Bajo el Mar

"Nadie nos fríe ni nos cocina en un sartén"

Ranma estaba harto.

Nadaba sin rumbo fijo, deslizándose con elegancia entre las algas del bosque. Su largo cabello rojo brillante ondeaba a sus espaldas y las escamas tornasol de su cola de pez reflejaban la luz turquesa que se filtraba a través del agua de mar. Hervía de hastío y avanzaba tan rápido que su doncella Shampoo, una medusa luminiscente de color lila, apenas podía seguirle el paso.

–¡Ranma, ir más lento! –exclamó Shampoo –¡Nadar muy rápido desacomodar las perlas!

Ranma gruñó aún más fastidiado y aprovechó para arrancarse el ostentoso tocado que adornaba su cabeza a modo de respuesta. Se detuvo para mirar a Shampoo a los ojos y con un gesto desafiante, se quitó también el corpiño de almejas, dejando sus prominentes senos al descubierto.

Shampoo torció el gesto, pero no dijo nada. Después de unos segundos más de silencio, Ranma asintió satisfecho y se dio la vuelta para seguir su camino.

Estaba cansado de ser una princesa; hastiado de las frivolidades del palacio y de la estúpida indumentaria en la que lo empaquetaban todos los días. Más allá de lo ridículo que se sentía, lo que más le pesaba era la culpa de saber que solo se trataba una fachada. Ni todas las perlas del mundo serían suficientes para cambiar el hecho de que Ranma no era nada de lo que aparentaba ser, especialmente nada de lo que debería ser.

La vergüenza de saberse un engaño llegaba a ser tan aplastante que lo sofocaba mucho más que las aguas profundas del abismo marino, cerrándose a su alrededor, presionando sobre su pecho, impidiéndole respirar. Por eso escapaba a menudo, buscando en la inmensidad del océano el espacio que le hacía falta. Lamentablemente, nunca era suficiente, por lo que cada vez se tenía que aventurar en aguas más y más someras, donde todo era más ligero, donde podía sentir el calor del sol y los rayos se teñían de tonos rojos y anaranjados al iluminar los corales de colores vibrantes.

Simplemente estar cerca de la superficie le proporcionaba una tranquilidad que no podía encontrar en ninguna parte del fondo del mar.

Los bancos de peces de colores formaban patrones al nadar en el arrecife. Las estrellas y erizos contrastaban contra las suaves texturas de las anémonas. Un pulpo se arrastraba sobre la arena, cambiando de color para camuflarse con el entorno. El arrecife rebozaba de vida y belleza pero ni siquiera eso podía compararse con la promesa de un mundo completamente nuevo más allá de la superficie.

Un mundo entero de posibilidades por descubrir.

Shampoo dejó escapar un chillido de molestia, pero Ranma no le prestó atención. Normalmente, a la doncella le disgustaba estar tan lejos de las profundidades pero en ese momento parecía estar particularmente decidida a seguirlo hasta el fin del mar, maniobrando entre tortugas y mantarrayas lo mejor que le permitía su pequeño y gelatinoso cuerpo.

Estaba a punto de volver a protestar cuando ambos se vieron cubiertos bajo la sombra de un barco.

Ranma alzó la vista y se acercó para observar mejor. Siempre había sentido curiosidad por los artefactos humanos y esta era la distracción perfecta para olvidarse del motivo más reciente de su enojo. Desde su posición a unos cuantos metros del casco notó el eco vibrante que alcanzaba a difuminarse hacia el agua. Era música humana, y también voces, risas, golpeteos.

–¡Ranma, no ir! ¡Humanos peligro, prohibido estar cerca! –chilló Shampoo sin ningún efecto en el aludido.

La medusa lila se plantó frente a Ranma, pero él la esquivó sin hacerle ningún caso.

–¡Es ley, sirenas secreto para humanos! ¡Reina enojar, castigar Ranma otra vez!

A pesar de las protestas de Shampoo, Ranma no tuvo reparo alguno en salir a la superficie y trepar al costado del barco para espiar a través de un agujero en la barandilla.

El barco estaba lleno de humanos que bebían, bailaban y también se empujaban de una forma aparentemente agresiva que Ranma no podía identificar si era amistosa o no. Los estuvo observando durante un buen rato y ya estaba empezando a aburrirse del extraño intercambio cuando divisó entre la multitud a una chica de cabello corto. Ahora que la había visto, le resultaba mucho más evidente que se encontraba en el centro de la trifulca, y los muchachos que la rodeaban estaban luchando por su atención.

A Ranma esta revelación le pareció aún más aburrida y estuvo a punto de echarse un clavado de vuelta al mar cuando se escuchó un golpe seco seguido de varios tintineos esparcidos por el piso del barco, sonidos que, gracias a su limitada experiencia explorando barcos hundidos, asociaba con el extraño material transparente que los humanos usaban para fabricar sus utensilios.

Un grito de guerra retumbó por la cubierta y todos los varones rodearon de una forma inesperadamente organizada a la joven de cabello corto, quien empezó a despacharlos con una serie de golpes y patadas que parecían estar diseñadas para maximizar la efectividad de cada movimiento, algo que a Ranma siempre le había fascinado.

Artes marciales humanas.

Ranma siempre se había preguntado qué se sentiría practicarlas con esas extrañas extremidades y ahora se le presentaba la suerte de observar una demostración en primera fila. La chica se movía con una fiereza y una presencia incandescente, sólida e imparable. Los pobres peleles no tenían ninguna oportunidad. Ranma no pudo evitar sonreír admirado, acercándose inconscientemente para observar con toda su atención.

Estaba tan ensimismado estudiando la pelea que no se dio cuenta que otras dos jóvenes humanas se habían acercado demasiado al lado de la borda desde donde él estaba espiando.

–¿Crees que Akane-chan esté bien? –preguntó la más alta de ellas, tocándose la mejilla delicadamente con la punta de los dedos.

–No te preocupes –soltó una risotada la otra, para después darle un sorbo a su bebida, –siempre es lo mismo en todas las reuniones.

–¡Pero hoy es su cumpleaños! –insistió preocupada la primera.

Su interlocutora rió aún más fuerte, se notaba que se estaba divirtiendo de lo lindo con todo el alboroto.

–Exactamente por eso, hermana. Ahora que ya cumplió los dieciséis años, está lista para casarse.

–Si al menos les diera una oportunidad antes de machacarlos a golpes... –suspiró tristemente la primera que habló.

Ranma frunció el ceño, pero no pudo seguir escuchando porque la pelea empezaba a salirse de control. A pesar de todos los cuerpos inconscientes desparramados por la cubierta, los oponentes de la chica de cabello corto no parecían haber disminuido y empezaban a arrinconarla contra la borda. Varias veces se vio desorientada al descubrir que tenía menos espacio del calculado, cuando chocaba contra el barandal, hasta que finalmente dio un paso en falso y resbaló.

Para ese entonces ya había anochecido y estaba tan oscuro que solo los oponentes que estaban más cerca de ella se dieron cuenta de lo que pasó y aunque se lanzaron inmediatamente al rescate, ninguno de ellos cayó lo suficientemente cerca para alcanzarla.

Ranma observó todo sin inmutarse, creyendo que en cualquier momento la chica nadaría de regreso al barco, pero después de unos minutos en los que no parecía acercarse siquiera a la superficie, decidió lanzarse al agua para buscarla desde abajo.

Grande fue su sorpresa al ver que la chica no solamente no hacía el más mínimo intento por nadar sino que además se hundía cual plomo, mucho más rápido de lo que jamás había visto hundirse cualquier otra cosa. En serio, ¿de qué estaba hecha esa mujer? Así que un a vez que estuvo más que claro que la humana había perdido el conocimiento, Ranma se apresuró a tomarla en brazos y cargarla hacia la superficie a pesar de los indignados chillidos de Shampoo.

–¡¿Ranma enloquecer?! –gritó asustada, –¡Humana peligro! ¿querer morir de harpón?

A pesar de que por fuera no dio muestras de ello, Ranma consideró cuidadosamente las palabras de Shampoo. Sabía perfectamente que los humanos eran peligrosos. Todas las historias que había escuchado desde pequeño acerca de encuentros con ellos siempre terminaban en tragedia. Sin embargo, ahora que había tenido la oportunidad de tenerla en sus brazos, tenía que reconocer que había una gran discrepancia entre esta criatura y las descripciones de los humanos que aparecían en todas esas historias.

–¡Reina matar! Si humana no, reina matar –se lamentó Shampoo sacudiendo de lado a lado la zona de su pequeño cuerpo en la que debería estar su cabeza.

Ranma se mordió los labios y continuó nadando.

En cuanto su cabeza se asomó fuera del agua, la chica de cabello corto tosió un poco, pero no dio indicios de despertar. Ranma la observó un instante para asegurarse que aún respiraba, pero en cuanto le tocó las mejillas se dio cuenta que estaba demasiado fría. No estaba seguro de cuál sería la temperatura normal de los humanos, pero sabía que necesitaban mantener el calor, así que decidió acercarla a la orilla.

Una vez en la playa, le pareció que sería desconsiderado dejarla sola, así que decidió quedarse a su lado vigilándola hasta que despertase. Observándola de cerca, se dio cuenta que parecía tiritar un poco entre sueños, por lo que Ranma se acurrucó a su lado para compartir el calor de su propio cuerpo.

Desde lo lejos, la brisa arrastraba fragmentos de la horrorizada voz de Shampoo pero Ranma la ignoró por el momento. Ya tendría tiempo más tarde para lidiar con ella.

Volviendo su atención hacia la humana, Ranma la examinó a detalle. Después de haberla observado tranquilamente, tenía que admitir que era muy bonita. Dormía plácidamente, sin dejar ver ningún rastro de la guerrera que había luchado con tanto ímpetu en el barco. Ranma nunca había visto a una humana tan de cerca. Le sorprendió la suavidad de su piel y el color de su cabello, tan negro que parecía desprender destellos azules con los primeros rayos de sol.

Estuvo tanto tiempo admirándola que no se dio cuenta cuando la humana empezó a despertarse. La chica abrió los ojos suavemente y sonrío aún adormilada. Entre el rugido del viento y el oleaje del mar, apenas se alcanzaba a escuchar un chirrido abstracto proveniente de la playa lejana.

–Qué bonita –murmuró somnolienta la humana, alzando la mano para tocarle un mechón de cabello rojo.

Sus ojos color avellana recorrieron el rostro de Ranma sin dejar de sonreír tiernamente para luego deslizarse hacia abajo y sus mejillas se colorearon de un adorable rubor al notar los pechos desnudos aplastándose contra su camisa. La humana parpadeó un poco más, registrando la sensación del peso del cuerpo femenino sobre el suyo y el vaivén de las olas del mar remojando sus pies.

Ranma no sabía qué hacer. Si dormida le había parecido bonita, ahora que le había sonreído parecía mucho más hermosa.

La humana se incorporó un poco pero antes de que pudiera decir una palabra, Ranma se sonrojó y de un salto regresó al mar. La humana hizo amago de seguirla, pero un pequeño animal negro y peludo saltó hacia su regazo, impidiéndole levantarse y dándole tiempo a Ranma de alejarse entre las olas.

Sabiéndose a salvo a unos cuantos metros de la playa, oculto entre las rocas, Ranma se quedó a contemplar cómo un grupo de personas encontraron a la humana y la llevaron a tierra firme.

Una vez que volvió a hundirse en el mar, Ranma no encontró rastro de Shampoo por ningún lado. La volátil medusa seguramente se había cansado de ser ignorada y había regresado a dormir al palacio desde hacía horas.

Durante todo el camino de regreso, Ranma no podía dejar de pensar en la humana que rescató.

Salió del arrecife y atravesó el bosque de algas hasta llegar a las afueras del reino, donde los plebeyos empezaban a prepararse para las actividades del día. Los mercaderes arrastraban canastas de fruta para vender en sus puestos y los criadores de langostas guiaban su camada hacia el arrecife. Los recolectores de ostras salían de sus cuevas con mochilas y herramientas colgadas a los hombros, listos para empezar la jornada.

La actividad era cada vez más esporádica conforme se iba adentrando a la ciudad, hasta llegar a los jardines del palacio. Dentro del castillo todo estaba en silencio, aunque seguramente las cocineras estarían empezando a preparar el desayuno, la mayoría de los habitantes aún dormían.

A Ranma le gustaba el silencio del palacio dormido, era una paz de la que raras veces podía disfrutar. No era la primera vez que llegaba de madrugada, así que Ranma se deslizó con familiaridad a través de los oscuros pasillos de arenisca con incrustaciones de roca caliza y cobre que ya conocía tan bien.

Iba tan distraído que estuvo a punto de chocar contra su madre, la reina Nodoka, en una de las estancias principales. La imponente sirena lo miró con severidad.

–Ranma, –regañó con una expresión reprobatoria –¿por que no estuviste en el baile de anoche? Sabías que vendrían los embajadores de los reinos más importantes, y –aspiró cansada –¿por qué tienes los pechos al agua? Sabes bien que eso no es digno de una sirenita y sobre todo tú, como princesa heredera del rey Saotome deberías ser una dama entre las damas.

Ranma se limitó a cruzar los brazos para cubrirse el pecho y se mordió los labios para no contradecir a su madre. Después de todo, la quería y respetaba a pesar de que no entendiera nada. Finalmente Nodoka terminó con el sermón que había estado repitiendo casi cada semana, a sabiendas de que no serviría de gran cosa.

–Ve a tu cuarto a ponerte algo presentable para el desayuno –suspiró masajeándose la sien.

–Sí, madre.

Ranma se apresuró a nadar fuera de la vista de Nodoka antes de que cambiase de opinión y decidiera continuar con la monserga. Estaba a punto de entrar a su alcoba cuando escuchó un grito emocionado retumbar tan fuerte que casi hacía vibrar las paredes.

–¡Mi hermosa sirena del cabello de coral! –exclamó un tritón mientras nadaba hacia Ranma con los brazos abiertos –¡Que dicha tan grande es volver a regocijarme con tu presencia! Estoy seguro de que seremos muy felices cuando al fin te conviertas en mi adorada espo...

Ranma lo interrumpió de un puñetazo, sintiéndose enfermo solo de imaginar lo que el zoquete en cuestión estaba a punto de cacarear. Conteniendo un escalofrío, se apresuró a entrar a la alcoba antes de que Tatewaki, el tritón, pudiese volver en sí.

Adentro de su habitación encontró a sus tres damas de compañía: Ukyo, Kodachi y Shampoo. La última de ellas estaba enfurruñada en un rincón, claramente de mal humor por la desvelada que pasó pero de nuevo en su forma de sirena.

La primera en acercarse fue Kodachi, para escudriñarlo de arriba a abajo sin siquiera intentar disimular su desagrado.

–Ya era hora de que volvieras, Ranma-sama –exclamó haciendo un gesto como de querer tocarlo pero enseguida retiró la mano. –No nos queda mucho tiempo y estás hecha un desastre.

–Siéntate por favor, Ran-chan querida, –agregó dulcemente Ukyo gesticulando hacia la silla del tocador. –Ya tengo listo el corset especial de asteroideos y tama-mizu que tanto te favorece, –agregó con una amplia sonrisa mientras observaba orgullosamente la prenda que estaba extendida sobre la cama.

En cuanto Ranma se dejó caer con desgano sobre la silla, Ukyo se apresuró a frotarle los brazos y hombros con una esponja, diligentemente limpiando todo rastro de musgo y arena que se le hubiese embarrado durante su pequeña expedición nocturna. Al mismo tiempo, Kodachi se dispuso a aplicarle el maquillaje, poniendo todo su empeño en limitarse a hacer el mínimo contacto posible por temor a ensuciarse.

Ranma se dejó hacer. Estaba acostumbrado a que lo trataran como una muñeca que necesitaba ser restaurada para exhibir en algún escaparate, además de que con la experiencia había aprendido que resistirse solo serviría para hacer el proceso más doloroso.

Sin nada con que distraerse, terminó inevitablemente encontrándose solo con sus pensamientos.

Bonita.

Esa humana lo había llamado "bonita". Modestia aparte, Ranma sabía que tenía una cara y un cuerpo convencionalmente atractivos. No solamente se lo habían dicho varias veces a lo largo de su vida sino que también podía apreciarlo por sí mismo al mirarse al espejo. En algunas ocasiones le había supuesto un motivo de orgullo, pero a medida que fue comprendiendo y descubriendo verdades cada vez más complejas acerca de sí mismo, se encontró con que ya no le gustaba ser catalogado así.

Más que nada, prefería el uso de otros adjetivos que fueran más acorde a su identidad.

Sin embargo, lo desconcertante del asunto era que por primera vez en muchos años, no había experimentado el acostumbrado rechazo a ser descrito con esa palabra. Si tuviese que ser sincero consigo mismo, incluso estaba deseando poder volver a escuchar a esa humana llamarlo "bonita", especialmente si lo miraba con esos ojos cargados de admiración.

Totalmente ajena al tumulto que se desataba en su interior, Ukyo le dirigió una última sonrisa a Ranma, la cual se desvaneció inmediatamente en cuanto giró la cabeza para voltear a ver hacia el rincón.

–¡Shampoo, las joyas!

–En cofre –respondió altanera la aludida, sin siquiera moverse del sillón ni alzar la vista del complejo trenzado que estaba haciendo en su propio cabello con movimientos lentos y despreocupados.

–¡Ya sé que están en el cofre! –bufó Ukyo, sin dejar de ajustar las cuerdas del corset en la espalda de Ranma, –pero apúrate a sacarlas, se nos hace tarde.

–Sacar tú, Shampoo ocupada.

Ukyo gruñó, apretando los puños.

–Déjala, –rió Kodachi –está irascible porque sabe que pronto subiré de alcurnia y ella en cambio nunca será más que una pobre cortesana.

Shampoo rodó los ojos pero prefirió no responder a las provocaciones de Kodachi de ninguna otra forma. Se tomó su tiempo en hacer un par de nudos más a su trenza con toda calma, para luego estirarse con parsimonia y flotar perezosamente hacia donde estaban las demás.

–Su cabello ser un asco –indicó con soberbia, como si no fuera ella la encargada de esa tarea en específico. –Tratamiento de alga de bisabuela ser milagro, tú ver.

–Sí, claro, así como el milagrito que te hizo para deshacerte de Mousse. –rió Ukyo.

Shampoo enrojeció tanto de vergüenza como de furia.

–¡Milagro funcionar!

–¡Por supuesto! porque no hay nada mejor para ahuyentar a los pretendientes fastidiosos que transformarte en una aguamala venenosa cada vez que te tocan, –siguió burlándose Ukyo.

–¿Qué saber tú? Shampoo al menos sí tener pretendiente.

–¡Yo también tengo pretendientes! –su indignación fue tan grave que apretó el corset de más sin darse cuenta.

Pulpo mimo y sirvienta de palacio no contar.

–¡Konatsu es un tritón! –gritó Ukyo escandalizada, –solo le gusta actuar como sirena, pero si le revisas bajo el uniforme vas a ver que tiene todo el "equipo" completo.

Ranma, quien hasta ese entonces había permanecido absorto en ensoñaciones acerca de la humana que rescató de ahogarse, aprovechó la distracción para escabullirse de la alcoba.

Conocía bien a Konatsu, una dócil y tímida doncella de servicio que aguantaba en silencio las burlas de sus compañeras por haber nacido en el cuerpo incorrecto. Todos en el palacio la consideraban un chiste, un espectáculo de circo o a lo mínimo una pequeña indecencia que era mejor mantener fuera de la vista pública. Esa era la excusa que mayormente usaban para asignarle las tareas más pesadas al fondo de la cocina y en los almacenes más recónditos, donde ningún noble pudiera verla ni por equivocación.

Escuchar a Ukyo hablar así de ella siempre le resultaba más que desagradable.

Lamentablemente, salir de la habitación significaba también que tendría que presentarse al desayuno y a pesar de que habría preferido postergarlo unos cuantos minutos más, se sentía un poco culpable por haber faltado al evento de la noche anterior. Así que, con un suspiro de resignación, nadó lo más lento que pudo hacia su destino.

Al llegar al comedor, se sorprendió un poco al ver que sus padres no eran los únicos que estaban sentados a la mesa. Tatewaki sorbía caracoles con toda la elegancia de la que era capaz mientras su padre, el gran duque del mar Furinkan, se reía a carcajadas a la vez que jugaba con un instrumento humano y ofrecía agresivamente piñas terrestres a cualquier sirviente que pasara nadando cerca de él.

Tatewaki sonrió complacido cuando unos cuantos minutos más tarde, su hermana Kodachi flotó delicadamente para sentarse al otro lado del duque, ataviada con sus mejores prendas y el maquillaje más elaborado que le hubiese visto jamás.

Ranma tomó asiento al lado de su madre, ignorando el escalofrío que le recorría todo el cuerpo por la intensidad con la que Tatewaki se estaba esforzando para lucirse frente a él.

Nodoka puso una de sus manos sobre la de Ranma y le sonrió de una forma maternal, cálida. Acto seguido, se aclaró la garganta e hizo una señal de que tenía que anunciar algo importante. Todos los presentes guardaron silencio y dirigieron toda su atención hacia ella.

A Ranma eso le dio un mal presentimiento.

–Me complace anunciar que hoy es un día de fiesta –declaró Nodoka con alegría, –puesto que hemos llegado a un acuerdo con el duque Kuno y hemos decidido que su hijo Tatewaki y la princesa Ranma se casarán para ser los futuros reyes de los siete mares.

La familia Kuno estalló en aplausos y vítores, hasta que Ranma logró reponerse de la impresión y se levantó violentamente del asiento.

–¡De ninguna manera! –gritó mientras aporreaba los puños sobre la mesa, pero antes de que pudiera decir más, una severa mirada de Nodoka bastó para que se sintiera avergonzado y bajara la cabeza. –Lo siento, perdí el apetito, –murmuró antes de salir nadando del comedor a toda prisa.

Nodoka volteó a ver a su esposo el rey Genma, quien en ese preciso momento se encontraba más interesado en picotear pastelillos de caracol que en cualquier otra cosa. Al percatarse del aura asesina de la reina, intentó escapar por una ventana pero el ruido de una katana siendo desenvainada lo persuadió de volver sigilosamente a su asiento.

–Calma, mujer –imploró el rey pensando en cualquier excusa para apaciguarla, –tengo la solución perfecta para que Ranma se convierta en la más delicada y femenina sirena de todos los siete mares.

Nodoka lo miró sin estar del todo convencida por unos minutos. La familia Kuno estaba demasiado ocupada celebrando para prestarles atención alguna.

–¿Estás seguro? –preguntó incrédula.

–Por supuesto que sí –balbuceó el rey entre risas nerviosas.

–¿Absolutamente seguro?

–Te digo que sí –Genma tragó duro –, esta vez será diferente, no como pasó con el remedio de los peces gato, ni la sopa de bigotes de dragón de agua dulce.

Nodoka lo examinó por unos minutos más hasta que llegó a la conclusión de que no le quedaba otro remedio.

–Muy bien –aceptó solemne, –pero tendrán que empezar inmediatamente y terminar a tiempo para el baile de compromiso.

–Sí, sí, lo que tú digas, mi reina.

–A tiempo para el baile. –reiteró Nodoka, antes de limpiarse la boca con una servilleta y salir del comedor.

Genma tragó saliva con dificultad, pero una vez que la reina estuvo fuera de su vista, le pareció que sería una lástima desperdiciar el banquete que ya estaba servido sobre la mesa, y que tomarse unos cuantos minutos para disfrutarlo no haría daño a nadie. Resguardado bajo esa nueva convicción, se recargó cómodamente en el asiento y alargó la mano para tomar el plato más cercano.

Mientras tanto, los Kuno seguían ocupados con su festejo, cada uno igual de inmerso que los demás en sus propias fantasías egocéntricas.

Unas cuantas horas después, Genma irrumpió a gritos dentro del cuarto de su hijo.

–¡Arriba, Ranma! –gritó a todo pulmón, –¡Nos vamos de cacería!

El aludido se cayó de la cama de la impresión. Si bien estaba acostumbrado al trato brusco de su padre, apenas había dormitado en toda la noche por vigilar el sueño de la humana y después del desayuno solo había podido dar vueltas mientras intentaba pensar en una forma de zafarse del compromiso con ese bufón monumental que le habían achacado sin preguntar.

Sin decir nada, se dirigió al armario y sacó la mochila que siempre tenía preparada para la ocasión.

Salir de cacería era algo que Ranma y Genma hacían muy seguido para huir de la reina Nodoka cada vez que le colmaban la paciencia, lo cual era aproximadamente cada tres días. Los viajes podían alargarse tanto que no era raro que se quedaran a acampar en cualquier parte del océano.

El recorrido empezó igual que cualquier otro, salieron del palacio y prosiguieron a través de las áreas mejor cuidadas del reino, donde Genma se pavoneó gustoso de recibir los regalos que los habitantes más acomodados le hacían con la esperanza de ganar su favor si alguna vez lo llegasen a necesitar.

Después del vergonzoso desfile, se desviaron discretamente hacia otras zonas menos afortunadas, por llamarles de alguna forma, en las que Genma intercambió los regalos por promesas y otras cosas de las que Ranma prefería no enterarse, con residentes cuyos rostros no siempre estaban a la vista.

Al igual que las demás veces, después de entregar el último regalo, prosiguieron hasta salir de la civilización para adentrarse en el bosque de algas que rodeaba el reino.

Nadaron hacia la llanura abisal, bajando por el cañón submarino y acercándose a un grupo de cavernas en donde se rumoreaba que había unas fuentes hidrotermales.

Antes de llegar a su destino, Genma disminuyó la velocidad, visiblemente inquieto.

–Escucha, Ranma. Esto no puede seguir así. –musitó nerviosamente.

Ranma permaneció en silencio. Esto no era muy diferente de los discursos habituales. Su padre podía ser un holgazán irresponsable pero al menos hacía el intento de pretender que esos viajes que hacían juntos tenían algún sentido más allá de alejarse de la reina Nodoka por su propia supervivencia.

–Tu madre está imposible, –prosiguió Genma al darse cuenta que no recibiría respuesta. –Tienes que dejar de comportarte como una niña salvaje y asumir tus responsabilidades como princesa.

Que fácil para él decirlo, y que irrisorio viniendo del rey que menos se encargaba de sus funciones como monarca.

–No voy a casarme con ese payaso, –declaró Ranma sin mirarlo a la cara.

–No tienen que casarse inmediatamente –argumentó Genma –, podrían salir a unas cuantas citas, tal vez te guste.

Ranma gruñó en desacuerdo, pero solamente aumentó la velocidad de nado.

–Mira, Ranma, tienes que madurar –prosiguió Genma dándole alcance. –Esas fantasías de querer pasarte todo el día jugando en los arrecifes son para niñitas plebeyas.

–¡No soy una niña! –es todo lo que se atrevió a contradecir.

–Hija, por favor, tienes que ser razonable. Es cierto que tienes cierta... ejem... facilidad para las artes marciales –esa última admisión le había costado tanto que parecía dolerle físicamente, –pero no creerás que puedes convertirte en una guerrera de verdad –rió nerviosamente.

Ranma apretó los puños, pero siguió nadando.

Genma sonrió satisfecho y asintió con la cabeza.

–Si fueras un tritón sería diferente, –siguió diciendo –pero eres una sirena; tú lugar es dentro del palacio, tejiendo canastas, recitando poesía, no sé, actividades más adecuadas para la delicadeza de tu... ejem, género.

Con eso, Ranma tuvo suficiente. Si bien sabía que no podía esperar ser tratado como algo más que una sirena, escuchar a su propio padre pretender reducirlo a un frágil adorno que resguardar dentro del castillo fue demasiado.

Le demostraría qué tanta delicadeza le imponía su género.

El primer puñetazo conectó limpiamente contra la quijada de Genma. Los demás, no tanto.

Aunque Ranma era bastante hábil para las artes marciales, su padre no se quedaba atrás. Algunos de los golpes eran tan violentos que los empujaron varios metros por la fuerza del impacto. Fue así que se fueron acercando a las cavernas subacuáticas sin darse cuenta, cada uno demasiado enfocado en la meta de partirle la cara a su contrincante de la forma más dolorosa posible.

La única razón por la que se vieron forzados a desistir en el intento fue el eco de un gruñido ancestral que hizo vibrar todo a su alrededor. Inmediatamente después, una fuerte corriente marina los arrastró hacia el interior de la cueva, donde los aporreó sin piedad contra las paredes, haciéndolos rodar hacia grutas diferentes.

Un poco aturdido tanto por los golpes como por los giros, Ranma palpó el terreno rocoso, intentando encontrar algo de lo que asirse mientras rodaba cada vez más al fondo de los túneles subacuáticos. Gritó llamando a su padre pero no obtuvo respuesta.

Sin poder hacer nada para evitarlo, Ranma siguió colisionando dolorosamente contra en interior cavernoso hacia donde solo podía adivinar que estaba el fondo de las grutas, cuando los golpes cesaron de pronto y quedó suspendido en una oscuridad absoluta.

Notas de la autora

¡Hola!

Por si no es evidente aún, esta es una adaptación del cuento de la Sirenita en la que Ranma es un tritón trans y nadie más que él lo sabe. Admito que es un tema que no conozco mucho, pero me interesa abordarlo con respeto y es un punto importante en esta historia, así que si alguien de la comunidad lee esto, me encantaría saber sus opiniones y sobre todo críticas si encuentran algo que no cuadra.

Y si no son de la comunidad, también me encantaría saber qué opinan. Dejen reviews * guiño, guiño *

Como siempre, gracias por leer. Les dejo el glosario.

Medusa luminiscente: Para esta especie elegí la pelagia noctiluca porque me pareció la más linda, de color morado, vive más o menos cerca de China y tiene un veneno moderado. Originalmente consideré a la medusa de Nomura por ser la más venenosa del mundo pero está muy grande y medio fea, al igual que la Rhizostoma pulmo, cuyos colores me recuerdan a la versión gatita de Shampoo.

Tama-mizu: Es un pequeño crustáceo también conocido como zafiro de mar (googléenlo, está lindo).

No sé qué tan correcto sea el término porque solo encontré como un post y un blog donde los llaman así pero preferí usarlo que estar poniendo "x cosa de mar" porque me suena un poco que sería como decirle zafiros de tierra, estrellas de cielo, árboles de aire. Suena mucho a que lo nombró alguien que no vive bajo el mar, jaja. Lo mismo para "asteroideos" que son las estrellas de mar.

Pulpo mimo: Thaumoctopus mimicus. Es un pulpo que además de camuflarse, imita al menos a 15 otros animales marinos. Me pareció apropiado para Tsubasa que le gusta disfrazarse de miles de cosas.

Un abrazo,

LunaGitana