"El hombre no es ni ángel ni bestia; y la desgracia es que quien actuaría de ángel actúa de bestia"

Blaise Pascal


-¡GREYBACK!-.

El cuerpo tenso como un arco y los ojos encorvados, Remus se enderezó gritando. Su frente y su garganta le ardían. Le costaba respirar. Pero no era nada comparado con el terrible sufrimiento que sentía en su pierna. La presión de la mandíbula seguía intacta. Le perforaba la carne y le desgarraba los músculos. Agitando un nuevo grito, Remus se agarró de su muslo, apoyando sus dedos contra la amplia cicatriz. No. No sangraba. Tenía que calmarse. Tenía que respirar.

-Greyback…-

Casi gime su nombre, su cabeza incapaz de pararse recta balanceándose en todas las direcciones.

-Greyback…-

Moviendo los ojos en busca del monstruo, solo encontró oscuridad. Un negro tan profundo que lo dejó aturdido. ¿Dónde estaba? ¿Greyback todavía lo perseguía? Estaba seguro de haberlo visto antes, en el bosque. Recordaba los gritos y las llamas, el aliento frenético del monstruo galopando bajo los árboles…

Sus pupilas ensanchadas por la noche se agitaron, hurgando la oscuridad en espera de una pista, un detalle al que aferrarse. Pero las lágrimas y la fiebre deformaban su visión hasta hacerle alucinar. En cada rincón, la bestia se animaba. Emanaba de las tinieblas y surgía de cada charco de sombra, con su mueca maliciosa que hacía brotar en Remus terrores innombrables.

Aterrorizado por el espectáculo, Remus quiso escapar, apoyándose en sus manos para levantarse y huir a toda velocidad. Pero sus dedos se perdieron en un suelo demasiado blando. Desconcertado, rascó lo que pensaba que era tierra antes de helarse al oler el tejido algodonoso bajo sus uñas. Ya no estaba en el bosque. Un colchón incómodo había reemplazado el liquen y la espuma.

Es una cama desconocida.

Greyback estaba allí. Iba a salir de debajo de las sábanas.

Él iba a morir.

No sabía realmente si solo había pensado esas palabras o si las había gritado a pleno pulmón. Su confusión se había convertido en un torrente de pánico que lo arrojó al suelo. Sentía sobre él la mirada del lobo. Esa lengua que lo saboreaba, esas manos posadas de garras que lo palpaban sin cesar.

En llanto, Remus avanzó a ciegas, arrastrándose sobre el azulejo helado. Cosas en la oscuridad lo rozaban, lo pinchaban, lo empujaban. Luego hubo un sonido de trueno y toda la habitación se iluminó, revelando brevemente las filas de camas de la enfermería antes de ser tragada de nuevo por las tinieblas.

Cuando el rayo golpeó de nuevo, barrió la habitación con la mirada. La enfermería. Estaba en la enfermería. ¿Cómo era posible? ¿Quién lo había encontrado? Visiones le remontaban como vapores de alcohol: los ojos del lobo, los hechizos lanzados, la carrera loca. ¿Dumbledore sabía lo que había pasado? ¿Había visto a Greyback? Remus estaba convencido de que seguía ahí. Podía sentir su presencia en el castillo, en la habitación, contra su propio cuerpo…

Un escalofrío de horror se apoderó de él y se aferró a los barrotes de una de las camas para levantarse sobre sus pies. La frialdad del metal contra sus manos estropeadas lo hizo gemir. La respiración acortada por los espasmos que sacudían su cuerpo, intentó reunir sus fuerzas. Tenía que advertir a Dumbledore del peligro antes de que Greyback se cobre más víctimas. Quizás ya estaba en la escuela, deslizándose por uno de los dormitorios… Tenía que…

Algo se movió en la oscuridad y Remus sintió toda su vida refugiarse en el hueco de su garganta, donde su corazón latía tan fuerte.

-¿Quién?-.

La voz de Remus no era más que una fina red. La fiebre le secó la garganta y las palabras tenían dificultades para encontrar su camino. Tuvo que obligarse a repetir su pregunta:

-¿Quién... quién está aquí?-.

Sólo el silencio le respondió.

Oró para que un nuevo relámpago inundara de nuevo la sala de luz pero el cielo se mostraba tacaño. La lluvia rodaba contra las ventanas roncando de ira, las gotas golpeando el cristal con la fuerza del granizo. La sombra volvía a ser tan gruesa que ya no distinguía el suelo.

Sin embargo, a pesar del estruendo, parecía sentir un soplo distinto del suyo. Algo estaba allí con él, en la noche.

-¿Greyback?-.

Las tinieblas permanecían fijas, tan profundas que Remus no sabía dónde encontrarse. ¿Dónde comenzaba su cuerpo? ¿Dónde terminaba? No había más espesor ni matices. Solo el negro que lo devoraba.

-Greyback…-

Su voz también se devoraba. La sombra lo tomaba por la garganta. Podía sentirla palpitar, llena de horror mientras permanecía inmóvil, con los ojos fijos en dirección al movimiento que había visto. Greyback estaba en todas partes y en ninguna. Olía sus dientes en la nuca y lo adivinaba debajo de una cama, y, luego, escondido en los pliegues de una sábana, a pocos pasos de él.

-¡Greyback!-.

¿Fue el deseo de luchar o el deseo de rendirse lo que lo hizo gritar así? Cada vez que pronunciaba su nombre, sentía el mismo dolor insuperable. Sin embargo, seguía llamando al lobo, casándose en la oscuridad. La mordedura de la noche le hacía perder la cabeza.

Tenía que dejar de hacerlo.

-Muéstrate... Muéstrate... ¡Ahora!-.

Algo se movió de nuevo y Remus vio levantarse una silueta aún más negra que la sombra, lista para saltar, habitada por una arpía idéntica a la suya. Su cuerpo petrificado no se mantenía en pie más que por milagro y se sorprendió de respirar todavía.

Con los ojos llenos de lágrimas, esperó a la bestia.

-Realmente me estás cansando con tu Greyback…-

La voz que acababa de salir de las tinieblas estaba impregnada de una profunda lasitud. También el cielo debió haberse cansado de la situación, ya que finalmente se decidió a iluminar lo desconocido. La luz brillante hizo aparecer una forma blanca algunas camas más lejos y Remus creyó primero en una aparición antes de darse cuenta de que el individuo estaba simplemente cubierto con vendas. Si la tormenta solo había iluminado brevemente su rostro, Remus había reconocido inmediatamente su nariz angulosa.

-Snape.-.

El otro chico no respondía enseguida. Primero encendió la vela que estaba sobre su cabecera desde la punta de su varita antes de apuntarla a su cara para murmurar un hechizo. Su cabeza enturbiada solo se mantenía erguida con la ayuda de un collarín y, si sus brazos habían escapado del yeso, permanecían rígidos, envueltos en vendajes demasiado gruesos mientras que un corsé encerraba la parte inferior de su abdomen. Su mano apenas podía sostener su varita, que finalmente se deslizó de sus dedos para caer sobre la mesita de noche. La miró caer antes de suspirar. Tenía dificultades para mantener los ojos abiertos a causa del cansancio, lo atestiguaban las ojeras negras que le cavaban la cara, haciendo resaltar sus pómulos sobresalientes.

Le echó a Remus una mirada hastiada.

-¿Te das cuenta de que te oí gritar cuando me eché un hechizo de tapón de oídos? Se supone que me deja sordo, Lupin. Y, sin embargo, te oigo. Desde que estás aquí, te oigo. ¿Sabes cuántas veces me has despertado? ¡Por supuesto, Madam Pomfrey no responde cuando la llamo, de lo contrario sería demasiado simple! ¡Estoy obligado a manejarnos a los dos! Mira, puedo ver que tienes terrores nocturnos o sonambulismo, no lo sé, no soy un experto en el tema. Tal vez ahora estoy hablando en el vacío porque todavía estás durmiendo, porque he estado intentando despertarte durante horas sin conseguirlo. Pero, por el amor de Dios, Lupin, si estás consciente, me gustaría que finalmente cerraras la boca porque... ¡Oye! ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame! ¡Suéltame, me haces daño! ¡Lupin!-.

-¿Por qué? ¿Por qué? Yo... ¿Quién me...? Aquí. ¿Quién me ha traído aquí? Greyback... Greyback! ¡Dime! Ah…-

Su temperatura había expulsado la saliva de su boca y no conseguía más que balbucear preguntas confusas. Nada venía. Sin embargo, trató de hablar hasta que no le quedó ni una palabra. Hasta que no pudo más que chasquear sus labios y raspar su garganta.

Como una bestia.

-¡Suéltame! ¡Estás completamente loco!-. Exclamó Snape completamente asustado mientras trataba de escapar de su control -¡Lárgate! ¡No te acerques!-.

Cada nuevo esfuerzo hacía rodar un poco más los ojos de Remus bajo sus párpados. Sin embargo se negó a rendirse.

-¿Por qué... estoy aquí? ¿Qué... Greyback? ¿Un... hombre lobo? ¿Necesitas saberlo... ahora!-.

El Slytherin levantó el brazo para protegerse, lo abofeteó sin querer y las orejas de Remus comenzaron a silbar. No sabía si era por el terror que lo abrumaba, o por la fiebre que le atravesaba las sienes, pero se sintió inclinarse hacia otro mundo. Con fuerza incontrolable, un cuerpo salvaje, insensible al dolor y que estrecharía su control sobre Snape hasta blanquear las articulaciones de sus dedos. Su piel entera jadeaba, sofocaba, se daba la vuelta como un pelaje, sus pelos se levantaban sobre su nuca mientras miraba a Snape con un ojo que sus pupilas dilatadas habían dejado negro. Snape, su única salida, su única oportunidad de escapar de la pesadilla en la que ha estado pisoteando desde que se despertó.

No quería que se escapara.

-¡Dime!-.

Sus manos animadas de espasmos continuaban apretando el collarín del Slytherin, casi estrangulándolo. Entre sus dedos, Snape silbó como una serpiente, tratando de salir de su agarre antes de rendirse, abatido por el dolor. Desesperado, termina por decir:

-¡Por favor, cálmate! ¡Me vas a asfixiar! ¡No sé lo que pasó! ¡Estaba dormido cuando llegaste! ¡No sé qué pasó! ¡Me desperté porque hicieron ruido al instalarte! ¡Había una enfermera y otra persona! Más tarde, no sé cuándo, me volví a dormir mientras tanto, llegó Dumbledore. ¡Dijo que incendiaste el bosque, algo así! Dijo algo sobre un monstruo, que habías visto uno, creo, ¡pero dijo que era falso y que no había nada de qué preocuparse! ¿Y sabes qué? ¡No me sorprende! ¡No me sorprende que tengas alucinaciones y que hayas incendiado el bosque porque tú y los pobres idiotas que te hacen amigos están todos locos! Al principio pensé que solo eran ellos los que tenían un problema, ¡pero en realidad estás más terrible que ellos! ¡Y yo que pensaba que era Potter el psicópata del grupo! Es por él que estoy aquí, ¿lo sabes? ¡Casi me mata! ¡Por culpa de ese cabrón, me fracturé el cráneo con una maldita contusión y casi me rompo la cervical! ¡Por el amor de Dios, déjame en paz! ¡Haz lo que quieras, ve a donde quieras, no diré nada, lo prometo! ¡Pero déjame en paz! ¡Me estás asustando! Yo. ¿Qué demonios estás haciendo? ¡No! ¡Por favor! ¡No me levantes así! ¡Lupin, me estás lastimando!-.

Remus había soltado el cuello de Snape para tantear hasta sus costillas e intentar sacarlo de la cama, con la cara tensa por el esfuerzo pero manteniendo una increíble determinación. Dumbledore no sabía lo que había pasado realmente. No comprendía la magnitud del peligro. Remus era el único que podía impedir que ocurriera un drama. Nunca más dejaría que los dientes se clavaran en los muslos tiernos. No volverá a dejar que la sangre caiga sobre las sábanas.

Nunca más dejaría que alguien sufriera por culpa de Greyback.

Empezando por Snape.

Pero este último no cedió. Si sus brazos, envueltos en vendas, y su collarín limitaban sus movimientos, consigue sin embargo pegar sus manos contra el rostro de Remus, presionando sus dedos contra sus ojos para forzarlo a separarse de él. El gesto le arrancó un gemido a Remus, pero no cedió y siguió agarrando a Snape con una fuerza confusa, como si prefiriera salvarlo aplastándolo antes que dejárselo al monstruo.

-Dios mío... ¿Por qué... por qué... tú... te niegas a... dejarme en paz?-. Gemía Snape.

Aumentó la presión tanto como pudo y Remus se mareó.

-¡Porque no quiero... que te pase... nada! Yo... si yo te... aquí... él te va... nunca lo dejaré... ni siquiera a ti! Tú vas... ver a Dumbledore... conmigo... vas a... venir... ¡CONMIGO!-.

Su voz, inicialmente rota, había terminado por hincharse en su boca hasta transformarse en un rugido que resonó tan lejos que Remus se detuvo de repente, convencido de que otro que acababa de hablar. Pero cuando se dio la vuelta, no encontró a nadie más.

-La única persona que me hace daño aquí eres tú!-. Gritó Snape.

Quiso aprovechar el momento para darle una patada, pero las uñas de Remus se hundieron en la pierna del Slytherin y se apoyó en el marco de la cama para tirarlo violentamente hacia él. Snape lanzó un grito estridente y quitó las manos del rostro de Remus para intentar, en vano, aferrarse a las sábanas mientras las dos caían al suelo.

Movido por el alce, Remus golpeó violentamente el azulejo. La caída le sonó y lanzó una larga queja, sus manos palpando primero su cráneo antes de venir a frotar sus ojos que el combate había hecho ciegos. A su lado, Snape intentaba levantarse despotricando:

-¡Estas demente! ¡Te dije que me había hecho daño en las vértebras! ¡Podrías haberme paralizado para siempre! ¿Qué demonios te pasa? ¡Maldito loco! ¿Por qué siempre me toca a mí? Oh, no... no, no, no! Nunca voy a lograrlo... yo... ¿Sabes qué, Lupin? tú ganaste... quieres ver a Dumbledore? Vale... No sé de qué estás hablando, pero si crees que estamos en peligro, vamos a ir a verlo... esto... ¿te parece bien?-.

Remus intentó abrir los ojos. La silueta borrosa de Snape se cortaba en la luz mientras intentaba apoyarse en la cama para enderezarse.

-Tenemos que ir a... Dumbledore-. La cabeza de Remus todavía le dolía y no estaba seguro de haber articulado bien su frase, pero Snape respondió después de un silencio:

-Sí, sí. Te lo dije. Iré contigo. Tú ganas. Déjame coger la silla de ruedas que hay detrás de mi cama. La señora Pomfrey me lo dejó y, en el estado en que estoy, dudo que pueda caminar solo. Voy a sentarme en la silla y vamos a ir a ver al director, ¿vale? ¿Me dejas levantarme?-.

Algo en el comportamiento de Snape había cambiado. Hablaba ahora con una voz demasiado suave, tomando entonaciones casi infantiles. Como si intentara calmar a Remus, sedarlo.

Algo no estaba bien.

Remus se forzó a seguir a Snape con la mirada. Medio tirado sobre su colchón, el Slytherin extendía torpemente su brazo hacia su mesa de noche.

Su varita. El hijo de puta estaba intentando recuperar su varita.

-Dame eso-.

Remus había agarrado el tobillo de Snape con tanta fuerza que se resquebrajó bajo sus dedos. Este último lanzó un grito sorprendido antes de girar la cabeza en su dirección, completamente fuera de él:

-¡Déjame en paz, maldito loco!-.

Intentó darle patadas, pero Remus se mantuvo firme. Sus brazos sujetaron la pierna de Snape contra su boca y le clavó los dientes en la pantorrilla. Snape tuvo un sobresalto, su brazo barriendo en el suelo todo lo que estaba sobre su cabecera. En una lluvia de píldoras y vendas, la varita cae sobre el azulejo antes de rodar hasta la cara de Remus. Si Snape trató de aplastarle los dedos para que no los agarrara, Remus fue más rápido.

La cara oscura, apuntó con el arma a Snape.

-Dumbledore. Ahora mismo.-.

Hubo un silencio. Snape, lo miró con miedo, sus manos sobre sus piernas magulladas, antes de susurrar:

-Lupin, me estás asustando…-.

· · ───·𖥸·─── · ·

-¿Podría al menos saber quién es Greyback?-.

Snape no tuvo más remedio que admitir su derrota. Abría la marcha, instalado en la silla de ruedas que había hechizado para él la señora Pomfrey. El objeto rodaba solo, pero a un ritmo lento, zigzagueando a veces en lugar de avanzar en línea recta, lo que hacía que el Slytherin se enfureciera. Detrás, Remus lo seguía cojeando, iluminándose con la varita...

Sin ventanas, los pasillos del castillo eran aún más oscuros que la enfermería. Remus sentía que el negro se apretaba a su alrededor. La oscuridad ávida caminaba en sus pasos, soplaba en la boca de su cuello. Con cada mirada hacia atrás, la noche le rozaba la cara como un velo húmedo. ¿A menos que fuera su propio sudor? Parecía que goteaba. La adrenalina que lo había llevado hasta entonces disminuía a cada paso y su cuerpo se hacía cada vez más rígido.

Una de las ruedas de la silla hizo un crujido siniestro y Remus sintió la angustia torcerle el vientre. Estaban debilitados y completamente al descubierto. Si Greyback los sorprendía, no podrían escapar.

Tal vez ellos deberían haberse escondido en la enfermería.

Quizás cuando intentó salvar a Snape también lo maldijo.

El aire le parecía cada vez más grueso. El calor se hacía más ácido. Los pasillos parecían moverse, respirar. Remus sentía que estaba siendo masticado por esa oscuridad viviente, como si se aventurara en una boca gigante. De un paso a otro, todo se movía sin cesar a su alrededor: el suelo, las paredes, el vacío.

Preso de un profundo malestar, se puso a avanzar el flanco apretado contra la pared, con los ojos desorbitados. En cada cruce, se paraba a oler en la oscuridad, aturdido mientras grandes lágrimas empezaban a fluir sobre sus mejillas, mezclándose con su sudor. Su cara le quemaba y ahora respiraba solo por la boca, con la lengua seca, presionada contra la parte inferior de los dientes. Avanzaba lentamente, sus tobillos se escondían a veces bajo su peso mientras comenzaban a sentirse las rigideces, forzándolo a apoyarse contra la pared. ¿Qué le pasaba? Sentía que sus fuerzas disminuían... pero no podía derrumbarse ahora. No después de lo que pasó con Greyback... no después de lo que le hizo a Snape.

Ah, si James estuviera aquí... seguramente sabría qué hacer. Salir de situaciones peligrosas era su especialidad. Peter lo habría apoyado dándole algo para comer. Y Sirius... Sirius lo habría llevado seguramente en sus brazos, como de costumbre. Y Remus habría fingido que no le gustaba...

James, Peter, Sirius... era la primera vez que Remus hacía algo peligroso sin ellos... De hecho, desde ese verano, le resultaba cada vez más difícil pasar tiempo con la banda. Se aislaba mucho y, las raras veces que estaba presente, le costaba seguirlos en sus actividades.

¿Eso le haría daño?.

No quería estar solo otra vez...

-Lupin, ¿estás bien? Mírame, estoy aquí, mírame-.

Snape se agarra bruscamente del hombro y Remus sobresalta.

-¿Remus? ¿Me oyes? Te caíste-.

La llama de la vela iluminaba el rostro del Slytherin desde abajo, destacando sus grandes ojos negros y las terribles ojeras que le abrían las mejillas. Remus muévelo, incrédulo, antes de darse cuenta de que, en efecto, el chico lo dominaba. Estaba de rodillas, con la cabeza apoyada contra la pared. ¿Cuánto tiempo estuvo en esa posición?.

-Yo... Ah…-.

Su garganta estaba tan apretada que las palabras no podían escapar. No respiraba más que con dificultad, a golpes, el aire que se filtraba hasta sus pulmones en un silbido siniestro. No había nada que pudiera ordenar a su cuerpo que, agobiado por el cansancio, se mostraba reticente al menor movimiento.

Detrás de Snape, la oscuridad se recostaba sobre sí misma, lista para saltar y Remus se estremeció de emoción. Se sentía tan pequeño ante el vacío. Tan insignificante. ¿Cómo pudo pensar que podía escapar de la noche? ¿Greyback? Podía sentir la mirada del lobo a través de la sombra, sus ojos penetrantes que registraban su cuerpo. ¿Y si decide ir tras Snape también?.

No sólo puso su vida en peligro. Snape estaba ahora al descubierto, atrapado en su silla, debilitado por su lucha. Nunca podrían escapar si Greyback decidiera atacarlos.

Con lágrimas en los ojos, Remus levantó la cabeza hacia Snape, deseando disculparse, pero la luz del Lumos lo cegó. El Slytherin, tenía firmemente en su mano la varita que Remus le había robado un poco antes. Con la cara cerrada, le lanzó con una voz seca.

-Dime qué podría evitar que te deje aquí y que vaya a buscar a Dumbledore yo mismo diciéndole que me golpeaste y amenazaste con mi propia varita-.

La boca de Remus quedó abierta mientras reposaba contra la pared, la cara pálida, como desangrada. Las lágrimas que goteaban sobre sus mejillas llenaron las comisuras antes de derramar un sabor salado sobre su lengua.

-Yo…-

¿Qué podía responder a eso? Snape estaba diciendo la verdad. Remus lo había violado. Y ahora podrían morir aquí. Por culpa de él.

No fue un rescate. Fue una condena

-Yo... lo siento…-

Su voz estrangulada por la fiebre y la emoción era tan débil que Snape tuvo que inclinarse para oírla. :

-No quería... no quería hacerte daño... solo quería evitarlo... -

Un gran sollozo vino a alojarse en su pecho y se puso a hipo, sus mejillas se pusieron rojas cuando tenía cada vez más dificultad para respirar. Snape lo notó y agarró su cara para forzarlo a mirar hacia arriba y evitar que se acurrucara sobre sí mismo.

-Oye, no te acurruques. Te ahogarás si haces esto. Concéntrate en tu respiración. No te mueras ahora, sería el colmo-.

Meneó vigorosamente la cabeza, luchando con su propia respiración. Levantó hacia Snape sus ojos llenos de lágrimas. Sus frases tenían dificultades para seguirse. Todas apretadas y extranguladas.

-No quería que te atrapara... no quería que te hiciera... lo mismo que me hizo a mí... solo quería protegerte... ¡Lo siento!-.

Su última frase había resonado en el pasillo, arrancándole de paso un gemido de dolor y Remus se aferró a la mano de Snape por reflejo, buscando consuelo en su contacto.

El Slytherin lo observó en silencio antes de dirigir la mirada hacia la mano agarrada a su muñeca. Sus rasgos se suavizaron. Parecía menos enojado. Más preocupado también.

-Oye... no te preocupes-. Termina por responder, vacilando en la elección de sus palabras. -Te creo, ¿vale? Te perdono... Pero ahora soy yo quien decide. Y creo que es mejor volver sobre nuestros pasos. No estás en condiciones de caminar y parece que tienes mucha fiebre…-

Murmuró un hechizo y puso su varita contra la frente. Solo pasaron unos segundos para que la punta del objeto se coloreara de rojo y un humo espeso saliera, dibujando un "4" y un "0" en el aire.

-¡Maldición!- Exclamó Snape. -Tienes 40 de fiebre! ¡No es Dumbledore a quien hay que encontrar, es Madame Pomfrey! ¡Y rápido! ¡Tenemos que volver a la enfermería!-.

-No…-

Eso era todo lo que Remus podía decir. Sabía que Snape tenía razón. Sentía que se iba. Pero no podía abandonar su misión. No podía dejar que Greyback lastimara a los demás.

Snape, por el contrario, no pareció de esta opinión y cogió como pudo Remus para tratar de levantarlo.

-¡Rah, no es posible! Verás, Lupin, siempre pensé que estabas saliendo con Potter y los otros dos idiotas porque te impedían ser uno de los chivos expiatorios de esta escuela. ¡Pero me doy cuenta de que no sólo estás tan loco como ellos, sino que eres más terco que los tres juntos! ¡Morirás si te quedas aquí toda la noche! ¡Necesitas atención médica! Al parecer, Madam Pomfrey te dio un remedio de caballo cuando llegaste y los efectos comienzan a desvanecerse. ¡Tienes que ir a verla ahora si no quieres desarrollar neumonía! ¡Vamos! Súbete a mi regazo, te llevaré a la enfermería. Los aposentos de la Madam Pomfrey no están lejos.-.

-Mmh…-.

La voz de Remus no era más que un gemido y, a pesar de sus protestas, se levantó de sí mismo hasta la silla de ruedas para venir a sentarse sobre sus muslos de Snape. Su cabeza se puso contra una de las esquinas de la silla mientras fijaba el techo del castillo.

-Pero, tiene que... Greyback…-

-¡No, en serio, estoy harto! "¡Greyback, Greyback!" ¡Sólo hablas de ello! ¿Quién es ese "Greyback" al final? ¡Tengo derecho a saberlo!-.

Remus seguía mirando las bóvedas del castillo, tratando de concentrarse en su respiración antes de pronunciar con dificultad:

-Hombre lobo…-

-¿Un hombre lobo?-. Repitió Snape. -¿Por qué un hombre lobo intentaría atacar a Hogwarts?-.

-Yo.-.

-¿Por qué?-.

-Matar.-.

-Sí, pero ¿por qué?-.

-Venganza…-.

La silla dejó de moverse de repente y Remus se preguntó si no había dicho demasiado. Rogue estaba lejos de ser estúpido. Era capaz de reunir todas las pistas y desenmascararlo. Podía hacer que lo echaran de la escuela si le cantaba.

Meneó la cabeza, buscando qué decir en su defensa. Pero Snape no le dio tiempo a abrir la boca.

-No es luna llena, Lupin. Tu historia no tiene sentido-.

La voz de Snape era tan baja que Remus no podía oírla. Inclinó un poco la cabeza hacia el Slytherin, que parecía haberse congelado en la silla, con la mirada fija ante él. ¿Pensaba que Remus estaba mintiendo? Remus sabía que lo que decía no tenía sentido. Sin embargo, era la única explicación que había encontrado.

Rogue debe haber pensado que estaba completamente tonto. Al menos no tendría en cuenta lo que dijo sobre Greyback.

-Estúpido. Lo sé…-

-Pero creo que está aquí-.

-¿Qué?-.

-Remus. Creo que está en las escaleras-.

Remus levantó bruscamente la cabeza antes de congelarse también. Al final del pasillo, en las escaleras que conducían al piso, avanzaba una luz. Su haz blanco y puro, casi cegando en medio de las tinieblas, cortaba en sombra china una cara de perfil, de nariz plana y mentón saliente, rodeada de un pelaje grueso y coronada por dos orejas puntiagudas.

Un gemido subió de la boca de Remus, primero sofocado, luego hinchado para terminar en un grito insoportable.