El maldito idiota de Oikawa Tooru tiene la horrible tendencia de guardarse su dolor para sí mismo, cree Iwaizumi que es seguramente porque se siente muy cool haciéndolo, o que es alguna especie de héroe por no ser capaz de expresar que sí, maldita sea, está herido, agotado y no puede más.

Iwaizumi sabe que si Oikawa hubiera dicho esas simples palabras no hubiera llegado al extremo de tener una lesión en el tobillo, de tener que estar en cama, de casi perder la posibilidad de un futuro brillante en el vóleibol. Por no decir un simple «Me duele, paremos, por favor», O admitir que tenía que ir al hospital urgentemente.

Y también sabe que está haciéndolo de nuevo, que está ahogándose en un dolor emocional que se niega a dejar salir, que tiene miedo de que por ese error su vida esté prácticamente arruinada. Sabe que no va a admitir que le duele, que se siente triste, enojado, culpable, y muy, muy asustado.

Pero qué le va a hacer, él es así. Así venía y así se quedará.

Entonces, lo mejor que puede hacer Iwaizumi es acompañarlo, estar ahí para él, en el proceso de recuperación, y mientras éste aún quiera guardarse tanto. Sólo lo queda ser paciente y esperar a que aquel tonto al fin comprenda que puede confiar en él, que su Iwa-chan puede ser el hombro sobre el cual derramar sus lágrimas, que en sus brazos puede encontrarse más reconfortado.

Lo que hace Hajime es como tocar el timbre y salir corriendo, es amar y esperar a que te atrapen, que se dé cuenta de que lo que siente es incondicional.

Pero él mismo tampoco lo admite. ¡Y aun así tiene la desfachatez de quejarse de Oikawa por no admitir lo que siente!

Si algo queda claro es que no se necesita admitir nada para sentirlo. Así que, pocas horas después de salir de clases, Iwaizumi está en su rutina de después de la escuela: ir a la casa de Oikawa para prestarle sus apuntes de las clases, hacer palomitas y poner películas que le gusten a Tooru (que su amigo ya ha visto cientos de veces mientras Iwaizumi está en clases, pero eso es otra historia), y tomar su mano mientras tanto.

Porque así, aunque esté herido, aunque no lo admita, puede demostrarle que él está (y estará) ahí para él, para acompañarlo en las buenas y en las malas.