Pobres Almas En Desgracia
"Admirada Tú Serás Si Callada Siempre Estás"
ADVERTENCIA: Este capítulo contiene alusiones ligeras a maltrato/negligencia animal. Sin embargo, todos los escenarios descritos son puramente ficticios. Ningún animal fue lastimado durante la escritura de este fic.
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Oscuro, todo a su alrededor estaba completamente oscuro.
"Fuera del agua, bajo el calor del sol, un hombre ser."
Su mente era un remolino borroso de imágenes y sensaciones abstractas. El sonido de las olas reventando sobre la playa, el brillo del sol, el viento soplando sobre su piel. Huellas de pies sobre la arena. Patadas de artes marciales. El retumbar de aquella voz abisal que había creído escuchar cuando fue absorbido dentro de la caverna.
"En tierra firme, tomar sus manos y verla sonreír."
La princesa.
La princesa y sus ojos cálidos, su voz suave.
...
Ranma despertó de un sobresalto, aleteando por instinto, y se golpeó la cabeza con la superficie rocosa de una caverna en la que no había estado antes.
Se encogió al sentir el porrazo y se llevó una mano a la frente para sobar la zona afectada, tragándose la exclamación de dolor que se le había anidado en la garganta. Le tomó un par de segundos recomponerse lo suficiente para mirar a su alrededor y asimilar el entorno.
Al parecer se encontraba en una cueva natural, tenuemente iluminada por diminutos calamares bioluminescentes. No estaba completamente seguro de qué eran todos los objetos acumulados en el suelo pero muchos de ellos se parecían a la basura que a veces se encontraba entre los restos de naufragios humanos. Por lo poco que alcanzaba a distinguir, el lugar era una verdadera pocilga, además de que parecía haber estado abandonado por años.
O al menos el único uso que se le podría haber dado era el de almacén de desperdicios.
Estaba examinando las paredes en busca de una salida cuando detectó movimiento en el rabillo del ojo. Al girar la cabeza, se encontró con una pequeña cecaelia que parecía estar en su segunda infancia, mirándolo con una sonrisa expectante, para luego acercarse hasta invadir su espacio personal sin ningún miramiento.
–¿Quisiera presentarse con la clase, señorita recién llegada? –preguntó la pequeña con voz infantil.
Ranma frunció el entrecejo.
–¿Dónde estamos? –preguntó a su vez, sin molestarse en responder.
–En el salón de las lecciones, por supuesto. –la cecaelia mantuvo la cordialidad, aunque su sonrisa se tensó, visiblemente contrariada.
Ranma echó otro vistazo a sus alrededores. Ciertamente, era fácil reconocer que algunos de los pedazos podridos de barco y cachivaches variados estaban acomodados para simular muebles, un tablero al fondo de la caverna y lo que parecía ser el intento de una estantería.
Miró de nuevo a la cecaelia, quien sonreía como si nada estuviera fuera de lugar.
–Por supuesto... –repitió con sarcasmo. Eso se ganaba por esperar respuestas coherentes de una mocosa.
Se enderezó con cuidado, notando que el techo de la cueva era muy bajo como para flotar cómodamente de forma vertical, al menos para él. La enana ondulaba sin problemas.
Aún estaba un poco adolorido por todos los golpes y tenía pequeños raspones en los brazos pero nada que fuera de importancia. Hizo un recuento rápido del resto de su cuerpo. Bien. Nada parecía estar fuera de lugar. Nada de fracturas ni heridas significativas.
Ahora lo único que importaba era buscar una forma de salir de ese agujero mohoso y llevar a aquella cría a salvo de vuelta con sus padres.
Sin prestar atención a lo que la chiquilla seguía parloteando, Ranma recorrió la vista por las paredes de la caverna, solo para comprobar que no había ninguna salida visible. Incluso el agua a su alrededor se sentía estancada y tan sobrecargada de impurezas que le costaba un poco respirar. No entendía cómo demonios pudieron haber terminado en ese lugar, ni qué decir del resto de la basura.
Después de examinar con más detalle la colección de cosas amontonadas a su alrededor en el precario espacio, Ranma tuvo que admitir para sí mismo que algunas de ellas parecían realmente interesantes. Una de ellas le llamó particularmente la atención y fue al acercarse a recogerla que reparó que lo que antes había catalogado como montones de basura, en realidad eran pupitres improvisados.
Más importante, era que todos ellos estaban ocupados por muñecos que, aunque viejos y raídos, definitivamente desentonaban con el resto del decorado por su elaboración detallada y materiales sofisticados.
Ranma conocía esos muñecos. Los había visto muchas veces, adornando su habitación en el palacio durante toda su infancia.
–... los pechos al agua? Eso no es digno de una sirenita. –escuchó decir a la cecaelia –, yo le enseñaré a ser una dama entre las damas.
Y entonces todo cobró un nuevo sentido.
–Usted es la institutriz real –murmuró casi para sí mismo.
Apenas recordaba haberla visto deambulando en el palacio cuando era pequeño, pero por razones que nunca nadie consideró importante explicarle, se había esfumado dejando atrás solo rumores indefinidos acerca de un exilio. De lo único que estaba seguro era que ella era la razón por la que mostrar demasiado interés por cualquier cosa que tuviera que ver con los humanos no era bien visto dentro del palacio y comúnmente se le asociaba con brujería.
Porque en lo que sí coincidían todos los rumores es que en cuanto dejó la vida de la nobleza, la institutriz real se había convertido en una bruja del mar. Las doncellas del palacio habían sido muy claras en sus advertencias de que nunca debería interactuar con la bruja si llegaba a cruzarse en su camino.
La bruja del mar era peligrosa. Las únicas veces que las doncellas llegaron a hablar de ella fue con miedo, como si con solo mencionarla pudiera invocar una maldición sobre sus cabezas.
Ranma estaba seguro de que tenía que ser ella, reconocía su larga cabellera castaña de sus recuerdos, aunque algo le daba la sensación de que la institutriz real no solía verse como una niña tan pequeña.
–¿Dijo algo, señorita...?
–¡Usted fue al mundo de los humanos! –exclamó Ranma, agitado.
–Ah, sí, los dulces humanos –rememoró la cecaelia juntando las manos con una expresión soñadora en el rostro, –¡son muy deliciosos!
–¿Es cierto eso? –insistió Ranma, comenzando a impacientarse, –¿usted sabe cómo salir a la tierra firme?
–No, no. La tierra no es deliciosa, los dulces...
Entonces, fue cuando la vio.
Estaba en la parte más oculta de la cueva, parcialmente cubierta por una fina capa de musgo. Una caja de vidrio. Sin embargo, no se veía como todas aquellas piezas que Ranma había encontrado en los restos de naufragios, algo brillaba en su interior de una forma casi siniestra.
Un movimiento rápido y afilado del otro lado del cristal le incitó acercarse a inspeccionar.
De cerca resultaba evidente que la caja estaba llena de aire, apuntalada precariamente con trozos de piedra y más basura humana, de modo que el agua no pudiese entrar a través del fondo abierto en la parte de abajo. Ranma pasó una mano suavemente sobre la lisa superficie, limpiando un poco de musgo para espiar hacia el interior.
Dentro de la caja se alojaba una pequeña criatura, perteneciente a una especie que solo vivía fuera del mar. Ranma los había visto en el cielo, misteriosos animalillos que por alguna razón inexplicable podían nadar en el aire. Este en especial era un poco rechoncho, de color beige y diferentes tonos de café.
Acomodados de la misma forma descuidada que el resto de la basura dentro de la cueva, unos cuantos pedazos rotos de coral y algas secas ofrecían una burda imitación de plantas terrestres dentro del tanque, y amontonada sobre la malograda plataforma, se escurría hacia el exterior una sustancia pastosa que parecía ser alguna clase de alimento.
Ranma nunca había visto un animal como ese y mucho menos tan de cerca, pero estaba casi seguro de que no era de los que comúnmente se encontraban cerca de la costa.
–Tengo que ir –susurró convencido, prácticamente sin parpadear para no perderse ni un solo detalle de la misteriosa criatura que tenía en frente.
Volteó a ver a la bruja, quien seguía con su perorata acerca de los dulces humanos.
–Por favor –la interrumpió, –dígame cómo puedo ir al mundo de los humanos, no importa lo que cueste, ¡haré lo que sea!
La bruja hizo un puchero. Guardó silencio y lo miró pensativa por unos minutos.
–Es de mala educación interrumpir a tus mayores.
Ranma se mordió los labios para evitar rodar los ojos. Nunca había tenido mucho interés en seguir las reglas de etiqueta, y de cualquier forma, esa mocosa no parecía ni siquiera haber empezado la pubertad.
–Aunque es verdad que tienes una voz muy linda. –agregó la bruja para luego darse toquecitos el labio con el dedo índice mientras miraba pensativa hacia el techo de la cueva.
Ranma tragó saliva con dificultad. Su hermosa voz era una cualidad muy preciada para muchos de los que vivían en el palacio, pero no para él. Si bien guardaba cierto recelo hacia su timbre agudo y dolorosamente femenino, tampoco podía negar su utilidad por completo.
Ranma tragó con dificultad, antes de hablar con voz temblorosa.
–Está bien. Se la daré.
La bruja del mar sonrió de una forma tan infantil que Ranma no pudo comprender por qué demonios se sentía tan amenazado. Se zambulló en uno de los montículos de basura más altos y estuvo revolviendo cacharros oxidados y pedazos rotos de caparazones durante un buen rato. Cuando por fin emergió triunfante, sostenía en las manos un monedero en forma de un monigote peludo con orejas alargadas.
–Ahora canta, –ordenó con avaricia.
Ranma inhaló profundamente y al cerrar los ojos, pensó en la princesa humana. Cantó suavemente, todo lo que le hubiese gustado cantarle aquella madrugada en la que la observó dormir sobre la playa. Cantó todo lo que jamás podría cantarle, a cambio de la oportunidad de volver a verla.
Solo quería volver a verla.
Por el momento, eso tendría que bastar.
La bruja sostuvo el monedero con una mano, asegurándose de que la abertura apuntara hacia Ranma y, estirando el otro brazo hacia el lado derecho, dibujó un círculo en el agua frente a ella mientras canturreaba unas palabras que a Ranma le parecieron sinsentido.
Ranma sintió como una fuerza sobrenatural le desgarraba la garganta, un calor que fue subiendo en intensidad hasta quemarle por dentro y sintió fluir a través de su boca, hacia el monedero, donde se concentró como una esfera de luz dorada.
Instintivamente se llevó las manos al cuello, y le sorprendió no encontrar ahí nada fuera de lo común. Nada excepto un extraño vacío que subió, lenta, casi glutinosamente, hasta deslizarse sobre su lengua cuando intentó decir algo.
–¡Muy bien! –la felicitó la bruja, con el tono condescendiente de una niñera de preescolar.
Ranma frunció el ceño y trató de no pensar demasiado en lo que acababa de hacer, mientras la bruja flotaba suavemente hacia el frente de la caverna. La chiquilla tomó una moneda del cofre que tenía sobre la mesa. Ranma no entendía qué podía tener de especial una moneda, él mismo poseía una colección bastante extensa de todas las que había encontrado en barcos hundidos. Los humanos también tenían miles de ellas, y por alguna razón siempre se aseguraban de llevar varios montones en sus barcos, seguramente porque el peso evitaba que flotaran más arriba de la superficie o algo por el estilo.
Ranma no pudo evitar encogerse un poco al ver a la bruja arrancarse uno de sus largos cabellos castaños para pasarlo a través del orificio cuadrado en el centro de la moneda y atar ambos extremos a modo de collar.
–Cuando pases por el túnel, tienes que ponértelo. –le ordenó mientras le entregaba la moneda. –Es muy importante que no te lo quites nunca. –advirtió seriamente la bruja.
Acto seguido, la mocosa empujó varios artículos con los tentáculos y aventó otros más por encima del hombro hasta descubrir una abertura en la pared, lo suficientemente grande para que Ranma pudiera salir a través de ella.
–Por aquí llegarás al mundo de los humanos, pero recuerda ponerte la moneda que te di y seguir la corriente principal.
Ranma asintió, nadando hacia el agujero, pero la bruja lo detuvo extendiendo un tentáculo frente a su cara.
–Es muy importante que pienses en tu deseo, pero no en uno cualquiera, sino en el deseo más profundo y verdadero de tu corazón –advirtió dramáticamente.
Ranma rodó los ojos, torciendo la boca. Estaba demasiado ansioso para perder el tiempo con instrucciones innecesariamente específicas.
–¡Esto es serio, señorita! –insistió la bruja, apretando los puños y agitándolos en el agua. –Si algún pensamiento perdido llegara a colarse en tu mente durante el viaje, podría contaminar los resultados de formas inimaginables.
Ranma le dedicó una mirada incrédula, pero al menos accedió a escuchar su perorata.
–Olvídate de cualquier capricho frívolo, despeja tu mente y concéntrate en lo que más quieres por encima de todo. Si tratas de engañar a la magia, te irá mal.
Ranma asintió, aburrido, pero para la bruja fue suficiente.
–Cuando llegues al centro de la cueva, ponte el collar y sabrás a dónde tienes que ir.
Y con esas últimas palabras, la bruja lo empujó a través de la abertura.
Fue así que Ranma se vio por segunda vez arrastrado por la corriente, chocando contra la rocosa pared de un pasaje oscuro y completamente desorientado. Cerró los ojos para concentrarse en percibir el flujo del agua, siguiéndolo en vez de resistirse a él. Aspirando hondo para reprimir su desagrado, se colgó la moneda al cuello. Enseguida se vio inundado por un burbujeo de anticipación y nervios revoloteándole en el estómago de solo imaginar lo cerca que estaba de poder estar frente a la princesa de nuevo.
Después de unos minutos de deslizarse a través del túnel, sacudió la cabeza para despejar su mente y se enfocó en visualizar el deseo más importante de su corazón.
"Ser un hombre de verdad. Un hombre completo."
Delgadas corrientes iluminadas empezaron a fluir a su alrededor. Un hilillo de puntos dorados marcando apenas el camino.
"Artes marciales. En el mundo de los humanos."
Ranma volvió a cerrar los ojos, en un esfuerzo por contener el deseo irrefrenable que brotaba desde el centro de su pecho. Nunca en su vida había deseado nada con más fuerza. El hilo de luz se intensificó y entre los tonos dorados se empezaron a divisar destellos de otros colores.
"La sonrisa de la princesa."
Apretó los puños para contener su temblor. Más que nunca, sentía ese impulso, ese anhelo que lo llamaba. Hacia la superficie, hacia ella. Un cosquilleo electrizante le recorría todo el cuerpo de solo imaginar lo cerca que estaba de volver a verla.
Del hilo de luz empezó a emanar un resplandor rosado, casi rojo.
–Tienes que casarte con la mujer que rescataste. La princesa del reino de los humanos.
El sobresalto fue tal que Ranma abrió los ojos de golpe. Esa voz no estaba dentro de su cabeza. Era el mismo vozarrón ancestral que había escuchado retumbar cuando fue arrastrado a la cueva junto con su padre. Viajaba claro y firme a través de los túneles submarinos, desde el recoveco más profundo de la caverna y a la vez emanaba de las mismas paredes que se cernían a su alrededor.
Ranma disminuyó la velocidad pero siguió dejándose arrastrar por la corriente.
–Si la princesa aceptara casarse con otro, la primera mañana después de su boda...
–¡No, no, espera! –intentó protestar Ranma a la vez que se sonrojaba, pero de su garganta no brotó más que silencio ahogado.
Aleteó en el poco espacio que le permitía la gruta, asiéndose a las rocas con las manos en un intento por retroceder contracorriente o al menos aminorar la velocidad con la que avanzaba. El hilo de luz se dividió en dos cadenas delgadas que continuaron en forma de espirales de colores diferentes.
–Si no te casas con la princesa, nunca podrás ser un humano de verdad. Solo ella puede anclarte al mundo de los humanos y con su amor verdadero, convertirte en parte de su especie.
Ranma se tensó y por un momento dejó de luchar contra la corriente. Bajó la vista, hasta encontrarse con esos horribles senos que tanto odiaba. Ese cuerpo maldito en el que había estado atrapado por más tiempo del que jamás habría creído poder soportar. Dolía. Cada segundo.
Tragó duro y apretó los dientes, rumiando en su miseria.
–Ni siquiera nos conocemos –pensó con amargura, frunciendo el ceño y apretando los ojos.
–Debes lograr que ella te ofrezca su corazón –prosiguió la voz–, si no lo hace, te convertirás en espuma y regresarás a formar parte del mar.
Ranma se resistió un par de segundos más antes de asentir débilmente. La condición no terminaba de agradarle pero decidió que se preocuparía por eso cuando llegara el momento. Incluso si terminaba convertido en espuma, no podía ser peor que volver al palacio, a la vida miserable en que había estado prisionero hasta ahora.
Una vida en la que sería obligado a ser todo lo que no era, y lo que nunca querría ser: la reina del mar, pero sobre todo, la esposa de Tatewaki.
Un escalofrío de repulsión le recorrió todo el cuerpo.
No, eso jamás. Ningún precio era demasiado alto para huir ese destino tan nefasto.
La corriente aumentó de fuerza, arrastrándolo con insistencia. Ranma aflojó los puños y aleteó para aumentar la velocidad, entregándose a su destino con una determinación inquebrantable.
Por un glorioso momento, resultó completamente liberador.
Hasta que se dio cuenta que no avanzaba tan rápido como debería, incluso con la ayuda de la corriente. El agua se sentía mucho más fría sobre su piel que hacía unos cuantos segundos. La vista se le nubló y del camino luminoso que lo había estado guiando ya solo alcanzaba a distinguir el brillo multicolor difuminado.
No podía respirar.
Boqueó desesperado pero el agua salada que inundó su boca le quemó la lengua, y al pasar por su garganta solo le provocó ardor en vez de aliviar su asfixia.
Apretando los ojos para calmar el ardor que le provocaba la sal, se impulsó como pudo, braceando con todas sus fuerzas cuando tenía espacio y escalando cuando la pared rocosa se cerraba a su alrededor, casi estrangulándolo. La piedra se sentía mucho más filosa bajo sus dedos, pero en poco tiempo se le entumecieron las manos tanto por el dolor como por el frío.
Estaba a punto de perder el conocimiento cuando la oscuridad se disipó para dar paso a una luz cegadora. El túnel se abrió de repente y Ranma salió disparado hacia el mar abierto, empleando sus últimas fuerzas en nadar lo mejor que pudo hacia donde solo podía suponer que estaba la superficie. Los ojos le escocían, la boca le sabía amarga y un ardor salado le recorría desde la nariz hasta la garganta. El frío le calaba hasta los huesos y la falta de oxígeno le punzaba en los pulmones. Temió que moriría.
Estaba seguro de que se ahogaría cuando con un salto triunfante, finalmente atravesó la frontera entre el mar y el cielo, aspirando el aire a grandes bocanadas. Ávidamente, como si fuera la primera vez. Como si acabara de nacer.
Estando tan cerca de la muerte, nunca se había sentido tan vivo.
Le tomó unos cuantos minutos recuperar el aliento, flotando boca arriba, tosiendo entre pesados jadeos y tiritando hasta que el sol le quemó la piel de una forma que nunca antes había experimentado. El brillo era tan fuerte que le deslumbraba si intentaba abrir los ojos.
Nadó sin prisa un par de metros hasta llegar a la orilla en la que se dejó caer colapsando sobre la arena y las rocas, con los ojos cerrados y la mitad del cuerpo aún remojado en el agua, completamente exhausto y tiritando de frío a pesar de tener las mejillas tostadas por el sol.
De no haber estado tan cansado, habría notado la figura que caminaba a lo lejos.
La princesa Akane deambulaba por la playa, con el paso apresurado, esforzándose en pretender que el rubor de sus mejillas era debido al ejercicio y el viento salado que le soplaba sobre la cara. Esa mañana se había escabullido del castillo con la excusa de que necesitaba despejar su mente, excusa que solamente servía para encubrir que desde la noche de su fiesta de cumpleaños no había dejado de pensar en la chica pelirroja.
No podía olvidarla, era demasiado enigmática, y parecía haberse instalado de forma permanente dentro de su cabeza, sin dejar espacio para nada más. Si bien Akane nunca había sido particularmente diligente en sus obligaciones reales, últimamente estaba tan distraída que no podía completar ni las tareas más sencillas sin cometer algún descuido. Sus hermanas habían empezado a darse cuenta, y por eso cada vez era más difícil inventar pretextos creíbles.
Akane alzó la vista con pesadumbre, empeñándose en no permitir que sus ojos vagaran hacia las olas salvajes en busca de aquella chica misteriosa que tanto ansiaba volver a encontrar, aunque fuese tan solo para tener una prueba tangible de que en verdad existía y su encuentro no había sido solamente una fantasía, fruto de los deseos más desesperados de su solitario corazón.
Estaba tan concentrada en forzar sus ojos a dirigirse hacia la arena que tardó en percatarse de que frente a ella había una figura humana desparramada entre las rocas y una pequeña piscina de marea.
Cubriéndose la boca con una mano, se alzó el frente de la falda y corrió hacia la figura, creyendo preocupada que podría tratarse de una víctima de naufragio. Es decir, hasta que notó que entre las algas y el cabello mojado que escurría sobre los hombros solo se asomaban áreas de piel salpicada de arena y espuma de mar.
Frunciendo el ceño, Akane aminoró el paso y cerró los puños instintivamente.
La persona no se movía más que por el suave mecer de las olas que lo empujaban con suavidad hacia las rocas.
Mordiéndose el labio inferior para evitar ser consumida por el miedo, Akane extendió una mano para darle la vuelta a la figura hasta posicionarla boca arriba. En cuanto pudo echarle el primer vistazo a la cara, Akane se congeló.
Era imposible.
Lo primero que pensó fue que su obsesión empezaba a jugar con su mente.
––Tú... ¡eres tú!... tú eres la... –su rostro entero se tiñó de escarlata y no pudo decir nada más por miedo a delatarse, revelando el secreto que todavía no era capaz de admitir ni para sí misma.
Era absurdo, imposible. Akane empezó a entrar en pánico.
Abrumada, apartó la mirada, dirigiéndola hacia el mar. Parpadeó varias veces, convencida de que tenía que tratarse de un truco de su mente testaruda. Tragó saliva pesadamente y después de cerrar los ojos y respirar hondo para tranquilizarse, volvió a mirar el rostro del muchacho.
Porque eso es lo que era. Innegablemente.
Un muchacho más o menos de su misma edad.
Aunque era evidente que su cabello era negro en vez del rojo brillante de la chica que la había rescatado y las facciones eran ligeramente más rectas, podrían fácilmente haber pasado por la misma persona. Pero eso no era posible, no podía ser posible. Este muchacho era abismalmente diferente a la chica que había conocido aquella noche.
Ni siquiera Akane misma lo entendía, pero así era.
Alterada por los nervios y con el corazón retumbándole en el pecho, como si esperara que el joven de pronto se transformara en una chica pelirroja si le quitaba los ojos de encima, Akane lo sacudió suavemente del hombro. El chico no despertó, pero el vaivén de la manzana de Adán en su garganta le indicó que seguía vivo. Un par de segundos más, el muchacho abrió los ojos lentamente, con la vista desenfocada y tosió con cansancio, como si no tuviera fuerzas para nada más.
La pausa le sirvió a Akane para percatarse también de que el chico se veía desorientado y hasta un poco desmejorado. Tenía los brazos cubiertos de pequeños raspones y la cara pálida a pesar de estar visiblemente quemado por el sol. Parecía estar haciendo esfuerzos sobrehumanos por simplemente mantenerse despierto y aún así se incorporó, apoyándose con los codos sobre la roca.
Akane sintió el impulso de extenderle la mano para ayudarlo y una tímida sonrisa empezaba a asomarse en sus labios cuando sus ojos se deslizaron hacia abajo sobre unos bien definidos abdominales y se encontró con que el muchacho estaba tan desnudo como se había temido desde la primera vez que lo divisó desde lejos.
Con toda la calma que no sentía en ese momento, Akane se aclaró la garganta y se puso de pie. Después de una pequeña pausa, se sacudió la arena del vestido y con toda la elegancia de una perfecta princesa, se dio la media vuelta para caminar de regreso por donde había llegado.
Solo para volver sosteniendo un gigantesco rompeolas de hormigón con los brazos extendidos por arriba de su cabeza.
–¡DEGENERADOOO!
Fue lo último que Ranma alcanzó a escuchar antes de que por tercera vez en el día, se viera envuelto en total oscuridad.
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Notas de la autora
¡Hola!
Lamento mucho el retraso de la actualización. Sumado a que soy muy lenta para escribir, me quedé atorada con el capricho de incluir a "Úrsula" después de leer sus reviews. Espero que les guste el resultado.
Agradecimientos especiales a Rowenstar(punto)art por arriarme cada dos o tres días, sin ella, esto habría tardado dos años más, jaja. Muchas gracias también a gatopicaro831, arianne luna, Benani0125, batido de chocolate, Santelll, Shojoranko, DanisitaM, My Fragile Heart y SARITANIMELOVE por sus reviews, me hicieron muy feliz. Por último pero no por eso menos importante, agradecimiento especial a Heather Ran por la aclaración de cómo usar los términos, ya lo corregí y lo tendré en cuenta para el futuro, ¡muchas gracias!
Cecaelia: Básicamente sirenas pero con tentáculos de pulpo en vez de cola de pez. Importante no confundir con las brujas del mar :P
Por favor, cuéntenme qué les pareció porque me encanta el chisme.
Un abrazo,
LunaGitana
