Notas: ¡Feliz domingo! Espero que os estén gustando las actualizaciones más seguidas, la verdad es que en un ramalazo de creatividad y emoción escribí muchísimo en pocos días. Ojalá funcionase siempre a esa velocidad.

Bueno, se viene el momento que creo que muchas estabais esperando, ¡ojalá os guste!

Habían transcurrido casi dos años desde la batalla en la cual Naraku había sido derrotado. En aquel largo tiempo, la vida de cada uno de nosotros había seguido su curso.

Sango se había establecido con sus niñas en la cabaña de Kaede mientras se recuperaba del parto. Cuando pudo volver a levantarse y realizar actividades cotidianas, regresó con su esposo y hermano a la aldea de los cazadores de demonios. Sin embargo, apenas un año más tarde, cuando las gemelas eran lo suficiente mayores para empezar a corretear por todos lados, nos preguntó si podía regresar por un tiempo, dado que resultaba muy difícil para ella encargarse de agotar la energía de las dos por sí sola.

En ese momento, yo comencé a dormir en la cabaña en mitad del bosque, a la cual de que aún quedaban los últimos retoques para que fuera completamente habitable, aunque ya se podía pasar la noche a resguardo. De aquel modo, Kaede, Sango y las dos niñas podían vivir cómodamente en la misma casa.

Miroku y Kohaku, por su lado, siguieron viviendo y reconstruyendo la aldea de los cazadores de demonios con la ayuda de Kirara. Con los trabajos de exorcismo del monje y los primeros encargos que recibía el hermano de Sango apenas tenían para cubrir los gastos de comida y objetos de primera necesidad para toda la familia. A pesar de sus ocupaciones, ambos visitaban semanalmente la aldea de Kaede para encontrarse con Sango y las niñas, a la par que facilitar las provisiones necesarias para ellas, de modo que no supusieran una carga adicional para la anciana sacerdotisa. En ocasiones, cuando se lo podían permitir, traían comida de sobra para alimentarnos nosotras también, como agradecimiento.

Los dos estaban demasiado ocupados con sus respectivos trabajos, así como con las extenuantes reparaciones de la aldea, hasta el punto de que no podían ayudar demasiado a Sango en la supervisión de las gemelas a diario. Incluso bajo aquellas circunstancias, cada vez que las visitaban se aseguraban de pasar tiempo de calidad con ellas, sobre todo Miroku, el cual disfrutaba contarles historias fantásticas cuando salían a pasear los tres juntos, dándole un respiro a la madre de las criaturas.

La idea era que, cuando disminuyese la carga de trabajos de los dos hombres, todos pudieran trasladarse nuevamente a la aldea de los cazadores de demonios. Pero por el momento, aquella era la mejor solución que habían encontrado para aliviar la pesada carga de Sango.

Shippo era a quien veíamos por a la aldea menos a menudo. Se había integrado con los de su especie y se estaba centrando en dominar todas sus habilidades de kitsune. El demonio se mostraba muy entusiasmado de compartir con nosotros su aprendizaje en cada visita, pero las hijas de Sango y Miroku había decidido convertirle en su juguete particular, por lo que evitaba quedarse mucho tiempo dentro de su alcance. Ya se había llevado demasiados tirones de cabello y de cola, un área especialmente sensible para él. A pesar de que las habíamos reprendidos de todas las formas posibles, las niñas seguían experimentando nuevas formas de divertirse con el pobre demonio zorro.

Inuyasha, por su lado, también había sufrido los juegos de las gemelas, las cuales estaban obsesionadas con su larga cabellera y sus orejas perrunas, por lo que apenas se dejaba ver por la aldea. Si no se encontraba ayudándome a construir mi cabaña, solía pasar las horas esperando junto al pozo. Ya no verbalizaba la certeza de que Kagome regresaría, pero nadie tenía corazón para preguntarle entonces por qué seguía yendo allí cada día.

Cuando se cumplía el aniversario de la muerte de Kikyo y en otras fechas señaladas, Kaede y yo nos llevábamos al medio demonio a visitar su tumba. Aunque aquella pérdida no dolía menos de la de Kagome, él parecía haberla asumido con mayor facilidad. Quizás porque, en el fondo, la Kikyo que yo conocí ya no pertenecía al mundo de los vivos. En realidad, su partida seguramente la habría permitido descansar de todo lo que la había atormentado en vida, aunque siempre me sentía angustiada por no haberme podido despedir de ella ni haber podido escucharla hablar sobre lo que le preocupaba…

Tenía muchos arrepentimientos respecto a aquella bondadosa mujer.

Y bueno, Sesshomaru y yo… Después de los contratiempos experimentados en el festival, habíamos decidido no volver a pasar tiempo cerca de grandes masas de humanos, por precaución. Cuando Jaken y Ah-Un venían a la aldea acompañándole, les obsequiaba con algunos de los platos que hubiese preparado con la ayuda de Kaede, y nos dirigíamos al bosque para almorzar juntos, como habíamos hecho durante nuestro viaje en el pasado. En las ocasiones en que mi esposo me visitaba a solas, sin embargo, era más común que adoptase su forma de bestia y me mostrase diferentes paisajes de nuestra hermosa región.

Viajar sobre su lomo se había convertido en uno de los momentos de mayor conexión emocional para nosotros. A veces no teníamos mucho que decirnos, simplemente nos gustaba recorrer el mundo al lado del otro. Y eso nos bastaba. Al menos, cuando estaba con él, no sentía que me faltase nada más.

- Sesshomaru, ¿tú has visto el mar alguna vez? – Le pregunté un día, mientras trenzaba su larga melena. Mi marido había accedido a dejarse hacer arreglos en el cabello por concederme aquel capricho, sin ningún otro objetivo en particular. Su tacto era tan sedoso que había llegado a tomarle el gusto a peinarle mientras nos poníamos al día. – El otro día escuché a Miroku contarles a sus hijas sobre la leyenda de un yokai llamado Umibozu, y entonces me di cuenta de que nunca he estado en la costa, por lo que me costaba imaginarlo.

El demonio me lanzó una mirada de soslayo, tratando de no entorpecer mis maniobras con las largas hebras entre mis dedos.

- Sí, he estado. El tiempo aún el demasiado fresco para disfrutar de la costa, por lo que no debería estar muy concurrida… – Meditó, pensativo. - ¿Quieres que te lleve a ver el mar esta vez?

- ¡Me encantaría! – Respondí sin ocultar mi entusiasmo.

Con el objetivo de cumplir mis deseos, el enorme can gigante sobrevoló los cielos conmigo sobre su lomo hasta que divisamos un alto acantilado. Frente a él, se extendía un azul interminable del que sobresalían lengüetazos de agua que terminaban por impactar sobre la roca. Jamás había presenciado un paisaje tan acongojante a la par hermoso. Pero entonces recordé que sí había una persona que me había provocado aquella misma sensación, y se trataba de la misma sobre la que cabalgaba en aquel preciso instante.

La primera impresión de Sesshomaru era precisamente la misma que la del mar: profundo, misterioso, inquietante, cautivador y precioso al mismo tiempo. La aparente calma que mostraba aquella masa de agua también se asemejaba a la suya, pero todo el mundo sabía lo peligroso que podía tornarse el océano en condiciones desfavorables: podía resultar letal.

Aquella persona similar al mar era la que había elegido como mi compañero, y ya había asumido más que de sobra que debíamos vivir en mundos separados. Aunque en el fondo era lo mejor para ambos, no podía evitar sentir que faltaba algo que diera sentido a mis días.

¿Qué iba a hacer yo sola en la casa que estaba construyendo por casi dos años?

En el fondo de mi mente, sabía perfectamente la respuesta a lo que mi corazón anhelaba, pero era tan difícil obtener el valor para expresarlo en voz alta…

Mientras cavilaba, la enorme bestia localizó una diminuta gruta en la base del acantilado, rodeada por una suave alfombra de arena, y aterrizó en aquel lugar. Tras ayudarme a descender de su lomo, el demonio recuperó su apariencia antropomorfa.

- ¿Qué te parece el mar? ¿Es como esperabas?

Una inesperada brisa sacudió mi cabello, por lo que lo recogí los mechones que azotaban mi cara por detrás de la oreja para poder observar al inmenso azul que se extendía frente a mis ojos, casi fundiéndose con el cielo.

- Es mucho más bonito de lo que jamás hubiera imaginado.

Me descalcé antes de dirigirme hacia el agua que mecía la húmeda arena frente a nosotros, con las sandalias en la mano. Con cautela, toqué la superficie del mar con el dedo pulgar de pie, curiosa por aquella nueva experiencia. La baja temperatura del agua me hizo apretar los dientes, pero seguía decidida a sumergirme un poco más.

Mientras me remangaba los bajos del kimono hasta las rodillas, escuché los pasos del demonio acercarse a mí lentamente.

- Es demasiado pronto para intentar bañarse en el mar. – Me advirtió. – Te vas a resfriar.

A pesar de su aviso, comencé a caminar hacia el interior del gran azul.

- ¡Estaré bien, solamente voy a remojar mis piernas! Después de haber venido hasta aquí, tengo que hacerlo. – Añadí con una risa.

Sesshomaru me esperó en la orilla, sin hacer amago de adentrarse en el agua. No parecía del todo conforme con mi pasatiempo, pero me vigiló atentamente con los brazos cruzados sobre el pecho. Chillé al sentir la marea subir ligeramente, alcanzando mis pantorrillas. El primer contacto con la piel seca era lo peor, pero una vez acostumbrada a la temperatura, el agua resultaba agradable.

- ¿No vas a entrar, Sesshomaru? – Le llamé al notar que nos habíamos alejado bastante, dado que él no se había movido ni un ápice.

El demonio negó con la cabeza, categórico.

- No quiero que se moje mi kimono.

Me cubrí la boca para disimular mi risa.

- ¿El Gran Lord del Oeste asustado de un poco de agua? – Inquirí, divertida.

- No hemos traído otro cambio de ropa. – Respondió él, calmado.

Encontrando la situación completamente jocosa, le di la espalda al mar para observar a mi esposo. Ciertamente, no se le veía inquieto o preocupado, pero sentía que había algo más detrás de aquel tajante comportamiento.

- No me digas que te da miedo el océano.

Sus pupilas se dilataron mientras abría los ojos como platos. Estiró un solitario brazo hacia mí, como si estuviera intentando alcanzarme.

- Rin… - Musitó.

- No tienes que avergonzarte si es así. – Le dije, en un intento de tranquilizarlo.

- No es eso, el mar…

El repentino sonido del viendo y las olas contra la orilla ahogaban su profunda voz.

- ¿Cómo dices? – Pregunté, un inclinándome hacia él con las manos tras las orejas.

- ¡…Una ola! – Fue lo único que alcancé a escuchar antes de sentir un helado lengüetazo contra mi espalda, que salpicó hasta mi cabello.

Resguardados dentro de la pequeña gruta junto a la playa, Sesshomaru me tendió su furisode para cubrir mi desnudez.

- Ya me veía venir algo así. – Murmuró él, resignado. – He hecho bien en no adentrarme en las aguas contigo, después de todo.

Envolví mi cuerpo con la gruesa tela de la prenda que me había ofrecido el demonio, sintiendo mis dientes castañear por potente brisa proveniente del exterior, asegurándola con su obi morado y amarillo. Estornudé mientras tendía mis ropas empapadas junto al fuego que habíamos encendido. Mi esposo realmente me conocía bien y era mucho más previsor que yo. Sesshomaru no había querido arriesgarse a que yo me quedase sin ropa seca que vestir, en caso de que pudiera quedar empapada… Tal y como había terminado ocurriendo.

- Lo siento. – Me disculpe, avergonzada. – Siempre te estoy metiendo en estos engorros por culpa de mi carácter infantil…

El demonio acarició mi cabello con ternura en un gesto tranquilizador.

- A mí me resultas adorable cuando eres tú misma, Rin. – Dijo con la mayor naturalidad del mundo. – No supone problema alguno.

A pesar del calor que emitía mi rostro, estiré los brazos hacia el fuego para templar mi cuerpo, tomando asiento junto a la lumbre. Las largas mangas de la ropa de Sesshomaru caían cobre mi regazo, cubriéndome justo por encima de las rodillas.

A mi lado, él seguía vistiendo sus pantalones mientras me deleitaba con la visión de su torso desnudo. Aunque no había tenido la ocasión de ver a otros hombres sin ropa, no me cabía duda de que mi esposo era mucho más hermoso que cualquiera de ellos. Pensé que era muy afortunada de que fuera el amor de mi vida, incluso cuando vivíamos en mundos diferentes.

Aquel pensamiento volvió a nublar mi ánimo. Lancé una mirada discreta a Sesshomaru, el cual escuchaba atentamente los sonidos fuera de la gruta, con los brazos reposando sobre sus rodillas flexionadas. Estaba comenzando a chispear en el exterior, por lo que tendríamos que esperar a que amainase para poder marcharnos.

De modo que quizás era el momento, pues teníamos tiempo…

- Oye, amor. – Murmuré mientras apoyaba la mejilla contra su hombro. – Hay una cosa que me gustaría hablar contigo…

El demonio buscó mi mano para entrelazar sus dedos con los míos, calmando mi nerviosismo.

- Te escucho.

Mi corazón se saltó un latido con su grave ronroneo. Cada vez que él hablaba en voz baja sentía cómo me derretía por dentro.

- Pronto… La cabaña estará finalmente terminada. – Le anuncié con una sonrisa. – ¿Vendrá a verla entonces? Tengo muchas ganas de enseñarle el interior.

El fuego sonido del fuego crepitando comenzó a entremezclarse con el de la lluvia en el exterior. Estaba apretando, por lo que no parecía que pudiéramos salir pronto de allí.

- Por supuesto que iré, pero… Eso no es lo que querías decirme. – Afirmó con completa seguridad, como si pudiera leer todas las inquietudes escritas en mi rostro. - Hay algo más que te preocupa, ¿verdad?

Era imposible que él no se diera cuenta, clavo. Jugueteé con el extremo del obi entre los dedos en un claro gesto nervioso.

- Sí, pero… No sé muy bien cómo expresarlo. – Admití en un susurro.

Sesshomaru me dio mi espacio, ni acercarse ni hacer ningún otro gesto. Su mano seguía sosteniendo la mía con dulzura.

- Tómate tu tiempo. – Me concedió con amabilidad.

A la orquesta exterior comenzó a unirse el rugido del mar, agitado por el viento y la lluvia. Por suerte para nosotros, la entrada de la gruta no se encontraba a ras de la playa, sino algo más elevada, por lo que no nos preocupaba que el agua pudiera llegar hasta allí. De momento, al menos.

- Estaba pensando… - Comencé a decir, insegura. – Quiero decir, tengo muchas ganas de terminar de construir la casa para poder habitarla, pero… Siento que aún le falta algo para sentirme como en mi "hogar". – Entrelacé los dedos, juntando las palmas sore el regazo. – Sé que vendrás a verme, y que no estaré sola todo el tiempo, pero… Mmm… Sobre todo, después de haber cuidado y jugado con las niñas de Sango, creo que… Yo… - Al acercarme al punto central del asunto, mi voz se transformó en un dubitativo balbuceo. – Lo he estado pensando mucho, y… Estaba considerando dejar de tomar mis infusiones de hierbas porque… Ah, um… Me gustaría empezar mi… No, eh… Nuestra propia familia. – Recité aquellas tres últimas palabras en un susurro a toda velocidad.

Me sonrojé bajo la atenta mirada de mi esposo, el cual me había escuchado de principio a fin, asintiendo levemente con la cabeza. Entonces me miró directamente a los ojos, aunque yo esquivé su mirada desviando mi rostro hacia la lumbre. Sentía mi corazón a punto de estallar por los nervios.

Aunque hubiese sido hacía mucho tiempo, aún podía recordar la ocasión en la que le había contado sobre la pérdida de mis padres y hermano en el Monte Musubi. Aquel día, él me había dicho que no sentía ningún apego por el concepto de familia, por lo que pensé que existía la posibilidad de que se negase. Algo que sería completamente respetable, aunque no coincidiese con lo que yo quería…

Pero no dejaba de aterrarme cualquier tipo de rechazo que pudiese venir de su parte.

- ¿Me estás pidiendo que te dé un hijo, Rin? – Inquirió él, completamente serio.

La cadencia de su voz hacía que sus pensamientos al respecto fueran completamente indescifrables.

- S-sí. – Musité, observándole de reojo.

Su rostro era una máscara tan ilegible como su voz. No tenía ni idea de lo que podía estar pasando por su cabeza. Cuando ocurría aquello, normalmente se debía a que era algo complejo y difícil de diseccionar.

- ¿A sabiendas de que el fruto de nuestra unión sería irremediablemente un medio demonio? – Me interrogó con voz firme, a lo cual volví a asentir. – Conoces a Inuyasha, sabes el tipo de dificultades al que se puede enfrentar una criatura a medio camino entre ambos mundos…

Más que reacio a la idea, Sesshomaru se mostraba realmente preocupado.

- Lo sé, pero… No será lo mismo. – Le aseguré, demostrándole que ya había pensado en aquello. – Me encargaré de criarlo en un ambiente en el que pudiera ser feliz, y a diferencia de Inuyasha… Tendrá a su padre con él cuando mi corta vida haya llegado a su fin. Nunca estará solo.

Mi esposo soltó mi mano para reflexiona con la mirada perdida en las oscuras nubes y la lluvia en el exterior.

- Es posible que tanto engendrar como criar a un medio demonio sea extenuante para ti, Rin. ¿Has pesando en eso alguna vez?

Me provocó ternura que se preocupase tanto por las posibles condiciones del niño como de la mía propia. Pero yo ya había tomado una firme resolución.

- Estoy dispuesta a soportar lo que sea. – Respondí con la mayor seguridad que había sentido jamás. – Sabes que no me rindo con facilidad.

El demonio dejó escapar un suspiro, consternado. Apoyó los nudillos sobre su regazo y permaneció pensativo unos instantes, cerrando los ojos.

En aquel punto me preparé para la decepción. Sesshomaru no parecía entusiasmado con aquella idea. Debía de pensar que era una insensata, o quizás incluso una estúpida por desear algo así. Entonces comencé a dudar… ¿Y si realmente estaba siendo irracional con aquella petición?

- ¿Tener un hijo te haría feliz, Rin? – Me preguntó el demonio finalmente, anulando el pesimista hilo de mis pensamientos.

- Más que nada en este mundo. – Fue mi contundente respuesta.

Mi esposo entornó los ojos, devolviendo su mirada hacia mí. Esta vez, sostuve aquel contacto directo entre las ventanas de nuestras almas. Quería que supiera que iba totalmente en serio, y estaba segura de lo que estaba pidiendo.

- Está bien, acepto. – Me concedió con una expresión solemne. – Con una condición.

- Lo que quieras, amor.

Sesshomaru rozó mi mejilla con el dorso de sus dedos, acercando su rostro al mío.

- Que no te descuidarás a ti misma por el bien del bebé. Por mucho que pienses que puedas soportar… No te pongas a ti misma en peligro.

Cubrí la mano de mi esposo con la mía, dedicándole una sonrisa. Sesshomaru me conocía mejor que nadie, y sabía que sería capaz de hacer lo que fuera necesario por el bienestar de aquellos a quienes quería, incluso a costa de olvidarme de mí misma. Era una petición más que razonable, y me encogía el corazón de pura emoción que se preocupase de aquel modo por mi bienestar.

Como si yo fuera la criatura más preciada para él en el mundo entero.

- Te lo prometo. Pediré ayuda cuando la necesite, y no cometeré ninguna imprudencia.

El demonio me atrajo hacia él cuidadosamente antes de depositar un tierno beso sobre mi frente, sellando aquel pacto. Dejé entonces que mis manos recorriesen su pecho, acariciando su piel hasta alcanzar sus hombros.

- Estás helada, Rin. – Murmuró él contra mi flequillo.

Al sentir el calor que emanaba de su cuerpo fui más consciente incluso de lo fría que me había quedado tras haber sido empapada de arriba abajo. El viento y la humedad del exterior tampoco ayudaban a entrar en calor, a pesar de la fogata y el grueso furisode de Sesshomaru envolviendo mi cuerpo.

- Tengo un poco de frío, sí. – Añadí con un ligero estremecimiento.

Él suspiró, sujetando mis pequeñas manos entre las suyas.

- A esto me refería, ¿por qué no me lo has dicho antes? – Me reprendió con suavidad. – Desearía que pudieras prestar más atenciones a tus propias necesidades.

- Lo siento. – Me disculpé con un leve sonrojo ante sus dulces gestos.

Mi esposo se puso en pie, elevándome con él mientras sujetaba firmemente mis manos. Entonces me condujo hasta el rincón donde había extendido su estola, alejada del peligroso alcance del fuego. Ambos nos recostamos sobre la mullida superficie, mirándonos el uno al otro apaciblemente. Sesshomaru pegó su cuerpo al mío, asegurándose de que aquel lecho me calentase lo suficiente.

- Gracias por preocuparte siempre por mí. – Musité, dándole un besito sobre la punta de la nariz.

- Resulta imposible no hacerlo… - Replicó él, estrechándome entre sus brazos. – Eres una inconsciente.

Le abracé para apoyar mi rostro cómodamente sobre su pecho, riéndome entre dientes ante su comentario. A pesar de que me lo recriminase, sabía que él seguiría consintiéndome y ayudándome a enmendar los líos en los que me metía, justo como en aquel momento. La posición en la que nos encontrábamos era tan reconfortante que casi deseaba que la lluvia en el exterior no se detuviese nunca para poder quedarme recostada a su lado hasta quedarme dormida.

Entonces, sin previo aviso, noté la cálida mano de Sesshomaru acariciar mis piernas, completamente desprotegidas del gélido aire. Me acurruqué un poco más contra su cuerpo para resguardarme del frío.

Sin embargo, para mi sorpresa, los dedos del demonio siguieron ascendiendo lentamente, estudiando cada detalle de mi piel hasta alcanzar la cara interna de mis muslos.

- ¿S-Sesshomaru…? – Le llamé, sorprendida por sus atrevidas acciones.

- Me preguntaba… - Suspiré al sentir cómo alcanzaba con las yemas de sus dedos el sentible punto entre mis piernas. – Como imaginaba. – Sus labios se curvaron en una sonrisa ladina. – Incluso si tu cuerpo está helado, aquí sigues estando caliente.

Me mordí el labio, expectante ante cuál sería su próximo movimiento. Adoraba que mi esposo explorase cada rincón de mi cuerpo, y él lo sabía perfectamente, por lo que no se privaba de hacerlo cuando sentía deseos de mí.

- Eso es… Porque estamos muy cerca, amor.

Su mano se adentró un poco más allá, aventurándose a explorar mis pliegues. Separé los muslos de forma inconsciente, receptiva ante su contacto.

- ¿Quieres que acerque aún más, Rin? – Susurró contra mi boca, entrecerrando los ojos.

- Sí... – Respondí justo antes de que me besara, saboreando mis labios lentamente.

Los dedos de Sesshomaru alcanzaron el rincón más sensible de mi ser, haciéndome gemir contra su boca. Pero él, sin prisa alguna, siguió saboreándome mientras me hacía estremecer con sus experimentados movimientos. Me así con las manos a sus caderas, justo en el límite donde acababa su piel desnuda y empezaba la tela del pantalón.

Simplemente me daban ganas de… Ah, de recorrerle de arriba abajo. Su cuerpo era perfecto al tacto y a la vista. Su olor a bosque nublaba mis sentidos, haciendo que no pudiera pensar en nada más que la embriagadora sensación de unirme con él.

Deshice con un seguro tirón el nudo de mi obi para mostrarle mi cuerpo desnudo. Sus ojos dorados me recorrieron sin pudor alguno, incluso me pareció notar que se mordía el labio ligeramente, pujando por no abalanzarse sobre mí.

- Sesshomaru… – Tartamudeé, el frío endureciendo mis sensibles pezones.

Mi esposo me rodeó con sus brazos, tumbándome de espaldas a él mientras cerraba las solapas del kimono sobre mi pecho.

- Será mejor que no te desvistas. – Me aconsejó mientras sus manos descendían por mi cuerpo, despacio. – Yo te mantendré caliente.

No era difícil creerlo, con el calor de su pecho crepitando contra mis omóplatos. Tan pronto como sus dedos alcanzaron mi intimidad, sin más preámbulos, introdujo el anular y el corazón en mi humedad, completamente seguro de que estaba más que preparada. Gimoteé al sentir cómo alcanzaba con facilidad mis lugares más sensibles, como si hubiera memorizado perfectamente cada rincón de mi interior.

- Pero… - Musité entre escalofríos de placer. – Tu furisode… Se va a ensuciar, amor.

El demonio mordió con suavidad el lóbulo de mi oreja a la vez que su pulgar encontraba mi clítoris, arrancando un nuevo sonido de mi garganta.

- Está bien. – Susurró él en respuesta. – Así quedará impregnado de tu esencia.

Separé aún más las piernas para disfrutar de sus cuidadosas caricias, que me hacían temblar de excitación. Los dedos de mis pies desnudos se curvaban con cada nuevo estremecimiento. Cerré los ojos, simplemente dejándome conquistar por aquellas enormes manos llenas de cariño.

Sesshomaru retiró los dedos de mi interior para trazar círculos alrededor del centro de mi placer, provocando que me retorciese entre sus brazos. Aquel hombre sabía cómo hacerme llegar a mi límite rápidamente, con todas las sensaciones a flor de piel bajo su contacto.

Alargué el brazo hacia atrás para acariciar el palpitante miembro entre sus piernas.

- Te quiero a ti, Sesshomaru… - Murmuré echando el rostro hacia atrás, buscando sus ojos con los míos.

Cuando los encontré, él ya me estaba estrechando entre sus brazos para besarme. Rocé con la punta de mi lengua sus labios, invitándole. Mi esposo me respondió succionando la delicada piel rosada despacio, recorriéndola pacientemente.

Mientras nos besábamos, sentí cómo levantaba mi pierna para penetrarme, dejándome sentir únicamente la punta. Moví mi trasero hacia él, conquistando algunos centímetros más de su piel. El demonio liberó entonces mi boca, deleitándose con la visión de aquella vulnerable humana junto a su cuerpo, suplicando por hacerse uno con él.

No me hizo esperar más, llenándome poco a poco, rodeando con sus brazos mi pecho y cintura, a los cuales me aferré clavando las uñas. Sesshomaru hundió el rostro junto a mi cuello, aspirando mi aroma y recorriendo mi pulso vital con lengua. El sonido de su excitada respiración tan cerca de mis oídos me incitaba a empujarlo más allá dentro de mi frenesí, moviendo mis caderas hacía él, recorriendo toda su longitud.

En ocasiones, el demonio seguía disfrutando de hacerme el amor lentamente, como en aquella ocasión, sin marcarme con sus garras ni colmillos. Simplemente, haciéndome suya como un ser humano. En aquellos momentos, no podía hacer nada más que dejarme llevar por la adictiva sensación de él entrando y saliendo de mí, nuestras intimidades encajando a la perfección. Como si ambos hubiéramos sido esculpidos para el otro.

Su pulgar y su índice comenzaron a torturar mi clítoris mientras su penetración se volvía incluso más lenta. Me retorcí y supliqué mientras las poderosas olas de éxtasis me recorrían, generando una tormenta en mi interior más violenta que la que nos había obligado a resguardarnos.

Con facilidad, y guiada por sus expertos movimientos, alcancé el clímax rápidamente. Gimoteé, temblando a su lado con la respiración entrecortada. El demonio me besó justo por debajo de la oreja, provocándome un dulce escalofrío.

Sin apenas darme unos segundos para recuperarme, Sesshomaru se dejó salir de mi interior para llevar sus dedos empapados por mi humedad hasta mi trasero, tanteando aquel estrecho canal mientras trazaba un camino de besos mi hombro con extrema dulzura. Ah, era cierto, él… Tenía esa incontrolable obsesión con mi culo.

Ya había mostrado interés en aquella parte de mi cuerpo poco tiempo antes de que yo me hubiera mudado fuera del Palacio del Oeste. Con el tiempo, sus atenciones hacia aquel lugar se habían incrementado de modo que yo lo había notado con claridad, incluso sin que él me hubiera dicho nada de forma explícita. Al principio me asustaba un poco la sensación, pero pronto me había animado a dejarle hacer para observar su reacción. No era habitual en Sesshomaru mostrar tanta curiosidad por algo específico, por lo que no había podido resistirme a dejarlo experimentar.

Introdujo un dedo primero, asegurándome de que no aparecía signo alguno de incomodidad. Yo gemí débilmente, aun recuperándome del orgasmo que me había hecho alcanzar mi esposo. Entonces hundió otro más en mi trasero, haciéndome alzar la voz.

- S-sí que… Te gusta ese lugar. – Jadeé, con el rostro medio enterrado en su estola, incapaz de imaginar qué expresión debía de haberse quedado en mi rostro tras el éxtasis.

- Es tu culpa … - Gruñó contra mi oído, sacando sus dedos con de un preciso movimiento. Gimoteé a modo de protesta, sintiéndome completamente vacía e insatisfecha. – Eres tan hermosa que no puedo evitar querer hacerte el amor de todas las maneras posibles, Rin…

Mi cuerpo se estremeció al notar cómo mi esposo tanteaba con su miembro mi entrada trasera. Se volvía tan impaciente y apasionado cuando se trataba de aquel lugar…

- Entonces hazlo. – Musité, dándole permiso para que hiciera lo que sus instintos le rogaban.

Sujetando mis caderas, despacio, el demonio llenó aquel lugar al que me había costado trabajo acostumbrarme en un inicio, pero que ahora encendía mucho más mi deseo por él. Se sentía tan duro y caliente en mi interior que no podía evitar tensarme a su alrededor.

Sesshomaru gimió, su voz temblando por la intensa sensación.

- No me… Aprietes así, mujer... – Jadeó, incapaz de moverse momentáneamente.

Aquella sí que era una forma certera de derrotar al Lord del Oeste, pensé, sintiéndome poderosa a pesar de estar retenida contra su amplio pecho. Respiré hondo, tratando de relajar mis músculos y de darle espacio.

- ¿A-ahora…?

Sesshomaru me besó en la base del cuello, alcanzando mis húmedos pliegues con sus manos una vez más.

- Hmm… Sí, así… - Ronroneó mientras comenzaba a moverse igual de despacio que antes, sus dedos torturando mi entrada delantera y el botón lleno de terminaciones nerviosas. Sus dedos jugueteando con mis rincones más sensibles mientras me hacía el amor por detrás era sublime, todo mi ser embriagado por su presencia. – Buena chica…

- ¡A-ah…!

Me deshice como la nieve en primavera bajo su contacto. A pesar de que sus movimientos eran lentos y medidos, la estimulación simultánea amplificaba tocas mis sensaciones, intensificándolas hasta el punto en el tuve que hundir los dedos en su estola, tratando de permanecer anclada a la realidad. Sus dedos tanteaban, entraban, salían y trazaban círculos en los lugares concretos que sabía que me hacían perder la cabeza. Su grueso miembro pulsaba dentro de mi culo, arrastrándome a mi límite, a pesar de haber alcanzado el clímax pocos minutos atrás.

Chillé, ahogando mis gritos contra la mullida tela de Mokomoko. Lejos de no poder más, aceleré el vaivén de mis caderas contras las suyas.

- ¡M-más…! – Le rogué, perdida en aquel indecoroso placer.

Él me había entrenado muy bien. No solo podía resistir todos sus perversos juegos, sino que le tenía danzando en la palma de mi mano, casi ordenándole lo que necesitaba para saciar mis deseos. El demonio había profanado mi alma hasta la médula, y no me importaba lo más mínimo ser consciente de que ya no había marcha atrás.

Después de todo, Sesshomaru iba a ser el padre de mis hijos.

Mi esposo siguió mis instrucciones como sumido en un trance, mascullando maldiciones, perdido en sus propias sensaciones mientras seguía tocándome. Bajo sus expertas caricias y el sugerente sonido de sus caderas embistiendo mi trasero, gimoteé entre tiernos temblores, estrechando mis paredes sobre él, mi clítoris estimulado hasta su punto más sensible.

Sesshomaru ralentizó sus movimientos al notar mi pesada respiración, retirando sus dedos de mi interior y acariciando mis pliegues con delicadeza. Sentí cómo depositaba un tierno beso en mi coronilla, enternecido con la imagen de su esposa deshecha por el roce de sus peligrosas manos.

Pero yo no tenía suficiente, ni siquiera cuando mi humedad fluía hasta su muñeca, empapándole por completo, pues me había quedado a las puertas de una segunda liberación. En algún punto de mi descenso a la más perversa lujuria, el Lord del Oeste debía de haberme vuelto tan insaciable como él mismo…

- Te necesito a ti, amor… - Jadeé, mis piernas completamente abiertas para él, ofreciéndome de la forma más vulnerable posible.

El demonio, incapaz de contener por más tiempo su deseo, pues él tampoco había alcanzado el clímax, me colocó a cuatro patas sobre la estola, empujando mi torso con rudeza contra la mullida superficie, agarrando mi cabello. Sin mediar palabra, invadió mi intimidad palpitante, acogiéndole con un profundo gemido lleno de éxtasis.

Sí, así me gustaba… Que me poseyese con dureza contra el lecho.

Mi esposo, excitado por las intensas reacciones provocadas por mis sensibles terminaciones nerviosas, se dejó ir a sí mismo, embistiéndome una y otra vez con la ferocidad de una bestia, hasta que logró arrastrarme con él finalmente al Paraíso.

Una vez comenzaron a calmarse los frenéticos latidos de mi corazón, le reclamé a mi esposo todos los tiernos besos que no me había dado mientras hacíamos el amor. Sesshomaru, complaciente, me permitió acunar su rostro entre mis manos mientras me concedía aquellas cariñosas caricias, con nuestros cuerpos entrelazados sobre la suave estola.

El demonio me dedicaba una tierna mirada entre roce y roce, con los párpados entrecerrados, haciéndome saber con sus ojos que era feliz. Yo le devolví una genuina sonrisa antes de presionar nuevamente mis labios contra sus suyos, en ese punto hinchados por los incontables besos compartidos.

La lluvia siguió cayendo toda la noche, permitiéndonos fundirnos el uno en el otro de forma incansable, hasta el amanecer… Momento en el cual me abracé a él, negándome a dejarlo escapar de mi lado mientras dormía. Sesshomaru me concedió cada uno de mis caprichos con una dulce expresión de adoración.

Él deseaba hacerme tan feliz como consideraba que yo le hacía a él. Y ese puro deseo mutuo era el que nos unía cada día con más fuerza.

A nuestro regreso a la aldea de Kaede, temí que la sacerdotisa hubiera podido preocuparse por mi prolongada ausencia. No era raro que pasara la noche fuera cuando Sesshomaru venía a visitarme, pero se nos había ido un poco de las manos, convirtiéndose en una escapada de dos días con sus noches.

Mi esposo normalmente no ingresaba a la población para no alertar a los campesinos, por lo que solíamos despedirnos junto al torii carmesí. Sin embargo, aquel día, en aquel mismo lugar de siempre, sujeté la mano de mi esposo con fuerza para detener su partida.

- ¿Rin…? – El demonio no dijo nada más al alcanzar con la mirada las familiares siluetas que se acercaban hacia el poblado.

El hakama carmesí de piel de rata de Inuyasha brillaba bajo el potente sol del mediodía, como era habitual. Sin embargo, el joven sonreía de forma genuina por primera vez en mucho tiempo. A sus espaldas, cargaba a una chica de cabello azabache, con un carcaj en el hombro y una cortísima falta plisada del color del bosque.

- ¿Esa no es… Kagome? – Inquirí, casi sin aliento.

Parpadeé varias veces para asegurarme de que no se trataba de un espejismo, producto de la eufórica sensación de los días que había pasado junto a mi esposo en la playa. El demonio a mi lado examinó la brisa con su olfato, confirmando mis sospechas:

- En efecto, se trata de ella. – Me confirmó el demonio con seguridad.

No daba crédito a los que mis ojos veían, sin embargo… Tenía que ser un sueño, Kagome había desaparecido junto con la Perla de Shikon, todos lo habían visto. ¿Acaso no había sido real todo el tiempo que Inuyasha había pasado sufriendo su pérdida junto al pozo?

A medida que la pareja se acercaba, comenzamos a escuchar sus voces:

- ¡Para, Inuyasha, bájame! – Exclamaba la animaba voz de Kagome.

- ¡De eso ni hablar! ¡No donde está Sesshomaru…!

- Siéntate.

Con aquella simple orden, el medio demonio quedó estampado en el suelo justo frente a nuestras narices, mientras la joven sacerdotisa se lanzaba en mi dirección para abrazarme efusivamente.

- ¡Rin…! – Me llamó, extasiada de felicidad. - ¡Oh, Rin, eres tú, de verdad…!

Contagiada por su entusiasmo, le devolví el gesto, emocionada. Luché por reprimir las lágrimas de alivio.

- Kagome… Yo creía que… Durante la batalla contra Naraku… ¡No me puedo creer que estés viva! – Exclamé, al borde del llanto.

Ella me respondió con una expresión radiante.

- Te equivocas, sólo regresé a mi época. – Ante mi expresión de incredulidad, añadió. – Nunca tuve la ocasión de decírtelo, pero vengo del futuro.

Las palabras de Kagome sonaban inverosímiles, pero entonces recordé todos los extraños artefactos que cargaba siempre consigo, así como las inusuales ropas que vestía… Por lo que supe que no era tan descabellado. De hecho, tenía bastante sentido que fuese la verdad.

- ¡Y-ya os dije que volvería por el pozo…! – Exclamó Inuyasha, levantándose del suelo a duras penas. Aquel golpe debía de haber dolido.

Claro… Kagome siempre regresaba a su casa a través de aquel misterioso lugar lleno de huesos y polvo. No tenía ni idea de cómo lo había hecho, pero explicaba en gran medida los excéntricos comportamientos de aquella chica.

Mientras yo procesaba toda aquella información, ella me liberó de su abrazo y se volteó para mirar a mi esposo, el cual había retrocedido unos pasos para concedernos algo de intimidad. Con paso firme, Kagome caminó hacia él, extremadamente segura de lo que hacía.

- No esperaba verte por aquí, Sesshomaru. – Le saludó sin usar ningún honorífico, haciéndole fruncir el ceño, claramente molesto. - ¡Va, no me mires así! Sé que puedes poner una cara que de mucho menos miedo. – Bromeó ella, como si nada.

No me constaba que aquellos dos hubieran estrechado lazos durante la batalla contra Naraku, y a juzgar por la reacción esquiva de Sesshomaru, supe que, al menos él, no se sentía cómodo con aquel cercano trato. Por lo tanto, asumí que se trataba de otra de las extrañas costumbres de Kagome, por lo que me reí entre dientes al ser testigo de aquella inusual escena.

- Adiós, Rin. Nos vemos pronto. – Se despidió el Lord del Oeste, ignorando por completo los comentarios de la humana venida del futuro.

- ¡Mejor si no vuelves! – Ladró Inuyasha mientras su hermano se transformaba en bestia para surcar los cielos majestuosamente.

Mientras el medio demonio se sacudía la tierra del hakama, me acerqué a la joven sacerdotisa y le dije, con una amplia sonrisa:

- Me alegro mucho de que estés de vuelta, Kagome.

Notas: Creo que no se puede decir que no ha sido un episodio completito: desarrollo de la historia, interacciones importantes entre los personajes y lemon ewe

La verdad es que por la gravedad de sucesos de la historia y los traumáticos eventos que suceden no he tenido ocasión de mostrar mucho el comportamiento infantil y torpe de Rin, por lo que tengo algunos arrepentimientos. Siento que me hubiera gustado darle más escenas adorables que tristes, y que no me ha quedado muy compensado, aunque creo que sí que ha funcionado en mejor consonancia con la trama de este modo.

Aún así, me ha gustado crear esta situación en la Rin actúa sin pensar de modo que es Sesshomaru quien se encarga de arreglar la situación, consintiéndola con ternura. Soy DÉBIL ante este patrón, no os voy a engañar.

Y bueno, oficialmente podemos decir que las gemelas vienen en camino~

¿Os alegráis tanto como yo del reencuentro entre Kagome e Inuyasha? Aunque esta historia no me haya permitido ahondar en su relación, pienso que quizás en el futuro escriba algo de InuKag para compensarme a mí misma. ¿Os gustaría leerlo? Os confieso que el primer fanfic que escribí de Inuyasha iba sobre ellos dos, los amo demasiado.

Siento dejar tanto texto a veces al final, me dejo llevar demasiado por mi diálogo interno. ¡Nos leemos la semana que viene!