Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Contenido maduro.

Agradecimiento especial a Prcrstncn por el precioso dibujo MadaHina que me inspiró a escribir esta historia.


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Atenciones

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Capítulo Tercero


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Él no era gentil ni amable. Pero Hinata no emitió ninguna queja al sentir la suavidad del colchón cuando la figura de Madara se posó encima, aprisionándola. Sería complicado librarse de su agarre, era más fuerte que ella y no la dejaría huir.

Los besos que él le brindaba eran brasas ardientes que le quitaban el oxígeno. Era rudo y eso en lugar de asustarla le hacía sentir una acumulación de calor en el vientre bajo. Madara no tuvo intención en ir lentom pues plantó una rodilla entre sus piernas para separarlas, sacándole una exclamación ahogada que murió en la unión de sus bocas.

Una vocecita dentro de su consciencia le advertía a Hinata del peligro al que se estaba entregando. Dormir en la misma cama con ese hombre era una cosa, pero dejarle sobrepasar ese límite desencadenaría otro destino. Admitía su atracción hacia él, una vez que el miedo por sus demandantes ojos negros y poderosa aura se disipaban; el hecho de que él fuera mayor le calentaba las venas con lujuria. Era como si una de sus tantas fantasías fuera a cumplirse sin temor a sentirse avergonzada de admitirlo.

No tenía absoluta confianza en la palabra de Madara. Él era serio con los negocios y todo lo que prometía se cumplía, más no estaba segura si aquello también aplicaría a la intimidad.

―¿Te estás echando para atrás? ―dejándola libre del exigente ataque a su boca, Hinata escuchó la voz llena de burla de Madara sin saber qué decir.

Necesitaba respirar, casi le temblaba todo el cuerpo y él ni siquiera había hecho nada más que solo besarle, a pesar de que la rodilla masculina se encontraba demasiado cerca de una zona sensible y palpitante de su cuerpo. Por el contrario, Madara lucía tranquilo, casi relajado, aunque el subir y bajar apenas perceptible de su pecho le confirmaba que él también era humano y necesitaba respirar por más que deseara aventurarse a descubrir cada rincón de la cavidad de Hinata.

―Yo… No ―negó con suavidad, avergonzada de admitirlo. No quería mentirle, menos ahora―. S-Solo pensaba…

―¿Necesitas pensar en estos momentos? No voy a aplicarte un examen de conocimientos avanzados, Hinata. No soy un profesor ―luego él ladeó el rostro, con un brillo de depredador latente―. ¿A menos que sea una de tus fantasías?

Avergonzarse más de lo que ya estaba debería considerarse humanamente imposible pero Hinata sentía que Madara le estaba leyendo los sucios secretos que quería mantener bajo llave en su mente.

La posibilidad de que pudiera hablar con su marido de aquellos temas que su familia consideraba tabú se hizo presente en su pecho, pero la desconfianza se encargó de apagar la pequeña llama. Sí, eran esposos, y probablemente en esa cama harían más cosas que solo dormitar, pero eso no le haría decirle a Madara todo lo que pensaba ni sus más profundas inseguridades.

―Con esa cara me recuerdas a un conejo asustado que cacé de niño cuando fui de caza con mi padre ―recordó y Madara sabía que aquello no era propio hablarlo con una mujer a la que quería aventurarse a conocer cada tramo de piel con ayuda de todos sus sentidos, pero fue inevitable que el pensamiento intrusivo llegara ante la expresión de horror y vergüenza de la morena―. No te alteres, no voy a juzgarte ―calmó. Algo se su voz pareció tener un efecto en la joven. Ella quiso desviar la mirada, un movimiento que él no le dejó completar cuando tomó el mentón femenino y lo regresó a su lugar, con ella viéndole directamente―. No he dicho que desvíes la mirada.

―Yo… U-Usted no ha dicho nada sobre eso, salvo advertirme lo que ocurrirá si nosotros…

―Ya veo ―él asintió―. Te gusta aparentar ser una mujer lista, ¿no?

Hinata calló. Pero sus piernas se apretaron alrededor de la rodilla de Madara y era imposible que él no lo notara. La manera en la que le hablaba, con esa autoridad juguetona y a la vez peligrosa le estaba haciendo algo.

Los recuerdos de su primera experiencia con ese profesor llegaron a su mente. La adrenalina del momento cuando fue tomada en la enfermería, con apenas unas cortinas que los escondían de la mirada de cualquiera que entrara, el aliento caliente de su profesor de Matemáticas Avanzadas respirándole en el cuello mientras sus poderosas manos subían la falda escolar para darle un apretón a su trasero, haciendo el vaivén de sus caderas más acelerado, tanto que ella no podía evitar soltar lloriqueos por lo bien que se sentía.

Pero ahí con Madara, en la privacidad de su habitación, en una casa que les pertenecía y de la cual nadie, aparte de ellos, tenía total acceso, Hinata supo que no tendría razones por las cuales esconder sus verdaderas reacciones, salvo para que Madara no se burlara en los siguientes días. La expectativa le hizo casi salivar, teniendo que tragar sonoramente para dejar un espacio pequeño para la lucidez.

―¿Quieres que comparta mis reglas contigo? ―preguntó él, sin siquiera soltarla, estudiando cada uno de los temblores de esos ojos de Luna con un encanto que hasta ese momento percibía.

Pensó verla asustada, darse cuenta de lo inexperta que era, a pesar de que ya había descubierto que la memoria del celular de su frágil esposa estaba llena de fotografías sugerentes que a más uno le haría tener una erección instantánea. Más el brillo en el mirar plateado de Hinata fue de emoción y eso sin dudad le hizo tener un cosquilleo.

―Responde ―exigió, aplicando un poco de fuerza al agarre de la mano que atrapaba la barbilla de Hinata.

Ella se mordió el labio inferior para no soltar un gemido por el movimiento y el escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

―S-Sí.

―Dilo más claro.

―Sí ―no tartamudeó, presa de la emoción o del miedo, era difícil saber a qué emoción correspondían todos sus temblores. Sin embargo, de algo podía estar segura: la voz de Madara la excitaba, especialmente cuando hablaba de esa manera, un hombre de mando, dominante.

―Bien ―felicitó, estudiando a Hinata, pensando que realmente era hermosa. Tomó una hebra de su cabello, quizá la característica que más le atraía de Hinata, especialmente la manera tan sedosa con la que cada hebra resbalaba de entre sus dedos. Olía a lavanda con un toque cítrico y una esencia que no dudaba fuera propia de ella, un aroma exclusivo que nacía de la piel de la mujer que tenía atrapada debajo suyo, sin escapatoria―. ¿Alguna vez has sido dominada, Hinata?

Nunca, le hubiera gustado decir, pero solo pudo negar con la cabeza en una silenciosa replica. No tenía razones por las cuales mentirle a Madara, además de que dudaba de lograrlo. Siempre había sido un libro abierto para las personas con el poder de detectar las mentiras. Aparte no hallaba ni un beneficio de por qué tendría que mentirle, menos en esa situación.

Jamás había sido dominada o que alguien le ordenara qué hacer en un ámbito sexual. La experiencia que tuvo en sus días de preparatoria no podría contar porque actúo con mucha torpeza, presa de su deseo por el atractivo y joven profesor que, gentilmente, la guio por todo el camino sin burlarse o dedicarle una mueca de exasperación. Y a pesar de que soñó muchas veces con ese momento, cuando lo sintió adentro suyo, deseó tanto que la tomara salvajemente para saciar todo el deseo frustrado que llevaba consigo desde que era una niña.

Hinata fue guiada con mano gentil, palabras dulces y sonrisas cómplices cuando el rostro de su primer amante se encontraba con el suyo al enfocar la mirada en otro punto que no fuera el techo, en una especie de éxtasis por querer sentirlo todo sin interrupciones.

Mas eso no significaba que no hubiera fantaseado con ese tipo de fantasías.

La pornografía no era algo que a Hinata le gustase aventurarse a probar, pues sentía que la mayoría de los performance eran demasiado falsos y forzosos. No eran su tipo de contenido. Pero a veces hallaba algo que la hacía quedarse quieta en frente de la computadora, segura de que nadie estaba ahí con ella para vigilar sus movimientos, poniéndose sus audífonos y adentrándose al vídeo de una pareja amateur que compartía en sus redes sus actos de SM.

Muchas veces imaginó ser la mujer postrada en la cama siendo brutalmente penetrada por su pareja en una sesión de sexo que ella llamaría definitivamente como un acto salvaje. La manera en la que la carne de ambos rebotada ante el violento choque de humedad siempre le hacía apretar las piernas, con las mejillas sonrojadas por la excitación y el labio hinchado por morderlo demasiadas veces cuando escuchaba al hombre soltar ruidos que le hacían suspirar. De pronto los tags de #dominaciónmasculina se volvían comunes para ella al buscar algo con que sentirse inspirada. O cuando la frustración era demasiado alta cómo para seguir soportándolo y que ninguna ducha con agua fría podría solucionar.

Madara tenía la apariencia de ese tipo de hombres quienes gustan dar órdenes. Pensó que solamente eso era en su mundo empresarial pero ahora observaba, cuando la tonalidad negra de esa mirada de león, que aquello era parte de su personalidad que aplicaba en cada uno de los aspectos de su vida. Y el hecho de que mencionara sus reglas, le daba a entender que no era la primera vez que ejercía ese tipo de roles en la intimidad.

Dejando pasar una oleada de celos por lo afortunadas que todas esas mujeres debieron ser, Hinata humedeció sus labios para preparar su respuesta.

―No… ―reiteró, esta vez con voz y con un toque travieso a pesar del titiritar de su cuerpo―, señor.

No le dio tiempo de regodearse por su pequeño triunfo al ver cómo algo en el rostro de Madara cambiaba y reconoció un tinte de sorpresa que rápidamente él ocultó tras una mueca de absoluto control cuando las manos que descansaban en ambos extremos de su cabeza la tomaron de la cintura.

Por un momento Hinata sintió que la habitación dio vueltas por la rapidez de los movimientos pero pronto sintió algo duró y caliente debajo de su tórax. Madara la había colocado boca abajo sobre sus rodillas aun enfundadas debajo de esos pantalones de vestir. El aire le faltó por unos momentos ante la falta de delicadeza con la que él maniobró para tenerla en esa posición sugerente.

Se sintió vulnerable, una presa fácil, a completa disposición para que Madara hiciera con ella lo que gustase. Eso debería darle miedo, pero solo la hizo sentir que de su traje la humedad comenzaba a hacerse presente en su vagina.

Él tomó de sus brazos para ponerlos detrás de la espalda, haciendo uso de una sola mano sin tener ninguna dificultad. Era tan pequeña a su lado y era obvio que eso le beneficiaba.

Hinata soltó una exclamación cuando la otra mano de Madara rozó superficialmente por la piel descubierta de sus nalgas. Apenas podía sentir las yemas de él y aun así no podía controlar el temblor, ese relámpago recorrerla de pies a cabezas.

―Regla número 1: ―empezó Madara―. Harás todo lo que te digo, sin rechistas y sin portarte como una malcriada. Un poco de osadía no viene mal, pero recuerda, querida ―casi pudo sentir el aliento de él en su nuca―, que las niñas educadas son las que reciben su recompensa. Ahora responde con un Sí, señor cuando termine de explicarte cada regla.

―Sí, señor.

―Segunda regla: A partir de hoy, no tomarás ninguna de esas fotos si yo no estoy presente ―notó en ella, por la cercanía del cuerpo femenino al suyo y prácticamente porque podía sentir el latir del corazón de Hinata y la deliciosa suavidad de su senos aplastarse contra sus rodillas cómo la sorpresa la tomó desprevenida. Ella parecía replicar pero la hizo callar cuando apretó un poco el agarre de los brazos femeninos detrás de la espalda―. Por lo que queda implícito que no me guardarás, a partir de ahora, más secretos. ¿He sido claro?

La idea de que él estuviera sentado ―como cuándo la sorprendió― mirando cómo se colocaba todos esos atuendos reveladores le hizo sentir un torbellino de emociones en el centro de su cuerpo que se iba humedeciendo más.

―Sí, señor ―dudaba de poder lograrlo pero ahora necesitaba comportarse de la manera que Madara le estaba pidiendo.

―Regla tres: Si algo te incomoda, lo dices. No te conozco lo suficiente para saber tus límites ―confesó y era extraño comportarse así, quizá la apariencia de Hinata era lo que le hacía decir aquello― ni cuánto puedas soportar, pero si hago algo que no te gusta, me lo haces saber. Me detendré de inmediato y te daré tu espacio.

Hinata se quedó callada, sorprendida por la honestidad. Estaría mal que pensara que aquello sonó caballerosamente atractivo, aunque por la manera en la que Madara soltaba sus palabras sin que tuvieran un encanto extra o que su tono de voz fuera suave, dudaba de que alguien más pensara igual.

Ella lo halló infinitamente atractivo.

―Pero… ―debía decir a todo porque él se lo pidió, pero la idea le dejaba pensando que en caso de detener el acto por sentirse incómoda, ¿él no se enojaría? Estaría tan excitado como para querer detenerse, no creía que solo por cumplirle lo que ella pedía él fuera a pretender que no quería terminar―. ¿Usted…?

―¿Qué dije sobre seguir cada una de mis indicaciones y responder después de cada regla, Hinata?

La mano de Madara le brindó una nalgada y Hinata soltó un gemido por lo inesperado del movimiento. No dolió pero tampoco fue una caricia. Jamás alguien la había nalgueado, ni siquiera su padre de pequeña cuando de niña comenzó con sus raros comportamientos. Madara era el primero y todo el cuerpo le tembló de excitación que fue casi imposible evitar que la humedad en su intimidad comenzara deslizarles por los relieves del body que usaba.

―L-Lo siento ―era una respuesta que vino naturalmente, tratando de no tartamudear para que Madara pudiera escucharla claramente, como él se lo ordenó, pero era complicado no hacerlo cuando todo su cuerpo quemaba y necesitaba más―. Yo solo… M-Me preocupa que usted…

―Soy capaz de controlarme ―respondió Madara―. Y obligarte a seguir con algo que te incomoda no será una molestia. Para tener sexo se necesita que ambas personas estén de acuerdo. Sino, se llamaría violación. Qué poca fe tienes en mí, Hinata ―otra nalgada que sacó otro gemido de la mujer, él dejó descansar la palma en el suave y firme trasero de Hinata, maravillándose de la redondez que el atuendo remarcaba, especialmente la manera en la que ese hilo que separaba ambos glúteos y resaltaba la piel lisa que sus dedos no tardaron en recorrer―. ¿De verdad piensas que soy un monstruo, no?

―Uhm…

Hinata pensó muchas veces que sí, que era un monstruo por ir a pedirle su mano solo para unir sus empresas y tener un contrato asegurado con ella usando el anillo que marcaba el hecho de pertenecer a Madara Uchiha. Y ahora no estaba tan segura.

―Omitiré esa respuesta, solo porque me gusta cómo suenan tus gemidos ―dijo y pudo sentir cómo los muslos de Hinata se removían, inquietos. Se preguntó si ya estaría húmeda, si por el interior de sus muslos aquel néctar tibio estaría bajando por su piel delicada, si sus labios vaginales estarían hinchados y rosados.

Pero quería ir lento. Decía en serio lo de conocer los límites de Hinata. No quería asustarla y que realmente pensara que era un monstruo.

Hinata no era como las amantes que mantuvo, aquellas que ya sabían la dinámica que a él le gustaba. Podía tratarlas rudo pero en cuanto ellas dijeran su safeword él detendría cualquier cosa que estuviera haciendo, sin importar cuán frustrado pudiera llegar a sentirse. Lo hacía porque comportarse como una escoria que abusa de las mujeres no era una imagen que le gustaría dar, ni tampoco dar a conocer su poco control en cosas como el propio sexo.

Con ella quería tomarse el tiempo necesario a pesar de la urgencia de ponerla en cuatro y adentrarse a su interior, escucharla gemir con más fuerza, ver cómo ese rostro delicado se distorsionada en una cara completamente diferente de las que venía conociendo de Hinata.

Las ansías por tomarla latían con fuerza debajo de sus uñas, pero debía mantenerse en control. Observaría primero las reacciones de Hinata, vería qué puntos eran clave para hacerla estremecer y qué cosas le incomodaban. No era alguien que estuviera abierto a cualquier fantasía pero toleraba ciertas cosas que pudieran brindar más emoción al acto. Pero él tenía sus propios límites, así como Hinata también los tendría.

―Por ser la primera vez que hacemos esto, permitiré que gimas todo lo que gustes. Tómalo como una recompensación por haber invadido tu privacidad, aunque eso no evita que tenga que sermonearte por la poca seguridad que le pones a tus dispositivos. ¿Has imaginado lo que podría ocurrir si alguien más, que no sea yo, tenga en su poder esas fotos? ―cuestionó sin detener las caricias en la zona en la que su mano estaba familiarizándose, pellizcando a veces un pedazo de piel que sabía enrojecería de inmediato―. ¿O es eso lo que querías? ¿Qué otro hombre se diera cuenta de lo que ocultas, señora Uchiha? ¿Te excita la idea de que, alguien más que no sea tu esposo, vea tus fotos e imagine todas las cosas sucias que pueda hacer contigo mientras se masturba?

Nunca había sucumbido a hablarle sucio a sus amantes, ni siquiera era tan comunicativo en la cama, salvo para dar precisas órdenes y dedicarse a acelerar sus embestidas cuando sentía que la presión alrededor de su miembro apretaba más. Sin embargo, la idea de que, hipotéticamente, otro hombre pudiera tener acceso al teléfono de Hinata por ciertas circunstancias, le hizo fruncir el ceño.

―Responde ―exigió, molesto por el silencio, dando otra nalgada para sacar a Hinata de su ensimismamiento.

―N-No… ―respondió ella después de controlar un lloriqueo por el impacto en la piel de sus nalgas y esa sensación ardiente que dejó después, que lejos de doler le hacía querer restregarse más contra Madara―. Nunca imaginé eso… Nunca creí que… Alguien pudiera ver mis fotos… Yo solo… Yo solo…

Solo quería sentirse bien consigo mismo, ser ella en un pedacito que sabía nadie iría a juzgarla. Nunca imaginó que Madara pudiera descubrirla o algún otro hombre. Afuera fingía ser una mujer recatada, apegada a las tradiciones y a cualquier deseo que su marido exigiera de su parte, pero dentro de su hogar, en su cuarto, cuando Madara estaba afuera en la oficina o en viajes de negocio, ella podía sentirse bien tal cómo era sin la necesidad de esconderlo o preocuparse por lo irreparable de su comportamiento.

Estar encima de las rodillas de Madara no era el lugar perfecto para hablar sobre sus traumas y aún no se sentía lista para tocar ese tema. Él podría darle el alivio que tanto necesitaba pero solo eso.

Otra vez Madara la cambió de posiciones, pero esta vez con más suavidad que le hizo fruncir el ceño, concentrada en no dejar que ninguna lágrima saliera. No iba a llorar delante de él, sería humillante.

De nuevo él se posicionó arriba de ella, pero no para tratarla rudamente sino para pegar su boca con la suya. El movimiento no era dulce, pero sí tranquilo, lo suficiente para que ella aventurara la lengua en la cavidad de él. Ambas lenguas se enredaron y el sonido que logró percibir era pecaminoso, húmedo y cautivador. Nunca se había sentido tan atraída a los ruidos que generaban dos cuerpos ansiosos por unirse. La mano de Madara se posó detrás de su nuca, acariciando con las yemas la piel sensible que le hizo sentir cosquilleos y un intenso ardor placentero en su vagina.

Agitada por el beso, Madara se despegó de ella, llevándose consigo ese calor abrumador que comenzaba a gustarle.

Él no decía nada e Hinata no sabía cómo interpretar ese silencio. ¿Estaría molesto? ¿Decepcionado? Seguramente él esperaba otra reacción de su parte, no una escena donde ella sacaba sus problemas emocionales.

―Lo siento ―se apresuró a hablar, a terminar con ese pausa larga entre los dos―. D-Debí incomodarlo con…

―No volveré a invadir tu privacidad ―cortó la disculpa de ella, viéndola sorprenderse nuevamente. Madara gruñó―. No fue un movimiento inteligente de mi parte, pero, ¿cómo esperabas que reaccionara, mujer? ―frunció el ceño―. Vengo de mi trabajo, esperando encontrarte en tu rincón habitual cuando al subir a nuestra habitación me encuentro con tu trasero casi desnudo y tú dormida cómodamente con un traje hecho para tentar al más casto. Soy un hombre de carne y hueso, no una máquina. Así que te aconsejo que seas más cuidadosa con tus cosas personales. Puede que no sea yo el próximo que pueda ver tu galería. Y un acosador o degenerado es lo último que necesitas.

Hinata no terminaba de procesar las palabras de Madara cuando éste pasó el pulgar por la orilla de sus ojos y limpiar cualquier rastro de lágrimas rebeldes que no se percató que tenía entre las pestañas.

―¿E-Está disculpándose…? ―preguntó en un murmullo, atónita de escuchar a Madara Uchiha disculparse, o al menos intentar hacerlo.

Él volvió a gruñir.

―No ―aclaró―. Solo admito mis errores ―luego detuvo su acción, como si apenas se diera cuenta de los movimientos de su mano. Carraspeó cuando sintió la mirada de tonalidad leche de Hinata puesta sobre él―. Es algo justo, tú respetas mis cosas, yo debo hacer lo mismo. ¿Entendido?

Hinata asintió, con una expresión más relajada.

―Bien ―dijo él, haciendo el intento por levantarse. Los pantalones le apretaban en una zona muy específica de su anatomía, pero no iba a tener sexo con Hinata, no ahora al menos―. Iré a darme una ducha entonces…

―¿A-A dónde va? ―la pequeña mano impedirle separarse de ella lo hizo mirarla.

Madara alzó una ceja.

―Te doy tu espacio ―le dijo como si fuera obvio, viéndola―. No voy a tener sexo contigo cuando estás… ―no sabía cómo decirlo―. Emocionalmente sensible.

Hinata negó, aferrándose más a él que casi gruñe cuando los muslos de ella rodearon su cintura sin apretarse.

―Hinata ―advirtió.

―Estoy bien ―afirmó ella, mirándole con seguridad―. En serio ―repitió cuando recibió una mirada incrédula―. U-Usted no me hizo sentir incómoda, y lamento por cómo reaccioné, e-es solo que yo… ―apretó los labios y luego le miró profundamente―. N-Nunca le sería infiel, Madara-san.

Comenzaba a odiar ese movimiento de Hinata. Eso de mirarle con sus ojos encantadores mientras ponía una expresión de completa pureza, como si tuviera un ángel en los brazos que desconoce la maldad terrenal.

―Lo sé ―debía comportarse racional. Quizá la ofendió con lo que le dijo, por eso ella quería aclararlo―. Sé que eres una buena esposa, Hinata. Y una buena mujer. Por eso debo parar. No es bueno que…

―Por favor, n-no decida qué es bueno o malo para mí ―Hinata interrumpió, ahora siendo él tomado por la sorpresa de escucharle hablar con demanda―. T-Toda mi vida he tenido que seguir las instrucciones de otras personas por encima de lo que de verdad quiero. Y-Yo puedo tomar mis propias decisiones, s-sobre todo las que tengan que ver conmigo y usted ―luego alzó la mirada, tratando de ser lo suficiente convincente para que Madara viera que realmente deseaba eso.

Tendría el día de mañana para arrepentirse o avergonzarse, o repetirse lo estúpida que era por confiar tan fácilmente en ese hombre que podría tomar sus debilidades y usarlas en su contra. Pero la honestidad de Madara estaba presente en su voz. Y su propia lógica le decía que si él hubiera querido destruirla, no estaría así con ella, intentando alejarse y darle su espacio solo por un par de lágrimas a medio derramar.

No con ese bulto en sus pantalones incrementando.

―Quiero que me tome, Madara-san ―se acercó a él, intentando seducirlo, que se diera cuenta de lo agitado que tenía el pecho y lo ansioso de su cuerpo para que él decidiera explorarla―. Lo necesito. N-No me rechace, por favor.

La suplica en su voz era un arma mortal. En esos momentos Hinata tenía un poder sobre su persona del cual no dudaba pudiera convertirse en algo para mal. Pero ¿cómo podría quedarse quieto después de escuchar la sinceridad de sus palabras? Era obvio que él no era el único que estaba lidiando con la complejidad de su deseo.

―Tú ―Madara gruñó, sin tener la fuerza para separarse―. Pequeña tramposa…

No le dejó decir nada más ni que reclamara por el apodo porque la tomó otra vez, pero con la completa seguridad que no la dejaría escapar. Ella lo pidió, ella lo tendría.

El body tenía una textura que daba la impresión de ser una segunda piel sobre las curvas de Hinata; pasó sus manos por el vientre, palpando la suavidad que lograba transmitir la prenda. Tal como la primera vez, plantó su rodilla entre las piernas de Hinata para tener un mejor acceso. La prenda tenía un cierre por la espalda que podría bajar y así tener a Hinata completamente a su merced pero estaba tan desesperado por hacerla suya que ni siquiera se tomaría el tiempo para seguir las instrucciones.

Sin despegarse de la dulce boca de ella que tenía un sabor tan adictivo, Madara bajo la parte superior de la tela, dejando que esos suaves senos rebotaran sobre su torso, aplastándolos cada vez que se apegaba más al cuerpo de Hinata. Ella gimió entre la unión de sus labios pero no tendría misericordia esta vez con ella. La dejaría sin aliento, sin la energía suficiente de replicar.

Posó las manos a los costados del cuerpo femenino, haciéndola estremecer. Sintió un calor tibio sobre la ropa de sus pantalones y llevó su mano hasta ahí para palpar la zona. Estaba totalmente húmeda. El fluido estaba prácticamente desbordándose de los pliegues de la zona del bikini de la prenda.

Hinata arqueó más el cuerpo cuando sintió la mano de Madara aventurarse por el sur de su cuerpo. Un alivio acompañado de una terrible desesperación la agitó, pero Madara no le daba oportunidad de vociferar pensamiento alguno, quitaba su boca solo para que tomara la cantidad necesaria de aire para volverla a besar.

Los dedos intrusos de Madara hicieron de lado la tela que le estorbaba el camino, lo suficiente para tener un mejor acceso. Solo en ese momento se separó de ella para verle directamente a los ojos, estudiar esas facciones hermosas y preguntarle mudamente si esto es lo que quería.

Ella por toda respuesta tomó la mano de Madara y la guio a su propia intimidad.

La carne caliente y jugosa casi lo hicieron a él gruñir por lo bien que se sentía. No fue complicado deslizar los dedos, pero la presión de las paredes vaginales era densa, como si nadie hubiera tenido el placer de darle alivio a esa pobre creatura.

Hinata pegó más la cabeza a los almohadones, presa de la increíble sensación que los dedos de Madara le daban. Ni siquiera esperó a meter el segundo dedo cuando ya tenía tres adentro. Por encima de los suspiros desatados que salían de su propio ser, también pudo apreciar el sonido viscoso de los dedos de Madara moverse en sus interiores con una maestría que la haría correrse sin muchos problemas.

Había pasado tanto tiempo desde que alguien la tocaba. Solo podía consolarse dándose ella misma el placer que nunca obtenía. Era un sentimiento desagradable, hacer todo lo posible por llegar al clímax pero no lograrlo, o hacerlo pero sin sentirse satisfecha, quedando frustrada y con intensas ganas de llorar por saber que tendría que vivir de esa manera para siempre.

Pero ahora Madara metía sus dedos, moviéndolos de tal manera que ella ya temblaba, con la sensación de quedarse en blanco cada vez más cerca de lo que hubiera imaginado.

―Uhm ―gimoteó, tratando de enfocarlo, viendo lo varonil que se veía en su concentración―. Se siente tan bien… ―hizo saber en un suspiro apresurado antes de que otra serie de gemidos la invadieran cuando Madara sacó sus dedos y decidió jugar con su hinchado clítoris.

La tela en esa parte estaba completamente húmeda, y realmente no le daba el acceso que él deseara porque quería a Hinata completamente desnuda, tener una vista entera de cada curva de ese cuerpo. Pero por ahora eso sería. Las muecas que ella hacía eran hipnotizantes y los gemidos que soltaba tan seductores. Su voz dulce y sus expresiones era una combinación fatal que le hacían endurecer aún más como si eso fuera posible. La mano que usaba para brindarle el placer que Hinata tanto le pedía estaba completamente mojada de sus jugos y el cómo ella arqueaba la espalda, tratando de controlar sus piernas que se movían con violencia por las sensaciones que le ofrecía solo le hacían apretarla más contra el colchón y apresurar el ritmo de sus dedos. El clítoris estaba completamente erecto que casi podía pellizcarlo. Miles de cosas que podría hacerle le resultaron tentadoras pero ahora solo quería verla llegar al clímax, ver cuán perfecta Hinata lucía cuando sus dedos la hicieran ver las Puertas del Cielo.

Entonces se acercó a ella, dispuesto a no perderse ningún detalle. La miró directamente a los ojos, volviendo a ingresar los dedos hacia su centro, maravillándose por lo caliente y apretada que se sentía. Los hundió lo más profundo que podía, viéndola retorcerse.

―No me dejes de mirar ―ordenó con demanda―. No te atrevas a cerrar los ojos cuando te corras. Quiero verlo todo, Hinata.

No era justo que él estuviera moviendo sus dedos de esa manera tan deliciosa y osara hablarle con ese tono tan autoritativo que casi le cuesta seguir su instrucción. La tenía tan quieta en su lugar, con el rostro respirándole encima, compartiendo el mismo aire, que solo le quedaba hacer el esfuerzo por mantener los ojos abiertos, notando la profundidad de esos pozos oscuros que estaba sedientos por lo que ella tenía.

―M-Madara-san ―pudo sentirle en cada fibra de su ser una inminente explosión que se generaba desde el centro de su cuerpo. Estaba cerca, demasiado cerca―. Madara-san… E-Estoy… Voy a…

―No hasta que yo lo diga ―bramó él con respiración agitada, moviendo más rápido sus dedos si es que eso era posible. Había un ardor en su hombro, seguramente por el movimiento sin césar pero lo ignoró deliberadamente. Sus propias limitaciones humanas no lo harían despegar los ojos de Hinata―. Te correrás cuando yo lo diga.

Hinata abrió más los ojos, con un fruncimiento de cejas que detonaban el enorme esfuerzo que estaba haciendo para cumplir con las demandas del azabache. Pero era tan difícil. Todo el cuerpo le temblaba y los dedos de Madara no le daban misericordia, se sentía tan bien que casi no lo creía. Esa sensación latente en su pecho iba tornándose en una marea violenta que prometía brindarle la calma que ella necesitaba.

―Por favor ―hundía los dedos sobre el colchón, estaba tan cerca―. N-No puedo…

―Sí puedes ―exigió.

―No… ―otro gemido cuando él curvó los dedos que le hicieron gritar―. ¡P-Por favor! ―suplicó con más fuerza, casi lloriqueando. Lo necesitaba―. Por favor... ―susurraba cuando tuvo contacto otra vez con Madara. Él se mantenía con una expresión relajada, pero por la manera que los mechones negros se le pegaban a su frente y costados, así como el subir y bajar de su pecho hermosamente humedecido por la capa de sudor, Hinata sabía que él tampoco iba a durar mucho con esa tortura―. Madara-sama…

Ese fue el punto quiebre de Madara.

―Mierda ―gruñó contra los labios de Hinata, empleando más fuerza, casi queriendo hundirse en ella―. Al diablo ―volvió a gruñir―. Córrete. Ahora.

A pocos segundos de que él dijera aquello sintió una sacudida en toda la habitación como un terremoto. La nube en su cabeza se expandió y solo apretó los muslos con toda la fuerza que tenía alrededor de los dedos aun apresados de Madara en su interior. Lo escuchó gruñir y eso fue sin duda muy sensual de su parte.

Llegó al clímax, con ligeros temblores y una sensibilidad que la hacía estremecerse con cada roce. Sus pezones estaban totalmente erectos y chocaban con la piel ardiente y sudorosa del pecho de Madara. La mano de él se quedó por unos instantes en su interior, hasta que sus músculos dejaron de sentirse tensados y pudo relajar los muslos. Respiraba agitadamente, tratando de llenar de nuevo sus pulmones. Era la primera vez que se sentía así, tan aliviada.

Cuando vio que Hinata estaba relajada, Madara sacó los dedos que hicieron un ruido cuando dejó la calidez del interior de Hinata. Acarició sus labios externos, removiendo el néctar a los alrededores y expandiéndolo con sus dedos, acariciando cada parte para memorizarlo y usarlo a su favor.

Hinata estaba tan sensible en esos momentos, así como agotada. Pero, mierda, tenía una expresión en el rostro tan dulce que estuvo tentado a sonreír y besar su frente.

Después de un rato en recuperar el hablar y reorganizar sus pensamientos que no dejaban de flotar, Hinata enfocó mejor la mirada para admirar la cara de Madara quien seguía sobre ella, pero con una presión menos aplastante, ahora cuidaba su peso con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho…

Los ojos de Hinata se abrieron a mñas no poder, dejando de lado la pequeña somnolencia que la invadió cuando Madara saboreó los dedos completamente empapados con su esencia. Eso enrojeció sus mejillas por lo inesperado, así como sensual, accionar de él.

Degustó hasta el borde, siendo bastante sonoro, sin despegar la mirada del rostro abochornado de Hinata. En serio, ¿cómo era posible que pudiera sentir vergüenza después de lo que hicieron hace un momento? Esa mujer era un enigma a veces.

Madara limpió sus labios con el dorso de la mano, y antes de que Hinata mencionara algo volvió a besarla con un hambre más suave, paseando su lengua, aun con el sabor de ella impregnado, y enredarla con la de ella.

Al separarse los parpados de Hinata se abrieron y estaban más brillantes que antes. Madara sonrió con un toque de picardía.

―¿Te gusta cómo sabes? ―cuestionó en un susurro peligroso que a ella le hizo hipar de la vergüenza.

―¡E-Eso…!

Madara soltó una carcajada corta antes de separarse de ella. Desde su nueva posición, el cuerpo semi desnudo de Hinata, con la prenda totalmente deformada y sus senos al aire así como sus brillantes labios vaginales lo siguieron tentando pero no podía ignorar el cansancio en el rostro de su amante.

Ni tampoco sus obligaciones del día siguiente.

―Iré a preparar la bañera ―dijo para llamar la atención de Hinata quien se quedó callada cuando no supo qué más decir para negar lo dicho por él―. Únete cuando quieras.

Hinata tuvo que sentarse en la cama, intentando protegerse de la mirada atenta de Madara del movimiento de sus senos para verle, confundida.

―Madara-san ―habló, pensando que había oído mal. Tenía que verificar que lo que escuchó no fue un truco de que sus sentidos todavía no estaban funcionando bien―. ¿U-Usted quiere que me bañe con usted?

―¿No quieres? ―cuestionó él, quitándose la playera completamente y comenzando a desabrochar sus pantalones, haciendo una expresión cuando rozó su duro miembro con la tela―. Si es así, no te obligaré…

―¡N-No! ―negó y luego movió sus manos―. Q-Quiero decir, yo… S-Si usted está de acuerdo…

―Te estoy invitando. Si no quisiera que te me unieras, no lo pediría. Pero primero me encargaré de algo antes. Te diré cuando todo esté listo.

Lo vio marcharse, sin entender a qué se refería, solo cuando lo vio de perfil, notando ese bulto fue que Hinata se percató que la única en disfrutar del climax fue ella y que Madara aun estaba…

―Usted… ―tragó saliva, tratando de no imaginar cómo sería esa parte escondida debajo―. Usted aun… ―y luego se sintió mal―. L-Lo siento, yo no…

―Deja de disculparte por todo ―gruñó Madara―. Me encargaré de eso, así que está bien.

―Pero usted me hizo sentir bien, no es justo que... ―luego se avergonzó―. S-Si usted quiere, podemos…

―No ―negó rápidamente. Ganas tenía, pero no iba a presionar. Menos cuando debía trabajar y ella estaba cansada.

Más la expresión adolorida de Hinata le hizo suspirar pesadamente.

―No me refiero a que no me atraigas ―aclaró, tratando de mantener las manos quietas a los costados―. Lo disfruté, mucho ―fue honesto―. Eres… ―él no sabía decir cumplidos, le costaban porque no necesitaba hacerlo. Pero algo dentro de sí necesitaba hacerle saber a Hinata que realmente le atraía. No podía negarlo, no después de ver esos hermosos ojos de Luna teñirse del más puro placer―. Eres hermosa, pero creo que por hoy está bien. No nos presionemos ―dijo con cierta suavidad, logrando que Hinata le viera con más atención―. Así que espera a que te llame, ¿de acuerdo?

Ella asintió y Madara se permitió marcharse, pero antes, se detuvo en el umbral, viéndola acomodarse las ropas y buscando las orejas de conejo que desconocía en qué parte de la habitación terminaron.

―Por cierto… ―habló para atraer su atención y ella estuvo atenta a cualquier palabra―. Madara-sama suena mejor que señor ―le dedicó una sonrisa malvada―. Me gusta.

Hinata ni siquiera tuvo tiempo de enrojecerse al recordar lo que dijo, completamente perdida por el placer que él le brindaba, cuando la puerta del baño se cerró.