Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 13

La oscuridad la consumió. El último rayo de sol brillaba a través de las cortinas y le iluminaba la cara antes de que Edward las cerrara del todo, poniendo una sobre la otra para asegurarse.

—Déjalas así, ¿de acuerdo? —le pidió este, convertido en una sombra en la habitación en penumbras hasta que encendió la luz. Amarillo artificial. Una burda imitación del sol—. Incluso de día. Por si hay alguien vigilándote. No me gusta ni siquiera pensar que haya alguien vigilándote.

Edward se paró junto a ella y le puso el pulgar en la barbilla.

—¿Estás bien?

¿Se refería a Sam y Leah o a las figuras de tiza que estaban trepando hacia su habitación?

—Sí. —Bella carraspeó. Era una palabra sin sentido.

Estaba sentada al escritorio con los dedos sobre el teclado de la computadora. Acababa de guardar una copia de la foto que había tomado de las figuras de tiza. Por fin las había podido capturar antes de que la lluvia o las ruedas las hicieran desaparecer. Pruebas. Quizá sea ella la víctima esta vez, pero seguía necesitando indicios. Más que eso, eran pruebas. Pruebas de que no se lo estaba inventando; de que ella no podía ser la que hacía los dibujos con tiza ni la que mataba a esas palomas durante las noches de insomnio.

—Igual deberías quedarte en mi casa unas cuantas noches, mi amor —propuso Edward girando la silla de Bella hasta que estuvieron cara a cara—. A mi madre no le importará. A partir del lunes tengo que salir temprano, pero eso da igual.

Bella negó con la cabeza.

—No pasa nada —aseguró—. Estoy bien.

Era mentira, pero de eso se trataba. No había forma de escapar de esto; ella lo había pedido. Lo necesitaba. Era así como se iba a recuperar. Y cuanto más miedo diera, mejor. Fuera de la zona gris, algo que era capaz de comprender, algo con lo que pudiera vivir. Blanco y negro. Bien y mal.

«Gracias».

—No estás bien —la cazó Edward, pasándole los dedos por el pelo oscuro. Lo llevaba ya tan largo que se le habían empezado a ondular las puntas—. Esto no está bien. Entiendo que se te pueda olvidar después de toda la mierda por la que hemos pasado, pero esto no es normal. —Se quedó mirándola—. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí —respondió ella—. Lo sé. Ayer fui a la policía, como me pediste, intenté hacer lo normal. Pero supongo que, una vez más, arreglarlo depende de mí. —Se arrancó un trozo de piel junto a una uña y empezó a sangrar—. Lo solucionaré.

—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Edward un poco severo. ¿Estaba dudando? No, él no podía perder la fe en ella también. Era el último que quedaba—. ¿Tu padre sabe todo esto? —preguntó.

Ella asintió.

—Sabe lo de los pájaros muertos; el primero lo encontramos juntos. Pero mamá opinó que había sido el gato de los Granger; es la solución más lógica. Yo le conté lo de los dibujos de tiza, pero no los ha visto. Ya habían desaparecido cuando llegó a casa; supongo que pasar por encima de ellas con el coche fue lo que las borró.

—Pues vamos a enseñárselas ahora —sugirió Edward con urgencia—. Venga.

—Edward. —Bella suspiró—. ¿Qué va a hacer él al respecto?

—Es tu padre —respondió con exageración, como si fuera lo más obvio del mundo—. Y mide más de dos metros. Yo, desde luego, querría que estuviera en mi equipo en cualquier pelea.

—Es abogado corporativo —soltó ella dándose la vuelta, mirando el reflejo de sus ojos en la pantalla oscura del ordenador—. Si fuera un problema de fusiones y adquisiciones, por supuesto, acudiría a él. Pero no lo es. —Respiró hondo y vio cómo su versión oscura hacía lo mismo—. Esto es cosa mía. Es lo que se me da bien. Puedo hacerlo.

—Esto no es una prueba —dijo Edward rascándose la nuca. Estaba equivocado; eso era exactamente lo que era. Una prueba. Un juicio final—. No es un trabajo de clase, ni la temporada de un podcast. No es algo en lo que puedas ganar o perder.

—No quiero discutir —susurró ella.

—No. Eh, no. —Edward se agachó hasta que sus ojos estuvieron al mismo nivel—. No estamos discutiendo. Simplemente estoy preocupado por ti, ¿vale? Quiero que estés a salvo. Te amo, siempre te amaré. Da igual cuántas veces estés a punto de provocarme un ataque al corazón o una crisis nerviosa. Pero es que… —Se calló, como si la voz se le fuera por el desagüe—. Me da miedo saber que alguien pueda querer hacerte daño, o asustarte. Eres mi persona. Mi pequeña. Mi Sargentita. Y mi trabajo es protegerte.

—Y me proteges, mi amor —le aseguró Bella mirándolo a los ojos—. Incluso cuando no estás conmigo. —Él era su bote salvavidas, su piedra angular. ¿Acaso no lo sabía?

—Vale, sí, eso está genial —dijo él formando una pistola con los dedos —. Pero tampoco es que sea yo un musculitos con los bíceps del tamaño de un tronco y tenga una habilidad olímpica de lanzar cuchillos.

A Bella se le formó una sonrisa en la cara sin permiso.

—Ay, Edward. —Le agarró la barbilla con los dedos, como siempre hacía él. Le dio un beso en la mejilla, rozándole la comisura de los labios—. Tu cerebro vence a la fuerza física en cualquier momento.

Él se puso recto.

—Bueno, esta mañana he hecho demasiadas sentadillas, así que seguramente tenga unos glúteos de acero.

—Se va a enterar ese acosador. —Bella se rio, pero esa risa se fue convirtiendo en un sonido ahogado y ronco a medida que su mente se iba alejando de ella.

—¿Qué? —preguntó Edward dándose cuenta de su cambio de expresión.

—Nada, es que… es inteligente, ¿no? —Se volvió a reír, negando con la cabeza—. Muy inteligente.

—¿El qué?

—Todo. Las figuras de tiza borrosas casi inexistentes que desaparecen en cuanto amanece o algo pasa por encima de ellas. Las dos primeras veces no saqué fotos, así que cuando se lo denuncié a Hawkins, pensó que estaba loca o que me imaginaba cosas. Me desacreditó desde el principio. Me hizo cuestionarme mi propia percepción. Y los pájaros muertos. —Se dio con las palmas de las manos en los muslos—. Es muy astuto. Si fuera un gato muerto, o un perro… —Se estremeció con sus propias palabras al acordarse de Barney—, sería otra historia. La gente prestaría atención. Pero no, son palomas. A nadie le importan las palomas. Para nosotros es casi tan común verlas muertas como vivas. Y, por supuesto, la policía jamás haría nada sobre uno o dos cadáveres de paloma, porque es normal. Nadie lo ve excepto tú, y yo. Y el acosador sabe todo esto, lo ha diseñado así. Cosas que parecen normales y son de fácil explicación para todo el mundo. Un sobre vacío: un error. La frase «Una chica muerta que camina» escrita en la acera, no en mi casa. Sé que iba dirigida a mí, pero no podré convencer a nadie más porque, si de verdad hubiera sido yo la destinataria, habría estado en mi casa. Es muy sutil. Muy inteligente. La policía cree que estoy loca y mi madre piensa que no es nada: un gato y unos neumáticos sucios. Me dejan mal, me aíslan de la ayuda. Sobre todo, cuando ya todo el mundo considera que estoy perturbada. Muy inteligente.

—Parece que lo admiras —dijo Edward volviendo a sentarse en la cama de Bella. Se lo veía incómodo.

—No, solo digo que es inteligente. Está todo muy bien pensado. Como si supiera exactamente lo que está haciendo.

El siguiente pensamiento era lógico y natural y, por la expresión de Edward, supo que él también había llegado a la misma conclusión y que la estaba considerando.

—Como si lo hubiera hecho antes —añadió ella, completando el pensamiento.

Edward asintió levemente.

—¿Eso crees? —Él se incorporó.

—Es posible. Incluso probable. Las estadísticas apuntan a que el acoso en serie es muy común, sobre todo si el culpable es un desconocido o una amistad, y no una pareja actual o pasada.

La noche anterior había estado leyendo páginas y páginas de información sobre acosadores, durante horas, en lugar de dormir; revisando números, porcentajes e innumerables casos.

—¿Un desconocido? —dijo Edward.

—Es muy poco probable que sea un extraño —respondió Bella—. Casi tres de cada cuatro víctimas conocen a su acosador. Esta persona y yo nos conocemos, lo sé.

También sabía otras estadísticas, podía desglosarlas de memoria, estaban grabadas a fuego detrás de sus ojos. Pero había algunas que no le podía contar a Edward, sobre todo las que probaban que más de la mitad de las víctimas femeninas de homicidio habían denunciado a la policía que las estaban acosando justo antes de que su asesino las matara. No quería que su Edward supiera eso.

—Entonces, es alguien que tú conoces y es probable que se lo haya hecho antes a otra persona —concluyó él.

—Según las estadísticas, sí.

¿Por qué no se le había ocurrido esto antes? Estaba demasiado inmersa en sus pensamientos, demasiado obsesionada con la idea del enfrentamiento, y no había considerado la opción de involucrar a nadie más. «No todo gira en torno a ti —dijo la voz que vivía en su cabeza, junto a la pistola—. No siempre es todo sobre ti».

—Y tú siempre abogas por el método científico, Sargentita. —Se quitó un sombrero imaginario.

—Así es. —Bella se mordió el labio, pensativa. Su cabeza llevó a sus manos hacia el ordenador. Casi sin pensar, pasó los dedos por el ratón para iluminar la pantalla y abrió el navegador con la página de Google—. Y el primer paso de un método científico es… la investigación.

—La parte más glamurosa de la resolución de crímenes —bromeó Edward, levantándose de la cama para ponerse a su lado, con las manos sobre sus hombros—. Y también es mi señal para ir a por algo de comer. Bueno, ¿cómo te planteas la indagación?

—La verdad es que no lo sé muy bien. —Dudó con los dedos sobre las teclas mientras el cursor parpadeaba—. Igual… —Escribió «figuras lineales tiza paloma muerta acosador Little Kilton Buckinghamshire»—. Un palo de ciego —dijo pulsando el intro, haciendo aparecer una página de resultados.

—Excelente —dijo Edward señalando el primer resultado—. Podemos ir a disparar palomas de cerámica a la Granja Tizablanca en Chalfont St Giles por tan solo ochenta y cinco libras cada uno. Menudo chollo.

—Chis.

Bella ojeó el resto de las entradas; una historia del año pasado de unos resultados de bachillerato de un instituto cercano en el que había dos profesores a los que llamaban señora Tiza y señor Acosador.

Sintió la respiración de Edward en la coronilla cuando se acercó a ella y, con la cabeza junto a la suya, dijo:

—¿Y esa? —Y sintió que las graves vibraciones de su voz venían de dentro de sí misma. Sabía a cuál se refería: el quinto resultado.

«El Asesino de la Cinta sigue en libertad tras haberse cobrado una cuarta víctima».

Aparecían cuatro de los términos que había buscado: Buckinghamshire, paloma, acosar, líneas de tiza. Pequeños fragmentos de un artículo del Newsday UK, frases cortadas, separadas por puntos suspensivos.

—El Asesino de la Cinta. —Edward leyó en voz alta, pero las palabras se le quedaron enganchadas a la garganta—. ¿Qué coño es eso?

—Nada, una historia vieja. Mira. —Bella señaló la fecha con el dedo: el artículo era del 5 de febrero de 2012. Hacía más de seis años y medio. No era una noticia. Bella conocía el caso y cómo había terminado. Podía nombrar al menos dos podcasts de crímenes reales que habían hablado de él en los últimos años—. ¿No conoces esta historia? —preguntó. Los ojos megaabiertos de Edward le dieron la respuesta—. No pasa nada, bebé. —Ella se rio, dándole un golpecito con el codo—. Está en la cárcel. Mató a otra mujer después de esto, una quinta víctima, y lo atraparon. Confesó. Stu… no sé qué. Lleva entre rejas desde entonces.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Edward un poco más relajado.

—¿Cómo no lo sabes tú? —Ella lo miró—. Fue bastante mediático. Si hasta yo me acuerdo y tenía, no sé, once o doce años. Ah… —Se quedó callada, acariciándole la mano a Edward—. Fue más o menos cuando Sid y Billy… —No hizo falta que terminara.

—Ya —dijo Edward en voz baja—. Estaba un poco distraído por aquel entonces.

—Pasó por esta zona —explicó Bella—. Los pueblos de los que eran las víctimas y los lugares donde encontraron los cadáveres están bastante cerca de aquí. De hecho, eran prácticamente todos los pueblos de los alrededores, menos Little Kilton.

—Teníamos nuestros propios asesinatos con los que lidiar —comentó Edward inexpresivo—. ¿Por qué «de la Cinta»?

—Era el nombre que le pusieron los medios de comunicación. Un asesino en serie tiene que tener un apodo espeluznante, vende más. Es por la cinta americana. —Hizo una pausa—. El periódico local se refería a él como «el estrangulador de Slough», para hacer una referencia geográfica, pero nunca llegó a la prensa nacional. No era tan pegadizo. —Bella sonrió—. Además, tampoco era muy preciso. Creo que solo encontraron a dos víctimas cerca de Slough.

Y solo con decir esas palabras, «estrangulador de Slough», se fue directa a la última vez que las había dicho. Sentada en esa misma silla, hablando por teléfono con Stanley Forbes durante la entrevista sobre la investigación forense de Sid Prescott. Ella había nombrado el artículo que él había escrito hacía poco sobre el estrangulador de Slough en el quinto aniversario de su arresto. Stanley, al otro lado del teléfono, vivo, pero no durante mucho tiempo, porque su sangre empezó a derramarse por los bordes del terminal, cubriéndole las manos y…

—¿Belly?

La chica se estremeció y se secó las manos ensangrentadas en los pantalones. Limpias, están limpias.

—Perdona, ¿qué has dicho? —Ella se echó hacia atrás.

—He dicho que lo abras. El artículo.

—Pero… no va a tener nada que ver con…

—Aparecen cuatro de los términos que has buscado —insistió él, apretando de nuevo las manos—. Son muchas coincidencias para un palo de ciego. Ábrelo y a ver qué dice.


El asesino de la cinta sigue en libertad tras haberse cobrado una cuarta victima

La semana pasada, la policía halló el cuerpo sin vida de Casey Hunter, de 22 años, oficialmente reconocida como la cuarta víctima del Asesino de la Cinta Americana. Casey, que vivía con sus padres y su hermana en Amersham, Buckinghamshire, fue asesinada la noche del 28 de enero, y su cuerpo fue descubierto la mañana siguiente en un campo de golf al norte de Slough.

El Asesino de la Cinta Americana comenzó su oleada de crímenes hace dos años, asesinando a su primera víctima, Cici Cooper, de 21 años, el 8 de febrero de 2010. Diez meses después, se encontró el cuerpo de Hallie McDaniel, de 24 años, tras una semana de exhaustivas investigaciones policiales. Desapareció el 11 de diciembre y los expertos forenses creen que fue asesinada aquella misma noche. El 17 de agosto de 2011, Olivia Morris, de 26 años, se convirtió en la tercera víctima. Ahora, cinco meses más tarde, tras una gran especulación mediática, la policía ha confirmado que el asesino en serie ha vuelto a atacar.

El Asesino de la Cinta recibe su nombre por su distintivo modus operandi: no solo ata las muñecas y los tobillos de sus víctimas con cinta americana para retenerlas, sino que también les tapa la cara. Todas las mujeres han sido encontradas con la cabeza completamente envuelta en cinta adhesiva gris, cubriéndoles ojos y boca, «casi como momias», comentó un agente que prefiere mantener el anonimato. La cinta americana en sí no es el arma homicida en estos horribles crímenes. De hecho, parece que el asesino deja a propósito las fosas nasales de sus víctimas al descubierto para que no se ahoguen. La causa de la muerte en todos los casos ha sido la estrangulación con ligadura, y la teoría de la policía es que el asesino ata a sus víctimas tiempo antes de asesinarlas, y luego deja los cuerpos en lugares diferentes.

Aún no se ha producido ningún arresto y, con el Asesino de la Cinta todavía en libertad, la policía está trabajando sin descanso para identificarlo antes de que vuelva a matar.

«Es un hombre increíblemente peligroso —dijo el inspector Albus Dumbledore en la comisaría de High Wycombe esta mañana—. Por desgracia, cuatro mujeres han perdido la vida y es evidente que este individuo es un gran peligro público. Estamos multiplicando nuestros esfuerzos para identificarlo y hoy publicaremos un retrato robot gracias a un posible testigo en el lugar en el que se ha encontrado el cuerpo de Casey. Rogamos a los ciudadanos que se pongan en contacto con la policía en el teléfono destinado al caso sí reconocen al hombre de la imagen».

Además del retrato robot, la policía ha publicado también hoy una lista de accesorios que les faltaban a cada una de las víctimas, artículos que llevaban encima en el momento del rapto, tal como testificaron sus familias.

La policía cree que el asesino los cogió como trofeos de cada crimen y que es muy posible que los lleve encima. «Los trofeos son muy comunes en los casos de asesinos en serie como este —comentó el inspector Dumbledore—. Permiten al criminal aliviar la excitación del acto y mantener a raya sus impulsos, retrasando el momento de volver a verse obligado a matar». A Cici Cooper le quitó un collar que la policía ha descrito como «una cadena de oro con un colgante en forma de moneda antigua». A Hallie McDaniel «un cepillo del pelo con forma ovalada y de color lila o morado claro», que llevaba siempre en el bolso. Un «reloj Casio dorado de acero inoxidable» a Olivia Morris, y, a Casey Hunter, un «par de pendientes de oro rosa con pequeñas piedrecitas verdes». La policía pide a los ciudadanos que presten atención a estos objetos.

Newsday UK ha hablado con Rebecca Walters, criminalista que trabajaba para el FBI y que actualmente es consultora del famoso programa de crímenes reales La hora forense. La señora Walters nos ha dado su opinión experta sobre el Asesino de la Cinta, basada en toda la información que la policía ha ido facilitando hasta ahora. «Como siempre, la criminología no es una ciencia exacta, pero creo que podemos sacar algunas conclusiones del comportamiento de este criminal y su elección de víctimas. Es un hombre blanco, de entre veintitantos y cuarenta y tantos años. No actúa de forma compulsiva; estos crímenes están planeados de forma metódica, y es muy probable que el asesino tenga un coeficiente intelectual entre medio y alto. Este hombre puede parecer perfectamente normal, no llamar la atención, e incluso ser encantador. A simple vista, parece un miembro respetable de la sociedad, con un buen trabajo en el que está acostumbrado a cierto nivel de control, tal vez en un cargo de directivo. Creo que es muy probable que tenga pareja o esté casado, y posiblemente hasta familia, completamente ajena a su vida secreta.» Hay un dato muy interesante que se debe tener en cuenta en su comportamiento. En los casos de asesinatos en serie, descubrimos que el atacante muestra una aversión natural a cometer crímenes cerca de donde vive, en su zona de amortiguación. Y, aun así, tiene una zona de confort: un área que conoce muy bien pero que no está demasiado cerca de su hogar y donde se siente seguro para cometer estos actos. A esto nos referimos como la teoría de Decaimiento de la Distancia. Es interesante señalar que estas víctimas eran todas de pueblos diferentes de esta parte del país, y que sus cuerpos también fueron desperdigados por lugares diferentes en su zona de confort. Esto me lleva a creer que nuestro asesino vive en un área diferente, no muy alejada, que aún no ha aparecido en la investigación; su zona de amortiguación, aún intacta.» Por este motivo, creo que nos encontramos ante un caso muy común en muchos asesinatos en serie: la misoginia, básicamente. Esta persona tiene sentimientos muy fuertes con respecto a las mujeres: las odia. Todas las víctimas eran jóvenes atractivas, formadas, inteligentes, y el asesino cree que alguna de esas cualidades es intolerable. Ve estos crímenes como una misión personal. Me parece de especial interés el hecho de que les envuelva la cara con cinta americana, porque es como si estuviera negándoles hasta sus propias caras; acabando con la capacidad de hablar o ver antes de matarlas. Estos homicidios se reducen al poder y a la humillación, y al placer sádico que experimenta el criminal. Es muy probable que hubiera indicios desde una edad temprana, y que empezara haciendo daño a mascotas de niño. No me sorprendería que guardara algún tipo de manifiesto en el que se encuentre todo lo que opina de las mujeres y cómo deberían comportarse para ser aceptables.» La policía no ha revelado ninguna información sobre si acosa a sus víctimas, pero yo me atrevería a decir, teniendo en cuenta lo meticulosa que parece la selección de las mismas, que hay un grado de vigilancia antes de raptarlas. Creo que, para él, puede resultar excitante. Quizá incluso contactara con ellas directamente, o mantuviera una relación íntima con ellas».

Esta noche, en casa de la familia de Casey Hunter, su hermana pequeña, Caroline, nos dedicó unas breves palabras a los reporteros. Cuando le preguntaron sobre la posibilidad de que a Julia la hubieran acosado antes de asesinarla, ella, desolada, contestó: «No estoy segura. Nunca me dijo que estuviera asustada. La habría ayudado, de haber sido así. Pero sí que me comentó cosas algo extrañas un par de semanas antes. Me dijo que había visto unas líneas hechas con tiza, creo, que parecían como tres personas, cerca de nuestra casa. Yo nunca las vi, y seguramente fueran los niños del vecindario. También mencionó algo de un par de pájaros —unas palomas— que alguien metió en casa por la gatera. A Casey le pareció extraño porque nuestro gato es muy viejo y apenas sale de casa. Me contó también que recibió un par de llamadas, pero no habló nadie y pensó que sería una broma. Eso fue la semana antes de que desapareciera, pero no me dio la impresión de que estuviera asustada. En todo caso, estaba molesta. Pero […] si me pongo a pensar en aquellas semanas, todo me parece raro, ahora que ya no está».

El 21 de febrero se realizará un funeral en memoria de Casey Hunter en su iglesia local.