52
Bella
El rítmico y molesto sonido del pie de Edward contra el piso me saca de quicio, así que coloco una mano en su rodilla, pero él continúa moviendo su pierna. Entonces le entierro las uñas y él lanza un quejido.
—Deja de hacer eso—ordeno.
Suspira, irritado, y continúa tecleando en su celular. Lo miro de soslayo y me inclino a ver la pantalla.
—¿Con quién estás hablando?
—Con Paul—masculla. Le entrecierro los ojos.
—Ahí dice Heidi.
Edward sostiene el siguiente suspiro en su garganta y su dedo se mueve hasta el chat con Paul. Se apresura a escribir una respuesta para él.
—Y con Heidi—añade.
—¿Por qué agregaste una plantita al nombre de Heidi?
—Yo no. Ella lo hizo.
—¿La dejas usar tu teléfono?
Esta vez, él si suspira y me mira aburrido.
—No. Lo hizo cuando guardó su número.
—Ah—asiento—. ¿Y qué emoji tengo yo?
—Ninguno—responde, sin dejar de teclear, aunque sé que tengo un corazón rosa—. Pero puedo ponerte uno de un gato.
Ladeo la cabeza.
—¿Por qué? ¿Me estás llamando "gata"?
—No—incluso sacude la cabeza—. Pero soy alérgico y justo ahora me estás dando roña.
Jadeo, dándole un codazo. Regreso mi atención a la televisión con sonido mínimo frente a mí.
Edward palmea mi muslo y lo aprieta. Coloco mi mano sobre la de él y lo miro. Su sonrisa se está borrando.
—¿Qué quiere Paul?
Chasquea la lengua y continúa tecleando con una sola mano.
—Día de inventario. Tengo que ir.
—¿Ahora? —pregunto, imaginando cómo volveré a casa ya que usamos su auto para venir con Zafrina.
—No, luego de esto. Te llevaré a casa, ¿sí? —dice, con voz suave, mirándome con sus profundos ojos verdes.
—¿No crees que es demasiado el asunto del bar? Es decir, ¿no estás cansado? —peino el cabello de su sien.
Ha estado cansado, voluble, irritado, estresado, hambriento y dormilón. En las noches de lunes y martes está dormido en el sofá mientras "ve" televisión y para cuando dan las diez ya está metido en la cama. Está terminando con toda la diversión.
Edward sonríe sin ganas.
—Será mejor que me vaya acostumbrando.
Estoy a punto de decirle que no tiene por qué seguir explotándose cuando Senna nos llama, diciendo que podemos ir con Zafrina.
Edward mantiene su mano en mi espalda baja y reanuda el movimiento de su pierna cuando nos sentamos frente a la Dra. Zafrina.
—¿Cómo están? —pregunta sonriente.
De la mierda, pienso, pero le regreso el gesto.
—Cansados.
—¿Tú también estás cansado, Edward? —le pregunta, mientras teclea en su computadora.
—Eh…—él me mira, como si buscara mi aprobación—. Si… Bella es complicada.
Jadeo, mirándolo ofendida. Es día de insultar a Bella, al parecer. Zafrina ríe entre dientes.
—¿Lo eres? —me mira brevemente y continúa tecleando. ¿Qué tanto escribe, de todas formas? ¿Está escribiendo que soy complicada? Porque no lo soy.
—No, no lo soy.
Edward se remueve en su asiento, cruzando su pierna sobre la otra, agitando su pie.
—Me odia—continúa él—. Dice que huelo mal y, personalmente, no creo oler mal.
—A veces—acepto, alisando las arrugas inexistentes de mi pantalón rosado—. Y tengo jaqueca y sólo quiero dormir, pero tampoco puedo dormir muy bien. Y tengo mareos.
—Mm-hm—Zafrina asiente.
—Los olores me están sacando de quicio, me hacen tener náuseas—agrego.
—Sobre eso… ¿qué pasa con las vitaminas?
—Ah, me hacían sentir enferma. Las dejé de tomar—respondo.
Edward me mira curioso, ladeando la cabeza. Lo interrogo con la mirada, pero niega, en plan de "no pasa nada."
—¿Cuándo?
—La primera semana de febrero.
—De acuerdo. ¿Estás comiendo bien?
Edward habla antes de que yo pueda responder.
—En realidad no. Sólo desayuna fruta y cena gelatina.
Zafrina me mira, alzando las cejas.
—¿Bella? —y lo dice como si esperara una explicación. Comienzo a arrepentirme de haber traído a Edward conmigo.
—A veces no tengo hambre—me encojo, defendiéndome pobremente.
—Bueno, pero dejaste las vitaminas, ¿no? Ya no te sentirás enferma y ahora que ya no las tomas, lo menos que puedes hacer es comer bien. ¿Necesitas que te recomiende un nutricionista?
—No. Eso no será necesario—la aplaco.
Zafrina me mira por largo rato antes de asentir.
—Bien. Entonces vayamos a ver al pequeño—empuja su silla y camina hasta el fondo de su consultorio.
Edward la sigue, ignorando mi mala mirada y él me ayuda a colocarme en el examinador. Zafrina se entretiene un rato y pellizco la mano de Edward, llamando su atención.
Me entrecierra los ojos, retándome y vuelvo a pellizcarlo, esta vez más fuerte, haciendo que aleje su mano y la sacuda antes de sobarla.
Ese traidor.
—Está bien—dice Zafrina luego de un rato, mientras observa sus monitores—. Perfectamente. ¿Quieren escuchar su latido?
Edward asiente sin dudar, ansioso. Toma mi mano fuertemente cuando un rítmico sonido llena el lugar. Va demasiado rápido y la sonrisa de Edward no podría ser más grande. Me mira, alzando las cejas, y luce tan orgulloso. Hace que mi pecho se apriete y lo sobo, deseando controlar esta emoción que se expande hasta la punta de mis pies.
—Sus corazones laten así de rápido en esta etapa—Zafrina dice, sonriente—. ¿Pueden escucharlo? —aunque es obvio que lo hacemos.
Edward se frota la nuca, se revuelve el cabello y finalmente se soba el rostro, estremeciéndose completo. Pega un brinco en su lugar.
—Ah, es la mejor mierda que he escuchado—anuncia.
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En el camino a casa, Edward tamborilea sus dedos en el volante, al ritmo de la música y entonces baja el volumen, mirándome cuando llegamos a una luz roja.
—¿Por qué no me habías dicho que dejaste de tomar las vitaminas?
Me encojo.
—Eh, no lo sé. No lo creí tan importante. Ella dijo que podía dejar de tomarlas.
—Si, lo recuerdo, pero tampoco me dijiste que te estabas sintiendo así de mal.
—Creí que sabías—murmuro, señalando el hecho de que, prácticamente, vivimos juntos.
—No, no lo sabía. ¿Cómo puedo saberlo si no me lo dices?
Ruedo los ojos, ocultándome detrás de una cortina de cabello y juego con mis llaves.
—Y tampoco me dijiste que compraste cosas para él—nota.
—Pero las viste.
Él resopla por lo bajo y entra a nuestra calle.
—Bien. Te veo más tarde—murmura, deteniéndose frente a casa.
—De acuerdo—alcanzo la manija y el me detiene por el brazo cuando estoy a punto de bajar del auto.
Se inclina, así que también lo hago y correspondo su beso.
Edward me sostiene por la nuca y profundiza el beso. Lleva sus labios por mi mejilla hasta terminar en mi frente.
—No te olvides de cenar.
—Si, papá—respondo, saliendo del auto.
Más tarde, luego de tomar una ducha, llevo mi tazón de cereal al sofá y evito pensar en el Edward malhumorado de estas últimas semanas mientras continúo con mis planes de la habitación del bebé.
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Escucho a Edward entrar a la habitación como un bólido, golpeándose con el cajón abierto, así que, siendo muy él, lanza cinco maldiciones en una oración de dos palabras.
—Hey—saluda, entrando al baño y besando mi mejilla apresuradamente—. Voy al bar ahora.
—¿Cómo estuvieron las fotos? —le pregunto, alzando mi blusa otra vez y colocándome de lado frente al espejo del baño.
Rose finalmente nos mostrará los vestidos de dama de honor. Nos los probaremos y ella hará ajustes, así que estoy nerviosa de estar siendo inspeccionada minuciosamente. Observo mi abdomen otra vez, tratando de recordar si así se veía algunos meses atrás, cerciorándome de que la gomita que crece dentro de mí todavía no sea tan aparatosa.
No necesito que hagan preguntas y tampoco necesito responderlas.
Aunque me veo bien. Sólo mi vientre bajo está creciendo por el momento, pero puedo decir sin ningún problema que es inflamación… o principios de colitis.
—Bien. Las amigas más gritonas de la historia—dice Edward desde la habitación—. ¿Dónde está mi playera? Necesito mi playera—abre y cierra mis cajones.
—Colgada.
Me quito la blusa para mirarme los pechos. Se hacen más grandes y molestos cada vez, aunque se ven jodidamente geniales. Podría estar embarazada por el resto de mi vida, sólo que sin la panza creciente, ni los achaques, ni los bebés.
Sólo los pechos maravillosos, pero sólo los pechos maravillosos de los primeros meses.
El silbido de Edward me saca de mis pensamientos y lo miro. Está abrochándose los jeans negros y ya tiene la playera de One Eyed puesta.
—¿Tengo que volver a desvestirme? Tengo diez minutos de margen—dice, acercándose para apoyar su codo en el marco de la puerta.
Le bufo, rodándole los ojos.
—¿Qué tanto te ves? —pregunta.
—Tengo que ir a casa de Rosalie. Quiere hacer las pruebas de los vestidos y me estoy cerciorando de que nada se note.
—Ya sabe que estás embarazada.
—Si, pero Ángela y Jessica no. ¿Crees que se nota demasiado? —cuestiono, mostrándole todos los ángulos posibles.
—Sólo lo buena que te estás poniendo—camina hasta mí y atrapa mi cintura, girándome para vernos en el espejo—. Putamente caliente. Amo tus tetas de embarazada, nena—lleva sus manos al frente y les da un apretón.
—Lástima que no son para ti.
—¿Segura? —me reta en voz baja, alzando una ceja. Se inclina para dejar un beso en mi cuello—. Yo no lo estaría.
Me río entre dientes y él les da otro apretón antes de liberar un pecho y deslizar su mano hasta mi vientre.
—Odio tener que irme justo ahora—habla contra mi piel y frota mi abdomen—. ¿Podemos hacerlo esta noche?
—Si me despiertas al llegar—me encojo de hombros.
—¿Enserio? —pregunta contento, mirándome a los ojos a través del espejo. Asiento—. Genial. Ya te quiero embarazar otra vez—ronronea.
—Deja de decir eso. Es sucio.
—¿No te pone caliente?
—Si, pero no ahora… cuando tienes que irte—me giro en sus brazos y enredo los míos en su cuello, besándolo. Edward aprieta mi trasero y me junta a él, puedo sentir su erección—. Puedes decírmelo cuando regreses.
—Tengo quince minutos.
—Creí que eran diez.
—Paul puede joderse.
Me río contra su boca y él desabrocha mi sostén.
—¿Sí? —pregunta, sobando mi centro vibrante sobre la mezclilla de mis jeans.
—Bien—acepto.
—Ahora se hicieron treinta.
Le aprieto el trasero.
—¿No pueden ser cuarenta? —ronroneo.
La sonrisa que me da mientras se baja el cierre es enorme.
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Rosalie tiene sus velas aromáticas encendidas, así que su apartamento huele a vainilla y a manzana y Ángela ya está en la cocina, sirviendo bebidas.
—Hola—la saludo con un beso en la mejilla y miro alrededor, descifrando si sus bebidas tienen alcohol—. ¿Cómo estás?
—Cansada, pero bien, ¿qué tal tú? La tuya es la de la pajilla rosa.
—Cansada también—alcanzo la piña colada y me detengo de beber.
Rose entra a la cocina en ese momento y abre un gabinete, sacando un paquete de palomitas.
—No tienen alcohol—dice ella—. Le dije a Ángela que no puedes beber—me sonríe desde el microondas y le doy una sonrisa agradecida.
—Dijo que estás tomando medicina, ¿para qué? —Ángela le da un trago a su bebida y ladea la cabeza, curiosa.
—Dermatológica—respondo, reutilizando la mentira que le di a la familia de Edward. Será mejor que me lo vaya creyendo para no arruinarlo cuando alguien pregunte.
—Ah—Ángela asiente—. ¿Qué te pasa?
—Ronchas, me salieron ronchas—digo en tono lastimero.
Ella hace un puchero y Rose me alza las cejas desde su lugar detrás de Ángela, orgullosa de mi habilidad para mentir.
—Rayos—dice Ángela.
El timbre suena y Rose atiende. Jessica carga un par de bolsas y se deja caer en el sofá. Nos mira desde ahí, rendida.
—Odio mi vida—se lamenta—. Odio ser planeadora de bodas.
—No creí que cargar flores sería tan estresante—se burla Ángela, yendo hasta ella y dejándole la piña colada en la mano.
Jessica se sienta y da un sorbo, el cabello cayéndole en el rostro.
—Mmm—se saborea—. ¿Tiene alcohol? Necesito alcohol.
—No, no se bebe entre semana—Rose responde desde la cocina, vaciando las palomitas en un cuenco.
—Jódeme—Jessica farfulla—. ¿Por qué mierda no tiene alcohol?
Camino hasta la sala y me siento en el pequeño sillón estampado de Rose.
—Porque Bella no puede beber y estamos siendo solidarias—Ángela le explica.
Jessica me mira mal y sacude su brazo, sacándolo de la correa de una de sus bolsas.
—Jódete, Swan. ¿Por qué no puedes beber? ¿Ya estás siendo una buena cristiana?
—No, imbécil—pateo su pierna—. Simplemente no quiero ser una alcohólica.
—Aguafiestas—masculla, mordiendo su pajilla y dando otro sorbo. Agita su mano, apurando—. ¡Vamos, vamos! Estamos aquí por los vestidos, ¿dónde están?
—Ugh, paciencia—Rose deja las palomitas en la mesa de centro—. Primero tienen que terminarse las palomitas. No dejaré que maniobren los vestidos con manos grasosas.
Jessica lanza un grito exasperado y se lleva un puño de palomitas a la boca.
Comemos mientras escuchamos a Ángela hablar sobre las preparaciones para el festival de primavera del jardín de niños.
Jessica arruga la nariz.
—¿Qué? Apenas estabas planeando lo de San Valentín la semana pasada.
—No fue la semana pasada—Ángela le frunce el ceño—. Ya es marzo.
—Como sea—Jess enseña las manos—. Demasiado trabajo. Gracias por recordarme que cargar flores no es tan complicado—finaliza, levantándose para ir al baño.
Todas golpeamos nuestras manos contra la mesa, al ritmo de tambores, cuando Rose está a punto de mostrarnos los vestidos.
—¡Voilà! —dice, cargando las perchas—. Contemplad vuestros atuendos—anuncia.
Ángela aplaude, emocionada.
—¡Vamos, Rose!
Rosalie cuelga los vestidos en su perchero y toma el primero.
—Bella, tú vas primero—me dice, tendiéndome el vestido en su funda—. Apresúrate.
Asiento feliz y corro hacia el baño.
El vestido, de color borgoña, tiene mangas mariposa sin hombros, un escote de corazón, un listón en la cintura con un ligero moño a un lado y también un corte en la pierna izquierda con espalda descubierta.
En verdad es sexy.
Y Rose no olvidó los bolsillos.
—¿Lista? —gritan desde la sala.
—¡La pregunta es si ustedes están listas! —les grito de vuelta, alisando el vestido y echándome el cabello atrás.
—¡Sal ahora! —ordena Jessica.
Abro la puerta lentamente y camino hasta ellas, que tienen un cojín frente a la cara, seguramente por petición de Rosalie.
—Pueden ver ahora—ella ordena.
Lanzan gritos y sus brazos van al cielo. Se apresuran hacía mí.
—¡Oh dios! Es divino, mira esto—Ángela agita la falda, apreciando el corte en la pierna.
—¡Y sin espalda! —Jessica está detrás de mí, echándome el cabello al frente.
—¡Y bolsillos! —anuncio, metiendo mis manos y girando sobre mi eje.
—¡Oh, Rosalie! ¡No olvidaste los bolsillos!
—¡Ni la piel! —coincide Jessica.
—Bueno, ¡vayan a probarse el suyo! —Rose las anima, aplaudiendo.
Ellas corren al perchero y Ángela va hacia la habitación de Rose mientras Jessica se encierra en el baño.
—En verdad es precioso, Rose—la felicito, mirando la prenda sobre mí—. Y sorprendentemente cómodo.
Ella me sonríe, alisando mi cabello y luego acomoda las mangas.
—Pueden usar zapatos negros—dice—. Y…—su voz baja hasta convertirse en un susurro—el tuyo necesitará más ajustes—me guiña.
Le sonrío, frotando mi vientre.
—Si—suspiro.
—¿Estás bien con el vestido? Es decir, ¿crees que todavía querrás usarlo para la boda? ¿no es demasiada piel?
—No lo sé. Justo ahora es perfecto—acepto, estirando mis brazos—, pero no sé si desarrollaré complejos.
—De cualquier forma, te verás preciosa. Radiante.
—Tendré que aceptar el hecho de que seré una bola con un trozo de tela encima, pero si—le sonrío y ella rueda los ojos.
—Apuesto a que te verás sexy. ¿Sabías que a los hombres les gustan las embarazadas? Algo sobre las caderas y las tetas… y sobre el instinto salvaje de marcar territorio y embarazar a una hembra.
Alejo sus manos, que revolotean a mí alrededor, con un golpe.
—Asqueroso.
—¡Es cierto! —afirma—. Es algo primitivo. Todos quieren follarse a una embarazada. Si no me crees, pregúntale a Edward. Apuesto que el hecho de recordar que estás embarazada de él lo pone caliente.
—No tengo qué preguntarle. Me lo hace saber muy bien. Y lo demuestra excelentemente.
Rose arruga la nariz, pero mantiene su expresión traviesa.
—Perra suertuda.
Carraspeo, incómoda, porque no sé a lo que se refiere. Si al sexo o al hecho de que estoy embarazada.
Ella lo capta.
—Hablo del sexo—me hace saber.
—Claro—pico su abdomen y ella se ríe bajito.
—Y de lo otro también—acepta.
No sé qué decirle, así que sólo miro mi vestido y ella ríe otra vez, frotando mi hombro. Ángela es la primera en aparecer en la sala.
—¿Qué tal? Díganle hola a mi espalda—nos guiña coqueta, echándose el cabello al frente.
—Ok, no es por presumir, pero nadie tendrá mejores pechos que yo—dice Jessica, saliendo del baño mientras los aprieta—. Miren esto, el escote perfecto para mí.
Sólo espera y verás, perra, pienso.
Oculto una sonrisa detrás de mi pajilla y bebo más piña colada.
Rose se ríe.
—No lo sé, Jess. Tal vez alguien más pueda apañarte—comenta Rosalie.
—Pff, claro—ella bufa, presumida.
Rosalie trabaja sobre Ángela mientras Jess y yo bebemos piña colada. Ella nos amenaza con no derramar nada sobre los vestidos. Jessica le resta importancia con un gesto de mano.
—Conocí a un chico—comienza—. En la fila de Wendy's. Se llama Mike.
—¿Es guapo? —pregunta Ángela—. ¡Auch, Rose, el alfiler!
—Lo siento.
—Bastante, si—Jess toma su teléfono y teclea en él—. Aunque es contador, lo que lo hace parcialmente aburrido.
—Ja, ¿parcialmente? —me burlo, tomando su celular y viendo la foto de este dichoso Mike. Tipo guapo, rubio y de ojos azules—. Oye, no está mal.
—¿Mal? Es súper guapo, Bella—Jessica refuta.
Le ruedo los ojos y Ángela alcanza el celular de mi mano.
—Oohh—canturrea, haciendo zoom—. Si, es guapo. No súper guapo, pero es guapo. Creo que Paul es más guapo.
—Ah, definitivamente—Rose concuerda, viendo la foto con el ceño fruncido, todavía de rodillas frente a Ángela.
Jessica rueda los ojos.
—Pero Paul es emocionalmente inaccesible y, además, no quiero hacerlo todo incómodo con Edward y Bella—explica.
Ellas asienten, pero Ángela le frunce el ceño.
—Ya te acostaste con él—nota.
Tanto Rose como Jessica la miran rápidamente, con miradas letales, en plan de "oye, idiota, no debiste haberlo dicho. Bella está aquí y recuerda que acordamos no decírselo."
—¿Qué? —entierro mis uñas en su brazo.
Ella se zafa, con un quejido.
—¡Nada! —chilla.
—Demasiado tarde—Rose masculla bajo su aliento y gatea hasta estar detrás de Ángela para ajustar la bastilla.
—¡Bien! ¡Si! ¡Me acosté con él! ¿Algún problema? —Jessica me enfrenta.
—Jess—me sobo la frente—. No terminó todo incómodo y jodido, ¿verdad?
—No, para nada—le resta importancia con un gesto de mano—. Todo terminó bien, fue sólo una vez ¿sí?
—¿Quién más lo sabe?
—No lo sé—se encoge de hombros y da otro sorbo—. Tal vez sólo ustedes. No creo que él vaya contándole a las personas ese tipo de cosas.
—¿Cuándo fue? —pregunto, con cejas arqueadas y consternada. ¿Qué si Edward lo sabe y tampoco me lo dijo? ¿Enserio creían que desataría una guerra?
—Eh…—Jessica se golpea la barbilla.
—Como en ¿noviembre? —ofrece Ángela.
—Seh, mucho después de Halloween—accede Jess—. Y fue en mi casa, así que no te preocupes—me sacude.
—Tengo algo que sé que te hará sentir mejor—Rose me sonríe desde detrás de las piernas de Ángela.
—¿Qué?
—¿Estás lista para esto? —alza las cejas—. Jake y Vanessa terminaron.
Y, sorprendentemente, si me hace sentir mejor.
—JA—me río—. ¿Desde cuándo? ¿Te lo dijo él?
—Nah, pero planeo preguntarle—me sonríe malévolamente—. Borró todas las fotos que tenía en su Instagram en donde aparecían los dos. Incluso borró su historia destacada—rueda los ojos.
—Eso no lo sabía y eso me hace jodidamente feliz—la señalo con mi pajilla, agitándola—. Gracias por eso, Rose. Y ahora… ¡a stalkear personas! —alcanzo mi celular y voy al Instagram de Jake.
—Que bueno—Ángela interviene—. No merece ser feliz.
—Ese pedazo de mierda—Jess lleva sus pies a la mesa de centro y apoya su cabeza en el respaldo del sofá—. Lo odio. Rose, será mejor que te des prisa porque ya estoy sudando el vestido.
—¡No lo hagas!
—Perdón por tener glándulas sudoríparas. Date prisa.
—Sólo… contenlo—Rose ordena.
—No es tan fácil como crees.
En efecto, Jake borró sus fotos con Vanessa. Incluso dejó de seguirla. Intento con el perfil de ella y es más de lo mismo.
—Debo decir que estoy más aliviada que feliz—les digo—. Esa chica parecía estar loca.
—Ugh, ¿recuerdas el circo en la fiesta de Eleazar? —Rose dice, levantándose con un quejido—. Listo, Ang. Jessica, tú sigues.
—¡Finalmente!
—No sientas simpatía por él, Bella—Ángela pica mi hombro y alcanza su piña colada—. Ugh, esto ya está caliente. Es un idiota que rompió tu corazón. Juro que sólo estaba esperando la oportunidad para que accedieras a ser su novia.
—Seh—Jessica dice—. Era tan obvio que estaba enamorado de ti. Intentó meterte sus sentimientos como si estuviera metiendo carne molida a un guante.
Rose revolotea a su alrededor, tomando medidas y alfileres.
—Y luego terminó contigo con su estúpida excusa de "nos estamos apartando" ¿sabes qué debiste haberle dicho? —Ángela coloca sus manos en las caderas—. Debiste decirle "¿apartando? ¿de qué mierda hablas? Nunca estuvimos entrelazados."
—Y justo cuando tu padre falleció—añade Jessica.
—Lo hizo antes. Él no sabía que eso pasaría—les recuerdo.
—Si, pero, aun así, el sólo hecho de terminar contigo. Pff, ¿quién termina con Bella Swan? ¡Nadie! Tuvo jodida audacia, eso es lo que tuvo—continúa.
Rose se ríe entre dientes.
—¿Qué harías sin amigas como ellas? —me pregunta.
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Un sonido agudo me despierta de pronto. Un sonido agudo que se repite.
Tanteo mis alrededores rápidamente, descubriendo que Edward aún no regresa y mi corazón se acelera cuando el timbre suena otra vez.
El reloj marca las 3:43 AM y mi celular vibra con un mensaje.
Lo alcanzo, entornando los ojos ante la luz.
Es Seth.
Seth: Bella, somos nosotros. Abre la puerta. Y rápido.
Parece ser que el karma es el novio de Bella ;)
¿Y qué creen que haya pasado? ¿Por qué Edward no ha regresado? ¿Por qué están, siquiera, llamando a la puerta de Bella en la madrugada?
