Oigan, este va a ser un churro telenovelero, una trama simple que bien podría implicar un largo capítulo para uno de esos populares programas de la televisión mexicana.
Declaración: ninguno de los personajes aquí expuestos me pertenecen, todos corresponden a Disney.
Clasificación M, por probables escenas.
Antes de conocerte yo sabía que te amaba
Capítulo 1.
"Cuando te levantes en la mañana, recuerda lo afortunado que eres: estás vivo, puedes respirar, pensar y disfrutar la vida".
Anna arrancó la hoja del calendario con la frase del lunes y la guardó en su bolso, comenzaba otro día perfecto y el proverbio de autor desconocido no hizo más que resaltar lo afortunada que era. Las cosas parecían conspirar a su favor, como la mayoría de las veces. Rondaba la plenitud de los veinticuatro años con excelente salud y una vida desahogada.
Esa mañana se levantó temprano después de una noche placentera con sueños agradables y un clima delicioso, a pesar del verano.
En la cocina el aroma a huevos revueltos y tocino recargó su batería, Iduna le dejó su plato servido junto a una humeante taza de café. Era aceptable para Anna porque sabía que su madre adoraba esa actividad, una costumbre de años. A veces desayunaban todos juntos, retratando a la perfección una familia decente. Y después cada quien partía a sus actividades.
Anna vio la hora en su reloj de mano y dedujo que le tomaría veinte minutos llegar a su destino, lo que le quedaba perfecto, porque odiaba llegar tarde.
Sorbió el último trago de café y depositó la taza sobre el fregador, dirigiéndose a la sala para llamar a su madre. Cogió los libros y su mochila y todavía tuvo tiempo para observar su reflejo en el espejo colocado cerca de la puerta, un recordatorio para confirmar que su imagen es perfecta antes de salir a darle la cara al mundo. La muchacha se acicaló el pelirrojo cabello, en tanto Iduna asomaba la cabeza desde el salón para despedir a su hija.
―No llegues tarde, tu padre vendrá a comer.
Anna asintió con la cabeza y le lanzó un beso en el aire, Iduna le guiñó mientras ajustaba el chal a su delgada figura. Su madre era una mujer joven y atractiva, la pelirroja lamentaba el hecho de que se embarazara a tan corta edad, pero al parecer Iduna lo veía de otra manera, Anna era la luz de sus ojos.
La muchacha quitó el seguro del coche, un práctico Golf GTE que le regalaran sus padres en su cumpleaños número veinte; antes de tenerlo, Anna fue esa niña mimada que desconoce las rutas del transporte urbano, pues la regla en casa era jamás llegar sola a ninguna parte, y jamás retirarse sin el conocimiento de alguno de sus progenitores, por lo menos. A ella no le molestaba, su excepcional educación le hacía entender que sus padres procuraban siempre su mayor seguridad, así como hacerle cómodas las cosas, porque podían, porque eran responsables y sobre todo, porque la amaban.
Aunque la pelirroja también aceptó que en muchas ocasiones habría deseado ensuciarse las manos un poco, perderse entre las calles, vagar por el mundo con los zapatos mojados. No obstante con la lluvia de toda la noche agradeció el cariño de sus progenitores al proveerle el vehículo personal, llegaría a tiempo a su destino y con los zapatos secos.
El automóvil salió de la cochera para internarse en las calles de uno de los barrios de mayor prestigio de la ciudad.
Anna Hansen era una chica que lo tenía todo.
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―¿Algún libro que te interese?
―Todavía no me decido, muchas gracias. Quizá al terminar la conferencia me acerque por tu ayuda.
―Seguiremos aquí.
La muchacha le sonrió devolviéndole el gaffette donde registró su llegada. Anna lo metió en su bolso internándose al amplio salón donde una multitud de profesionistas de la salud comenzaban a abarrotarlo. Pese a ello, todavía quedaban excelentes lugares qué ocupar, ella siempre optaba por las primeras filas para evitar distracciones, no obstante, estando a mitad del pasillo y con todas las opciones a su alrededor, una corazonada del destino la dirigió hacia las butacas de la última hilera.
Se sentó cerca del fondo, agradeciendo la posibilidad de colocar su mochila en el respaldo y no sobre el suelo, además que tomar apuntes sería más fácil dado que nadie estaría importunándola para pasar. Se dedicó a ponerse cómoda en tanto la conferencia daba inicio y los lugares alrededor de ella se ocupaban, al final solo uno quedó vacío, justo el de su derecha. Anna asintió, agradecida de no tener que lidiar con alguna pareja de practicantes molestos.
Media hora más tarde, cuando la conferencia se encontraba cerca de la cúspide de la tan anhelada cátedra, una persona ocupó la silla vacía con la debida delicadeza para no molestar a los escuchas. Anna percibió el arribo de la recién llegada por el aroma mentolado de su perfume, fresco y delicioso.
El instinto de la muchacha fue mirar de soslayo para tener una noción de quién olía tan espléndido, aunque un tanto irritada porque a pesar de sus esfuerzos por ser puntual, de nada le valían si los demás llegaban tarde, lo que implicaba distracciones innecesarias.
―Lo siento ―se disculpó la joven.
Y la pelirroja atinó a responder con un escrupuloso asentimiento de cabeza, intentando conservar sus modales pero con evidente fastidio. Levantó la vista para encontrarse con un par de ojos azules que la miraban con pena.
La joven pelirroja, que realizaba apuntes antes de la interrupción, detuvo su escritura por un segundo mientras intentaba grabarse a velocidad luz las finas y hermosas facciones de la otra mujer.
Asustada por la dirección que tomaron sus pensamientos y evitando ser descubierta, volvió la vista a sus notas. La recién llegada pareció comprender la irritación de su colaboradora y se dedicó a los suyo, pero no pasó mucho tiempo antes de que Anna volviera a mirar de soslayo y la encontrara buscando algo que insistía en esconderse. La muchacha, de cabellera rubia platinada se tocaba los inexistentes bolsillos de su blusa, sin tener éxito, hasta que Anna finalmente le ofreció uno de sus bolígrafos.
―Oh, ¿de verdad? Gracias ―susurró ella ―, no sé dónde tengo la cabeza que no logro encontrar el mío por ningún lado, estaba segura de tener un estuche con algunos.
―Está bien, puedes usar este lo que necesites.
―Siento estar demasiado ruidosa y me disculpo si te molesto por…
―No me molestas, todo está bien.
Dijo Anna, sin mentir, ¿pues cómo iba a molestarle volver la cabeza y encontrarse con largas y esbeltas piernas que seducían hasta a la persona más concentrada?
La de las piernas largas asintió y volvió la atención hacia algo que creyó era su libreta de apuntes, pero en su lugar había sacado un libro, así que buscó una cosa más en su portafolio sin buenos resultados. Anna lo observó todo por el rabillo del ojo. La muchacha se maldijo internamente aunque la pelirroja alcanzó a detectar el susurro de una grosería. Y antes de que esta pudiera ofrecerle una hoja, la joven platinada había garabateado palabras en los espacios en blanco de su libro.
Anna sonrió. Parecía una chica torpe pero definitivamente adorable.
―Disculpa, ¿hace mucho que inició la conferencia?
―Hace… cuarenta minutos, aproximadamente.
―Demonios, me perdí más de la mitad.
―Comenzó exactamente a la hora programada.
―Tuve algunos imprevistos ―respondió la otra mujer, peinándose el rubio cabello ―, tomé un taxi, había tráfico y encima parece que olvidé mi mochila en el transporte. Mal día ― dijo ella, lamentándose mientras movía la cabeza ―. Perdona, te sigo interrumpiendo, no lo vuelvo a hacer, puedes… volver a lo tuyo, te devuelvo tu bolígrafo al final.
Anna asintió, pero no le molestaban las interrupciones.
―No me interrumpes ―dijo después ―, y según sé el Dr. Éricksson presentará esta misma conferencia en Northuldra pasado mañana, si pudieras ir allá la escucharías completa. O puedes acceder a las grabaciones en la plataforma.
La rubia sonrió.
―Gracias. En realidad ese hombre es mi tío y sacaré ventaja de nuestro parentesco. ¿Crees que fui demasiado presuntuosa?
A Anna le pareció que era la sonrisa más bonita que haya visto jamás. Se perdió.
―Soy Elsa.
―Anna.
Alguna extraña sensación recorrió el brazo de Anna al contacto con la mano de Elsa, sintió, incluso, que se le erizaron los vellos de la piel.
Cuando levantó la vista, la rubia la miraba de manera semejante, como si en ese momento ambas se conectaran de manera mística.
El resto de la conferencia se condujo entre breves y puntuales comentarios académicos sobre el tema, Anna se dio cuenta que prestó demasiada interés en Elsa cuando esta se puso de pie para formular una pregunta. Normalmente su atención se centraba en las preguntas y respuestas, nunca en quien las formulaba. Pero esta vez, la pelirroja divagó entre el aprendizaje de un nuevo modelo de componente químico, a un cuerpo modelo de perfección divina.
Observó a la joven mientras esta hablaba con desenvoltura, llevaba una elegante falda negra hasta la rodilla que permitía esa agradable vista de piernas largas y perfectas, en combinación con zapatillas blancas y una blusa del mismo color perfectamente abotonada; por la condición de su cabello, se notaba que vivió un par de aventuras antes de arribar al evento, siendo este su meta final. Era una joven alta y, bajo la apreciación de una mujer heterosexual como Anna, sumamente hermosa y sexy.
Anna no entendía por qué estaba sonriendo cuando la joven ocupó de nuevo su butaca, el gesto le nació naturalmente, lo que jamás esperaría con tan penosa presentación de su contraparte. Anna no odió en Elsa lo que solía detestar en el resto de las personas.
Minutos más tarde, mientras la gente se amontonaba para salir del salón, la rubia y la pelirroja decidieron aprovechar el rato para continuar su charla.
―Debe ser difícil para ti venir de una familia de médicos, ¿no te sientes presionada por hacer lo que todos ya hacen bien?
―Me gusta la medicina, hay algo en el hecho de ayudar a la gente que me atrae. Era esto o derecho, pero honestamente no me veo en tribunales discutiendo sobre pensiones alimenticias. Mi vida está entre pacientes con catarro y un lego atravesado en la nariz. ¿Y tú? ¿Cómo fue que te interesaste por la bioquímica?
Anna observó a la muchacha, encontrando paz en cada uno de sus gestos, serios y formales, pero evidentemente amistosos.
―Bueno, como toda ginecóloga siempre he sido curiosa respecto a nuestro cuerpo y aquello que lo compone; es una forma de encontrarle explicación a mi atracción por los chocolates cada catorce de febrero, quizá.
La rubia cogió su maletín y metió su mano libre en el bolsillo de su falda, cediéndole el paso a la pelirroja mientras deducía con cuántos centímetros la sobrepasaba.
―Interesante, así es como nace la ciencia.
―Era un chiste ―dijo Anna, un poco roja de la pena ―, fue un comentario cursi a propósito.
―No me lo parece… Bueno, sí, pero también es válido, de ese modo es como parten muchos principios en la investigación, ya debes saberlo, pero si necesitas conocer más sobre este tema, puedes llamarme y con toda amabilidad atenderé tus dudas.
La pelirroja se detuvo unos instantes mientras Elsa se adelantaba varios pasos, deteniéndose luego para mirar hacia atrás.
―¿Te quedas?
―Ah… ¿es… esta la… forma… ―preguntó la otra chica ―de pedirme mi número de teléfono?
―¿Bromeas? ―respondió la rubia ―Es la forma directa de que aproveches la situación y pidas el mío, y me llames después ―le sonrió, con esos labios seductores y dentadura perfecta ―. No lo sé, tal vez podríamos… ir a tomar un café y conversar sobre medicina, química y telenovelas mexicanas.
Anna rio, por el tono sarcástico usado por Elsa y también porque la forma inusual de intercambiar sus números se le había ocurrido igualmente, aunque de una forma menos creativa.
―Bien, no tengo problema con darte mi número de teléfono ―dijo Anna, sacando su móvil.
―En realidad… creo que mejor te doy el mío y que mi madre me perdone por ser tan fácil ―argumentó, negando con la cabeza ―. Pero… espero que quede claro que mi actuar se debe a mi serio compromiso con la ciencia.
―Mm, ¿es así como empleas el viejo truco de no tener mi teléfono para evitarte la llamada y no sentirte culpable después?
Los ojos azules de la rubia la traspasaron, brillantes y expectantes.
―Bueno, verás… sucede que perdí mi cartera, ni siquiera sé cómo pagué el taxi. Creo que bajé pensando que llevaba todo conmigo. Realmente extrañaré mis crayones.
―¿En serio? ¿Perdiste tu cartera? ¿Necesitas que te lleve a algún lugar?
―No, no, tomaré el subterráneo.
―Déjame llevarte ―se acercó Anna, terminando de guardar sus cosas―, podemos ir a la central de taxis para averiguar si reportaron tu mochila extraviada.
―¿Harías eso por mí?
―Será como… ayudar a un indigente ―Elsa la observó, sonriendo―. No soy buena haciendo chistes.
―Ciertamente no lo eres ―convino Elsa ―, pero no te observaba por eso; es que… ―se detuvo, mirando fijamente a Anna ―. Ah, nada, está bien, acepto que seas mi uber.
La pelirroja volvió a reír mientras conducía a Elsa hacia su vehículo. La verdad es que jamás había disfrutado tanto de una compañía.
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I knew I loved you, de Savage Garden sonaba de fondo cuando Anna recibió un mensaje de whatsapp de Elsa, la pelirroja pasó la tarde entre artículos de química forense y revisiones periódicas a su celular, aguardando a que Elsa le escribiera, y aunque ella no prometió hacerlo esa noche, estaba ahí, una bonita imagen con un mensaje más esperado que el final de sus residencias.
Anna tomó el móvil entre sus manos y se recostó sobre la cama, en su momento le pareció obsesivo pero aun así configuró el tono de llamadas y mensajes en el contacto de Elsa Ekman una vez que la dejó en alguna biblioteca de la ciudad; de ese modo, cuando el teléfono sonó, sabía que era ella y no pudo evitar que una sonrisa de alegría se dibujara en sus labios, tal como ese golpeteo en el corazón.
―¿Cuáles son tus chocolates favoritos? ―fue la pregunta.
Anna consideró que tal vez sería imprudente contestar de inmediato, Elsa podría pensar que estaba pendiente de su teléfono y no quería ensuciar su imagen como una persona que vive al tanto de sus redes sociales. O que estaba ansiosa porque le escribiera.
―¿Vas a regalarme chocolates?
―¿Es muy pronto para eso?
La sonrisa de Anna parecía un bonito bordado en su rostro, ¿era ese un coqueteo sutil? Para su mala suerte, otro mensaje llegó.
―Mencionaste una "extraña" atracción por los chocolates, y que esto despertó tu curiosidad hacia la química humana. Pues eso despertó la mía, así que debía saber más.
La pelirroja comprendió el mensaje y se obligó a decidir cuáles serían sus chocolates favoritos, amaba esos dulces, así que nunca se cuestionó su predilección por alguno en particular.
―Creo que… me gustan con un ligero sabor a menta ―de repente Anna recordó el aroma mentolado y lo mucho que ahora le gustaba, evitando ignorar todos los posibles porqués ―. Si huelen delicioso, deben saber delicioso.
De haber estado con Elsa en ese momento, aquella frase le habría valido a Anna un deseo irreprimible de que la tragara la tierra. No solo por lo atrevido en la selección de sus palabras, sino por el seductor tono de voz que pasó por la mente de la pelirroja. Sus mejillas se encendieron como el color de su cabello antes de darse cuenta que tenía esa mirada tonta y que la coqueta era otra.
―Oh, muy bien. Bueno, debo leer algunas cosas y después escribir un par de textos y tú seguramente tienes cosas qué hacer ―Anna negó con la cabeza ―, así que me despido.
La chica Hansen vio cómo la palabra "escribiendo" apareció y desapareció en varias ocasiones de la pantalla de su celular, al parecer Elsa escribía y borraba mensajes hasta encontrar uno preciso. Finalmente se decidió por uno directo, pero con ese estilo que Anna ya reconocía.
―También quería decirte que fue un gusto conocerte, y que si tienes oportunidad estaré este sábado en El tío Oaken a las seis de la tarde… por si deseas que autografíe tu cuaderno de Spiderman.
La pelirroja se soltó a reír.
―¿Es una burla hacia mi gusto por el hombre araña?
―Por supuesto que no, cuando era niña mi madre me obligó a pedir dulces en Halloween con un disfraz del Capitán América. Tu libreta de Spiderman solo me indica que tu rostro de ángel esconde a una auténtica friky, pero también es interesante y te daré la oportunidad de que me expongas en veinte minutos tu interés por los súper héroes.
―¿Ah, sí?
―Y después de eso serán cuarenta minutos de preguntas y respuestas.
―Me parece una excelente oportunidad de presentarte mi tesis entonces. Bien, llevaré mi libreta de Spiderman el sábado a El tío Oaken para que le pongas tu firma.
―Excelente. Te veo ahí, y hasta entonces, cuídate por favor. Y ten linda noche.
Era lunes, Anna solo tendría que esperar cuatro largos días para volver a ver Elsa, cuatro infinitos días, la pelirroja podría soportarlos excepto porque Elsa no mencionó que le escribiría durante ese tiempo.
Anna subió el volumen de la música cuando Can't help falling in love, de Elvis Presley sonaba en la radio, se dio vuelta en la cama con el teléfono en sus manos mientras ingresaba al perfil de whatsapp de Elsa y sonreía, mordiendo suavemente su dedo índice, una acción ejemplar en ella cuando algo la hacía feliz.
O le gustaba.
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Para el jueves, Anna ya no resistió las ganas de escribirle a la doctora, la paciencia que guardó por varios días terminó por vencerla y, siendo consciente que con toda probabilidad Elsa estaría ocupada con el trabajo, decidió enviarle un pequeño e inocente mensaje.
Para ese entonces la muchacha pelirroja había buscado el perfil de la pediatra en cuanta red social se le ocurriera, decepcionándose del poco material disponible pues al parecer, la rubia no era una persona muy sociable, o más bien era conservadora y discreta. A pesar de su mala suerte y sintiéndose una vil chismosa, logró tomar algunas capturas de pantalla y guardar escasas fotografías que encontró.
Elsa era muy hermosa y por sus discretos perfiles en la red, un tanto tímida, cualidad que distaba de la mujer que conoció en persona. La discrepancia entre la enigmática mujer de las redes sociales y la de la vida real le llamaron la atención a Anna pareciéndole a su vez, aspectos muy atractivos de ella.
Y justo cuando comenzaba a redactar su mensaje Anna se dio cuenta que Elsa ya le escribía. Inmediatamente salió de su ventana de chat y se entretuvo en los perfiles de sus otros contactos esperando el mensaje de la rubia, mismo que tardaba. Se vio tentada a husmear, pero temía que la descubriera, así que esperó y justo cuando la tentación no pudo más ingresó al chat de Elsa justo en el momento en que llegaba su mensaje.
―Maldita sea ―murmuró la pelirroja.
Había pasado dos minutos en espera y entre lamentos y auto regaños la muchacha del cabello cobrizo literalmente contó hasta treinta segundos para leerlo y responder. Pensó si sería bueno desactivar su "visto" y activar sus palomitas una vez que dejara de sentirse tonta.
El mensaje de la rubia fue corto.
―¿Me das tu hora?
Sin saber exactamente por qué, a Anna le latió el corazón.
―Ahmmm… ¿las siete treinta…? ―y agregó, curiosa ―¿Por qué necesitas saber mi hora?
―Mi teléfono de pared se descompuso y a los digitales se les agotó la batería.
―Ah, ya ―dijo Anna, sabiendo que Elsa podía ver la hora en su teléfono ―. Bueno, y ya que me escribes, aprovecho para hacerte una consulta.
―¿Es sobre medicina?
―Sí.
―Diablos ―y luego agregó un emoji divertido ―Estaba leyendo un par de artículos y de repente sentí tus ganas de escribirme, así que te ahorré la pena de hacerlo. Dime, ¿en qué te puedo servir?
La noche se les fue conversando sobre genética.
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Anna Hansen se miró en el espejo a la entrada de El tío Oaken, abotonó su suéter y posó con su nueva imagen, solo para volverlo a soltar, convencida de que un aspecto serio no es la impresión que deseaba mostrarle a Elsa, pero tampoco el otro extremo, ese donde las chaquetas de cuero y delineador oscuro eran los detalles favoritos de Anna; era sábado y su cita de esa tarde parecía verse fabulosa hasta con esa camiseta manchada de pintura de colores que descansaba a su lado en el respaldo del sillón.
La vio de espaldas, con una humeante taza de café y dos libros abiertos al frente. Anna se peinó los mechones de cabello y acomodó el largo de su blusa antes de caminar en calmada apariencia hacia la joven mujer.
Los ojillos azules de la atractiva doctora recorrieron su rostro antes de sonreírle y ponerse de pie para extenderle la mano a modo de saludo.
La pelirroja le correspondió de la misma manera, sin pasar por alto ese detalle, estaba acostumbrada a los saludos con beso y ansiaba el momento para indagar las razones de Elsa por hacerlo de aquella forma inusual.
La muchacha rubia le abrió su silla y la invitó cortésmente a ocuparla, poniéndose cómoda una vez que la pelirroja tomó su lugar y le sonrió. No es que Anna desconociera esos tratos, las muestras de caballerosidad las vivía a menudo, sobre todo con su padre. Pero esta era la primera vez que una mujer se comportaba así con ella. Y la experiencia le fascinó.
―¿Cómo estás? ―le preguntó la joven, mientras alzaba la mano para llamar al mesero.
―Excelente. ¿Llevas rato esperándome?
Elsa miró su reloj de mano.
―Como dos horas, pero no te preocupes, aproveché tu tardanza con una lectura ligera ―bromeó; en realidad ambas llegaron antes de la hora que acordaron ―. Es bueno que estés aquí, por un momento me volvió loca la idea de lo fascinante que puede ser la medicina nuclear.
Anna volvió a sonreír, un gesto que ya se le estaba haciendo costumbre cuando se trataba de Elsa. Seguramente la joven decidió llegar más temprano para permitirse un rato de estudio.
―Prefieres la pediatría, ¿cierto?
―Social, siempre.
Elsa esperó a que el mesero tomara la orden de Anna antes de proseguir con la conversación.
―Te debía un café, fuiste muy amable conmigo y gracias a ti recuperé mis cosas.
―Ya me habías dado las gracias.
―Sí, pero… ya sabes, nunca está demás tomar un café con una mujer que luce estupendo los suéteres bordados. Con esto saldo mi deuda por tu servicio de uber.
―Me temo que el café cuesta más.
―Diablos, ahora tendrás qué invitarme tú y esto se volverá un ciclo continuo de salidas entre nosotras.
Anna la observó, divertida.
―¿Vienes aquí a menudo?
Elsa bebió de su café y se recargó contra el respaldo del sillón.
―Voy a Café Atohallan, pero este lugar también es bueno, y además está cerca del salón donde nos conocimos.
―Hubiera ido a Café Atohallan de cualquier forma, aunque resultara problemático.
La muchacha rubia volvió a mirarla fijamente a los ojos, y luego buscó en su mochila.
―Espero que estos te gusten ―comentó, entregándole una caja de chocolates ―, pedí referencias a otros amantes de los dulces y me dijeron que estos eran la mejor opción si no es mi intención contribuir a un posible cuadro de diabetes.
Anna tomó la caja entre sus manos, profundamente conmovida.
―¿No que solo fue curiosidad?
―Truco de expertas. Aprovechando que es sábado, que te gustan los chocolates y que forman parte de una bonita historia sobre tu vida.
Anna no sabía cómo responder a eso, ni al "truco de expertas", ¿qué querría decir la rubia con eso? ¿Qué lo hacía a menudo? Para su fortuna, una llamada entrante interrumpió su embarazoso momento, pero al ver el nombre de su contacto tuvo ganas de que la tragara la tierra.
Elsa notó su incomodidad y guardó silencio, permitiéndole espacio para que la pelirroja pudiera atender su llamada, pero Anna decidió apagar su teléfono y lo abandonó en algún sitio sobre la mesa. Creyó vislumbrar en la rubia una sonrisa divertida. Pensó si tal vez habría sido mejor contestar.
Notando que Anna ignoraba su teléfono y la posibilidad de una llamada importante, la chica Ekman decidió aprovechar el tiempo para proceder a una suntuosa charla de profundas reflexiones y anécdotas de sus vidas, por vergonzosas que estas fueran.
La pediatra le llevaba a Anna tres años, nacida en diciembre, mientras que Anna cumplía años en junio, Elsa lamentó haberse perdido su cumpleaños.
La madre de la mayor dirigía un hospital privado en el que la muchacha ejercía su carrera como pediatra, de manera que mantenía un horario desahogado que a su vez le permitía ocuparse de otras cosas relativas a la medicina. Y también se preparaba para incursionar en otras ramas, ya que Elsa además de realizar investigación, analizaba ofertas en el ámbito docente.
Especialista en pediatría, a Elsa le gustaban los niños.
Anna por su parte recién había terminado sus residencias y ahora colaboraba en otro hospital privado al lado este de la ciudad con el tiempo justo para que, apoyada por sus padres, abriera su propio consultorio en Ginecología mientras reforzaba su aprendizaje con seminarios y simposios, como ese donde conoció a Elsa. La educación en las ciencias de la salud de Arendelle era una de las más avanzadas en el mundo, y adecuada para generar médicos no solamente capaces, sino con tiempo para vivir, lo que coincidía con su política de salud pública.
El padre de Anna manejaba una empresa de bienes raíces mientras que su madre, Iduna, trabajaba desde casa en diseño gráfico.
Ambas inmersas en el mundo de la ciencia médica, Anna Hansen jamás creyó encontrarse a una mujer tan fascinante como Elsa Ekman. Necesitaba conocerla más, de esa y otras formas.
―¿Me vas a decir que no tienes un estante con una docena de ositos de peluche que te regalaban tus admiradores?
―¿Consideraste regalarme uno tú?
Anna tragó, sabía que Elsa solo estaba bromeando pero aun así no podía ocultarse a sí misma el hecho de que, camino al café, pensó en mil detalles que podría obsequiarle a Elsa, solo para mantener su atención.
―Tal vez no un osito de peluche, pero considerando que no te conocía realmente bien, puedo invitarte este café.
―Oh, no, recuerda que es mi pago por tu servicio. Tú me invitas en otra ocasión.
―Te voy a invitar en esta y otras ocasiones, las que quieras.
El ofrecimiento fue sincero e inocente, pero para ambas, en tan sencillas palabras hubo algo más que un gesto amistoso, y se lo dijeron la una a la otra en una sola mirada.
La tensión entre las chicas se interrumpió por una voz que llamó a la pelirroja por su nombre.
―Hey, me dijiste que estarías estudiando.
Las mejillas de Anna igualaron el color cobrizo de su cabello.
―Ryder… ¿qué haces aquí? ―masculló, nerviosa.
―Solo pasé por un café, nena, descuida. ¿O es que acaso te descubrí en medio de algo?
―¿Qué? No, yo solo… tuve un par de horas libres así que me pareció bueno salir a… tomar un respiro.
―Ni te alteres ―respondió el chico, sentándose a la mesa y pasando un brazo por los hombros de Anna ―, me llamó Gormsson, estaré de guardia veinticuatro horas. Así que vine por uno de esos cafés que te mantienen activo toda la noche. Es bueno verte, aunque sea por algunos minutos ―Y luego se volvió a la rubia ―. Elsa, ¿cómo estás? No sabía que ustedes se conocían.
―Ahmm, pues…
―Nos acabamos de conocer.
―Prácticamente.
Ryder asintió, observando a las muchachas, no parecía que le perturbara el hecho de encontrarlas juntas y de que se conocieran. O que Anna le mintiera. La incomodidad de la pelirroja a esas alturas la estaba ahogando, lo que Elsa encontraba muy divertido.
―Bueno, disfruten la velada. Hay muchas vidas qué salvar. Te llamo después, nena ―Ryder le sacudió el cabello y le besó la frente a Anna.
―Hazlo ―dijo la mujer, con un hilillo de voz.
―Por cierto, Elsa, si con el enorme oso de peluche que mi hermana compró para ti no es suficiente para que al fin le truenes sus huesitos, va a terminar arrojándose de la montaña del norte un día de estos. Y me debe cincuenta dólares, tiene que vivir. En fin. Chao, nenas. Oh, y por favor, Elsa… no lleves a mi chica a su casa.
Elsa levantó las cejas y sonrió, mientras Ryder guiñaba para ambas. ¿Acaso estos dos compartieron algún chiste local? Pensó la pelirroja.
Las dos mujeres se miraron entre sí, al parecer tenían algunas cosas por las cuales acusarse la una a la otra y antes de ser la primera en someterse al interrogatorio, Anna comenzó.
―¿Así que ninguna experiencia con osos de peluche?
La rubia se mordió el labio, ya no eran "ositos de peluche", sino "osos", la ternura de Anna para referirse a ellos cambió.
―Fallé. Y para que conste, no tenía idea de que Honeymaren fuera a regalarme un oso de peluche.
―Un enorme oso de peluche.
―Un enorme oso de peluche, soy alérgica al peluche.
―De acuerdo, entonces, nada de peluches.
―De peluches, cero. Y para que conste, los Abrahamz son amigos de hace años.
―Okey.
―Okey.
Elsa esperó, pero Anna bebía de su café mientras dirigía su mirada al resto de los comensales, sin decir nada más, hasta que la rubia llamó de nuevo al mesero para pedir otra bebida.
―Tú vas a pagarlo ―le dijo a la pelirroja ―, por favor sírveme el más caro, esta noche me quiero emborrachar ―el mesero soltó una risa perceptible y aunque Anna quiso seguirlo, el remordimiento le pinchaba la conciencia.
―Yo… ―comenzó erráticamente, y Elsa esperó agónicos segundos, solo para verla sufrir ―Yo…
Finalmente la rubia decidió interrumpirla, consciente que de otro modo su atractiva acompañante sería incapaz de defenderse.
―No creas que no consideré la posibilidad de que salieras con alguien.
Rápidamente los ojos de la pelirroja se abrieron como platos, intentando articular algo en respuesta, pero solo consiguió encogerse de hombros, sintiéndose terrible y confusamente mal.
Ryder era un chico bueno, muy bueno, amable y simpático y uno de los pocos compañeros soportables que tenía Anna, le gustaba salir con él las veces que coincidían. A sus padres les agradaba y estaba segura que en sus mentes existía la vaga ilusión de que se casara con él, y Anna tampoco descartaba la idea. Claro, eso hasta que Elsa llegó y entonces cualquier mínimo de atención que otras personas pudieran obtener de Anna quedaron en el olvido, ridiculizadas al extremo y pisoteadas hasta desaparecer.
―No somos novios, solo compañeros de trabajo con el que… salí algunas veces…
―¿Tus padres lo conocen?
"¡Maldita sea!", pensó Anna, y casi se muerde las encías.
―Sí.
―Es un buen chico, conozco a sus padres y son personas estupendas. Así como Ryder, su hermana también está involucrada con la medicina, y todos colaboran junto a mi familia en algunas actividades. Me cae bien. Lo apruebo ―dijo Elsa, guiñándole a una pelirroja que parecía tener la necesidad de gritarle algo.
La ilusión de la noche se desvanecía delante de los ojos de Anna y ella solo esperaba que un ovni volara sobre su cabeza y la absorbiera. Tenía qué decir algo, pronto.
―Honeymaren es una buena amiga. Qué gran casualidad, y qué mundo tan pequeño que su hermano resultara tu… ¿interés?
Anna no podía hablar, luchaba por encontrar las palabras precisas, cualquier cosa que le ayudara a arreglar aquello. Tenía una cita agradable y la programación de varias más que por supuesto deseaba, seguramente Elsa ya no querría salir con las mismas intenciones con ella, de hecho, no estaba segura si Elsa aún continuaba interesada en sus citas.
El sonido de las delgadas manos de la rubia tamborileando sobre la mesa la sacaron de sus angustiados pensamientos. Elsa tenía puesto un holgado suéter azul que le pegaba de maravilla a su pálido color de piel, el cabello lo recogía en una trenza que le caía hermosa sobre la espalda, con algunos mechones sueltos. El atinado desorden en su cabello platinado le encantaba a Anna, incluso sentía ganas de revolverlo más. Debía ser una característica propia de la inusual mujer.
―Si me lo permites, hacen una bonita pareja.
"¡No!", se gritaba internamente Anna, no es así, no es como piensas; pero su gritó agónico fue interrumpido de nuevo por la muchacha rubia.
―¿Tienes algo qué hacer el próximo sábado?
Sorprendida por el giro de la conversación, Anna cambió las palabras que ya tenía listas para suplicar.
―¿El próximo sábado? No… creo que no.
―Es que, ¿sabes? Tengo este compromiso, pero también quisiera volver a verte, de… de ser posible, claro está. Antes de invitarte a este sitio pensé en llevarte allá pero me pareció inapropiado y, si no te parece demasiado insinuante… tenía demasiadas ganas de volver a charlar contigo ―"¿Y ya no las tienes?", se lamentó la otra joven ―. En caso de que no te genere ningún conflicto de tiempo y actividades, me encantaría que me… acompañaras, podría ser divertido. Y aclaro que no habrá ningún problema en caso de que no puedas, o de que quieras llevar a Ryder.
En apariencia se veía segura, pero como Anna conocía bien ese diálogo forzado, vio en el rostro de Elsa marcados rastros de nerviosismo, esa chica estaba haciendo esfuerzos enormes por llamar su atención. Tal vez, después de todo, no le importara en absoluto lo de Ryder.
Anna revisó mentalmente su agenda de esa semana, tenía muchas cosas qué hacer pero estaba segura que podía adelantar algunas para dejarse libre la tarde del sábado.
―Yo… Sí, quiero acompañarte. ¿Debo de…? Mm, ¿llevar algo? ¿Vestirme de alguna forma?
―Bueno, no lleves tu mejor suéter, la lucha en lodo podría maltratarlo ―sonrió, de forma tan bella que Anna pensó en una bonita fotografía para su perfil de Facebook. Por si fuera poco, Elsa tuvo la decencia de pasar el torso de su mano barriendo su mejilla hasta llegar a su mentón. ¿Es que esa chica quería matarla?
Como Anna seguía incapaz de responder, Elsa continuó dirigiendo la charla.
―Y por si acaso, esta semana iré a recoger un par de libros que encargué, si necesitas un título dime y te lo procuro con mucho gusto. O puedes ir personalmente conmigo; en ambos casos, con toda confianza ―recargó la cabeza contra la palma de su mano y esperó.
Mientras Anna desfallecía por su encanto.
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El sábado siguiente la ginecóloga se miró al espejo y maldijo sus ojeras, esa semana dobló turnos en el hospital y además se desveló un par de noches para conseguir libre la tarde del sábado; aunque Elsa intentó persuadirla para otra ocasión, Anna negó rotundamente y mantuvo su interés por la cita que acordaron.
Además de esa fecha, se encontraron también en la librería, la rubia era una amante de los libros y comprarlos la hacía muy feliz.
―A esto llamo yo el arte de escoger libros ―le dijo a Anna, mientras se decidía entre cuatro ejemplares que le interesaron, parecía una niñita escogiendo entre bombones y paletas. Elsa conocía todos los estantes y en dos horas le habló a Anna de libros desde medicina, hasta cuentos infantiles con todo y autores.
Anna nunca había deseado tanto ser madre como hasta ahora, la experiencia que Elsa tenía con los niños la llenaba de curiosidad, se preguntó cómo se vería la rubia en ese papel.
―Nunca sabes con qué te van a salir, pueden ser demasiado listos ―le contaba.
Y después de ese miércoles Elsa solo le escribió a Anna en dos ocasiones, disculpándose por el trabajo, mencionó guardias nocturnas y visitas particulares. Por supuesto que Anna lo entendía, sus propias actividades eran de por sí demandantes y con todo eso, no podía dejar de sentir esa necesidad por encontrarse de nuevo con ella, o de leer sus mensajes.
Afortunadamente encontró un poco de consuelo en Cumbres Borrascosas, la novela que la rubia le obsequió, la favorita de Elsa. Le dijo a Anna que de vez en cuando había que salir de la rutina y conocer otros mundos. Si Elsa no hubiera estudiando medicina, ella habría sido escritora.
En algún momento la pelirroja miró con preocupación su nuevo estado, uno donde todas las mañanas, antes de arrancar la hoja el calendario con el proverbio del día, este ya era perfecto solo de pensar en Elsa Ekman, y en que pronto la vería de nuevo.
Esperando que aquello no se le volviera obsesivo, se concentró en su trabajo y actividades fuera de este. El viernes, como cada semana, acudió a cenar con sus padres, una tradición que amaba pero que ahora le provocaba un poco de estrés, sobre todo cuando Ryder formaba parte de la conversación.
―Puedes invitarlo a la cena de negocios que tendrá tu padre la próxima semana ―había dicho Iduna, a lo que Anna respondió con lo delicioso que le parecía el espagueti, porque ahora que lo pensaba, no sabía si en algún momento tendría qué abordar el tema de "Elsa" con sus padres.
Por lo pronto, hasta no saber a dónde caminaba con la pediatra, no se preocuparía de eso.
En cuanto a Ryder, tal vez debería hablar con él. Como fueran las cosas con la rubia, Anna ya no estaba interesada en el internista.
La vida de la chica Hansen de repente había cambiado, y ahora sus días no estaban completos sin un mensaje, o una llamada de Elsa.
La tarde del sábado le costó más trabajo decidir sobre su ropa, tal vez lo siguiente sería averiguar qué clase de atuendos le llamaban la atención a la rubia, a lo mejor era tiempo de que Anna renovara su guardarropa.
―¿Formal o divertida? ―se preguntó la muchacha, antes que su madre la llamara desde el piso de abajo.
―¿Me dijiste que saldrías? ―preguntó Iduna, extrañada por la formalidad de su hija, nunca le había visto el cabello alborotado.
―Te… comenté algo sobre eso en la cena.
―¿Con quién vas?
―Una amiga.
―¿Una amiga? ¿A dónde?
―No lo sé, aún; pero no beberé, madre, te lo prometo.
―Anna, ya sabes lo que piensa tu padre de…
―Sí, mamá, lo sé. ¿Sabes? Esta chica es médica y cuida bastante su salud, no bebe ni fuma. Estaré bien.
Iduna se estiró un poco para que Anna pudiera besarle la mejilla.
―Por favor, no llegues tarde.
―Estaré aquí antes de las diez.
Prometió, aunque vagamente le pasó por la cabeza que si Elsa le proponía amanecer en cualquier lugar del mundo, ella la seguiría.
―Estás hermosa ―le dijo Iduna, y la muchacha le sonrió. Ese era el plan.
―Te veo en unas horas.
Iduna se acomodó el chal, aguzando la vista esperando reconocer a la amiga de Anna, pero apenas alcanzó a detectar una cabellera rubia metiéndose al vehículo que aguardaba por ellas. Anna nunca salía con amigas, a pesar que las tenía, y tampoco solía arreglarse de esa forma cuando salía con Ryder, le pareció extraño a la mujer, por primera vez veía a su hija interesada en algo más que su carrera.
Cuando el vehículo arrancó, se metió a la casa y cerró la puerta, esperando conversar con Anna sobre esta mujer cuando la chica estuviera de regreso, aunque tal vez Iduna habría preferido nunca enterarse de ella, siendo posible.
O hacerlo de una forma en la que ningún corazón saliera roto. Qué cruel el destino por jugar con ellos de la peor manera.
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Bueno, quizá los primeros tres capítulos sean una presentación plana y sin sentido, pero los escribo largos para darles forma pronto, me gusta mucho esta historia y tengo altas expectativas con ella. Espero que también sea de su agrado. Gracias por leer.
