Cosmos Congelado
Capítulo 29
El sol se oculta tras el horizonte, envolviendo en oscuridad el fiordo, junto con el imponente castillo de Arendelle, cuyas altas torres puntiagudas rasgan el cielo cual si fueran macabros dedos cerniéndose sobre el fiordo.
Sin embargo, la luz se niega a ceder por completo, ya que arden numerosas fogatas en varios rincones de la explanada central del castillo, cada una rodeada por grupos de arendellianos prestos en ardua labor, golpeando, martillando, aserrando y cortando, afanosos en cumplir las órdenes de su amada reina, y esperanzados en proteger lo que más aman: a su patria, a su tierra y a sus seres queridos. Esa esperanza que la reina Anna les ha regalado con su última arenga, los tiene trabajando con determinación, pero además, formando lazos de camaradería entre los obreros, los soldados, y los extraños extranjeros que trabajan al ritmo de los dos primeros, sin dejarse minimizar, y con la misma intención de lucha que aquellos que desean proteger su hogar.
Los extranjeros siendo los caballeros de Atena.
Sísifo, con los brazos cruzados y la mirada altiva, la pose imponente, observa, de pie erguido desde las escalinatas del castillo, cómo sus caballeros se han integrado a los pequeños grupos de familias, obedeciendo su mandato y dando lo máximo de su esfuerzo, muy conscientes de lo que su nombre representa para cada una de estas personas: ellos, como Santos de Atena, personifican la esperanza. Así que, ver a santos dorados, plateados y de bronce, interactuando con tanta alegría y positivismo con estas familias, arrancándoles sonrisas de seguridad y confianza, le arranca a él mismo una sonrisa de satisfacción.
-¿El magnánimo Sísifo sonriendo? Eso es algo que ninguno de nosotros pudiera haber esperado jamás.
Dhoko se acerca a él, con una sonrisa de lado llena de sarcasmo, mientras le palmea la espalda. Sin embargo, ni siquiera el comentario puede arrancarle el placer que siente el alto general.
-Sólo pienso que me alegra mucho ver esta escena, pues después de todo, para eso están hechos los caballeros de Atena: para traer paz y seguridad a este mundo, ¿no es así? Verlo materializado, aún en una pequeña fracción de este planeta, me llena de una inmensa alegría.
Dhoko asiente, observando el mismo panorama y sonriendo de igual forma.
-Tienes razón, deberíamos de estar orgullosos de esta pequeña victoria. Una de las tantas que aún nos faltan.
-Esperemos que sea así.
Dhoko levanta una de sus cejas con incredulidad, aunque sin perder el humor.
-No te conocía tan pesimista. Siempre pensé que el caballero dorado más cercano al Patriarca mantendría los ánimos hasta arriba incluso en los momentos más aciagos.
Sísifo resopla.
-Eso déjaselo a mi hermano.
Ahora los dos hombres dirigen su mirada al grupo que comanda el pequeño caballero dorado, y no pueden evitar que una risa se les escape al verlo haciendo payasadas con las placas de madera que han creado, haciendo reír también a la familia que le ha tocado apoyar.
-Como sea, es bueno verlos a todos en tan grata armonía.
-Sí, es una lástima que esa armonía se deba de romper en tan poco tiempo.
Ante el recuerdo de su aciaga suerte, los ojos de Sísifo se endurecen.
-¿Cómo van con los preparativos?
-Mi grupo y el de Shion ya han terminado los modelos que nos correspondían, estamos sólo probándolos sobre los soldados que los portarán, y parece que ajustan a la perfección. Sin embargo, tenemos grupos que apenas se están conformando, y que ni siquiera han empezado a trabajar, por lo que, en general, más bien vamos lentos.
Sísifo suspira, apesadumbrado, mientras su mirada se dirige a la última familia arendelliana dirigirse hacia la entrada del castillo.
-Esperemos que sea suficiente.
Dhoko le vuelve a palmear la espalda.
-Lo será, Senpai, ya verás que lo será. Ten fe con que el plan de Degel y la señorita Elsa funcione. Después de todo, Degel es un brillante estratega, siempre lo ha sido, y si él le tiene tanta confianza en las capacidades de la señorita Elsa, yo también confiaré en ella.
Pero en vez de sentirse reconfortado, la mirada de Sísifo se endurece aún.
-Y hablando de eso… de acuerdo a los últimos eventos, ya no puedes llamarla 'señorita'.
Por un momento Dhoko no comprende sus palabras, y empieza a sentirse ofendido, cuando al final su cerebro encaja con cada cosa y se le forma una enorme y silenciosa 'O' en los labios. Sísifo asiente.
-A eso me refiero, y es algo que Degel…
-Deberías de dejarlo en paz, - es Shion quien le acalla las palabras venenosas que seguramente estaba a punto de expresar, mientras se acerca al par de hombres para compartir tiempo y preocupaciones con ambos, - Asmita ya fue claro y amplio en transmitirte la disposición de Atena, Sísifo. No te queda de otra más que aceptar que uno de tus Santos Dorados ha contraído matrimonio durante la Guerra Santa, contraviniendo las Leyes Sagradas del Santuario, - a pesar de las palabras que podrían sonar acusadoras, una amplia sonrisa se dibuja en el hermoso rostro del hombre, - y que lo ha hecho bajo el auspicio de la mismísima Atena.
Sísifo suspira profundamente, frunciendo aún más la frente.
-No es necesario que me lo recalques. A veces pienso que te estás juntando demasiado con Dhoko, Shion. – El rubio le dirige una mirada dura al moreno, al darse cuenta de la pequeña risa que se le escapa. – Estás desarrollando una vena más bien cruel.
El aludido encoge los hombros, sin poder ocultar lo divertido que se siente ante el sufrimiento de su superior. Shion niega con la cabeza, pero su sonrisa también es amplia.
-Estamos a mitad de la guerra, y Sasha apenas ha vivido un par de años. Está consciente que muy probablemente no sobrevivirá. Tú, como el más cercano a ella, deberías de permitirle este tipo de caprichos.
Sísifo vuelve a suspirar, aunque el nombrar de forma inteligente al objeto de su afecto, provoca en el alto caballero que sus ánimos se relajen, aunque sea un poco.
-Tendré que hablar con Sasha en cuanto regresemos.
Shion se para a un lado de los dos, admirando igualmente las actividades de sus compañeros, pero sin perder la pasividad.
-Puedes hablar con ella todo lo que quieras, pero lo hecho, hecho está. Así que te pediré que no la estreses con decisiones que le producen satisfacción. Permítele que cuide de los suyos, aunque lo haga de forma tan extraña. Es lo menos que ella puede hacer, o al menos, según sus palabras.
Sísifo ya no contesta, negándose a dar su brazo a torcer, pero también aceptando que algo de verdad tienen las palabras de Shion.
Dhoko, por su parte, está completamente de acuerdo con su mejor amigo, asiente sin emitir palabras, mientras sus ojos siguen los pasos dudosos de la familia, rezando a Atena y a todos los dioses porque no se pierdan muchas vidas.
El último grupo de arendellianos, conformados por hombres y mujeres de distintas edades pero igual determinación, se detiene y espera pacientemente frente a la antigua entrada de doble hoja del castillo, esperando a que Kai les permita pasar, para que la antigua reina de Arendelle, ahora el Quinto Elemento, les de las indicaciones que corresponden y así poder defender sus tierras y su hogar.
Con su potente voz de barítono, Kai sale a la entrada, recibiendo de lleno el viento helado del anochecer.
-Familia Larsen. – Al unísono y sin titubear por un momento, el último grupo se acerca hacia él. – ¿Herreros y carpinteros? – Los nueve se miran entre sí y asienten. – Bien. Herreros a la derecha y carpinteros a la izquierda. – Dicho esto, Kai da un paso hacia atrás, haciendo un gesto al hombre que se encuentra detrás de él. – Por favor sigan al caballero Lacaille. Él será su asesor y su guía para la labor que se les encomendará.
Dudosos, la familia Larsen, ya divididos, se dirigen al alto caballero, quien les habla con voz clara y una enorme sonrisa en el rostro.
-Bien, mucho gusto de conocerlos familia… - el hombre se inclina hacia un lado para permitir que Kai le recuerde el nombre, - Larsen. Mi nombre es Lacaille, caballero del ejército de Atena y Santo Plateado de Popa, si me siguen por favor, los llevaré al recinto frente al Quinto Elemento, y en el camino les platicaré la misión que nos han confiado. – Lacaille le guiña el ojo a una de las jóvenes de la familia, la cual se sonroja y ríe coquetamente, provocando que algunos de sus primos volteen los ojos. Sin más preámbulos, el Santo de Plata se da la vuelta y camina decidido hacia el interior del castillo, mientras la familia intercambia miradas preocupadas, a pesar de lo cual lo siguen sin dudar.
El grupo se adentra en los amplios pasillos del castillo, sin saber que, desde el balcón inmediatamente encima de ellos, una estilizada figura con preciosos ojos azules los observa detenidamente.
La reina Anna, ambas manos recargadas sobre el barandal de piedra, observa con detenimiento las actividades de su gente, quien trabaja afanosamente en cada uno de los hornos improvisados y las mesas de trabajo, llenándole de orgullo ver a los numerosos voluntarios arendellianos, soldados y civiles, hombres y mujeres, dando todo de sí, obedientes ante su maestro temporal, mientras este reparte habilidosas instrucciones. Incluso observa atenta a los caballeros de Atena, trabajando afanosamente para lograr su objetivo, y sonríe de lado al ver que su sueño se ha vuelto realidad: prácticamente todos los Santos de Atena trabajan sin descanso… y sin playera, mostrando sus magníficos y bien definidos músculos que le arrancan uno que otro suspiro.
Especialmente uno de ellos.
Anna se inclina un poco más al encontrar la fantástica silueta de Kardia frente a ella, y su cuerpo se paraliza al ver el movimiento de cada magnífico grupo muscular, impresionada incluso de ver los músculos moverse cuando él habla, o ríe, junto al grupo de arendellianos con los que le ha tocado trabajar.
Típico de él, ya ha hecho amistad con todos los de su equipo.
Anna sonríe suavemente, pues este chico le gusta cada vez más: no sólo es bello como ninguno, sino poderoso, educado, divertido… y excelente compañero en la cama. Anna se sonroja ante el último pensamiento que la transporta a hace apenas unas cuantas horas, cuando se encontraba entre sus brazos, cuando las manos y labios de dicho hombre la conducían al infinito. Jamás nadie la había hecho sentir así.
-¿No sería él un rey fantástico? – La voz de Gerda a su lado la sobresalta, y Anna voltea a verla, descubriendo una tremenda sonrisa en su rostro. – No sólo protegería al reino con todo su poder, sino que, además, daría hermosísimos herederos.
-¡Gerda! – Anna le habla escandalizada, aunque no puede evitar que su imaginación vuele ante esas posibilidades. – ¡No deberías decir esas cosas! Yo… ya estoy comprometida. – No sabe por qué, pero de pronto siente un pinchazo de tristeza con sus últimas palabras. La sabia anciana amplía su sonrisa, al verla dudar.
-Yo sólo opino, su Majestad, que hay sacrificios que hay que hacer por el reino, que realmente no son sacrificios de verdad: son del tipo de acciones contundentes que se hacen gustosas.
Anna voltea a ver al caballero, y este, finalmente sintiendo su mirada, levanta la mano en saludo, dedicándole su más hermosa sonrisa, y Anna siente cómo el corazón se le hincha de emoción.
Y de amor.
-Sí. Creo que tienes razón. Kardia sería un excelente rey consorte. – Anna le responde la sonrisa y el saludo. – Pero jamás podrá hacerle eso a Kristoff… yo… lo amo.
Pero Gerda es vieja y sabia, por lo que una declaración así no la detiene.
-Y lo entiendo perfectamente, su Majestad, pero ser reina significa también pensar en nosotros, en el bienestar de su reino, y seamos honestos, ¿qué puede hacer Kristoff por el reino? Y, en cambio, la unión con el señor Kardia no sólo le traería felicidad, pues he visto cómo él la mira, sino que, además, le traería poderosísimos aliados…
-Pero Kristoff…
Gerda niega con la cabeza al tiempo que le pone una mano sobre el delicado hombro, tratando de reconfortarla… y darle un pequeño empujoncito más.
-Kristoff es leal a su reina, y él entendería que, como regente, usted debe de hacer lo correcto. – 'Hacer lo correcto…' Desde hace varias horas, los pensamientos de Anna se revuelven sobre esa noción, la que le permitió seguir adelante cuando se sentía más perdida en la vida; la misma idea que le ayudó a salvar a su hermana y al reino de sus padres, y de pronto Anna siente su pecho pesado ante la perspectiva de la decisión. De tener que hacer lo correcto una vez más.
Gerda decide darle la estocada final.
–Estoy segura de que la niña Elsa no dudaría en hacerlo, en desposar a Degel, si fuera por nuestra protección…
Y está hecho, Gerda ha dicho lo que más le ha preocupado siempre a Anna, especialmente ahora que es reina: ¿qué haría su hermana si estuviera en su lugar? ¿Qué hubiera hecho Elsa si siguiera siendo reina? Porque, sin quererlo, Gerda le ha atinado, Elsa ya se ha casado con ese hombre sin siquiera consultarle, y así ha obtenido de él un pequeño ejército que lucha por ella. Sin embargo, es más que obvio que Elsa se desposó no por la promesa que este le hiciera, sino por verdadero amor.
¿O no…?
Después de un par de segundos de pensamiento, la joven reina da un pisotón en el piso, su mirada tornándose determinada.
–¡Tienes razón, Gerda! En tiempos difíciles hay que hacer lo necesario para salir adelante, y Kardia es la mejor opción en estos momentos.
Gerda sonríe con satisfacción al ver a su reina darse la vuelta y bajar las escaleras, decidida, y no retira la mirada de la hermosa silueta que camina determinadamente hacia el grupo de personas trabajando, hacia el alto caballero de Atena. Gerda sabe que el hombre adora con ternura a su reina, y se alegra sobremanera saber que ella también le corresponde en cierta medida, si haberlo visto saliendo furtivamente del cuarto de la pelirroja es una buena indicación de ello. Después de todo, sólo quiere ver a su niña feliz, en los brazos de un hombre que verdaderamente la merezca.
En eso, suenan las trompetas de la entrada, mientras lentamente se abren las enormes puertas de doble hoja del muro exterior, y un grupo que no esperaba ver tan pronto entra a través de ella.
-¡Kristoff! – El grito de alegría de la energética pelirroja resuena en la explanada, cuya cacofonía hace que el nombre reverbere en todo el lugar, retumbe en cada piedra, y Gerda exhala en frustración.
Sólo requería un par de minutos más…
Atravesando las pesadas puertas de Arendelle, Kristoff, montado en Sven, es seguido por el pueblo Northuldra en su totalidad, entrando al reino como si de un contingente de valientes guerreros se tratara, mientras los niños Northuldra más pequeños, de entre los 4 y los 7 años, corren hacia adelante, a saludar a Anna, y esta cae de rodillas para recibirlos, riendo alegre de ser rodeada de este grupo de niños que la rodean, la abrazan, le besan las mejillas, se le suben en la espalda... Kristoff sonríe, feliz de verla a salvo, de ver sus labios en tremenda sonrisa de júbilo, pues sabe que eso significa que ella está bien. Él desmonta de inmediato, y camina tranquilo hacia ella, dejándola ser.
-Estamos de regreso, Anna, perdona por la tardanza. ¿Estás bien? – El hombre galantemente le extiende la mano para ayudarla a levantarse. Anna finalmente lo ve a los ojos, y todo pensamiento coherente se borra de su mente.
Este es Kristoff, el hombre que la ha apoyado, protegido y amado incondicionalmente desde el primer día. El que ha estado con ella desde el principio en todas sus aventuras. El hombre cuyos brazos, cada vez que la envuelven, sin ningún atisbo de duda la hacen sentirse amada, y segura. La hacen sentir que está en casa.
Este es el hombre que ella ama.
Sonriendo como una boba, Anna acepta su ayuda y se incorpora, para de inmediato atraparlo en un profundo beso. Kristoff se sobresalta ante su acción, pero de inmediato responde con fervor, mientras todos alrededor chiflan y gritan sus nombres, celebrando el reencuentro de la pareja, el alboroto inundando la plaza de armas y opacando cualquier otro sonido, por lo que nadie se percata cuando un pesado martillo cae estrepitosamente al suelo, y un par de fuertes pisadas se alejan de ahí a pasos agigantados.
El escándalo de la algarabía no permite que se escuche el estruendoso sonido de un corazón rompiéndose.
Después de varios segundos, y sin darse cuenta de lo que acaba de pasar apenas a unos pasos de ella, Anna rompe el beso para mirar los ojos color chocolate que tanto adora, para observar esa sonrisa boba que es sólo para ella, sintiendo cómo esa mirada de absoluta adoración la llenan de fuerza y determinación.
La hacen sentir reina de nuevo.
-Umh… también me da mucho gusto estar de regreso en casa. – Kristoff le responde con las mejillas arreboladas al ser el centro del espectáculo, pero a la vez con una enorme sonrisa boba.
Anna asiente, su propia sonrisa ampliándose, y después lo abraza, hundiendo su rostro en el pecho de él, inspirando profundo, el olor de este hombre relajándola y a la vez fortaleciéndola.
-Es bueno tenerte en casa. - Un movimiento a su lado la hace reaccionar, y Anna finalmente le sonríe a Sven, mientras le acaricia el enorme hocico. – También es bueno tenerte a ti en casa, Sven, juntos y a salvo. – De pronto, después de un par de segundos acariciando el húmedo hocico del reno, una ausencia se hace notar. – Un momento, ¿y Olaf?
Los dos, hombre y reno, intercambian miradas para después observarla con tristeza, y el reno muge y silva, moviendo su cabeza y una que otra coz hacia ella, con su mirada angustiada clavada en los ojos azules de la reina, como si estuviera hablando con ella, explicándole la situación. Anna, le sonríe, pero voltea a ver a su prometido al sentirse perdida en la comunicación.
-Traducción por favor.
Kristoff de inmediato asiente.
-Sven dice que, de lo rápido que iba galopando, no se dio cuenta cuando Olaf ya no estaba en su grupa, hasta después de que pensó que estarían a salvo. – El hombre suspira, apesadumbrado. - Debió de haberse caído. Estuvimos buscando por horas, pero no logramos encontrarlo, y pensé que los poderes de Elsa nos permitirían localizarlo más rápido.
La cara de Anna se llena de nuevo de angustia, mientras sus puños se crispan sobre la camisola de Kristoff.
-¡Oh no! ¡Pobre Olaf! ¡Tenemos que hacer algo para encontrarlo! ¡Mandar una partida para buscarlo! ¡Elsa! ¡Seguro ella puede localizarlo!
Kristoff le toma la mano, al ver que su prometida ya se encuentra en un estado de exaltación.
-Tranquila, Anna. Ya mandamos una partida y no logramos hallarlo. Además, ya es media noche, y Elsa nos ordenó que estemos aquí, para la batalla que se avecina. Sería peligroso para quien fuera que se aleje de Arendelle: la partida que salga ahora podría verse arrastrada en medio de esa batalla. Lo mejor es esperar a que pase todo esto y volver a salir a buscarlo.
-Pero… debe de estar solo… y con mucho miedo…
Kristoff la abraza, reconfortándola.
-No te preocupes, Olaf es más fuerte de lo que crees, y mucho más valiente, ¿acaso no lo recuerdas? Te prometo que al amanecer iré con otra partida para buscarlo. De todos modos, recuerda que Olaf es un muñeco de nieve indestructible. Te aseguro que estará bien. Está en su elemento.
Anna se hunde en el abrazo de su prometido, inspirando profundamente, relajándose casi de inmediato con sus palabras y su voz, feliz de estar reunida con él.
-Tienes razón, Elsa y yo te acompañaremos a buscarlo mañana por la mañana.
-Nosotros también iremos a buscarlo.
Anna abre los ojos para encontrarse con los de Yelana, y, no sin dificultad, se separa del rubio para abrazar a la anciana.
-¡Qué gusto saber que están bien! Y que finalmente decidieron venir a Arendelle.
-No fue voluntariamente. – Juffe le responde, al tiempo que la abraza.
-¿Qué quieres decir?
-Elsa nos ordenó que nos refugiáramos en Arendelle antes de la medianoche. – Yelana la mira con tristeza y preocupación. – Fuimos atacados por esos espectros, y Elsa nos dijo que habrá más ataques. Nos pidió que nos refugiáramos junto con los arendellianos. El reino peligra, Anna, así como el bosque. Es por eso que es peligroso que vayamos ahora en busca de Olaf.
La reina asiente, apesadumbrada, mientras la toma del antebrazo.
-Entiendo… tienes razón. – Sin embargo, al siguiente segundo levanta la mirada, llena de determinación. - No te preocupes, Yelana, Elsa y yo los protegeremos, a ti y a tu pueblo. Puedes estar segura de ello.
Yelana y Juffe sonríen y asienten en agradecimiento.
-No me queda la más mínima duda de eso. Por cierto, no veo a tu hermana frente a su gente, ¿dónde está?
Anna señala a uno de los grandes ventanales del segundo piso.
-Elsa se encuentra dentro del castillo, en la sala de recepción. Ella y Degel tienen la misión de hacer los moldes que creará nuestra gente para la defensa. Acompáñenme a verla, estoy segura de que estará muy contenta de saber que ya están aquí.
Anna se aleja hacia el castillo, tomada del brazo de su prometido y cálidamente acompañada por la familia de su madre, olvidándose por completo de la decisión que había tomado apenas hace unos minutos, y sin darse cuenta de que un par de ojos azules la observa alejarse con tristeza y pesar en su fracturado corazón.
ooooooooooOOOOOOOOOOOoooooooooooo
Degel se deja caer sobre el sofá, evidentemente agotado después de elaborar, junto con Elsa, una gran cantidad de muñecos de nieve. Aún le cuesta trabajo creer la habilidad de su esposa, la facilidad con la que ella puede crear figuras a tamaño real con tanto detalle, con tanta finura: él, por más que intenta, sólo logra mover las manos lo más ampliamente que puede, provocándole ya un leve sudor de la frente por el esfuerzo, y aún así sólo produce homúnculos con formas grotescas, sin las líneas de las armaduras, sin las venas de los brazos, sin el detalle de los rostros, algo que, con un delicado y elegante movimiento de la mano, Elsa puede lograr sin que siquiera le arranque un suspiro de agotamiento.
Realmente su esposa es una mujer maravillosa.
Sin pensar en ello, su mirada busca al objeto de su deseo, encontrando la estilizada figura de la albina terminando, con movimientos suaves y exquisitos de ambas manos, los contornos y relieves de la última figura armada, y apenas justo a tiempo, pues en ese momento atraviesa la puerta Lacaille, dirigiéndose sin titubeos a la hermosa mujer, para inclinarse ante ella.
-Su Alteza, traigo conmigo a la última familia de orfebres y carpinteros, por lo cual esta sería la última figura que requerimos de usted.
Elsa se pasa el dorso de la mano sobre la frente, mientras exhala, empezándose a sentir cansada.
-¿De verdad? ¿El último? ¡Eso es excelente! – Elsa da un paso hacia atrás para permitirle acceso a su creación. - Tómalo entonces, es todo tuyo.
El caballero vuelve a hacer una reverencia y sujeta de la cintura la figura de nieve, sin apretar mucho pues, a pesar de la firmeza con la que la albina lo creó, el Santo de Atena siente que aún así puede deshacerlo como se desmoronaría cualquier figura de nieve bajo sus manos. Una vez que el hombre camina un par de pasos por donde vino, Elsa lo detiene.
-Espera caballero. Por favor dime, ¿cómo va el progreso de la gente? ¿Cómo van los maestros arendellianos armando nuestra petición?
Lacaille niega con la cabeza.
-Si me permite serle honesto, vamos muy lentos, su Alteza, apenas se están conformando los últimos grupos, y la capacitación de los voluntarios es lenta. – Al ver que la mujer baja la mirada, apesadumbrada ante las aciagas noticias, el hombre da un paso hacia ella y le sonríe. – Pero su Alteza, no debería de preocuparse por eso: los Santos de Atena nos hemos enfrentado, en más de una ocasión, a desventajas mucho mayores que estas, y hemos salido airosos. Confíe en nosotros, y en la determinación de su gente. Seguro que saldremos adelante.
Elsa le sonríe tiernamente ante sus palabras, mientras junta las dos manos al frente de su cuerpo.
-Te agradezco infinitamente, caballero. Prometo tomarlo en cuenta.
El Santo de Plata le vuelve a sonreír y se dirige hacia la puerta, no sin antes cruzar miradas con el Santo de Oro, quien asiente, en agradecimiento por reconfortar a su esposa. Sin palabras, Lacaille asiente también, y desaparece tras la puerta, dejándolos solos.
Después de un par de segundos en silencio, Elsa comenta casi en un susurro, mientras sus palmas descansan sobre la improvisada mesa de trabajo.
-Parece que sí fue el último. Me alegra mucho…
Degel observa la puerta un par de segundos más, como si no la hubiera escuchado, para después dirigir su mirada a la estilizada silueta de la joven albina, extasiado por la manera en que la luz de la luna que entra por el enorme ventanal, ilumina las preciosas formas de su diosa nórdica.
De su bellísima esposa.
-Sí, afortunadamente la primera parte del plan ya está en marcha. Ahora sólo falta esperar a que ellos hagan lo que les corresponde.
Elsa se mantiene unos segundos más recargada sobre la mesa, y Degel finalmente logra arrancar sus ojos de la hermosa figura, inspirando profundamente, ya que se siente tan agotado, que permite que su cuerpo se deslice hacia abajo sobre el sofá de forma más bien desvergonzada, como nunca lo hace, imitando a Kardia cuando se deja ir, recordando al intrépido varón vergonzosamente desparramado sobre los confortables muebles griegos de su Casa de Acuario, con sus largas piernas abiertas al frente, sus brazos a los costados y la cabeza recargada sobre el respaldo en actitud de abandono, siendo esta la posición favorita del peliazul… y la que, por cierto, más detesta Degel por mostrar su desfachatez y falta de educación.
Sin embargo, ahora, el hombre más inteligente, culto y educado del Santuario, decide adoptar la cómoda posición de su rebelde compañero, mientras sonríe ante la ironía, pensando en Kardia y en lo mucho que debe de estarse divirtiendo entre tanta joven arendelliana.
-¿En dónde estás ahora?
La cristalina voz de Elsa lo arranca de sus cavilaciones, y él le sonríe aún más cuando sus ojos se encuentran con los azul cielo de su esposa, quien se acercó a él sin que se diera cuenta, y ahora se inclina frente al hombre que ama, buscando su mirada.
-No me abandones…
Él le sonríe tiernamente ante la suave súplica. Pero decide no responder a ella.
-Pensaba en Kardia, y su indómito carácter.
-¿Oh? – La joven levanta una ceja, un gesto travieso iluminándole el rostro mientras se sienta a horcajadas sobre las piernas del caballero, obligándolo a cerrarlas un poco. – ¿Debería de ponerme celosa?
Degel ríe por lo bajo ante la broma de la albina, mientras le toma una delicada mano que había colocado en su pierna, para llevársela a la boca y besarle los nudillos.
-No hay nada que pueda competir contigo, amor, ni siquiera Kardia…
Elsa ríe suavemente.
-Es muy reconfortante escucharte decir eso. Ya empezaba a preocuparme.
Degel ríe un poco y niega con la cabeza ante la broma de la joven, para después darse cuenta de que, apoyando las palmas sobre las poderosas piernas, y después sobre los amplios hombros del caballero, Elsa lentamente arrastra la cadera hacia adelante hasta quedar sentada sobre la de él. Degel levanta una ceja de corte dividido en advertencia y Elsa, a su vez, amplía la sonrisa, observándolo por debajo de sus pestañas, mientras sus caderas cubren completamente la pelvis varonil, arrancando un involuntario suspiro del bello hombre ante la cálida sensación, y provocando que la sonrisa traviesa de ella por un momento mute hacia una de deliciosa satisfacción.
Tratando de controlar sus reacciones, pero no precisamente reprimirlas, Degel le sonríe retadoramente, mientras la toma de las caderas, acomodándose debajo de ella, fijando los ojos amatista sobre los color zafiro de la preciosa albina.
-¿Puedo saber qué es lo que mi amada esposa está planeando?
-No entiendo a qué te refieres…
Con la sonrisa traviesa de nuevo plantada firmemente sobre sus rojos labios, Elsa se inclina lentamente hacia adelante como para besarlo, sin embargo, en el mismo movimiento se clava más en él, provocando que esta vez se le escape un suave gemido al alto varón, a la vez que él mismo se inclina para encontrarse con su boca y besarla con ardor, sus respiraciones agitándose, mientras rodea la blanca espalda con las enormes manos, acariciando la piel desnuda. Elsa, en respuesta a sus caricias, sin pudor comienza a moverse suavemente contra la pelvis de él, haciendo que ambos se exciten aún más. Después de unos momentos de delicioso intercambio, y tomándolo por sorpresa, Elsa rompe el beso y se dirige a la quijada de él, rasguñándole la piel con los dientes y mordiéndole suavemente en el lóbulo de la oreja; sin poder evitar el estremecimiento que le recorre el cuerpo, el hombre estira el cuello mientras trata, infructuosamente, de reprimir el gruñido que busca escaparse de su garganta. Elsa aprovecha para plantarle húmedos besos en la cálida piel, torturándolo aún más, y Degel la abraza fuertemente, para atraerla hacia sí, para limitarle los movimientos en un esfuerzo por contener el vendaval de sensaciones que esta mujer le produce.
-E-Elsa… espera…
Unos delicados dedos se posan sobre sus labios entreabiertos, acallando sus protestas, mientras los suaves besos regresan hasta la amada quijada.
-Sshhhh… está bien, Degel… a veces necesitas también dejarte querer…
El hombre ríe roncamente ante sus palabras, mientras sus enormes manos sueltan la espalda y bajan por la breve cintura, desapareciendo la tela que la cubre, esta vez haciendo estremecer a la albina beldad.
-Tengo la impresión de que he creado un monstruo…
Elsa juega con su lengua dentro de la oreja de Degel, y la sensación es tan intensa, que este brinca, moviéndose rápido para atrapar de nuevo los traviesos labios de su esposa, fundiéndose los dos en un apasionado beso. Sin poder mantener las manos quietas, Elsa las mete por debajo de la camisa entreabierta de Degel, sus palmas heladas lanzando electricidad sobre la piel encendida del hombre, mientras la joven le muerde el labio inferior, y Degel siente que se derrite bajo su contacto. Elsa sonríe, divertida al ver las respuestas que su juego produce en su amado.
-¿Eso crees? Pues entonces debo de decir que nunca había conocido a un doctor Frankenstein tan bello.
Degel vuelve a reír, pero esta vez logra liberarse del embrujo en que lo tiene, y él mismo atrapa su blanco cuello para besarlo, a la vez que una enorme mano encuentra el turgente seno, de inmediato desapareciendo la tela bajo su contacto, mientras al hablar, su aliento cálido le produce corrientes eléctricas en el cuerpo de la albina.
-Y nunca en la historia había existido un monstruo más hermoso y perfecto que este…
Esta vez es Elsa quien gime bajo sus ministraciones, mientras con una mano le agarra un mechón de cabello esmeralda, atrayéndolo más a su piel. Su respiración ya es entrecortada, combinada con sendos gemidos que excitan más al caballero. Sin embargo, se niega a ceder terreno, por lo que su mano libre abre un poco más la camisola, para después bajar hacia el abdomen perfecto.
-¿Sabes algo, amor?
-¿Mmh…? - Degel apenas quiere hablar, concentrado como está en besar la adorada y deliciosa piel de su esposa, sintiendo la vibración de su amada voz bajo los labios, y sonriendo bajo su piel al escucharla entrecortada.
-Tal vez… tal vez sí hay algo que podría… hacerme sentir celos de Kardia…
Degel, en respuesta, atrapa su boca, besándola fervorosamente.
-Por favor, amor… no hablemos de Kardia en este momento…
Elsa ríe un poco bajo el beso, mientras su mano baja aún más, al tiempo que sus caderas incrementan la velocidad con la que se talla contra él, en respuesta a las hábiles ministraciones del caballero dorado.
-¿No quieres saber por qué lo digo…?
Degel suspira, excitado e impaciente, mientras la besa en la quijada, para bajar a su hombro desnudo y al mismo tiempo pellizcar su pezón expuesto, haciéndola estremecer aún más, pero aún así cediendo ante sus deseos.
-Está bien, amor mío… dime… ¿por qué podrías estar celosa de Kardia?
Apenas acaba de terminar la frase cuando, tomado completamente por sorpresa, el hombre no logra reprimir un profundo gruñido cuando la helada mano de ella encuentra el ávido miembro escondido bajo sus ropas, haciéndolo brincar de sorpresa. Degel, luchando por evitar un desastre, rápidamente baja ambas manos y entierra las uñas en la suave piel de las caderas de ella, tratando de prevenir que se mueva más contra él, a la vez que lucha con fervor por el control de las sensaciones que lo embriagan.
Y ella, al verlo en el estado en que lo ha dejado, separa el hermoso rostro unos milímetros de él para tratar de verlo a los ojos, pero estos se encuentran cerrados, apretados fuertemente, mientras el hombre disputa contra sí mismo en una pelea que casi tiene perdida, y una sonrisa maléfica se dibuja en los rojos labios de ella.
-Por las manos tan grandes que tiene…
Degel ríe un poco ante la inoportuna, aunque ingeniosa broma, pero apenas ríe un momento, porque un segundo gruñido retumba en su pecho, mientras con una mano Elsa lo acaricia en toda su longitud, y con la otra ella misma se libera de la mágica tela, elevando la cadera para cernirse sobre él, sintiéndose más que lista para recibirlo.
-¿Hermana? Kristoff y Yelana han llegado y quieren…
-¡AAAAaaaahhhhh! ¡Anna!
La reina ha entrado sin darles tiempo de reaccionar, para después abrir mucho los ojos al encontrarlos a ambos en tan comprometedora situación, logrando vislumbrar el blanco seno expuesto a la vista de sus ojos.
-¡E-Elsa!
Moviéndose rápidamente, Degel la abraza contra su pecho para ocultar con su propio cuerpo la tela abierta del vestido de su esposa, mientras con la mano libre aprovecha el vuelo del blanco y mágico ropaje sobre él para acomodarse el pantalón, a la vez que estira lo más que puede el cuello, tratando de ver a Anna que está casi detrás de él, pero la posición en la que se encuentra no se lo permite, y en cambio, aunque no puede ver a la reina, sí tiene una perfecta vista de la mirada de terror de su esposa.
-¡N-no es lo que crees, hermana! Yo… Degel…
Pero Anna, consciente de que Kristoff y Yelana están exactamente detrás de ella y a un momento de entrar, reacciona de inmediato y súbitamente se regresa sobre sus pasos, empujando a Kristoff con la mano, obligándolo a él y a la Northuldra a retroceder un poco, mientras cierra la puerta de golpe.
Por un momento, los dos esposos se quedan quietos, congelados en su misma posición, Elsa encogida sobre Degel y él abrazándola con fuerza, las dos miradas fijas en la puerta, como si esperando a que esta se abriera en cualquier momento, para, después de unos segundos de estupor y silencio, y sin que pase nada, ambos esposos cruzan miradas y ríen como si fueran dos adolescentes que han sido atrapados en juegos prohibidos.
De cierta manera, eso es lo que ha pasado.
Por su parte, Anna interpone su cuerpo entre Kristoff, Yelana y la puerta, quienes ya habían dado un paso para tratar de entrar.
-¡Un momento! ¡No hay nada que ver aquí! ¡No podemos entrar ahí!
-¿Anna? – La poblada ceja de Kristoff se levanta, mientras su mirada color chocolate se dirige alternativamente entre la hermosa reina y la puerta cerrada detrás de ella. – ¿Qué pasa? Me pareció escuchar a Elsa en el salón.
-¡No! ¡Claro que no! Debió haber sido tu imaginación. – La joven le sonríe cándidamente. – Ni Elsa ni Degel están ahí, te lo aseguro.
Kristoff se siente dudoso, y empieza a preocuparse por la actitud de su prometida, mientras Yelana da un paso hacia ella, también consternada por la situación tan extraña.
-A mí también me pareció haber escuchado a Elsa detrás de la puerta. ¿Estás segura de que no está ahí?
Anna amplía su sonrisa, haciéndola casi parecer tétrica.
-Ya-ya se los dije. Mi hermana no está ahí. Debemos ir a buscarla a otro lado.
-Podría estar en peligro. – Kristoff insiste, dando un paso hacia el frente. - Creo que mejor entramos.
-¡No!
El grito de Anna es tan alto, que sobresalta a los dos.
-¿Anna? – Kristoff cada vez se siente más aprehensivo, y su mirada se torna dura, ahora determinado por entrar. – ¿Qué está pasando aquí? ¿No te preocupa tu hermana? ¡Déjame entrar!
-¡Ya te lo dije que no me pasa nada, y Elsa no está aquí! Debemos… ¡debemos ir a buscar a mi hermana a-a otra parte!
La evidente angustia de la joven, que se incrementa a cada insistencia que Kristoff hace, pone a pensar a Yelana. La mujer, sabia como siempre, levanta ambas palmas para tranquilizar a la pareja.
-Está bien, Anna, yo te creo. ¿Y dices que Degel tampoco está ahí adentro?
Anna ya casi está gritando, desesperada por impedirles que traspasen esa puerta.
-¡Tampoco! ¡Él no está ahí! ¡Es más, creo que ni siquiera está en el castillo!
La obvia respuesta de Anna la delata, y una sonrisa de suficiencia se dibuja en el rostro de la anciana Northuldra. Esta cruza los brazos, sintiéndose satisfecha ante la confirmación y sumamente divertida ante la evidencia.
-Muy bien, Anna. Creo que estoy de acuerdo contigo, no es necesario que nos demoremos más, tenemos que ir a buscar a Elsa y a su esposo a otro lado.
-¿Yelana? – Kristoff, al igual que Anna, observan incrédulos a la anciana Northuldra, extrañados por el súbita cambio de su actitud, aunque en el caso de Anna, un poco asustada al pensar que pudo haber delatado a su hermana sin querer. Como respuesta, Yelana le guiña un ojo y toma el brazo del rubio, obligándolo a darse la vuelta.
-No te preocupes, Kristoff, no puedo sentir a Elsa ahí adentro, por lo que seguro Anna tiene razón. Deberíamos ir a buscarlos en otro lugar.
Dudoso, Kristoff se deja llevar, aunque lanza una mirada furtiva a la puerta cerrada.
-B-bueno… si ustedes lo dicen… aunque no sabía que podías percibir a Elsa…
Yelana minimiza sus palabras con un movimiento de la mano.
-¿Acaso piensas desobedecer a tu reina y prometida?
Un segundo guiño furtivo finalmente dibuja en la joven una sonrisa, y ésta, ni tarda ni perezosa, le sigue el juego a la anciana Northuldra, tomando del brazo a su prometido para alejarlo de la puerta.
-¡Claro que sí, Kristoff! ¡Ven! Vamos a buscar a Elsa a otra parte del castillo. Te lo ordena tu reina y prometida. – Anna prácticamente grita las palabras hacia la puerta, haciendo que Yelana se lleve una palma hacia la frente ante lo obvia que está siendo la reina, aunque nota que, afortunadamente, el bello rubio sigue igual de perdido que antes, y entre las dos, se lo llevan a otro pasillo, esperando que los dos esposos terminen los asuntos pendientes que puedan tener.
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A/N: Okay okay! Sé que prometí que no más escenas sexosas, pero esque estos dos no me dejan! Parece que les encanta andarse acariciando a cada rato. Entendible, quién no querría acariciar a un hombre así? Jajaja
Pues bien, la batalla se acerca vertiginosamente, alguien se siente ansioso?
Espero que les siga gustando!
