CAPÍTULO 4: El brindis
"Un establecimiento con encanto. La dependienta es un poco rara pero se esfuerza por proporcionar un buen servicio. PUNTUACIÓN: 4/5 estrellas"
Muriel repasaba las últimas reseñas que los compradores habían dejado en internet. Era mediodía y a esas horas casi no venían clientes. La verdad era que se aburría un poco, por eso se alegró cuando oyó que la puerta se abría y se preparó para recibir al recién llegado con la mejor de sus sonrisas.
- Bienvenido a la librerí… - El asombro le impidió terminar la frase e hizo que abriera desmesuradamente los ojos.
El que acababa de entrar no era otro que el propio Azirafel, vestido con un traje plateado que no le sentaba nada bien. Ajeno a ella, el ángel había avanzado hasta el centro de la tienda, mirándolo todo a su alrededor con una sonrisa llena de felicidad y los ojos cargados de nostalgia. La pequeña asistente, que no se explicaba su presencia allí, decidió que era mejor guardar silencio y no interrumpir aquella especie de éxtasis.
Azirafel seguía mirándolo todo como quien se reencuentra con un antiguo amor. Acarició con la punta de los dedos el lomo de los libros de una de las estanterías. Cogió uno y pasó las páginas con el pulgar, acercando el libro a su cara y aspirando con deleite su aroma. Lo dejó donde estaba y se giró hacia el mostrador, reparando por primera vez en la presencia de su sustituta.
- ¡Muriel! - Exclamó con los brazos abiertos.
Ella no recordaba que nadie se hubiera puesto jamás tan contento de verla. Aunque todavía estaba muy confusa, intentó responder al saludo con el mismo entusiasmo.
- ¡Señor F…! Digo… ¡Azirafel!
- ¡Oh, Muriel! ¡Ven aquí! ¡Dame un abrazo!
Tímidamente, Muriel salió de detrás del mostrador. Azirafel se acercó a ella a grandes zancadas y la envolvió en un tierno abrazo de oso.
A Muriel nunca le habían dado un abrazo y no sabía muy bien qué hacer. Azirafel emanaba calidez, era blandito y estaba lleno de dulzura. Si eso era un abrazo, la verdad era que le gustaba mucho. Se animó a rodear la cintura del ángel con sus brazos y a recostar la cabeza en su pecho pero, cuando lo hizo, percibió con asombro que, en medio de su incontenible alegría, Azirafel estaba sintiendo las punzadas de un intenso dolor. Un dolor muy parecido al que había notado hacía solo unos pocos días, proveniente de cierto demonio.
Finalmente, el ángel deshizo su abrazo.
- Mírate. ¡Estás estupenda! La vida en la Tierra te está sentando muy bien.
- Sí… Sí, señor. Me gusta mucho estar aquí.
- ¡Y como tienes la librería! - Dijo él, volviendo a mirar a su alrededor y abriendo los brazos como si intentara abarcar todo lo que le rodeaba - Está todo perfecto, impoluto. ¡Eres fantástica!
- Em… Gracias, señor. - Muriel decidió que ese no era el mejor momento para contar a su predecesor los problemillas iniciales que había tenido con la tienda tras su marcha.
- ¡Esto hay que celebrarlo! - Le dirigió una mirada traviesa - Tengo una cosita guardada para una ocasión especial. ¡Y esta lo es!
Con paso decidido, Azirafel se dirigió a la trastienda, seguido de cerca por Muriel, que continuaba desconcertada pero contentísima. Una vez allí, abrió la alacena en la que guardaban el té, las galletas y las tazas. Metió el brazo hasta el fondo del último estante, rebuscó un poco a tientas y, por fin, se dio la vuelta, alzando triunfalmente una botella de champán.
- ¡Cuveé Dom Pérignon de 1961!
Muriel gritó de felicidad, dio saltitos y palmadas, aunque no tenía ni la más remota idea de qué era eso. Azirafel volvió a meter el brazo en el fondo de la alacena y sacó dos copas alargadas con el tallo y la base de plata bruñida y adornos florales. Eran preciosas. Se las tendió a Muriel para que las sujetara mientras él procedía a abrir la botella.
¡POP!
- ¡AAAAHHHH! JAJAJAJAJA
El tapón salió disparado y un chorro de espuma se escapó del cuello de la botella. Muriel no cabía en sí de gozo. Azirafel también reía, tanto por la felicidad del momento como por la gracia que le hacía ver a aquel angelillo tan entusiasmado. Sirvió las copas y tomó una de las manos de Muriel.
- Brindemos. ¡Por la vida en la Tierra! - Dijo Azirafel, alzando su copa.
- ¡Sí! ¡Por la Tierra!
Muriel ni siquiera sabía lo que era un brindis, pero eso no le iba a impedir disfrutar de lo que fuera que estuviera pasando. Azirafel hizo chocar suavemente las copas. Eso extrañó a la asistente pero dedujo que debía hacer lo mismo, así que golpeó su copa contra la de Azirafel un poco demasiado fuerte.
- Cuidado, cuidado. No pasa nada. Cógela por aquí… Eso es. Y ahora, bebe un sorbito.
Ambos se llevaron la copa a los labios. Azirafel cerró los ojos y ronroneó de placer ante el frescor y el delicioso sabor de la bebida. Muriel hizo un ruidito con los labios apretados, tragó y soltó una risita.
- Jijiji. ¡Hace cosquillas!
- Sí, es cierto. ¿Te gusta?
- Mucho.
- ¿Verdad que sí? ¡Esto es una maravilla!
Crowley entró en la librería con la expresión huraña que ya era habitual en él.
Hacía tiempo que no se pasaba a saludar a Maggie ni a Nina y ellas, aunque le apreciaban sinceramente, habían acabado acostumbrándose a sus desapariciones intermitentes. Además, estaban suficientemente ocupadas con sus propias vidas y disfrutando de su mutua compañía así que, cuando querían saber de él, le preguntaban a Muriel.
Nada más abrir la puerta, le llegó el sonido de música, risas y voces entusiastas. Frenó en seco su entrada con el pecho hinchado de indignación. ¿Acaso el ángel del fichero se había atrevido a montar una fiesta allí, en la librería? ¿Y encima en horas de trabajo? "Esta me va a oír." Estaba a punto de echar sapos y culebras por la boca pero… La voz que acompañaba a la de Muriel era increíble, asombrosa, aterradora, conmovedora, desconcertante, extraordinaria, milagrosa e imposiblemente familiar.
Con pasos dubitativos, rodeó el mostrador, se dirigió hacia el gramófono… Y se quedó helado.
- Libiaaaaaamo, libiamo ne'lie-eti caaaalici che la-a-a belleza i-i-infioooo-oraaaa…
Un disco giraba llenando la sala con música orquestal y, por incomprensible que resultara, allí estaba Azirafel, cantando a pleno pulmón el brindis de La Traviata mientras sostenía una botella de champán en la mano izquierda y una copa en la derecha. Mientras tanto Muriel, que también tenía una copa en la mano, bailaba torpemente intentando seguir el ritmo del vals. Ninguno de los dos se había percatado de su llegada.
Crowley se quitó las gafas para poder estar seguro de que lo que veía era cierto y no una alucinación causada por la botella de vino que se había trajinado de una sentada hacía diez minutos escasos.
- E laaaaaa fuggevol, fugge…
Azirafel seguía cantando creyéndose Pavarotti hasta que, por fin, se dio cuenta de que allí había alguien más.
- Crowley…
Fue poco más que un susurro. Se quedó con la boca entreabierta, mirando al demonio como si éste fuera el faro de Alejandría que había encendido su luz para guiarle en medio de la mar oscura.
- ¡Señor Crowley! - Muriel había dejado de bailar y señalaba la copa que sostenía en la mano - Mire lo que tenemos. ¡Se llama champán! - Pero Crowley pasó de ella olímpicamente.
La música seguía sonando. Muriel se había quedado en medio del ángel y el demonio, que se miraban el uno al otro sin dar las muestras de alegría que cabría esperar del reencuentro y sin decir nada de nada. No entendía qué estaba pasando y se quedó allí quieta como un pasmarote, mirando al uno y al otro alternativamente, como si estuviera en un partido de tenis.
Finalmente, Azirafel fue hacia el gramófono, dejó su copa sobre la mesa y paró la música. Se quedaron todos en silencio, tensos. Crowley miraba al ángel respirando agitadamente, con una expresión en la cara que se debatía entre el asombro más absoluto y una ira endemoniada. Por su parte, Azirafel ya no se atrevía a mirar a su antiguo amigo. Sus ojos bailaban por las paredes de la habitación y se le veía francamente azorado.
- Muriel - Crowley fue quien se decidió a romper el silencio - Es la hora de tu pausa para el café.
- No, todavía no. Es a las…
- Café. Ya - Le cortó el demonio, señalando con el pulgar hacia la salida por encima de su hombro. Muriel, confundida, miró a Azirafel.
- Sí, sí, querida. Ve a tomarte un café. - Le animó, con una sonrisa forzada - No te preocupes. Luego iré a saludar a Nina.
Todavía sin comprender, ella se encogió de hombros, dejó su copa y fue hacia la puerta.
- Por cierto, Muriel… - La voz del ángel la detuvo - Cuelga el cartel de "cerrado" y no vuelvas hasta que yo te lo diga.
Azirafel le había dado aquella instrucción sonriendo bondadosamente pero con una mirada y un tono que no admitían réplica. El ángel del fichero comprendió que ya no tenía nada que hacer allí. Además, tampoco le quedaban ganas de quedarse. Se había creado un ambiente muy raro.
- Sí, señor.
Vale, este me ha quedado un poco cortito pero, ¡por fin les tenemos juntos!
Un saludo a todos los que estáis siguiendo el fic, especialmente a Lubia y a Dukcekkk.
Como siempre, quedo a vuestra disposición y a la espera de vuestros comentarios ^_^
