Descargo de responsabilidad: ni los personajes ni el argumento original me pertenecen. Esta historia está ligeramente basada en el webtoon Positively Yours, así que si hay algo que os resulte familiar, ahí tenéis la razón.

Advertencia: no sé cuándo volveré a actualizar, sólo sé que llevaba meses intentando escribir, y es la primera vez que me siento bien y satisfecha con algo que hago.


◉○ Punto y aparte ○◉

«Akane Tendo tiene el corazón roto: el hombre que ama va a casarse con su hermana. No obstante, no es nada que una noche de fiesta y tal vez un apuesto desconocido no puedan solucionar. Pero lo que en un principio iba a ser una aventura de una noche tiene consecuencias, y el destino parece empeñado en unirla a Ranma para siempre»


III


Voy a salir a buscar un camino que me saque del fondo del mar


Tras perder cualquier atisbo de dignidad en los cuartos de baño de la oficina, Akane lo único que deseaba era esconderse bajo sus mantas y llorar hasta quedarse dormida. Yuka, por supuesto, no podía estar menos de acuerdo, así que tres horas más tarde, de camino al diminuto apartamento que compartían en un modesto barrio de Tokio, había pedido refuerzos en contra de su voluntad.

Sayuri y Akari habían abusado de sus privilegios de llave y las estaban esperando con una botella de vino y pollo frito en el salón. Yuka las debía de haber puesto en situación, porque Sayuri, quien había sido testigo del encaprichamiento de Akane durante toda su adolescencia y le había acariciado la espalda aquella tarde en que su hermana por fin confesó tener sentimientos por Tofu, no tardó en envolverla en un abrazo cargado de compasión.

Akari se limitó a poner cara de circunstancias, y Akane se lo agradeció. Aunque le caía bien y desde que se conocieran hacía un año, cuando Sayuri se las presentó como su nueva compañera de piso, habían establecido las bases de una fuerte amistad, Akari aún era, en ciertos aspectos, una extraña.

—Vas a estar bien —decretó Sayuri cuando se separaron, como si pronunciar aquellas palabras con la firmeza suficiente fuera todo lo que necesitaba para hacerlas realidad —. De todas formas, Tofu nunca me gustó para ti, ¿sabes?

Akane ni siquiera trató de disimular su mueca. Sayuri le había dejado muy claro lo que pensaba de Tofu desde la primera vez que presenciara el espectáculo que daba cada vez que veía a Kasumi. Entre los adjetivos que le había dedicado aquella tarde, se encontraba «patético», «cobarde» y «ñoño». Y esos habían sido los más amables.

No obstante, para Akane había sido precisamente eso lo que le resultaba tan atractivo, aunque a los dieciséis años no había sido capaz de explicárselo a sus mejores amigas. Que un chico (por aquel entonces) tan seguro en sí mismo, en sus calificaciones y en sus habilidades, perdiera los estribos con tan sólo ver al objeto de su amor le había parecido fascinante. Con los años, Tofu había dejado atrás el tartamudeo y los temblores nerviosos, y ¿acaso no había sido esa transformación de adolescente en hombre lo que había terminado por enamorarla?

Akane se sorbió la nariz y aceptó la copa que le ofreció Akari. De dónde se la había sacado era todo un misterio; cuando se habían mudado al pequeño apartamento de dos habitaciones, la vajilla había sido la última de sus preocupaciones y hasta el momento se conformaban con beber cerveza de lata o en cualquier recipiente que tuvieran limpio, que solía ser una taza para el café.

—Yo no conozco a ese tal Tofu —dijo Akari con su engañosa voz suave. Akane alzó la vista del oscuro líquido que le prometía al menos unas horas de olvido para encontrarse con sus ojos castaños—. No sabría decir si era bueno para ti o no. Pero lo que sí sé —añadió, acariciándole el dorso de la mano con los dedos— es que eres una de mis mejores amigas. Eres amable, inteligente y preciosa, una de las mujeres más valientes que conozco. Si ahora lo que necesitas es llorar, llora. Pero, en mi opinión, si ese Tofu no supo reconocer lo que tenía delante, si su corazón siempre le ha pertenecido a otra persona, lo mejor que puedes hacer es celebrar que el tuyo ahora es libre de encontrar a alguien que te pertenezca sólo a ti.

Si le hubieran quedado lágrimas que derramar, Akane habría hecho eso en ese preciso instante. Oh, pero no por Tofu, no. Las tiernas palabras de su amiga habían sido tanto un consuelo como un recordatorio: de que Tofu, en efecto, sólo había tenido ojos para su hermana desde siempre. De que Akane Tendo era más que una mujer con el corazón roto.

—Oh, ven aquí —murmuró.

Akari era una mujer pequeña, más incluso que Akane, por lo que no resultó difícil rodearla por los hombros con tan solo un brazo. Al mismo tiempo, Sayuri, quien al parecer lo había oído todo y no poseía el don de la oportunidad, profirió:

—¡AMÉN!

De fondo, le pareció oír el peculiar sonido de piel chocando contra piel y supo sin lugar a dudas que Yuka acababa de cubrirse el rostro a causa de la vergüenza ajena que le provocaba su amiga. La carcajada que nació en su pecho y encontró la libertad entre sus labios resonó en el insignificante salón que también utilizaban de comedor y cuarto de invitados, de forma simultánea en muchas ocasiones. Sayuri, para sorpresa de nadie, fue la primera en unirse con otra carcajada y pronto fueron las cuatro las que se reían a mandíbula batiente.

La noche acabó pronto, sin embargo. Al día siguiente todas tenían responsabilidades: Sayuri con implacables niños de preescolar que olían el miedo y la debilidad y no tendrían la más mínima compasión si se atrevía a presentarse en clase con resaca, Akari con un grupo de residentes a los que tenía que asistir durante una cirugía a primera hora de la mañana y Yuka y Akane con el mismísimo Satanás en persona.

—Pero no os preocupéis —les dijo Sayuri desde el umbral de la puerta con las mejillas sonrosadas por el alcohol y los ojos brillantes de la emoción—. ¡Este viernes salimos de fiesta a celebrar! Tengo en mente el sitio perfecto. Sólo tengo que hablar con un amigo…

Y así, la noche del viernes se convirtió en la única motivación de Akane para superar esa semana, a pesar de que las discotecas y los clubes nunca le habían gustado demasiado. Tal vez lo que necesitaba era eso, se dijo esa misma noche mientras se preparaba para irse a dormir e ignoraba las tres llamadas perdidas de su madre. Salir por la ciudad, tomarse unas cuantas copas con sus mejores amigas y, por qué no, tal vez conocer a alguien interesante…

(…alguien que también la considerara a ella, Akane Tendo, interesante, alguien que la viera como algo más que una hermana pequeña. Alguien que la mirara con deseo, con fervor, alguien que tal vez pudiera amarla…)

Por supuesto, Satanás sólo alimentó sus ganas de perderse en el fondo de una botella durante los siguientes días. No tenía cómo probarlo, pero estaba segura de que le había puesto la zancadilla el miércoles mientras volvía de comer, y le había robado el yogur que se había guardado para la merienda.

Y el jueves, cuando todas las miradas se desviaron al suelo y un silencio sepulcral invadió las oficinas, tan sólo interrumpido por el repiqueteo de sus inconfundibles tacones, no tuvo que levantar la vista de su monitor para saber que se dirigía hacia ella.

Por instinto, Akane guardó el documento sobre el que estaba trabajando y se envió una copia de seguridad a sí misma. Era imposible predecir cómo acabarían sus pequeños encuentros con Kodachi, pero si de algo estaba segura es que su trabajo casi siempre salía perjudicado. Por el rabillo de ojo, notó que Yuka le hacía señas, aunque no sabía si le estaba pidiendo que mantuviese la calma o le hacía sugerencias para acabar con Kodachi de la forma más eficiente (y menos sangrienta).

—Tendo —dijo Kodachi, deteniéndose frente a su escritorio en una postura que Akane sólo asociaba con modelos de pasarela. Y de las buenas.

Con lo guapa que era y lo que llevaba puesto, bien podría haberlo sido. A diferencia de Akane, quien ese día sí había respetado el código de vestimenta y se había puesto un aburrido conjunto de camisa blanca y falda negra, Kodachi vestía unos vaqueros ceñidos, un top sin mangas de color plateado que resaltaba el acero de sus ojos grises y sandalias a juego, desafiando las últimas semanas del invierno japonés.

(… a Akane le faltaban varios centímetros de altura y una buena dosis de valor, le sobraban curvas y unos cuantos kilos, para atreverse a lucir un modelito tan espectacular…)

La pobre señora Kimura se había retorcido en su asiento esa mañana al verla, pero ni siquiera ella tenía el poder de enfrentarse a la hermana del hombre que pagaba su salario. Aunque no estaba escrito en ninguna parte, todo el mundo sabía que cualquier persona de apellido Kuno tenía el poder de despedirlos en cualquier momento, por cualquier razón.

Akane necesitaba mantener su empleo, por lo que envió al cielo una rápida plegaria y suspiró.

—Kodachi —pronunció con el mismo entusiasmo que sentía cuando tenía que matar una cucaracha que se había colado por el desagüe.

—Sólo quería recordarte la suerte que tienes de formar parte de nuestra empresa —respondió la mujer que era tan hermosa como cruel en ese fastidioso tono condescendiente que reservaba solo para ella—. A pesar de las circunstancias… especiales… de tu contrato, estoy segura de que entiendes lo que te quiero decir, ¿no es así?

Su ceja arqueada dejaba claro a qué tipo de circunstancias especiales se refería, aunque la proposición que le había hecho Kuno el día de su graduación había sido de todo menos indecente y Kodachi lo sabía mejor que nadie, pues los había acompañado todo el rato. Detrás de ella, Mayumi Fuwa, la diseñadora gráfica que venía a media jornada y había empezado a trabajar en la agencia más o menos al mismo tiempo que Akane, ni siquiera trató de disimular la risita cruel y despectiva que solo Akane era capaz de motivar, al parecer.

Akane contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. Por dios y todas las deidades del universo que no entendía cómo era posible que le gustase Kuno, de entre todos los hombres de Japón.

—Al menos hoy te has… aseado —continuó Kodachi, su voz cargada de indulgencia malintencionada.

Esta vez, Akane reprimió las ganas de tirarle el monitor a la cabeza. No obstante, era un impulso que, afortunadamente, tenía que controlar por lo menos tres veces a la semana (que coincidía, más o menos, con los días en que Kodachi se dignaba a trabajar de forma presencial), así que no le resultó difícil cruzar los brazos sobre la mesa y ofrecerle a más-o-menos-jefa una sonrisa de lo más profesional que la hizo retroceder al menos un paso.

Akane había dominado hacía tiempo la habilidad de sólo sonreír con los labios, al fin y al cabo. Sus ojos, en cambio, delataban la sed de sangre que sentía en ese momento. Y prefería aceptar una cita con Kuno antes que controlar esa expresión en particular.

—Me alegra que aprecies mis esfuerzos —respondió con el mismo tono de voz.

Kodachi entrecerró los ojos con suspicacia, incapaz de detectar su sarcasmo, pero poco convencida de que Akane estuviera siendo completamente honesta.

—Ahora, Kodachi —añadió sin ninguna intención de ayudarla en lo más mínimo a salir de dudas—. Agradezco tu recordatorio semanal sobre cómo ganarme mi salario— Akane sonrió, si era posible, todavía más ampliamente—. Tengo entendido que trabajando, y esas cosas. Y fíjate tú, que creo que estaba haciendo justamente eso hasta hace un par de minutos… —Se llevó una mano a los labios para ahogar un jadeo de más bien poca sorpresa—. Pero oye, que no te entretengo más. Estoy segura de que tú también tienes faena a la que regresar, no te quito más tiempo. Con lo mucho que se esfuerza la señorita Fuwa en gestionar tu agenda…

Cualquiera que estuviera en posesión de dos neuronas funcionales habría entendido el trasfondo burlón que se escondía en sus palabras. No obstante, y por suerte para Akane, aunque Kodachi también se había graduado de la Universidad de Tokio, nadie podía afirmar que fuera gracias a su inteligencia. Ni siquiera su propio hermano. Además, prefería invertir la mayor parte de sus esfuerzos mentales en descubrir los límites de la mala educación.

Como consecuencia, tan sólo Yuka reaccionó (y tal vez la señora Kimura, aunque con mucho más disimulo y elegancia) a sus palabras. Al escuchar la carcajada seca de su amiga, Mayumi Fuwa se puso de un curioso tono morado que le recordaba al exterior de las ciruelas maduras. Sin embargo, por su ceño fruncido, estaba claro que sólo sabía que se estaban riendo de ella, aunque no por qué.

Akane se habría sentido culpable si no fuera porque, más a menudo que no, Mayumi la trataba igual o incluso peor que Kodachi. Y, aunque técnicamente debía recibir órdenes de Akane para hacer las creatividades de las campañas, a día de hoy todavía podía contar con los dedos de una mano las veces que lo había hecho sin necesidad de que Kuno interviniera por ella.

Mayumi se había sacado la carrera de diseño gráfico en una universidad que no aparecía en ningún registro oficial, pero conocía a Kodachi desde la secundaria, cuando practicaban gimnasia rítmica juntas. Aunque tenía cierta destreza con el diseño digital, gran parte de su (media) jornada laboral consistía en concertar y cancelar reuniones en nombre de Kodachi y fulminarla con la mirada.

Antes de que le diera tiempo de sentir pena por quien parecía ser la única persona capaz de aguantar al mismísimo demonio durante más de diez minutos seguidos, Kodachi refunfuñó entre dientes y giró sobre sus afiladísimos tacones. Al parecer, ya había cumplido con su misión diaria de estropearle las horas que le quedaban para poder fichar e irse a casa.

—¡Mayumi! —convocó, y con la nariz en alto y un contoneo de caderas casi hipnótico se dirigió a su despacho a hacer lo que fuera que hicieran las hermanas del director general de una agencia de publicidad digital.

La señora Kimura aseguraba que entre las responsabilidades contractuales de Kodachi se encontraban hacer relaciones públicas y gestionar las cuentas más exclusivas de Kuno Media, pero Akane, tras ocho meses de contrato, todavía no la había visto realizar ninguna de las dos cosas.

—Cada semana es la misma historia —comentó Yuka, acercándose desde su trinchera tras la barra de la kitchenette—. Toma, para que a la próxima tengas algo con lo que desahogarte. Querría habértela dado hoy —dijo, señalando con un aspaviento la pelota de goma que acababa de depositar frente a ella—, pero se me ha adelantado ese mal bicho.

Akane se rió al mismo tiempo que la señora Kimura las mandaba a callar con un silbido escandalizado.

Cogió la pelota con su mano derecha y apretó con todas sus fuerzas. Cuando el material se encogió a un tamaño que casi desafiaba las leyes físicas del universo, frunció el ceño.

(…el cuello de Kodachi nunca cedería con tanta facilidad, y la cárcel era uno de los pocos destinos que se había prometido a sí misma nunca visitar, pero por un segundo fantaseó con cerrar los dedos alrededor de su pescuezo y apretar apretar apretar hasta que al menos la tratara con respeto…)

—Gracias —respondió—. Pero ni todas las pelotas del mundo lograrían calmarme en presencia de Kodachi —apuntó antes de guardar el artilugio rápidamente en su bolso y encender de nuevo el ordenador, que tras varios minutos de inactividad había entrado en suspensión.

Akane tardó unos minutos en recordar dónde se había quedado.


A/N: mi ig es _mago97

Hello! Pues he terminado, al fin, mi TFM. También he terminado con mis pocas ganas de existir, pero las estoy recuperando poco a poco. ¿Qué os ha parecido este capítulo? Personalmente, nunca me he topado con un abusón del calibre de Kodachi en el trabajo, pero sí con personitas que se creen el centro de la empresa, ¿y vosotr s?