-La extraña casualidad de encontrarte-
[Yamichar Week 2023]
Día 3. 'Don't push yourself too hard'
Un halo minúsculo de luz brilló en la oscuridad, haciendo que el oxígeno entrara también en sus pulmones, llenando así de nuevo su cuerpo de vida. Sintió su pecho hinchándose, su corazón latiendo más vigorosamente que nunca y una presión extraña en todo el cuerpo.
Abrió los ojos con bastante dificultad. Al principio, solo pudo ver espinas y zarzas de numerosos metros a su alrededor, pero, cuando por fin logró enfocar ligeramente la vista, vio la silueta de un hombre.
¿Qué clase de hombre la iba a salvar a ella, que había profesado su animadversión por ellos constantemente y en público? No era, sin embargo, algo de extrañar. Desde que la maldición la comenzó a perseguir, cuando tan solo era una niña, su madre le insistía una y otra vez en que debía enamorarse de un hombre para romperla. Debido a su insistencia y empeño, comenzó a detestarlos. Ella era fuerte, lo sería aún más en el futuro y se libraría a sí misma de aquel lastre.
Cuando comenzó a crecer, se reafirmaba esa idea a diario. Los hombres no eran criaturas de fiar. Se acercaban a ella prendados por su físico, por sus ojos azules magnéticos, su piel perlada y su cabello dorado como el amanecer, pero nunca apreciaban su inteligencia, su fuerza, su carácter o sus capacidades. Estaba harta. Estaba completamente hastiada de tener que depender de seres tan primitivos, porque todos los altos cargos estaban ocupados por hombres y todo giraba en torno a ellos. Así que, cuando tuvo la oportunidad de unirse a una orden, no se lo pensó dos veces. Las Rosas Azules era su mejor opción, pues era un escuadrón formado casi íntegramente por mujeres, con estructura y jerarquía femeninas y era lo que realmente necesitaba.
Entrenó duro durante años completos, fue subiendo rangos entre los caballeros mágicos del reino y se la conocía por todos lados, no solo por ser la heredera de los Roselei, sino por ser una guerrera capaz que se postulaba como la próxima Capitana de las Rosas Azules entre la mayoría de los círculos sociales.
Sin embargo, la maldición la venció. Se sintió completamente inútil. Había fallado, no solo a ella misma, sino también a sus padres, a su honor, a su compromiso. Así que aceptó su muerte, porque no había nada más que pudiera hacer.
Por lo tanto, su sorpresa fue enorme cuando vio a un hombre salvándola. Fijó su vista en él y en poco rato lo reconoció. Era Yami Sukehiro, aquel tipo que le resultaba tan bruto, que encarnaba la masculinidad en sí misma y que estaba dotado de todas las características negativas propias de los hombres y que ella tanto detestaba.
—¿Cómo me vas a pagar la sopa que me debes? —Charlotte trató de ignorarlo. Ni siquiera sabía de qué le estaba hablando—. Todo este lío ha hecho que mi plato de sopa se cayera, así que me lo tendrás que pagar.
No le contestó. Frunció el ceño con enfado, pues lo último que quería en ese momento era escuchar los reclamos estúpidos de un hombre que no soportaba.
—¿Sabes? No deberías presionarte tanto. Ser fuerte e independiente está bien, pero también puedes confiar en los demás. Seguro que hay mucha gente que te admira y te quiere; apóyate en ellos.
Yami le dio una calada intensa a su cigarro mientras la miraba. Charlotte, que siempre había tenido una presión enorme para progresar en soledad, recapacitó sobre aquellas palabras. Abrió los ojos más para continuar mirándolo y ya no le pareció tan maleducado ni tan irracional, sino una persona que le había dicho algo que nunca había escuchado dirigido a ella. Debía delegar en los demás, confiar en que alguien la podía ayudar, sustentarse en aquellos que la amaban.
Se sentó cuando las zarzas dejaron de presionar su cuerpo y entonces las vio desapareciendo despacio, esfumándose y disolviéndose en el aire, reduciéndose a cenizas. Yami se quedó de pie fumando, pero de un momento a otro se acercó a ella, le tendió la mano y la ayudó a levantarse.
Finalmente, se marchó del lugar en el que Charlotte casi había perdido la vida, pero jamás pudo hacerlo de su corazón ni de su alma, pues la huella que había dejado en ella era profunda e imborrable.
A partir de ese día, todos sus pensamientos estaban inundados de su esencia, de sus ojos oscuros escudriñándola en la penumbra del amasijo de zarzas que pensaba que sería su tumba, de su manto ondeando con la brisa del mediodía, de sus brazos fuertes —que había descubierto que le encantaban— y de aquel maldito cigarro colocado entre sus labios, aquellos que se moría por acariciar con su boca y su lengua.
Yami Sukehiro le había robado el corazón. Se había colado en sus adentros de forma velozmente inusual, la había salvado de la muerte y de su maldición y se había enraizado tanto en su pecho que parecía que sus sentimientos llevaran formando parte de su ser desde siempre.
El aviso había sido claro: Yami estaba ligeramente herido. Pero Charlotte no se concentró en la primera palabra, sino más bien en el hecho de que su pareja estaba en una mala condición física, así que se fue en cuanto se lo comunicaron.
Deprisa y bastante alterada, recorría los pasillos del Hospital de Caballeros Mágicos. Preguntó a una chica que estaba en la recepción de forma impaciente, tal vez incluso exigente, por él. Le indicó rápidamente el número de habitación que ocupaba, así que se dirigió hacia allí tras agradecer a la recepcionista brevemente.
Al llegar, abrió la puerta sin siquiera llamar. Vio a Yami de pie, cerca de la ventana que tenía entreabierta. No tenía la camiseta puesta, pues algunas vendas envolvían su torso, y estaba fumándose un cigarro. Se acercó hacia él, se lo quitó de los labios y lo estrelló contra el alfeizar de la ventana. Lo miró con desaprobación desbordante ante su mirada atónita.
—¿No sabes que en los hospitales no se puede fumar?
—Es que… lo necesitaba —dijo de forma algo titubeante, inseguro de las palabras que debía elegir para no hacerla enfadar más.
Charlotte lo continuó mirando con el ceño fruncido. Sin embargo, pronto su mirada se relajó completamente, incluso a Yami le pareció ver unas pequeñas lágrimas pendiendo de sus ojos, pero no pudo comprobarlo totalmente, pues ella escondió su rostro en su pecho y lo envolvió en sus brazos. Él la cobijó entre los suyos. Temblaba muy ligeramente, de un modo prácticamente imperceptible, pero que podía captar porque la conocía bien, y también su cuerpo y sus reacciones.
—Perdóname. No quería hablarte así. Estaba muy preocupada.
—Son dos rasguños sin importancia. Cuando venga Owen y me cure no me quedará ni una sola cicatriz.
—Da igual —espetó ella mientras alzaba por fin el rostro para mirarlo a los ojos—. Cuando me han dicho que estabas herido he sentido mucho miedo. He venido aquí enseguida. Tenía una pila de documentos enorme en el escritorio y creo que también le he hablado mal a la chica de la recepción y…
—Ey, ya vale. No pasa nada. Es normal que te hayas preocupado pero, mírame; estoy bien —interrumpió Yami ante su verborrea nerviosa e incesante.
Charlotte asintió tras sus palabras. Era cierto que no había sido finalmente para tanto, pero pensar que podía pasarle algo le resquebrajaba el corazón. Perderlo en el momento en el que estaban más unidos y enamorados se le hacía impensable, de ahí que hubiese sufrido ese episodio de estrés y miedo inexplicable.
Yami le acarició la mejilla con el pulgar y después le besó los labios despacio. Había observado un desasosiego enorme en el brillo de sus ojos y lo último que quería era que se sintiera así, y además que él fuera la causa.
Todavía le resultaba completamente inverosímil que una persona que creía que lo odiaba se hubiera convertido en el centro mismo de su universo. Se pasó muchos años creyendo que Charlotte lo detestaba profundamente. Su odio irracional resultó ser amor, algo que tardó mucho en asimilar. De hecho, cuando Finral se lo contó, pensando que él ya lo sabía, se quedó atónito. Tenía tanto que pensar con respecto a ese hecho que la guerra y la revelación de la figura del hermano mayor de los Zogratis lo pillaron desprevenido.
Tras finalizar la guerra, tuvo por fin un momento para sí mismo, para reflexionar sobre Charlotte y sus propios sentimientos. No podía negar que ella le había gustado durante muchísimos años, pues su belleza era innegable, pero también le atraía su carácter, sus sonrojos, su inteligencia y su don de liderazgo. Desde que la conoció, cuando apenas ambos tenían quince años, le había llamado la atención. Así que se propuso acercarse a ella. Aquello derivó en la confirmación de su amor, en el ensanchamiento de unos sentimientos que apenas comenzaron como atracción o curiosidad y que acabaron convirtiéndose en amor genuino y en una admiración absoluta.
Hacía algunas semanas, se habían mudado juntos a una pequeña casa cerca de la base de los Toros Negros. No sería justo para ninguno de ellos estar viviendo en la base del otro, así que decidieron tener su propio hogar, pero llegaron al acuerdo de que estuviera más cerca de la base que capitaneaba Yami, pues sus chicos eran mucho más problemáticos y podrían destruir la base estando durante mucho tiempo sin supervisión.
Aun así, cada uno iba a su base a diario a tratar los asuntos que tuvieran pendientes, así que habían conseguido equilibrar la situación muy bien, porque era insostenible que Yami le insistiera constantemente a Charlotte en que se quedara a dormir con él día tras día en su base, y ella, como aquel hombre era su máxima debilidad, siempre acababa cediendo.
Sus vidas así estaban mejor organizadas, y además aquella decisión dotaba a su relación de seguridad y compromiso. Tras tantos años esperando, era justo lo que Charlotte necesitaba para comprobar que Yami iba en serio.
—¿Estabas solo?
—Sí. Ha sido algo sencillo.
—Pero aun así estás herido.
—Esto no es nada. Lo sabes.
—Lo sé. Pero alguien me dijo una vez que debería confiar más en los demás, que no puedo hacerlo todo sola y que me apoyara en la gente que me quería y me admiraba.
—¿Ah, sí? —preguntó él mirándola con su típica sonrisa ladina—. ¿Quién es ese idiota?
—Es el mejor idiota del mundo y además lo quiero muchísimo.
Yami se rio levemente. No habían cortado el contacto en ningún momento, así que la volvió a besar mientras seguía sintiendo sus manos alrededor de la cintura.
—Puede que ese idiota tuviera un poco de razón. Lo siento.
—Está bien. Pero ya sabes, delega de vez en cuando en los demás tú también. No hagas que me preocupe así de nuevo.
El hombre asintió y la abrazó más fuerte. Era un verdadero alivio sentirla tan cerca y tener a alguien que verdaderamente velaba siempre por su bienestar. Nunca había estado en lo más alto de la escala de prioridades de otra persona, pero Charlotte le había demostrado que lo dejaría absolutamente todo por él.
Sentirse primordial en algún ámbito de su vida lo aliviaba mucho, pues tras una existencia entera llena de exclusión, decepciones, heridas mortales, batallas y dolor, por fin tenía la sensación de que su vida en sí misma tenía sentido gracias al amor. Y todo ello se lo debía a Charlotte.
FIN
Nota de la autora:
Siempre me va a encantar que Yami esté diciéndole a todos todo el rato que superen sus límites, pero con Charlotte siempre es "no te esfuerces demasiado, confía en los demás". La forma en la que se preocupa por ella es una de las cosas que más me gustó de la pareja y me engancharon tanto que, bueno, aquí seguimos cuatro años después (madre mía, cómo pasa el tiempo).
Este ha sido más cortito. Básicamente quería contraponer un poco el presente y lo que yo me imagino que será el futuro, conectándolo con la frase. Así que espero que os haya gustado. Nos leeremos mañana.
