Hola buenos dias, primero quiero darles las gracias por seguir leyendo esta historia, he estado muy ocupado en el mundo real y no he podido escribir mucho pero no planeo rendirme con ella. Por eso les pido disculpas si me demore en actualizar. Tambien quiero dar las gracias por sus muestras de apoyo en los reviews, me alegra que esten disfrutando la historia hasta ahora. Muchas gracias y espero que disfruten este episodio.


El gato negro y la curiosidad.

Esa mañana despertó sintiéndose mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Nada más al abrir los ojos, se levantó y caminó hacia su pequeña ventana, donde deslizó las cortinas para poder sentir los dulces rayos de su buen amigo el señor sol acariciando sus pecosas mejillas. Le dio la bienvenida a un día precioso, desde allí arriba podía ver a los pájaros cantando y danzando en el cielo, el verdor de los abedules que circundan la cuadra y a la gente saliendo de sus casas hacia sus trabajos algo malhumorados. Lo último no era una vista tan conmovedora, pero de todo corazón esperaba que esas personas tuvieran un buen día.

Dejó las cortinas abiertas y se vistió con su ropa de siempre: sus calcetines blancos, jeans de mezclilla, polo naranja y sus fieles tenis blancos que lo acompañaban a todos lados. Hacía tiempo que tenía pensado en cambiar su guardarropa por algo más nuevo y un poco más alegre, últimamente había estado tan atareado con su enfermedad que no se daba cuenta de que prácticamente usaba la misma ropa todos los días. Se lo diría a su padre después, por ahora debía prepararse para ir a la escuela.

Abrió la puerta y de sorpresa se encontró a Lori en el pasillo, cargando una charola con lo que parecía ser su desayuno. Su hermana mayor lo miró de pies a cabeza, al parecer sorprendida por su súbita recuperación.

– Buenos días Lori, hoy hace un bonito día allí afuera.

– ¿Te pasó algo Lincoln? – le dijo Lori, mirándolo aún más extrañada.

– Me siento genial esta mañana, ¿porque lo preguntas?

– Por qué todas las mañanas te la pasas quejándote por algo o viendote super cansado. – dijo Lori, dejando escapar una sonrisa – Pero hoy te ves diferente.

– Solo tuve una buena noche de sueño reparador. – dijo Lincoln, estirando sus brazos – Hoy estoy listo para volver a clases.

– ¿Después de un solo día?

– ¡Claro! No quiero perder clases.

Su hermana se quedó mirándolo un poco confundida, como no creyéndose eso de que se sentía bien. Como ella misma había dicho, estaba tan acostumbrada a verlo cansado y gruñón que de pronto verlo de buen humor y con energías le parecía lo más raro del mundo.

– Anoche hablé con tu doctor por videollamada, acerca de lo que te paso en la escuela. – le dijo Lori – Él me recomendó que te tomaras la semana libre.

– Pero… Recién es martes, eso quiere decir que perderé cuatro días de clases, papá no estará contento.

– Papá aceptó de inmediato las instrucciones del médico.

– Pero yo me siento bien.

– Ya lo sé y me alegra mucho, pero órdenes son órdenes, por el momento debes descansar.

– Ow. – dijo Lincoln, viéndose de pronto desanimado.

– Baja a tomar desayuno con las demás, ten, toma tu charola, la traje porque pensé estarías demasiado cansado como para levantarse.

– Gracias por preocuparte por mi Lori. – dijo Lincoln, tomando la charola por los mangos – No sé qué haría sin mi querida hermana mayor.

– Llenarme de elogios no te hará ganar puntos conmigo. – dijo Lori, la que se veía feliz, aun cuando trataba de ocultarlo – Pero igual, gracias.

– Lori la tsundere, quien lo diría. – dijo Lincoln, riendo.

– ¿La que?

– Nada, nada, voy abajo a comer con las pequeñas.

Con la charola en mano bajó las escaleras tarareando una vieja canción y se sentó en la mesa con sus hermanas menores, aquella mañana solo estaban Lana y Lola, las demás parecían ya haber terminado y ahora estaban preparándose en sus habitaciones.

– Hola gemelas, ¿cómo va su día? – les dijo Lincoln, con una expresión sonriente.

– Regular. – respondió Lola.

– Normal. – respondió Lana.

– ¡Pues mi día empezó genial! – dijo Lincoln, está velez dándoles una sonrisa – Hace tiempo que no me sentía con tanta energía.

– Que bien por ti. – le respondió Lana.

– No me interesa. – le respondió Lola.

Sabía que ellas dos no eran del todo habladoras por las mañanas, pero el poco interés que demostraban hacia él terminó por afectarlo un poco. Claro, no era el mejor hermano mayor del mundo, le costaba conectar con ellas por sobre sus demás hermanas porque en realidad no las conocía del todo, se fue de la casa muy joven como para verlas crecer, demasiado joven como para que ellos tres tuvieran memorias en común.

– Oigan. – dijo Lincoln con cierta timidez – ¿Qué les parece si vamos por unos helados después de la escuela?

– No gracias Lincoln, debo hacer unas cosas en el club automotriz en la tarde. – le dijo Lana, sin despegar sus ojos del instructivo que estaba leyendo.

– Oh… No sabía que existía un club automotriz en tu primaria.

– No es de la escuela, solo soy yo y unos cuantos amigos.

– Ya veo.

Que la pequeña mecánica tuviera amigos con los que compartir sus hobbies lo hacía sentir contento, pero algo solitario por haber sido dejado de lado por culpa de ellos. Recordó que hace unos días, aquella chica Ronnie Anne le dijo que había tenido amigos en el pasado, eso le parecía un poco insólito, pues nunca fue bueno entendiéndose con los demás, tampoco era una persona cariñosa o afable, así que hacer amigos le costaba bastante.

Era así desde el inicio de sus recuerdos; esos en donde se veía a sí mismo encerrado en aquella habitación extraña, pintada de un pulcro blanco, rodeado de máquinas que lo volvían loco con sus sonidos incesantes y de doctores que solo lo miraban como un espécimen raro. Ahí fue donde sus recuerdos más vividos nacían, en medio de la soledad y el encierro.

Trató de dejar atrás esos recuerdos y le puso atención a la otra gemela.

– ¡Qué tal tu Lola!

– No quiero que se me pegue lo enfermo.

– ¿Cómo?

– Que no quiero perderme mis concursos porque me pegaste uno de tus bichos.

– Mi enfermedad no es como un resfriado.

– Me da igual, de todas formas tengo cosas que hacer.

Sus palabras fueron como un golpe directo a su estómago, uno que en vez de dejarlo sin aire, lo dejó sin ganas de seguir intentando ser el hermano mayor que ellas esperaban. Pensó en responderle, en echarle en cara lo maleducada y grosera que era esa princesita cubierta de rosa, pero en vez de eso calló y se concentró en comer en silencio, realmente no tenía ganas de empezar una pelea ese día.

– A mi me complace que hayas empezado un buen día Lincoln. – le dijo Lucy de pronto, la que estaba sentada a su lado.

– Gracias… Que raro, no te ví sentada aquí cuando bajé.

– Siempre he estado aquí. – le dijo Lucy en un tono solemne – Y como siempre, no te sorprende mi súbita presencia.

– Conocí a un chico que hacía algo parecido, hace mucho tiempo. – dijo Lincoln, recordando con cierta ensoñación – Me molestaba al principio… Pero luego comencé a acostumbrarme a ser asustado.

– Ya veo.

Como siempre su hermana menor más cercana no hablaba demasiado, pero ese día se veía extraña, o más bien lo miraba de una forma extraña, como de soslayo, como si la pequeña estuviera atenta a todos sus movimientos. No le hizo caso y continuó con su desayuno, pero después de unos minutos ella se acercó su silla y le habló en un murmullo.

– Por cierto, ¿que hacían tú y la amiga de Luna corriendo por los pasillos ayer?

Esas palabras lo hicieron atragantarse con las tostadas que acababa de tragar, tuvo que golpearse el pecho para que estas pudieran pasar por su esófago. Le dirigió una mirada, algo molesto y un poco asustado de lo que su hermana sabía de las cosas que pasaron la tarde de ayer.

– De qué hablas. – le dijo Lincoln en un tono seco.

– Creo que sabes perfectamente de lo que hablo. – le dijo Lucy, con una pequeña sonrisa victoriosa.

– Pues… Ayer ví muchas cosas… – le dijo Lincoln, recuperando la compostura – Como cierta persona vestida de chica mágica, ¿me pregunto de donde saco ese disfraz?

Y en ese momento fue ella la que casi se atraganta con su desayuno, le dio unas palmaditas en la espalda para que no se ahogara frente a él y ella simplemente le dio las gracias con una vocecilla que apenas pudo oír. Ya observándola mejor, pudo ver como sus pálidas mejillas se ponían tan rojas como un tomate de temporada.

– ¿De qué habla Lincoln? – le preguntó Lana a Lola.

– Y yo que sé, de seguro ayer estaba delirando.

– Tal vez. – les dijo Lincoln con una sonrisa diabólica – O tal vez no.

– Lincoln, estás jugando con fuerzas que van más allá de tu comprensión. – le dijo Lucy en un tono solemne.

– Por suerte mi silencio es barato, si cierta persona olvida todo lo que vio, yo olvidaré lo que ví. – dijo Lincoln, extendiendo su mano a Lucy – ¿Tenemos un trato?

– Hemos sellado un pacto entre hermanos de sangre. – dijo la chica, dándole un apretón de manos – Cualquiera que lo quiebre sufrirá las penas del infierno.

– Si, si, lo que digas, ¿me pasas el jugo de naranja?

– Aquí tienes.

Llenó su vaso de jugo y se lo tomó de un sorbo, estaba sediento luego de ese enfrentamiento con la gótica, la que era mucho más peligrosa de lo que se había imaginado.

Lucy Loud era su hermana más cercana en edad después de Lynn, pero a diferencia de la última, no era para nada fácil de entender. La mayor parte del tiempo se la pasaba en un rincón alejado de la casa, hablando consigo misma y anotando cosas en uno de sus cuadernos oscuros, solo se la encontraba en las mañanas en el desayuno o en las tardes en la cena, y en esas ocasiones ella apenas pronunciaba palabras.

Más de una vez la sorprendió tratando de darle un susto de muerte, lástima para ella que al contrario de sus hermanas, asustarlo era una tarea bastante difícil, que podía hacer, había aprendido del mejor asustador del mundo, el tétrico Edward, un amigo que nunca pudo olvidar del todo.

Mientras rememoraba aquellos tiempos pasados, su padre llegó de la cocina, se veía algo serio al principio pero al verlo sentado junto a sus hermanas lo hizo poner una sonrisa de oreja a oreja.

– ¡Lincoln! ¿Cómo te sientes esta mañana campeón?

– Bastante bien papá, listo para volver a la escuela.

– Oh lo lamento, pero esta semana tendrás que cuidar tu salud, órdenes del doctor.

– Como siempre, Brand se pone demasiado dramatico con mi salud.

– ¿Brand? – dijo Lana.

– ¿Quién es ese? – dijo Lola

– Es mi carcelero. – les respondió Lincoln y las gemelas solo se miraron entre ellas confundidas.

Su padre carraspeó un poco como en un intento de darle una reprimenda y se dispuso a desenredar la confusión.

– El doctor Brand es el médico de cabecera de Lincoln, es una gran persona que nos ha ayudado mucho con su enfermedad.

– También es un metiche profesional. – dijo Lincoln soltando una risita.

– Lincoln Loud. – dijo su padre en un tono firme – Faltarle el respeto a tus mayores es de muy mala educación.

– S-solo bromeaba papá. – le respondió Lincoln, algo avergonzado.

– Bien, dejando eso de lado, ¿puedes avisarles a tus hermanas que ya es hora de partir?

– Claro. – dijo Lincoln, dando una última mordida a su tostada – Subo de inmediato.

Animado por su padre, subió las escaleras para cumplir su mandado como un chico obediente y sin querer casi choca con una de sus hermanas. Para su mala suerte era Luna.

– ¡Hola Luna!

– Hola.

La roquera lo miraba con los brazos cruzados y el ceño fruncido, sin duda molesta por algo que había hecho.

– Pues… ¿Cómo van las preparaciones para tu concierto? – le dijo Lincoln, nervioso.

– Irían mejor si no te la pasaras enfermo justo los días que debo practicar.

– ¿Eh?

– Ayer perdí un día de práctica por tu culpa. – dijo Luna, poniéndose roja de la rabia – ¿Oh, pero qué estoy diciendo?, sé que te encanta llamar la atención de las demás y no pudiste evitarlo, pero te lo advierto, la próxima vez no te saldrás con la tuya.

Aquella actitud lo dejó bastante confundido, más aún esas palabras hirientes que su hermana le dedicaba. Entendía que ella consideraba la música como algo bastante importante en su vida, pero era injusto que lo culpara por cosas que no podía controlar. Bajo la cabeza algo dolido ante su reprimenda y le respondió tratando de desescalar la situación.

– No fue mi intención.

Shut your mouth, dude! – le dijo su hermana, gritando esas palabras con fuerza – Si crees que todas te tendremos lástima por tu acto de niño enfermo entonces te equivocas, pronto todas se acaban hartando de ti y tus mentiras ¡Tú…!

Pero ella se paró en seco y alejó su mirada de la suya, al parecer dándose cuenta de que había ido demasiado lejos. Aquello lo hizo sentirse aún peor, consigo mismo y con ella.

– Lo siento… Debo irme. – dijo Luna en una vocecilla y bajó las escaleras.

Se quedó confundido en medio del pasillo, no entendiendo por qué su hermana tenía de pronto una actitud tan nefasta con él, precisamente en ese día que se sentía tan bien. De seguro era su culpa, como siempre lo era.


Después de ver a sus hermanas partir, tomó un libro de la pequeña biblioteca de la casa y se encerró en su cuarto para leerlo. Sentado en su escritorio con las piernas cruzadas y el ceño fruncido, no había podido pasar de la primera página, se sentía tan molesto y triste que le costaba concentrarse en otra cosa que no fueran las venenosas palabras que le dejó Luna antes de partir.

No tenía la culpa de nada, no eligió enfermarse para molestar a sus más cercanos, pero no podía dejar de sentir ese persistente sentimiento de culpa que siempre estaba en su cabeza y eso hacía que las palabras de su hermana mayor lo golpearan más fuerte. Era una carga para todas, eso lo sabía mejor que nadie, no tenían por qué recordárselo de esa manera.

– ¿Lincoln puedo pasar?

La voz de su hermana menor del otro lado de la puerta lo sorprendió, se supone que ella estaría en la escuela a esas horas, ¿qué hacía en la casa?

– Claro Lucy. – le respondió.

La puerta se abrió lentamente y pudo ver la fantasmagórica figura de Lucy, la que sostenía un libro negro y gordo sobre sus delicados y pálidos dedos. Sin perder el tiempo, ella se sentó sobre su cama y comenzó a hojear su libro como si nada. No le presto atención y trato de concentrarse en su propia lectura, pero le era imposible, aún se sentía herido, pero ahora más que nada se sentía molesto.

– Qué suerte es tener el día libre. – le dijo de pronto su hermana menor.

Dejó salir un sonoro suspiro, le hubiera gustado estar solo en esos momentos, pero tampoco era tan vil como para echarla de su habitación a patadas. Dejó su libro de lado y se quedó mirándola algo molesto, esperando que ella entendiera el mensaje y se fuera por su propia voluntad.

– Para ti tal vez. – le respondió Lincoln en un tono seco – A mí me hubiera gustado ir a la escuela.

– Qué raro, pensé que odiarías ir a la escuela acá en Royal Woods.

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Eres demasiado frío y sombrío como para ser un chico popular, además tus habilidades sociales dejan mucho que desear para hacer nuevos amigos. – dijo Lucy.

– Mira quién habla. – le dijo Lincoln un poco molesto – ¿No deberías estar en la escuela, Merlina?

– Le dije a papá que quería hacerte compañía un rato, él me llevara para el segundo periodo.

– No veo para qué, me siento bien y para tu información ya me tomé mis medicamentos.

– Sí, de eso ya me aseguré anoche. – dijo Lucy levantando la vista de su libro – Hay otra cosa que me preocupa.

– Si es por tu secreto no te preocupes, en este momento es la menor de mis preocupaciones.

– Ya veo.

Y ella continuó leyendo como si nada, esta vez estirándose sobre su cama, apropiándose de ella como si fuera la suya propia.

– ¿Es esa una novela de amor?

– Esa palabra me hace retorcer las entrañas. – le dijo Lucy mostrando repulsión – No, este es de Lovecraft, sus cuentos más famosos para ser más precisos.

– Esos me los leí hace tiempo, un pesado del hospicio me los hizo leerlos todos.

– Tu amigo tenía buen gusto literario, Lovecraft oscurece mi corazón marchito con su prosa espeluznante.

– Eh… Sí. – dijo Lincoln, aguantando a penas las ganas de reírse de su hermana gótica – Nunca fui bueno con los cuentos horripilantes.

– Pero sí que te interesan las historias románticas. – dijo Lucy, dejando su libro de lado para darle una sonrisa – Ya veo, eso explica algunas cosas.

– ¿Qué cosas?

– Que te gusta la amiga de Luna.

Muchos recuerdos se le vinieron a la cabeza en un flash al escuchar las palabras de Lucy, la mayoría de ellos eran pedacitos dispares de lo que había ocurrido la tarde anterior; Él tomando la mano de esa chica rubia y corriendo por el pasillo, ella mirándolo sorprendida mientras la miraba como un bobo en ropa interior, ella dándole un cálido abrazo que lo hacía revivir sentimientos que creía enterrados para siempre.

Su corazón comenzó a latir fuerte en su pecho al recordar a Sam, y una tonta sonrisa se le formó en su rostro, la que borró de inmediato al darse cuenta como su hermana lo miraba desde su cama, como una lechuza a un ratoncillo indefenso.

– No sé dé donde sacas esas ideas, pero estás equivocada. – dijo Lincoln, evitando la mirada de su hermana.

– ¿A si?

– Muy equivocada.

– Tu reacción me da a entender todo lo contrario.

– No es lo que crees, ella y yo nos conocemos de una tonta fiesta, no hay nada entre nosotros.

– Pues ella te vio en ropa interior y te llevó de la mano a tu habitación, donde supongo que pasaron un buen rato.

– Por favor no me hagas recordar eso… Es vergonzoso. – dijo Lincoln poniéndose rojo de repente – Mira, estaba algo bobo por las pastillas que me dio Lori, por eso me comporte como un idiota, ella se dio cuenta y me acostó en mi cama, eso es todo.

Continuó evitando el contacto visual con su hermana, pero de soslayo pudo ver como una sonrisa se formaba en sus finos labios, la tonta estaba como nunca disfrutando de su infortunio.

– Ya veo. – dijo ella al fin.

– ¿Q-qué cosa?

– Veo que estás más enamorado de lo que pensaba. – dijo Lucy con una sonrisa victoriosa.

– ¡Y-ya te dije que no es lo que crees! – dijo Lincoln con una voz aguda.

Estaba perdiendo el control y su sádica hermana parecía estar disfrutando de sus tontas reacciones. Todo eso era nuevo para él, estaba tan acostumbrado a esconder sus sentimientos bajo una capa de indiferencia que quedar al descubierto lo hacía sentir bastante frágil e incómodo.

Claro, no tenía nada de malo sentir esas cosas por una chica tan linda y agradable como Sam, pero aun así sabía que esos sentimientos estaban mal. Porque a pesar de todo no era un chico normal, sino una bomba de tiempo a punto de estallar.

Por unos segundos recordó su propia mortalidad, y nuevamente la indiferencia hizo presa de él, todos esos sentimientos cálidos se enfriaron al igual que su sonrisa nerviosa. No, él no podía sentir esas cosas por una chica como Sam.

– … Algo así nunca funcionaria. – dijo Lincoln con una voz monótona – Ella es como 4 años más grande que yo, solo se metería en problemas estando conmigo.

– No veo una gran brecha intelectual entre ustedes dos, creo que las cosas funcionarían si a ella le gustas.

– Tengo 12 y ella 16, obviamente existe esa brecha.

– Pero tú no actúas como un chico de tu edad. – dijo Lucy – Te he observado, y la madurez con la que te tomas la vida es algo… Poco común.

– En eso me parezco un poco a ti.

– Gracias por el cumplido.

– No era un cumplido. – dijo Lincoln, soltando un pesado suspiro – Digo, me gustaría ver la vida de una manera más simple, pero así es como soy, es difícil de evitar.

– No es algo que me desagrade, y pienso que a esa chica tampoco le desagradará descubrir esas cosas de ti.

– Tal vez…

No era tan denso como para no entender lo que estaba sintiendo por la amiga de Luna, quería volver a ver su sonrisa tierna y sentir su calor entre sus brazos tal y como lo hizo el día de ayer. Sí, estaba comenzando a sentir cosas por Sam, estaba comenzando a enamorarse, pero externalizar sus sentimientos solo le traería problemas a esa chica. No, definitivamente no haría a otra persona pasar por lo que él mismo pasó.

– ¿Cuándo le pedirías una cita? – le dijo su hermana de pronto.

– Ni en un millón de años.

– Gallina.

– Ya te dije que eso solo le causaría problemas.

– ¿Y qué hay de ti?

– ¿De mí? – dijo Lincoln, sorprendido por la pregunta – Lo que yo sienta no es importante en este asunto.

– Lincoln. – dijo Lucy, soltando un gran suspiro – No te lo tomes a mal, pero a veces pienso que te ves a ti mismo como alguien muy alejado de los demás, como un ser que no merece ni la comprensión de sus hermanas, ni el amor de aquella chica. Esa es una manera bastante triste de ver la vida.

La tristeza que mostró su hermanita al decirle aquellas palabras hizo que su corazón se le encogiera en el pecho. Ella era demasiado joven como para mostrar esa expresión, la expresión de desesperanza que había visto tantas veces en los rostros de sus antiguos amigos de hospital, la misma expresión que vio en aquella chica cuando su llama se apagaba lentamente.

– Una vez… – dijo Lincoln, cortando su locución de pronto, al sentir un nudo en su garganta – Una vez conocí una chica que me gustaba…

Y con esas palabras su hermana comenzó a ponerle toda la atención posible, para ser una chica que amaba las historias horripilantes parecía demasiado interesada en las cosas románticas.

– Ya veo. – le dijo Lucy, mirándolo con curiosidad – ¿Acaso ella te hirió? ¿Te rechazo?

– No, ella no me rechazó. – dijo Lincoln, con una sonrisa cargada de nostalgia – Verás, ambos nos conocimos desde el principio, desde que llegué a vivir al hospicio, ella era… Unos años más grande que yo, por eso me trataba siempre como un niño y me molestaba bastante, porque ella se veía exactamente como una niña pequeña de mi edad. Tonta enana.

Se rio un poco al recordar a aquella chica fuerte, que era tan pequeña como él, pero que siempre debía demostrar ser la más fuerte de todos los chicos que vivieron en ese lugar.

– Al principio me molestaba… Pero luego nos convertimos en los mejores amigos… Hasta que en un día de verano, me decidí por fin declararme, hace mucho tiempo que me gustaba y bueno… Ella tenía esta serie de reglas acerca de cómo vivir su vida con su enfermedad, una de ellas era nunca enamorarse.

– ¿Por qué?

– Porque eso sería demasiado doloroso para la persona que se enamoraría de ella, y luego la perdería para siempre…

– De qué estás hablando… Oh…

Ver como la expresión de Lucy cambiaba de la ingenua curiosidad a la confusión y finalmente al pánico fue algo que lo hizo sentir por un momento en una verdadera basura. Pero a pesar de todo debía continuar.

– Ambos nos queríamos el uno al otro… y al final pude convencerla de ser mi novia… Fueron dos semanas bastante felices.

– Que… – dijo Lucy, con la voz entrecortada – ¿Que paso?

– Ella murió Lucy. – dijo Lincoln, con unos ojos fríos como el hielo – Dejándome con un gran vacío en el pecho, uno que no he podido superar del todo.

– No… No puede… Tu no…

Lucy no se había quedado en casa para mantener su banal secreto, eso es algo que pudo entender antes que ella. No, ella estaba allí para confirmar algo que parecía estarla molestando desde que pudo el primer pie en la casa Loud. Como lo pensaba, su hermana menor era demasiado curiosa para su propio bien, ahora ella ni siquiera podía mirarlo, abría y cerraba la boca como si estuviera ahogándose de pronto, su expresión siempre estoica estaba hecha pedazos en un mar de nervios y revelaciones que no quería aceptar.

Pues ahora ella sabía su secreto.

– Ahora sabes por qué no puedo amar a Sam. – dijo Lincoln, volviendo la atencion a su libro – Nunca podría hacerle eso a alguien más, Sofía lo entendía mejor que nadie, pero yo fui un estupido mocoso que se dejó llevar por el amor… ¿Qué pasa Lucy? ¿Acaso mi historia no pudo satisfacer tu curiosidad?

– Yo… No… ¿Por qué?...

– Lo siento.

– ¡Lucy, es hora de ir a la escuela! – dijo una voz que venía del comedor.

La voz de su padre la hizo saltar un metro en el aire del susto. Soltó su libro, el que cayó al de bruces al piso, dejando abierta sus innumerables páginas. Apenas y pudo levantarse, estaba hiperventilándose, sus rodillas temblaban y casi no podía mantenerse en pie. En un gesto de valentía le dirigió la mirada, pero fue demasiado, ella se alejó de inmediato y salió corriendo de su habitación, dejándolo por fin solo en su pequeño santuario.

– Por eso no puedo amar a Sam. – se dijo a sí mismo en medio de la soledad y continuó tratando de leer su libro.