Aclaración: Muchas gracias a todos y todas, gente bella que ha llegado hasta aquí. Esta es literalmente la mitad de la historia, y toca saber varias cosas a partir...


El viento soplaba de forma cálida aquella tarde. Las ansias comenzaban a recorrerle el cuerpo más y más a medida que se acercaba la hora pactada.

A saber por qué...

En realidad, lo sabía, pero no quería aceptarlo.

Sus encuentros durante las últimas dos semanas fueron esporádicos y breves, pero también entretenidos. Y fue gracias a ellos que pudieron planear un poco los pequeños detalles de esta salida, tales como la hora y el punto de reunión.

Félix esperaba a la entrada del residencial. Por trabajo, Bridgette saldría un poco tarde así que prometió llegar presentable a aquel sitio antes de que el sol se ocultara. Y aunque aún había luz natural bañando de oro las paredes y las calles del distrito, el rubio no podía contener apenas las ganas de verla.

Vestía un chaleco ligero de color negro encima de una camisa gris de manga larga, pantalones oscuros debidamente planchados y zapatos acorde a su apariencia formal. Decidió no peinarse, juzgando que deseaba verse como alguien de su edad, aunque aparentara un poco más debido a las facciones de su rostro; tampoco quiso llevar abrigo por el calor de la estación, pero sí una sombrilla negra que le sirvió de bastón para apoyar su cuerpo mientras esperaba.

Veía con aburrimiento a la gente pasar, todos en dirección al parque para disfrutar del festival de verano. Una pequeña tradición local que no se vio afectada en lo más mínimo por los asesinatos recientes, cómo si se tratara de un escape de la sociedad para olvidarse de las tensiones que se alzaban en todas las calles del distrito de Rolled. Así que Félix podía adivinar que debajo de esas sonrisas, los transeúntes sentían miedo.

Y sabía que ni siquiera los coches patrulla y las carretas de caballos que la policía local y policía especializada, que desfilaban cada tanto por su campo de visión, podían infundir paz a los ciudadanos del distrito. Solo el festival lo hacía, y agradecía no tener que hacer otro encargo para la organización en aquel día.

Suspiró. No sé sentía muy orgulloso de ser el causante de aquel ambiente. Era trabajo, a final de cuentas. La vida que se vio forzado a tomar, pero ya quedaba poco y sus manos no volverían a mancharse de sangre nunca más.

—¡Hola! ¡Lamento la tardanza!

Bridgette se presentó de la nada, sacando de golpe a Félix de sus pensamientos.

—No... no importa...

El muchacho sintió su boca secarse al contemplarla.

Se veía hermosa, así sin más. Bridgette vestía un qipao rojo de manga larga, con detalles de pétalos de flor de cerezo bordados con hilos negros que caían desde los hombros hacía el costado derecho. Su cabello azabache caía por su espalda atado en una coleta baja y apenas su rostro daba evidencias de maquillaje, lo justo para borrar diminutas imperfecciones en su clara piel y para encender en un sugerente rojo sus finos labios.

Félix intentó no caer embrujado en ese instante ante la belleza de la chica, pero sabía que esa batalla estaba ya más que perdida desde antes incluso de verse esa tarde.

—Te ves bien.

Fue lo único que dijo. Y bien Bridgette pudo tomarse a mal un comentario tan simple como ese, sin embargo, la forma en como la miraba y cómo sus blancas mejillas se tiñeron de un sutil rojo carmín, le permitieron deducir que era lo más sincero y cariñoso que el rubio pudo expresar a través de las palabras. Así que, por el contrario, se sintió honestamente halagada.

—Tú también.

Él sonrió.

—¿Nos vamos?

Y ella aceptó la mano que el caballero le ofrecía.

Los dos sintieron una pequeña corriente recorrerle los dedos.


La única parte que seguía clausurada en el parque, era la sección contigua al árbol de cerezo dónde el primer asesinato ocurrió. Aún podían encontrarse cintas policiales, rotas o casi sueltas, columpiándose a merced del viento cerca del sitio del siniestro.

A pesar de ello, la pareja no se mostró muy sorprendida de ver a una fila un poco larga que partía desde los pies del viejo cerezo, pues todos los años se ponía un camarógrafo para sacar fotografías de todos los asistentes al festival que quisieran un barato recuerdo de la especial fecha.

La cola era larga, por lo que ambos convinieron en formarse al final de su recorrido, si es que contaban con la suerte de que el camarógrafo siguiera en el sitio.

Los caminos y senderos que surcaban las áreas verdes eran iluminados no solo por los postes de luz provistas por el distrito, sino también por largas líneas de focos de buena intensidad, que alegraban además la vista entre los entramados de las copas de los árboles. A medida que se iban acercando hacia el quiosco en la plaza central, diversos dependientes intentaban llamar la atención de los visitantes hacia sus puestos, tanto de comida como de entretenimiento. La música podía escucharse ya a la distancia, junto a risas y gritos propios de una natural algarabía de la cual no pudieron sino contagiarse.

Varios oficiales también fueron vistos, pero ninguno al que darle suficiente importancia. Aunque Félix creyó ver a alguno que formaba parte de la agrupación de Bridgette.

En el camino se encontraron con algunos vecinos, entre ellos la señora Anarka quien les rogó de forma insistente a qué permanecieran hasta el cierre de la música, pues sus dos hijos tendrían el turno final del recital.

Naturalmente, tuvieron que comprometerse en el acto.

—Aunque quizá no podamos tomarnos una foto al final. —Sopesó Félix, a lo que Bridgette solo se encogió de hombros con gesto desganado. —No sabía que la señora Anarka tenía hijos.

—Bueno, no muchos lo saben en realidad así que no te culpo. Ya son mayores, como de nuestra edad y cada uno fue por libre apenas tuvo oportunidad.

—¿Y la señora Anarka estuvo bien con eso? —Por una vez, Félix demostró genuino interés por su vecina.

—Nunca la he escuchado quejarse al respecto.

Zanjado el tema, la azabache señaló un puesto de dulces caseros al que no se pudo resistir. Y él tampoco. Tras pagar, los panecillos caseros se derritieron en la boca de ambos como si fuese masa recién hecha, mientras el dulce impregnaba su paladar de forma uniforme.

—¡Casi tan ricos como los que hacemos en casa! —Exclamó la joven, con tan mala suerte que el encargado del puesto lo escuchó y puso mala cara, para diversión del rubio.

—¿Así que te crees mejor, eh? —Reprochó él, mientras buscaba un sitio donde sentarse y comer el resto de sus golosinas a gusto.

—Créeme, heredé toda la sabiduría culinaria de mis padres. Hasta podría derrotar a cualquiera de los que están aquí en un concurso de repostería.

Félix se rió entre dientes.

—Eso es algo que me gustaría ver.

El dulce estaba bien, pero previniendo el empalago, Félix fue con cierta prisa en dirección a otro puesto de bebidas de dónde volvió con un café y un té. La azabache agradeció el gesto y los dos disfrutaron en paz.

La música envolvente y los murmullos de la creciente multitud no resultaron molestos en lo absoluto. Más bien, los ayudaba a sentirse parte del ambiente. Una necesaria pausa a agitada vida de la gente del distrito.

Félix veía de reojo a Bridgette y Bridgette observaba de reojo a Félix, los dos con intenciones ocultas pero similares. Y quizá en algún momento sus ojos se encontraron, y cuando eso pasó, sus músculos se tensaron y apartaron miradas de inmediato, como avergonzados, pillados al final de una inocente travesura.

El sonido de disparos a lo lejos llamó su atención. Cuando entornaron la mirada, descubrieron que se trataba de un juego de puntería con premios disponibles. Y uno de ellos llamó poderosamente la atención de la azabache.

Casi tirando de su compañero, agradeciendo que calzaba zapatos de tacón bajo, Bridgette se acercó y miró con ansiado deseo un peluche con forma de mariquita cabezona, con puntos negros zurcando todo su cuerpo. Al lado de esta, cómo si sujetara una de sus manitas, el muñeco de un gato negro igual de cabezón sonreía con cierta malicia a la vez que entrecerraba sus verdosos ojos. Los dos estaban contenidos dentro de la misma bolsa transparente de regalo, y sobre esta estaba pegada una etiqueta con un número de cuatro dígitos.

—¡Bienvenidos! ¡Pasen! Todas las oportunidades tienen un premio, ¡así que no se desanimen! —Anunciaba el encargado del juego, buscando atraer la mayor cantidad de clientes posible, mientras su asistente, un muchacho igual de joven que él pero con el cabello rojizo, terminaba de cargar un rifle de juguete.

Félix observó que además de rifles, habían pistolas de juguete, todos pintados de colores llamativos para que no se confundieran con armas reales.

La pareja que llegó antes que ellos pareció irse satisfecha con un peluche cada uno en manos.

—¿Quieres intentarlo? —Preguntó el rubio, sacando su billetera el pago de un par de intentos.

La azabache asintió, inmediatamente pidiendo el rifle recién cargado.

Por lo que pudo observar, la obtención de premios iba por puntos.

Al fondo del puesto colgaba una manta oscura que servía de amortización para los tiros errados, delante de ella, cuatro tiras de madera horizontales servían de base para varias figuritas de plomo con formas de animales, mayormente de granja. Esto iba a juego con la temática de granero que pintaba el interior del puesto y con sus mismos empleados, disfrazados de lo que parecían ser una cabra y un gallo. Sin lugar a dudas, era un juego muy llamativo.

Félix notó que solo habían tres figuritas de zorro, situadas además en sitios de complicada puntería, por lo que dedujo que eran los que sumaban más puntos al derribarlos.

—¿Cuántos tiros son? —Preguntó curiosa Bridgette.

—Diez tiros casa uno, —respondió la el dependiente con disfraz de cabra cabra.

—¿Entonces cómo se gana el premio de ahí? —Preguntó Félix señalando los peluches qué vieron al inicio. —Aún disparando a los tres zorros, que creo que son los que valen más, una sola persona no podría ganarlos.

La peste a estafa comenzaba a molestarlo. Sin embargo, el encargado con disfraz de gallo tan solo se rió.

—Eso es porque es un premio especial en pareja. Dos personas tienen que apoyarse para conseguirlo.

El rubio alzó una ceja. La idea le gustaba. Además, casi que podía sentir la mirada suplicante de Bridgette por su apoyo taladrando uno de sus costados, así que suspiró. Tomó la pistola de juguete, porque se sentía más cómodo usando eso que un rifle, y asintió.

—Aceptamos el reto, entonces.


—Tú te llamaras Tikki y serás mi mejor amiga a partir de ahora, ¿a qué sí?

Bridgette llevaba ya un rato jugando con su nuevo premio, mientras caminaban de regreso al quiosco central. No dejaba de darle motes cariñosos y abrazarla como si fuese algo parecido a una mascota capaz de devolverle tal cantidad de cariños. Se le hizo adorable.

Al final debió admitir que el reto había sido interesante. Bridgette demostró ser una tiradora excepcional apenas errando dos tiros, pero teniendo la gracia de derribar a dos de los tres zorros del juego. Y aún así, no hubo mucha garantía de conseguirlo, pues a la mala, Félix descubrió que algunas figurillas estaban pegadas a la base que los sostenía, porque dos veces acertó en la cara de un caballo y ninguna lo hizo tambalearse siquiera. El tercer zorro que él disparó seguido del resto de sus tiros pudieron asegurar la suma de puntos necesarios entre ambos, casi con un margen mínimo de victoria. Volvería a jugar en otra ocasión, pero definitivamente no ahí.

—¿Y cómo vas a llamar al tuyo? —Le preguntó curiosa Bridgette, mirándole con un singular brillo en los ojos.

Félix cargaba a su gato cabezón bajo el brazo, mientras Bridgette sostenía su mariquita sobre su pecho con cuidado. Y él la miró un tanto extrañado.

No era de los que ponen nombres a los juguetes, claramente.

—Eh... yo, ¿no lo sé?

La respuesta no satisfizo a la azabache.

—Venga, algo se te debe ocurrir. Esto —señaló ambos premios, —¡es algo especial! ¡Así que merece un nombre especial! ¿Nunca tuviste mascotas?

Él quiso rememorar.

Claro que había tenido mascotas cuando era niño, pero no el tiempo suficiente como para recordarlos con alguna clase de cariño. Ni siquiera empezando a vivir solo consideró tener una, pues le suponían un gasto innecesario. Aún así, quería complacer a su compañera.

En eso, vino una escena a su mente. Tomó el peluche entre sus manos y, tras inspeccionarlo un poco y quedar convencido, asintió para sus adentro.

—Plagg.

—¿Plagg?

Félix sonrió.

—Sí, este pequeño amigo se llama Plagg.

—¿Por qué? —Un atisbo de creatividad en el rubio era algo digno de inspección.

—¿Por qué Tikki?

Pero más bien las respuestas tendrían que ser parte de un intercambio equivalente.

—Tikki es el nombre de una heroína en un cuento para niños que solía leerme mi madre. Ya no han publicado sus cuentos y el libro que tenía se perdió con las mudanzas. Por eso ahora ella se llama Tikki.~

Algo así de simple solo podía venir de Bridgette. Cosa que le hizo gracia.

—Mi madre solía llamarme "pequeña plaga" cuando hacía travesuras por la casa, pero yo solo era capaz de pronunciar "plagg". Con el tiempo, se volvió mi apodo e incluso mi padre lo usó con cariño un par de veces.

Explicó, sonriendo con suavidad. Y ella se contagio de esa sonrisa.

Ambos habían terminado por evocar algo que los recordaba a su niñez. Algo infantil, simple y quizá tonto, pero tierno en el fondo. O así lo llegó a interpretar Bridgette.

Por hacer la gracia, compuso la voz más chillona que pudo y se acercó al muñeco de Félix con el suyo en brazos, patita estirada.

—¡Un gusto conocerte, Plagg! ¡Espero seamos mejores amigos de ahora en adelante!

El rubio se quedó mirando con los ojos bien abiertos y un sonrojo en las mejillas. Algunas personas los miraban al pasar, cosa que no ayudaba en lo absoluto a su compostura. Sin embargo, el rostro radiante de Bridgette, que no le importaba en lo más mínimo la opinión odiosa de los demás, lo animó a seguir el juego.

¿Cómo decirle no a esos ojos soñadores?

Respiró profundo y se imaginó una voz rasposa en la mente, cómo si estuviera ronroneando al hablar.

Estiró la patita de su gato y la "estrechó" con la de la mariquita.

—Miaucho gusto, Tikki. Yo también espero lo mismo. Por cierto, ¿no tienes un poco de queso que quieras compartirme?

Bridgette echó a reír de lo absurdo de la situación.

—¿Qué fue eso? ¿Queso? ¿En serio?

La risa se contagió en Félix, quien solo atinó a echarse la mano tras la nuca.

—¡No lo sé! ¡Simplemente se me ocurrió!

—Como me digas que a Plagg le gustan las galletas de coco, no voy a darle permiso a Tikki de salir a jugar con él —le amenazó.

Sin embargo, no pudo dar respuesta a ello. Bridgette echó a correr en dirección al quiosco con una sonrisa burlona entre dientes.


La noche cubrió el lugar y la luna se impuso sobre las luces artificiales de la tierra. El recital musical terminaba con una explosión de fuegos artificiales, así que la gente empezó a esparcirse sobre las zonas verdes para ubicar el mejor sitio posible. Ellos, debido a su compromiso, tuvieron que permanecer cerca del quiosco, dónde sillas plegables daban asiento a los degustadores del recital de música.

Pudieron ver a Anarka abrazar a un par de jóvenes de apariencia bastante similar, de suerte que adivinaron que se trataba de los hijos de su vecina. Mientras Félix prestó más bien poca atención a su participación, Bridgette parecía de cierta forma inmersa, creyendo que el futuro de la música estaba en aquella arriesgada puesta en escena consistente en dos guitarras, una percusión y una cantante, mezclados en un ritmo bastante movido, que invitaba a la gente a brincar y sacudirse de un lado a otro.

Y quizá la música pudo haber convencido a la azabache de hacerlo, pero lo que era su compañero ya lo veía imposible. Acaso, conseguir que meneara la cabeza al ritmo de la música de la melodía y la letra.

Tras el último rasgueo de la guitarra, se escuchó la primera explosión en el cielo. Cuando alzaron la mirada, una flor de pétalos rojos se abrió entre destellos que hicieron tronar el aire. Luego explotó una flor amarilla. Después una verde. Y así, de forma continua, imponiéndose sobre el jolgorio de la tierra.

Después de la quinta detonación, las luces del parque se apagaron en su totalidad solo para que la luna y los cohetes siguieran bañando con su resplandor a los asistentes del espectáculo.

Félix apenas puso atención al mismo, pues en algún momento, su mirada se concentró completamente en su acompañante, quien en verdad disfrutaba como una pequeña aquel despliegue de colores brillantes que intentaban jugar a ser estrellas. La vio teñirse su clara piel de violeta, amarillo, rojo, verde y demás tonos alusivos a la festividad; sus ojos resplandecían igual, la sonrisa de sus labios era más radiante aún. Y Félix lo aceptó.

Se había enamorado de ella. Por eso, con tímido actuar, dirigió su mano hacia la de la contraria y la estrechó. Ella lo estrechó de vuelta.

Ese mismo gesto se repitió debajo del árbol de cerezo, dónde ambos sonrieron a la cámara de manera sincera.

Esa fotografía se la quedó el rubio, aunque no supo hasta varios días después dónde enmarcarla.


Notas finales: La perspectiva de Félix termina a partir de este punto. Bridgette nos acompañará hasta el final ahora.