Séptimo acto: El colmo de los errores.

Edo recibió a la comitiva del emperador con algo de movimiento, que hasta cierto punto, parecía auténtico. Tomoyo tuvo mucho que ver en ello, había empujado a la gente a rendir pleitesía a Schmidt, pero no en exceso, para de esa forma hacer creíble su pantomima.

Adalius cruzó las calles hasta el castillo, con una sutil satisfacción en el rostro por las ceremonias en su honor, aunque en su mente sólo había un pensamiento: Sakura. Durante su estancia en Kyoto, el gobernante había hecho trabajar a la costurera recién adquirida, y a tantos otros a confeccionar los más exquisitos atuendos para la concubina, y no podía esperar para ver su reacción cuando se los presentara.

El regente de la ciudad y los señores feudales tuvieron una breve reunión con él, y finalmente los despachó para ir a sus aposentos, donde previamente había pedido que llevaran los vestidos que había hecho fabricar. Li supervisó la entrada de todos los trajes y se encargó de despedir a los sirvientes, para quedarse sólo con su jefe, esperando.

Por fin, cerca del ocaso, la casamentera atendió a las órdenes de su señor, y llevó ante él a la causa de todo el alboroto. Sakura se presentó en el umbral con su paso ligero y dubitativo, con la cabeza baja y los ojos apuntando al suelo. Li no pudo evitar que su corazón latiera más deprisa al verla ahí, con su inocente y normalmente tímida actitud, rasgos de su personalidad que lo habían hecho amarla tan intensa y profundamente.

—Ah, Sakura, querida. Me hace muy feliz verte de vuelta. —El emperador ya vestía más cómodo para ese momento, y el regocijo en sus ojos dorados era auténtico—. He traído cosas desde Kyoto que quiero que veas conmigo.

Hizo una seña para que Sakura entrara, luego hizo un gesto con la mano, para indicar a su guardián que saliera, y con la misma seña, lo invitó a ir a buscar a la mucama que lo distraía. Xiao-Lang obedeció, y apenas estuvo fuera de la habitación, sintió como Adalius la sellaba con magia desde adentro.

Eso le resultó extraño. Normalmente, a Adalius poco o nada le importaba que las personas que lo rodeaban, especialmente él, escucharan lo que hacía con sus concubinas. Él en particular había tenido que estar dando la espalda al lecho para vigilar a su señor mientras fornicaba con la mujer en turno, para evitar una posible traición. Sin embargo, en ese momento no sólo lo había echado de la habitación, sino que también se había aislado, para dar algo de respetuosa privacidad a la chica.

Pensando en que lo mejor sería ponerse al corriente, dejó que Sakura hiciera su parte, mientras él efectivamente iría a buscar a Amaya para enterarse de las novedades durante su ausencia. Decidido hizo camino a sus propias habitaciones, donde la kunoichi charlaba en ánimo de coquetería con los samurais que custodiaban el pasillo, actitud que cambió por completo al ver aparecer al hombre de la armadura.

—Mi señor Einn —dijo con voz melódica y sutilmente seductora, nuevamente en el acto de mostrar un poco más con el escote de la yukata—. He estado esperando con apremio su regreso para brindarle mis servicios, espero esté de buen humor.
—Siempre estoy de humor, mujer, date prisa —respondió él, imperativo al abrir su puerta, y ahuyentó con su actuar a los guardias, en reclamo de la soledad que necesitaba.

Adentro, la chica siguió en personaje por algunos segundos más, hasta que su muy convincente candor y disposición dio paso a su natural inocencia y seriedad. Fue hasta que Xiao-Lang se retiró el casco que ella se dejó llevar, abrazándose de su cuello, para inmediatamente después tomar sus manos.

—Han pasado tantas cosas… —comenzó ella.
—Y que lo digas. Viendo lo que vi en Kyoto, creo que el plan podría no ser un disparate después de todo.

La ninja sirvió algo de té, y luego ambos charlaban sobre el futón.

—Las cosas tal vez se pongan un poco más complicadas desde aquí, y tiene que ver contigo y con Sakura —narraba Amaya.
—¿Más de lo que están ahora?
—Sí. Pensamos en principio que lo mejor sería tratar de confundir a Adalius para luego traicionarlo…
—Eso no funcionaría —la cortó en el acto, cuando a su mente vinieron los intentos de esa naturaleza—. No tienes idea de las veces que lo han intentado, muy pocas de ella he tenido que ejecutar yo mismo al perpetrador, por lo general, es él mismo quien acaba con la vida del desafortunado.
—Llegamos a esa misma conclusión, sin embargo, ahora la esperanza nuevamente está de nuestro lado… no nos imaginamos que Sakura tendría el efecto que logró en él.
—Puedo dar fe de ello —bajó la voz y tensó las mejillas, al pensar en la actitud del emperador—. Lo había visto encaprichado con otras mujeres antes, pero esto es totalmente diferente… compró telas y una costurera, ahora mismo está mostrándole todo a Sakura… es cierto que esta vez podría ser muy diferente a otras.
—Sí, justo eso… Xiao-Lang, te conozco desde hace muchos años… y sé que lo que viene podría ser duro para ustedes, pero ella debe jugar el rol más importante para todos nosotros, y ella está realmente comprometida con esta tarea… deberás tener mucho autocontrol. A partir de hoy, lo más probable es que ella te ignore y… bueno, será mejor que ella misma te lo diga, me encargaré de concertar una reunión para ustedes en breve.


Sakura caminó desconcertada entre los montones de rollos de tela y atuendos recién confeccionados. Adalius la seguía, complacido con la vista, expectante. Sabía que, de alguna manera, no habían tenido el mejor de los comienzos, pero estaba dispuesto a compensarla por tan penoso inicio, y haría lo que fuera necesario para complacerla en adelante.

Mientras la veía curiosear aquí y allá, no podía dejar de pensar en esa aura que emitía, repleta de ingenuidad y dulzura, que le recordaba de muchas maneras a la ahora desaparecida Aria, como si la vida le estuviera dando una segunda oportunidad de hacer las cosas bien. De cierto modo que él mismo no alcanzaba a comprender, era como una invitación a abandonar su constante búsqueda de la inmortalidad, al ser ella la posibilidad de alcanzarla por la vía más legítima y natural: la descendencia.

Sólo quedaba saber si ella estaría dispuesta a darle dicho privilegio.

—¿Qué opinas? —preguntó el emperador, orgulloso por la sorpresa de la chica.
—Es una colección muy hermosa, mi señor.
—Me alegra saber que te ha gustado. Todo esto lo traje desde Kyoto, y es exclusivamente para ti.
—¿Mi señor? —Se volvió a verlo, perpleja.
—No pude resistirme a traerte todo lo que encontré y que sentí que te quedaría.
—Ma… majestad… no sé qué decir… esto es demasiado y yo no…
—¿Me rechazas? —preguntó en un tono peligrosamente bajo.
—Le suplico me disculpe, no es eso lo que quise decir… yo… solamente no creo ser tan digna…
—Nada más lejano a la verdad, preciosa. —Se acercó a ella lentamente, esa vez, sin embargo, ella no retrocedió. Él, al ver que su confianza había aumentado, sonrió victorioso—. Creo que mereces todos y cada uno de estos vestidos. Tu belleza es tal que no quisiera perder la posibilidad de verte luciéndolos.

Dichas esas palabras, tomó su mentón con delicadeza, para que el dorado y el esmeralda coincidieran una vez más, y sin dejar los modos delicados, casi afectuosos, la llevó hasta un hermoso vestido de tipo europeo que resplandecía en hilos metálicos rosados y encajes, elegante y pulcro, pero con escotes y aberturas que daban un soterrado aire de sensualidad.

El emperador se posicionó detrás de la doncella, y la dejó contemplar la pieza. No sabía mucho sobre costura europea, sin lugar a dudas, Tomoyo estaría extasiada, pero no podía negar que el vestido la conmovió de inmediato, y se atrevió incluso a pasar sus dedos por encima de la tela.

La tensión volvió cuando sintió el tacto de Adalius, cuyos dedos comenzaron a recorrer su espalda en descenso, que le provocó un escalofrío y la hizo respingar. La atrevida mano bajó deslizándose sobre el camino que hacían sus vértebras, hasta llegar al obi de su kimono.

—¿Sabes qué me haría muy feliz ahora mismo, Sakura? —preguntó el hombre, trémulo.
—No, mi señor.
—Que te probaras este vestido y me mostraras como se ve en ti —susurró directo en su oído, lo que hizo que su pulso se acelerara, y la confundió en cuanto a sus propias emociones—. ¿Crees que podrías hacer eso por mí?

Sakura tragó pesado luego de esas palabras, y no se atrevió a moverse o hablar por un tiempo. Lo miró sobre su hombro un momento después, siempre hacia arriba, dado que el europeo era al menos una cabeza más alto que ella, y encontró el brillo deslumbrante de su mirada de oro, profunda e incapacitante.

Había llegado el momento. El todo por el todo. Su alma por la vida y la libertad del mundo.

—¿Sería mucho atrevimiento pedir a mi señor que me ayude? —preguntó en un susurro.

No hubo una respuesta verbal. El hombre se limitó a tomar el nudo del obi, y tiró de una de sus puntas, que lo deshizo con suavidad. Sakura esperó hasta que dejó de sentir la presión en su cintura para finalmente cooperar de alguna manera, deshizo los pliegues del kimono y recogió su corto cabello, para que las manos del emperador tuvieran acceso.

Él siguió la indicación silenciosa, tocó con suavidad el cuello de la jovencita, y siguió por debajo de la ropa por sus clavículas, para descubrir sus finos hombros, y notar, dada la cercanía, como su piel se erizaba por el contacto.

El kimono y el blanco hadajuban interior cayeron al mismo tiempo, dejando a la joven solamente con el calzado y sus brazos cubriendo su desnudez.

Desde luego, el primer impulso de Schmidt fue observarla de arriba a abajo, lo que trajo las memorias de la primera vez que la vio en esas condiciones. Estaba confirmando su primera impresión: era bellísima, y se obligó a sí mismo a regresar a sus ojos, o de otra manera, terminaría tomándola de nuevo ahí mismo.

Ese pensamiento sorprendió en sobremanera al gobernante, pues en cualquier otro momento, no le habría importado en absoluto tomar ventaja de la situación, y obtener todo el placer al que esa figura le incitaba, pero por alguna razón no lo creyó correcto.

—Bien… —dijo él, con la voz más grave de lo normal—, comencemos, pues un vestido de este tipo es complicado de poner.

Con estudiada lentitud, el rubio se dedicó a poner las piezas y accesorios del atuendo, mientras que Sakura cooperaba con docilidad a las solicitudes que le hacía. Él pensó originalmente en poner y anudar el corsé, la enagua, las medias y los larguísimos guantes, pero resultaría demasiado engorroso, y lo cierto era que estaba teniendo en gran momento que no arruinaría con labores que correspondían a la servidumbre.

Cuando el trabajo estuvo hecho a pesar de las carencias propias de una vestimenta incompleta, guío de la mano a la doncella hasta un espejo de plata pulida, donde Sakura vio con pesar que el vestido no se ajustaba a su cuerpo como pensó que lo haría.

—No debes estar decepcionada, Sakura —dijo él, tomando su estrecha cintura con firmeza, pero delicadamente, haciendo que la tela se amoldara en ella—. El corsé tenía el propósito de hacer lucir tu cintura diminuta, pero como puedes ver, eso no sería necesario… del mismo modo… —subió lentamente con sus manos a través de su abdomen, hasta la parte baja de sus senos, apenas para dibujar su silueta sin tocarlos realmente—, debía enaltecer estos atributos… Si me lo preguntas, eso tampoco haría falta en realidad. —Volvió a descender por sus costados, pero esa vez hasta alcanzar sus caderas—, y como verás, esta parte de aquí se ajusta maravillosamente a tu figura, se llena con… asombrosa perfección.

La concubina pudo dar fe de cada aseveración del soberano, y no pudo negar que sus observaciones eran acertadas, y de hecho, esos elogios la hicieron sentir con cierto poder, que incluso le arrancó una involuntaria sonrisa.

—Gracias por los elogios, mi señor. No tengo forma de agradecer por estos obsequios.
—Sí, Sakura, lo tienes… pero sólo si estás dispuesta.

La muchacha vio la profundidad y el ímpetu en los ojos del hechicero, y decidió comprobar esa fuerza al sostenerle la mirada. Ella se dio la vuelta, y lo tomó por sorpresa con esa potente inocencia que solía transmitir a través de esos maravillosos orbes jade. Estaba demasiado cerca, tanto que podían sentir la forma en que sus alientos se combinaban.

La mujer dejó de luchar. Simplemente dejó que su intuición la guiara, y dijo lo que pensó mejor:

—Estoy dispuesta, mi señor.
—Entonces, sólo… déjalo fluir…

Por primera vez con delicadeza, Adalius inició un beso suave, profundo y sensual. El primero en que cerró los ojos. Sintió la flor entre sus brazos estremecer, como haría al contacto con un viento impetuoso, y cambió la tónica, con una caricia protectora, en la que trató de hacerla sentir que él evitaría que sus pétalos cayeran.


Eran las primeras horas de la madrugada siguiente. Xiao-Lang no recibió ningún llamado de su señor en toda la noche, y podía percibir que el aislamiento continuaba impuesto sobre las habitaciones del emperador. Era por demás decir que la situación general lo tenía terriblemente estresado. No había pegado el ojo ni un poco, y pasó esas horas dando vueltas por la habitación, como una bestia enjaulada.

Miró varias veces por la ventana, expectante a que Amaya apareciera con noticias, o que Sakura llegara por la puerta con otro tipo de relato. Incluso se imaginó un escenario en el cual Sakura llegaba a su encuentro, con la noticia de que la marcha de Adalius había terminado, y que lo había asesinado con sus propias manos. Cabía mencionar que ese último escenario era imposible en más de una escala.

Llegó el alba, y finalmente el bloqueo del emperador se retiró. Xiao-Lang se levantó de un salto de su futón, y esperó ansioso a que algo más pasara. Después de eternos minutos, la puerta sonó, y él se abalanzó hacia ella como si no hubiera un mañana.

Abrió la puerta con una sonrisa que no podía contener, pero el gesto se extinguió así como la puerta se deslizó, revelando la identidad del visitante.

—Adalius…
—Gusto en verte también. Al menos finge alivio de ver sano y salvo a tu señor.
—Estaré listo en un minuto, ¿cuál será la agenda del día? —ignoró la crítica.
—De hecho, no habrá actividades hoy. La pequeña fierecilla que vivía en Sakura finalmente se rebeló, y acabó conmigo… pasé en vela la noche completa y no tengo energías para nada. Pasaré todo este día durmiendo, así que puedes hacer lo que quieras hoy: duerme, bebe, pásatela bombeando a la mucama, no sé, lo que desees.

"Tal vez, cortando la cabeza de un tirano hijo de puta", pensó Li, orgulloso del histrionismo con el cual manejó las palabras del hombre.

—De acuerdo. ¿Quieres que custodie tus habitaciones? —insistió el guardián.
—No. Me aislaré. Puedo hacerlo de forma pasiva, demanda mucho hacerlo mientras estoy consciente, en parte por eso estoy tan agotado, pero si duermo, incluso me ayudará a recuperarme. —Palmeó amistosamente el hombro de su guardaespaldas—. Enhorabuena, finalmente te ganaste un día libre. Te espero mañana a primera hora.

Adalius caminó con suficiencia por los pasillos, ante la mirada perpleja de Li, mientras provocaba reverencias por todo donde pasaba.

Cuando salió de su vista, por el lado contrario apareció Amaya, completamente en su papel, pero Xiao-Lang pudo ver la desazón bajo sus modos.

Le dio acceso a su habitación, y cerró para que pudieran hablar.

No hubo conversación, sin embargo.

—Acompáñame, Xiao-Lang. Sakura nos espera.


Ocultos de toda mirada, al favor de las técnicas de la kunoichi, el par llegó hasta aquel granero de hermosos recuerdos, y un espantoso agujero se formó en el estómago del guardián.

No podía controlar esos desagradables sentimientos que se formaban en su mente, la imagen de Sakura entregándose a alguien más era simplemente abominable, y se volvía peor en tanto que no podía reprochárselo, lo que pasaba era más grande que los dos juntos, y un terror paralizante comenzaba a dominarlo… ¿cómo haría para confrontarla?

Al llegar al ático, sus temores se disiparon un poco.

Sakura estaba ahí, pero no sola.

—Entonces era verdad… estás vivo, y de nuestro lado —declaró Tomoyo como si pudiera leer la mente del muchacho, aunque con actitud más bien reservada.
—Por siempre, sohei —dijo, y se inclinó ante Tomoyo, pero sin dejar de mirar de soslayo a Sakura, que no se atrevía a levantar el rostro.
—Gracias… no sé cómo pedirte que hagas más.
—Eso no será necesario. Nuestros intereses son uno y el mismo: la libertad de…
—Nihon y el mundo —completó la monja, sin dejar a Li decir la última palabra, que en realidad era "Sakura"—. Supongo que querrán establecer la mejor estrategia, así que los dejo solos. Sakura tiene sus indicaciones, y yo debo seguir preparando todo para cuando debamos dar el siguiente paso (1).

Tomoyo abandonó el lugar, y Amaya hizo una cara rara mientras la seguía. Echó un último vistazo a la pareja, y les indicó sin palabras que estaría afuera.

Deseando estar en cualquier otro lugar, muerto incluso, Xiao-Lang caminó hasta tomar asiento frente a Sakura. Después de un prolongado y lúgubre silencio, trató de tocar una de sus manos, misma que ella retiró como si la quemara.

—Sakura, por favor…
—No, Xiao-Lang… ya no puedo…
—¿De qué estás hablando…?
—No hagas esto más difícil… mi cuerpo está corrupto y mi alma rota, no puedo permitir que sigas pensando que hay un nosotros en algún lugar del tiempo… pero nunca olvides que esos años que estuvimos juntos desde nuestra niñez hasta la última vez, fueron los mejores de mi vida… Yo no puedo engañarme a mí misma, pensando que mi corazón puede pertenecer a dos causas.
—No entiendo.
—No puedo buscar que el alma de Adalius se compenetre con la mía, sin haber sacado de ahí a la tuya primero… ya no debo amarte… ya no puedo estar más contigo. —Bajó su cabeza dificultosamente, en especial debido al llanto que le provocaba espasmos, y que ya no se preocupaba por ocultar—. Perdóname por favor.

Él trató de tocar su espalda para hacerla erguirse, pero ella fue más rápida. Se puso de pie, y sin ocultar más su llanto, salió huyendo. Escuchó como bajaba las escaleras, también los reclamos de Amaya, que trató de detenerla sin éxito. Y aunque su alma y su corazón le gritaban que corriera tras ella, su razón lo obligó a quedarse justo donde estaba.

Sin saber cuánto tiempo dejó pasar, finalmente se puso de pie, y caminó extraviado entre el menaje de aquel ático. Notó sin darle mayor importancia que el lugar era ocupado como una bodega, y sin pensarlo mucho, abrió una de las cajas ahí almacenadas.

Una diminuta barrica se asomó, y él la reconoció de inmediato: el vino europeo que Adalius daba como obsequio a los dignatarios que lo recibían bien.

Xiao-Lang era abstemio, pero realmente ya no importaba. Acababa de perder aquello que más amaba, y su único pago era el dolor de una misión que no quería. Extrajo y destapó la barrica, y luego de observar el obscuro y aromático líquido en su interior, dio un largo trago.

—¿Crees que esa es una buena idea? —preguntó Amaya con voz baja y condescendiente, desde la puerta.
—¿Y qué importa ya? En este punto, creo que nada podría ponerse peor, y hoy no tengo que presentarme ante Adalius. —Estiró el brazo hacia la kunoichi, ofreciendo la ánfora—. Comparte un trago conmigo, creo que haría una estupidez si bebo solo.

Amaya suspiró con resignación. De alguna manera se sentía responsable de la tragedia del muchacho, y avanzó hasta alcanzarlo, tomando el envase y dando un buen trago de él.

—¡Guau! ¿Qué demonios es esto?
—Vino riojano. Es una bebida hecha de uvas.
—Está bueno —dijo ella, con una media sonrisa.
—¿Verdad que sí…? —respondió él, con la voz repentinamente quebrada.

Incapaz de soportar la presión, su rostro se descompuso por completo, poniéndose rojo y dejando que gruesas lágrimas cayeran por sus mejillas. Dio un nuevo sorbo, y luego de pasarlo con dificultad, comenzó a llorar como un niño pequeño, acuclillándose bajo el peso de su pérdida.

Incapaz de ignorar su abatimiento, Amaya se inclinó ante él, abrazándose a su cuello con vigor para transmitirle su apoyo.

El día continuó su avance, y cerca del atardecer, una docena de aquellas pequeñas barricas había sido vaciada. Amaya había intentado en principio acompañarlo para evitar que hiciera algo que pusiera en riesgo su misión o incluso su propia vida, pero en lugar de eso, había terminado cediendo ante la insistencia del muchacho, y al final había bebido tanto como él.

Estaban completamente ebrios, muy cerca de la inconsciencia. Y en todo ese tiempo, el guardián tenía intervalos de depresión en los cuales terminaba doblegado por el llanto. Amaya no podía soportar el dolor de ver a aquel muchacho sufrir así, porque era un buen chico, una persona buena que estaba sufriendo por una situación de la que no era responsable, y que tendría que lidiar con la separación de su ser amado. Era un amigo entrañable, al que conocía desde niño, y al que de ninguna manera le gustaba ver sufrir y por el que sentía un gran afecto.

Quizás era el alcohol en su sistema, pero lentamente comenzó a ganar terreno la idea de que ella tenía que hacer algo para consolarlo, para aminorar su dolor.

Tenía que haber un modo de hacerlo sentir bien.

Miró al chico tambaleante ante ella, girando la ánfora, comprobando que estaba vacía, en un gesto tan infantil que le resultó adorable.

Con un gran esfuerzo para manejar sus extremidades, alcanzó la ánfora y se la quitó. Buscó sus ojos ámbar, como intentando encontrar algún mensaje críptico en ellos, pero su mente estaba demasiado nublada como para tratar de hilar alguna idea coherente. Realmente sentía su pérdida, ella misma pasaba por un dolor semejante al tener secuestrada a una de las dos almas que compartió con ella su niñez y sus secretos.

—Creo que esta es la clave de nuestro éxito… —balbuceó de pronto la kunoichi, tomó el cabello de la nuca del castaño y tiró de él hacia atrás, lo que le arrancó un gesto de dolor y reproche.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó débilmente él, confundido.
—No tengo idea… —respondió ella, igual de perdida—. Dime, lobito… ¿crees realmente que Sakura sea impura por todo lo que ha pasado?
—Desde luego que no.
—Y si todos nosotros lográramos llegar hasta el otro lado de esta misión exitosos y vivos… ¿la perdonarías por lo que tuvo que hacer?
—No tengo nada que perdonar. Ella está haciendo un sacrificio inmenso por todos, yo incluido. ¿Me soltarías el cabello?
—Escúchame con mucha atención, Xiao-Lang… —ignoró ella su reclamo, y tomó un pequeño frasco del cinturón de su muslo izquierdo, aquel que quedaba oculto debajo de su corta yukata—. Tal vez lo mejor sea que piensen mal de nosotros, Sakura incluso.
—¿De qué demonios estás hablando, Amaya?

Su pregunta fue respondida por un objeto alargado que entró a una de sus fosas nasales intempestivamente, Amaya posó sus labios en una boquilla al lado opuesto, y sopló. Una pulverización de hierbas diversas entró por la nariz del chico, que le provocó primero un horrible ardor, y luego, un ataque de tos que lo dejó jadeando por varios minutos.

Al intentar reclamar por semejante ataque, notó que estaba completamente sobrio.

—Tengo una corazonada —retomó ella, ya también completamente repuesta—. Pero tenemos que ser más astutos que Adalius… más astutos incluso que nuestra propia gente… y para eso, necesito que inicies junto conmigo un ardid.
—¿Y qué sentido tiene si…?
—Tendríamos una esperanza diminuta de recuperar a Sakura.

El muchacho enarcó las cejas, silencioso.

Septimo acto.

Fin.

1. Monje budista guerrero.