Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 10

Bella odiaba ese sitio. A medida que se acercaba a la entrada y empezaba a ver la sala de espera de paredes azules, sentía cómo su piel lo rechazaba, se desprendía de sus músculos y le rogaba que retrocediera. Que diera marcha atrás. La voz de su cabeza hacía lo mismo. Era un lugar malo. Un lugar muy muy malo. No debería estar aquí.

Pero se lo había prometido a Edward, y sus promesas aún significaban algo para ella. Sobre todo, las que le hacía a él.

Y por eso estaba en la comisaría de Amersham. El escudo de la Policía del Valle del Támesis la deslumbraba, cubierto por una fina capa de suciedad que había llevado el viento. Las puertas automáticas se abrieron y se tragaron a Bella.

Pasó por las colas obligatorias de detección de metales frente a la recepción. Había un hombre y una mujer sentados al fondo, balanceándose ligeramente, como si la comisaría estuviera en el mar. Evidentemente, estaban borrachos, a las once de la mañana. Bella había tenido que tomarse un Xanax para calmar los nervios, así que ¿quién era ella para juzgarlos?

Entonces se acercó al mostrador y escuchó al hombre borracho susurrar un cariñoso «Que te jodan», repetido inmediatamente por la voz ronca de la mujer. Se lo decían el uno al otro, no a Bella, aunque podía haber sido a ella perfectamente: todo lo que había en el interior de este edificio era hostil. Un mal recuerdo, un «Que te jodan» de las bombillas parpadeantes y de los chirridos del suelo pulido bajo sus pies. Había sonado exactamente igual hacía meses, cuando había venido a pedirle a Hawkins que buscara a Jamie Potter para no tener que hacerlo ella. O más bien a rogárselo. Qué diferente habría sido todo si hubiera dicho que sí.

En cuanto llegó al mostrador, Sue, la agente de detención, salió de la oficina con un imponente:

—¡Ya está bien! —dirigido a los borrachos.

Levantó la mirada y se sobresaltó al ver a Bella. A ella no le extrañó, seguro que tenía unas pintas horribles. La cara de Sue se suavizó y apareció una sonrisa piadosa mientras se arreglaba el pelo grisáceo.

—Bella, cielo, no te había visto.

—Lo siento —dijo ella en voz baja.

Pero Sue sí la había visto. Y ahora ella también. No aquí y ahora, en la recepción con la pareja borracha detrás, sino aquella noche, en las profundidades de la comisaría. Sue tenía esa misma expresión de lástima mientras ayudaba a Bella a despegarse la ropa empapada de sangre. Unas manos enguantadas la iban metiendo en bolsas transparentes. La camiseta. El sujetador. Las manchas rosáceas de la muerte de Stanley cubrían toda la piel de Bella mientras ella estaba allí, de pie, desnuda y temblando, delante de esa mujer. Un momento que las unió para siempre, colgando como un fantasma en las comisuras de la sonrisa de Sue.

—¿Bella? —La agente había entornado los ojos—. Te he preguntado que en qué puedo ayudarte.

—Ah. —Ella carraspeó—. Vengo a verlo. Otra vez. ¿Está aquí?

Sue exhaló. ¿O suspiró?

—Sí —dijo—. Voy a buscarlo. Siéntate, por favor. —Le señaló la primera fila de asientos metálicos antes de desaparecer en la oficina.

Bella no se iba a sentar; eso sería rendirse. Este lugar era perverso y no podía permitir que la atrapase.

Tardó menos de lo que esperaba en escucharlo: el fuerte zumbido al abrirse la puerta de atrás, y el inspector Hawkins cruzándola, con unos pantalones vaqueros y una camisa blanca.

—Bella —gritó, aunque no habría hecho falta, ella ya lo estaba siguiendo hasta la peor parte de la comisaría.

La puerta se cerró con pestillo tras ellos.

Hawkins miró hacia atrás con un movimiento de cabeza que bien pudo haber sido un asentimiento. Otra vez ese pasillo, pasada la sala de interrogatorios 1, el mismo camino que había recorrido entonces, tras haberse puesto una muda nueva y sin sangre. Nunca llegó a saber de quién era. Aquella vez también había seguido a Hawkins hacia una estancia pequeña a la derecha, junto a un hombre que no le había dicho su nombre, o que Bella no lo había escuchado. Pero recordó cómo la agarraba Hawkins por la muñeca, para ayudarla a presionar todos los dedos en el tampón de la tinta y luego en cada hueco de la cuadrícula de papel, dejando los dibujos de sus huellas como laberintos sin fin, hechos únicamente para atraparte.

«Solo es para descartarte. Para eliminarte». Eso es lo que había dicho Hawkins entonces. Y lo único que Bella recordaba haber dicho era: «Estoy bien». Era imposible que alguien la creyera.

—¿Bella? —La voz de Hawkins la trajo de vuelta al presente, a este cuerpo mucho más pesado.

El inspector se había parado y sujetaba el picaporte de la sala de interrogatorios 3.

—Gracias —dijo, pasando bajo el arco que formaba su brazo estirado para entrar en la sala.

Allí tampoco pensaba sentarse, por si acaso, pero sí que se quitó la mochila de los hombros y la soltó sobre la mesa.

Hawkins cruzó los brazos y se apoyó en la pared.

—Sabes que te llamaré cuando ocurra, ¿verdad? —dijo este.

—¿El qué? —Bella entornó los ojos.

—James Green —respondió él—. Todavía no tenemos más información sobre su paradero, pero, cuando lo capturemos, te avisaré. No tienes que venir a preguntar.

—No vengo… No vengo por eso.

—¿No? —dijo, elevando el tono en forma de pregunta.

—Es por otra cosa que creo que debería contarle… o más bien denunciarle. —Bella se movió incómoda y se bajó las mangas para cubrirse las muñecas, para no dejar nada expuesto. Allí no.

—¿Quieres denunciar algo? ¿El qué? ¿Qué ha pasado?

Hawkins cambió de expresión. Su cara estaba llena de líneas rectas, desde las cejas levantadas hasta los labios apretados.

—Es… un posible acosador —explicó Bella.

La última palabra se le quedó atravesada en la garganta. Solo se lo estaba imaginando, pero le parecía escuchar el clic resonando por la sala, rebotando en las paredes y en la mesa de metal.

—¿Un acosador? —repitió Hawkins.

No sabía cómo, pero ahora el clic también se había metido en su garganta. Volvió a cambiar de expresión. Otras líneas y otra curva en la boca.

—Eso es —confirmó Bella, haciendo suyo el clic—. Creo.

—De acuerdo. —Hawkins también parecía inseguro. Se pasó una mano por el pelo gris para ganar algo de tiempo—. Bueno, para que podamos investigarlo, tiene que haberse producido…

—Un patrón de dos o más comportamientos —lo interrumpió ella—. Lo sé. He hecho mis propias investigaciones. Y se han producido más de dos, de hecho. Tanto online como… en la vida real.

Hawkins tosió con una mano sobre la boca. Se apartó de la pared y cruzó la sala deslizando los zapatos sobre el suelo, que siseaban como si tuvieran un mensaje secreto solo para Bella. Se apoyó sobre la mesa metálica y cruzó las piernas.

—Está bien. ¿Cuáles han sido los incidentes? —preguntó.

—Aquí están —expuso ella cogiendo su mochila. Hawkins la miraba atentamente mientras la abría y revolvía en el interior. Apartó los auriculares y sacó unos folios doblados—. He hecho una hoja de Excel con todos los posibles incidentes. Y una gráfica. Ah, y también hay una foto — añadió, abriendo los documentos y entregándoselos a Hawkins.

Ahora le tocaba a ella observarlo, estudiar sus ojos mientras pasaban sobre la hoja de Excel, de arriba abajo y arriba otra vez.

—Aquí hay mucha información —comentó, más para sí mismo que para ella.

—Sí.

—«¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?». —Hawkins leyó en voz alta la pregunta, y a Bella se le erizaron los pelos de la nunca al escucharla con su voz—. Empezó online, ¿no?

—Sí —confirmó ella, señalando la parte de arriba de la página—. Empezó con esa pregunta online, y con bastante frecuencia. Y luego, como puede ver, los incidentes se han ido produciendo con más regularidad, hasta que han sucedido también fuera de internet. Y, si están relacionados, la intensidad va en aumento: primero las flores en mi coche, y ha ido progresando hasta las…

—… palomas muertas. —Hawkins terminó la frase por ella, pasando el dedo por la gráfica.

—Exacto. Dos —puntualizó Bella.

—¿Qué es esto de «escala de gravedad»? —Levantó la mirada del papel.

—Es una puntuación de lo grave que es cada posible incidente — respondió ella.

—Sí, eso lo he entendido. Pero ¿de dónde lo has sacado?

—Me lo he inventado —dijo Bella. Notaba cómo le pesaban los pies, como si se hundiera en el suelo—. He estado investigando y no hay demasiada información oficial sobre acoso, ya que no se considera una prioridad policiaca a pesar de ser un puente a crímenes más violentos. Necesitaba un método para catalogar los posibles incidentes para ver si había progresión de la amenaza y de la violencia implícita. Así que me lo inventé. Le puedo explicar cómo lo hice. Hay tres puntos de diferencia entre los comportamientos online y los offline, y…

Hawkins le hizo un gesto con la mano para interrumpirla, agitando las hojas en el aire.

—Pero ¿cómo sabes si están relacionados? —preguntó—. ¿Estás segura de que se trata de la misma persona?

—Está claro que no lo sé con certeza, pero lo que me hizo planteármelo fue el mensaje de «Matar siempre dos pájaros de un tiro» el día que dejaron en la entrada de mi casa la segunda paloma muerta. Sin cabeza —añadió.

Hawkins emitió un sonido gutural, un clic nuevo, diferente.

—Es una expresión muy común —observó.

—Pero ¿y las dos palomas muertas? —objetó Bella enderezándose.

Ya sabía hacia dónde iba todo esto, desde el principio había tenido claro que allí era adonde se dirigía. La mirada de Hawkins contra la suya. Él no estaba seguro, ella tampoco, pero Bella pudo sentir que algo cambiaba en su interior, el calor empezaba a correr bajo su piel, comenzando en el cuello y bajando por cada vértebra, una a una.

Hawkins suspiró e intentó sonreír.

—Tengo un gato, ¿sabes? Y, a veces, llego a casa y me encuentro dos bichos muertos en un solo día. A menudo decapitados. La semana pasada me dejó uno en la cama.

Bella se puso a la defensiva y apretó los puños tras la espalda.

—Nosotros no tenemos gato —argumentó con la voz más firme, afilándola en los extremos, preparándola para hacerle un corte con ella.

—No, pero seguramente alguno de tus vecinos sí. No puedo abrir una investigación por dos palomas muertas.

¿Acaso se equivocaba? Eso es exactamente lo mismo que había pensado ella en un primer momento.

—¿Y las figuras de tiza? Dos veces ya, cada vez más cerca de la casa.

Hawkins estudió las hojas de nuevo.

—¿Tienes una foto? —Hawkins la miró.

—No.

—¿Por qué no?

—Desaparecieron antes de que pudiera hacérsela.

—¿Cómo que desaparecieron? —Hawkins entornó los ojos.

Y lo peor de todo era que ella sabía exactamente la impresión que daba todo esto. Lo desquiciado que debía de parecer. Pero también era lo que ella habría querido, en lugar de pensar que estaba rota y que veía el peligro donde no lo había. Y, aun así, en su cabeza se había desencadenado un incendio que le alumbraba los ojos.

—Lo limpiaron antes de poder fotografiarlo —respondió—. Pero sí que tengo una foto de algo que podría ser una amenaza directa. —Bella controló la voz—. Lo escribieron en la acera, en mi ruta de correr. «Una chica muerta que camina».

—A ver, entiendo tu preocupación —Hawkins pasó las páginas—, pero el mensaje no lo dejaron en tu casa, sino en una vía pública. No puedes saber si iba dirigido a ti.

Eso es justo lo que se había dicho Bella cuando lo había visto. Pero no es lo mismo que pensaba ahora.

—La cuestión es que sí lo sé. Tengo la certeza de que lo escribieron para mí.

Antes no estaba segura, pero escuchar a Hawkins decir lo mismo que ella se había planteado la empujó hacia el otro lado, poniéndola de parte de su instinto. Ahora tenía claro que todas esas cosas estaban relacionadas.

Que existía el acosador y, mucho más que eso, que esa persona pretendía hacerle daño. Era algo personal. Era alguien que la odiaba, alguien cercano.

—Y, por supuesto, todos estos mensajes de los troles son muy desafortunados —dijo Hawkins—. Pero esto es lo que pasa cuando te conviertes en una figura pública.

—¿Cómo dice? —Bella dio un paso atrás para mantener el fuego alejado de Hawkins—. No me he convertido en una figura pública por gusto, Hawkins, sino porque tuve que hacer su trabajo. Si por usted fuera, Billy Cullen seguiría siendo el culpable del asesinato de Sid Prescott. Por eso están, así las cosas. Y es evidente que esta persona no es simplemente alguien que ha escuchado el podcast, un trol de internet. Está cerca. Sabe dónde vivo. Esto es mucho más grave.

Lo era, vaya si lo era

—Entiendo que es lo que crees —suspiró Hawkins levantando las manos, intentando calmarla—. Y debe de dar mucho miedo ser una personalidad de internet y que haya desconocidos que se crean con el derecho a enviarte mensajes dañinos, pero ¿no era de esperar, hasta cierto punto? Además, sé que no eres la única que ha recibido amenazas de este tipo a causa de tu podcast. Neil Prescott los sufrió después de que lanzaras la primera temporada. Me lo dijo de forma extraoficial; jugamos al tenis de vez en cuando —explicó—. En fin, lo siento mucho, pero no veo una conexión clara entre los mensajes online y estos otros «incidentes» —pronunció la última palabra de forma diferente, arrastrándola demasiado.

No la creía. Después de todo, Hawkins dudaba de ella. Bella sabía que era lo que iba a pasar, se lo había dicho a Edward, pero, después de haberse enfrentado a esa realidad, no se podía creer que no la creyera ahora que ella sí se creía. Y el calor bajo su piel se convirtió en otra cosa: en el frío y pesado golpe de la traición.

El inspector dejó los papeles sobre la mesa.

—Bella —dijo con una voz más suave, amable, como si estuviera hablando con una niña perdida—. Creo que, después de todo lo que has pasado y… De verdad que lamento mucho el papel que tuve en todo eso, que tuvieras que encargarte sola de aquel asunto. Sospecho que es probable que estés viendo un patrón que no existe, y es algo totalmente comprensible que, después de todo, huelas el peligro en cada esquina, pero…

Ella había pensado lo mismo hacía no mucho y, aun así, estas palabras eran como un puñetazo en el estómago. ¿Por qué se había permitido albergar una mínima esperanza de que esto iría de otra forma? Qué estúpida había sido.

—Cree que me lo estoy inventando —soltó. No era una pregunta.

—No, no, no —se apresuró a aclarar él—. Pienso que estás lidiando con demasiadas cosas y que aún estás procesando el trauma que sufriste, y puede que eso esté afectando a la forma en la que ves este asunto. ¿Sabes? —Hizo una pausa. Se pellizcó la piel de los nudillos—. La primera vez que vi morir a una persona, estuve mal mucho tiempo. Fue un apuñalamiento, una chica joven. Ese tipo de cosas se te quedan grabadas. —Le brillaban los ojos cuando levantó la cabeza para mirar a Bella—. ¿Estás recibiendo ayuda? ¿Lo hablas con alguien?

—Con usted, ahora mismo —dijo Bella levantando la voz—. Estaba pidiéndole ayuda. Fallo mío, debí haberlo sabido. No hace mucho que estábamos en una habitación como esta y yo le suplicaba que encontrase a Jamie Potter. En aquel momento también se negó, y mire dónde nos ha llevado.

—No estoy diciendo que no —aseguró Hawkins con una pequeña tos—. Y estoy intentando ayudarte, Bella. De verdad que sí. Pero un par de palomas muertas y un mensaje escrito en la vía pública… No puedo hacer gran cosa con eso, tienes que entenderlo. Por supuesto, si crees que sabes quién puede andar detrás de los incidentes, podemos plantearnos investigar…

—No sé quién es el acosador, por eso estoy aquí.

—Está bien, está bien —dijo, bajando el volumen hasta quedar casi en silencio, como si estuviera intentando enganchar la voz de Bella y bajarla también—. ¿Hay alguien a quien conozcas que pudiera ser el responsable de algo así? Cualquiera que pueda tener algún resentimiento contra ti o…

—¿Se refiere a una lista de enemigos? —Bella resopló.

—No. Te lo repito, no veo nada que indique que estos eventos estén relacionados, ni que haya alguien que vaya a por ti específicamente, ni que pretenda hacerte daño. Pero si se te ocurre algún conocido que pueda estar haciendo algo así para gastarte una broma, desde luego podría plantearme tener una conversación con ella.

—Fantástico. —Bella se rio—. Me alegro de que se lo plantee. —Dio una palmada y Hawkins se estremeció—. ¿Sabe? Precisamente por esto es por lo que el cincuenta por ciento de los crímenes de acoso no se denuncian, por la conversación que acabamos de mantener. Enhorabuena, una vez más, por un trabajo policial excelente.

Dio un paso hacia delante para recoger los papeles de la mesa, que rasgaron el aire entre los dos, cortando la estancia en dos partes: la suya y la de él.

Sí que tenía un acosador. Y ahora que lo había pensado detenidamente, puede que fuera esto lo que necesitaba. No a Anónima, sino esto. Un caso más, el adecuado. Y se le acababa de ofrecer la oportunidad. Quizá, por una vez, el universo se hubiera alineado a su favor. Este acosador podría ser el definitivo. Un caso sin esa agobiante zona gris, uno con un bien y un mal bien definidos. Había alguien que la odiaba, que quería hacerle daño, y eso lo convertía en malo. En el otro lado estaba ella, y tal vez no fuera completamente buena, pero no podía ser completamente mala. Dos lados opuestos, con toda la claridad que ella esperaba. Y, esta vez, ella era el sujeto. Si las cosas volvían a salir mal, no habría daños colaterales, no habría sangre en sus manos. Solo la suya. Pero, si salía bien, quizá esto fuera lo que la arreglara.

No podía hacerle daño intentarlo.

Bella sintió un poco más de espacio en el pecho a medida que este se iba relajando alrededor del corazón, y una sensación de determinación en el estómago. Le dio la bienvenida de nuevo, como a una vieja amiga.

—Bella, no seas así… —dijo Hawkins con mucho cuidado y demasiada suavidad.

—Seré como sea —soltó ella, metiendo los papeles de nuevo en la mochila, y cerrando con rabia la cremallera—. Y a usted —se paró para limpiarse la nariz con la manga, con la respiración entrecortada— también tengo que darle las gracias por eso. —Se colocó la mochila sobre el hombro y se paró frente a la puerta de la sala de interrogatorios 3—. ¿Sabe? — añadió con la mano sobre el picaporte—. James Green me enseñó una de las lecciones más importantes que he aprendido en mi vida. Me dijo que, a veces, la justicia se encuentra fuera de la ley. Y tenía razón. —Miró a Hawkins, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como para protegerse de los ojos de Bella—. Pero, en realidad, creo que va más allá. A lo mejor la justicia únicamente se encuentre fuera de la ley, fuera de comisarías como esta y de gente como usted, que dice que te entiende, pero nunca es verdad.

Hawkins descruzó los brazos y abrió la boca para responder, pero Bella no se lo permitió.

—James Green tenía razón —concluyó—, y espero que nunca lo encuentren.

—Bella. —La voz de Hawkins comandaba fuerza, un borde afilado incitado por ella—. Eso no va a ayud…

—Ah —lo interrumpió, apretando tan fuerte el picaporte que podría haber doblado el metal y dejado sus huellas marcadas para siempre—, hágame un favor: si desaparezco, no me busque. Ni se moleste.

—Be…

Pero la puerta cerrándose de golpe tras ella cortó el final de su nombre, llenando el pasillo con el sonido de antiguos disparos. Seis, excavando en su piel y sus costillas, y rebotando en su pecho, exactamente donde deberían estar.

Se unió un nuevo sonido entre el eco de la pistola. Pasos. Alguien caminando por el pasillo hacia ella, con un uniforme oscuro y el pelo largo y castaño peinado hacia atrás, y que abrió mucho los ojos cuando la vio.

—¿Estás bien? —le preguntó Dan Parkinson cuando ella pasó a toda velocidad por su lado.

Bella apenas se fijó en su mirada de preocupación antes de seguir caminando. No tenía tiempo de responder, ni de pararse, ni de asentir cuando era evidente que no lo estaba.

Solo necesitaba salir de allí. Escapar de las entrañas de esa comisaría donde la pistola había decidido perseguirla por primera vez hasta su casa.

De ese mismo pasillo por el que había caminado en dirección contraria, cargando con la sangre de un hombre al que no había podido salvar. Aquí no había ayuda para ella, volvía a estar sola. Pero ahora se tenía a sí misma, y a Edward. Solo debía salir de ese lugar tan malo y no volver nunca más.


Nombre del archivo:

Lista de posibles enemigos.

Mike Newton: Es el que más motivos tiene para odiarme. Sospechoso número uno. Es peligroso, todos lo sabemos. No sabía que podía llegar a detestar tanto a una persona como a él. Pero, si es Mike y está planeando derribarme, YO LO DERRIBARÉ PRIMERO.

Padres de Mike: ¿?

Sam Uley: Sin duda, me odia. Solo intenté hablar con él una vez desde que me expulsaron por empujarlo contra las taquillas. Siempre era el bromista del grupo, incluso cuando se pasaba de la raya. ¿Podría ser él? ¿La venganza por haberle pegado? Aunque el primer mensaje de «¿Quién te buscará…?» me llegó antes de que todo se fuera de madre.

Leah Gibson: Mismo motivo que el anterior. Desde luego, es lo bastante mezquina como para hacer algo así, sobre todo si se lo hubiera sugerido Sam. Sin embargo, los pájaros muertos no son su estilo. Harry, Tori y Theo no se hablan con ninguno de los dos, y ella me culpa de eso. Que su puto novio no me hubiera llamado mentirosa. Se siente. Mentirosa mentirosa mentirosa men totosa me ti r a.

Tom Nowak: El exnovio de Leah. Me dio información falsa sobre Jamie Potter solo para salir en el podcast. Me utilizó y yo caí. Como consecuencia, lo humillé delante de todo el instituto, y en internet. Borró sus redes sociales después de que se estrenara la temporada dos. Tiene motivos para odiarme. Sigue en el pueblo; Tori lo ha visto en la cafetería.

Daniel Parkinson: Aunque Rose y yo ahora somos íntimas amigas, su hermano ha sido sospechoso dos veces, tanto en el caso de Sid como en el de Jamie. Admití esto públicamente en el podcast, así que está claro que lo sabe. Puede que yo sea la responsable de algún que otro problema entre su mujer y él al revelar que hablaba con «Layla».

Leslie, de la tienda de la esquina: Ni siquiera sé su apellido, pero me tiene tirria después del incidente con Edward. Y ella era una de las manifestantes en el funeral de Stanley. Le grité. ¿Por qué estaban allí? ¿Por qué no podían dejarlo en paz?

Mary Scythe: Otra manifestante. Amiga de Stanley, también voluntaria en el Correo de Kilton. Dijo que este era «nuestro pueblo» y que él no debería estar enterrado aquí. A lo mejor a mí también me quiere ver fuera de «su pueblo».

Neil Prescott: Averigüé la verdad de lo que le pasó a Sid, pero descubrir que su hija pequeña, Tatum, había estado involucrada desde el principio solo causó más dolor a la familia Prescott. Además, atrajo a un montón de prensa y medios de comunicación años después de la muerte de Sid. Neil y el inspector Hawkins juegan al tenis, por lo visto, y él se ha quejado del acoso que han sufrido a causa del podcast, por mi culpa. El segundo matrimonio de Neil se rompió, ¿también fue por mi culpa? Ahora ha vuelto a vivir con la madre de Sid, Maureen, en la casa en la que murió la chica.

Maureen Prescott: El mismo razonamiento que el anterior. A lo mejor no quería que Neil volviera a casa. Mi investigación reveló que él no es buena persona, sino un hombre controlador y maltratador psicológico. Tatum no habla de él. ¿Me culpará Maureen por que haya vuelto a su vida? ¿Lo provoqué yo? No era mi intención.

James Green: No es él. Sé que no es él. Nunca tuvo intención de hacerme daño. Provocó aquel incendio porque quería asegurarse de que Stanley moría. Lo tengo claro. James no querría herirme: me cuidó, me ayudó, aunque solo fuera por su propio beneficio. Pero la mitad objetiva de mi cerebro sabe que tiene que estar en la lista porque yo soy el único testigo del asesinato en primer grado que cometió, y sigue siendo un fugitivo en búsqueda y captura. Sin mi testimonio, ¿un jurado lo declararía culpable? La lógica dice que tiene que figurar. Pero no es él. Lo sé.

Inspector Remus Hawkins: Que lo jodan.

¿Es normal que una persona tenga tantos enemigos? El problema soy yo, ¿verdad?

¿Cómo es posible que haya llegado tan lejos?

Entiendo por qué todos me odian.

Puede que yo también me odie.