adrián no se entretuvo. Tomó a Marinette de la mano y echó a correr.
Francine perdió unos valiosos segundos mientras iba a recuperar su arma, donde probablemente estaba escondido el akuma, anotaron Adrián y Marinette mentalmente. Mientras la villana estaba distraída, ellos se escondieron tras uno de los puestos de la feria. Estaban solos allí, porque todo el mundo había aprovechado que Francine los perseguía para ponerse a cubierto también.
Permanecieron ocultos unos instantes, conteniendo el aliento. La supervillana miraba a su alrededor, buscándolos, pero los había perdido de vista. Cuando se alejó un poco, Adrián se incorporó.
—Voy a buscar ayuda —anunció.
—¿Qué? ¡No! Quédate a cubierto, es muy peligroso. Yo iré a buscar ayuda.
—¡Ni hablar! Es a mí a quien busca, no es justo que te pongas en peligro por mí.
—Precisamente porque tú eres su objetivo tienes que quedarte escondido. —Marinette le tomó el rostro con las manos para mirarlo a los ojos—. No quiero que te haga daño, Adrián.
Permanecieron un instante en silencio, dudosos. Lo lógico en una pareja normal habría sido quedarse los dos escondidos hasta que pasara el peligro. Pero tenían que transformarse y, para ello, debían separarse. Uno de los dos tenía que salir.
—Deja que sea yo —insistió él—. Si me ve, me perseguirá y podré alejarla de aquí.
—¿Qué? ¿Pretendes hacer de cebo? —Ella sacudió la cabeza—. ¡Ni hablar!
Él la tomó de las manos, suplicante.
—Por favor. Es el tercer villano akumatizado que viene a por mí, está claro que la nueva Mariposa me odia, o quizá tiene una cuenta pendiente con mi padre, o con los Agreste en general, no lo sé. —Marinette desvió la mirada, admitiendo a regañadientes que aquella teoría cobraba cada vez más sentido—. No soporto la idea de que estés en peligro por mi culpa. Déjame hacer algo al respecto, por favor.
Ella respiró hondo y asintió por fin.
—Pero ten mucho cuidado, ¿vale?
Él le prometió que lo tendría. Compartieron un rápido beso y Adrián se asomó con precaución para asegurarse de que Francine se había marchado. Después abandonó su escondite sin mirar atrás.
—No pienso permitir que se ponga en peligro —murmuró Marinette en cuanto se quedó a solas—. Tikki…
—Marinette —susurró entonces una voz tras ella, sobresaltándola.
En cuanto se dio la vuelta descubrió a Cat Noir, que la miraba, muy serio.
—He venido a salvarte —anunció el superhéroe.
