Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 12

Había algo emocionante en mirar a alguien que desconocía tu presencia.

Invisible a sus ojos. Desaparecida.

Edward estaba subiendo por el camino hacia su casa, y Bella, asomada a la ventana de su habitación, donde se había pasado horas. Observando. Tenía las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, el pelo mañanero alborotado y hacía un movimiento extraño con la boca, como si estuviera mascando el aire. O cantando. Nunca lo había visto hacer eso, al menos delante de ella. Era un Edward diferente, uno que pensaba que estaba solo, que nadie lo veía. Bella lo analizó a él y a todas las sutiles diferencias con el que era cuando estaba con ella. Sonrió para sí misma y pensó qué estaría cantando. Igual podía amar a este Edward tanto como al otro, pero echaría de menos los ojos con los que la miraba.

Y entonces el momento se rompió. Bella escuchó su forma de llamar a la puerta, largo-corto-largo, pero no se podía mover. Tenía que vigilar la entrada. Su padre estaba en casa, él le dejaría pasar. Además, a Charlie le gustaba tener algún que otro momento a solas con el chico. Seguro que haría algún tipo de broma inapropiada, seguida de una conversación sobre fútbol o sobre las prácticas de abogacía, y terminaría con una palmadita de afecto en la espalda. Todo esto mientras Edward se quitaba los zapatos y los dejaba perfectamente alineados junto a la puerta, metiendo dentro los cordones y riéndose con la risa especial que reservaba para el padre de Bella.

Eso era lo que ella quería: volver a vivir esos pequeños momentos de normalidad. El ambiente cambiaría si ella estuviera presente.

Bella parpadeó. Le lloraban los ojos de mirar fijamente ese lugar concreto de la entrada durante demasiado tiempo con el sol brillando a través de la ventana. No podía apartar la vista o se lo perdería.

Escuchó los pasos de Edward por la escalera, el crujido de sus rodillas, y se le aceleró el corazón. Pero un latido acelerado en plan bien, no como cuando hay un gatillo fácil. «No, no pienses en eso ahora». ¿Por qué tenía que fastidiar todos los momentos agradables?

—Hola, Sargentita —la saludó, mientras crujía la puerta al abrirse—. El agente Edward reportándose para las labores de novio.

—Hola, agente Edward —dijo Bella, empañando el cristal con el aliento.

Había vuelto a sonreír. Se había estado resistiendo hasta que por fin se rindió.

—Así que esas tenemos —se quejó él—. Ni una mirada rápida hacia atrás, ni siquiera con desdén. Ni un abrazo, ni un beso. Ni un «Oh, Edward, amor mío, estás increíblemente guapo hoy y hueles a sueño de primavera». Oh, Belly, amor mío, te has dado cuenta, qué linda. Es un desodorante nuevo. —Una pausa—. No, ahora en serio, ¿qué estás haciendo? ¿Me oyes? ¿Soy un fantasma? ¿Belly?

—Lo siento —dijo ella con la mirada fija al frente—. Solo estoy… vigilando la entrada.

—¿Que estás haciendo qué?

—Vigilando la entrada —repitió ella.

Su propio reflejo le bloqueó la visión.

Sintió un peso a su lado en la cama, y la gravedad la empujó hacia él cuando Edward se puso de rodillas en el otro extremo del colchón, con los codos en el alféizar y la mirada en el cristal, como Bella.

—¿Y qué es lo que vigilas exactamente? —preguntó.

Bella lo miró fugazmente, a él, a la luz del sol iluminando sus ojos.

—A… los pájaros. A las palomas —respondió—. He puesto migas de pan en la entrada, en el mismo sitio donde encontré a las palomas muertas. Y también unos trocitos de jamón en el césped a ambos lados del camino.

—Entiendo —dijo Edward despacio, confundido—. Y ¿por qué has hecho eso?

Bella le dio un codazo. ¿No era evidente?

—Porque —comenzó ella, enfatizando demasiado la palabra— estoy intentando demostrar que Hawkins se equivoca. No puede ser el gato de los vecinos. Y he dejado el cebo perfecto para demostrarlo. A los gatos les gusta el jamón, ¿verdad? Está equivocado. No estoy loca.

La luz que entraba por la rendija de las cortinas la había despertado más temprano de lo que había planeado y la había sacado del atontamiento de la pastilla. Ese experimento le había parecido una buena idea entonces, después de haber dormido tres horas. Aunque ahora, al comprobarlo en los ojos dudosos de Edward, no estaba tan segura. Había vuelto a perderse de nuevo.

Sentía su mirada como un calor sobre la mejilla. No, ¿qué estaba haciendo? Él también debería estar vigilando a los pájaros, ayudándola.

—Oye, princesa —dijo en voz baja, casi susurrando.

Pero Bella no escuchó lo que dijo después, porque había una forma oscura en el cielo y una sombra alada cada vez más grande sobre el camino. La pilló justo cuando aterrizó sobre las dos patas y saltó hacia las migas de pan.

—No —dijo. No era una paloma—. Maldita urraca.

Miró cómo se metía un pequeño trozo de pan en el pico, y luego otro.

—Para la tristeza —comentó Edward.

—Ya tenemos demasiado de eso en Little Kilton —respondió Bella mientras el pájaro se comía otro trozo de pan—. ¡Oye! —gritó de pronto. A ella también la pilló por sorpresa, golpeando el cristal con el puño—. ¡Eh! ¡Largo de ahí! ¡Lo estás estropeando todo! —Golpeó tan fuerte el cristal con los nudillos que no sabía qué se rompería antes—. ¡Lárgate!

La urraca dio un salto y salió volando.

—Oye, oye, oye —dijo Edward rápidamente, agarrándole las manos con fuerza para apartárselas de la ventana—. Eh, mírame, sargentita —insistió, negando con la cabeza. Tenía la voz firme, y le acarició suavemente la muñeca con el pulgar.

—Edward, no veo la ventana, los pájaros —dijo ella doblando el cuello, intentando apartar la vista de él.

—No tienes que mirar nada fuera. —Le puso un dedo bajo la barbilla y le redirigió la cabeza—. Mírame, por favor. Belly. —Suspiró—. Esto no es bueno. De verdad que no.

—Solo estoy intentando…

—Sé lo que vas a decir, y lo entiendo.

—No me ha creído —susurró ella—. Hawkins no me ha creído. Nadie me cree.

A veces, ni siquiera ella misma lo hacía. Una nueva oleada de dudas después del sueño de anoche, otra vez preguntándose si era posible que se estuviese haciendo esto a sí misma.

—Oye, no digas eso. —Edward le agarró aún más fuerte las manos—. Yo sí te creo. Siempre, pase lo que pase. Es mi deber, ¿de acuerdo? —Le sostuvo la mirada, cosa que le vino muy bien, porque, de pronto, la de ella estaba húmeda y pesada, demasiado como para mantenerla sola—. Somos tú y yo. Equipo Edward y Belly. No tienes que intentar demostrar nada. Confía en tu instinto.

Ella se encogió de hombros.

—Y Hawkins es un idiota, sinceramente —añadió Edward con una pequeña sonrisa—. Si todavía no se ha dado cuenta de que, aunque resulte insoportable, siempre tienes razón, no lo hará nunca.

—Nunca —repitió Bella.

—Todo va a ir bien, mi vida —concluyó él, dibujando con sus dedos las líneas de los valles entre los nudillos de Bella—. Te lo prometo. —Hizo una pausa y se quedó mirando sus ojeras, que eran demasiado pronunciadas—. ¿Has dormido bien esta noche?

—Sí —mintió ella.

—Ya. —Edward dio una palmada—. Creo que tienes que salir de casa. Vamos. Arriba, arriba. Ponte los calcetines.

—¿Por qué? —preguntó ella hundiéndose en la cama cuando se levantó Edward.

—Nos vamos a dar un paseo. «¡Qué idea más maravillosa, Edward! Qué listo y guapo eres». Ah, Belly, ya lo sé, pero intenta no saltarme encima, que tu padre está abajo.

Ella le lanzó un cojín.

—¡Venga! —Edward la agarro por los tobillos y la arrastró fuera de la cama, riéndose mientras Bella y el edredón terminaban en el suelo—. Vamos, Spice Girl Deportista, ponte los tenis, puedes correr en círculos a mi alrededor, si quieres.

—Siempre hago lo que quiero —puntualizó Bella mientras metía los pies en un par de calcetines desparejados.

—Eso ha dolido, Sargentita. —Le dio una palmadita en la espalda mientras ella se levantaba—. Vámonos.


Había funcionado. No sabía qué era lo que Edward estaba haciendo, pero había funcionado. Bella no pensó en desaparecer, ni en pájaros muertos, ni en líneas de tiza, ni en el inspector Hawkins. Ni al bajar por la escalera, ni cuando su padre los detuvo para preguntarle qué había pasado con el jamón extrafino, ni siquiera cuando salieron a la entrada, Edward con la mano enganchada en los jeans de Bella. No había palomas, ni tiza, ni seis disparos disfrazados con el latido de su corazón. Solo ellos dos. Equipo Edward y Bella. Ningún pensamiento más allá de las primeras tonterías que le vinieron a la cabeza. Sin profundidad, sin oscuridad. Él era una valla en su cabeza que lo mantenía todo atrás.

Vieron un árbol con cara enfadada y ella insistió en que se parecía a Edward por las mañanas.

Planearon cuándo iría a Cambridge a visitarla por primera vez. ¿El sábado después de la semana de bienvenida? ¿Estaba nerviosa por irse? ¿Qué libros le quedaban por comprar?

Caminaron por el sendero serpenteante del bosque. Edward iba recreando la primera vez que pasaron juntos entre esos mismos árboles, imitando a Bella con voz de pito contándole sus teorías iniciales acerca del caso de Sid Prescott. Ella se rio. Se acordaba prácticamente de todo lo que había dicho.

Barney había ido con ellos en el primer paseo que habían dado juntos, como un flash dorado que los guiaba entre los árboles. Movía la cola porque Edward lo había engañado con un palo. Pensándolo ahora, puede que ese hubiera sido el momento en el que Bella lo supo. ¿Había sido un nudo en el estómago, o esa sensación de embriaguez en la cabeza? Puede que incluso hubiese sido ese brillo bajo su piel. En aquel momento no se había dado cuenta, no había sabido lo que era, pero es posible que alguna parte de su cuerpo ya hubiera decidido que iba a amarlo. En aquel momento. En una conversación sobre un hermano muerto y una chica asesinada. Al final, todo se reducía a la muerte. Ya estaba. Ya lo había fastidiado. La valla se había derrumbado.

La atención de Bella volvió cuando un perro del aquí y del ahora corrió hacia ellos, ladrando mientras saltaba para poner las pezuñas sobre sus piernas. Un beagle. Lo reconoció, igual que el perro a ella.

—Mierda —murmuró Bella, apartando al animal cuando otro ruido los alcanzó: una pareja de pasos sobre las primeras hojas caídas. Y dos voces que conocía.

Bella se paró mientras pasaban entre unos árboles y por fin estuvieron a la vista.

Sam-y-Leah, cogidos del brazo. A ambos se les abrieron los ojos a la vez cuando se dieron cuenta de a quién habían visto.

Bella no se lo imaginó. Leah ahogó un grito de verdad, y empezó a toser para disimularlo. Ellos también se pararon. Sam y Leah allí, Bella y Edward aquí.

—¡Rufus! —gritó Leah. Su voz hizo eco entre los árboles—. ¡Rufus, ven aquí! ¡Apártate de ella!

El perro se dio la vuelta e inclinó la cabeza.

—No voy a hacerle daño a tu perro, Leah —dijo Bella nivelando el tono de voz.

—Contigo nunca se sabe —soltó Sam, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Venga ya. —Bella resopló.

Una parte de ella se moría por volver a acariciar a Rufus, solo para molestar a Leah. «Venga, hazlo».

Pero parecía como si Leah le hubiera leído la mente y hubiera visto el destello en sus ojos. Volvió a gritarle al perro hasta que fue dando botes hasta ella.

—¡No! —Leah le estaba hablando ahora a él, mientras le daba con el dedo en la nariz—. ¡No puedes ir con desconocidos!

—Qué ridícula —se burló Bella con una risa profunda, intercambiando una mirada con Edward.

—¿Qué has dicho? —atacó Sam, poniéndose recto.

No tenía sentido, porque Bella seguía siendo más alta que él; podía con él.

Ya lo había hecho una vez, y ahora era aún más fuerte.

—He dicho que tu novia es ridícula. ¿Lo repito una tercera vez?

Bella notaba el brazo de Edward tensándose contra el suyo. Odiaba las confrontaciones y, aun así, sabía que iría a la guerra por ella si se lo pidiese.

No obstante, ahora mismo no lo necesitaba, ella tenía la situación bajo control. Casi como si hubiera estado esperando este momento. Sintió que volvía a la vida.

—Pues no hables así de ella. —Sam sacó las manos de los bolsillos y cerró los puños—. ¿Por qué no te has ido todavía a la universidad? Pensaba que Cambridge empezaba antes.

—Aún no —respondió Bella—. ¿Qué pasa? ¿Quieres que… desaparezca?

Analizó sus caras con atención. El viento le puso a Leah el pelo negro sobre la frente y unos mechones se quedaron enredados en los ojos entornados. Parpadeó. Sam torció la boca en una sonrisa burlona.

—¿Qué coño dices? —masculló.

—Ah, ya entiendo. —Bella asintió—. Debes de estar avergonzado. Nos acusaste a mí, a Harry y a Jamie de haber fingido su desaparición por dinero apenas unas horas después de que nos hubiéramos enterado de que habían dejado en libertad a un violador en serie. ¿Fueron ustedes los que hablaron con la prensa? Aunque supongo que ya da igual. Jamie está vivo, pero murió otro hombre y se deben de sentir muy estúpidos por todo aquello.

—Se merecía lo que le pasó, ¿no? Así que supongo que todo terminó bien.

Sam le guiñó un ojo.

Le guiñó un puto ojo.

La pistola volvió al corazón de Bella, apuntando a Sam a través de su pecho. La espalda se le estremeció y apretó los dientes.

—Que ni se te ocurra volver a decir eso. —Le salieron las palabras, oscuras y peligrosas, entre los dientes apretados—. No vuelvas a hablar de él delante de mí.

Edward volvió a tomarle la mano, pero ella no lo notó. Había salido de su cuerpo y se había ido hacia Sam, a quien agarraba por la garganta con esa misma mano. Apretando cada vez más, y más. Exprimiéndolo en los dedos de Edward.

Sam pareció darse cuenta y dio un paso atrás. Casi tropezó con el perro.

Leah volvió a enganchar su brazo en el de su novio y se apretaron. Un escudo. Pero eso no detendría a Bella.

—Antes éramos amigos. ¿De verdad ahora me odias tanto como para querer que me muera? —dijo ella. El viento se llevaba su voz.

—¿Qué coño te has tomado? —soltó Leah, apretando aún más fuerte a Sam—. Estás loca.

—Eh. —La voz de Edward flotó en el aire al lado de Bella—. Venga ya, eso no está bien.

Pero Bella tenía una respuesta.

—Puede ser —admitió—. Así que procuren cerrar bien la puerta por la noche.

—Ya basta —zanjó Edward, haciéndose con el mando de la situación—. Vámonos por aquí. —Señaló detrás de Sam y Leah—. Ustedes vayan por ahí. Ya nos veremos.

Edward la guio agarrándole fuerte la mano. Los pies de Bella se movían, pero tenía la mirada fija en Sam y Leah. Parpadeó en cuanto pasaron, disparando la pistola de su pecho. Miró hacia atrás mientras caminaban entre los árboles, en dirección a su casa.

—Mi padre me ha comentado que está fatal —le dijo Sam a Leah, lo bastante alto como para que los otros dos se enteraran, mientras se daba la vuelta para mirar a Bella a los ojos.

Ella se puso tensa y se giró. Pero el brazo de Edward la rodeó por la cintura y tiró de ella. Su boca le acarició la sien.

—No —le susurró—. Ya está. No merecen la pena, preciosa. De verdad. Respira.

Y eso hizo. Concentrada únicamente en coger y soltar aire. Un paso, dos pasos, dentro, fuera. Cada centímetro avanzado la alejaba más de ellos y la pistola volvió a su escondite.

—¿Nos vamos a casa? —propuso ella cuando todo pasó, entre respiración y respiración, entre pasos.

—No. —Edward negó con la cabeza mirando hacia delante—. Olvídate de ellos. Necesitas un poco de aire fresco.

Bella dibujó círculos en la palma de su mano con el dedo índice. Hacia un lado, luego hacia el otro. No quería decirlo, pero a lo mejor el aire fresco no existía en Little Kilton. Estaba todo contaminado, cada aliento.


Miraron a ambos lados y cruzaron la carretera que los llevaba hasta su casa.

El sol los había vuelto a encontrar y les calentaba la espalda.

—¿Lo que sea? —Bella sonrió a Edward.

—Sí, lo que quieras —contestó él—. Hoy es el día de animar a Belly. Eso sí, nada de documentales de crímenes reales. Están prohibidos.

—¿Y si te digo que me apetece un montón un torneo de Scrabble? — dijo ella, clavándole el dedo en las costillas a través del jersey mientras caminaban al mismo ritmo por el camino de entrada a la casa.

—Pues te diría: que empiece el juego, boba. Subestimas mi po… — Edward se detuvo de pronto, y Bella se chocó con él—. Hostia puta —dijo un poco más fuerte que un susurro.

—¿Qué? —Bella se rio y se puso delante de él—. Me portaré bien, amor.

—No, Belly. —Edward señaló detrás de ella.

Ella se dio la vuelta y siguió su mirada.

Allí, en la entrada, pasado el montón de migas de pan, había tres pequeños dibujos hechos con tiza.

Se le heló el corazón y se le hundió en el estómago.

—Ha estado aquí —dijo soltando la mano de Edward y avanzando—. Acaba de estar aquí —puntualizó de pie sobre las personitas de tiza. Los dibujos casi habían alcanzado la casa, dibujados frente a las macetas con arbustos que delineaban el lado izquierdo—. ¡No deberíamos habernos ido, Edward! ¡Estaba vigilando! ¡Lo habría visto!

Lo habría visto, lo habría pillado, se habría salvado.

—Ha venido porque sabía que tú no estabas. —Edward se puso a su lado. Tenía la respiración acelerada—. Y ha quedado claro que no son marcas de neumático.

Esta era la primera vez que Edward veía las figuras. El tiempo y la lluvia habían borrado las anteriores antes de que ella hubiera tenido la oportunidad de enseñárselas. Pero ahora ahí estaban. Las había visto y eso las hacía reales. No se las había inventado ella, inspector Hawkins.

—Gracias —dijo Bella. Se alegraba de que estuviera allí.

—Parece sacado de El proyecto de la bruja de Blair —dijo Edward agachándose para mirar los dibujos más de cerca, repasando las líneas con los dedos, a unos centímetros de distancia.

—No. —Bella las analizó—. Algo no está bien. Debería haber cinco. Las otras dos veces eran cinco. ¿Por qué ahora solo son tres? —preguntó a Edward —. No tiene sentido.

—No creo que nada de esto tenga sentido, Belly.

Ella aguantó la respiración y escudriñó el camino en busca de las otras dos figuras. Estaban ahí. Tenían que estar. Esas eran las reglas de este juego entre ellos dos.

—¡Espera! —exclamó al ver algo con el rabillo del ojo.

No, no era posible, ¿verdad? Dio un paso hacia delante, hacia una de las macetas de su madre —«Estas macetas vinieron de Vietnam, ¿no es increíble?»— y apartó las hojas a un lado.

Detrás, contra el muro de la casa. Dos pequeñas figuras sin cabeza. Tan borrosas que apenas se percibían, escondidas casi por completo entre el mortero de los ladrillos.

—Las encontré —dijo Bella soltando el aire.

Sentía la electricidad en su piel al acercar la cara a la tiza, desperdigando parte del polvo blanco con la respiración. Pero ¿estaba contenta o asustada? Ahora mismo no notaba la diferencia.

—¿En el muro? —preguntó Edward detrás de ella—. ¿Por qué?

Bella supo la respuesta antes que él. Había entendido las reglas ahora que había entrado en el juego. Se apartó de las dos figuras sin cabeza, los líderes de la manada, y miró hacia arriba, siguiendo su camino con la vista. Habían subido al muro para llegar hasta arriba, pasando por el estudio para llegar a la ventana de su dormitorio.

Le crujieron los huesos del cuello cuando se giró hacia Edward.

—Vienen a por mí.