Advertencias: leve descripción de escenas sexuales.
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Ya se había cumplido un poco más del primer mes en que Hinata había estado residiendo dentro del Palacio, eso significaba que Sasuke seguramente la había visitado al menos dos veces y Shikamaru ahora estaba pensando si ayudarlo había sido un monumental error.
No obstante no había, al menos por ahora, ninguna evidencia o suceso que le hicera pensar eso, sólo había esta gran desconfianza que se incrementaba con el tiempo en Shikamaru, tanto hacia él mismo como al futuro.
Como amigo de Sasuke y una de las pocas personas que aún respiraba y sabía sobre sensibles asuntos del reducido clan Uchiha, no había forma de desatender sus sentimientos para mejorar el dolor de alguien allegado a él. No era fácil para alguien con la carga de culpabilidad de Sasuke perder a la mujer que inquietaba su corazón —quizá él mismo sabía un poco de eso—, así que moralmente, en teoría, era fácil sentir empatía por dicha situación y dar su apoyo aunque fuese de la manera más indirecta.
Aún así, no obstante, sin poder siquiera mentirse así mismo, había otra imperativa razón de tener a Sasuke en el lado de ellos (en el mismo lado de Shikaku, Kakashi, Asuma, el desterrado Jiraiya y sus ideales). No había mentido cuando algunas veces atrás, aunque fuera molesto repetirlo, trataba de dejarle en claro al joven Uchiha que su real importancia se reducía al apellido que llevaba; si lograban algunos de los ideales escenarios que querían, Sasuke sería una figura clave política a futuro, como una figura recóndita que se convertía en quien atacaba y se movía con libertad hasta el otro lado del tablero en los juegos de estrategia que a Shikamaru le gustaba tanto jugar.
Así que tener una muy obvia motivación, aparte de muerte, culpabilidad y venganza, era más que bienvenido para seguir contando con el muy necesario interés de Sasuke contra el Palacio.
Esto, no obstante, había hecho que Shikamaru reduciera su propio contacto con Shikaku, nervioso de que terminara contándole a su progenitor algo que por ahora Shikamaru quería mantener con discreción. Como se viese, era una locura que Hinata, su más importante ficha ahora, no estuviese siguiendo exactamente el plan trazado para ella. Que incluso se pusiera en riesgo por lo que no era más que un lío amoroso.
De tal manera entonces Shikamaru llevaba ahora dos días encerrado en la lectura de libros mientras afuera lentamente había empezado el otoño.
Una semana antes habían recibido una primera valiosa nota por parte de Hinata, sólo un pequeño papel con tres líneas escritas que proclamaba, no tan aparentemente, cierto pequeño favoritismo hacia Orochimaru por parte del Emperador, el médico obteniendo de nuevo algunos llamados a reuniones de las que había perdido su participación tiempo atrás. Su estatus, Hinata había escrito y Shikamaru podía imaginar que lo había ella corroborado con jóvenes susurrantes de la Corte, estaba ganando de nuevo un poco de atención.
Esa sola idea era suficiente para también imaginar un creciente disgusto en Madara, y cualquier cosa que incomodara al poderoso hombre ya podía verse como una pequeña victoria.
Aún así no había mucho que ellos pudiesen hacer directamente con tal información, no más que evaluar un poco con nuevas observaciones que pudiese conseguir por su parte Kakashi y ponderar si éste último podría hacer una que otra afirmación positiva hacia el misterioso médico, sólo para hacerle ganar algo de externa popularidad siempre y cuando en los próximos meses no se volviese un nuevo problema para ellos —un hombre con poder pero con cuestionables intereses no era a lo que le atinaban a conseguir.
Si algo, eso sólo podría resultar en un gran y molesto escenario que Shikamaru y su padre definitivamente no querían, incluso si la oposición al Palacio por fin se hiciera con el poder.
«¿Sabes acaso qué es lo que estás tratando de hacer?» le había preguntado tiempo atrás Temari, su voz casi como un regaño cuando él sólo había querido regresar a casa y dormir; esa vez incluso un fino dedo había golpeado contra el pecho de él, y lo había empujado tan suavemente contra la pared detrás que era incoherente con el fuego que Shikamaru vio esa vez en sus verdes ojos. «Lo llamamos un gobierno tiránico, es lo mismo que hacen los hombres que quieres desaparecer, sólo que con menos tradición y más ejecuciones. No me sorprendería que fueras el primero en caer muerto justo después del Emperador».
Claro, podría ser incluso a manos de Kakashi si el hombre lo consideraba como un nuevo obstáculo en dicho futuro. La libertad, de todas formas, no era lo mismo en las cabezas de todos.
«O realmente lo sabes y no te importa, o eres aún un niño muy ingenuo» había terminado de decir Temari esa noche, retrocediendo entonces ella cuando fue consciente de la cercanía que había forzado entre ambos.
Ella mantuvo su regaño por un tiempo más, diciéndole que no entendía cómo alguien a quien todos señalaba de ser tan inteligente estaba haciendo activamente algo que podría traer entre la baraja de consecuencias una posible guerra. Shikamaru recordó eso justo ahora porque en sus manos había un pesado libro que describía a la guerra como un arte. No era sólo historias para asustar a los niños ni analogías de periodos de terror.
«No quieres crear guerra, Nara».
Claramente él sabía eso, probablemente reconocía cada una de las contradicciones éticas de la guerra, pero incluso con eso en su cabeza y con sus idealismos juveniles superados, no había otra forma de continuar diferente a querer manipular el panorama político si querían cambiar las cosas. No había nada externo que fuese más sólido que eso; no había magia ni pociones extraordinarias; charlatantes que quizá hubiesen tenido algo de privilegio en el pasado. Shikamaru no creía en maldiciones ni en fuerzas ajenas a lo que se podía lograr por encima de una mesa y acuerdos o falta de ellos. Las batallas no se ganaban combatiendo con todas las fuerzas que tenían frontalmente contra adversarios. Las batallas se ganaban a puertas cerradas y en silencio en plena noche, concertando operaciones encubiertas que quitaban de en medio a una víctima dormida o acorralada. Justo lo que habían intentado hacer y lo que aún esperaban lograr.
Era extremo y lo frustraba, pero si estaba en total acuerdo con los demás en algo, incluso aunque la voz de Temari aún le susurrara en su cabeza de vez en cuando, era manipular el campo a su favor.
En ese orden de ideas, esperaba que un pequeño movimiento como ayudar a Sasuke realmente fuera útil, no sólo en un escenario sentimental.
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Al siguiente día Shikamaru vio sin mayor impresión cómo Kiba hacía acto de presencia en su más reciente asegurado espacio.
Seguramente era una jugada de su padre, enviar a alguien relativamente cercano a Shikamaru para saber qué estaba mal con él. Kiba por su parte no era alguien dado al sentimentalismo, algo que Shikamaru apreciaba y le contentaba justo ahora. Eventualmente hablaría con su padre, simplemente por ahora podía evitar ser de alguna forma reprendido por éste de nuevo —toda una molestia si resultaba así— por su atípica impulsividad, esta vez habiendo ofrecido algo de secreto apoyo a Sasuke y no revelar lo que obviamente el pelinegro estaba cometiendo bajo las narices de los demás.
—¿No existe alguna forma de hacer que Hinata sea relevada de su cargo? Entiendo la ventaja en la que ustedes ahora están, aún así ¿cómo su familia pudo permitirlo? No puedo enten-
—Kiba —lo interrumpió entonces Shikamaru—, puedes llevar tus quejas a alguien que no sea yo.
—Estás realmente irritado por algo, ¿uh? Idiota.
Por supuesto para ambos les habría gustado que la situación fuera diferente. La nota llegada a ellos vía Kakashi representaba un éxito en las acciones de Hinata dentro del Palacio. También evidenciaba que se había convertido en una favorita del Emperador, en la mujer con la que compartía momentos en su propia recámara, a quien hacía llamar cuando se le apeteciera.
Kiba siguió reclamando cosas en murmullos y Shikamaru quitó su atención de él.
Dejó entonces de lado el libro que había leído desde el día anterior, el que hablaba sobre la guerra como un arte, pero antes de levantarse de su mullido asiento y aventurarse por algún otro denso y aburrido libro —había acabado hace tiempo con todos los que hicieran al menos una efímera mención entre la relación de Konoha con Suna—, escuchó el resoplo de Kiba como si acabara de encontrarse con algo que le hiciera inmensa gracia.
En las manos de su amigo había un libro, no tan grueso y más bien liviano; era por su apariencia una lectura más «categorizada» para niños y mujeres. Shikamaru mismo resopló un poco pero por circunstancias diferentes: una mujer como Temari seguramente pasaría de largo un libro de cuentos.
—Oye, recuerdo a mi madre leerme esto de pequeño —Kiba ojeó entre las páginas y luego giró su rostro con una pequeña pero altanera sonrisa en sus labios para mirar a Shikamaru—. ¿A ti también? Quizá hay más cosas en común entre nosotros de lo que pensaba. —Kiba entonces hizo algo inesperado, llevando el libro a su nariz y eso hizo que Shikamaru elevara una de sus cejas—. ¿Hay alguna mujer que aún lea esto para ti?
Shikamaru entonces arrugó el ceño, finalmente levántandose de su lugar y acercándose al joven Inuzuka.
Sólo le costó pocos pasos para reconocer el olor, cítrico y floral. Mandarina y bergamota; jazmín y rosas. Ahí proviniendo de un viejo libro como si se hubiese apoderado de él, un consistente olor no propio de los rincones del territorio Nara, ajeno, extranjero.
Arrebatándole el libro a Kiba no dijo nada de lo que pasaba rápidamente por su mente mientras rebuscaba lo que fuera en sus páginas. El olor le recordaba que aún estaba enojado con la rubia embajadora de Suna; frustrado incluso. Le recordaba que ella era un incógnita que la mente de Shikamaru rogaba por descifrar tal y como deseaba ahora saber cómo el olor de ella o el mismo que había percibido del interior del carruaje que él mismo persiguió o de los vestidos de las dos mujeres que desafortunadamente lo habían mandado de vuelta a casa, estaba ahí presente como una burlona pista que ni Shikamaru mismo sabía que necesitaba.
Shikamaru había leído o al menos abierto ese último mes más libros de lo que había hecho previamente en su vida. Había abierto tomos cosidos expertamente en su lomo y tallados en doradas letras acerca de la fundación de Konoha. Había buscado por aquellos que mencionaban algo del Bosque Negro. Había estado gastando de su tiempo en ese robusto libro sobre la guerra esperando un párrafo que hablara de Suna o lo que había sido antes el País de los Ríos. Ninguno de esos tenía un olor tan característico propio de una mujer.
Así, Shikamaru pronto encontró el origen que hacía tan diferente a ese libro en comparación a los demás puestos en sus estantes: un pequeño pedazo de papel, probablemente olvidado, sin más palabras o garabatos que simplemente el sello del anterior reino de Suna grabado en su blanca superficie.
Shikamaru optó por no ponerle de nuevo atención a Kiba y sus silenciosas preguntas. Regresó a su asiento fijándose en la falta de páginas del libro, arrancadas de él y lo que eso podría significar en un simple libro que contaba leyendas. Narraba las aventuras y la vida del Gran Conquistador, un nombre que Shikamaru había escuchado desde que era pequeño pero era tan lejano ahora, había vivido tantos años atrás, mucho antes del actual Imperio, que lo relatado en el libro que Shikamaru sostenía ahora era más fantasías que otra cosa.
Evidenciaba, sin embargo, que Temari o una de las mujeres que casi siempre habían estado con ella había puesto un pie en esa biblioteca; alarmantemente, en realidad, se había infiltrado dentro del territorio Nara, y quizá él no había estado en lo cierto cuando pensaba que Temari no podía ser alguien que creyera en cuentos fantasioso o tuviera un interés religioso en leyendas.
En silencio leyó lo que había sido dejado antes de tomar alguna decisión; aunque había algo claro que hacer: buscar una segunda edición exacta del libro.
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Con el otoño lentamente haciéndose lugar, Hinata entró a uno de los dos lugares del Palacio al que se había ganado su libertad de visitar sin necesidad de compañía, lleno de libros, tomos y pergaminos sin contenido particularmente político o sensible, sólo lo justo para entretener a nobles o personas nacidas en alta cuna dentro de la Corte en sus momentos de esparcimiento.
De las bibliotecas que poseía el Palacio, esa era la que había sido elegida primeramente para el intercambio de las dos versiones de libros, la del Salón Sol; esta vez Hinata había ido para asegurarse de tomar la copia que Kakashi Hatake seguramente había dejado allí, su secreto contenido quizá siendo unas pocas líneas para motivarla en lo que hacía, de que su primera información filtrada había sido útil.
Claro, también se merecía saber un poco de lo que pasaba afuera, incluso aunque hasta ahora no se había encontrado ni por casualidad con Kakashi Hatake; no obstante, y con sus mejillas poniéndose tan rojas que nadie creería que era sólo por el frío que empezaba a filtrarse por resquicios hacia el interior del Palacio, ya había tenido dos encuentros con Sasuke y éste la había besado asegurándole que su información había sido valiosa.
El primero encuentro al que Hinata había anhelado tanto que ocurriera en ese entonces, había asegurado que ella no pudiese olvidarse de él, de su pasión por ella y de los murmullos que le había dicho. El segundo, cuando la luna estuvo en lo más alto brillante y completamente redonda, había ocurrido con la infiltración de él no atravesando peligrosamente el pasillo que conectaba a su habitación, sino apareciendo justo detrás de una falsa pared que Hinata nunca hubiera creído que existía en primer lugar y que él había descubierto en su primera visita, cuando los ojos de ella se habían permitido cerrarse de pesado sueño, segura de la presencia de Sasuke con ella.
En la segunda visita, no obstante, Hinata se había mofado levemente, pensando cómo parecía a esos relatos extraños sobre piratas y ladrones que ocurrían en lugares cerca al mar, lejos de la seguridad de una ciudad como Konoha.
Esa segunda noche volvieron a entregarse uno al otro, no tan suave como la primera vez, sus jadeos un tanto más apuballantes que la primera riesgosa noche dentro del Palacio. Volviendo a subir el ruedo de su vestido de noche, Sasuke la había tomado en la oscuridad detrás de la falsa pared medio abierta, la poca luz de una vela iluminando desde el interior de la habitación lo único que distinguía un poco sus siluetas. Sasuke sólo le había tapado la boca cuando fueron acercándose las inevitables contracciones en su interior, obligándola a mantener silencio a pesar de las sensaciones de tenerlo de nuevo arremetiendo contra ella.
Así, cuando sus piernas temblaron y los fuertes brazos de Sasuke no la dejaron caer ante la nueva ola de placer que sintió, Hinata no le había permitido devolverla a su cama, pidiéndole por algo más, reticente de dejarlo ir aunque dos días antes había estado con el Emperador y sólo no había ido a la cama del hombre rubio esa fecha de luna llena porque había fingido sentirse mareada. (Y había esperado, desde luego, una próxima visita de Orochimaru que sucedió tan pronto se hizo lugar el sol en la mañana siguiente).
Hinata podía recordar su temblorosa voz preguntándole a Sasuke por acomodarse entre sus piernas; por acomodar su cabeza entre ellas, bajar hasta que sus rodillas tocaran el suelo y se hiciera lugar cerca de la intimidad de ella.
«¿Quieres sentir mis dedos?» había preguntado Sasuke mientras besaba sus muslos.
«U-usa tu boca» había respondido ella.
No había podido ver la expresión en el rostro de él, pero sabía que no había pensado menos de ella. Se imaginó entonces, en medio de la vergüenza de lo que había pedido, que a Sasuke le había gustado escucharle decir eso, verla manejar algo de control. No había podido ser otra cosa cuando sintió cómo besó más sus muslos, cada vez más cerca de su húmeda necesidad con renovada energía. Quizá Sasuke no había querido pensar en las razones que podrían haber provocado eso, sin embargo no se negó en obedecerla, rozando con su boca hasta conectarla donde ella había querido, las manos de Hinata apartando y arrugando la tela de su vestido para que no cayera sobre él aunque lo que había querido hacer era agarrarse de sus suaves cabellos negros.
Hinata detuvo ahora sus más recientes recuerdos con Sasuke cuando escuchó pasos entrando a la biblioteca donde se encontraba, su expresión cambiando rápidamente y concentrándose en su actualidad para girar a ver al visitante.
Se sorprendió desde luego cuando observó a Madara Uchiha traspasando el umbral de la amplia puerta.
—Estás sin compañía —anotó él, su voz neutral aunque el brillo en sus ojos denotaba mayor interés de lo que dejaba ver—. El Palacio es un muy amplio lugar, podrías terminar por perderte dentro.
—N-no es mi primera vez visitando esta biblioteca, mi Señor —dijo con suavidad ella, haciendo una apropiada reverencia a la figura del mayor.
Deseó que el encuentro se terminara ahí mismo e internamente agradeció que no había agarrado aún entre sus manos la copia del libro que había ido a buscar. Nadie podía recaer en el interés de ella por dicha edición; se prometió ser más precavida la siguiente vez, y cuando los claros ojos de ella se posaron de nuevo en él, Madara la observó con cierto desdén, como si ella no estuviera entendiendo lo que le decía.
—Deberías siempre estar acompañada; esas son órdenes del Emperador —afirmó él, un simple movimiento de su mano atrayendo a su lado la presencia de un muy joven sirviente—. Trae a un mujer para que acompañe a la señorita Hyūga y no se aparta de ella… hasta que sea llamada por el Emperador.
Y así, un poco más de un mes desde que había estado residiendo dentro del Palacio, cuando el Emperador en medio de sus piernas se echó hacia atrás y empujó de nuevo hacia Hinata, con un deseo demasiado obvio que hizo que el movimiento de sus caderas sonara por toda la habitación desde la alfombra sobre la que se encontraban, rápido y abrupto, Hinata no se quejó, se mostró y fingió —algo que acababa de descubrir era fácil para una mujer hacer en dichas labores— que quería más de lo usual, que deseaba más de él, que era el hombre más importante que sus ojos nunca antes habían mirado.
El Emperador sonrió a gusto, no cediendo en su posición de rodillas, con los dedos de sus pies firmes contra la no tan dura superficie de la gruesa alfombra, sus manos ahora sosteniendo con firmeza los glúteos de ella para entrar en un perfecto ángulo, manteniéndola levemente alzada, quizá consciente del dolor que su espalda y omoplatos debían sentir ante el roce bajo ella. El Emperador gruñó una maldición y cerró sus ojos hasta que un notorio pliegue de absorto y deseado placer se formó en medio de sus cejas.
—Cada día eres más perfecta —mencionó él entre cortas respiraciones y Hinata sonrió, un poco de sutil sagacidad reflejándose en su pálidos ojos que no fue visto por el poderoso hombre.
Así, esa noche Hinata había estado tan concentrada en sus movimientos, en lo que le decía al Emperador, en aparentemente reducirse a los gemidos que le gustaban a él, que por primera vez junto a él no había llegado a su culminación; no obstante también había fingido que había subido de nuevo al cielo y caído a un vacío que no podía controlar. Y lo fingió una segunda vez a pesar de que el hombre ahora bajo su sudoroso cuerpo se corrió dentro de ella.
Hizo entonces lo que Sasuke le había dicho tantos días atrás y no había vuelto a mencionar en sus visitas. Imaginó que era él, hambrienta de cada parte de Sasuke, desde sus emociones hasta de su corazón, y bajó su cabeza hasta besar al hombre debajo de manera tan tierna y suave que contradecía lo que acababan de hacer, en honesta adoración como lo haría con el hombre con quien se había casado. Y entonces le susurró al Emperador lo afortunada que era por poder servirle, y masajeó su desnudo pecho y hombros con gracia, y así, en la sosegada luz de la habitación, Hinata recibió de él otro halago, así que ella volvió a besarlo con total parsimonia. Él la dejó, correspondiéndole a los suaves movimientos que ella quería.
En su mente Hinata concluyó que habiendo ya gemido al Emperador en su oído tal y como Sasuke herido en su orgullo le había dicho que hiciera antes de su llegada al Palacio, recordó que también se le había asegurado que de una voz tan dulce como la de ella nadie podría sospechar, y Hinata quizás había encontrado una oportunidad y no parecía ser difícil aprovecharla si algo podía resultar de ahí.
—M-Majestad, ¿podría usted rescindir de su orden para que no visite la biblioteca?
Hinata omitió decir sin compañía en su pregunta; sólo quería captar mejor la atención de él.
Recibió entonces de él una mirada confusa; sus atractivos ojos azules a pesar de sentirse cansados de sueño se fijaron en los claros de ella sobre él. Hinata quedó en silencio esperando por su respuesta, las yemas de sus dedos apenas rozando con cariño el pecho del hombre, optando por todavía no acomodarse a un lado de él.
—¿A qué te refieres? —Él levemente arrugó su entrecejo.
—No puedo… ir sin la compañía de una dama, aunque había entendido, mi Majestad, que tenía libertad de estar ahí, en la biblioteca del Salón Sol, a mi conveniencia como cuando estoy en mi estudio.
Luego de una pausa por fin recibió una respuesta de él.
—Puedes ir cuando te plazca, sola o en compañía —lo dijo así porque en camino hacia ese salón y biblioteca, desde donde fuera que se caminara por el Palacio, ya habían ojos vigilantes en patios y pasillos. Hinata también reconocía que era así, desde luego, sólo no necesitaba una o dos mujeres a su lado mientras leía un libro; o, más específicamente, mientras estuviese en medio de los estantes de libros por al menos unos cortos minutos—. Aún así recomiendo que tengas una compañía al lado por si requieres de algo, incluso aunque no estés acostumbrada a ello durante tiempos libres.
—Gracias, Majestad…
Hinata no pudo decir nada más cuando con suavidad una mano de él se ubicó en su mejilla.
—¿Quién dijo que era una orden que yo había dado? —Los ojos del hombre, contrario a la cálida palma en la suave piel de ella, la vieron con seriedad, demandando inflexiblemente por una respuesta.
—El señor Madar Uchiha… mi Majestad…
Hinata entonces enterró su cabeza en el cuello del hombre, por fin ubicándose a su lado y ocultando así la leve sonrisa que se había hecho en su rostro.
Y aún así a pesar de ser los amantes que eran y todo lo que habían hecho, no hallaron el sueño con rapidez.
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No era una discordia entre el Emperador y su mano derecha, apenas podía señalarse como un desacuerdo, pero las jóvenes que usualmente le servían a Hinata dentro del Palacio llegaron susurrantes a ella en un nuevo día mencionando que algo había pasado y lo que parecía ser algo imposible había ocurrido, al menos esta vez para el conocimiento de una más extensa parte del Palacio: el señor Madara Uchiha había irritado de alguna forma a su Emperador.
Hinata no lo pensó dos veces para incluir tal chisme como su próxima anotación, más motivada por querer que Sasuke conociera de ello lo más pronto posible en lugar de contárselo en la siguiente visita, faltando aún varias noches más para volver a tenerlo a su lado. Ubicó entonces el libro de brillante y rígida portada en su usual ubicación, consciente esta vez más de su alrededor y cuidadosa de que sus acciones no la pusieran en peligro, sonrojándose levemente cuando pensó que lo que hacía en la oscuridad con Sasuke era más insensato si sólo poner un libro en un estante debía tener tanta rigurosidad por parte de ella.
Inmediatamente después pidió por compañía, sólo para hacerle caso a la recomendación del Emperador, optando que era mejor demostrar que haría todo lo que él dijese incluso en pequeñas cosas como esas. Dentro del Palacio y cuando él lo solicitaba, Hinata era de él de todas formas, y al menos buscar por hacerle sentir mayor posesividad hacia ella se alineaba con la idea de ser tratada como un objeto que brillara y se pudiese codiciar en esa jaula de oro en la que se encontraba.
Hinata, sin embargo, no era simplemente un objeto de oro más. Había hecho algo que podría ser más que sutil manipulación, más que libros y relicarios.
Y luego en compañía de dos mujeres nobles que desde luego no querían estar con la hija de un clan en desgracia, incluso aunque su estatus ahora dentro del Palacio era superior a ellas, Hinata de casualidad tomó un delgado libro, de simple portada y nada extraordinario a la vista. Era un libro cuyo contenido podía reconocer, narraba las aventuras y la vida del Gran Conquistador, un nombre que hasta entonces no era más que un cuento infantil que le había sido dicho de pequeña.
A punto de dejarlo de lado, no interesada en una corta lectura, sólo fue otra casualidad de la vida, tal y como fue conocer a Sasuke, que en sus hojas vio extrañas notas, escritas en indescifrable caligrafía para ella que casi se superponían completamente sobre el original texto.
Curiosa decidió quedárselo por un tiempo.
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Ayuda, sigo poniendo más misterios.
