Ángel de la muerte/Mortal.
Advertencias: este es un poco oscuro, mención de muertes, mención un poco gráfica de violencia, mención de violencia a menor de edad.
(No escenas sexuales en este).
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Devoción
Si el Ángel de la muerte se enojaba todas las personas que estaban en un rango cercano morían. Era algo instantáneo aunque tal método no fuera el más común ni el preferido por el ángel quien, aunque no fuese proclive al enfado, justo ahora podría admitir que habían pasado décadas desde la última vez que había sentido ira.
Si bien él no era el único con tal poder, y aunque no era exactamente un dios con la oscura tarea de reclamar vidas, había aceptado tal labor como parte de él desde hacía mucho tiempo. Incontable tiempo.
Tenía un nombre, claro, uno propio que recordaba haber tenido desde siempre pero cuyas memorias de cómo haberlo obtenido ya eran difusas.
Naruto. Simple, nada particularmente significativo.
Así, en su enojo, primero los objetos vibrarían, suave de hecho, casi que imperceptiblemente, una especie de advertencia de lo que se aproximaba, del enfado creciendo; después los ojos de cada individuo se abrirían en sorpresa reconociendo que algo no estaba bien con ellos y luego, en el momento en que reconocían que no tenían control de nada, empezarían uno a uno a colapsar.
Era el total caos cuando Naruto estaba enojado, y ahora sosteniendo con sus bronceados y firmes dedos el cristal barato lleno de fuerte licor, sus usuales claros y azules ojos pasaron momentáneamente a ser rojos como de bestia y se fijaron en la única persona aún consciente en el lugar: Hinata Hyūga.
Claro, no todos morían si él no quería y pasaría algunos largos segundos hasta que Naruto por fin parpadeara y entendiera que acababa de infligir más dolor a la joven. Ella estaba allí en medio, mirando a cada parte del suelo, temblando y segura que ninguno respiraba, que nada podía hacer excepto despertar de la pesadilla irreal o que mágicamente el tiempo retrocediera.
Nada de eso sucedería: Hinata no estaba soñando y Naruto no tenía el poder de alterar sus decisiones ya hechas. Incluso inexplicables e irracionales sucesos como lo que acababa de hacer.
No era un bar muy grande y no había asistido la suficiente cantidad de gente para llenarlo y llamarlo una exitosa noche, pero la escena seguía siendo horripilante y de ahora en adelante Hinata la recordaría con miedo y ansiedad, y con su corazón latiéndole a punto de salir del pecho —quizá también moriría y golpearía el suelo como los demás.
Momentaneámente Naruto omitió la figura de la joven y se enfocó en el grosero hombre que había estado siguiéndola en su camino hacia la salida, alto y pelinegro proponiendo que se quedase un rato más, tocando sugestivamente su baja espalda para convencerla, ofreciéndole un pequeño regalo de colores que él había prometido la llevarían a sentirse muy bien, tratando de atraer la atención de la más bonita ahí, mucho menor que él, ignorante de las cosas que él habría deseado hacerle. El mismo hombre que estaba ahora muerto con una trágica mirada en su rostro, como si alguien se hubiese empeñado especialmente en darle una muy dolorosa muerte.
Así había sido exactamente, Naruto se había concentrado especialmente en él, sintiendo tal ira que le sería difícil de explicar para cualquier mortal, perdiendo un poco de control pero haciendo lo que era al fin y al cabo su trabajo. Si Naruto se arrepintiera de cada persona que había perdido la vida a causa suya entonces su labor durante incontable tiempo habría sido imposible. Había algo llamado Destino al fin y al cabo, algo a lo que él mismo ni siquiera tenía acceso, un robusto libro protegido con inmenso poder por alguien que sí podría considerarse como un dios. En aquellas páginas ya estaba escrito los nombres de todos los que estaban allí y ya había estado designado que las cosas pasarían así, que en una fría noche de otoño habrían al menos diez personas muertas en un bar.
Los ojos del ángel pasaron nuevamente a ser azules cuando la joven, ajena a la oscura presencia de él, salió corriendo en busca de la insignificante ayuda que podría conseguir.
Insignificante porque Naruto había hecho su trabajo y sólo podrían venir a recoger los cuerpos.
Se prometió, no obstante, no volver a verla. No a menos que fuese lo que el Destino ya había designado que ocurriese.
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Hinata a sus casi treinta años se había convertido en una agente de policía, bastante joven aún aunque muchos le señalaran lo poco obstinada y ambiciosa que era, pero eso era superficial, sólo los comentarios de hombres que la infravaloraban cuando ella realmente esperaba por subir de rango y convertirse oficialmente en detective.
Así, no era una total solitaria a pesar de su poca habladora personalidad; si había aprendido algo en sus años de preparación y consecutivo trabajo es que siempre había que considerar que trabajar sola no era lo mejor en su campo de acción y en el tipo de casos que le eran asignados.
Ahora, sin embargo, en medio de su más reciente trabajo —la desaparición del cuerpo de un pequeño—, Hinata estaba visitando de nuevo al culpable de un anterior caso de asesino serial que ella había ayudado resolver el año anterior, esta vez sin decírselo a sus superiores o compañeros. Desde luego una primera visita en solitario habría sido válida, incluso necesaria luego de haber hecho la conexión que Hinata había trazado en su mente, pero el hecho de estar ahora por tercera vez visitándolo sin haber dicho palabra alguna ni a Kiba, Shino o a su capitán Kurenai, dejaba en claro que deliberadamente no quería que nadie se enterase.
De tal forma se encontraba sentada frente él, una amplia mesa separándolos y dos guardias siempre presentes en cada acceso del salón donde sólo podía interactuar con él.
No era una prisión, el hombre había sido diagnosticado con Esquizofrenía y al menos otros dos cuadros psiquiátricos más. Hinata lo sabía, había pedido su historial clínico y nadie allí había puesto obstáculo para que accediera a éste, era un caso perdido, alguien que no podía vivir en sociedad, alguien que estaría allí hasta su último aliento.
Aún así, a veces, Hinata sentía como que había un gran rompecabezas del que ella ni siquiera tenían una ficha completa, y que el hombre recluido en el centro psiquiátrico parecía siempre verla como si él lo supiera todo. Era como si sus azules ojos entendieran por qué ella no le confiaba a los demás sus visitas allí y, aún más complicado que eso, que él reconocía tal y como lo hacía Hinata que existía una pequeña omisión en la declaración que ella había dado sobre él. Un pequeño agrietamiento en su testimonio de que él había sido el culpable de la muerte que ella misma había presenciado el año anterior.
Lo había visto, estaba segura de haberlo hecho, a su figura alta estando frente al pequeño cuerpo justo antes de que éste cayera al suelo, la afilada punta de un arma atravesándo su abdomen y siendo demasiado tarde para que sobreviviera en un oscuro y alejado callejón, la sangre emanando del niño mientras Hinata neutralizaba al hombre apuntándole con su revólver y pedía a gritos por ayuda.
Eso es lo que ella había declarado, omitiendo que no había existido un forcejeo entre el niño y el hombre, que éste último sólo se había materializado como una ráfaga de humo, un plop, y que Hinata nunca vio con precisión que enterrara la larga navaja en el pequeño.
Sin embargo, Hinata estaba ahora ahí frente al hombre porque él había sido declarado culpable y habían más que evidencias circunstanciales en su caso. No podía ser inocente porque no podía existir la fantasiosa visión de él apareciendo de la nada. Reconocerlo, sólo permitirse pensar en ello —en decírselo a alguien más— resquebrajaría su sano juicio, la llevaría de nuevo a diez años antes cuando una imposible tragedia también aconteció frente a sus ojos; no podía darle espacio en su cabeza a la idea de que el hombre frente a ella iba más allá de una alucinación por pocas horas de sueño, mucho café y largos días pasando en vela hasta encontrar una mísera pista. Reconocerlo también haría que una serie de cuerpos cayendo en el frío suelo de un bar hace diez años no era por la mala conjugación de factores explicables.
Así, era imperativo pensar que el hombre a quien visitaba por tercera vez no era inocente, hacerlo probablemente la llevaría a ser encerrada en ese mismo lugar.
Y ella estaba ahí debido a algunas circunstancias parecidas que Hinata había observado entre ambos casos; el chico de quien se presumía estaba muerto pero de quien aún su cuerpo no se hallaba, y de la victima del año anterior a manos del ahora recluido hombre.
Esta vez el hombre sentado al otro lado, Naruto, permitió que por fin la conversación fluyera un poco más entre ambos y dejó de decir muy encriptadas palabras que Hinata no podía descifrar si eran sólo por su trastornada mente o realmente debía tomar ella con relevancia.
Esta vez Hinata hizo las preguntas y recibió respuestas que anotó diligentemente en su libreta; sólo quería darle sentido a todos los patrones que veía y que no eran algo que ella pudiese decir en voz alta ni confiar a su capitán y compañeros.
Si quisiera ya se habría ido de allí, sin dejar rastro y dejando atrás incluso caos. Estuvo curioso, por supuesto, de cómo podría ser tratado en un contexto humano, señalado como una de las peores clases de personas que podrían existir.
Pero además aguardaba una pequeña esperanza, quizá totalmente incierta, destinada a ser nada más que una broma del Destino que él mismo no podría entender. La misma humana que meses atrás había fijado sus ojos en él, reconocido su existencia, luego de que Naruto había prometido no volver a verla, todo justo cuando él llegó a reclamar otra alma cuyo tiempo de vida había terminado, con una inevitable herida que le arrebató cada nuevo suspiro de aliento.
Hinata no sólo lo había visto, sino que había apuntado un arma hacia él, exigido que se detuviera y afirmado que estaba bajo arresto. Naruto no se evaporó entonces, demasiado intrigado y confundido de que ella hubiese logrado verlo; esperó y esperó y dejó que otros hicieran su labor. Dejó que Hinata lo esposara e hizo una muy mala broma sobre eso; dejó que más hombres vinieran y que por días lo llevaran de un sitio a otro. Dejó que simples mortales le hicieran preguntas y trató de responderlas con la mayor sinceridad. Su foto acaparó todo medio de comunicación y cierta fascinación esporádica recayó sobre él; otro desperfecto de la sociedad humana, maravillándose de un asesino que tenía un rostro llamativo con impresionante ojos azules y cabello rubio. Hablaban de lo alto que era, más que el promedio con una constitución física proporcionada, como si fuese necesario mencionarlo.
Pero Hinata había podido verlo cuando no debería haberlo logrado hacer, no con su banal forma humana y muy antiguos recuerdos borrados de su mente. Así que esperó, casi poniendo su propia existencia en pausa, curioso sobre lo que todo aquello podría significar y desenvolver, renuente también de atormentarla a ella, de desaparecer de su temporal vivienda y aparecerse como la entidad que era frente a Hinata. Y así, justo cuando todo se estaba volviendo insoportablemente aburrido, ella volvió a él, la efímera duda sobre la naturaleza del hombre a quién había acusado, aunque pequeña, estaba ahí reflejada de manera inescapable en sus bellos pálidos ojos.
Y por otro tiempo más se entretuvo con ayudarla con sus preguntas, no porque él fuese un asesino —aunque su labor fuese la de ser un ángel que entregaba muerte— sino porque sabía cada vez que un humano era lo suficientemente lastimado por otro para causarle su muerte, y ocurría que el chico al que Hinata estaba buscando había sido asesinado por el mismo hombre que había enterrado una navaja en el abdomen del chico del callejón.
Naruto esperó por cada visita de ella, voluntariamente pasando lentamente sus días jugando Shogi con el psiquiatra encargado que le atendía y sembrando flores y cultivando tomates y fresas.
Lo hizo hasta que fue dolorosamente cierto para Hinata que sólo había un único asesino, y encontró el cuerpo la misma noche en que Naruto decidió desaparecer de su banal existencia humana. Él pensó que podría volver a prometer no verla, que toda esa parafernalia hecha por el Destino sólo era una ayuda extra para Hinata, mortal igual a los demás que Naruto había visto morir por milenios, pero también tan distinta a todos ellos.
Se fue y retomó la pesada capa como Ángel de la muerte.
Naruto nunca podría hacer lo que Hinata hizo, nunca se le permitiría convertirse en un simple humano.
Hinata empezó a observar cosas que no deberían estar ahí.
«Una naturaleza sensible» es lo que había dicho Ino cuando le comentó, no tan abiertamente, de creer que debía perdir una cita con un médico. Sakura intervinó entonces recomendándole buscar por ayuda psicológica, o un consejero profesional, dejando de lado la basura espiritual y pseudociencias que a veces Ino mencionaba.
Así que Hinata lo hizo, pidió hablar con un profesional en salud mental; no sería su primera vez, pidió de nuevo por Tsunade Senju, la misma mujer que la había tratado diez años atrás.
Había hecho una buen trabajo en el último caso, incluso aunque su nombre había vuelto a salir en toda noticia junto al del equivocadamente acusado hombre rubio, aquél que había escapado del centro psiquiátrico, a quien periódicos menos profesionales no podían evitar retratar como si se tratara de la versión del hombre deseado por toda mujer.
Sí, estaba haciendo un buen trabajo, y Hinata quería dormir mejor cada noche. Sentía que necesitaba que le recetaran cualquier frasco de medicamentos.
Y entonces así, en la sala de espera más básica de un hospital, ella de nuevo lo vio, al hombre que de alguna forma u otra la había atormentado, ahí libre y aparentemente sin ser visto por nadie más. La anciana a quien el hombre veía había cerrado sus ojos y Hinata entendió inmediatamente que estaba presenciando otra muerte a manos de él.
Quiso gritar ahí en la quietud de paredes blancas, en lo simple que parecía para él arrebatar una vida.
No lo hizo porque ojos rojos se ubicaron en ella.
Hinata no pudo mirar hacia otro lado.
Él era como un dios. No-
No era un dios, hacía el trabajo que ningún dios quería hacer.
¿Cuánto tiempo llevaba haciendo eso? Cientos, milles, millones... infinitas veces asegurando la muerte de una persona.
Era un ejecutador, alguien destinado a pertenecer a ningún lugar.
Naruto, llamó suavemente.
Lo amaba. Aún Io hacía.
Su corazón subió a su garganta, todo recuerdo vino a ella como la fuerza de una cascada. Así, Hinata lloró como una chiquilla, débil, mientras era envuelta en brazos que ahora recordaba tan bien, que la reconfortaban como nadie más podía.
Para el Cielo no podrían estar destinados. Naruto era un Ángel de la muerte, y ella había sido todo lo contrario. Ella había sido un Guardián, un ángel creado sólo para asegurar el bienestar de los humanos; se le había entregado su aliento sólo con la intención de servirle a ellos, de adorarlos como supuestamente los mortales lo hacían al Cielo, pero cuando su anhelo sólo se convirtió en adoración por áquel que entregaba desdichas fue castigada.
Viviría como aquellos a los que le quitó su devoción y guía.
Esperaría hasta que aquel a quien amaba regresara sólo para quitarle por fin su vida, pero incluso con esa certeza ahora, Hinata no pudo no aferrarse a él, como si fuera vida. No importaba la culpabilidad, dolor o confusión. Todo lo que le atravesaba ahora el pecho era bienvenido porque volvía a tenerlo a su lado.
—Amor —susurró él con todo el amor que aún tenía para darle, pero no dejó que continuara, lo besó. Lo besó más fuerte de lo que jamás lo había besado, lo suficientemente fuerte como para dolerle a ambos.
—Deberíamos salir de aquí —propuso ella contra sus labios.
Naruto entonces sostuvo su cabeza entre sus manos, fuerte, sus dedos a cada lado enredándose en oscuro y suave cabello. La miró como si no pudiese creer lo que tenía en medio de sus manos.
—Iré a donde sea que me necesites —prometió.
Quizá alguno de los dos volvería a ser castigado, sin embargo eso no importaba ahora.
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¿Me creerán si digo que esto fue la unión de TRES ideas que tenía en la cabeza? Quisiera tener el tiempo de escribirlo en algo más extenso… Aunque al menos volví a escribir NaruHina.
Gracias por pasar!
