Aclaraciones: Algunos datos, y hechos cannon del manga/anime, serán cambiados a mi conveniencia para mejor desarrollo de la historia.

Disclaimer: No soy dueña de One Piece, ni de ninguno de sus personajes a excepción del OC.
Adverencia: Spoilers sobre algunos datos de One Piece, y totalmente del arco de Dressrosa.


Odié la sensación al despertar sola en mi cama. Odié como mi cuerpo buscó por sí mismo el calor del psicópata que dormía en la habitación contigua, como si me hubiera acostumbrado a su tacto con solo una noche. Llevé mis manos a mi rostro sintiéndome estúpida, ingenua, por gustarme, por acostumbrarme a tenerlo cerca, porque sabía que esto que estaba sintiendo solo dolería mientras más creciera.

Mis palabras de odiarlo y gustarme al mismo tiempo se hacían más reales con cada día que pasaba. Aun no entendía del todo como podía seguir odiándolo con la misma intensidad, y a la vez deseándolo cada vez más más, aunque con menos culpa. Negué con rapidez en seguir pensando en ello, si seguía haciendolo solo me terminaría por deprimir en mi habitación, y tenía un largo camino por delante estos próximos días.

Me levanté sin extrañar el dolor en mi cuerpo con el que me había despertado el día anterior, aunque si extrañando el placer. Sin distraerme más, terminé por asearme y vestirme con la ropa con la que solía salir a ver a Rebecca, nada que enseñara demasiado, que sea completamente diferente a mi vestimenta usual. No quería que alguien se enterara de la importancia de la pelirosa, aunque solo un idiota provocaría a un oficial del rey.

En cuanto terminé de arreglarme fui hasta mi armario a buscar unas pocas mudas de ropa para cuatro días, algunos artículos personales, como mi cepillo de dientes, productos que hizo Caesar para mi cabello y piel, más por rutina que por necesidad, y productos íntimos por si llegaba mi día del mes en casa de Rebecca. Una vez junté todo lo necesario, lo coloqué en una mochila y me la puse en la espalda lista para marcharme.

Salí con rapidez de mi recamara para buscar a Doffy, al haber tenido algo pendiente que necesitaba, y dado que no estaría los próximos día no sería posible para mí pedirlo por mí misma. Por lo que sin miedo alguno fui directo a su habitación sin siquiera tocar, me sentí libre de poder invadir su espacio sin avisar, al saber que aunque se molestara o enojara, no sería capaz de destruir la poca confianza que le tengo.

Me sorprendió un poco encontrarlo aún en su cama, aunque tampoco podía culparlo, ni siquiera había amanecido, y ser un rey a veces tenía las ventajas de hacer lo que quisiera cuando quisiera. Sonreí de manera involuntaria al cerrar la puerta, dejar mi mochila en la entrada y caminar hacia él, sin despertarlo aún, haciéndome cuestionar si estaba aún profundo o solo fingía para molestarme. La respuesta no me importó.

Me aventuré a acercarme hasta su cama, y arrastrarme por ella hasta llegar a estar frente a él, evocando que me contuviera la risa. Aun dormido seguía usando sus gafas, tentándome a quitárselas, pero era una línea que aún no era capaz de cruzar, no tantearía mi suerte. Sin importarme que se me pudiera hacer tarde, me acosté a su lado, dedicándome solo a verlo, maldiciendo cada segundo por ser un bastardo, sino lo fuera estaría locamente enamorada de él sin miedo alguno.

—Si querías verme dormir te hubieras quedado anoche —me sorprendió su voz sin poder saber cuánto tiempo llevaba despierto—. Hola Heis —apenas terminó de decir mi nombre antes de verme acorralada debajo de él y sus labios poseer los míos sin yo evitarlo, me gustaba besarlo.

Sin embargo en el momento en que intentó adentrarse en mi boca con mi lengua lo detuve, porque sabía que quería hacer, excitarme para tengamos sexo en este instante.

—Necesito poder caminar para salir —lo regañé logrando hacerlo reír pero no moverlo de encima de mí.

—Arruinas mi ilusión de creer que venías a que te follara por la mañana —lo interpreté como una broma evocando que le sonriera mientras negaba.

—Me dejas con muchas repercusiones en mi cuerpo para hacerlo —me justifiqué sin querer pensar porque quería que sonara como que no lo hacía por gusto sino porque no podía—. Necesito que hables con Caesar en mi ausencia —una mueca de molestia me hizo saber que no me había creído cuando le informé de mi ausencia.

—No puedes dormir fuera del castillo —me ordenó bajándose de mí para sentarse a mí lado y yo mantenerme aun acostada.

—En serio eres un maldito posesivo —me quedé negando al suspirar, al saber que nunca cambiaría—. Será por tres noches nada más, estaré en casa de Rebecca, sabes donde es, puedes vigilarme si quieres si tanto desconfías de mí…

—Sé que no vas a marcharte —me sorprendió que me lo dijera con tanta confianza para luego mirarme—. Haz podido irte hace semanas, incluso cuando no estaba en Dressrosa, habría sido sencillo para ti deshacerte de mis oficiales en mi ausencia, tomar un barco y desaparecer en el mar por incluso meses antes de que pudiera encontrarte —me senté de golpe mirándolo con una sonrisa triste al darle la razón, podía haber escapado, y no lo había ni considerado.

—Me gusta vivir en paz, y no quisiera tener que pasarme cada día pensando en qué momento vas a encontrarme —me justifiqué a medias verdades—. No serías capaz de dejarme ir al menos que muera, y —me arrastré hasta su regazo para sentarme en él—, me gustas más de lo que podría admitir —confesé sin miedo logrando hacerlo sonreír de nuevo.

—¿Qué quieres que le pida a Caesar? —soltó de golpe haciéndome saber sin muchas palabras que aceptaba que me fuera por cuatro días hasta que nos tuviéramos que marchar de Dressrosa.

—Algo para curar las magulladuras que me dejas cuando tenemos sexo —respondí sin miedo evocando que su sonrisa se volviera aún más grande—. La necesitaremos para el viaje.

—¿Algo más? —preguntó dejando por dado el tema de que había aceptado volver a tener sexo con él cuando nos fuéramos, aunque era algo que sabía que sería casi imposible de evitar al estar en el mismo barco durante más de una semana.

—Anticonceptivos —pedí casi por inercia como si fuera demasiado obvio que me harían falta—. Tengo suficientes para un mes, pero no sé cuánto tiempo estaremos fuera.

—No los necesitas de igual forma —soltó sin darle importancia a mi petición, al verlo borrar su sonrisa sin dejar de verme.

—Los necesito sino quiero quedar embarazada —expliqué con suma ironía en mi voz, sin querer pensar en la razón de sus palabras—. No tendré tus herederos —declaré de manera seria y fuerte para que no le quedara dudas.

—¿Alguna vez supiste que tuviera alguno? —su pregunta me dejó fuera de mí al tener razón, tenía un harem completo de mujeres, y aun nunca dejó algún bastardo, siendo una historia animada, no le había prestado atención a este detalle, pero estando aquí me ponía a pensar algo en ello, mientras negaba con mi cabeza como respuesta a su pregunta—. No puedo tener hijos, así que no tienes por qué preocuparte por eso —comentó llevando su mano a mi rostro sin entender bien la razón.

—¿Eres infértil? —las palabras llegaron antes de que pudiera procesarlas para dejarlas salir de manera más sutil, pero aun así no temí por su reacción, de alguna manera me sentía lo suficientemente cómoda como para saber que no me haría daño al menos que hiciera algo muy malo.

—No —exclamó entendiendo menos lo que sucedía—. No cualquiera puede tener un hijo mío y llevarlo a término —mi rostro se sintió caliente ante tal confesión, evocando que me preguntara si tenía que ver con ser un dragón celestial, si tener descendencia entre ellos de alguna manera logró que no pudiera dejar fuera de Mari Geoise—. Por lo que no debes preocuparte por ello, así puedo tomarte cuando quiera y donde quiera.

—Pero y si sucediera… —susurré más para mí misma, no tenía idea de que había pasado en el siglo vacío, pero era una D, y estaban relacionados de alguna manera con las familias que se volvieron dragones celestiales, si de alguna forma mi genética, sangre o cuerpo era capaz de mantener un bebé suyo a término—. No quiero arriesgarme, ¿podrías pedirle los anticonceptivos? —volví a hacer la solicitud con unos pucheros.

—Bien —aceptó de manera fría evocando que saltara a abrazarlo con fuerzas para luego soltarlo—. Tengo que irme, solo vine a… —sus labios me callaron antes de que me diera cuenta, introduciendo su lengua en mi boca casi de inmediato, y sintiéndolo endurecerse debajo de mí—. Doffy si me quedo… —intenté detenerlo sin estar del todo segura de hacerlo, al haberme comenzado a excitar también.

—Podrías retrasar tu salida —soltó en mis labios antes de volver a poseerlo, y saber que iba en serio, por lo que sin dejar que fuera más allá, hice que me dejara de besar encontrándomelo con una expresión de claro disgusto por mi rechazo.

—Te compensaré después —le aseguré intentando no sentirme mal por dejarlo de esa manera, sabía que en el momento en que lo dejara meterse en mi piel como para preocuparme por él, estaría perdida, pero aun así me estaba dando muchos permiso con esa condición—. Puedo complacerte antes de irme pero nada más, no puedo quedarme —le aseguré mordiéndome el labio mientras acariciaba su pecho sin dejar de sentir su mirada sobre mí.

Intentaba no esperar nada de esto, en el momento en que lo hiciera, le daría una ventaja, una que no podría eliminar con facilidad. Aun así me sentía un poco incomoda de observar su expresión arrogante esperando que iba hacer a continuación para cumplir mi palabra. Ni siquiera pensé demasiado en ello, al deslizar mis manos por su pecho hasta su pantalón holgado que imaginé que era de pijama, al ser la primera vez que entraba a su habitación antes de despertarse.

Gracias a ellos no fue difícil liberar su erección y comenzar a tocarla en toda su longitud con cuidado como había hecho la primera vez. Terminé por sentarme en la cama, mientras él abría sus piernas dándome mejor acceso a su miembro, antes de decidirme a tomarlo con mi boca sin demorarme en ello como la vez anterior. Antes no sabía cómo lidiar con su tamaño, pero al comprobar que si podía usar mi boca para ello, el miedo había sido dejado atrás.

No me tomó por sorpresa, sentirlo agarrarme la trenza que me había hecho para empujarme casi por completo contra su pene, sintiéndolo deslizarse por mi garganta, sin dejarme respirar de manera adecuada, y por alguna razón, excitarme tenerlo de esa manera. Salió de boca tan pronto como notó que no podía entrar más, y volvió a repetir la acción, mientras intentaba ayudarlo acariciando el resto que mi boca no podía tomar hasta que lo sentí venirse por completo, sin derramar nada de lo que me estaba dando.

Me quité su mano de mi cabello en cuanto lo hizo para abandonar su miembro ya flácido, y sentarme en la cama un poco agitada por la acción. Sonreí como idiota por haber llegado a esto, al alejarme de él, no podía negar que disfrutaba nuestros encuentros, pero si me molestaba cuando empezaba a pensar que solo me estaba usando y yo me estaba dejando.

—Podría liberar tu tensión —lo escuché decirme desde la cama, acostado esta vez de lado mirándome caminar al baño, para cepillarme la boca antes de irme, y peinarme mi trenza.

—Solo lograrías que termine por aceptar que me folles de nuevo —me negué lavando mi boca para no tener olor a semen al llegar a casa de Rebecca.

—¿Por qué usas ese atuendo?, te vi llegar hace dos días con ella también —dejó caer la pregunta, al parecer desistiendo de que aceptaría volver a tener sexo con él por hoy.

—Para que no me reconozcan cuando salgo, detestaría que al salir al pueblo sepan que soy tu mano derecha, prefiero la tranquilidad del anonimato —respondí sin miedo al terminar de trenzar mi cabello, volver a atarlo y poder salir del baño, encontrándomelo igual que cuando entré—. Como la arena del coliseo suele estar lejos de las gradas, ni siquiera tengo que esconder mi rostro.

—Deberías acostumbrarte a que sepan quién eres —me regañó sin entender si se había tomado mi comentario como un insulto, pero no estaba con ánimos de discutir con él ahora.

—He logrado pasar desapercibida sin dejar mi nombre por mucho tiempo, así que no gracias —dije más para mí misma al caminar hasta el pie de la cama y él mirarme aun acostado en ella—. Vuelvo antes de que tengamos que partir a Wano, no me extrañes demasiado —me despedí sin querer rogarle por un beso de despedida, sin poder moverme, dándome cuenta que me había inmovilizado con sus hilos antes de sentarse y con solo inclinarse llegar a mí para tomar mis labios de manera posesiva.

—Ahora puedes irte.