Capítulo 7

Troté entre las raíces, las piedras y cualquier otro obstáculo que me encontrara por delante con habilidad. El tintineo de las botellas sonaba alto y claro junto a mis pisadas seguras y apresuradas. Los pájaros salían volando a medida que pasaba junto a los árboles, temerosos por el repentino ruido.

No tardé mucho en llegar al claro donde había quedado con Robin. Y hablando del diablo, allí estaba él. Esperaba con los brazos cruzados apoyado al tronco del árbol donde estaba la casa subterránea. Llevaba puesto su chaqueta de cuero junto con sus típicas plumas, por no hablar del sombrero negro que cubría su cabello rizado. Al verme se incorporó con una media sonrisa, observando a medida que me acercaba a él.

—Empezaba a pensar que no ibas a venir.

—¿Y perderme eso tan misterioso que me tienes que enseñar? ¡Jamás! —sus ojos viajaron hasta la bolsa que llevaba conmigo, ocasionando que su expresión se tornara curiosa.

—¿Qué traes ahí?

—Son galletas y algo de leche. Supuse que no habías comido nada desde que te has levantado esta mañana. ¿Me equivoco? —estreché los ojos en su dirección.

—Claro que sí —mi mirada mostraba profunda duda ante eso—. A las cinco de la mañana —bufé.

—Son las once —dije con obviedad. Abrí la bolsa y saqué un par de dulces. Los tomó con algo de reparo al principio, como si no lo hubiese esperado y aún estuviese asimilando la situación.

—Bueno, gracias por acordarte de mí, princesa —su tono, aunque no perdía ese tono burlón tan suyo, lo noté tan suave como la brisa que mece las hojas de los árboles. Me robó la respiración, dejándome un poco descolocada. Asentí varias veces, intentando recomponerme.

—¿Dónde dices que vamos? —cambié de tema, mirando a nuestro alrededor.

—No te lo he dicho —sabía que estaba sonriendo aunque no me girara para verlo.

—¿Y me vas a dejar con la intriga?

—Es una sorpresa. Si te lo digo, no tendría gracia —mordió una galleta y pasó junto a mí. Lo vi saltar las raíces para detenerse frente a la entrada. Miré el hueco oscuro con curiosidad—. Tenemos que cruzar por los túneles para llegar allí, es mucho más rápido que atravesar todo el bosque.

—¿Vamos al anfiteatro? —negó con la cabeza posicionándose junto a la entrada, indicándome con un gesto de su mano que pasara yo primero.

—Es otro lugar. Dudo que hayas estado antes —el eco resonó por todo el pasadizo. El lugar era frío y húmedo. Sin duda, estar allí en verano era mucho más cómodo, sin tener que preocuparse por el calor agobiante. En el invierno y el otoño, ya era otra historia completamente distinta. Di un respingo al sentir algo moverse a mi lado.

—Tranquila, soy yo —mi vista se acostumbró lo suficiente a la penumbra para poder confirmar con seguridad que Robin se había colocado junto a mí para guiarnos en el camino. Le di un golpe en lo que debía ser el hombro.

—¡Casi me matas del susto! —rió por lo bajo, evitando que su voz rebotara con el eco.

—¿Te da miedo la oscuridad? Si quieres puedes aferrarte a la seguridad de mi brazo —ofreció en un intento burlón de ser galante. Bufé sonoramente ante su descaro, alejándome de él como represalia. Eso no hizo más que aumentar su diversión.

Robin me guió a través de los múltiples pasadizos. Habíamos estado allí un par de veces antes, explorando los caminos que aún quedaban sin resolver. A falta de algo que nos alumbrara, la travesía resultaba un poco torpe y lenta.

Parpadeé varias veces con la mano en alto para evitar que la luz que se filtraba del exterior me deslumbrara. La salida estaba bajo el hueco de un árbol un poco más pequeño, lo cual hizo que tuviese que agacharme para salir por debajo de las raíces.

Puso una mano justo a tiempo delante de mí, evitando que me diera de lleno con una de ellas. En su lugar, me estrellé contra el dorso del chico. Me llevé una mano a mi frente dolorida y la otra la apoyé en la suya por instinto. No pude evitar reparar en la cicatriz bajo mis dedos. Ya no se notaba tanto debido a que no era una herida reciente. Ahora solo se podía apreciar bajo el tacto y si te fijabas mucho en la mancha ligeramente blanquecina que delataba la presencia de un antiguo corte en la zona.

—Cuidado con la cabeza —señaló por encima de nosotros. Finalmente salimos al exterior y respiré el aire húmedo del lugar. Capté un ligero olor a sal. No debíamos estar muy alejados del mar.

Con un gesto me indicó que lo siguiera. Nos desplazamos unos metros más allá de la entrada. Robin se deslizaba con cuidado, evitando hacer el mínimo ruido posible. Habilidades innatas de cazador. Se detuvo al vislumbrar un prado a lo lejos.

—Agáchate —agarró la manga de mi vestido y me tiró con él abajo. Lo miré algo consternada, sin saber muy bien qué estaba pasando. Giré la cabeza en todas direcciones, buscando lo que fuera que había allí. Delicadamente agarró mi mentón para guiar mi cabeza y fijar la vista al frente, justo al otro lado del claro. Casi dejé escapar un jadeo de sorpresa al verlos. Un grupo bastante numeroso de caballos pastaba tranquilamente a lo lejos, ajenos a nuestra presencia.

—Los he visto merodeando cerca de Silverydew esta madrugada —susurró cerca de mi oído.

—Son hermosos —mis ojos brillaron al ver varias crías correr al lado de la que, supuse, era su madre—. Nunca había visto este tipo de caballos por aquí.

—Diría que son frisones. Muy poco común por esta zona. No he visto ninguno que no estuviera criado en cautividad. Deben estar de paso por el pasto fresco antes de que empiecen las heladas —sonreí al fijarme en que algunos jugaban entre ellos. Jamás había visto caballos salvajes y ciertamente eran hermosos sin sus monturas. Estuvimos un buen rato observando en silencio—. Creo que lo mejor será dejarlos en paz —asentí, contenta de haberlos podido ver por una vez. Nos levantamos despacio y con cuidado de no ahuyentarlos con el ruido de nuestras pisadas.

Me llevó a un arroyo que había relativamente cerca. Las hojas caían en sus aguas, siendo arrastradas por las pequeñas corrientes que se formaban, llevándolas lejos. Nos sentamos en la orilla. Era un lugar muy bonito para hacer un pícnic.

—Quizá Marmaduke debería mudarse al castillo con nosotros, su labor sería recompensada cuantiosamente —murmuró bebiendo del contenido de la botella.

—Ni lo sueñes. Si eso ocurriera, seguramente Digweed sería el nuevo encargado de la cocina o, peor aún, la señorita Heliotrope.

—¿Tan terrible es?

—Digamos que las labores culinarias no son su fuerte —hice una mueca al recordar el bizcocho que horneó para las navidades pasadas. Después de esa noche todos en la casa nos levantamos con un dolor de barriga infernal que no se curó hasta que Loveday nos dio uno de sus brebajes, no más apetecibles—. Así que cederte ese privilegio no es una opción.

—Es una lástima, la comida de ayer le salió excelente —pude oír como le rugían las tripas al recordarlo. Reí cuando se llevó otra galleta a la boca, intentando matar el hambre.

Estuvimos allí por bastante tiempo, disfrutando del paisaje y de la compañía del otro. Cuando estaba con Robin me sentía tranquila, aunque suene contradictorio, ya que el chico era de todo menos sosegado.

De regreso al árbol, lo observé sutilmente caminar a mi lado. Me fijé en el sombrero que llevaba. Esbocé una sonrisa, encontrando otro motivo para perturbar su tranquilidad.

—Veo que no has tardado en volver a usarlo —me miró sin entender hasta que señalé su cabeza. Se palpó el bombín inconscientemente.

—No aguantaba un día más sin llevarlo.

—Vaya, sí que debe ser especial como para que le tengas tanto apego —me llevé las manos a la espalda.

—Fue lo primero que me compré con el dinero que había guardado de mi primera cacería —incliné la cabeza hacia un lado. Nunca me había hablado de eso. Parecía estar pensando en el pasado, a juzgar por la mirada casi ausente de sus ojos marrones.

—¿Por qué un sombrero? —tenía curiosidad. Se encogió de hombros.

—Fue lo que más me llamó la atención de la tienda que había en el pueblo —hice un sonido de afirmación. Noté que el ambiente se había vuelto un poco pesado. Se le notaba melancólico. Mi corazón sintió un peso invisible que lo aplastaba ligeramente.

Me acerqué a él con rapidez, sin darle tiempo a reaccionar o que viera venir mis movimientos. Le quité el sombrero y me lo coloqué yo. Lo miré con una sonrisa triunfal.

—¿Qué estás haciendo? —intentó recuperarlo pero me zafé de él con rapidez. El complemento era más grande que mi cabeza y se deslizaba por mi frente cubriendo mis ojos si no lo sujetaba. Soltó una risa al verlo. El peso angustiante aminoró al oír el sonido—. Siento decirte que te viene un poco grande, princesa.

—Pero me gusta —le di dos toques—. Puede que me lo quede.

—En tus sueños —se acercó a mí despacio, sonriendo ladinamente. Di un paso atrás, cautelosa a medida que se acercaba a mí.

—Pues si tanto lo quieres de vuelta, ¡ven a por él! —giré sobre mis pasos y salí corriendo en dirección contraria.

—¡Te vas a enterar!

Esquivé varios árboles, saltando por cada raíz y piedra que pudiera hacerme caer o entorpecer mi huida. No me hizo falta girarme para saber que me pisaba los talones. Corrí más deprisa sujetando el sombrero sobre mi cabeza. Una sonrisa apareció en mi rostro, haciendo que un jadeo saliera en vez de una risa. Era una sensación embriagadora, mis sentidos parecían agudizarse con cada pisada a la vez que mi mente volaba lejos.

Llegué al árbol y no dudé en colarme entre las raíces, de vuelta al pasadizo. Repté por el suelo unos metros hasta que fue posible levantarme y seguir a pie. Con la euforia, dejé de prestar atención por dónde iba y me centré en correr lo más rápido que pude.

Sintiendo la respiración agitada, me detuve y miré hacia atrás. Obviamente no se veía ni un rayo de luz filtrado por la tierra o las raíces del techo. Por mucho que mi vista se esforzara en captar movimiento, era imposible ver nada en la penumbra.

Mis sentidos volvieron a ordenarse, entendiendo la situación en la que me hallaba. Mi oído se agudizó, intentando captar el sonido de las pisadas de Robin haciendo eco en alguna parte.

Pasó un buen rato y no hubo señales de él.

Dubitativa, decidí retroceder en mis pasos, intentando volver a la entrada por la que había escapado, pero después de caminar por un largo periodo de tiempo, sentí el pánico invadirme. No sabía por dónde había venido ni por donde debía ir. Me estaba empezando a inquietar tanta tranquilidad, tanto que el mínimo crujido hacía que mi corazón se sobresaltara.

Opté por quedarme quieta una vez ya había dado tantos giros que incluso me llegué a sentir mareada, no supe si por las vueltas o porque la ansiedad que empezaba a sentir estaba sacando lo mejor de mí. Me apoyé en la pared, deslizándome hacia abajo para sentarme con las piernas pegadas a mi pecho.

Era angustiante estar tanto tiempo allí, sin saber qué hacer, sin saber a dónde ir o por dónde salir. Con la única compañía de la lobreguez.

«Robin me encontrará. Seguro que viene a buscarme cuando se percate de que me he perdido» —podía imaginar su rostro y las burlas por haber sido tan descuidada.

«Pero está tan oscuro… ¿Y si no puede encontrarme?».

Sentí un escalofrío al pensarlo. No. No debía pensar en eso. Debía mantenerme serena, no dejar que mis miedos me invadan.

Hacía tiempo que no manifestaba temor a la oscuridad, hasta llegué a pensar que lo había superado.

Estaba claro que no.

Me descubrí echando de menos la calidez de la luz que se filtraba por las ventanas de la mansión. El resplandor tenue que emitían las estrellas y la luna de mi habitación. Cuando no podía dormir me ayudaban a ahuyentar mis temores. Sin eso me sentí desamparada. Incluso en la habitación de la primera Princesa de la Luna había más luz que en ese hueco.

«Solo es oscuridad, Maria. No puede hacerte daño» —intenté tranquilizarme, aunque eran en vano mis esfuerzos. Al poco tiempo dejé de escuchar lo que había a mi alrededor y solo pude oír el latido frenético de mi corazón y la respiración inusualmente agitada que no cesaba aunque quisiera.

En un intento de calmarme, me quité el sombrero que aún reposaba sobre mi cabeza y lo apreté contra mí. Me temblaban las manos. Cerré los ojos, aunque no hubo diferencia, se mantenía igual de oscuro los tuviese abiertos o no.

De repente, algo se iluminó, traspasando mis párpados aún cerrados con fuerza.

—¡Te pillé! —en otra ocasión, habría gritado al oír la repentina voz muy cerca de mí en el pasadizo, pero solo di un respingo, incapaz de emitir sonido—. No ha sido buena idea robarle su sombrero a un cazador después de todo, ¿eh? —sus pasos se acercaron, haciendo crujir las hojas que llevaba pegadas a las suelas de los zapatos. Solté el aliento que estaba conteniendo, saliendo más tembloroso de lo que pretendía.

Aún mantenía mis ojos cerrados, pero sí pude sentir su cercanía. Finalmente los abrí para verlo sosteniendo una antorcha improvisada con una rama y algo de tela. Ese resplandor fue como si ahuyentara toda la negrura del lugar, dejando atrás todo lo que me había dado pavor hacía tan solo unos minutos antes.

—¿Princesa? —no me había dado cuenta de que estaba agachado frente a mí cuando lo miré directamente. Su rostro se contrajo en una mueca de preocupación—. Maria, ¿estás bien? —escudriñó mi cara, como si algo en ella lo hubiese alarmado. No fue hasta ese momento que sentí la humedad persistente en mis mejillas y un olor salado invadir mis fosas nasales.

—Robin… —me moví por primera vez desde lo que habían parecido horas, años, siglos. Mis dedos aún se aferraban a su sombrero como si fuera mi único salvavidas. No le di tiempo a decir nada cuando me lancé a él y le rodeé el cuello con mis brazos. Se congeló, dejando caer la antorcha al suelo—. Menos mal que estás aquí —mi voz salió en un susurro que rozó peligrosamente el sollozo. Enterré la cara en su hombro, amortiguando el sonido lo mejor que pude. Pero el temblor que me invadió no lo pude ocultar y me delató.

Lo oí suspirar, sintiendo su aliento rozar y hacer cosquillas en mi oreja mientras rodeaba mis hombros, manteniéndome cerca.

—Tranquila, ya pasó. Todo está bien —de vez en cuando pasaba una mano reconfortante por mi espalda—. Siento haberte asustado —negué contundentemente.

—No es eso —logré articular. Se quedó en silencio, esperando que continuara—. Estaba tan oscuro… No sabía dónde ir. Yo… —exhalé profundamente, sin poder seguir.

—Está bien. Todos le tenemos miedo a algo —noté que giraba un poco la cabeza—. Incluso las princesas más valientes— me eché hacia atrás para enfrentarlo. Su sonrisa me brindó más calidez que nada en ese momento. Me sentí arropada, segura—. Venga, salgamos de aquí —me ayudó a levantarme extendiendo ambas manos hacia mí. Agarró la antorcha y yo su sombrero que había caído también olvidado en el suelo.

Se mantuvo cerca hasta que llegamos a la salida que quedaba al otro lado del bosque. Con razón me había perdido, había acabado en un pasadizo totalmente alejado de cualquiera de las dos entradas que conocía.

Al ver el resplandor del sol tenue, el alivio me recorrió . Ya todo había quedado atrás. Pasaría algún tiempo antes de que volviera a pasear por los túneles yo sola. Pensé muy seriamente en instalar antorchas allí abajo. A Robin le pareció una buena idea, ofreciéndose a ayudar en cuando quisiera.

—Toma, creo que ya he jugado mucho con él —le devolví el bombín negro de camino a la mansión. La caminata me había venido bien para calmarme y despejarme. Robin había querido acompañarme a pesar de mis réplicas. Lo miró por un momento, lo agarró y me lo colocó en la cabeza. Lo observé con una ceja levantada, pero fue ocultada cuando este se deslizó por mi rostro.

—Solo por esta vez, no te emociones —desvió la mirada hacia los árboles.

—¿Entonces no me lo puedo quedar? —se giró para replicar, pero se detuvo al verme sonreír de oreja a oreja. Soltó un bufido, pero pude ver que le había contagiado el gesto—. Admítelo, me queda mejor que a ti.

—Por supuesto que a mí me queda mejor —negué la cabeza, divertida ante su obstinación—. Pero no puedo negar que se ve bien en ti, princesa —mis ojos captaron los suyos. Por su tono, pude decir que estaba bromeando, pero sus ojos decían otra cosa que no pude entender en ese momento.

Seguimos nuestro camino a casa, caminando uno junto al otro, sintiendo que así quería que fuera siempre. Nosotros dos solos en ese bosque, a solas con nosotros mismos.

No necesitaba nada más.