¡Hola, buenos días! ¡Feliz martes! Aquí les comparto un capítulo más. He tenido problemas con la plataforma que ya no registra ni vistas ni visitantes desde el sábado, y me bloqueó de ingresar desde ese mediodía, logrando entrar hasta el domingo. Pero igual voy a seguir publicando los capítulos hasta terminar la historia, mientras me lo permita. Sus comentarios me aparecen en destiempo, pero al menos logro verlos. ¡Ji, ji! ¡Mil gracias!

Ahora pasando a lo importante, aquí continuamos con nuestra historia. Espero puedan verla bien. ¡Muchas Bendiciones!

"UNA DECISIÓN DE VIDA"

CAPÍTULO XX

Ya en Nueva York, con la ayuda de su abogado Maxwell Mayer, del Bufete Evans & Mayer de Nueva York - a quien Anthony hubiese dejado instrucciones, mediante una carta, antes de abandonar Londres en septiembre, de esperar su llegada en Nueva York y de congelar sus cuentas hasta nueva orden sin permitir ninguna injerencia de su familia en ellas, ni avisarles de la misiva misma o de cualquier contacto con él -, Anthony se dedicó a poner sus asuntos legales en su lugar. A su llegada, fue a visitarlo directamente a su bufete junto con su nueva y feliz esposa, y registró ante ellos su matrimonio para efectos de su herencia paterna, adelantando la preparación de un testamento, sin decir nada a Candy para no preocuparla, como trámite para asegurar el bienestar de la rubia por cualquier percance. Asimismo, reactivó nuevamente sus cuentas y abrió una para Candy con acceso a través de sus abogados, quedando pendiente darle firma directa a ella a sus demás cuentas personales al cumplir ella su mayoría de edad. Asimismo, el joven Brower también visitó las oficinas de la Naviera Brower en dicho puerto y comenzó pláticas con los ejecutivos de su compañía respecto a su nueva inclusión en su dirección, haciendo de su conocimiento sus planes de residencia en Norfolk, Virginia, donde se encontraba la segunda sede principal de la naviera.

Luego de dos semanas en que ambos se quedaron hospedados en el Hotel The Lucerne, sobre la Calle 79, mientras trataban dichos asuntos legales, el nuevo matrimonio Brower aprovechaba sus momentos libres del día y por las noches, para pasear y conocer esa gran ciudad. En realidad, Anthony compartía con su Candy la amena tarea de presentarle Nueva York como su guía personal. Paseaban de la mano por Central Park, o visitaban el Museo Histórico de Ciencias Naturales, el cual le fascinó a Candy, y sobre todo quedó impresionada de ver y visitar la estatua "La Libertad iluminando el Mundo", en la bahía junto a la desembocadura del Río Hudson - donada en 1886 al pueblo de los Estados Unidos por el pueblo de Francia, para conmemorar su independencia -, ¡esa fue la primera vez que Candy subió a un ascensor!, para ver desde el mirador en la corona de la estatua, y apreciar junto a su amado la bahía y la ciudad de Nueva York en horas de la mañana, ¡y también fue la primera vez que Candy tomó un ferry!

Uno de los momentos más queridos para Candy fue, en uno de esos paseos, ver comer a Anthony las famosas salchichas neoyorquinas, de pie en la calle, junto a ella, riendo ambos por lo inusual pero delicioso de la situación de comer con las manos, ya que la tía abuela jamás les había permitido ni a él ni a sus primos comprar comida callejera cuando visitaban esa ciudad. Para ambos jóvenes esposos fue como tocar el cielo compartir esos momentos juntos sin tener que rendir cuentas a nadie, teniendo total libertad de decidir sus horarios y sus actividades sin la intervención o aprobación de nadie.

A pesar del frío, Anthony y Candy se encontraron pasando momentos muy felices y románticos en esa ciudad, momentos divertidos o inusuales que los llevaron muchas veces a regresar a toda prisa a su suite de su hotel para continuar con su apasionada e ininterrumpida luna de miel. Anthony disfrutaba de ver a su pecosa tan feliz conociendo y experimentando tantas cosas nuevas para ella y, al mismo tiempo, Candy agradecía al cielo por tener a su cariñoso esposo junto a ella y estar por fin en la libertad de poder demostrarle todo el amor que sentía por él sin tener nunca más que tener que ocultarlo frente a los demás. Así, sin planearlo, en esos días de trámites, los esposos Brower pasaron los primeros momentos inolvidables de su joven matrimonio, tomando ambos ese tiempo como el viaje de luna de miel que les había quedado pendiente de realizar, y que Anthony tanto deseaba darle.

Solo una cosa había molestado un poco al joven esposo, y eso fue que en su última noche en la ciudad habían ido a ver una obra de teatro en Broadway, la afamada presentación de Romeo y Julieta de Shakespeare, la cual le encantó a Candy a pesar de las lágrimas que le provocó al sentirse identificada con Julieta en su lucha por estar junto a su Romeo a pesar de su familia.

Esa noche su pecosa iba espectacular, pensaba Anthony, Candy lucía un vestido verde esmeralda corte princesa, con su cabello rubio suelto sobre sus hombros y sujeto solo de un lado con una peineta de esmeraldas, a juego con su collar y aretes también de esmeraldas, pertenecientes a las joyas de su madre que ahora ya le había regalado Anthony en su totalidad. El vestido lo habían comprado para asistir a la presentación, de escote discreto y de caída elegante, al igual que Anthony había adquirido su frac para utilizarlo esa noche y, aparte, había aprovechado él para comprar también un esmoquin y un chaqué para futuras actividades de la naviera, entre varios trajes más para aprovechar las buenas tiendas del lugar, haciendo que Candy también se proveyera de varios vestidos elegantes para todo tipo de actividad social, entre varios lindos vestidos para uso diario.

Su Príncipe, con su ancha espalda y su porte alto y elegante, en ese elegante frac negro, y de corbatín y chaleco blanco, hacía suspirar a su pecosa con solo verlo, pero también - en detrimento -, hacía a su apuesto esposo llamar la atención más de lo que a ella le parecía apropiado a varias de las damas que asistían entre el público al teatro, haciendo que su pecosa se aferrara más a su brazo, y que no lo soltara o que advirtiera con la mirada a las demás jóvenes descaradas que su Príncipe ya tenía dueña, para diversión y orgullo del rubio.

Diversión que concluyó totalmente para él cuando, tras concluir la obra, todos salieron al lobby, donde el elenco saldría a departir por unos minutos con su público. Y fue allí, al salir los actores principales junto a su productor y al dueño del teatro, que el rubio dejó de sonreír al darse cuenta de la mirada atrevida que el primer actor le lanzó a su esposa al nomás verla, quien, de su brazo, permanecía inconsciente de ser observada, contemplando inocente el alboroto alrededor de los actores con una sonrisa. De hecho, le molestó aún más al joven empresario al darse cuenta de que el susodicho Romeo se parecía físicamente al tipo que la tía abuela había utilizado para engañarlo con las fotos falsas de la supuesta fuga de su pecosa a Nueva York.

Cuando las admiradoras rodearon al actor inglés pidiendo su atención y autógrafos, Candy notó la mirada de su apuesto esposo fija en la mirada ocasional que le lanzaba el atrevido actor inglés de cuando en cuando a ella, desafiando la advertencia implícita en la mirada azul cielo de su molesto esposo. Candy se sorprendió al notarlo y mirando al rubio con picardía, divertida por los inesperados celos de su Príncipe, halando con su mano dulcemente el rostro de su molesto rubio, Candy se puso de puntillas y sorprendió a su marido con el beso más espectacular que le había dado en público hasta ese día, sin importarle la sorpresa de una que otra dama mayor a su alrededor. La sonrisa espléndida de su apuesto esposo al mirarla a los ojos al concluir aquel beso y sujetarla discretamente por la cintura hacia él, borró las miradas intrusivas del muchacho de cabello castaño y mirada arrogante que, molesto, prefirió regresar su vista a las jóvenes que pedían su atención a su alrededor y que - aunque menos bellas y menos sensuales que aquella rubia, obviamente casada - sí mostraban el interés esperado para alguien de su talento y gallardía. Esa noche Anthony y Candy obviaron la reserva que tenían para la cena en el Oak Room y regresaron directo hacia su hotel, y la habitación de su suite privada fue nuevamente testigo de la intensa pasión e inventiva, de su amor juvenil y apasionado. El vestido verde de su pecosa, dejado finalmente en el suelo, se convirtió para Anthony en uno de los recuerdos más maravillosos de esa última noche juntos en Nueva York.

Cuando a la mañana siguiente Candy y Anthony partieron, bastante desvelados, en medio del bullicio de uno de los puertos más grandes del país, iban como pasajeros especiales en uno de los barcos de su propia naviera Brower. Abrazados y bien abrigados, contemplaban con una sonrisa, en medio del frío matutino, cómo, poco a poco, iba quedando atrás la imagen de la estatua en la bahía y de la ciudad que les había dado la libertad de su nueva vida matrimonial, mientras con un corazón ilusionado volvían su mirada hacia altamar y hacia las posibilidades de un futuro que se vislumbraba tan amplio como ese mismo mar. Su viaje hacia su nueva vida juntos apenas si comenzaba.

"Podemos ir en paz.", dijo el padre en latín.

"Damos gracias al Señor." Respondió la congregación al final de la misa también en latín en la Basílica de Santa María de la Inmaculada Concepción, en la ciudad portuaria de Norfolk, Virginia, varios días más tarde. Tras comenzar a sonar el gran órgano tubular de la iglesia, Anthony y Candy Brower, junto a los demás feligreses, sonrieron y salieron al atrio principal.

Hace apenas doce días habían llegado a la ciudad y se habían instalado en la Mansión Brower. Anthony tomó de la mano a su esposa y tras despedirse de algunas de las familias de la comunidad que les habían dado la bienvenida la semana anterior, ambos llegaron hasta su auto Cadillac y subiendo en él, y se dirigieron de vuelta hacia su hogar. ¡Su hogar! el solo pensarlo hacía sentir a Candy mariposas en su estómago y la hacía sonreír con ilusión. Nunca había pensado, cuando estaba sola, en medio del frío invernal y escuchando el zumbido del viento que se colaba en los establos de los Legan, que algún día podría tener lo que ahora tenía y que llegaría a ser tan feliz como lo era ahora.

Anthony, por su parte, estaba igual de encantado, y a pesar de extrañar en demasía a sus primos - y, aunque no quisiera aceptarlo, también a su tía abuela -, él no podía negar que se sentía totalmente en las nubes. El hogar que ahora tenía con Candy en Virginia era algo que estaba seguro no cambiaría por nada en el mundo. Ahora agradecía haber insistido, desde tan joven, en recibir reportes de la Naviera Brower de parte de sus abogados, tal como pasó el primer día que vio en el Portal de las Rosas a su pecosa, y que, desde ese entonces, para disgusto de su tía abuela, él había tenido reuniones regulares con ellos, para aprender sobre sus estados financieros anuales, y con representantes de la naviera, para saber sobre el teje y maneje de las sedes de la empresa en América e Inglaterra. Aunque siempre su tía abuela le insistía al final que esa era la menor de sus responsabilidades y que, llegado el día, alguien más se encargaría de ello ya que él ya tenía sus manos llenas con la carga del Consorcio Andley. - ¡Vaya si no daba vueltas la vida! -

¡Y qué vida tenían ahora! Desde su llegada a Norfolk, todas las mañanas ambos despertaban abrazados en la habitación principal de la Mansión Brower, una construcción de 1892, de dos niveles y 9 habitaciones arriba, 1 habitación abajo, y 5 para la servidumbre, con 9 baños en total, un salón del té, una sala principal y amplia con una chimenea grande, una cocina completa, con comedor para la servidumbre, un jardín frontal y un amplio jardín trasero para los estándares de las casas dentro de la ciudad, así como un garaje techado para 3 vehículos, y un invernadero. La mansión estaba exquisitamente amueblada con los muebles que los padres de Anthony habían adquirido cuando ellos vivieron allí años atrás, traídos, ellos suponían, desde Francia e Inglaterra.

Tras un romántico despertar, y a veces también un apasionado buenos días de parte de ambos, su esposa se levantaba primero y entraba a bañarse y a alistarse, él se levantaba luego de ella salir del baño, y su nueva rutina comenzaba.

Al salir Anthony de su baño matutino minutos más tarde, Candy y la amable señora Mina ya se encontraban en la hermosa y amplia cocina del primer nivel, preparando temprano el desayuno familiar. Candy insistía en que era su casa y que ella debía hacerlo, así que Anthony la dejaba. La nueva cocinera y mucama, doña Mina Jones, y su amable marido, el señor Timothy Jones, que era ahora el mayordomo y también jardinero auxiliar de Anthony, ayudaban a su joven esposa a reacomodar el lugar y a mantenerlo impecable y acogedor para ambos, al menos la parte de la casa que utilizaban, mientras se organizaban para contratar a más personal el próximo año. Por lo pronto, para comenzar, se sentían a gusto como estaban.

Las estancias interiores de la residencia Brower eran hermosas y acogedoras, estaban elegantemente recubiertas con paneles de roble, columnas labradas y una hermosa e impresionante chimenea en la sala central en el primer nivel, recubierta en mármol de carrara, donde habían ellos dos puesto, sobre la pared, encima de la misma, la foto más grande de su boda, tomada frente al Altar de la Iglesia de Santa Catalina en Lakewood, ya mandada a enmarcar finamente por Anthony, y sobre la repisa de la chimenea y unas estanterías empotradas en el resto del salón, las demás fotos que se habían tomado el día de su boda, así como fotos de su viaje por Nueva York y en su primer día juntos en esa nueva casa solos, cuando todos los muebles aún estaban cubiertos con sábanas y les tocó limpiar. Esto con la cámara de última generación que había comprado Anthony en una tienda en Manhattan. Y estando ahora a tan solo tres días de Navidad, las estancias de la casa se veían decoradas con pequeños adornos navideños hechos en su mayoría por una feliz Candy, o comprados por Anthony al regresar de trabajar en la naviera por las tardes, llevándole algún adorno extra para sorprenderla.

Y justo ese domingo que habían ido a misa, a su salida al medio día, la feliz pareja pasó a comprar más decoraciones para su gran casa, degustando nuevamente una salchicha en un pequeño local que habían descubierto, el cual les traía felices recuerdos de su reciente luna de miel en Nueva York.

Caminando por las calles llenas de almacenes en Norfolk, Candy Brower encontró fascinada, en una pequeña tienda irlandesa, un bello Nacimiento de porcelana que le recordaba el nacimiento tradicional que ponían en su Hogar de Pony cuando pequeña. Recordaba cómo la Hermana María junto con ella y los niños del hogar, y en su momento Annie, lo colocaban cada primero de diciembre, y la Señorita Pony lo decoraba con angelitos de papel hechos por cada uno de los niños, fabricados como manualidades a finales del mes anterior. Sin dudarlo, Anthony lo compró para colocarlo en su nuevo hogar, en un lugar muy especial junto a su chimenea, iniciando así ambos otra de sus tradiciones navideñas como familia.

Al llegar a casa, los extrañó ver un auto desconocido, pero muy lujoso, estacionado sobre la calle, frente a su residencia. Anthony siguió de largo y entró en la senda junto a su mansión hacia el garaje techado en la parte posterior, en los jardines. Y al bajar del auto, él y Candy se dirigieron a la entrada posterior de la residencia y entraron por un pequeño pasillo que conducía a una sala menor. Al cruzar el umbral de la estancia, la calidez de la chimenea en el otro salón, el aroma a pino del árbol de navidad, y el aroma a ponche desde la cocina, que le había encargado Candy a la señora Mina que preparase antes de irse esa mañana, inundaron sus sentidos, y fue entonces que el señor Timothy llegó corriendo junto a ellos, mientras Anthony dejaba los paquetes de compras sobre un mueble de madera labrada en la salita y luego ayudaba a Candy a quitarse su abrigo blanco.

"Señor Brower. Señora Candy." Les dijo el atento mayordomo al verlos retirar sus abrigos, tomándolos él para guardarlos. "Tienen visita", les dijo.

Anthony no pudo ni preguntar de quién se trataba, cuando del pasillo…

"¡Sorpresa!" saltaron a la vista de ellos los dos hermanos Cornwell con alegría teatral.

"¡Stear!, ¡Archie!" gritaron juntos los asombrados señores de la casa, y sin siquiera dudarlo los cuatro amigos se aproximaron a abrazarse y en el caso de Candy, ¡también a llorar de la alegría de verlos! Aunque una que otra lágrima también se les escapó a los tres jóvenes Andley, pero lo trataron de disimular con risas y bromas.

"¡Gatita! ¡Qué gusto verte!", le dijo Archie al liberarla de su abrazo. "¡Estás hermosa, Candy!", reconoció, "O debería decirte mejor… está hermosa ¿señora Brower?"

Anthony abrazado de lado a Stear, los vio a ambos con pena al igual que su pecosa. "Lo sentimos mucho, muchachos," les dijo Anthony con sinceridad, y acercándose a su esposa, la abrazó a su lado. "Queríamos compartir con ustedes lo de nuestra relación y nuestra boda, e invitarlos a la ceremonia, de verdad, pero… al final no pudimos arriesgarnos a que la tía abuela o que el Concejo, al enterarse, interfirieran."

"Descuida, Anthony", habló ahora el inventor de la familia, comprensivo. "Leímos tu carta. El padre Albino nos la entregó a principios de diciembre, cuando fuimos a dejar otra donación."

"Lo entendemos en verdad." Comentó Archie de manera despreocupada. "Aunque no lo creas, la tía abuela está muy arrepentida por todo lo sucedido."

"Dejemos a la tía abuela fuera de esto, Archie." Dijo Anthony de pronto muy serio. Candy notó su tensión y acarició comprensiva su brazo, tratando de tranquilizarlo.

"Lo siento." Dijo Archie. "No era mi intención incomodarte, Anthony.", dijo el elegante muchacho de cabello castaño hasta los hombros y elegante porte, apenado.

Anthony exhaló, "No, Archie, discúlpame tú a mí." Le dijo Anthony, y sonriendo nuevamente, agregó. "No fue mi intención discutir contigo, lo siento. Pero prefiero no hablar respecto a la tía abuela por el momento. En verdad nos alegra mucho que hayan logrado venir hasta acá. Pero dígannos, ¿cuándo llegaron a Norfolk?"

"Esta mañana." Dijo Stear. "Y déjame decirte que ésta es la décima casa donde tocamos. Nos dijo tu abogado en Nueva York que fuéramos a la casa Brower sobre la avenida Fairfax en Norfolk, Virginia, y déjame decirte que en la naviera no nos quisieron dar razón de nada cuando preguntamos la dirección exacta, dijeron que era información restringida. Así que preguntando en el puerto nos hablaron de posibles calles cercanas."

Anthony se golpeó la frente. "¡Lo siento, chicos!", dijo apenado tocando su cabello con su mano, "olvidé advertirles en las oficinas que, de la familia Andley, a ustedes sí los esperábamos."

"No importa", dijo Archie sonriendo, "lo importante es que los encontramos. Ahora solo debes decirnos si conoces de algún buen hotel donde nosot-"

"¡De eso, nada, chicos!" dijo Candy decidida, "Ya tenemos sus habitaciones listas." Les dijo sonriente. "Con Anthony teníamos la esperanza de verlos antes de fin de año. Incluso ya tenemos sus regalos junto al árbol." Y la hermosa muchacha señaló al árbol de navidad junto a la chimenea en la sala mayor, la cual se veía por una elegante división de madera labrada, bellamente decorado y con muchos regalos al pie."

"¡Qué bien!" dijo emocionado Stear. "¡Regalos!"

"¡Stear!" le dio un codazo su hermano.

"¡¿Qué…?!" dijo con queja el apuesto muchacho de lentes, sobándose las costillas, "- ¡Si nosotros también les trajimos regalos! - Están en el auto que compramos para movilizarnos hasta acá." Dijo viendo a sus ahora anfitriones.

"¡Entonces vamos por su equipaje, Stear!" Dijo Anthony contento. "Llevemos primero su auto al garaje de atrás" - "Iremos por el equipaje, amor." Le dijo a su pecosa besando su sien. "Ahora volvemos." -

Candy le miró asintiendo.

"Ya volvemos, Candy." Dijo Stear, y Archie solo le guiñó el ojo, y al caminar por el pasillo, no más pudieron, los dos primos se abalanzaron sobre Anthony, quien gritó divertido y casi que abrazados los tres, riendo y bromeando entre ellos, caminaron rumbo a la puerta principal, hablando en secreto y haciéndole cosquillas al rubio entre risas, mientras Anthony reía. Candy se sintió conmovida por la escena. Su Príncipe no decía nada, pero ella sabía bien que sufría por la ausencia de sus dos primos - casi hermanos -, en su vida. Otro de los grandes sacrificios que había hecho su amado por ella.

Intuía que se tardarían en regresar con el equipaje, tenían mucho que platicar entre ellos, así que Candy se dirigió hacia el otro pasillo contenta, y fue en busca de la señora Mina a la cocina para avisar que tendrían que preparar una cena especial para esa noche, y subir toallas limpias para los baños de las habitaciones de visitas, y luego avisar a don Timothy Jones para que ayudara a los muchachos con el equipaje, ¡cuando al fin el alegre grupo se decidiera a entrar!

"¡Doña Mina…!" dijo feliz la joven señora Brower, caminando hacia la cocina. "¡Señor Jones…!" Candy se perdió en el pasillo decorado con óleos de paisajes escoceses y de su querido Lakewood, incluyendo, por suerte, el de una pequeña pérgola en el jardín trasero de esa propiedad, bajo un bello emparrado, rodeado de cipreses.

Continuará…

¡Y los tres primos están juntos al fin! ¡Ji, ji, ji! - ¡Espero les haya gustado! - ¡En lo personal, la parte de Nueva York también me encantó! ¡Ji, ji, ji! -

¡Muchas gracias por seguir comentando! Como les decía, la plataforma me ha estado dando problemas, pero mientras pueda publicar y los capítulos sean visibles, ¡qué más da! Con que ustedes lean cada actualización me doy por bien servida. ¡Ji, ji, ji!

¡Me alegra mucho que les gustara la luna de miel! Fue un momento muy especial en la historia. Muchas gracias por comentar el capítulo anterior queridas Anguie, Sharick, Guest 1, Guest 2, Guest 3, Guest 4, Mayely león, Julie-Andley-00 y GeoMtzR (¡Y no te preocupes, Georgy! Cuando puedas leer, es perfecto. ¡Todo es carreras en el fin de semana! ¡Y me alegra que te haya parecido una noche mágica para los rubios! Que sigas mejorcita). - ¡Muchas gracias a cada una por tomarse un tiempito para comentar! -

¡Un abrazo a todas! ¡Y que tengan un lindo día!

lemh2001

19 de septiembre de 2023

P.D. Se actualizará el próximo jueves. ¡Nos vemos!