-La extraña casualidad de encontrarte-

[Yamichar Week 2023]

Día 5. 'Apocalyptic world'


Yami despertó, un día más, totalmente cansado. Llevaba siete meses sintiéndose así. Dormía de forma intermitente, y los ratos en los que estaba descansando no duraban más de dos horas. Estaba exhausto, a punto de colapsar, pero sabía que no podía fallar en un momento tan crucial.

Se levantó de la cama. A pesar de su dolor de cabeza y de sentir el cuerpo completamente pesado, rebuscó en un cajón que tenía al lado de la cama de esa habitación improvisada y encontró uno de los pocos cigarrillos que le quedaban. Cada vez el suministro de tabaco era más escaso, así que había aprendido a racionarlo. Probablemente era un buen momento para dejarlo, pero los episodios de tensión y estrés que vivía en los últimos tiempos no se lo permitían. Se llevó el cigarro a la boca, lo prendió con el encendedor viejo y desgastado que aún conservaba y el humo le inundó por fin los pulmones.

Una sensación de efímera tranquilidad le envolvió el cuerpo. Pero no duró demasiado, porque un punzante dolor le atravesó la sien, recordándole la situación. Hacía siete meses, el Reino del Trébol cayó. Lucius finalmente los había derrotado. Los caballeros mágicos estaban devastados, perdidos, así que los que lograron sobrevivir a la guerra se escondieron.

Vivían escondidos de hecho. Creaban distintos refugios subterráneos que iban cambiando su localización cada cierto tiempo para no ser atacados. Ya no sabía bien si la palabra 'vivir' podía definir bien su existencia, porque apenas dormía, comía, ni siquiera recordaba la última vez que se rio o le hizo alguna broma a alguien.

Su mayor esperanza y consuelo era que tanto sus idiotas como su hermana estaban bien. Ichika se había visto envuelta en toda esa situación al viajar con Asta desde el País del Sol para ayudarlos y también para encontrar respuestas. De hecho, le había salvado la vida junto a Nacht. Los tres habían sobrevivido finalmente y, aunque el mundo se estaba cayendo a pedazos a su alrededor, se alegraba de al menos tener a la gente que amaba a su lado.

Había aclarado las cosas por fin con su hermana y había logrado reconstruir su relación, que en el pasado siempre fue excelente pero que se vio mermada y casi al borde de la desaparición por una mentira para protegerla. Tras una conversación larga y tensa, habían llegado a la conclusión de que el culpable siempre fue su padre y de que la mejor forma de castigarlo, como realmente se merecía por sus actos infames hacia sus hijos, era que se quisieran como siempre habían hecho.

Por otro lado, la mayoría de los escuadrones habían perdido a muchos integrantes. Caballeros mágicos de todas las edades habían perdido su vida defendiendo la integridad del reino, incluso lo habían hecho algunos capitanes. Pero no todos. Y eran ahora ellos quienes estaban organizando a esa pequeña resistencia que luchaba por retomar el control del Reino del Trébol.

Salió de la habitación tras asearse como pudo y vestirse. Anduvo un rato por los pasillos de aquel refugio que debían abandonar en apenas dos semanas hasta llegar a la pequeña cocina para tomarse un café. Estaba desierta, pero alguien entró tras cinco minutos, que le bastaron para servirse una taza de aquel líquido que siempre le había disgustado, pero sin el que en ese momento no podía hacer prácticamente nada debido al cansancio.

Fijó la vista en la puerta al sentir la presencia de su acompañante, que no tardó en mirarlo tímidamente y en saludarle con un pequeño movimiento de su cabeza y un breve «buenos días» que apenas logró escuchar. La vio acercándose a la tetera para poner agua a calentar. Observó desde su espalda todo el proceso que llevó a cabo para preparar el té. Se sirvió un poco en una taza y dejó el resto en una encimera bastante maltrecha que tenían por si alguien quería beber.

No le dijo nada, solo la observó. Lo llevaba haciendo días, semanas, meses enteros. Quería hablar con ella, porque su conversación pendiente le pesaba demasiado. Era una de las cargas más aplastantes que sentía. Aquella situación le suponía la injusticia más grande que la guerra había conllevado para él a título personal.

Conocía los sentimientos de Charlotte por boca de otros pero le gustaría que ella misma le contará por qué, cuándo y cómo se había enamorado de él o qué le llevó a decírselo delante de todos cuando estaba a punto de morir. Conocía sus propios sentimientos también, por supuesto. Pero nunca encontraba el momento adecuado para aclarárselos.

Él mismo le había dicho que quería hablarle sobre algo, y tenía muy claro que quería decirle que hacía un tiempo que no podía dejar de pensar en cómo sería ver su rostro dormido cada mañana o abrazarla en la penumbra de cualquier noche en la que necesitara su calor. Aquella conversación nunca se produjo y de hecho, notaba a Charlotte más distante que nunca. Y lo entendía porque sabía que estaba cansada, que probablemente dormía poco como él, la veía más pálida que antes y casi todos los días tenía ojeras, pero igualmente le dolía.

Además, todo el grupo había parecido ver la figura de una líder en ella y, aunque no lo hubieran proclamado, llevaba el mando de la resistencia. Pensaba y ejecutaba la mayoría de los ataques conjuntos, daba órdenes y organizaba a los caballeros mágicos y hasta se encargaba de conseguir suministros y de encontrar localizaciones seguras donde pudieran esconderse. Su trabajo era encomiable, pero se le notaba que estaba sobrepasada. A pesar de que todos echaban una mano, había cargado con demasiadas responsabilidades y su cuerpo le estaba diciendo que no podía más. Ella probablemente no lo sabía, o tal vez sí y simplemente lo ignoraba, pero Yami, que se fijaba en cada uno de sus gestos y acciones, lo tenía más que claro.

Cuando Charlotte se sirvió la taza de té, se dirigió de nuevo a la salida, pero Yami pronunció su nombre para detenerla. Se había sentado a la mesa para beberse el café y esperaba que ella pudiera acompañarlo.

—¿Tienes un minuto?

—Sí, claro. —Charlotte se sentó a su lado y posó la taza que llevaba entre sus manos sobre la superficie de madera, que levantaba algunas astillas en ciertas partes—. ¿Me necesitas para algo?

A Yami se le ocurrió una lista innumerable de cosas para las que la necesitaba, pero no dijo ni una sola, porque sabía que ella le diría que ese no era el momento.

—Quiero estar un rato contigo. Estoy harto de estar solo. Desde que empezamos a refugiarnos, apenas pasamos tiempo con los demás. Toda esta situación empieza a ser desesperante.

Charlotte sonrió de forma melancólica y Yami apoyó la barbilla en la palma de su mano para mirarla tan fijamente que la inquietó. Pero le gustaba observarla, incluso en esos días en los que su gesto cansado trataba de ocultar su belleza sin éxito alguno. En los últimos tiempos, había reservado su uniforme de capitana exclusivamente para las batallas que se desarrollaban contra el infame ejército de Lucius. Cuando estaba en alguno de los refugios solía vestirse de manera más informal, con atuendos que casi siempre consistían en faldas largas negras y blusas de distintos colores. Solía llevar el pelo suelto y a Yami le encantaba, porque ni siquiera había llegado a rozarlo pero se le antojaba suave y sedoso.

Sentía que se iba a volver loco si no le decía que la quería desde hacía un buen tiempo, que sabía que ella también y que no podía parar de pensar que aquella maldita guerra se había puesto en medio de sus sentimientos y era completamente injusto.

—Lo sé, es la peor de las situaciones. Pero estamos luchando con todo. Espero que sirva de algo.

—Yo también. Así podrás descansar. Te veo mal, Charlotte.

—Tu condición no es que sea mejor —le dijo ella con seriedad—. Estamos todos igual, es normal.

—No, no todos. Especialmente tú, que te encargas de demasiadas cosas. No te excedas o me preocuparás en serio.

—No lo haré. Estoy bien, de verdad.

Yami suspiró ante su tozudez, porque sus palabras podrían afirmar rotundamente que se encontraba bien, pero sus ojos no mentían, su rostro no lo hacía y su ki tampoco. Sin embargo, sonrió por primera vez en mucho tiempo y contagió con su gesto a la mujer, que empezó también a pasar el dedo por el borde de su taza, ya vacía.

Verla tan relajada a su alrededor era impensable, pero ahí estaban, hablando tranquilamente, sonriéndose el uno al otro y probablemente sintiendo que al estar juntos se conformaba un microcosmos en el que solo estaban ellos, no había guerra, hambre, falta de recursos, cansancio ni miseria, sino solo los dos mirándose, siendo conscientes de que se amaban.

—Charlotte —musitó él tras un arranque de valentía—, tenemos una conversación pendiente.

El gesto de la Capitana de las Rosas Azules cambió radicalmente. Su cuerpo se tensó, irguió la espalda y sus labios formaron una rígida línea llena de incomodidad.

—No es el momento adecuado.

—¿Y cuándo lo va a ser? —reprochó él, adoptando una actitud de firme molestia.

—No lo sé, pero no es este.

Charlotte se levantó y, tras soltar la taza en el fregadero, le acarició ligeramente el hombro al pasar por su lado. No fue capaz de sostenerle la mirada de nuevo.

—Lo siento —susurró quedamente junto a la puerta. Después, desapareció por los pasillos.

Yami se restregó la cara, frotándosela con enfado con las manos. Lo había intentado al menos, aunque no había conseguido que funcionara. Según su percepción, el momento era ahora, ya que no sabían si estarían vivos o muertos al día siguiente. No podría perdonarse no haber experimentado un acercamiento más íntimo con ella. Sin embargo, la Capitana de las Rosas Azules seguía alejándolo de forma consciente y continua, a pesar de que él podía sentir en su ki que aún lo amaba.

Sabía a ciencia cierta que la erradicación de aquella sensación de vacío y soledad que se extendía cada día más por todo su cuerpo solo dependía de Charlotte y eso, además de concederle cierta estabilidad emocional y paz, también lo aterraba.


Charlotte entró al nuevo refugio en el que se habían establecido hacía tan solo un par de semanas completamente empapada. Estaba dando una vuelta de reconocimiento por los alrededores para asegurarlo —ya que el anterior había quedado completamente destruido tras un ataque sorpresa del enemigo— y había empezado a caer una fina llovizna que pronto se convirtió en un auténtico aguacero.

Volvió rápidamente, pero no pudo evitar que el agua le calara la ropa completa. Se metió inmediatamente en la bañera tras calentar algo de agua porque no podía permitirse enfermar.

La situación seguía empeorando. El último ataque había sido devastador. Los caballeros mágicos habían mermado considerablemente en número debido a las bajas derivadas de las batallas y los ataques, y cada vez tenían menos recursos y refugios más precarios y pequeños.

Cuando salió de la bañera, se miró en el reflejo de un pequeño espejo que tenía el cuarto de baño. Su apariencia era deplorable. Estaba más delgada, más pálida y mucho más triste. Nadie se lo había pedido, pero había asumido el mando y sus decisiones cada vez le parecían mas desacertadas. No hablaba demasiado con nadie y se pasaba la mayor parte del tiempo que estaba en el refugio sola, pensando en estrategias y modos de ganar la guerra.

Se fue a su habitación cuando se vistió. Martirizarse no serviría para nada, así que se puso a trabajar. Tenía un plano colgado en la pared con distintos lugares clave, reservas de suministro y rutas secretas que servirían para derrocar al régimen comandado por Lucius. En su escritorio, había un sinfín de papeles llenos de planes a medio hacer, porque ninguno acababa de convencerla del todo. Comenzó a revisarlos, pero alguien llamó a la puerta de su habitación y la interrumpió.

Fue a abrir. Al hacerlo, se sorprendió al ver a Yami allí. Hacía mucho tiempo que le costaba encontrar tabaco, así que no estaba fumando. Le preguntó si podía pasar y ella le contestó afirmativamente. Tras cerrar la puerta, ambos se quedaron de pie en mitad de la pequeña habitación, que solo contaba con una cama, un escritorio desgastado y una cómoda minúscula en la que Charlotte guardaba la poca ropa que había podido conservar. Como estaban en un refugio subterráneo, no había ventanas. La habitación era bastante fría e incluso en algunas ocasiones calaba el agua y se formaban goteras cuando llovía. Pero ella nunca se quejaba, porque sabía que no serviría de nada.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Yami, refiriéndose a la exploración del terreno que Charlotte había llevado a cabo.

—Bien. Es seguro de momento —respondió ella escuetamente.

—¿Te ha pillado la tormenta fuera?

—Sí, pero he venido enseguida y me he bañado. No puedo permitirme enfermar ahora.

—Eso es bueno. ¿Ibas con alguien?

—Sí, con dos de mis chicas.

—Vale. —Yami guardó silencio un segundo y Charlotte aprovechó para recolocar los papeles del escritorio—. Charlotte, creo que deberíamos nombrarte líder del grupo de una vez.

Los ojos azules de la mujer lo miraron de forma lacerante, peligrosa.

—No —dijo rotundamente.

Yami se acercó a ella bajo su cortante mirada, le quitó los papeles de la mano para que lo escuchara atentamente y continuó hablando.

—Necesitamos estar organizados para actuar mejor. De todas formas, haces todas las funciones de alguien que comanda. Eres la indicada.

—Claro que no lo soy.

La voz le salió en un hilo tembloroso y supo que Yami lo percibió, porque la miró con los ojos rebosantes de condescendencia y pena, justamente las emociones que menos podía soportar dirigidas hacia ella.

—¿Por qué dices eso?

—No pude prever el ataque del anterior refugio.

—Eso no es tu culpa. Estás haciéndolo lo mejor que puedes.

—¡Pues no es suficiente! —gritó, sobrepasada. Sintió las lágrimas saliendo con velocidad de sus ojos, esparciéndose por sus mejillas hasta llegar hasta su cuello—. Lo siento, yo…

—Está bien —susurró él mientras le acariciaba la mejilla.

La distancia entre sus cuerpos era mínima y Charlotte sintió que incluso le faltaba el aire por el cúmulo de sensaciones con las que su sistema trataba de lidiar.

—No quiero ver morir a más gente. No creo que lo pueda soportar.

Yami entonces la abrazó y ella solo pudo sollozar contra su hombro. Necesitaba descansar, relajarse, desahogarse con otro ser humano. No se le ocurría alguien mejor que la persona que amaba para hacerlo.

—Es normal que te sientas así. Si no puedes con todo, déjame ayudarte, Charlotte. No tienes que hacerlo todo sola. Siempre te lo he dicho: confía en los demás. Confía en mí.

Charlotte asintió y se separaron. Sus miradas se engarzaron como nunca antes. Pudo ver verdad, preocupación y genuinidad en sus ojos marrones, que parecían por fin mirarla profundamente, sin quedarse en la superficie de su ser, sino tratando se adentrarse en quien realmente era.

Lo vio acercándose, pero no se apartó, sino que cerró los ojos. Justo después, sintió la caricia de sus labios contra los suyos. Eran suaves, inexpertos, lentos y cálidos. Esa era la mejor caricia que había recibido en toda su vida, pero no pudo disfrutarla completamente, porque la culpa no la dejaba.

—No podemos… —musitó tras finalizar el beso—. Esto no está bien. No es el momento.

Charlotte se sorprendió al decir eso de nuevo. Llevaba meses intentando autoconvencerse de que no era pertinente tener algo más con Yami, a pesar de que por fin tenía señales claras de su parte, que además percibía perfectamente. Se preocupaba mucho más por ella, la trataba de forma más delicada e incluso parecía que quería que estuvieran juntos. Y pese a todo eso, siempre lo alejaba porque le hacía sentirse culpable pensar que podría ser feliz entre tanto caos y muerte.

—¿Y cuándo es el momento? Podríamos amanecer todos muertos mañana. No quiero esperar más, Charlotte.

—Lo sé, pero…

—Me enteré antes de la guerra de que estás enamorada de mí. Y de verdad quería centrarme en ganar y que luego habláramos para aclararlo todo, pero no puedo esperar durante más tiempo. —El cuerpo de Charlotte tembló entero ante sus palabras llenas de sinceridad—. No puedo seguir fingiendo que no te necesito.

Fue ella quien esta vez se atrevió a besarlo, porque en el fondo sabía que tenía razón. Lo amaba de forma tan arraigada, profunda y visceral que siempre había imaginado que su relación comenzaría de forma idílica, en otro contexto y en otro lugar. Pero su presente era ese, estaba lleno de miedo, escombros, ataques y soledad. ¿Tan malo sería aprovechar ese ínfimo resquicio de felicidad que se colaba entre todo lo horrible que les estaba sucediendo?

Yami le correspondió a los besos de una forma mucho más pasional. Le quitó la camiseta y la abrazó mientras seguía besándola. Charlotte sintió el tacto de su pecho contra sus senos, pero también el latido de su corazón, que pareció incrustarse dentro del suyo. Su fulgor, su vehemencia, su bombeo incesante y toda su sangre parecían estar dentro de su cuerpo.

Se asustó durante un instante, debido a que no sabía si era apropiado sentir algo con tanta intensidad, pero no se detuvo, porque era completamente consciente de que ese breve instante brillante de amor y alegría era lo único que podía seguir manteniéndola con vida en un mundo sumido en la catástrofe más absoluta.


El día en el que se llevaría a cabo el ataque definitivo por fin había llegado. Yami había despertado en la habitación de Charlotte y había abrazado su cuerpo desnudo con anhelo. Haría todo lo que estuviese en su mano para detener esa situación, así que tal vez esa era la última vez que tenía la oportunidad de abrazarla.

No había pasado mucho tiempo desde que Yami y Charlotte se entregaron a lo que sentían, pero les daba la sensación a ambos de que llevaban años juntos, pues el vigor su amor era desmedido.

Se levantaron de la cama y se alistaron en silencio. La situación era bastante tensa y habían decidido que no lucharían juntos, porque proteger al otro les supondría una distracción, así que no se volverían a ver hasta el final de la batalla.

Se abrazaron en el centro de la habitación. Estaban asustados, pero sabían que todo iría bien, pues ese iba a ser el día en el que el imperio de terror de Lucius Zogratis llegara a su fin.

—No seas imprudente, por favor —rogó Charlotte contra su hombro mientras se abrazaban.

—No lo seré. Te lo prometo.

—Yami —le dijo mientras se separaba para mirarlo y acariciarle el cuello con las dos manos—, te quiero.

—Yo también te quiero.

Se besaron despacio durante todo el tiempo que les resultó necesario. Tras acabar, juntaron sus frentes y se sostuvieron las manos mientras cerraban los ojos, sin hablar siquiera.

—Va a ir bien —dijo Yami justo antes de que salieran por la puerta. Charlotte solo sonrió y asintió con decisión.

Se marcharon del refugio. La Capitana de las Rosas Azules había trazado un plan de ataque, esta vez con la ayuda de Yami y otros caballeros mágicos. Se organizarían en pequeños escuadrones para dividir sus fuerzas, pillar al enemigo por sorpresa y así vencer.

La batalla fue sangrienta y muy dura, pero finalmente y pese a que hubo perdidas dolorosas e importantes, los caballeros del Reino del Trébol salieron victoriosos. Por fin se acababa intentar sobrevivir estando cansado constantemente, alerta y con miedo en un refugio que no estaba en buenas condiciones.

Ahora tocaba vivir. Por fin, a Yami le tocaba vivir. Y esa nueva vida no iba a ser solitaria nunca más, ni vacía ni insustancial, pues la compartiría con Charlotte para siempre. Con esa idea en mente, fue a buscarla.

Estaba agotado y herido, pero solo quería verla. Lo necesitaba de forma imperiosa, así que comenzó a caminar por el campo de batalla hasta que encontró a un grupo de sus chicos que miraban al suelo mientras formaban un círculo. También estaban Nacht y su hermana.

Asta se giró para mirarlo al notar su presencia. No entendió bien por qué lo miraba con esos ojos llenos de tristeza, pero indagaría más tarde, pues primero tenía que ver a Charlotte.

—Oye, mocoso, ¿has visto a Charlotte?

—Capitán Yami, la Capitana Charlotte… está ahí —balbuceó como pudo mientras señalaba el suelo. Los demás se apartaron.

Yami no podía entender que ella estuviera allí porque no sentía su ki. Entonces la vio. Su cuerpo inerte estaba en el suelo. Tenía los ojos abiertos, pero su azul ya no brillaba. Estaba ensangrentada por completo y tenía una herida muy profunda en el estómago que seguía supurando sangre.

Se aproximó hacia ella, apartando bruscamente a los demás para arrodillarse a su lado. La sujetó entre sus brazos mientras la movía cuidadosamente y pronunciaba su nombre una y otra vez sin cesar.

—¿¡Qué hacéis ahí quietos!? ¡Llamad a alguien para que la cure!

—Capitán, ella… —empezó a decir Asta, pero no fue capaz de continuar al ver el estado tan desesperado de un hombre que nunca perdía la esperanza, ni siquiera cuando su propia integridad se veía amenazada.

—Está muerta, Yami. La hemos encontrado así hace diez minutos. Cuando hemos llegado, ya no respiraba. No hemos podido hacer nada por ella —le aclaró Nacht, que sabía que en ese momento era el único que podía devolverlo a la realidad.

Yami la abrazó mientras sentía algunas lágrimas furiosas caer de sus ojos. No podía aceptar que ese era su final. No podía creer que no fuera a verla nunca más ni a besarla ni a escuchar sus reproches o a ver sus tenues sonrisas.

La guerra había acabado por fin, pero Yami deseó como nunca volver al tiempo en el que vivían escondidos, pues realmente fue una época en la que fue genuinamente feliz al tener a Charlotte a su lado. Ese sentimiento de dicha se había ido con su marcha, y sabía que no volvería a experimentarlo jamás.


Asta se despertó a las cuatro de la madrugada con sed, así que fue a la cocina. Por fin estaba de nuevo en casa. Cada vez que se despertaba le parecía encontrarse en un sueño. Sin embargo, aquella era la realidad; una realidad que pensaron que sería imposible de recuperar, pero finalmente lo habían logrado.

La base de los Toros Negros había sido restaurada y por fin la vida parecía estar volviendo a la normalidad. Se había designado un nuevo Rey Mago, se estaban llevando a cabo arduas labores de reconstrucción en el país y las órdenes habían vuelto al trabajo.

Pero había alguien que aún parecía estancado en el pasado. Los fantasmas lo tenían encadenado, la culpa lo arrastraba continuamente a la tristeza más desoladora y todo su entorno estaba realmente preocupado por él, incluso su hermana había decidido quedarse un tiempo más antes de volver al País del Sol para asegurarse de que se recuperase. De momento, no había sucedido. Su estado de ánimo seguía siendo pésimo, casi no hablaba con nadie, dormía poco y fumaba y bebía alcohol con demasiada asiduidad.

Encendió la luz y vio a su capitán durmiendo sentado en una silla, apoyando la cabeza en sus brazos y sobre la mesa de la cocina. Intentaría hacer el menor ruido posible. Pero no surtió efecto. Los meses vividos en los refugios habían hecho que Yami se sobresaltara ante cualquier mínimo ruido.

—Ah, eres tú —masculló tras mirarlo sin demasiado interés.

Asta llenó un vaso con agua y se lo bebió. Pensó en marcharse cuando acabó, pero no quería dejarlo solo, así que se sentó en una silla, a su lado.

—Deberías ir a dormir a la cama, capitán.

—Déjame en paz.

El chico suspiró. No sabía muy bien qué hacer ni cómo ayudarlo. Yami había girado la cabeza para el lado contrario para no mirarlo, pero ignoraría su comportamiento porque sabía que estaba herido y por ese motivo los trataba de ese modo. Él no era así, pero estaba pasando por un momento muy duro. La oscuridad lo estaba consumiendo y nadie podía hacer nada para sacarlo de las tinieblas espesas en las que se había convertido todo su mundo.

—No puedes seguir así, capitán. Déjanos ayudarte.

Yami irguió la espalda y lo miró de forma acusatoria, provocando que Asta sintiera cierto miedo. Se levantó y se frotó el pelo con fuerza mientras andaba en círculos por la cocina.

—Charlotte está muerta… —susurró bajo. Se acercó a la mesa de nuevo, cogió la botella de whisky medio vacía que estaba en su superficie y la estrelló contra una pared cercana, haciendo que su acompañante se estremeciera—. ¡Está muerta! —gritó, desgarrando su garganta—. No me pidáis que la olvide porque no lo voy a hacer.

—No te estamos pidiendo eso, sino que nos dejes acompañarte. Esto lleva tiempo, pero lo superarás.

Yami se sentó de nuevo, apoyando esta vez los codos sobre la mesa y la frente sobre sus manos. La situación comenzaba a ser insostenible. No quería tratar mal a sus chicos, pues ellos le habían dado un lugar donde asentarse, un hogar, pero no sentía que alguien pudiera comprenderlo.

—No estaba ahí para protegerla. Murió sola. No debimos habernos separado. Yo sabía bien que le costaba mucho trabajar con los demás y aun así… la dejé sola. Estoy seguro de que se separó de su grupo porque creía que podía con todo. No pude ni siquiera despedirme de ella. No sé qué pensó o qué sintió antes de morir. Lo más probable es que pensara que le había fallado.

—Yo creo que pensó lo que ya sabías: que te quería. —Asta se levantó y le dio un apretón sincero y lleno de afecto a su capitán en el hombro—. Estamos aquí para ti, capitán. Todos. No tienes por qué pasar por esto solo. Tu familia siempre va a acudir en tu rescate cuando lo necesites, ya lo sabes.

El Capitán de los Toros Negros asintió. Pudo notar que el chico se iba a través de la lectura de su ki. Una vez solo, comenzó a llorar. Ellos eran buenas personas y los estaba tratando pesimamente mal, pero no podía dejar de pensar en Charlotte. En que ya nunca volvería a ver sus mejillas sonrojadas o a escuchar sus regaños y sus directrices decididas. Le quedaba una vida entera para echarla de menos.

Aunque con el tiempo se recuperara y su familia le ayudara a lograrlo, sabía que nunca volvería a ser el mismo, porque la partida de Charlotte le había dejado un hueco en el centro del pecho —en el epicentro mismo de su alma— que nada ni nadie podría volver a llenar.


FIN


Nota de la autora:

A pesar de todo el angst, me gustó bastante el resultado de este one-shot. La verdad es que no me imaginaba un final en el que no salieran las cosas mal con este prompt, así que como ya me he cargado en varias ocasiones a Yami, pues ahora la víctima no tuvo más remedio que ser Charlotte.

Espero que os haya gustado y no me queráis matar vosotras/os a mí.

¡Nos seguimos leyendo mañana!