-La extraña casualidad de encontrarte-

[Yamichar Week 2023]

Día 4. 'Superheroes'


—Para finalizar esta ceremonia, nombraremos a la nueva Capitana de los Toros Negros. Hikari Sukehiro, enhorabuena.

El aplauso que siguió a las palabras de Asta fue ensordecedor, especialmente entre los miembros de aquella orden que nació como una promesa, fue durante muchos años conocida como la peor orden del Reino del Trébol y finalmente terminó convirtiéndose en una de las mejores de la historia del país, ya que forjó a grandes caballeros mágicos e incluso hasta al actual Rey Mago.

La joven, que en ese entonces contaba con veinticinco años, subió a un pequeño estrado que había en el salón del trono, el cual se quedó mirando durante algunos segundos. Acababa de ser nombrada capitana de su orden, a la que pertenecía desde hacía más de diez años, pero no se conformaría solo con eso. Desde que era muy pequeña, soñaba con ser mandataria del reino. Sabía que debía acumular muchos méritos, pero poco a poco lo estaba logrando. Ese día era la prueba de su esfuerzo.

Dio un discurso algo escueto, pero muy significativo, en el que no dejó atrás a ni uno solo de sus compañeros, o de los más veteranos de los Toros Negros, que prácticamente la habían criado, ya que pasó en la base de la orden gran parte de su vida.

Para finalizar, agradeció a Asta, que era su padrino y una de las personas que más admiraba, y a sus hermanos y sus padres, que siempre la habían apoyado, aun con algunas reticencias por cierta sobreprotección desmedida que habían comprendido con el tiempo que no era buena para su relación ni para su progreso.

Cuando terminó su discurso, bajó del estrado entre las felicitaciones de todos para dirigirse hacia donde estaba su familia. Abrazó a sus hermanos, después a su madre y se reservó el último puesto para su padre.

—No te puedes imaginar lo orgulloso que estoy de ti —le dijo Yami al oído mientras la abrazaba.

—Gracias, papá. No podría haber conseguido esto sin ti.

—¿Qué dices? Esto es algo tuyo, yo no tengo nada que ver. Es tu ascenso; disfrútalo.

Hikari asintió emocionada y finalizaron el abrazo. Se quedaron los cinco juntos hablando un rato más, al menos hasta que la gente empezara a irse y pudieran volver a casa.

—El trabajo de capitana no es tan sencillo como puede parecer. Tendrás que esforzarte —le explicó Charlotte.

—Lo sé, mamá. No te preocupes. Me esforzaré al máximo.

—A mí no me pareció para tanto. Y eso que estuve muchos años —añadió Yami mientras se cruzaba de brazos con tranquilidad.

Hacía algunos años que se había retirado. Sus hijos eran pequeños y necesitaban cuidados y atención. No quería que Charlotte se ocupara íntegramente de ellos solo por el hecho de ser mujer. Sabía que amaba profundamente su trabajo, así que decidió que lo mejor era comenzar a darle espacio a las nuevas generaciones. De esa forma, Asta se convirtió en capitán de la orden, Charlotte trabajaba y él pasaba más tiempo con sus hijos.

—Claro, porque tú no lo hacías bien.

Yami se rio fuerte mientras cerraba los ojos, como siempre lo solía hacer. Desde que fue padre por primera vez, fumaba menos —nunca delante de sus hijos—, así que era raro verlo con un cigarrillo entre los labios en reuniones en los que ellos estuvieran presentes. Llevaba el pelo un tanto más corto, pero no había perdido la apariencia imponente con la que siempre había contado.

—Eso es cierto. No sigas mi ejemplo, mocosa —admitió con una sonrisa.

A Hikari le fascinaba la dinámica que tenían sus padres. Siempre estaban bromeando el uno con el otro, se enfadaban muy poco y las peleas siempre las dejaban para el ámbito más privado; además, habían construido un hogar y una familia llenos de amor y confianza, a pesar de que sabía bien que ninguno de los dos había tenido algo así en su infancia.

No había personas en el mundo a los que admirara más. Eran sus héroes absolutos, sus referentes máximos, pese a que muchos no tenían una buena imagen de su padre en concreto. A ella le daba igual, porque sabía que se debía a que no lo conocían bien. En el fondo, su padre era alguien sensible, aunque a su manera, y se preocupaba mucho por las personas a las que quería, a veces demasiado según su opinión.

—Menos mal que uno de mis hijos se va a encargar de la orden que fundé.

Sus hijos más pequeños conformaron un gesto de hastío, porque ya habían tenido esa conversación en más ocasiones. Einar había recibido su grimorio —que era de cuatro hojas— hacía tan solo un par de meses y había decidió unirse al Amanecer Dorado, algo que había molestado terriblemente a Yami. Hana, en cambio, se unió a las Rosas Azules cuatro años atrás, pero Yami sabía que lo haría desde que empezó a manifestar su magia. Charlotte se le había adelantado y la había reclutado para su orden, algo que consideró una jugada muy buena, pues Hana tenía un potencial enorme, como sus tres hijos realmente, pues no en vano eran la descendencia de dos capitanes.

—¿Vas a empezar a hablar otra vez de lo mismo? —espetó Einar con enfado.

—Todas las veces que vea conveniente.

—Joder, eres un incordio —reprochó y después se marchó sin mirar a su padre.

—¡Ey, no me hables así! —le gritó Yami entre el ruido surgido de las charlas de los demás, pero su hijo pareció ignorarlo—. No sé qué hacer con él.

—Papá, no le pongas tanta presión encima. Es un niño todavía. Además, estará con Alistar.

—Será su jefe, es distinto.

—Me encargaré de que lo trate bien.

—No me gusta que tengáis la consideración de que sigue siendo un niño. Tanto tú como Hana lo sobreprotegéis demasiado.

—Mira quién fue a hablar de sobreprotección… —dijo Hana mientras su hermana mayor sonreía.

—¿Sobreprotector yo?

—Para nada… —ironizó Hikari.

—Vayámonos a casa. Después hablaré yo con él —finalizó Charlotte para zanjar el asunto.

Yami asintió y pasó su brazo por los hombros de su mujer. Comenzaron a caminar mientras seguían hablando entre ellos. Hikari se quedó mirando sus espaldas. Definitivamente, eran sus héroes, los respetaba y comprendía sus decisiones. Aunque no siempre había sido así.

[…]

Hikari se estaba alistando para una misión. Acababa de ascender de rango, así que le pediría a su padre acompañarlo a un aviso que habían tenido en las afueras del reino, allí donde la magia y los recursos eran más escasos que en la ciudad. Pero sabía que estaba preparada, así que lo haría bien.

El problema era convencer a su padre. Desde que se unió a la orden hacía ya más de un año, se sentía estancada. Y era cierto que apenas tenía dieciséis años, pero algunos chicos de su edad ya le sacaban una importante ventaja y, si seguía sin progresar, no podría conseguir las metas que quería alcanzar.

Era una persona bastante impaciente, así que en esa época no comprendía que todas las cosas tienen sus propios tiempos y momentos, y que no es necesario apresurar ciertos acontecimientos que están programados en el destino.

Suspiró profundamente mientras se miraba en el reflejo del espejo de su habitación y se daba ánimos internamente. Bajó la escaleras deprisa y vio a su padre sentado en el sillón en el que siempre se encontraba, fumando y leyendo el periódico. Él, en cuanto se percató de su presencia, apagó en cigarro en el cenicero, soltó el periódico en la mesa y se levantó. Se quedó mirándola con curiosidad.

—¿Vas a algún sitio, mocosa?

—Sí —afirmó enérgicamente—, voy contigo.

—Hoy no puedes. Tengo una misión importante.

—Lo sé, me he enterado. Quiero solicitarte formalmente mi incorporación a la misión.

Yami se quedó en silencio mientras observaba sus ojos azules. Brillaban con la ilusión propia de las ganas y la juventud. Sonreía eufóricamente, probablemente porque pensaba que su respuesta sería afirmativa. Le sorprendía mucho que hubiera empezado a hablarle de un modo más formal, ya que él le había dicho que cuando se trataba de trabajo debía dirigirse a él como su capitán y no como su padre. Era una gran chica, pero algo así estaba fuera completamente de su alcance.

—Denegado.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —le reprochó ella con enfado.

—No estás preparada.

—Sabía que dirías eso. Pruébame. Nunca me dejas ir a las misiones difíciles. Si voy a esta me tendrás vigilada. Estaré bajo tu supervisión. Por favor, capitán.

Aquella oferta era ciertamente tentadora. Además, seguía intentando ganarse la confianza de su capitán y no tratándolo como su padre, y ese detalle le gustaba, pero no podía aceptarlo. La misión iba a ser peligrosa y no sería adecuado que una novata acompañara al grupo que había sido designado para ella, así que no podía dar su brazo a torcer.

—Será la próxima vez, Hikari.

La mirada de la chica se ensombreció. Sabía que cuando su padre la llamaba por su nombre ya poco tenía que hacer.

—¿Por qué nunca confías en mí? No soy una niña.

—No tienes el rango adecuado para esta misión. Lo haría con cualquiera.

—¿Seguro? Cuando Asta y Noelle eran novatos iban a muchas misiones peligrosas. Lo sé porque ellos me lo han contado.

—No es lo mismo.

—¿Es porque soy tu hija?

—No, es porque no voy a poner tu vida en riesgo por un capricho.

—¡Pero no es un capricho! Solo quiero hacer mi trabajo.

—Es que este no es tu trabajo. ¿Quieres jugarte la vida tontamente? Oh, lo harás, créeme. Pero hoy no va a ser el día y tampoco bajo mi supervisión.

—Entonces pediré el traslado a las Rosas Azules. Tal vez mamá me comprenda mejor que tú.

—Intuía que ibas a querer venir hoy conmigo, así que se lo comenté. Está de acuerdo en que no vengas —le explicó con serenidad.

—Sois los dos iguales. ¿Por qué me odiáis tanto? —preguntó la chica, pero no dejó que su padre le contestara, pues subió las escaleras para encerrarse en su habitación tras dar un estruendoso portazo tan fuerte que se escuchó en todo el edificio.


Habían pasado diez días desde la discusión entre Yami y su hija mayor y la situación entre ambos estaba bastante tensa. Casi no se hablaban, Hikari pasaba mucho tiempo sola en su habitación y todos estaban empezando a preocuparse.

Así que, tras una larga conversación entre Yami y Charlotte, decidieron que debían arreglar el asunto. Hikari era una chica excepcional y muy buen guerrera, y sobreprotegiéndola no le hacían ningún favor. Sabían que tenían que darle alas, pero les resultaba algo difícil aceptar que estaba creciendo.

Aún podían recordar perfectamente el día en el que llegó al mundo y cómo cambió sus vidas por completo. Yami nunca pensó que pudiera existir un ser tan perfecto, pero tenía lógica pues su madre era Charlotte Roselei.

Subió las escaleras mientras terminaba de fumarse un cigarro. Al llegar a la puerta de la habitación de su hija, se quedó mirando unos segundos la superficie de madera. Sabía que Hikari tardaría muy poco tiempo en sentir su ki al otro lado del pasillo. No se equivocó, pues antes incluso de llamar, abrió la puerta y lo dejó pasar.

—Vamos, prepárate.

—¿Para qué? —preguntó ella con desinterés.

—Te vienes conmigo a la misión que tengo programada para hoy.

El rostro de la joven se iluminó. Llevaba un registro de las misiones que iban encomendando a su padre, así que sabía que la que se llevaría a cabo aquel día era algo grande. Incluso tenían que coordinar a varias órdenes a la vez.

Lo abrazó sin contestarle siquiera. Le alegraba que entendiera que haciendo cada día lo mismo nunca iba a progresar, que él debía tener la confianza suficiente en su fuerza y capacidades analítica y estratégica para hacerla sentir útil, y que la hiciera ver que no era simplemente la hija del capitán que ha conseguido su puesto por ese mero hecho.

—Gracias, papá. Quiero decir… gracias, capitán —le dijo mientras sonreía cuando se separaron.

—De nada. Ayer estuve bastante rato hablando con tu madre. Si te acepté en la orden es porque de verdad pienso que tienes un gran potencial y buenas capacidades. Así que es momento de que me las enseñes. Pero no hagas tonterías o no te volveré a dejar ir a misiones que excedan tu rango, ¿de acuerdo?

—Sí, por supuesto. Te agradezco mucho la oportunidad. No te fallaré.

Yami asintió y después salió de la habitación. Se fue al salón a esperarla y, cuando estuvo lista, ambos se marcharon a la misión. Él pudo ver que su hija era mucho más hábil y valiente de lo que pensaba y Hikari empezó a vislumbrar que su padre, aun siendo demasiado intenso con ella, era increíble. Fue en ese momento cuando supo que quería ser exactamente como él; se propuso encargarse algún día de los Toros Negros, para así darles cobijo, estabilidad, seguridad y un pleno hogar a aquellos que lo necesitaran.

[…]

Yami se sentó en el sofá del salón de su casa, al lado de su esposa. Por fin estaban solos. Había sido un día muy largo. El nombramiento de Hikari como Capitana de los Toros Negros solo había sido el principio, pues después lo habían celebrado en la base todos juntos. Incluso Asta había sacado un hueco en su apretada agenda para asistir.

Estaba muy contento por pertenecer a ese grupo de marginados imperfectos. Esos chicos y chicas —que ya no lo eran tanto— siempre serían su orgullo. Era increíble ver hasta donde habían llegado.

Él, por su parte, incluso había tenido hijos, y eso que jamás imaginó que llegaría a ser padre, no al menos biológicamente hablando. Charlotte le había dado eso y mucho más. Cuando comenzaron su relación, sintió por primera vez que era el centro del universo para alguien. El amor que le profesaba le resultaba una incógnita, pero también lo había hecho sentirse un hombre pleno.

La abrazó y le dio un beso en la sien. Los años pasaban, pero no parecían afectar a su belleza, que seguía intacta. Charlotte había cambiado un poco con el tiempo, o más bien, él había logrado descifrarla y conocerla tal y como era. Atrás quedaron los sonrojos exacerbados o los nervios extremos que sentía a su lado. Desde hacía años, había descubierto que era una mujer muy cariñosa, paciente, entregada y leal. Siempre lo apoyaba, pero también era sincera en los momentos en los que hacía algo que no le gustaba. Le había ayudado a ser un mejor hombre en general y nunca tendría tiempo en su vida —ni siquiera en otras— ni palabras para agradecérselo.

—Definitivamente, nuestra hija se ha hecho mayor —le dijo ella con algo de tristeza.

—Ya lleva un tiempo siéndolo.

—Sí, pero esto es como la confirmación. Creo que… le pusimos demasiado peso en los hombros. Con esto de que es la mayor, siempre tenía que estar al cuidado de sus hermanos. Recuerdo una vez en la que estabas muy grave tras una batalla difícil y le dije que tenía que estar preparada por si algún día uno de los dos moría en combate. Creo que tenía unos trece años.

—Pero hiciste bien porque pudo haber pasado. La vida es así y eso no es tu culpa.

Yami apretó el agarre de sus hombros. Charlotte siempre había tenido la percepción de que no era buena madre por el simple hecho de que no lo había abandonado todo para centrarse en sus hijos. Y no era justo. Él siempre quiso que compaginara esas dos facetas de su vida porque sabía que era capaz de hacerlo. Fue en ese entonces cuando comprendió la gran presión que se les ponía a las mujeres en cada ámbito de su vida. Y también la época en la que decidió que quería ser su soporte máximo y apoyarla para poder conciliar su vida profesional y personal sin que se sintiera culpable por abandonar una de las dos.

—Lo hemos hecho muy bien con ella. Es una persona increíble, fuerte, inteligente. Estoy seguro de que será una gran capitana.

—Todavía no se le ha ido de la cabeza lo de ser Reina Maga, ¿no?

—Qué va. Ya no se le va a ir nunca. Lo será —añadió él con orgullo.

Charlotte asintió y Yami volvió a besarle la frente mientras seguía abrazándola.

Mientras tanto, Hikari los observaba con el ki y su poder mágico suprimidos. Realmente, admiraba a sus padres profundamente, porque sabía que eran personas y guerreros impresionantes, pero lo que más le gustaba de ellos no era su bondad ni su capacidad para luchar, sino el amor que se profesaban el uno al otro y que sabía que jamás tendría final.


FIN


Nota de la autora:

Este me costó un poco más, pero al final le di una vuelta y pensé en mostrar la perspectiva de Hikari con respecto a sus padres y la forma en la que ellos son sus superhéroes por muchos motivos. Creo que es importante para tener una familia medio funcional ver que tus padres se quieren y probablemente los que no lo veíamos en casa nos demos más cuenta que los que lo tienen.

En fin, me despido por hoy. El de mañana es el que más me ha gustado escribir hasta el momento, a ver si vosotras y vosotros pensáis lo mismo.

¡Nos leemos!