Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 14
Edward debió de terminar de leer antes que ella. Cogió aire profundamente justo al lado de su oreja, como una enorme ventisca dentro su cabeza. Bella levantó un dedo para que él no dijera nada hasta que ella llegara a la última palabra.
Y entonces:
—Oh —dijo Bella.
Edward se apartó de ella y se levantó.
—¿Oh? —repitió él con una voz más aguda y chirriante de lo normal—. ¿Es lo único que se te ocurre? «¿Oh?».
—¿Por qué…? —Bella giró la silla para mirarlo. No paraba de mover las manos, nervioso, apretándolas contra la barbilla—. ¿Por qué estás tan nervioso?
—¿Por qué no lo estás tú? —Intentó no levantar la voz, pero tendría que haberle puesto un poco más de intención—. Un asesino en serie, Belly.
—Edward. —Al pronunciarlo, su nombre se convirtió en una risotada. Él la miró enfadado—. Esto es de hace seis años y medio. El Asesino de la Cinta confesó. Estoy segura de que se declaró culpable en el juicio. Lleva desde entonces en la cárcel y no ha habido más asesinatos. Ya no está.
—Sí, bueno, y ¿qué pasa con las palomas muertas? —argumentó Edward con el brazo levantado, formado una línea temblorosa que apuntaba a la pantalla—. ¿Y las líneas de tiza, Belly? Exactamente lo mismo que hizo las semanas previas a matar a Casey. —Edward se puso de rodillas delante de ella. Levantó una mano con el pulgar y el meñique doblados—. Tres —susurró, acercándole los dedos aún más a la cara—. Tres figuras con tiza. Casey era la cuarta víctima, Belly. Hubo tres antes que ella. Mató a cinco mujeres, y hay cinco figuras de tiza en tu entrada en este puto preciso momento.
—Oye, relájate, mi vida —dijo Bella cogiéndole la mano que había levantado y metiéndola entre sus rodillas para sujetarla—. Nunca había oído nada de eso que ha dicho la hermana de Casey Hunter, ni en ningún artículo, ni en ningún podcast. Puede que la policía no creyera que fuese relevante.
—Pero para ti sí lo es.
—Ya lo sé, sí. No estoy diciendo eso. —Lo miró a los ojos y le levantó la barbilla—. Es evidente que hay una conexión entre lo que dijo Caroline Hunter y lo que me está pasando a mí. Bueno, yo no he recibido llamadas misteriosas.
—Todavía. —Edward la interrumpió intentando liberarse la mano.
—Pero el Asesino de la Cinta está en la cárcel. Mira.
Le soltó la mano y se giró de nuevo hacia el ordenador. Tecleó «Asesino de la Cinta» en una búsqueda nueva y pulsó intro.
—Ah, Stu Macher, eso. Se llama así —dijo ella deslizando hacia abajo la página de resultados para enseñársela a Edward—. ¿Ves? Edad: treinta años cuando lo arrestaron. Confesó durante un interrogatorio policial y, mira, sí, también se declaró culpable de los cinco asesinatos. No hizo falta juicio. Está en la cárcel y se quedará allí el resto de su vida.
—No se parece al del retrato robot de la policía. —Edward resopló mientras volvía a meter la mano entre las rodillas de Bella.
—Bueno, algo sí. —Miró la foto de Stu Macher con los ojos entornados. El pelo marrón grasiento peinado hacia atrás, ojos verdes que casi se le salían de la cara, sobresaltado por la cámara—. Nunca son extremadamente precisos.
Eso ayudó un poco a Edward, ponerle cara al nombre y ver las pruebas con sus propios ojos mientras Bella hacía clic en la segunda página de resultados.
Se detuvo. Volvió a deslizar hacia arriba. Algo le había llamado la atención. Un número. Un mes.
—¿Qué? —le preguntó Edward, con un temblor en la mano que se le coló a Bella en los huesos.
—Ah, nada —dijo ella, negando con la cabeza para que él viera que lo decía de verdad—. Nada, en serio. Es que… no me había dado cuenta antes. A su última víctima, Laura Crane…, la mató el 20 de abril de 2012.
Él la miró. También se había dado cuenta. Ella vio su reflejo, una versión retorcida de sí misma atrapada dentro de los ojos verdes de Edward.
Uno de los dos tenía que decirlo en voz alta.
—La misma noche que murió Sid Prescott —se adelantó ella.
—Qué raro —dijo Edward, bajando la mirada y dejando caer a la Bella que vivía en ella—. Todo esto es muy raro. Sí, está en la cárcel, pero entonces ¿por qué hay alguien haciéndote a ti lo mismo que le ocurrió a Casey Hunter antes de que la mataran? A ella y a todas las víctimas, seguramente. Y no me digas que es una coincidencia porque no es verdad: tú no crees en las coincidencias.
Touchée.
—Sí, lo sé. No lo sé. —Se paró para reírse de sí misma, sin saber muy bien por qué; no venía a cuento—. Está claro que no puede ser una coincidencia. Quizá haya alguien que quiere que piense que el Asesino de la Cinta me está acosando.
—¿Y por qué iba alguien a hacer eso?
—No lo sé, Edward. —Se puso a la defensiva de repente. Notó cómo volvía a subir la valla, pero esta vez era para mantener fuera a su novio—. A lo mejor a alguien le apetece volverme loca. Llevarme al límite.
No tendría que esforzarse demasiado. Seguramente iría ella solita hasta el límite y colgaría los pies por el borde. Una simple respiración en la nuca más fuerte de lo normal bastaría. Solo había una pregunta entre ella y esa caída libre: «¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?».
—¿Y no ha habido más asesinatos desde que arrestaron al tal Stu? — Edward quiso cerciorarse.
—No —aseguró Bella—. Y es un modus operandi muy distintivo, ya sabes, con la cara envuelta en cinta americana.
—Aparta un momento —le pidió Edward mientras alejaba la silla del escritorio de Bella y colocaba las manos sobre el ordenador.
—¡Oye!
—Solo quiero comprobar una cosa —se excusó Edward, poniéndose de rodillas frente a la pantalla.
Fue hasta lo más alto de la página, borró la búsqueda actual y escribió:
«¿Stu Macher inocente?».
Bella suspiró mientras lo miraba deslizar la página de resultados.
—Edward. Confesó y se declaró culpable. El Asesino de la Cinta está entre rejas, no en mi casa.
Él hizo un ruido, como un crujido con la garganta, algo entre un grito ahogado y una tos.
—Hay una página de Facebook —dijo.
—¿De qué? —Bella clavó los pies en el suelo para mover la silla hacia delante.
—Se llama Stu Macher es inocente.
Hizo clic en el enlace y la foto policial del Asesino de la Cinta llenó la pantalla. Ahora que la volvía a ver, su expresión parecía más suave, por algún motivo. Como más joven.
—Hombre, pues claro —dijo Bella empujando a Edward a un lado—. Seguro que hay una página de Facebook proclamando la inocencia de todos los asesinos en serie. Incluso de Ted Bundy.
Edward pasó el cursor por la pestaña de información, hizo clic sobre ella y se abrió.
—Joder —dijo ojeando la página—. La lleva su madre. Mira. Nancy Macher.
—Pobrecita —murmuró Bella.
—«El 18 de mayo de 2012, después de sufrir un interrogatorio policial de nueve horas sin descanso, mi hijo dio una confesión falsa de unos crímenes que no cometió, una declaración coaccionada por unas tácticas intensas e ilegales de interrogatorio policial» —leyó Edward—. «Se retractó enseguida a la mañana siguiente, después de dormir un poco, pero fue demasiado tarde. La policía tenía lo que necesitaba».
—¿Una confesión falsa? —se sorprendió Bella, mirando a los ojos de Stu Macher, como si la pregunta fuera para él.
No, no podía ser. Esos ojos que la miraban eran los del Asesino de la Cinta… Tenían que serlo. Si no…
—«Fallos importantes en nuestro sistema de justicia criminal…». — Edward pasó al siguiente párrafo—. «Necesitamos tres mil firmas para la petición al Parlamento». Joder, de momento solo tiene veintinueve firmas…, «con el intento de llevar el caso de Stu al Proyecto Inocente y poder recurrir su sentencia…». —Edward dejó de leer—. Mira, incluso ha puesto su número de teléfono. «Por favor, ponte en contacto conmigo si tienes experiencia legal o conexión con algún medio de comunicación y crees que puedes ayudarme con el caso de Stu, o si te gustaría recoger firmas. Advertencia: las llamadas de broma se denunciarán a la policía». — Se giró y miró fijamente a Bella.
—¿Qué? —dijo ella, leyendo la respuesta en la curva de la boca de Edward—. Claro que piensa que es inocente. Es su madre. No es una prueba.
—Pero sí es un signo de interrogación —opinó con firmeza, acercando la silla de Bella—. Deberías llamarla. Hablar con ella. Que te cuente cuáles son sus motivos.
Ella negó con la cabeza.
—No quiero molestarla, ni darle falsas esperanzas sin motivo. Es evidente que ya ha sufrido bastante.
—Sí. —Edward le pasó la mano por la pierna—. Exactamente lo mismo que mi madre, y que yo, cuando todos pensaban que Billy había matado a Sid Prescott. Y ¿cómo acabó eso? —dijo, dándose con un dedo en la barbilla, haciendo como que estaba intentando recordar—. Ah, sí. Con una llamada no solicitada a mi puerta de una muy pesada Bellus Maximus.
—Eso fue completamente diferente —argumentó, apartándose de él, porque sabía que, si lo seguía mirando, la convencería. Y no podía hacerlo.
No podía. Porque, si llamaba a esa pobre mujer, estaría admitiendo que había una opción. Una posibilidad de que hubieran encerrado al hombre equivocado. ¿Y el culpable? Estaba en el exterior de su casa, dibujando figuras sin cabeza. Llamándola para que se uniese a ellas. La víctima número seis. Y ese era un juego para el que no estaba preparada. Un acosador era una cosa, pero esto…
—Bueno, pues nada. —Edward se encogió de hombros—. Mejor nos quedamos aquí sentados y hacemos pulsos de dedos, esperando a ver cómo se desarrolla todo esto, ¿no? El método pasivo. Jamás te he visto elegir esa vía, pero bueno, podemos probar, no perdemos nada.
—No he dicho eso. —Bella puso los ojos en blanco.
—Lo que sí que has dicho —continuó Edward— es que todo esto era perfecto para ti, que podías hacerlo sola. Esto es lo que se te da bien: investigar.
Razón no le faltaba, había dicho eso. Era su prueba. Su juicio final.
Salvarse para salvarse a sí misma. Todo eso seguía siendo verdad. Ahora incluso más si existiera esa opción, esa posibilidad, de que hubiera un culpable y un inocente.
—Ya lo sé —admitió Bella en voz baja, seguido de una exhalación muy larga.
En cuanto había terminado de leer el artículo había sabido qué tenía que hacer, solo necesitaba que Edward lo dijera en voz alta.
—Entonces… —Él sonrió, con esa pequeña sonrisa que siempre la desmontaba, y le puso el teléfono en la mano—. Investígalo.
