21
La mañana del quinto día de Milk en la Torre Karin, el gato ermitaño la despertó abruptamente a media mañana con un contundente grito a escasos centímetros de su oído. La joven guerrera gritó, se estremeció, y se paró alarmada de sus tendidos improvisados. Avanzó en falso hacia el frente, aún presa del súbito despertar, y sus pies terminaron enredándose con su cobertor. Su cuerpo se precipitó al suelo, cayendo con su cara contra éste.
—Deberías estar más alerta —comentó Karin con voz risueña, mientras la joven mujer se revolvía en el suelo, agarrándose su rostro enrojecido y adolorido por el golpe.
—¡¿Más alerta?! —exclamó Milk con enojo, girándose hacia él—. ¡Estaba durmiendo!
—Es en tus momentos de mayor debilidad cuando tu enemigo intentará aplacarte. ¿No lo sabías?
—Si es el caso, entonces debería intentar quitarle la vasija mientras usted duerme —amenazó Milk con voz áspera, a lo que Karin respondió más que nada con otra de sus risillas burlonas.
—Levanta tus tendidos y sube para que comencemos de una vez. No hay tiempo que perder, ¿no es cierto?
Antes de recibir respuesta, Karin se dirigió a las escaleras que llevaban a la parte superior del templo. A sus espaldas, Milk comenzó a doblar de mala gana el cobertor y el futón que el viejo maestro le había dado para que durmiera.
Cinco días habían pasado en un abrir y cerrar de ojo, y en cada uno su rutina había sido exactamente la misma: despertarse, pasar todo el día intentando arrebatarle la vasija con el Agua Ultrasagrada al maestro Karin, sin obtener ningún tipo de resultado hasta ese entonces, para al final del día simplemente irse a dormir. La única excepción había sido al tercer día, donde el maestro le había permitido tomar un baño en su tina, y poco más. Estaba tan hastiada de todo eso, que incluso extrañaba el cocinar o limpiar su casa. Pero gracias al efecto de la semilla que había comido el primer día, ni siquiera había requerido comer hasta ese momento. Y en ese espacio tan pequeño, con tan pocas cosas, apenas y se ensuciaba.
«Hacer cualquier otra cosa sería mejor que esto» pensó con amargura mientras subía las escaleras. En la parte superior, Karin ya la aguardaba, con la vasija bien sujeta a la punta de su bastón.
—¿Ya estás lista para empezar? —le cuestionó con tono moderado.
—¿Tengo otra opción? —respondió Milk con molestia.
—Desde el inicio has tenido la opción de irte a tu casa —señaló Karin con tono áspero, lo que sólo irritó aún más a joven madre. Esto no pasó desapercibido para el viejo ermitaño, aunque ya para ese punto Milk se había dado cuenta que era casi imposible ocultarle cualquier cosa—. El día de hoy pareces más irritada que de costumbre.
—¡¿Y le parece que no tengo motivos para estarlo?! —exclamó Milk en alto, su voz retumbando con fuerza, a pesar de que en ese espacio abierto no debería haber tanto eco—. Llevo cinco días aquí perdiendo mi tiempo, mientras Gohan ha estado todo este tiempo en las garras de Piccolo Daimaku. No puedo dejar de pensar en todo por lo que ha de estar pasando, y todo lo que debe estar sufriendo. ¡Y yo estoy aquí jugando este estúpido juego con usted!
Karin guardó silencio, inmutable al parecer ante los gritos de la mujer.
—¿En verdad crees que has estado perdiendo el tiempo todos estos días? —le preguntó el ermitaño con asombrosa calma.
—¡Pues claro que sí!
—Entonces me temo que con más razón serás incapaz de obtener el Agua Ultrasagrada.
Milk se sobresaltó, extrañada por tan eclíptica afirmación.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Nada —afirmó Karin, negando con la cabeza. Y como si toda esa conversación no hubiera sucedido, extendió entonces su bastón hacia ella, con todo y la vasija, y pronunció—: ¿Comenzamos entonces?
Empujada más por la irritación que por otra cosa, Milk se lanzó en su contra como una fiera al ataque, extendiendo sus manos en dirección a la vasija, pero dejando escapar ésta por apenas unos centímetros.
Por la siguiente hora, todo fue una repetición ininterrumpida de los días anteriores. Milk intentaba alcanzar la vasija, y Karin se movía con notoria agilidad para alejarla de ella. Ambos moviéndose en un baile sin sincronía ni ritmo, en el cuál Milk era la única que en cada movimiento terminaba mal parada.
De pronto, la joven guerrera se detuvo, y sin decir nada se dejó caer de rodillas al suelo. Inclinó su torso hacia adelante, y apoyó sus manos contra el piso. Sus largos mechones negros cayeron frente a su rostro, casi ocultándolo por completo.
—¿Qué pasa? —preguntó Karin con curiosidad—. ¿Te cansaste tan pronto?
—No puedo… —susurró Milk despacio, pero al instante siguiente alzó su mirada colérica hacia el gato ermitaño. Lágrimas de frustración resbalaban por sus mejillas—. ¡No puedo hacerlo! ¡Es simplemente imposible!
—Si piensas que algo es imposible, entonces lo es —suspiró Karin despacio.
—No me salga con sus palabras inteligentes ahora —le respondió Milk secamente—. No las necesito…
Se hizo entonces hacia atrás, dejándose caer de sentón, y luego de espaldas hacia el suelo. Su mirada molesta se fijó en el techo de la cúpula que coronaba la torre.
Karin suspiró, y entonces se permitió acercarse unos pasos hasta colocarse justo delante de Milk. Ésta siguió ahí recostada sin mirarlo siquiera. El maestro la contempló fijamente, y con un tono mucho más sereno y claro del que había usado hasta ese momento, le dijo:
—Nunca lo lograrás si en lugar de enfocarte en lo que está delante de mí, tienes tu mente y tu corazón en otro lado.
—¿Qué? —exclamó Milk, confundida. Alzó un poco su cuerpo, lo suficiente para poder mirarlo de nuevo—. ¿De qué habla?
—Tienes lo que se necesita para obtener esta agua —indicó Karin—. Lo sentí desde la primera vez que te vi. Pero no estás enfocada en lograrlo.
—¡Por supuesto que lo estoy! —espetó Milk, casi ofendida, y se puso en ese momento rápidamente de pie—. ¡He estado enfocada en eso desde el inicio!
—No es cierto —contestó Karin de forma tajante, tomándola por sorpresa—. Desde el inicio has estado enfocada sólo en tu hijo y en tu esposo. Te las has pasado pensando solamente en la muerte de Goku, y en que debes rescatar a tu hijo. Y cada día que pasa, en lugar de dejar ir esos pensamientos, estás permitiendo que estos se apoderen más y más de ti.
—Pero… ¡por supuesto que sí! ¡¿Cómo no podría estar pensando en eso?! Es el motivo por el que estoy aquí en primer lugar, y mi única motivación.
—Las motivaciones no son algo malo, excepto cuando se vuelven una distracción de tu verdadero objetivo.
—¿Distracción…?
Karin caminó hacia el frente, pasando a su lado para luego seguir de largo, hasta llegar a darle la espalda. Su atención se fijó en el cielo, que ese día se encontraba nublado, y soplaba un aire cálido que tocaba sus rostros.
—Has enfocado toda tu atención y todo tu espíritu en lo que debes hacer a futuro —indicó Karin con voz reflexiva—, o en lo que quieres lograr al obtener el poder que deseas, en lugar de enfocarte en lo que es importante en estos momentos: quitarme esta vasija. —Agitó en ese momento su bastón, haciendo que la vasija se balanceara, y el sonido del líquido en su interior se hiciera notara—. Nada más importa en estos momentos. Para poder igualar mi velocidad y lograr predecir mis movimientos, tienes que dejar todas esas preocupaciones de lado. Despejar tu mente, dejar tu corazón sin ningún sentimiento que lo enturbie. Sólo hasta lo logres podrás obtener el Agua Ultrasagrada y seguir adelante.
El entrecejo de Milk se arrugó, claramente indecisa sobre cómo tomar las palabras del viejo ermitaño.
—¿Quiere decir que para lograr quitarle la vasija… necesito olvidarme de Gohan y de Goku? ¿Eso es lo que me está pidiendo? —cuestionó, casi agresiva—. ¿Cómo puede pedirme una cosa como esa?
—Por supuesto, no tienes que olvidarte de ellos por completo —señaló Karin más relajado. Se giró entonces de regreso a ella, encarándola—. Sólo tienes que lograr dejar esos sentimientos que te agobian de lado lo suficiente para que no te entorpezcan. Enfocarte únicamente en esto, y en nada más.
Volvió a extender su bastón haca ella, alzando en alto la vasija delante de ella, incluso meciéndola de un lado a otro, como si intentara tentarla con ella. Y quizás en parte eso era: la invitaba a reanudar sus intentos, pero ahora aplicando lo que le acababa de decir.
Milk lo entendió rápidamente, y aunque algo escéptica al inicio, intentó hacerle caso. Hizo exactamente lo mismo que había hecho días atrás para intentar percibir la presencia de Piccolo o Gohan. Cerró un momento sus ojos, y comenzó a respirar lentamente: inhalando por su nariz, exhalando por su boca. Intentó relajar su cuerpo lo más posible, así como despejar su mente y su corazón de cualquier preocupación y distracción. Obtener la vasija con el Agua Ultrasagrada era su única meta en esos momentos. Nada más importaba, y en nada más debía pensar.
Por un instante creyó que lo lograría. Se sintió relajada, tranquila. Sus sentidos como el oído, el olfato y el tacto percibían vívidamente el moviendo del aire a su alrededor, la presencia del Maestro Karin justo delante de ella a unos cuántos pasos, y el sonido del agua moviéndose en el interior del recipiente. Podía percibirlo todo, incluso las presencias no tan lejanas de esa torre; tanto arriba de ella, como debajo. ¿Serían los chicos entrenando en el Templo Sagrado? ¿Serían Lunch, Upa y Bora…?
Agitó su cabeza, intentando dispersar esos pensamientos. No podía distraerse tampoco por eso. Sólo importaba la vasija y el agua, nada más…
Sin embargo, en cuánto intentó volver a despejar su mente como hace un momento, su mente fue bombardeada de golpe por una serie de imágenes, una detrás de la otra: Raditz derrotando a Goku en la isla del Maestro Roshi y llevándose a Gohan con él; Goku en sus últimos momentos, dando su último respiro ante sus ojos en un charco de su propia sangre; Piccolo amenazando con llevarse a Gohan con él, y ella siendo incapaz de detenerlo; y aquella esfera de energía proveniente de la palma del demonio, dirigiéndose hacia ella amenazando con acabarla en un simple parpadeo.
Sintió una gran opresión en el pecho en esos momentos, tan fuerte que la hizo arrodillarse en el piso. Aferró sus manos a su pecho como si éste le doliera, aunque en realidad no se trataba precisamente de un dolor físico.
—No puedo… no puedo hacerlo —masculló desesperada, negando con la cabeza. Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas—. ¡No puedo simplemente dejar de lado lo que siento de esa forma! ¡Eso es simplemente imposible!
Karin dejó escapar un pesado suspiro de decepción, y quizás incluso un poco de cansancio.
—No hay remedio —dijo con tedio, y comenzó entonces a caminar hacia las escaleras con paso calmado—. De esta forma te será totalmente imposible lograrlo, así te quedes aquí tres, cinco o diez años. Será mejor que vuelvas a tu casa como te había dicho.
El cuerpo entero de Milk se tensó al escuchar tal instrucción, o quizás más bien advertencia. Sus puños se apretaron contra su pecho, comenzando a temblar por toda la fuerza que les aplicaba. Alzó en ese momento su mirada fulminante en dirección a Karin, que se alejaba poco a poco de ella. La desesperación y la frustración que la inundaban, fueron de pronto acompañadas, e incluso opacadas, por una emoción mucho más poderosa: ira.
—¡No lo acepto! —espetó con fuerza, y su grito provocó que Karin se detuviera y se girara de nuevo en su dirección—. ¡Todo lo que ha hecho desde que estoy aquí es burlarse de mí! ¡Estoy harta!
Milk se puso de pie en un salto, y se lanzó como bólido directo hacia Karin. Al inicio pareció bastante parecido a todos los intentos anteriores que había hecho con el fin de arrebatarle la vasija. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, en lugar de extender sus manos hacia dicho objeto, la mujer giró por completo su cuerpo, lanzando una mortal patada giratoria directa hacia el cuerpo del gato ermitaño.
Aquello sorprendió a Karin, lo que le dificultó reaccionar por unos instantes, pero al final logró esquivar la patada gracias a sus agudos reflejos y velocidad. El pie de Milk cortó el aire a unos cuantos centímetros de su cara, y dejó totalmente claro que su intención con eso había sido en verdad golpearlo.
Pero aquello no se quedó sólo en una patada, pues de inmediato le siguió otra con su otra pierna, y luego una serie de golpes contundentes y rápidos, que el ermitaño se apresuró con agilidad a esquivar. Todos aquellos ataques eran erráticos, claramente influenciados únicamente por la rabia.
—Oye, debes tranquilizarte —murmuró Karin con preocupación, mientras ambos se movían con rapidez por la torre, atacando y esquivando respetivamente—. No estás pensando con claridad. Tu mente se ha enturbiado más que nunca.
—¡No me importa lo que me diga! —le gritó Milk con potencia, sus piernas y puños continuaban golpeando el aire a escasos centímetros del pequeño cuerpo de pelaje blanco del viejo Karin—. ¡Ya no quiero escuchar más de sus tonterías! Sólo deseo ser lo suficientemente fuerte para salvar a mi hijo y vengar a mi esposo. ¡Nada más me importa! Así que quiero esa maldita agua, ¡y la quiero ahora!
Siguieron en lo mismo por varios minutos, y Milk no daba señal alguna de querer apaciguar ni un poco sus ataques. Sólo logró detenerse unos momentos cuando, tras esquivar Karin uno de sus golpes, el cuerpo de la mujer se precipitó de más hacia el frente, y chocó entera contra una de las columnas que rodeaba aquel espacio. El golpe fue tal que la empujó hacia atrás, haciéndola caer de sentón.
Sólo fue un instante. En cuanto logró recuperarse al dolor, se giró de nuevo hacia Karin con su mirada encolerizada, y un claro golpe en su frente del que no parecía ser consciente, a pesar de había comenzado a sangrar por él.
—¡Dame esa agua, estúpido gato! —exclamó con enojo, parándose de nuevo dispuesta a continuar con sus ataques.
—No puedes dejar que esos sentimientos de frustración te dominen —le indicó Karin, extendiendo una mano tranquilizadora hacia ella—. ¡Tienes que calmarte! ¡Escúchame!
—Si no me la darás por las buenas… ¡Voy a tener que quitártela por las malas!
Y reanudó entonces sus ataques sin vacilación alguna.
No escuchaba ninguna razón, y sus movimientos se volvieron aún más erráticos y desesperados. Estaba totalmente fuera de control…
«Me lo temía» pensó Karin, consternado. «La frustración, el enojo, los deseos de venganza… todo esto está enturbiando su corazón. A este paso…»
Lo inevitable terminó por ocurrir. Al estar atacando y moviéndose de esa forma tan descuidada y rabiosa, Milk no fue consciente del peligro o de sus límites, ni tampoco le dio a Karin espacio suficiente para maniobrar y cuidar que nada malo le ocurriera. Una vez más casi tuvo acorralado a Karin contra el barandal que rodeaba la terraza, y sin pensarlo dos veces se lanzó hacia él con una contundente patada voladora. Karin no tuvo más remedio que reaccionar, y moverse rápidamente hacia un lado, esquivando el ataque de Milk. Sin embargo, al mismo tiempo, el cuerpo entero de la mujer siguió de largo impulsado por la misma fuerza de su ataque.
Para cuando Milk logró reaccionar y ser consciente de lo que ocurría, su cuerpo había pasado enteramente por encima del barandal, y ahora se encontraba suspendido en el aire fuera de los límites de la torre.
Milk miró hacia abajo, incrédula, encontrándose con el mar de nubes que le cubría entera la vista del suelo. Un instante después, y una vez que perdió el impulso, su cuerpo comenzó a descender precipitosamente.
—¡No! —escuchó a Karin pronunciar a sus espaldas con temor. Milk se giró hacia él por mero reflejo, pero apenas logró distinguir fugazmente el rostro del gato ermitaño, antes de comenzar a dejar bien atrás la punta de la torre cuando su cuerpo comenzó a caer y atravesar las nubes.
—No, no, ¡no! —pronunció con fuerza repetidas veces, presa del pánico que se había apoderado de ella, alejando de momento la ira.
Se giró de nuevo hacia abajo. Sintió el aire frotándole la cara y el cuerpo entero mientras se dirigía en caída libre hacia el suelo. Éste aún no era visible con claridad debido a las nubes y la distancia, pero no tardaría en serlo. Su cabello y las telas de sus ropas se agitaban con fuerza, produciendo un sonido casi ensordecedor.
Debía tranquilizarse y pensar rápido. Se recordó a sí misma que la torre era muy, muy alta; había tardado más de un día en subirla, después de todo. Así que no debía sucumbir al miedo y tomar la acción más lógica para ese momento, por no decir quizás la única que tenía.
—¡Nube voladora! —gritó con todas sus fuerzas una vez que logró recuperarse lo suficiente.
La nube mágica no tardó en aparecer en el firmamento, dirigiéndose a toda velocidad hacia ella, hasta colocarse justo debajo a un par de metros. Conforme se dirigía en su dirección, Milk comenzó a sentirse más segura y aliviada. Se imaginaba a sí misma cayendo tranquilamente sobre su superficie suave y reconfortante, y volver a estar completamente a salvo.
Esa idea se esfumó unos segundos después, en el instante en el que su cuerpo tocó el de la Nube Voladora, y lo atravesó enteramente… como a una nube real.
—¡¿Qué?! —soltó al aire incrédula. Se giró hacia arriba, centrando su mirada en la nube dorada suspendida en el aire, que rápidamente se alejaba de ella.
O, más bien, Milk se alejaba de la nube pues seguía cayendo en dirección a tierra sin oposición alguna.
«No… no puede ser…»
