Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capitulo 7
Bella no veía nada, le escocían los rabillos de los ojos por el sudor. Igual se había esforzado demasiado. Demasiado rápido. Como si estuviera huyendo en lugar de corriendo sin más.
Al menos no había visto a Mike. Lo buscó, por delante y por detrás, pero no apareció. Las calles eran suyas.
Se bajó los auriculares al cuello y fue andando a casa, recuperando el aliento al pasar por la vivienda vacía de al lado. Giró hacia el camino de entrada y se paró. Se frotó los ojos.
Ahí seguían esas figuras de tiza. Cinco pequeñas personitas hechas con líneas, sin cabeza. Pero… No, no podía ser. El día anterior había llovido mucho, y estaba segura de que no estaban ahí cuando había salido a correr.
Podría jurarlo. Y había algo más.
Se agachó para mirar más de cerca. Se habían movido. El domingo por la mañana las vio en la intersección entre el camino de la entrada y la acera.
Ahora habían subido unos centímetros. Hacia la mampostería, más cerca de la casa.
Bella estaba segura: esos dibujos eran nuevos. Los habían hecho durante la hora que había pasado corriendo. Cerró los ojos para aguzar el oído, escuchando el ruido blanco de los árboles danzando con el viento, el silbido agudo de un pájaro y el rugido de una máquina cortacésped en alguna de las casas cercanas. Pero no se oían los chillidos de los hijos de los vecinos. Ni pío.
Abrió los ojos y, en efecto, no se las había imaginado. Cinco pequeñas figuras. Decidió preguntarle a su madre si sabía qué eran. A lo mejor no se trataba de personas sin cabeza, igual era algo totalmente inocente y su mente retorcida las estaba convirtiendo en algo siniestro.
Se enderezó. Le dolían los gemelos y notaba un pinchazo en el tobillo izquierdo. Estiró las piernas y continuó caminando.
Pero solo dio dos pasos.
El corazón se le aceleró y le golpeaba contra las costillas.
Había un bulto gris un poco más arriba del camino. Cerca de la puerta de la casa. Un bulto gris con plumas. Supo lo que era incluso antes de acercarse. Otra paloma muerta. Bella caminó despacio, con pasos cautelosos y silenciosos, como si no quisiera despertarla y devolverla a la vida. Los dedos le hervían de adrenalina conforme se inclinaba hacia la paloma, esperando verse reflejada en sus vidriosos ojos sin vida. Pero no se vio.
Porque no tenía ojos sin vida.
No tenía cabeza.
Un corte limpio en el cuello y muy poca sangre.
Bella se quedó mirándola. Luego a la casa, y otra vez a la paloma decapitada. Recordó la mañana del lunes, repasó toda la semana, ordenando los recuerdos. Ahí estaba ella, saliendo por la puerta con su traje elegante, parándose al ver al animal muerto, fijándose en sus ojos, pensando en Stanley.
Había sido ahí. Justo ahí. Dos palomas muertas exactamente en el mismo sitio. Y esas extrañas figuras de tiza con brazos y piernas, pero sin cabeza. No podía ser una coincidencia, ¿verdad? Bella no creía en eso ni en sus mejores momentos.
—¡Mamá! —gritó abriendo de un empujón la puerta de la casa—. ¡Mamá! —Su voz rebotó por el pasillo, el eco la imitó.
—¡Hola, cariño! —respondió esta, asomándose por la puerta de la cocina con un cuchillo en la mano—. ¡No estoy llorando, lo prometo! ¡Son las malditas cebollas!
—Mamá, hay una paloma muerta en la entrada —dijo Bella en voz baja.
—¿Otra? —A su madre se le descompuso la cara—. Por el amor de Dios. Y, por supuesto, tu padre vuelve a estar fuera, así que voy a tener que encargarme yo. —Suspiró—. Bueno, voy a poner el estofado al fuego y ahora voy.
—N-no. —Bella tartamudeó—. No lo entiendes, mamá. La paloma está exactamente en el mismo sitio que la de la semana pasada. Como si alguien las estuviera poniendo ahí a propósito. —Mientras lo decía, se daba cuenta de lo ridículo que sonaba.
—No digas tonterías. —Su madre hizo un gesto con la mano—. Será uno de los gatos del barrio, eso es todo.
—¿Un gato? —Bella negó con la cabeza—. Te digo que está exactamente en el mismo sit…
—Bueno, seguramente sea su nuevo sitio favorito para cazar. Los Granger tienen un gato atigrado muy grande. A veces lo veo por nuestro jardín. Y caga en mis arriates. —Hizo como que lo apuñalaba con el cuchillo.
—Esta no tiene cabeza.
—¿Cómo?
—La paloma.
Su madre se puso seria.
—¿Qué quieres que te diga? Los gatos son asquerosos. ¿No te acuerdas del que tuvimos antes de adoptar a Barney, cuando eras pequeña?
—¿Calcetines? —dijo Bella.
—Sí. Era un asesino despiadado. Traía bichos muertos a casa prácticamente todos los días. Ratones, pájaros. A veces hasta conejos bastante grandes. Les arrancaba la cabeza a mordiscos y los dejaba en algún sitio para que yo los encontrara. Seguía los rastros de tripas. Era como una película de terror.
—¿De qué están hablando? —Jake gritó desde la escalera.
—¡De nada! —contestó la madre de Bella—. ¡Métete en tus asuntos!
—Pero… —Ella suspiró—. ¿Te importa venir a echar un vistazo?
—Estoy haciendo la cena, hija.
—Solo van a ser dos segundos. —Bella inclinó la cabeza—. ¿Por favor?
—Está bien. —Su madre retrocedió para dejar el cuchillo a un lado—. Pero sin hacer ruido, que no quiero que el señor Metomentodo se entere.
—¿Quién es el señor Metomentodo? —La voz de Jake las siguió hasta la puerta.
—Voy a comprarle al enano este unos tapones para los oídos, te lo juro —susurró la madre de Bella mientras bajaban al camino—. Vale, ya la veo. Una paloma decapitada, tal como me la había imaginado. Gracias por el avance.
—No es solo eso. —Bella la agarró del brazo y la guio por el camino. Señaló al suelo—. Mira esos dibujos con tiza. Hace un par de días estaban más cerca de la acera. La lluvia los borró, pero los han vuelto a hacer. No estaban aquí cuando salí a correr.
La madre de Bella se puso de rodillas en el suelo y entornó los ojos.
—Los ves, ¿verdad? —le preguntó ella, con la duda revolviéndole el estómago, fría y pesada.
—Eh, sí, supongo —contestó la mujer, entornando aún más los ojos—. Hay algunas líneas borrosas.
—Sí, eso es —dijo Pip aliviada—. Y ¿qué te parecen?
Su madre se acercó un poco más e inclinó la cabeza para mirarlas desde otro ángulo.
—No lo sé, a lo mejor es una marca de las ruedas de mi coche o algo así. Ayer pasé por una obra, seguramente habría polvo o tiza.
—No, mira mejor —le pidió Bella, cada vez más irritada. Ella también entornó los ojos; no podían ser simples marcas de neumáticos, ¿verdad?
—No lo sé, hija, a lo mejor es polvo de las juntas del mortero.
—¿De las… qué?
—Las líneas entre los ladrillos. —Su madre sopló y una de las figuras casi desapareció. Se puso de pie y se pasó las manos por la falda para alisar las arrugas.
Bella volvió a insistir.
—¿De verdad que no ves figuras humanas? Cinco. Bueno, ahora cuatro, muchas gracias. ¿Como si las hubiera dibujado alguien?
La madre de Bella negó con la cabeza.
—A mí no me lo parecen —respondió—. No tienen ca…
—¿Cabezas? —Bella la interrumpió—. Exacto.
—Ay, cariño. —Su madre la miró con preocupación y la ceja volvió a subir—. No tienen importancia. Estoy segura de que es una marca de las ruedas, o del coche del cartero. —Volvió a analizar las figuras—. Y, si las ha dibujado alguien, probablemente haya sido uno de los hijos de los Yardley. El mediano parece un poco… Bueno, ya me entiendes. —Hizo una mueca.
Lo que su madre decía tenía sentido. Seguro que solo había sido un gato. Y unas marcas de neumáticos o el dibujo inocente del hijo de los vecinos. ¿Por qué su mente se empeñaba en considerar que podían tener relación con ella? Sintió cómo la vergüenza se deslizaba bajo su piel por haberse planteado que alguien hubiera podido hacer ambas cosas a propósito. Y, lo que es aún peor, que las hubiera hecho exclusivamente para ella. ¿Por qué pensaba eso? Porque ahora todo le daba miedo, respondió el otro lado del cerebro. Tenía instinto de lucha o huida, sentía el peligro presionándola cuando, en realidad, no existía; escuchaba disparos en cualquier sonido, si así lo quería; le daba miedo la noche, pero no la oscuridad, hasta la aterraba mirar sus propias manos. Estaba rota.
—¿Te pasa algo, Bella? —Su madre se había olvidado de las figuras y estaba mirándola a ella—. ¿Has dormido bien esta noche?
No había dormido casi nada.
—Muy bien —dijo ella.
—Es que estás pálida, por eso te pregunto. —La ceja subió aún más.
—Siempre estoy pálida.
—También has adelgazado un poco…
—Mamá.
—Era solo un comentario, cariño. Ven. —Se agarró al brazo de Bella y la fue llevando hasta la casa—. Voy a seguir con la cena, y voy a hacer tiramisú de postre. Tu favorito.
—Pero si es martes.
—¿Y? —Su madre sonrió—. Mi pequeña se va a la universidad en unas semanas, tendré que aprovechar el tiempo que me queda para mimarla.
Bella le apretó el brazo a su madre.
—Gracias.
—Enseguida me encargo de esa paloma, no te preocupes —le prometió, cerrando la puerta tras ellas.
—No me preocupa la paloma —dijo Bella, aunque su madre ya se había ido a la cocina. La escuchó mover los utensilios y rajar de las «cebollas de fuerza industrial»—. No me preocupa la paloma —repitió en voz baja, solo para sí misma.
Le preocupaba quién podía haberla dejado allí. Y le preocupaba pensar eso.
Subió la escalera y vio a Jake sentado en los escalones de arriba, con las manos apoyadas en la barbilla.
—¿Qué paloma? —preguntó mientras su hermana le apoyaba la mano sobre la cabeza y pasaba por su lado.
—En serio —murmuró ella—, igual debería dejártelos más a menudo —. Señaló los auriculares que le rodeaban el cuello—. Te los voy a pegar a la cabeza.
Bella entró en su habitación y apoyó la espalda en la puerta para cerrarla.
Se desató la funda del teléfono del brazo y la dejó caer al suelo. Se quitó el top. La tela se le había pegado a la piel sudorosa y se le enredó en los auriculares. Salieron las dos cosas juntas, apiladas ahora sobre la moqueta.
Sí, debería darse una ducha antes de cenar. Y… miró al escritorio, al segundo cajón empezando por abajo. Igual debería tomarse una para relajarse y regular su ritmo cardiaco, alejar la sangre de sus manos y las cosas sin cabeza de su mente. Su madre empezaba a sospechar que algo no iba bien. Bella tenía que actuar normal durante la cena. Como antes.
Un gato y marcas de neumáticos. Tenía sentido, mucho sentido. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué necesitaba que fuera algo malo, como si ansiara tener problemas? Aguantó la respiración. Solo un caso más. «Salva a Anónima y a ti misma». Era todo lo que necesitaba para no volver a estar así: desubicada dentro de su propia cabeza. Tenía un plan. «Cíñete al plan».
Bella miró rápidamente el teléfono. Un mensaje de Edward: «¿Amor, sería muy raro poner nuggets de pollo en una pizza?».
Y un email de Thomas Rosier: «Hola, Bella: Deberíamos hablar algún día de esta semana, ¿has tenido oportunidad de pensar en la oferta de la mediación? Un saludo. Thomas Rosier».
Bella respiró hondo. Le daba un poco de pena Tom, pero la respuesta seguía siendo la misma. Por encima de su cadáver. ¿Cuál era la forma más profesional de decir eso?
Estaba a punto de abrir el email cuando entró una notificación nueva.
Otro mensaje que le llegaba a APPpodcast. En la previsualización se podía leer: «¿Quién te buscará…?» y Bella supo exactamente lo que diría el resto del texto. Otra vez.
Abrió el mensaje anónimo para eliminarlo. ¿Había alguna forma de bloquearlo y mandarlo directamente a spam? El mensaje se abrió y Bella movió el dedo sobre el icono de la papelera.
Pero sus ojos, fijos en una palabra, la detuvieron a tiempo.
Parpadeó.
Leyó el mensaje entero.
¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?
P. D.: Recuerda matar siempre dos pájaros de un tiro.
Se le cayó el teléfono de las manos.
