1.- Tsai Tou Vounou y Erichtho
Té y Necromancia
"Tea & Necromancy"
De Saveourskinship
Alfa-Bet-eado
Nota de la autora: Hay una breve mención a la necrofiliaj (en un sentido de humor negro) y la provocación utilizada cuando se debate sobre la esclavitud de los elfos domésticos. Si estos son temas delicados para ti, procede con cuidado.
También hay un poco de sangre en este capítulo. Por favor lee las etiquetas. Este fic no transcurre a la ligera.
Hay una lista de reproducción que puedes encontrar aquí.
Todos los derechos pertenecen a quienes poseen estos personajes. Estoy a favor de los derechos trans.
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—Estoy muerta —sentenció ella.
Parecía una cosa simple; sus amigos se rieron.
—Todos estamos muertos —se burló uno de ellos. ¿Dennis, tal vez? Cualquiera que fuera el nombre, eran un Gryffindor de pelo desaliñado, cargado de cámaras y con ojos brillantes de humor negro—. Fue una guerra y nos mató a todos —ladró con una carcajada áspera y loca, chasqueando el aire con miseria.
Pero Draco la observaba a ella y sólo a ella. Parpadeó. Sus amigos siguieron adelante, pero ella no. Sus labios no se movieron en respuesta a la morbosa y siniestra broma, sus ojos no se estrecharon siniestramente divertida.
En cambio, sus mejillas hundidas y su piel cerosa parecían a la luz de la luna del pasillo, un esqueleto cobrando vida.
Sus huesos sobresalían debajo de la cubierta de su carne como si fueran demasiado grandes para las capas de dermis que se extendían sobre ellos. Draco se preguntó cuándo había comido por última vez. Aunque él tampoco había tenido apetito en los últimos años.
Se dio cuenta de que se había excedido de ser observador a mirarla fijamente, desvió la mirada. Pero le intrigó.
Algo no estaba bien con Granger
Obviamente nada estaba cien por ciento bien con ninguno de ellos. Imposible, de verdad. Pero algo claramente no estaba bien con Granger.
Draco se preguntó si la espada maldita de su tía había manifestado algún tipo de demonio para poseerla. O si una parte insidiosa del Señor Oscuro hubiera logrado salir de un Horrocrux y adoptar su forma.
Mantuvo la observación durante los días siguientes. Definitivamente ella no estaba comiendo. Durante toda la comida, tomaba algo, como una rebanada de pan, y lo partía en pedacitos, balanceándose con indiferencia en movimientos minúsculos de lado a lado, mirando a la nada. O tal vez a un abismo. Fuera lo que fuese, parecía ser lo único que la hacía parecer hambrienta.
Las migajas que quedaban en su plato eran suficientes para engañar a los que venían detrás de ella, porque ella siempre se aseguraba de ser la primera. Eso, o la última, permitió que sus amigos la dejaran atrás. El color púrpura bajo sus ojos era un recordatorio iantino de que el sueño ya no era su aliado.
Todos en sus clases pensaron que su psique rota la había llenado de fantasías macabras.
—Señorita Granger, ¿le importaría hacer una demostración? —El profesor Flitwick había preguntado en Encantamientos a pesar de que la mano de Granger, que no estaba en el aire, colgaba tibiamente sobre su escritorio.
—Lo siento, profesor. Simplemente no es posible —su respuesta remilgada pero aburrida había dejado la habitación en silencio.
¿Una magia que Granger consideraba imposible? Eso fue interesante.
—¡Oh, le aseguro que lo es, señorita Granger! —Flitwick había continuado emocionado—. Simplemente di el encantamiento manteniendo fuerte el recuerdo, luego gira y golpea. Saque su varita y... Señorita Granger, ¿dónde está su varita?
Granger simplemente se encogió de hombros.
—Ya no puedo realizar magia ahora que estoy muerta.
La clase había estallado en risas, estaba teñida del tipo de histeria de que, si no se reían, sollozaban. Y eso fue terriblemente sensiblero, así que fue mejor evitarlo.
Sin embargo, Granger había mirado con curiosidad la habitación y ella era la única, además de Draco, que no había sucumbido al reflejo traumático de la sombría tontería.
Flitwick le había susurrado que, si no se sentía con ganas hoy, podía disculparse y ella había salido de la habitación. Por primera vez, Draco se dio cuenta de que no sólo no tenía su varita encima (aunque Draco no podía soportar separarse de la suya), sino que también estaba libre de su habitual y pesada mochila escolar con todos sus libros, pergaminos y parafernalia escolar.
No era sólo que algo no estuviera bien con Granger. Era que algo estaba muy, muy mal.
Draco pensó que, si él hubiera detectado esto, seguramente otros también lo habrían hecho. Entonces, intentó dejarlo así.
Él la vigilaba, era difícil no hacerlo. Con la culpa corriendo por sus venas, la encontró fascinante, como un choque de Quidditch en cámara lenta, pero sus amigos no parecían preocupados, así que supuso que, fuera lo que fuese, lo tenían bajo control.
Hasta tres semanas después, cuando vio a Granger durante la cena. Eran algunos de los últimos que quedaban, sólo permanecieron otros tres estudiantes, discutiendo sobre alguna nueva regla de los Gobstones mientras Horace Slughorn dormitaba en su silla en la mesa de profesores.
Draco había estado observando pasivamente a Granger mientras ella masacraba un pudín de Yorkshire con dedos demasiado delgados y pálidos. Uñas quebradizas que se estrecharon en los extremos para darle a sus dedos la impresión macabra de ciprés blanco.
De repente, estornudó violentamente. Y parpadeó. Se levantó la camisa para mirar con curiosidad su piel y un horror espantoso le picó la columna con un escalofrío de sudor frío.
Un hueso blanco, puntiagudo y ensangrentado, asomaba entre sus costillas. Ella lo había roto; con un estornudo.
Uno lo suficientemente cruel como para haber atravesado su piel.
Distraídamente, como si el evento hubiera sido ligeramente peculiar, Granger se colocó el uniforme en su lugar y se puso de pie. Draco sintió que sus hombros se hundían aliviados. Nadie más parecía haber notado este incidente mientras ella se dirigía a través de las puertas cerca de la mesa de Slytherin, claramente con destino a la enfermería.
Se movía con facilidad, aunque manchas de sangre goteaban por el suelo a su paso. Incluso al levantar los brazos para abrir las pesadas puertas dobles no registró dolor en su rostro.
Draco decidió que seguiría el mismo camino. Regresar a la sala común. Granger no pareció darse cuenta de que él estaba detrás de ella. O a ella no le importó. Pero cuando llegó el desvío hacia la enfermería, ella tomó el camino opuesto, agachándose bajo un tapiz que Draco sabía que llevaba al exterior.
Hizo una pausa, tratando de descifrar qué estaba pasando con ella. Pero esta era Hermione Granger, debía tener una razón.
Ah. Su cerebro creyó haber encontrado la respuesta. Debe estar yendo a los invernaderos.
Había algunas plantas que ayudarían a aliviar el dolor antes de ir a ver a Madame Pomfrey. Volver a colocar los huesos en su lugar con un Episkey dolía muchísimo, pero fue una maniobra demasiado rápida para que la enfermera desperdiciara alivio del dolor.
Bien. Eso tenía sentido. Entonces, genial.
Pero la idea de que algo andaba mal con Granger lo atraía, queriendo jugar con su fascinación.
Él puso los ojos en blanco. Bueno, pensó, pero sólo por un minuto.
Se había entretenido demasiado y no la vio en el pasillo oculto. Tampoco la encontró cerca de ninguno de los invernaderos. Ni siquiera en el Cinco donde, si tomaba un poco de polvo para hadas, ni siquiera sería capaz de sentir el viento en la cara y mucho menos algo más fuerte.
Draco miró a su alrededor, había llovido más temprano en la tarde y el suelo estaba cubierto de barro. Distinguió huellas divididas que se alejaban del castillo. Condenando su curiosidad y lanzando un hechizo de Calentamiento sobre sí mismo, la siguió, pensando que lo llevarían a la cabaña del guardabosques. Granger era amiga de ese semigigante, ¿no?
Una vez más se equivocó. Las huellas pasaron más allá de la cabaña y más, más, y más.
El Bosque Prohibido.
Ahora era el momento en que Draco debería regresar y alertar a alguien. Quizá la directora McGonagall o quien fuera la jefa de la casa de Gryffindor. ¿Creo que la profesora Sinistra?
Él sabía todo esto e incluso mientras su cabeza hacía planes para comunicar el extraño comportamiento de Granger, sus pies continuaron, decididos a encontrarla.
Caminó durante unos diez minutos más hacia el bosque oscuro y siniestro, lanzando un Revelio cada tantos segundos, por si acaso. Entonces la encontró.
Draco determinó «eso», porque Granger no estaba a la vista, no al principio. Lo que Draco encontró fue una piedra levantada y un hoyo rectangular. Un pequeño claro donde no crecían árboles, ni arbustos, ni setas.
Se acercó con cautela. Bueno, ahora sabía dónde estaba la varita de Granger. En la base de este hoyo semiovalado. Estiró el cuello y miró dentro del agujero en el suelo. Hermione Granger le devolvió la mirada.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él con voz ronca y dolor en la garganta. Ya casi no hablaba y se sentía extraño usar palabras que debían decirse en voz alta.
Ella estaba acostada en un ataúd sencillo y escasamente acolchado. Él miró la lápida, pero estaba en blanco.
—¿Qué estás haciendo tú? —replicó ella—. Ya que es mi tumba la que estás invadiendo.
—¿Porque estás muerta?
—Precisamente —fue su tajante respuesta.
Ella lo miró como si su respuesta fuera suficiente conversación para que él se fuera. Pero no podía ignorar la forma en que su jersey se estaba poniendo rojo mientras su herida arruinaba la lana y la forma repugnante en que el hueso sobresalía de la tela.
Tragó, tratando de dominar sus náuseas.
—Estás sangrando —afirmó, un poco débilmente incluso para sus propios oídos e hizo una mueca.
Ella se burló.
—No, no lo hago. Mi cuerpo está secretando mis restos putrefactos debido a una herida punzante que causé anteriormente sin darme cuenta.
Draco frunció el ceño. Ella realmente se estaba comprometiendo con esta parte suya. Sacó su varita y murmuró el hechizo para curarla.
Ella se sentó sobre los codos, con los pies cruzados a la altura de los tobillos mientras yacía en su ataúd.
—Eso fue completamente innecesario y un desperdicio de magia —le dijo con un gesto de desaprobación en la boca—. Estoy muerta, no es necesario preservar mi cadáver para ningún propósito estético.
Draco se sentó en el borde de su foso e inclinó la cabeza para indicar el lado opuesto.
—Sube aquí, Granger.
Ella lo miró con una especie de confusión y disgusto.
—¿Para qué?
—Porque quiero hablar contigo.
Ella lo miró durante unos segundos, un silencio incómodo se extendió entre ellos.
—Vale la pena repetir mi pregunta anterior.
—Porque yo... —Buscó algo que la incitara a involucrarse con su intromisión—. Quiero saber cuándo moriste.
Hizo una nueva pausa y sus ojos se desviaron en contemplación. Luego se levantó y se movió para sentarse en el borde adyacente del agujero.
—No sé exactamente cuándo. —Torció la boca mientras pensaba, era una pregunta que claramente había reflexionado a menudo—. Me desperté un día y supe que estaba muerta. —Otra pausa—. Bueno, eso no es del todo exacto. La tercera semana del trimestre, estaba con el Medimago Mental Dormition y de repente se me ocurrió que estaba muerta; como si siempre hubiese estado ahí. Entonces concluí la sesión y me fui. No he necesitado verla desde entonces. Por obvias razones —señaló su supuesta morbosidad.
—Muuuuy bieeen —dijo Draco lentamente. Parecía perfectamente seria, sin ningún aura de picardía presente y Draco pensó que tal vez lo que fuera que estaba pasando con ella, realmente era muy extraño.
—¿Cómo moriste? ¿Sabes? —continuó, esforzándose mucho para que no sonara como un interrogatorio.
—Tengo algunas teorías —respondió ella fácilmente, balanceando las piernas.
—¿Y compartirás tus hipótesis?
—No —espetó ella, lo cual era absolutamente esperado—. No me agradas mucho. Así que no.
Miró a su alrededor, a los árboles que rodeaban este pequeño claro que ella había encontrado. Se quedaron quietos y en silencio en el bosque. Cualquier leve roce o ruido intrusivo similar y sabía que querría salir corriendo de allí. Cómo ella había estado ahí tumbada plácidamente, lista para algún terror destripador, estaba más allá de su comprensión.
Aunque si ella se creía ya muerta, no era como si pudiera ponerse más muerta.
—No dormirás aquí, ¿verdad? —soltó cuando se le ocurrió la idea.
—Cuando puedo —respondió ella con tanta naturalidad que fue escalofriante—. Sin embargo, si alguien necesita ayuda con la tarea, generalmente insiste en que regrese a la sala común después de cenar. Entonces es difícil escapar. —Finalizó, encogiéndose de hombros.
—¿Quién más sabe sobre esto? ¿Potter? ¿Weasley? ¿Seguramente McGonagall o uno de tus horribles amigos? ¿Qué estás haciendo para ayudarte a ti misma? —la bombardeó y vio cómo ella se alejaba de él, cada vez más desanimada por su presencia con cada signo de interrogación que la azotaba.
—¿Podrías irte ahora? —pidió ella, aunque era más una exigencia. Ella volvió a bajar al ataúd, sin mirarlo.
Había cometido un error y lo sabía. Pero lo intentó por última vez.
—Granger —hizo su voz firme y ella lo miró—. Te creo.
Ella parpadeó, pero sus hombros se movieron ligeramente como si hubiera querido escuchar a alguien decir eso.
—¿Por qué? —su pregunta favorita, aparentemente.
—No lo sé. —Hizo un vago movimiento con las manos—. Lo creeré tanto como creo cualquier cosa.
—Ah —fue su sobria respuesta—, así que creerás siempre que te sirva para algo. —Ella arqueó las cejas brevemente, comentando en silencio lo predecible que lo encontraba.
Sus pensamientos dieron vueltas y formularon un plan. Quizá podría ver también aquella curiosidad.
—Volveré aquí todos los días, a la misma hora que ahora, cerca de las ocho. Te esperaré una hora.
—¿Y qué sentido tendría eso? —Sus palabras estaban llenas de aburrimiento.
—Solo toma el té conmigo, una taza de té al día y te dejaré en paz.
Ella todavía no parecía convencida y se le ocurrió que debería haberla dejado en paz. Fue ella quien ocupó un espacio en su vida, y no al revés.
Lo intentó de nuevo.
—Me han dicho que soy excelente molestando. ¿Te gustaría arriesgarte si decido convertirme en tu íntimo amigo por el resto del año, Granger?
La sintió gritar dentro de su mente ante esa pregunta suya mientras lo miraba fijamente. Se aseguró de sonreír con la más enorme sonrisa de comemierda que pudo lograr.
Ella exhaló con molestia y se quejó petulantemente.
—No me obligues a decirlo otra vez, me niego a que me reduzcan a un insípido juguete de relojería que solo es capaz de pronunciar unas pocas frases. Qué desperdicio de eterna decrepitud si quedo reducida a eso.
Se encogió de hombros con indiferencia respondiendo a la pregunta tácita.
—Siempre quise probar suerte en la nigromancia.
Ya sea que pensara que estaba bromeando o no, puso los ojos en blanco y asintió una vez.
—Bien. El fracaso te queda bien de todos modos y nada mágico ni muggle puede curar la muerte.
Ella agitó una mano a modo de despido y Draco se levantó, habiendo sido completamente echado.
Sin embargo, antes de regresar al castillo, se alejó hasta que estuvo seguro de que ella no podía verlo y lanzó algunos hechizos protectores sobre el agujero y uno de leve calidez. Lo suficiente como para no morir de hipotermia, ya que las noches ya se estaban volviendo más frescas a medida que avanzaba el otoño escocés.
No podía permitir que su nuevo proyecto favorito saliera de la espiral mortal. Al menos, todavía no.
—Tu té es asqueroso, Malfoy.
Bueno, por supuesto que lo era, tenía una poción vitamínica hecha apresuradamente. El del día siguiente sabría mejor. Pensó que finalmente tenía la proporción correcta de menta. Las bebidas de los últimos seis días habían sido sabrosas, no excelentes, pero la de hoy era horrible. Slughorn lo había detenido y ahora ambos estaban siendo castigados por ello.
Si Granger había notado su adición medicinal a los tés, no había dicho nada y era especialmente difícil de detectar en el sabor a raíz de regaliz.
Realmente fue un remojo atroz, los dos no se mezclaban bien pero el regaliz era el único té al que tuvo acceso, lo que enmascaró el sabor de esta versión de la poción.
Se las habían arreglado para ser cordiales durante los últimos días, pero Granger había dejado en claro que no era particularmente bienvenido después de que ella terminó su té obligatorio. Sin embargo, muy lentamente, Draco había ido ampliando su tiempo con ella. Le resulta preferible a estar en silencio y solo en el castillo.
Eso, y todavía tenía un deseo ardiente de descubrir qué estaba pasando con ella, y por qué pensó que estaba muerta.
Su ofensa por el té de esta noche era obvia, sacó la lengua con la nariz arrugada y la dejó, pero él le envió una mirada de amonestación.
—No me iré hasta que te lo termines todo, Granger. Ese era el trato.
Ella refunfuñó, pero se tragó todo rápidamente a pesar de que estaba hirviendo.
—Muy bien, té listo. Puedes irte ahora. —Le clavó una mirada dura. Si pensara que era posible eliminar a alguien, apuesto a que habría sido desterrado a algún infierno con esa mirada.
—No he terminado el mío —replicó, tomando la menor cantidad que pudo y apenas evitando que su rostro se torciera de disgusto. La tentación de simplemente tragarlo como lo había hecho ella era palpable. Sin embargo, aguantó.
Ella resopló ante su reticencia.
—Un duendecillo de Cornualles podría tomar un sorbo más grande que ese. Podría tener la idea de que quieres prolongar tu tiempo en mi presencia.
—Bueno, eres lo más interesante que ha pasado este año —le dijo con sinceridad—. No es frecuente que te encuentres con un Inferi que habla.
Ella retrocedió, ofendida.
—No soy una Inferi —escupió, el cómo te atreves flotó deliciosamente en el aire.
—No me digas que eres algo tan terriblemente plebeyo como un vampiro —dijo él arrastrando las palabras.
—¿Te has desangrado?
—No —admitió él.
—Te puedo asegurar que, si fuera un vampiro, serías mi primera víctima —resopló como si fuera una conclusión bastante descarada.
Él se rio entre dientes.
—¿Me lo juras?
Ella entrecerró los ojos.
—No puedo prometer eso. Si cambiara, lo más probable es que atacara a la persona más cercana para saciar mi hambre. Si estuvieras cerca, supongo que podría aguantar un poco. Aunque sin duda tu sangre tiene un sabor repulsivamente salobre con toda esa atroz e incestuosa genealogía de sangre pura corriendo por tus venas.
—¿Prejuicio de sangre, Granger? Qué insultantemente derivado —le sonrió—. Hay un arte en ello, ¿sabes? No puedes simplemente tirarlo por ahí, primero debes dejar que tu desdén se pudra.
—No me gusta cómo estás disfrutando esto —dijo ella, claramente deseando que se fuera ya.
—¿Entonces no eres un vampiro?
—Me has visto a la luz del día, Malfoy. Estás obligando a que mis suposiciones sobre tu inteligencia se desvanezcan.
—Lo que asumes queda entre tú y tu conciencia —dijo inexpresivamente—. Quizás espero que me subestimes gravemente.
Su silencio indicó que no lo estimaba mucho, ni por encima ni por debajo.
—¿Por qué estás aquí? —gruñó, dejándose caer de espaldas para mirar el despejado cielo nocturno.
—¿Qué tal una súcubo? —desvió él.
—¿Te he chupado la fuerza vital? —lo desafió, con un suspiro de aburrimiento exhalando de sus pulmones.
—¿Te gustaría?
—Eso te convertiría en un necrófilo. Aunque... ¿quizás ese es tu objetivo con tu incursión en la nigromancia? —Ella arqueó una irónica ceja.
Él sonrió.
—En realidad, estaba probando cómo responderías. Nunca en mi vida mimada había escuchado un lenguaje tan vulgar, Granger.
—Entonces debes estar sordo a tu propia fanfarronería —contestó ella, impasible y poniendo los ojos en blanco.
Él se rio.
—Ve cómo nos llevamos, como en los viejos tiempos.
—Genial —espetó Granger sarcásticamente—. Estoy muerta y estás alucinando. Hacemos una pareja fabulosa.
Draco tarareó un poco. Cuando no estaba escupiendo hechos insoportables, en realidad estaba bastante bien.
—¿Cómo haremos para descubrir qué clase de muerta eres, Granger? ¿No has investigado mucho para descubrirlo ya?
—¿Cuál sería el punto? —Ella jugó distraídamente con un mechón de cabello—. Todavía seguiría muerta, no volveré de eso.
—Y no puedes usar magia y no comes —resumió.
Ella asintió.
—No necesito comer. Y la magia necesita vida. Mira... —Ella tomó su varita y se sentó—. Lumos. —Pero nada pasó. Lo había dicho correctamente, había realizado el pequeño movimiento correctamente, y aun así, no hubo luz.
Pero todavía no podía estar realmente muerta.
Estaba mirando la punta de su varita con ojos vacíos.
Aprovechando su distracción, Draco la agarró de la muñeca. Bueno, al menos tenía un pulso; uno débil y arrítmico, pero estaba ahí.
Su piel era suave; delicada. No de ninguna manera sensual, sino más bien como un pañuelo de papel, amenazando con desgarrarse ante el menor signo de tensión. Como con el estornudo, se dio cuenta de lo fácil que sería romper los huesos nudosos de su muñeca y de cómo, hasta cierto punto, Granger (de manera bastante ridícula en su opinión) debía confiar en él.
La información todavía estaba arrugando su frente con confusión cuando ella abrió la boca para hablar.
—Te sientes como nada, Malfoy.
Granger estaba mirando hacia donde él la tocaba, pero ella no se apartó.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, normalmente cuando alguien te toca por primera vez hay algún tipo de sensación. Un desconocimiento al que hay que acostumbrarse. Puede ser que la piel está demasiado caliente, o demasiado fría o hay una chispa inesperada, tal vez un escalofrío. Pero contigo no. Te sientes como nada. —Ella lo miró. Por una vez, no había nada malicioso en su declaración. Parecía... sorprendida.
—¿Y eso es bueno?
Ella se encogió de hombros.
—Probablemente sea el mejor resultado, dadas las circunstancias.
Esperó a que ella le diera más detalles.
Ella lanzó una mano exasperada entre ellos.
—No te agrado, ¿recuerdas, Malfoy? Potencialmente has llegado a odiarme. Y ahora nos estamos embarcando en un extraño viaje de simposios de té y te sientes lo suficientemente cómodo como para extender la mano y tocarme sin esperar otra bofetada. Todo resulta demasiado espantosamente surrealista, ¿no crees?
Soltó su muñeca y miró hacia los árboles, esperando ver una Acromántula antes de que las palabras que sabía que estaba a punto de decir salieran de su boca.
Lamentablemente, su cabeza permaneció pegada a su torso debido a la asombrosa falta de pinzas arácnidas que bien podrían haberlo liberado de este momento. Traidores.
—¿Sabes cuánto tiempo había pasado desde que hablé en voz alta antes de encontrarte aquí por primera vez, Granger? —le preguntó, todavía de espaldas, pero esta vez observando cómo la hierba se elevaba deliciosamente entre sus dedos extendidos.
—Estoy segura de que cualquiera que haya sido la cantidad de tiempo, desearía que hubiese sido más.
Se rio de nuevo.
—Creo que puede que tengas razón, sin embargo, fueron dos semanas y media.
—¿Supongo que porque ninguno de los otros Slytherin regresó y a ti te obligaron a hacerlo? —canturreó, haciendo referencia al maravilloso ultimátum del Ministerio de seis meses en Azkaban o un año de prueba en Hogwarts.
La elección era obvia. Como si realmente hubiera sido una elección, cosa que Draco dudaba.
La pausa entre ellos evocó la escena de su juicio donde el Elegido más Gloriosamente Exaltado había testificado usando jerga legal y citando leyes y otros casos con palabras que contenían más sílabas de las que Draco había escuchado jamás del imbécil ese. Como si cada frase pronunciada por el Poderoso y Espléndido Niño que Vivió comenzara con un silencioso: «Hermione dice que...». Había sido bastante obvio saber de quiénes eran las habilidades de investigación y escritura que se habían empleado.
Por supuesto, no le había dado las gracias y no tendría que hacerlo ahora que ella estaba muerta. Lo cual al menos era una ventaja. Podría creerlo sólo por esa razón.
Sabiendo que él también estaba pensando en eso, Granger declaró.
—Tu juicio fue el mismo día en que descubrí que la cicatriz en mi brazo nunca sanó adecuadamente.
—Entonces es un giro divertido en la trama —entonó antes de agregar—. Quizá quieras simplificar el lenguaje si necesitas escribir más testimonios para Potter. Las palabras con más de diez letras parecen confundirlo y opacan el efecto general de su Absoluta Maldita Magnificencia.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Uh, también dijo eso Theo. Aunque en lugar de eso, llamó a Harry un «Maldito Grandioso Sinvergüenza».
—¿Theo? ¿Theodore Nott? ¿Mi Theo, quieres decir? —farfulló Draco. No sabía que Theo había ayudado. Aunque supuso que eso era intencionado. Theo odiaba a cualquiera que pensara que le importaba.
Granger se inclinó con complicidad.
—Sabes, creo que pronto podría ser el Theo de Harry. —Una mirada significativa complementó las palabras.
Draco arrugó la cara.
—Uff, Theo siempre tuvo absolutamente el peor gusto para los hombres. Siempre olfateando los que tienen fecha de caducidad.
—Técnicamente, todos tenemos una fecha de caducidad —le recordó.
—Bueno, excepto tú, ¿verdad? La tuya ya caducó —interrumpió, volviéndose hacia ella y notando por primera vez lo cerca que estaban sentados. No fue tan incómodo como pensó que sería.
Tiró su varita y resonó contra su lápida. Ella no parecía tener ninguna inclinación a responder a su comentario. No hay necesidad de vencer a un caballo muerto, o al concepto de una Granger muerta.
—¿Por qué tu lápida está en blanco? —preguntó.
Ella se rio.
—¿Por qué crees que está en blanco?
Reflexionó sobre la pregunta y se dio cuenta de que era un truco. Una trampa para que pudiera conocer su opinión sobre ella. Si la considerara arrogante, diría que alguien debería hacerlo por ella. O la placa era demasiado pequeña para hacer referencia adecuada a todos sus logros. Si él hubiera creído que ella era una violeta menguante con la confianza necesaria, lo habría dejado en blanco, sin atreverse a llenarlo. Sospechaba que era porque ella era un desastre apático y no le importaba de ninguna manera.
Por supuesto, él no le daría la satisfacción de responder adecuadamente, así que la superó sin responder.
—Bueno, no puedes usar magia —se encogió de hombros—. ¿Cómo llegaron aquí tu tumba, tu ataúd y tu lápida?
Claramente, ella había usado magia para crearlos, seguramente ahora tenía que admitir la inconsistencia en su lógica.
—Utilicé lo último de la energía residual en mis reservas mágicas —afirmó claramente.
Ella parecía genuinamente abatida así que Draco abrió la boca para decir algo mortificante.
—Pensé que lo sabrías —espetó ella en su lugar y Draco cerró la mandíbula rápidamente para tragarse cualquier palabra diabólica de consuelo.
Se aclaró la garganta para deshacerse de ellos por completo.
—¿Qué quieres decir? ¿Creías que sabría qué?
—Lo que soy ahora —dijo, encorvándose hacia adelante, con los nudillos blancos y apretados contra el borde del agujero. Le preocupaba que los tendones salieran de su piel como lo había hecho su costilla, rompiéndola como un capullo de rosa en flor.
Apartó la mirada para detener un nuevo ataque de náuseas y volvió a mirar las profundidades del bosque.
—¿Por qué iba a saber eso?
—Al crecer inherentemente mágico, pensé que quizás habías escuchado un rumor sobre otros magos que experimentaron esto. Incluso si intentara investigar, ¿por dónde empezaría? ¿Maldiciones? ¿Enfermedades mágicas? —suspiró ella—. Es un inconveniente ser nacida de muggles, bueno... —se interrumpió, levantando las cejas hacia el espacio medio sobre su regazo al que estaba mirando.
—Continúa —la instó, claramente ella tenía algo que decir y no era propio de ella contenerse.
—No eres exactamente la mejor audiencia para esto. O tal vez lo eres ya que es gente como tú la que más necesita escucharlo. Aunque si realmente vas a escuchar...
—Detente Granger. Vamos, sólo... —agitó una mano en un movimiento subrepticio—. Sácalo.
—Deja de intentar golpearme y pégame —declaró ella con un acento americano burlonamente grave.
—¿Qué? —Él arrugó su rostro confundido.
Ella rio. Era una cosa libre y loca que corría por el claro.
—Mira, esa es una de las cosas brillantes de ser nacido de muggles. Películas, televisión, teléfonos, computadoras —suspiró y su sonrisa desapareció—. Tal vez debería aprender a codificar y volverme tecnológicamente mágica. Internet vive para siempre, eso dicen.
—¿Qué tonterías estás diciendo ahora, Granger? —exigió Draco, pero ella lo despidió, volviéndose sombríamente seria.
—Lo que quiero decir es que cuando la profesora McGonagall vino a mi casa y me entregó mi carta de Hogwarts, me dijo lo «especial» que era y que sólo unos pocos muggles nacen mágicos como yo y pensé que todo era maravilloso y emocionante. Pero venir aquí no fue realmente una elección informada, ¿verdad?
Draco levantó una ceja escéptica.
—No puedo imaginarme viviendo como lo hacen los muggles sin magia. Creo que habría aprovechado cualquier oportunidad para vivir en este mundo.
Hermione sonrió con tristeza.
—Así es como se siente Harry. No importa cuán terriblemente lo trató el mundo mágico, o cómo fue utilizado para salvar a todos de Voldemort, él todavía se siente así.
—¿Y tú no? —preguntó Draco, sin entender. Ser mago era claramente mejor que ser muggle. Tener magia era simplemente superior a no tenerla. No de ninguna manera alimentada por el odio, sólo objetivamente.
—Creo... Bueno, hubiera sido bueno conocer los riesgos. Para entender cuán violento es el mundo mágico. Cómo había terminado una guerra no hacía mucho. Cuánto prejuicio había en torno a que las personas fueran nacidas de muggles. Qué bárbara es la sociedad con su elitismo, su gobierno corrupto y su apaciguamiento de la esclavitud. Creo que, si hubiese entendido todo eso, no sé si habría venido a Hogwarts. —Parecía realmente asqueada, las palabras caían como lluvia ácida, salpicando y siseando entre ellos.
Draco absorbió lo que ella dijo, un ardor enroscado en su estómago surgía por todo lo que había conocido al ser atacado tan brutalmente.
—¡Los muggles son igual de violentos, tienen armas hechas únicamente para matar, para detonar ciudades enteras! ¡Son un desperdicio y tan terribles como los magos, si no es que más! Todas las fallas de nuestra sociedad también prevalecen en tu precioso mundo muggle. Y por el bien de Salazar, Granger, ¡los elfos domésticos no son esclavos! Simplemente... Nunca lo entenderás correctamente. Les gusta servirnos. —Se sentía caliente y helado. No le gustó mucho el rumbo que había tomado esta conversación.
Dejó escapar un suspiro, evidentemente molesto y enojado con ella. Ella le devolvió la mirada expectante.
—¿En serio? —se burló, con los labios torcidos en una mueca de disgusto—. ¿Disfrutaste siendo un esclavo?
Otra hirviente grieta de acritud estalló en sus entrañas.
—Basta —exigió—. Deja de intentar alejarme. No funcionará.
La comprensión de que ella había hecho esto a propósito lo enfureció y lo hizo aún más decidido a salvar su estúpida vida. Él no dejaría que ella se consumiera hasta convertirse en una especie de nada horrible. Tenía que seguir viva y ser miserable. Si él tenía que hacerlo, ella también tenía qué.
—¿Por qué estás aquí? —Ella también estaba enojada—. No te pedí que estuvieras aquí, no quiero ayudarte y no quiero que seamos amigos.
Supuso que irritar a Potter y Weasley de esta manera les rompería los estribos para que ella consiguiera lo que quería. No iba a funcionar con él. Y era ridículo que pensara que él estaba buscando algún tipo de favor de su parte.
Draco se burló.
—No quiero tu patética ayuda, bruja idiota —escupió.
—¡Eso es todo para lo que soy buena! —gritó, su voz resonó en el pozo y resonó con ira, pero había algo más también. Se escondió en el hecho de que sus ojos se agrandaran, el pequeño temblor de su boca, el mayor apretón de sus manos. Algo que él conocía bien.
Resignación.
Supuso que ella era alguien bastante acostumbrada a ser una mercancía. Había notado cierta falta de cariño por parte de quienes la rodeaban. Ella no era tanto querida sino reverenciada, su cerebro era un servicio para utilizar y respetar, pero no para preocuparse.
Todas las personas que realmente querrían cuidarla no estaban allí. Potter y Weasley se estaban entrenando como Aurores, La Comadrejita había tomado una posición de Cazadora con las Arpías de Holyhead, Longbottom estaba completando una maestría en Herbología en Beauxbatons. El resto de los alumnos de Gryffindor de su año tampoco habían regresado, al igual que sus propios amigos. Al menos él recibió abundante correspondencia de ellos y lo visitaban en Hogsmeade los fines de semana.
Se preguntó qué apoyo tenía realmente Granger; si es que tenía alguno.
—¿Por qué estás aquí? —gimió ella, las garras de la soledad estaban arañando su voz para que saliera cruda y abusada.
Él no respondió, tomó otro pequeño sorbo de su té ahora frío. Incluso estaba peor.
—Fantástico —se quejó ella, inclinándose sobre él para ver cuánto quedaba—. Otra aproximación de la bebida del tamaño de un duendecillo. Mi sufrimiento continuará para siempre.
—¿Tienes noticias de Potter y Weasley? ¿O La Comadrejita? —preguntó, ignorando su comentario y asegurándose de mirarla y, como esperaba, ella se estremeció.
—Ron y yo... Ha sido incómodo desde la ruptura. Y él y Harry están muy ocupados entrenando. Estoy segura de que simplemente no tienen tiempo para escribir —tragó pesadamente. Draco podía ver, incluso solo desde su perfil, cómo temía que la hubieran abandonado cuando decidió regresar a Hogwarts.
—¿Y Ginevra? —insistió, esperando que el uso del nombre de pila de la chica ayudara a Granger a abrirse un poco más.
Granger negó con la cabeza.
—Gin me culpa porque Harry terminó las cosas con ella. Quiero decir, es en parte culpa mía, en cierto modo lo convencí. Pero solo quería que ambos fueran felices y su relación tenía tantas obligaciones que la agobiaban y... —Se detuvo y se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja. Una mirada de incertidumbre hizo que sus ojos se movieran de un lado a otro mientras miraba su ataúd.
Él digirió lo que ella le había dicho. Se quedó mirando, queriendo satisfacer la curiosidad consumidora que tenía sobre la potente aura de tristeza que la supuesta muerte de Granger había generado.
—¿Qué hay de tus padres? —empujó él.
Ella se quedó quieta, sus piernas se detuvieron, sus hombros se levantaron para girar su cabeza entre ellos, sus ojos detuvieron su recorrido por su tumba.
Permanecieron en silencio durante un momento que fue demasiado largo. Ella nunca parpadeó y Draco vio cómo las lágrimas se acumulaban a lo largo de la línea de sus pestañas, cayendo angustiadas sobre su falda.
—Lo siento —trató de retractarse de la pregunta, enrollándola para deshacer el daño. Sin embargo, su condenatoria fascinación tenía otras ideas irritantes que obligaban a pronunciar más palabras—. ¿Les pasó algo o...?
Ella se acercó a él y agarró la taza de té del otro lado, acercándola descuidadamente para que las partículas salpicaran su mano y su ropa.
Sopesó el contenido contra su placa, las gotas de color ámbar rodaron por la cara de granito de la piedra como si estuviera sollozando. Luego arrojó la taza de té sobre su hombro donde Draco giró la cabeza para verla rebotar sobre la hierba. Se sentó, descansando allí con cautela, como si tuviera una conmoción cerebral.
Ella saltó al pozo cuando él la enfrentó nuevamente, con la boca abierta para decir algo, pero se acurrucó sobre su costado, con las rodillas ligeramente dobladas y la cabeza apoyada en un brazo mientras el otro tocaba débilmente un pequeño desgarro en el interior satinado del ataúd.
Él la miró y sintió una punzada de irrevocable angustia seguida de una maraña de pánico que le estranguló el pecho. Esto, fuera lo que fuese, era más complicado de lo que había pensado originalmente y no creía que debía seguir jugando con lo destrozada que estaba ella.
Su voz flotó, una ilusión espectral de una chica hueca que solía tener un halo.
—Vete ahora—, dijo, con palabras sombrías y atormentadas—. Hemos terminado. No vuelvas.
Draco no necesitaba que se lo dijeran de nuevo. Él se alejó corriendo como si su desolación fuera contagiosa.
Dejó la taza de té. Una lógica demente quería que dejase allí un pedacito de sí mismo.
Se detuvo en el borde del claro antes de que los árboles se lo tragaran y miró hacia la lápida. Era sombrío y desesperado con su vacío brillando a la luz de la luna y sintió una especie de pena terrible por Granger, quien casi con certeza estaba llorando en silencio en su ataúd. Lo más probable es que desear su muerte significara que podía dejar de sentir.
Volvió a proteger su tumba y se fue.
