Capítulo 12.

Elsa Ekman tomó posesión de los bienes que se le heredaron, compartiendo parte de estos con Hans y Hanna Westergaard, con quienes los lazos eran muy estrechos.

No hubo misericordia de su parte, disfrutó cada vez que salió victoriosa tras una apelación por parte de sus tíos. Elsa no deseaba la herencia, eso era evidente, pero sí la satisfacción de prodigar lecciones de humildad a seres que consideraba superficiales y malvados.

Por su parte, Anna rechazó la insistencia de la rubia por aceptar la parte que su hermana mayor deseaba compartirle, por lo que llegaron al acuerdo de que Elsa se quedaría con su herencia, y Agnarr e Iduna heredarían la propia a Anna; legalmente el proceso en ese tema les resultaba menos embarazoso y todos estuvieron de acuerdo.

De esa manera, la pediatra echó a andar obras de beneficencia para que los malos actos de Runeard derivaran en algo positivo, sabía que su abuelo (por extraño que le pareciera reconocerlo), no la había elegido sin haberlo pensado antes, él le habló de aquello repetidas veces, seguramente para calmar su conciencia, tal y como lo hizo con los términos del hospital donde los Eckman trabajaban.

Elsa adquirió varias hectáreas donde construyó una casa lo suficientemente grande para albergar a todos los niños huérfanos del país, donde tuvieran espacios recreativos y aprendieran habilidades para desenvolverse por sí mismos ya mayores. Gerda y Kristoff siguieron al frente de ese proyecto, ellos lo hacían bien y tenían experiencia en el tema, no dudó de ninguno en lo absoluto.

La rubia se sentía orgullosa y de cierta forma, agradecía internamente a Runeard y a la vida porque las cosas resultaran así, no quería pensar en lo que hubiera sido de ella si nunca la hubieran alejado de su familia, ¿habría crecido ajena a todas aquellas carencias que intentaba minimizar? Probablemente sí, Anna estuvo casi toda su vida en una burbuja hasta que se conocieron, y de no hacerlo habría seguido ahí.

Pero tal vez aquella alegría fuera menos discreta si tan solo no se hubiera enamorado de Anna, ya que habría disfrutado el parentesco con ella. Pero creía que se podían sacrificar algunos deseos al ver a los niños tan felices ordeñando a las vacas y preparando pasteles.

La vida nunca será perfecta, a los ricos siempre les faltará algo que los menos afortunados tendrán y viceversa. Así eran las cosas y se tenía qué sobrevivir con lo que tuvieran a la mano.

Por su parte, la vida para Anna resultó lo opuesto a la salida que Elsa proyectó para la suya; Anna ya no tenía propósitos. Su consultorio estaba listo y había cedido su lugar en el hospital de obstetricia. Pero pocas veces tenía ganas de levantarse de la cama para cumplir con sus deberes.

Por supuesto, sus padres le buscaron ayuda para que la joven recuperara su valor por la vida, pero la resistencia a atesorar su destruida relación romántica resultaba más fuerte que todo aquello que la motivó alguna vez.

—¿Cómo te fue con el ejercicio de esta semana? ¿Quieres hablarme de eso?

La muchacha continuó con su atención fija en la ventana abierta, observando a un colibrí que se paseaba alrededor de un rosal.

—Salí con… un par de amigos. Fuimos a comer y después al billar. Lo pasé bien.

—Ese es un paso fuera de tu recámara —anotó en su libreta el desgarbado hombre desde su silla giratoria, frente a su paciente.

Lentamente, Anna volvió la vista hacia la fría habitación, su tirada imagen se reflejó en el enorme objeto colgado a la pared frente a ella.

—Pero al llegar a casa —continuó la mujer —, me vi en el espejo y recordé que era yo, con el mismo pasado, como si mi aspecto me recordara cada día aquello por lo que soy infeliz.

—¿Eres infeliz, Anna?

La muchacha giró la cabeza hacia el psiquiatra y lo miró, sonriendo.

—El día de mi boda se vino abajo porque mi esposa se enteró que se había casado con su hermana de sangre. ¿Sabe qué tengo qué hacer hoy saliendo de aquí? ¿No? Tengo qué presentarme en los tribunales para firmar mi acta de divorcio. Ni siquiera conviví con mi esposa una sola noche…

—¿Te has encontrado con Elsa en estos últimos días?

—Claro, somos una familia después de todo, estamos tratando de… recuperar el tiempo perdido. Aunque no nos permitan convivir a solas, y qué irónico, ¿no? Una esperaría pasar tiempo con su hermana, jugar videojuegos, no lo sé, ir de compras a solas, en complicidad; pero nuestra relación no podrá ser normal porque los encuentros a solas entre ella y yo permanecen prohibidos, por razones que usted debe intuir.

—¿Eso… ha estado bien para ti?

—Por supuesto que no, ¿cómo esperan que lo tome? Veo a Elsa y sigo viendo a la mujer que amo, y no precisamente con amor fraternal. Es deliciosa, me encanta que nos visite y admirar su belleza. Todavía pienso en ella de maneras que no son aptas para que yo se las describa.

—¿Qué hace ella? —preguntó el profesional, intentando persuadir el momento incómodo, no era la primera vez que Anna hacía referencia a deseos eróticos con la mayor —¿Me dijiste que Elsa está tomando terapia?

—Lo hace. Se comporta conmigo como si fuéramos hermanas de toda la vida. Ella quiere que las cosas no se pongan más incómodas entre nosotras; pero sé que me ama, lo veo en sus ojos, en su mirada celosa cuando hablo de chicos.

—¿Estás saliendo con alguien?

—No, pero pienso hacerlo, de alguna forma tengo qué resolver esto que siento, ¿no es así?

—¿Qué quieres, Anna?

Anna lo miró, como si fuera obvia la respuesta.

—A ella… Solo a ella.

Salió del consultorio y se encaminó a su auto. Una vez frente al volante recostó su cabeza sobre este, hoy sería el último día en que podría llamarse a sí misma la esposa de Elsa Eckman.

Cerró los ojos mientras dejaba que las lágrimas bañaran sus mejillas. Suspiró hondo y las secó pasando los dedos sobre ellas antes de que otras volvieran a llover. No quedaba de otra, encendió el clutch y avanzó, tenía qué hacer frente a sus problemas. Tenía qué vivir.

Al llegar a los juzgados se encontró con sus padres, Gerda y los Westergaard, que aguardaban su arribo. No vio a su hermana por ningún lado.

—Está dentro, le toman algunos datos.

Dijo Hans y Anna asintió.

Se quedó de pie cerca de los presentes, inconsciente de sus charlas, hasta que escuchó su nombre venir desde la oficina de al lado.

—¿Anna Hansen…? Adelante, por favor.

Era hora.

Por su parte atestiguaron sus padres. Los hermanos Westergaard acompañaron a Elsa.

Anna la vio sentada frente al escritorio y no pudo evitar rememorar la imagen de su primer encuentro: estaba tan cómodamente vestida, inocente y sutil, y aún así Anna se sentía desmayar tan solo teniéndola cerca y aspirando su aroma a fresas que invadía sus fosas nasales ya acostumbradas a ese olor peculiar.

Elsa esperó a que Anna tomara su lugar en la silla de al lado, ambas en silencio, distantes, pero cordiales al mismo tiempo.

A simple vista se notaba que tanto el juez como su secretaria se encontraban contrariados por los hechos que llevaban a aquella anulación: hermanas, casadas. Una injusticia como pocas en sus experiencias. Alzó las cejas y comenzó a leer el acta.

Mencionó el parentesco consanguíneo como la justificación de aquél acuerdo, los nombres de cada parte y al concluir, el juez depositó el bolígrafo azul justo encima del documento.

Titubearon las dos, ninguna estaba segura de quién debía ser la primera; observaron la diabólica hoja y el fino bolígrafo encima que se dignaba a brillar como si de una reliquia se tratara, y estuvo ahí por largos segundos.

Para darle apoyo moral, Gerda tomó discretamente la mano de su hija que temblaba al tacto y le dolió en el corazón lo que sucedía. Cambiaría el hecho de que Elsa fuera su hija porque esto no estuviera sucediendo para que ella fuera feliz. La recordó de niña, callada y seria, nunca la vio sonreír tanto como lo hizo por Anna.

—Tú puedes, bebé —murmuró para sí misma, y Elsa la escuchó.

Fue un segundo fugaz en el que vio a Anna tomar el bolígrafo y garabatear su firma; esta lo arrojó enseguida sobre la hoja membretada y se echó hacia atrás en la silla, cubriéndose la boca con una mano.

Aunque lo hiciera primero, la rubia sabía los horrores que había enfrentado Anna para conseguir dar aquella orden a su cuerpo. Aceptó su turno.

Con toda calma y esbozando un ahogado sollozo, lentamente plasmó su firma sobre el fino papel.

En cuanto el bolígrafo descansó sobre la hoja, las lágrimas bañaron el rostro de Anna y se levantó imprevistamente de su silla. El primer impulso de Elsa fue abrazarla, pero Agnarr la detuvo negándole con la cabeza.

Entonces la pediatra hizo lo mismo para alejarse de todos y salió al pasillo a llorar su propia pena.

Ya estaba hecho, Anna no era más su esposa y en adelante tendría qué luchar para aceptarlo.

El desgarrador grito de la joven pelirroja la empujó a salir corriendo hacia su auto. Condujo por horas en las calles sin un rumbo fijo, esperando que el combustible se agotara o sucediera algo peor, solo así, tal vez, podría aliviar el dolor de cabeza que le provocó escuchar a Anna con aquél dolor.

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De ser una chica que lo tenía todo, que disfrutaba de la vida, que cada día era una oportunidad para ser feliz, Anna Hansen se convirtió en una raquítica mujer que apenas asomaba la nariz fuera de su habitación. Se paseaba por la casa en pijama de vez en vez, sobre todo cuando se encontraba a solas, cuando sabía que Elsa no estaba ahí.

Las terapias psicológicas se convirtieron en una rutina semanal a domicilio, pero Anna no mejoraba, ya ni siquiera le ponía atención al señor Érickson y tampoco se alimentaba bien, por lo que su aspecto, cada vez más demacrado, le vulneraba la salud y a menudo se le hallaba enferma.

Elsa la miró de soslayo. La muchacha jugueteaba con los chícharos y cada cierto tiempo se llevaba uno a la boca, bebía solo agua y permanecía en silencio.

—Los chicos y yo iremos al teatro mañana en la noche, ¿quieres venir con nosotros? —le preguntó.

Con un movimiento muy calmado, la pelirroja volvió la vista hacia la rubia mujer.

—No, gracias, pero espero que se diviertan.

—Anna, soy tu hermana —rebatió Elsa —, no podrás huir de mí todo el tiempo. Estamos haciendo grandes esfuerzos por ti, pero estás tan preocupada por tu situación que ni siquiera buscas una salida.

—La tuve, y no les gustó.

—Tonterías —le dijo la médica —. Una profesional de la salud como tú debería estar en el hospital ayudando a otras mujeres a traer bebés al mundo, no encerrándose en las cosas que salieron mal.

—Te tomaste muy en serio el papel de hermana mayor, ¿no, Elsa? No hace falta, te aclaro; no te tuve antes y no te necesito ahora —respondió la joven, mordazmente.

—Anna, yo también estoy tratando de sobrevivir…

—Pues hazlo por ti…

—¡No! ¡Basta! Ya basta de tanta consideración. Nadie se merece esto, ni tú, ni yo, pero así son las cosas y tienes qué madurar. Mañana pasaré por ti para ir al teatro y quiero que estés lista, y si no lo estás soy capaz de sacarte de la cama a rastras si cuando llego no tienes puesto un vestido.

—¡Me siento mal! ¡No puedes obligarme!

—Tal vez no deba, pero sí que puedo y lo haré. Y más vale que termines tu plato de comida porque mañana no quiero cargar huesos al auto.

Anna bajó el tenedor y Elsa se levantó furiosa de la mesa.

La joven pelirroja la miró devolviéndole el gesto enfadado, pero sorprendida por la presión en la mirada zafiro que venció a los ojos esmeralda y entonces Anna tuvo qué bajar la cabeza y comenzar a comer.

Iduna y Agnarr se miraron discretamente y se sonrieron. ¿Cómo Elsa no había venido en toda la semana?

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Justo como la rubia lo imaginó, al pasar por Anna el sábado en la noche, la joven no se encontraba dispuesta a darle la cara al mundo.

—Elsa, no puedes hacerme esto, no me puedes obligar.

—Te lo advertí, ahora irás a la ópera en pijama.

—¡No, por favor!

Elsa bajó las escaleras arrastrando a Anna, decidida a no ceder a su capricho. Y al ver que la pediatra iba muy en serio, la pelirroja se zafó de su mano justo cuando atravesaban la puerta hacia la calle.

—¡Está bien! Está bien... Tú ganas. Iré con ustedes, pero dame tiempo para ponerme algo.

—Se hará tarde.

—No voy a tardar, dame quince minutos y bajo enseguida.

Dudó, y por eso Hanna fue designada como vigilante.

—Es dura de roer —dijo Hans.

Lo que provocó que Elsa suspirara hondamente.

—Es una caprichosa.

Elsa tenía envidia que fuera la mano de Hans la que envolviera la diminuta cintura de Anna, debía ser ella quien ocupara su lugar, debía ser ella quien le susurrara al oído, quien la hiciera sonreír; pero ese ya no era su papel; a los ojos de Anna, Elsa se había convertido en una hermana mayor con aires de suficiencia. Se preguntó si podría sobrevivir a esa forma de verse contemplada ante los ojos de la ginecóloga.

Anna fijó la vista en el espejo retrovisor al mismo instante que Elsa volvía la cabeza, cruzando severas miradas. Entonces la pelirroja suspiró y relajó sus manos. ¿Qué es lo peor que podría suceder?

Cuando la ópera finalizó, Hanna creyó que era buena idea pasar a beber algo ligero, el espectáculo teatral los había puesto de buen humor y consintieron los cuatro en visitar un concurrido bar cercano a la zona. Como conductora designada Elsa solo bebió agua mineral, pero los otros tres se enfrascaron en un macabro juego de haber "a quién regañan más por emborracharse", no lo habrían hecho si Anna no se hubiera encontrado tan animada aquella noche, luego de largos días de estar encerrada en su recámara.

—Yo las llevaré a todas —carraspeó Hans, evidentemente ebrio.

—Ni de chiste —dijo Elsa —. ¿Cómo se te ocurre? Soy la conductora designada y digo que te metas al auto ahora.

—Soy el hombre aquí, nena.

—Eres el ebrio aquí. Los llevaré a ti y a Hanna a tu departamento y seguiré a la casa de mis padres para dejar a Anna.

—No, ni loca me quedo en el departamento de Hans, no quiero dormir sobre cajas de pizza, embarrada de queso cheddar.

—Hans te dejará su cama por esta noche.

—Que se duerma en el suelo —reclamó el otro, recibiendo a consecuencia un palmazo de su hermana.

En lugar de quejarse, todos comenzaron a reír tras el sonido seco del golpe.

—Hora de irse —suspiró la rubia, rascándose la cabeza y uno por uno los metió en el auto.

Aparcando en la residencia de los Hansen, Elsa quiso asegurarse de que Anna llegaría a su habitación sin tropezar con las escaleras. Agnarr e Iduna volverían de algún evento de caridad hasta entrada la mañana, así que se tomó tiempo para ayudarla a subir, la muchacha se encontraba demasiado mareada, como Elsa nunca antes la había visto.

—Ya casi, ya casi —instaba la rubia, cargando a Anna de un brazo.

Abrió la puerta de su recámara y esta se cerró tras de sí, chocando contra su espalda. Los labios de Anna quedaron a centímetros de los de ella, Elsa los miró por largos segundos, luchando contra el insano deseo de besarlos; si Anna estaba ebria quizá no lo recordaría. ¿Qué daño podría hacer tan solo un beso? Uno muy tentador.

Se relamió sus propios labios y levantó la vista para encontrarse con los ojos esmeralda abiertos y mirándola fijo.

—Hazlo, sé que lo deseas.

—Anna —dejó escapar la otra, sintiéndose sorprendida.

—Si no lo haces tú, lo haré yo.

—No debemos…

—Hay muchas cosas que no debemos, pero queremos. Y somos adultas y sabremos enfrentar las consecuen…

Elsa entonces la besó, sin pensarlo más, el deseo estaba intrínseco en ella y no se podía negar, no quería hacerlo, no lo haría. Al momento de besarla supo que no podría parar ahí, empujó a Anna hacia la cama suavemente, cuidando de no dejarla caer. Olía a alcohol, pero no lo suficiente para darse cuenta que ninguna de las dos estaba ebria, Anna había estado fingiendo.

La joven pelirroja se arropó al cuerpo de Elsa cuando esta se puso encima, arrancándole el vestido con frenesí, con hambre, y saciando la sed que tenía por beberse esas gloriosas pecas en los hombros, "como el universo estrellado", pensó, acariciándolos con su lengua.

Anna gimió al sentir una pequeña mordida sobre la piel y arqueó su cuerpo, invitando a su hermana a hacerse de él, era suya, de cualquier y todas las formas posibles.

—Que nos lleve el demonio a todos los infiernos —murmuró la rubia, mientras, sin esperarlo más, metió su mano entre las partes íntimas de Anna que ya estaban húmedas al recibirla.

Lo demás fueron suspiros de ardiente deseo, ambos cuerpos se quemaban y fundían como si quisieran impregnarse en una sola masa para siempre.

Elsa tuvo el primer orgasmo de la noche, luego Anna; le encantaba escucharla gemir y sentir todo lo que provocaba en la ginecóloga. Sus voces se unieron como cánticos santos de una parroquia medieval. Elsa se veía entre las llamas del infierno, siendo consumida por su pecado, pero lejos de asustarla lo disfrutaba todavía más, lo que resultó muy notorio al momento en que, sin medirlo, llevó sus dedos muy dentro de Anna, haciéndola gritar y estremecer y clamando por más de aquello. Pero Elsa no se lo daría, por el contrario, sacó su mano y se arrastró hacia abajo saboreando el aroma de la pelirroja, desesperada por llegar al rincón más privado de la joven para saciar sus sucios deseos bebiendo los deliciosos manjares que emanaban jugosos del frágil cuerpo de su hermana.

Nunca en su vida se había sentido tan excitada como hasta entonces, lo que quedó grabado en la sensible piel de la pecosa que lejos de quejarse por el dolor, sonrió al sentir los rasguños provocados por las uñas de Elsa en su cintura.

Se sujetó de los platinados cabellos para empujarla más cerca de ella; si iban a morir, que fuera de placer y no de represión.

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Cuando Agnarr e Iduna entraron a la casa esa mañana quitándose tranquilamente los abrigos y añorando su mullido colchón, no esperaban la escena que los recibiría.

Eran las seis y somnolientos ignoraron el coche de Elsa en la entrada yendo directo a su habitación, pasando de largo por la de su hija y riendo en silencio para no despertarla; pero por alguna cosa cruel del destino, Iduna regresó sobre sus pasos hacia el cuarto de su hija más joven, solo para abrir la puerta y encontrarse con una vista jamás esperada.

Iduna se cubrió la boca con las manos, evitando gritar con descontrol, por lo que Agnarr se acercó para echar un vistazo y contemplar, bañados por los rayos del sol, los dos cuerpos de las muchachas descansando cariñosamente uno encima del otro, en total desnudez.

—¡Anna! —gritó Iduna sin contenerse.

El grito sorprendió a ambas jóvenes, quienes saltaron desde su lugar en un segundo.

» ¡¿Qué demonios es esto?!

Elsa se puso de pie cubriéndose con la sábana, pensando rápido en una manera de actuar. Por su parte Anna fue más lenta, parecía no importarle realmente lo que sus padres descubrieron.

—Puedo explicarlo —dijo Elsa, echándose sobre sí la culpa —. Bebimos un poco y…

—¡Elsa! —murmuró Agnarr entre dientes de una forma que hizo callar a Elsa.

—Es mi culpa —dijo la muchacha, comenzando a buscar sus prendas por el suelo —. Anna estaba ebria y yo no la cuidé.

—No estaba ebria —respondió la otra con total desdén —. Somos completamente conscientes de lo que pasó, las dos estuvimos de acuerdo.

—No, no, padre, yo…

—¡No quiero escucharte! —bramó Agnarr soltando una feroz bofetada que giró el rostro de la chica cerca de noventa grados.

—¡No la toques! —gritó la pelirroja poniéndose de pie —No te lo permito, Elsa no es la única culpable…

—¡Silencio, Anna! Puedo entender que provocaras esto, ¡pero tú, Elsa, eras responsable! —señaló a la pediatra, quien alzó la cara con una pequeña herida en la ceja que comenzó a sangrar.

—Le hiciste daño —se quejó la de las pecas yendo en busca de su hermana, pero fue detenida por su padre —. No —, le advirtió a este —, no te atrevas a detenerme si no quieres que te recuerde que una vez tú también te la quisiste coger.

Fue suficiente para detenerlo. Anna se acercó para auxiliar a Elsa pero esta movió la cabeza indicando que estaba bien.

—Vete de aquí, Elsa —, se escuchó de nuevo a Agnarr.

—Anda —dijo Anna ante la renuencia de Elsa por dejarla sola —, quiero lidiar con esto yo misma. Ya es momento.

Elsa asintió y terminó de recoger sus prendas faltantes para dirigirse a la salida, donde fue recibida por Iduna que atrapó su herido rostro suavemente entre sus manos. En los ojos azules, que Elsa heredara de su madre, había una profunda pena.

—Madre…

—Vamos abajo, voy a curarte esa herida.

—No —negó Agnarr —, déjala que se vaya.

—Agnarr, está herida.

—Estoy bien, madre. No te preocupes… Lo siento —murmuró tras varios segundos. Entonces se fue.

—Son un par de sinvergüenzas —habló de nuevo el hombre una vez que escuchó a la mayor bajar por las escaleras —. Es asqueroso lo que han hecho.

—No te proyectes en mí, padre. No siento la misma repugnancia por tus actos viles, yo amo a Elsa y sigo deseándola con el mismo amor y ternura que siempre me ha inspirado. ¿Qué vas a hacer? ¿Correrme? Bien, me voy con gusto, directo a sus brazos, donde justo quiero estar. ¿Vas a golpearme también? Como si eso pudiera arrancarme lo que siento, y lo que ya pasó, y que tanto disfruté.

Agnarr, al verse impedido para reclamar nada más, abandonó la habitación de su hija dando un fuerte golpe a la pared. La sangre que emanaba de sus nudillos apenas alcanzaba a cubrir la culpa y el arrepentimiento por haberle puesto la mano encima a Elsa.

Iduna entendió que nada podía arreglar por ahora y acompañó a su esposo a la habitación, rodeándolo con sus brazos cuando este se cubrió la cara y comenzó a sollozar.

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—Kristoff —. Lo llamó Gerda luego de colgar el teléfono —. Acabo de hablar con Megara, aceptó llevar las terapias de Anna también.

—¿Puedo preguntar por qué hasta ahora la compasión? ¿Qué Elsa no te cuenta nada sobre Anna? —respondió el muchacho, terminando de abotonar las mangas de su camisa.

Gerda se alejó del teléfono para sentarse en el sofá de la sala, con la mirada preocupada y reflexiva.

—Dudo mucho que Elsa tenga ganas de hablar de Anna después de todo lo que ocurre. Entiendo si no lo hace, pero yo estoy preocupada por ella, es hermana de Elsa y de alguna forma… la siento también como una hija.

—Anna no quiere ayuda, madre; solo hay dos cosas que desea: a Elsa. O morirse. Y a Elsa no la puede tener. Y perdona si alimento tu preocupación, pero sé que tu hija no la está ayudando.

—¿De qué hablas? Elsa trata de llevar una vida normal con su familia biológica. Su intención es desarrollar esa hermandad con Anna.

Kristoff soltó una risa burlona.

—¿Tú de verdad crees eso? ¿Piensas que las visitas familiares de Elsa con los Hansen son convivios inocentes?

—¿Por qué no lo serían? Confío en Elsa.

—Pregúntaselo a Honeymaren, estaba en el restaurante donde ellas y los Westergaard cenaron anoche, y las notó muy cariñosas entre una y otra.

Gerda miró a su hijo con total incredulidad.

—¿Estás insinuando que…?

—Yo no insinúo nada, pregúntaselo a Honeymaren, o a tu hija. Que te diga la verdad, probablemente solo así creas que tu Elsa no es del todo una alma inocente.

Gerda arrugó las cejas observando al muchacho.

—¿Tú has visitado a Anna?

—Lo hice, pero esa mujer está loca por tu hija, literalmente, y no habrá fuerza humana que la saque de su cabeza. No hagas a Megara perder el tiempo.

Gerda suspiró.

» Te veo al rato, madre, me voy a la reunión de Consejo.

Gerda asintió y siguió con la mirada a su hijo hasta que este desapareció tras la puerta. Luego volvió la atención al teléfono y cruzó los brazos, no podía ser indiferente ante aquello.

Como si la hubiera invocado, tras la salida de Kristoff fue la misma Elsa quien hizo acto de presencia. Parecía venir adolorida, con la ropa manchada de sangre y un moretón cerca del ojo derecho. Tenía un adhesivo sobre la ceja.

—¿Qué te pasó? —preguntó Gerda asustada yendo hacia la joven. Elsa se dejó caer sobre el sofá echando la cabeza sobre el mullido cojín.

—Accidente vehicular por Avenida principal, frente a Foster. Dos adultos y dos menores, madre e hijo fallecidos al instante, padre e hija, cuarenta y siete años luchando por su vida. Solo vine a cambiarme para volver al hospital, chocaron contra un autobús de pasajeros y la sala de emergencias está llena de heridos… Lo vi todo mientras me dirigía hacia acá —, concluyó, bajando la voz.

—¿Tú también chocaste?

—No… no —se rió la rubia, indiferente —. Pasé la noche con Anna, tuvimos sexo y esta mañana Agnarr e Iduna nos descubrieron. Agnarr aplica correctivos duros, eh —. Señaló su ojo.

—Elsa…

—Está bien, está bien, madre… Eso solo me indica una cosa: que por más que lo intente, no puedo vivir sin Anna —. Se enderezó para ponerse de pie —. Iré a darme un baño, debo volver al hospital. Necesitamos todo el apoyo posible.

Gerda estaba estupefacta, ¿que Elsa y Anna qué? Las cosas no podían seguir así, la vida de dos mujeres se estaba derrumbando frente a sus ojos, esto debía parar.

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Anna estaba, como muchas veces desde que se alejó del mundo exterior, contemplando las gotas de lluvia que corrían por el cristal de la ventana que daba al verde y florido jardín de su madre. Enfundada en su ropa de cama con las acostumbradas ojeras haciéndole una imagen sombría y lejana, escuchó la puerta de su habitación abrirse.

—Madre, ya te dije que no tengo hambre…

Giró la cabeza, pero en lugar de Iduna se encontró con una Elsa sacada de contexto frente a ella, con dos maletas vacías tiradas en el suelo y llevando una gruesa mochila en la espalda, junto a una gorra que le completaba el atuendo informal nunca antes visto.

—¿Qué…?

—Al carajo, Anna —le dijo Elsa al acercarse —. No fue mi culpa ni la tuya que todo esto sucediera, nosotras no cometimos ninguna falta porque no nos conocíamos, ni siquiera sabíamos que teníamos una hermana en algún lugar del mundo. Me parece injusto que la sociedad nos separe por prejuicios y falsa moral, hay padres asquerosos que violan a sus propios hijos ¿y ellos dicen que no podemos estar juntas? Yo no te conocía, no nos vimos crecer, no reconozco nada de tu infancia ni tú de la mía porque hasta hace poco fuimos dos extrañas que se encontraron de repente, y no estoy dispuesta a pagar por los errores que otros cometieron, afectándonos. Te amo y no puedo seguir negándome a ese deseo intrínseco que me persigue cada noche en que te sueño. Serás mi hermana de sangre, pero eres mi mujer en el corazón y quiero tener esa vida que soñé contigo desde que te conocí.

—E-Elsa, ¿qué estás diciendo? Yo creí que tú…

—Vine por ti… Anna, no permitiré verte morir porque entonces yo te seguiré. ¿Para qué alejarnos si podemos largarnos a otro lugar y comenzar desde cero? Donde nadie nos conozca ni discuta nuestro parentesco. Tenemos recuerdos de una vida diferente y hasta distintos apellidos… Ven conmigo y sé mía hasta que la muerte nos llame.

—Elsa… ¿eras tú quién discutía con mis padres allá abajo? —respondió la menor, haciendo un espacio para sopesar las palabras que acababan de decirle —Escuché voces alteradas pero hace tiempo que dejó de importarme esta realidad.

—Hablé con ellos y les dije que si tú así lo decides, te llevaré conmigo. Solo es cosa de que así lo quieras, dímelo y te ayudo a empacar ahora mismo.

—¿Pero y tu trabajo? ¿Qué hay de tu vida aquí? ¿Qué hay de tu madre, qué hay de todos los demás?

—Todo lo tengo resuelto, Anna: soy competente para trabajar en cualquier otro hospital y en cuanto a los demás, no importa mucho, solo me preocuparía por ti, porque recién abriste tu consultorio y tomas tus terapias y un mundo de cosas, y aún así te pido que lo pienses…

Musitó la rubia mujer, con los ojos nostálgicos, como si implorara la resolución a favor por parte de Anna y no tuviera grandes expectativas.

» Me aceptaron en cuatro hospitales en diferentes zonas, sé que si haces las pruebas puedes obtener la oportunidad de ejercer en alguno de estos también. Podemos abrirte un consultorio donde nos asentemos o…

—Elsa… —Anna se acercó hasta la rubia mirándola fijamente a los ojos. Alzó su mano y acarició la mejilla tersa de su amor, con los ojos escociéndole en lágrimas.

Le sacó la gorra que la mayor llevaba puesta, cayéndole los platinados cabellos por los hombros. Tan bella como siempre.

» Yo te seguiría hasta el fin del mundo.

Elsa la miró unos segundos y se agachó para recoger las maletas y ponerlas sobre la cama de Anna.

—Te ayudaré a empacar. Nos iremos a otro sitio y comenzaremos una vida nueva. Seremos solo tú y yo.

—¿Estás segura de esto?

—Mira estas ojeras —dijo la rubia, acercándose —. Pasé toda la noche ideando los planes para hacerte esta propuesta. Desde la última noche que nos vimos no dejaba de pensar en lo mucho que te amo y lo difícil que me resulta estar sin ti. No quiero sufrir más por eso, porque aunque tú y yo podamos hacer vidas diferentes, siempre terminaré yendo hacia ti, de donde sea que me encuentre te buscaré y haré lo imposible para que me prestes atención y vuelvas a ser mía, si no por las buenas… entonces por las malas, y esto no es sano, pero me creo capaz. Y antes de que suceda mejor vine a pedir tu consentimiento para llevarte conmigo.

—Iré contigo, mi amor. Iré a donde sea que tú me lleves.

No pudo continuar porque Agnarr llamó a la puerta.

—Anna, hay alguien abajo que desea hablar contigo, quiere que la escuches.

Anna miró a su hermana mayor y esta le asintió con la cabeza, entonces la pelirroja los dejó solos en la habitación, e ignorando al hombre, Elsa se dedicó a sacar mudas de ropa del armario de Anna para guardarlas en las maletas.

—No hay nada qué recriminar, conocí a Anna por las buenas, el antes y el después no fueron nuestra culpa.

—¿Y qué harán, Elsa? ¿Esconderse toda la vida? ¿Mentirle a cada persona que conozcan?

—¿Por qué habríamos de mentirles? —respondió la muchacha, guardando cuidadosamente las prendas —A nadie le importa nada más que aquello que decidamos contarles. Es nuestra vida. Quien tenga problemas, que salga de ella.

—Yo no haré eso si es lo que piensas —dijo Agnarr —. Son mis hijas, nunca las voy a abandonar, solo dime que estás completamente segura de lo que haces y de que vas a cuidar a Anna como a tu propia vida.

—Solo cuido mi vida por Anna —. Y luego se detuvo para mirar a su padre —. Lo haré bien, papá, así como tú cuidaste de mamá.

Al escucharla Agnarr se irguió, cual rey sorprendido, Elsa nunca lo había llamado así antes. Era todo tan trágico para él, haber encontrado a su hija perdida, para luego volverla a perder, pero al mismo tiempo, recuperándola. Las cosas le daban vuelta y antes de que su pensamiento pudiera cambiar, le dio el espacio a Elsa para que esta continuara metiendo ropa en las maletas.

Anna no se sorprendió por encontrarse a Gerda esperando en la sala, ellas solían llevarse bien y le pareció normal después de que Elsa apareciera en su casa, probablemente habrán venido juntas.

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La mujer esperó hasta que la pelirroja tomó su lugar en el sofá de enfrente.

—Gerda… qué gusto verte, hacía tanto que...

—No te miras nada bien —dijo la médico interrumpiéndola y analizando su semblante —. Te descuidas demasiado.

Anna se alisó el vestido de dormir que llevaba puesto, sin responder.

» Sé cuáles son los planes de Elsa y por el amor de Dios te ruego que no la sigas en esta locura.

—¿Qué dices?

—Directo al punto. Amo a mi hija, Anna, y desde que me fuiste presentada te miré como a alguien más de la familia. Elsa es fuerte y muy inteligente, podrá lidiar con su vida sin ti, aunque ahora lo niega, solo está cegada por el deseo de tenerte.

—Las dos lo estamos.

—Sí, pero ¿ya vislumbraste su futuro? ¿Qué van a decir cuando alguien les pregunte quiénes son y de dónde vienen? Quiénes son sus padres y si los visitarán en navidad.

—Tenemos familias diferentes, no le veo mucho problema.

—Por ahora, pero lo malo podría venir después, cuando estén en algún lugar apartadas de nosotros, su familia, quienes las amamos.

—¿No puedes aceptar esto, Gerda? Porque me decepciona escucharte.

—Solo trato de pensar… en lo mucho que se esforzó mi hija para verte como una hermana, porque dentro de ella sabe que eso es lo correcto.

—Creí que pensabas de otra manera.

—Sí, en lo único que pienso es en el bienestar de las dos, porque Elsa es mentalmente más fuerte que tú, y la soledad puede ser traicionera.

Anna miró a Iduna, quien permanecía en silencio escuchando a las mujeres hablar.

—Quiero ir con Elsa.

—Por favor, si la amas, haz que desista de esta locura y sean las hermanas que son. Es por el bien de ambas. Ella va a sufrir cuando se le cuestione, será capaz de todo para enfrentarse contra quien sea y temo por su vida, porque este no es todavía un mundo que acepte a los homosexuales como nosotros lo hacemos, menos a un par de incestuosas chicas. Me da miedo el odio y la discriminación, tengo miedo de este mundo para ustedes.

» Esto de ninguna manera puede salir bien para ninguna, si amas a mi hija, persuádela de esta locura. Sé tú la prudente. Dile que no. Que estás dispuesta a llevar una vida normal.

—Pero no es lo que quiero, quiero a Elsa.

—Entonces prepáranse para una vida llena de tormentos, donde las dos saldrán lastimadas, pero dile a Elsa que a pesar de este error, la seguiré amando. Porque es mi vida.

—Gerda, yo la voy a cuidar, te lo prometo.

—Lo único que deseo ahora es que lo pienses, todo en ustedes está en juego ahora: sus carreras, su reputación, su estabilidad emocional. ¿Quién va a dejar que ella trabaje con niños si se acuesta con su propia hermana?

Anna abrió los ojos y suspiró para morderse los labios, ¿sería capaz de ser tan egoísta y quitarle todo lo que hacía feliz a Elsa solo para salirse con la suya? Las cosas ya no se veían tan sencillas desde ese punto.

¿Y su consultorio? Sus padres la ayudaron a construirlo y equiparlo ¿y solo lo dejaría ahí botado? Había muchas cosas en riesgo para ambas.

Se dejó caer sobre el sofá llevándose las manos al rostro, confundida, incrédula, a punto de tocar fondo.

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—¿Anna? —Se escuchó una voz al final de las escaleras — ¿Estás lista?

Los ojillos cansados de Anna se abrieron como platos frente a Gerda; lentamente volvió la mirada a su amor, que esperaba de pie en las escaleras.

» Ah, madre —dijo la rubia —, no pensé que vinieras tan rápido, creí llevarte mayor ventaja.

—Así que sabías que vendría —dijo la mujer con evidente sorpresa.

—Kristoff me lo dijo, no es tan cretino como parece —respondió ella, acomodándose la pesada mochila en la espalda —. Anda, Anna, se hará tarde, conduciré por algunas horas.

Cuando Anna por fin la miró vio en los ojos de la rubia la ternura a la que la pediatra no solía ser propensa. Estaba ahí, con dos maletas en las manos y los ojillos brillosos de la emoción, parecía una niña frente a un gran mostrador de chocolates pensando en la decena que debía escoger para ella sola.

» Vamos… Anna.

Murmuró, esta vez con menos entusiasmo, no le dedicó ninguna mirada a su madre, su atención estaba fija en la pelirroja, quien se encontraba aterrada, Gerda le había soltado muchas verdades y cada una completamente válida, tal vez sí sería una locura escaparse con Elsa. La miró de nuevo e intentó ver en ella lo que tanto trabajó en esas semanas: verla como su hermana mayor, pero sin resultados.

Quizá era hora de que Anna dejara de ser tan egoísta y por un momento pensara en las necesidades de alguien más, porque… ¿a dónde iría Elsa con y por ella? ¿Es que estaba totalmente convencida de que la quería seguir, sabiendo lo que podría afectar en su vida? Sus trabajos, su labor caritativa, su familia.

» Iremos a donde tú quieras, donde te sientas feliz.

Anna se levantó desde su siento, perturbada y dolida.

» ¿Anna? —repitió la rubia con la voz rota.

A cada paso que Anna daba hacia Elsa sentía como si se hundiera en un piso inestable, las piernas las sentía débiles y cada lágrima que emanaba de ella bien podían contarse una por una.

—Elsa —dijo la muchacha al fin, a pocos centímetros de ella, con la mirada fija hacia abajo.

Iduna fue a hacerle compañía a Agnarr que observaba desde las escaleras. El hombre le pasó una mano por la espalda a la mujer cuando esta se acercó, cubriendo sus nervios y temores con el chal que llevaba encima.

» Elsa —repitió la pelirroja. La rubia soltó las maletas de sus manos, evidentemente sintiéndose sin fuerzas.

» Yo… yo te amo… Te amo y quiero estar contigo… —sollozó casi en silencio y entonces la miró hacia arriba, directamente a los azules ojos de su hermana —siempre.

Elsa levantó la mirada y arrugó las cejas.

—¿Qué? —La escuchó murmurar Anna mientras ella se daba la vuelta.

—Lo siento, Gerda, pero no renunciaré al amor de mi vida. Lo haremos bien donde sea que estemos y esperaría que todos lo acepten.

Iduna se cubrió la cara con una mano al tiempo que su esposo se aferraba a ella en un abrazo. Por su parte Gerda solo asintió.

—Me alegro, temía que una cosa como estas fuera capaz de menguar tu decisión. Ahora sé que el amor de ustedes es fuerte y no se romperá por violentas que sean las tormentas. Me alegra que se encontraran, de una forma o de otra, ya se pertenecían.

Pasó por el lado de ambas dando una palmada a la ginecóloga y luego se paró delante de los Hansen.

» Yo solo quiero la felicidad de mi hija, lo merece, y no soy una mujer de prejuicios, esperaría que ustedes tampoco y si fuéramos religiosos, entenderíamos que cada quien carga sus propios pecados.

Y era cierto, era duro de aceptar pero tanto Iduna como Agnarr sabían que ellos no estaban propiamente limpios, así que no podían situarse en el papel de jueces, esta era una de las cosas que tendrían qué trabajar de ahora en adelante en la terapia, porque sabían que las decisiones que sus dos hijas habían tomado dejarían secuelas en todos, y que no sería fácil pensar en Anna y en Elsa y saber que estaban juntas. Y luego vendrían todos los pensamientos futuros: ¿serían madres? Pero futurizar sobre los hechos reales era algo que se les había dicho no se permitieran hacer para no generar ansiedad innecesaria, ya se vería después y a pesar de todo, cual fuera el caso ellos las apoyarían.

Probablemente no serían una familia normal, pero eran una y debían construir sobre eso. Quizá la sociedad no estaría de acuerdo jamás, ¿pero qué importaba lo que la gente pensara? Las vivencias eran suyas y solo ellos sabían por todo lo que pasaron para llegar a ese punto.

Además, había otra cosa en la cual centrarse: Iduna estaba embarazada.

Luego de la emotiva despedida, las madres y el padre aguardaron en la puerta para ver a sus hijas partir, con la tranquilidad de que las verían pronto de nuevo, más seguras, más felices. Ellos se encargarían de eso.

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Por mucho que pensara Elsa, su decisión habría sido la misma y Anna estaba de acuerdo.

Solo el lazo de sangre las mantenía más que relacionadas; por lo demás, Anna era una Hansen y Elsa, Elsa Eckman, la segunda hija adoptiva de Gerda y Kai, un matrimonio y familia estable que un día la encontraron y le dieron una oportunidad de vida.

Se conocieron por el trabajo, ambas médicas por diferentes ramas de la medicina: ginecóloga y pediatra. Veintisiete y veinticuatro años, una rubia y la otra pelirroja, ojos azul hielo y esmeralda, nada que indicara algún rasgo de parentesco.

Se casaron un 6 de abril luego de conocerse y enamorarse casi al primer encuentro.

Elsa miró a Anna mientras conducía, la pelirroja terminó de ponerse gloss en los labios, cerró su espejó y devolvió la mirada a la rubia.

—¿Todo bien? —preguntó.

—No lo sé —respondió Elsa, nerviosa —. ¿Todo bien contigo?

—Todo perfecto.

—Okay —musitó la otra, mientras la alegre música de Taylor Swift se escuchaba de fondo.