La sensación era asfixiante, como si Eamon estuviera siendo forzado a través de un tubo estrecho. Todo a su alrededor se volvía un torbellino: una rafaga de colores vibrantes y sonidos ininteligibles. La gravedad parecía haberle abandonado, suspendiéndole en una caída interminable.
Sin embargo, tan abruptamente como comenzó, todo terminó. Un golpe sordo contra algo suave le informó que había aterrizado. La grama. Su estómago, sin embargo, no había tenido tiempo de acostumbrarse a la brusquedad del viaje, y un vómito ascendió abruptamente, manchando la grama verde.
Eamon se tomó unos segundos, respirando con dificultad, sintiendo el frío del suelo a través de su ropa, tratando de calmar las oleadas de náusea que amenazaban con abrumarlo. Las imágenes pasaron fugazmente a través de su mente, como destellos: el hospital, la directora Collins, el baño, el anillo...
'Concéntrate', se dijo a sí mismo, reprimiendo las ganas de vomitar nuevamente.
Con un esfuerzo, levantó la vista, permitiéndose por primera vez tomar consciencia de sus alrededores. Se encontraba en un claro masivo, los árboles alrededor se alzaban majestuosamente, algunos incluso desafiaban la comprensión con su altura. Las luces que se filtraban a través del dosel arrojaban patrones moteados en el suelo, dándole al lugar un aire etéreo.
Pero algo más llamó su atención. A lo lejos, se levantaba la silueta de lo que alguna vez debió ser una estructura imponente. La vegetación muerta la rodeaba en un círculo casi perfecto y, aunque ahora yacía en ruinas, los vestigios de su grandeza eran innegables. La fachada, aunque manchada y descolorida por el tiempo y el fuego, mostraba rastros de muros de piedra que una vez habían sido robustos, ventanas arqueadas que ahora estaban vacías, y una torre que, aunque parcialmente derrumbada, sugería que en su apogeo se había utilizado para observar algo más allá de los horizontes terrestres.
Sin embargo, el tiempo y el abandono habían hecho mella. Las enredaderas cubrían gran parte de las paredes y la madera oscura de la entrada principal parecía haber sido consumida por el fuego. Las marcas de quemaduras en el terreno y en los ladrillos gritaban la historia de un incendio catastrófico.
Se sintió atraído hacia la estructura, pero una sensación en el estómago lo detuvo. No era náusea esta vez, sino una creciente preocupación. '¿Cómo llegué aquí? ¿Qué fue eso?'. La memoria del anillo brillando en su mano antes del caos volvió a él.
Trató de racionalizar la situación. 'Piensa, piensa', se ordenó mientras sus ojos se desplazaban rápidamente en busca de alguna pista. La sensación durante la "travesía" era extrañamente familiar. ¿Dónde había leído o escuchado sobre algo similar? Entonces, como un rayo, le vino a la mente.
'Traslador', la palabra resplandeció en su mente. Había leído acerca de ellos en la serie de libros de Harry Potter hace años. Eran objetos que transportaban mágicamente a las personas a diferentes lugares cuando eran activados. ¿Podría ser eso? ¿El anillo era un traslador? Recordó la descripción de cómo se sentía usar uno, y todo coincidía: la sensación de un tirón en el ombligo, el mundo girando locamente a su alrededor, y la llegada abrupta.
¿Pero cómo podría haber activado un traslador? Recordó murmurar las palabras inscritas en el anillo justo antes del torbellino de sensaciones. Eso debía serlo. Había activado el traslador sin darse cuenta.
Miró a su alrededor, sus ojos buscaban frenéticamente el anillo. Si sus suposiciones eran correctas, ese anillo podría ser su boleto de regreso. El hospital, la directora Collins... ¡No podía darse el lujo de perder mucho tiempo!
El claro era vasto y la grama alta, haciendo que la búsqueda del pequeño objeto se sintiera abrumadora. Pasaron minutos, cada segundo incrementando su ansiedad, cuando algo brillante capturó su atención en su visión periférica.
Allí estaba, medio enterrado en la grama, el anillo resplandecía bajo el sol filtrado. Eamon se apresuró hacia él, recogiéndolo con manos temblorosas. Esperando que sus teorías fueran correctas y rogando silenciosamente, pronunció nuevamente las palabras inscritas en el anillo con firmeza.
Un tirón, un torbellino de sensaciones, y Eamon desapareció del claro, dejando atrás la majestuosa silueta de la mansión en ruinas.
El universo parecía encogerse, condensándose en un estrecho pasadizo por el que Eamon se sentía nuevamente succionado. Una sucesión de destellos y sombras nubló su visión y el aire se volvió espeso, como si se encontrara bajo el agua. A pesar de la familiaridad de la sensación, esta vez pudo resistir el impulso de vomitar. Una vez que la turbulencia cesó, el mundo regresó a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos.
Eamon parpadeó repetidamente, despejando su visión, y lo que vio lo llenó de un alivio inmenso. Estaba de regreso en territorio conocido. Las afueras de Fairbridge se extendían ante él, con sus edificios pintorescos y las calles empedradas que había recorrido tantas veces. El sol, que empezaba a inclinarse en el cielo, bañaba el paisaje con un dorado resplandor.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios. El anillo, efectivamente, había actuado como un traslador bidireccional. Un pensamiento inquietante cruzó su mente. ¿Por qué, de todos los lugares posibles, el anillo lo había llevado al bosque y luego de vuelta a Fairbridge? ¿Había alguna conexión entre estos lugares? Estas reflexiones, que se asemejaban a susurros en su mente, trataban de llevarlo por un camino de deducciones. ¿Había alguna razón especial por la que el anillo lo trasladó justo a las afueras del pueblo? Eamon intentaba ensamblar las piezas, pero había algo que no encajaba.
Dejando a un lado por el momento sus dudas, una urgencia renovada lo impulsó a ponerse en marcha. El tiempo corría en su contra y, aunque había escapado momentáneamente de las consecuencias de su ausencia, sabía que no podía relajarse.
Sin perder tiempo, se impulsó hacia adelante, sus pequeñas piernas moviéndose lo más rápido que podían. Las calles de Fairbridge le eran familiarmente nostálgicas y, aunque intentó mantener un perfil bajo, no pudo evitar atraer la atención de los residentes. Algunos miraban con expresiones de confusión, otros sonreían ante la vista del joven apresurado, y unos pocos intercambiaban murmullos entre ellos, preguntándose qué habría causado semejante prisa. Sin embargo, tenía una meta en mente y nada lo detendría.
A medida que se adentraba más en el pueblo, sus pensamientos se desbordaban, mezclándose con susurros y conclusiones mentales. 'Tengo que llegar al hospital. No hay tiempo que perder. La directora estará buscándome,' pensó, mientras esquivaba a una pareja que caminaba por la acera. Luego, continuó reflexionando, 'si llego antes de que se dé cuenta de mi ausencia, tal vez pueda evitar un regaño... o algo peor.'
Los minutos pasaron, sintiéndose como horas, antes de que el familiar edificio del hospital de Fairbridge apareciera ante sus ojos. Estuvo a punto de detenerse para recuperar el aliento, pero decidió que primero debía llegar a la habitación de Henry. Al acercarse a la entrada principal, disminuyó la velocidad, intentando recuperar algo de compostura. No quería que el personal del hospital lo viera en ese estado y empezara a hacer preguntas.
Se deslizó con cuidado por las puertas automáticas y echó un vistazo rápido alrededor. El pasillo estaba notablemente tranquilo. Sin dudarlo, se dirigió directamente hacia la habitación de Henry, esquivando enfermeras y médicos en su camino.
Cuando finalmente llegó frente a la puerta, el alivio lo inundó al no encontrar señales de la directora Collins. Miró por el pequeño cristal de la puerta y vio a los doctores rodeando a Henry, inmersos en su trabajo. Decidiendo que sería mejor esperar a que terminaran, se apoyó en la pared cercana, tratando de calmarse y prepararse para el encuentro que sabía que se avecinaba.
Desde su posición, podía escuchar vagamente los murmullos y conversaciones de los médicos dentro de la habitación. Aunque intentó no prestar atención, cada vez que oía el nombre de "Henry", su corazón daba un vuelco.
'Por favor, que esté bien', pensó con ansias, frotándose las manos nerviosamente.
Entonces, un sonido familiar lo sacó de sus pensamientos. Pasos apresurados resonaban por el pasillo, y reconoció de inmediato a la figura que se aproximaba. La directora Collins, con su expresión siempre seria y su paso firme, se acercaba directamente hacia él. Por un momento, consideró esconderse, pero rápidamente descartó la idea. No tenía escapatoria.
Antes de que pudiera decir algo, la directora lo enfrentó, su mirada penetrante fijada en él. "Eamon, ¿dónde te habías metido? Te estuve buscando."
Tratando de mantener la calma, respondió con una voz temblorosa. "Lo siento, directora. Me perdí al volver del baño y acabé en otra ala del hospital. Fue un despiste."
Ella lo observó con escepticismo, pero pareció aceptar su excusa, aunque con reservas. "No te alejes de nuevo sin avisar. Ya bastante preocupación tenemos con la condición de Henry."
Asintiendo en señal de entendimiento, suspiró aliviado cuando ella desvió su atención hacia la habitación. Poco después, los médicos salieron, dejando la puerta abierta. La directora hizo un gesto para que entraran, y ambos se adentraron en el cuarto, esperando ansiosos las noticias sobre el estado de Henry y cuándo sería dado de alta.
21 de mayo de 1985
En la penumbra de su habitación en el orfanato, Eamon se encontraba en un estado de profunda introspección. Sentado en la cama inferior de la litera, percibía el espacio vacío justo arriba de él, donde usualmente Henry descansaba. Aunque Henry había sido dado de alta y estaba en proceso de recuperación, la atmósfera en el cuarto se sentía distinta. El aire, antes lleno de risas, bromas y charlas nocturnas, estaba ahora cargado de un silencio reflexivo.
El peso de todo lo que había experimentado parecía empujarlo hacia abajo, obligándolo a sentir el opresivo zumbido que rodeaba el orfanato con una nueva claridad. Las murmuradas charlas sobre los Wentworth que había escuchado a hurtadillas, combinadas con esa figura escurridiza que había desaparecido poco antes de que Henry despertara, giraban en su mente como piezas de un rompecabezas esperando ser ensambladas. Mientras meditaba, un zumbido familiar, uno que había estado presente desde que pudo recordar, volvía a ser notable. Durante mucho tiempo había logrado ignorarlo, similar a cómo uno se habitúa a un olor constante, pero ahora, con la maraña de emociones y conjeturas que rondaban en su mente, ese zumbido regresaba con una intensidad opresiva. Era como si, de alguna manera, todo estuviera interconectado.
Pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos, reflejando la turbulencia interna y la frustración de no poder entenderlo todo. El peso de su propia historia, su inusual habilidad para percibir lo que otros no podían, y la amenaza persistente de desequilibrio mental estaban pasando factura. Su corazón anhelaba respuestas, una sensación de pertenencia y, sobre todo, paz.
Una buena parte de su anterior existencia había estado enfocada en garantizar el bienestar de los que amaba, pero eso lo había dejado vacío, sin nada más para él mismo. Había sido su fortaleza y su ancla, pero también su prisión, restringiéndolo a un ciclo de autodesprecio y agotamiento mental.
Pero en ese momento de desesperación, un resplandor de determinación brilló en sus ojos. No todo estaba perdido; la magia y sus misterios se abrían ante él como una oportunidad para comenzar de nuevo, para reconstruirse desde una nueva fundación. En el intrincado baile de lo místico, veía una promesa, un camino hacia la sanación y tal vez, hacia la paz que tanto anhelaba.
A pesar de todo, aún había esperanza y propósito. Había algo embriagador en la idea de sumergirse en los misterios del mundo mágico, un llamado que tocaba las fibras más profundas de su ser, alimentando una curiosidad que siempre había sido más fuerte que su sentido de autopreservación.
La magia le ofrecía una segunda oportunidad, una posibilidad de redescubrir y redimirse en un mundo donde podría encontrar su lugar, su paz. Una oportunidad para centrarse en algo más grande que él, para explorar y entender, para encontrar respuestas y tal vez, solo tal vez, encontrar una verdadera felicidad. Una oportunidad para construir un futuro donde el miedo y la soledad no fueran los protagonistas, y donde pudiera, por fin, dejar de huir de sí mismo.
Si había un lugar para comenzar a desentrañar los misterios, sería el claro. El anillo, el traslador, le había proporcionado un medio para acceder a ese lugar. Sin embargo, estaba consciente de los riesgos. Aunque su curiosidad podría impulsarlo hacia el peligro, también le proporcionaba la fuerza para buscar respuestas. Ahora, lo único que necesitaba era un plan.
La hora de juegos le ofrecía una oportunidad perfecta. En ese momento, todos los niños estarían dispersos, permitiéndole cierta libertad para moverse sin ser detectado. Ya había visualizado su ruta: colarse por el patio trasero y regresar al orfanato sin ser notado.
Mientras los últimos trazos de luz del día desaparecían, Eamon se acurrucó bajo las sábanas, pensando en el día que se avecinaba. Aunque el temor y la incertidumbre estaban presentes, la determinación ardía con más fuerza en su interior. Mañana sería un nuevo día y estaba listo para enfrentar lo que viniera.
22 de mayo de 1985
La mañana amaneció con un sol radiante, pero para Eamon, el esplendor del día quedaba ensombrecido por sus pensamientos sobre el claro. Mientras caminaba por los pasillos de la academia Fairbridge, las lecciones y conversaciones resonaban como ecos lejanos en su mente, que estaba atrapada en el misterio que el claro ocultaba.
Más tarde, en el orfanato, el patio se llenó con el bullicio y las risas de los niños. Las voces y gritos de alegría permeaban el aire, pero él buscó discreción, apartándose en la sombra de un arbusto y encontrando un rincón oculto.
Al palpar su bolsillo, sintió el familiar contorno del anillo y, bajo la luz del atardecer, lo contempló, sintiendo la urgencia de su misión. Sin vacilar, lo sostuvo firmemente y pronunció con claridad: "Rootes Depe, Hevene Endelees".
La experiencia de ser transportado por el objeto mágico era abrumadora. Se sintió jalado a través de un túnel, moviéndose a una velocidad que desafiaba la lógica. Aunque había experimentado esto antes, la sensación era igualmente impactante.
Cuando el torbellino cesó, se encontró de pie en el claro. Se tomó un instante para reorientarse y, una vez ajustados sus sentidos, alzó la mirada, decidido a explorar los secretos del lugar.
En el claro, el inconfundible contorno de la mansión en ruinas se alzaba imponente ante él. Eamon no podía evitar sentir que la estructura, aunque destrozada por el tiempo y el abandono, aún retenía vestigios de su antigua gloria. Decidido, comenzó a caminar hacia ella.
A medida que avanzaba, sus sentidos se agudizaban. Una especie de zumbido o vibración que percibía, una amalgama de frecuencias que resonaban en el ambiente. Era evidente que la magia había jugado un papel en la historia de este lugar. Cada paso que daba parecía intensificar estas sensaciones. Aunque gran parte de las vibraciones eran caóticas y difíciles de interpretar, una en particular le resultaba curiosamente familiar. Era como un recuerdo distante, algo que había olvidado hace mucho tiempo y que ahora resurgía con of Form
Eamon avanzó con cautela hacia lo que alguna vez fue una grandiosa mansión. Aunque ahora yacía en ruinas, podía notar el esplendor que la rodeó en su apogeo. Los vestigios de la majestuosidad aún permanecían: la piedra que había formado muros robustos, ahora descolorida por el tiempo y parcialmente oculta por enredaderas que intentaban reclamarla, aún conservaba un aire señorial. Las ventanas, altas y arqueadas, alguna vez albergaron vidrieras que proyectarían destellos multicolores en días soleados. Ahora, estaban vacías, con solo el viento como testigo de sus secretos.
El portón de la entrada principal, aunque desgastado y claramente afectado por el fuego, sugería que en algún momento fue una obra maestra de madera oscura y hierro forjado. Las marcas en el suelo y en la piedra contaban la historia de un incendio catastrófico. Eamon se preguntó qué secretos guardarían las gargolas que alguna vez custodiaron esta entrada.
Sus ojos se desplazaron hacia lo que quedaba de la torre. Aunque parcialmente derrumbada, se podía imaginar que esta estructura se alzaba por encima de todo, ofreciendo a sus habitantes una vista celestial. ¿Habrían observado las estrellas desde allí? ¿Qué rituales astrales se habrían llevado a cabo en ese lugar elevado?
Mientras exploraba, notó un terreno que parecía haber sido un estanque. La idea de un lugar místico donde sauces llorones rodeaban el agua le vino a la mente. Aunque no podía estar seguro, sentía que ese lugar tenía historias mágicas propias para contar.
Armándose de valentía y con el exterior de la estructura detallado, decidió que era hora de explorar el interior. Con el corazón latiendo con anticipación, Eamon empujó lo que quedaba del portón y entró a la mansión. Las sombras del interior, aún en pleno día, parecían haberse comido parte de la luz. Las siluetas de los cuadros que colgaban en las paredes eran apenas discernibles, quemados y destruidos, pero todavía se podía notar la distinción de figuras que una vez fueron retratos de antepasados o escenas místicas. Las marcas de humo y fuego pintaban un cuadro triste de destrucción y pérdida.
El salón principal se presentaba ante Eamon como un vestigio silencioso del pasado grandioso de la mansión. Sus pasos resonaban en el piso, creando un eco que se mezclaba con el susurro del viento que se filtraba por las ventanas rotas. En medio del salón, una escalera bifurcada ascendía a ambos lados, desembocando en un balcón del piso superior. El diseño de la escalera era tal que, a pesar de la devastación a su alrededor, daba la impresión de majestuosidad, como si invitara a alguien a subir y descubrir los secretos de los pisos superiores.
El techo alto, parcialmente hundido, permitía que un rayo de luz del atardecer se infiltrara, iluminando parte del espacio en un tono dorado. Este rayo de luz revelaba lo que en su día debió ser un majestuoso candelabro que ahora yacía en el centro del salón, retorcido y desfigurado, como un gigante caído en batalla.
Las paredes, aunque manchadas por el paso del tiempo y el fuego, aún mostraban rastros de su antigua belleza. Eamon podía ver vagamente los bordes de lo que parecían ser murales o pinturas decorativas. Aquí y allá, restos de cuadros con marcos dorados mostraban figuras que apenas se podían distinguir debido al daño, pero lo suficiente para hacerle imaginar a los ancestros de la mansión con ropajes finos y poses dignas.
Las cortinas, una vez seguramente lujosas y pesadas, hechas de un terciopelo rico y suave, ahora colgaban chamuscadas y en jirones. Sin embargo, aún conservaban ese aire de elegancia, como un rey en el exilio, recordando días de gloria.
Y justo en el punto central, donde las escaleras bifurcadas se encontraban en su base, una estatua de un ciervo se alzaba, desafiando el tiempo y la desolación. A diferencia de todo lo demás en la habitación, parecía estar en perfecto estado. Estaba tallada con tal detalle que Eamon casi esperaba verla respirar. La figura del ciervo era elegante y majestuosa, con una postura orgullosa y un par de astas impresionantes que se alzaban hacia el cielo. Lo que realmente capturó la atención de Eamon, sin embargo, fueron las motas que decoraban su cuerpo. Parecían estar incrustadas o talladas en la superficie de la estatua, como diminutas constelaciones que aún no habían mostrado su verdadero brillo.
A medida que Eamon se acercaba, el silencioso canto de la estatua se hacía más intenso, un zumbido casi melódico que emanaba directamente de su núcleo. Esta era una experiencia completamente nueva para él; nunca antes había sentido tal atracción hacia un objeto. Las vibraciones eran distintas a cualquier otro estímulo que hubiera experimentado antes. No solo resonaban en su interior, sino que parecían retumbar en armonía con los latidos de su corazón.
Las motas esparcidas por el cuerpo del ciervo parecían cobrar vida ante sus ojos, latiendo con un pulso intermitente que coincidía con el ritmo de las vibraciones que sentía. Era como si cada mota fuera una estrella individual, cada una conectada a un antiguo rito o secreto del universo.
Instintivamente, y guiado por una fuerza que parecía más poderosa que su propia voluntad, extendió su mano izquierda hacia la estatua, colocándola con suavidad en medio de sus majestuosas astas. Durante un momento, todo quedó en silencio, y solo el contacto frío y liso del mármol se hizo presente. Sin embargo, antes de que pudiera procesar el acto, sintió un pinchazo agudo en su palma, como si una aguja invisible hubiera perforado su piel.
Retrayendo su mano rápidamente, Eamon pudo observar una diminuta gota de sangre emergiendo de la pequeña herida, y casi al mismo tiempo, una oleada de energía fluyendo hacia la estatua. Era como si la estatua hubiera tomado una muestra de su esencia física.
Y entonces ocurrió.
Las motas en forma de constelaciones comenzaron a iluminarse, brillando intensamente. Las astas del ciervo resplandecían, irradiando una luz deslumbrante que llenaba todo el salón. Era como si el universo entero se hubiera concentrado en ese pequeño espacio, revelando una porción de sus misterios a través del artefacto. El ciervo, con sus patrones estelares brillantes, parecía un guardián ancestral de secretos y poderes antiguos.
El brillo en las motas que formaban las constelaciones de la estatua comenzó a focalizarse en sus ojos. Estos, que antes parecían ser simplemente dos orbes inertes de piedra, cobraron vida de una manera sorprendente. Una luminiscencia cálida y penetrante emergió de ellos, conectando directamente con la mirada de Eamon. Fue como si la estatua intentara leer su alma, escudriñar cada rincón de su ser en busca de respuestas o confirmaciones. Cada segundo que pasaba bajo esa mirada inquisidora parecía ampliarse, volviéndose más intenso y revelador.
La conexión entre ambos era innegable. A pesar de que estaba ante un objeto inanimado, Eamon sintió una comunicación profunda, como si la estatua estuviera transmitiendo emociones, historias y secretos directamente a su mente. La estatua, en su silenciosa introspección, parecía estar buscando en él algo que había estado perdido por generaciones.
Después de un período que a Eamon le pareció eterno, pero que en realidad solo habían sido unos minutos, el ciervo finalmente rompió el contacto visual. Con una lentitud que reflejaba gracia y propósito, inclinó su cabeza en un gesto que parecía ser de respeto y reconocimiento. Era como si lo hubiera aceptado, o hubiera encontrado lo que estaba buscando en él.
Con ese sutil movimiento, el sonido del mármol en movimiento llenó el vestíbulo. Las patas de piedra del ciervo, antes firmemente plantadas en el suelo, comenzaron a deslizarse con un sonido sordo y rítmico. El piso debajo de la estatua comenzó a girar lentamente, y la majestuosa figura se desplazó, revelando la entrada a una escalera espiral. Esta, tallada meticulosamente y cubierta por el polvo de incontables años, se torcía hacia abajo en un descenso que invitaba a Eamon a explorar los secretos que yacían ocultos bajo la mansión.
La estatua del ciervo había revelado un secreto tan bien escondido que no hubiera sido descubierto si no fuera por su curiosidad. Aunque su mente estaba revuelta por un torbellino de preguntas y temores, algo dentro de él le instaba a descender y descubrir lo que había debajo.
Con cada paso, la atmósfera cambiaba. El aire se volvía más pesado y el sonido de sus pasos se hacía más profundo y resonante. Las piedras, desgastadas por innumerables pasos previos, le indicaban que este pasillo había sido usado durante generaciones. Las frecuencias que podía percibir también mutaban, tomando un tono más antiguo, como ecos de tiempos pasados.
Después de lo que parecieron horas pero que en realidad solo fueron unos minutos, Eamon llegó al final de las escaleras. Ante él, un pasillo corto desembocaba en una puerta austera de madera, gastada por el tiempo, pero claramente sólida. Las voces que emergían desde detrás de ella eran inconfundibles, aunque sus palabras carecían de sentido para él.
"Deberíamos cantar hasta que llegue", decía una voz anciana.
"No otra vez!", replicaba una voz más joven y enérgica.
"He de admitir que pasando un tiempo se vuelve cansino", intervenía una tercera voz con un tono amable pero claramente hastiado.
Sin embargo, una cuarta voz, fría y alerta, hizo que Eamon se detuviera en seco. "Silencio, escucho algo."
Las voces cesaron de inmediato, y en ese instante, Eamon sintió un impulso irracional pero abrumador de entrar. Casi como si lo estuvieran llamando o esperando. Y mientras empujaba lentamente la puerta, un chirrido agudo se elevó, resonando en el silencio y rompiendo la tensión. Una voz femenina, llena de exasperación y alivio, exclamó: "¡Ya era hora!"
A/N: ¡Hola queridos lectores! Primero, debo extender mis más sinceras disculpas por la demora en la actualización. Un fallo técnico resultó en la pérdida de CINCO capítulos que ya había escrito (nota mental: siempre, siempre guardar). Mi laptop decidió reiniciarse espontáneamente en el momento más inoportuno. Pero, con los dedos cruzados, el próximo capítulo debería aparecer en sus pantallas mucho más pronto.
En una nota más positiva, he lanzado un perfil de Instagram [thedaskar] para compartir algo de contenido detrás de escena relacionado con esta historia. Con el tiempo, he compilado una especie de "documento maestro" que contiene descripciones de lugares, ilustraciones de estos sitios, perfiles de personajes, una línea de tiempo de los eventos de la historia y más. Aunque estos detalles quizás no influyan directamente en la trama principal, han sido fundamentales para ayudarme a adaptar el mundo mágico de J.K. Rowling a mi propia visión.
En lugar de dejar que estos elementos acumulen polvo digital, pensé que compartirlos con aquellos interesados sería divertido. Para reiterar, absolutamente NO necesitas revisar este contenido para seguir la historia principal; es solo un extra para aquellos que quieran profundizar más. ¡Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté creándolo!
También dejaré el enlace en mi perfil.
Hasta la próxima,
Daskar.
