La boda fue tan sencilla como podía esperarse en las condiciones en las que se encontraban. Para sorpresa de Jill, Dumbledore haría las veces de testigo, garantizándole al ministro bajito y regordete que todo se encontraba en orden y que Severus no la estaba obligando de ninguna manera a contraer nupcias. Sin embargo, el hombrecillo todavía parecía receloso y de vez en cuando dirigía miradas incrédulas de Jill a Severus.
Jill no llevaba un vestido largo y bonito como la mayoría de las novias, sino una sencilla túnica de gala color malva. La misma que no pudo usar durante el baile de navidad de hacía dos años debido a que su padre la había obligado a ir a casa para las fiestas decembrinas. Lo que más le dolió en esa ocasión fue que la prenda había sido comprada por ella misma con sus ahorros. Jamás se habría imaginado que la usaría el día de su boda.
—Te ves hermosa —dijo Severus en cuanto Jill se le unió en el improvisado altar de la habitación del hotel muggle que habían alquilado para la ocasión.
Ella sintió que los colores se le subían al rostro mientras sonreía radiante. No era una boda de ensueño, pero era su boda con el hombre que amaba. No necesitaba mucho más para disfrutar del momento. Bueno, tal vez habría sido agradable tener a sus amigos acompañándola; pero como dudaba seriamente que lo aprobaran, consideraba que era mejor de esa manera.
—Tú también te ves muy bien —dijo Jill.
Vio como un ligero rubor tiñó las mejillas del pocionista. No podría decir que Severus se veía hermoso, porque no era un adjetivo que le pegara de forma alguna. Sin embargo, la elegante túnica de gala de color negro se ceñía muy bien a su cuerpo fibroso, resultando bastante agradable a la vista.
El ministro se aclaró la garganta para dar a entender que era momento de iniciar con la ceremonia. Dumbledore se puso de pie detrás de Severus y le dedicó una sonrisa cordial a Jill. Qué loco resultaba el asunto si se detenía a pensarlo. Casi no se podía creer que el director del colegio aceptara tan de buena gana que un maestro se casara con una alumna. De no ser porque sabía que ella ya no tenía mayor importancia para los planes de Dumbledore, habría pensado mal del apoyo que estaba recibiendo.
—Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio a esta pareja…
Severus escuchaba muy lejanas las palabras del pequeño ministro. Estaba embelesado mirando a la mujer que se convertiría en su esposa en unos cuantos minutos. Se veía increíblemente bien en su túnica de gala, con el cabello negro suelto resaltando contra la tela clara. Se preguntaba cuánto tardaría en quitarle la túnica en cuanto llegasen al diminuto apartamento.
—Severus Tobías Snape, ¿aceptas por esposa a Jillian Artemis Peverell?
Él nunca había pensado en casarse después de perder a Lily, pero ese día no dudo un segundo en responder.
—Acepto —dijo con voz firme, sin apartar su mirada de los ojos grises de Jill.
—Jillian Artemis Peverell, ¿aceptas por esposo a Severus Tobías Snape?
Por un instante temió que ella se asustara y dijera que no. Sin embargo, Jill hizo alarde de su valentía Gryffindor y aceptó casarse con él. Severus casi no se creía que ella se viese feliz de estar uniendo su vida a la suya.
—Yo los declaro unidos de por vida —concluyó con un suspiro el minúsculo ministro. El hombrecito había hecho una pausa en la que parecía haber esperado que Jill se retractara.
Severus reprimió una sonrisa burlona y se animó a besar a su esposa en el mismo instante en que la lluvia de estrellas plateadas convocada por el ministro los envolvía.
Jill miró en todas las direcciones antes de cruzar la calle, nerviosa. Tuvo precaución de pisar con firmeza para evitar resbalarse en la nieve aguada que tapizaba parte del asfalto en esa mañana de mediados de octubre. Estaba segura de que Severus se pondría histérico si se enteraba de que ella había salido del departamento. Y una forma de evitar que lo supiera era si regresaba de una sola pieza, sin darse contra el suelo.
Entró a la cafetería y sonrió ampliamente al verla sentada en una de las mesas del fondo con una taza de alguna bebida caliente frente a ella. Se veía tan bien como siempre, con su cabello castaño suelto cayéndole sobre los hombros. Parecía pensativa.
—Hola —dijo Jill deteniéndose junto a Katie.
La muchacha giró el rostro y se puso de pie de golpe.
—¡Jill! —exclamó a la vez que la envolvía en un abrazo.
Jill la abrazó a su vez, aspirando el aroma a flores del cabello de Katie. Sintió como sus ojos se humedecían y se aferró con más fuerza a la muchacha.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó Katie en un susurro contra su oreja.
—No importa —dijo Jill parpadeando con fuerza para apartar las lágrimas de sus ojos.
—He estado tan preocupada. Todos lo hemos estado —dijo Katie separándose del abrazo de Jill para mirarla a la cara. Su expresión era de alivio —¿Estás bien?
Jill asintió antes de sentarse a la mesa. Katie hizo otro tanto, sin dejar de mirarla como si no diese crédito a sus ojos.
—No me lo creía cuando vi el galeón. ¿Cómo lograste que sólo me llegase el mensaje a mí? —dijo Katie tomándola de las manos. Sonrió y añadió: —. Estás helada.
—Olvidé ponerme guantes —dijo Jill sin darle demasiada importancia a sus dedos casi congelados. Apretó las cálidas manos de Katie, antes de responder a su pregunta —. El año pasado Hermione me explicó cómo usar los galeones de forma individual.
—Sí que es lista esa chica —comentó Katie.
—Por fortuna. Si no, los demás no viviríamos para contarla —dijo Jill con una risita.
Katie sonrió con desgana.
—Jill… Creí que… —Katie carraspeó y comenzó a hablar atropelladamente con los ojos brillantes de lágrimas —. Bueno. No sabía qué pensar de tu partida… Te escribí varias veces…
—Lo sé. Por eso te contacté de esa manera… No puedo decirte mucho —dijo Jill con gesto de disculpa —. Habría querido responder antes. Supongo que estás furiosa.
Katie le soltó las manos y se enjugó las lágrimas.
—No voy a negar que hubo días donde deseaba poder golpearte. Pero últimamente solo rogaba que estuvieses con vida. No podía creer que abandonaras el colegio, así como así. Harry no fue demasiado comunicativo al respecto.
—Harry tampoco está al tanto de mucho —dijo Jill.
Katie volvió a tomarla de las manos, con gesto ansioso.
—Vuelve. Por favor, Jill. Regresa conmigo ahora. Estoy segura de que Dumbledore te dejará volver.
—No puedo, Katie. Me encantaría poder decírtelo todo, pero no puedo. Hay muchas cosas en juego y ni siquiera sé todo lo que ocurre realmente. Sólo estoy confiando en que todo salga bien —dijo Jill con pesadumbre.
—Supongo que no estás sola en esto, ¿no?
—No. ¿Te sentirías más tranquila si te digo que Dumbledore está en todo esto?— Jill acarició los nudillos de Katie con la yema de sus dedos.
Katie la miró fijamente. Sus ojos reflejaban todas las preguntas que ella estaba conteniéndose en hacer.
—¿Volveré a verte? —dijo al fin.
—Quizá —dijo Jill, sintiendo cómo el corazón se le desbocaba cuando se decidió a ser lo más honesta posible con Katie —. Pero tengo algo muy importante que decirte, Katie. No voy a poder ocultártelo por siempre.
—Suéltalo entonces —la apremió Katie. Pudo sentir las manos de Katie tensarse dentro de las suyas.
Jill tragó saliva y tomó aire profundamente.
—Me he casado, Katie. Y estoy embarazada.
La chica frunció el entrecejo, como tratando de procesar sus palabras. Después soltó sus manos de las de Jill de forma delicada, poniéndose de pie en el proceso. Rebuscó en el bolsillo de su abrigo, todavía con el entrecejo fruncido y sin decir ni media palabra. Al fin sacó un par de billetes muggles y los puso sobre la mesa, antes de dar media vuelta y emprender camino hacia la salida.
Jill, quien había esperado gritos y reclamos, se quedó estática en su asiento, viendo la espalda de Katie mientras se alejaba. Solo fue capaz de reaccionar cuando la puerta de la cafetería se cerró tras la muchacha que ella tanto había amado, a quien todavía amaba de alguna manera.
—¡Katie! —exclamó poniéndose de pie a la carrera y yendo tras ella.
Salió al frío aire de la transitada calle del mundo muggle y tuvo que estirar el cuello para ver la ubicación de Katie en medio de la multitud. La localizó casi llegando a la esquina y echó a correr hacia ella, empujando a algunos distraídos transeúntes en el proceso.
—¡Katie! —gritó, deseando que no se fuese a desaparecer antes de poder hablar con ella.
No tenía muy claro qué iba a decirle para que entendiera su situación. Katie no tenía conocimiento de todo lo que había vivido en su infancia, de modo que era muy complicado explicarle que el niño que llevaba en su interior no había sido más que el resultado del rompimiento de un hechizo, que jamás habría sido traído al mundo si no se hubiese enamorado a tal punto de Severus Snape.
—Katie, Katie, espera —le sujetó la manga del abrigo en cuanto la alcanzó, encorvándose un poco, intentando recuperar el aliento.
—No sé qué decirte, Jill —dijo Katie continuando con su andar rápido hacia la esquina, obligando a Jill a trastabillar tras ella.
—Tenía que decírtelo —dijo Jill jadeando tras ella, todavía sin soltarse del abrigo.
—¿Qué esperas de mí? —Katie se detuvo en cuanto giró la esquina y se adentró en un callejón solitario —. Me he saltado mil normas de la escuela al salir de Hogsmeade y aparecerme aquí. Y todo para que me digas que estás jugando a la casita bajo la bendición de Dumbledore.
—No estoy jugando a la casita —dijo mosqueada —. Si supieras lo que está pasando…
—¡Entonces dímelo! ¡Dime cómo son las cosas, para poder entender las estupideces que estás haciendo! —esta vez la voz de Katie sí se elevó.
—¡No puedo! ¡Te lo diría si pudiera! —exclamó Jill.
Katie se pasó los dedos por el cabello y miró a la sucia pared detrás de Jill.
—Ya sé que estás viva. No necesito más que eso —musitó. Tragó saliva antes de añadir: —. No quiero saber qué otra cosa inmadura y estúpida vas a hacer de aquí en más. No vuelvas a contactarme, Jillian Peverell.
Antes de que Jill pudiese decir media palabra, Katie giró en el lugar y se esfumó con el conocido chasquido de la desaparición.
