Cuando abrió los ojos, a Naoko le tomó un momento darse cuenta de dónde estaba, que había pasado.

Se sobresaltó cuando se vió en ese futon, sin cadenas. Alarmada, al sentarse lanzó un alarido de dolor, se había olvidado que sus costillas estaban rotas y sus músculos protestaron a viva voz por la mala decisión.

"¿Por qué estoy aquí? ¿Estoy muerta? ¿Es una trampa? ¿Donde está... él? Es verdad... murió." Sus pensamientos se agolparon, se amontonaron en su aturdido cerebro. Sentada y asustada, miró lo que la rodeaba y trató de calmar sus miedos.

Bueno...no estaba muerta claramente, porque aún sentia dolor. Aún sentía. Descartó esa idea.

¿Una trampa? Probablemente. ¿Por qué no? El demonio se cenó a su dueño, ¿por qué no querría luego de eso un segundo plato? Aunque por el estado físico que tenía ella era más bien un tentempié.

Un silencio denso cómo la niebla de invierno rodeaba todo. Su instinto le decía que algo no estaba bien, porque anoche todo estuvo mal. Vio un ser malévolo frente a ella, y peleó y luchó cómo pudo para vivir y vivió, analizando las posibilidades, eso no es lo que esperaría en esa situación. ¿Alguien la rescató? Y si la rescataron ¿por qué la dejaron ahí a su suerte casi sin poder moverse? Eso no tiene el menor sentido. Había agua y fruta a su alcance, pero no iba a comer nada de eso. Todo era demasiado sospechoso para su mente traumatizada.

Naoko apretó los ojos. Le dolía la cabeza ahora. Genial.

Afuera había dejado de llover, el cielo tenía un color rosa pálido. Las nubes eran como largas y finas líneas blancas en el firmamento, anunciando el fin de la lluvia. El sol había salido hace poco y sus tímidos rayos se colaban por el shōji ahora abierto de par en par.

Olia aún a tierra mojada.

Naoko estaba inmóvil sentada, el dolor era palpitante pero tolerable. Siempre y cuando se quedara quieta.

-Hola...si estás ahi...gracias por ayudarme...-dijo, no muy convencida de si era lo correcto. Cuando el silencio no se rompió se sintió aliviada. Y algo tonta.

Volvió a recostarse. Dio mil vueltas al laberinto de sus pensamientos, debatiendo qué hacer.

Y de repente de un salto se puso de pie. Volvió a gritar de dolor pero estaba de pie, sintió como si sus costillas crujieran dentro y el enloquecido dolor electrificante, pulsante, en sus músculos. Miró abajo y vio su pie hinchado. Casi no había distinción del tobillo, y era de un color...poco normal.

"Bueno. Estoy en la mierda. Aunque estoy acostumbrada a eso podría decirse..." Pensó, mientras cojeaba como podía hacía el pasillo. Trató de no poner atención en el dolor, solo en avanzar, tenía que ver qué podía hacer. "Las compresas de hierbas...tengo que hallar las compresas de hierbas para bajar la hinchazón de mí tobillo..." Se dijo, mientras avanzaba al living, ahí estaba el pequeño cofre de madera donde estaba la medicina. "Busca algo para el dolor. Algo para bajar la hinchazón y que el dolor se vaya... estarás bien si puedes descansar así, cuando no estés tan dolorida podrás pensar mejor" pensó.

Pero se detuvo en seco y cayó de rodillas al llegar al living. Se llevó la mano a la boca y sus ojos se abrieron de par en par ante el panorama: su marido estaba en el suelo. Por todo el suelo. Partes por todos lados, la sangre incluso manchaba en techo y las paredes como una tétrica obra de arte roja, y en lo que antes fueron sus extremidades solo quedaban jirones de piel arrancada con huesos blancos a la vista, su estómago estaba abierto, como si alguien lo hubiera desgarrado desde el ombligo.

Desde la otra punta del pasillo, sus ojos muertos se encontraron con los de ella, en una mueca eterna de asombro y dolor.

Naoko vomitó. Sintió que todo le daba vueltas. Se le olvidó el dolor y se puso de pie para correr a la habitación. Azotó detrás de si el fusuma, se metió en el futon y se quedó inmóvil, tapada hasta la cabeza, con los ojos abiertos, y respirando agitadamente. Su mente era un torbellino.

Se quedó así todo el día. Quieta. Asustada. Dolorida.

El maldito cofre estaba justo detrás del cuerpo de su propietario, en una de las repisas. Tenía que pasar sobre él para conseguirlo. Hasta muerto le complicaba la vida, que conveniente.

Cuando la noche empezó a caer, supo que tendría que encender al menos una luz. La consecuencia de haberse quedado tan quieta durante todo el día fue que cuando se movió para hacer lo que tenía que hacer, el dolor chisporroteó con fuerza. Se arrastró de rodillas hasta una de las lámparas y la encendió, para volver gateando nuevamente a su cama. Volvió a hacerse un ovillo y se quedó ahí. Tenía sed, una sed atroz, pero no iba a beber eso. Quizá ahí estaba la trampa, quizá tenía veneno. Igual que la fruta. No, no iba a arriesgarse...además, débil como estaba, lograba dormir por largos periodos de tiempo.

Para cuando se despertó, afuera llovía otra vez. Muy levemente, oía las gotas contra el exterior de la casa. Abrió los ojos y frente a ella, en cuclillas, lo vio otra vez.

Las líneas en su piel pálida. Sus ojos, pupilas amarillas brillantes clavadas en ella. La observaba con curiosidad.

Naoko se paralizó. Se puso más blanca si eso era posible. Su corazón se desbocó al igual que su respiración.

-No has bebido ni comido lo que deje para ti. Que grosera.- dijo él, empujando el cuenco con un dedo.

Naoko no pudo ni siquiera gritar. Solo tragó saliva e intentó juntar fuerzas para correr, pero no pudo... Estaba dolorida, hambrienta, cansada. Su reserva energética estaba en cero. No quiso rendirse a la idea de qué había llegado su momento, si él se acercaba aunque sea un poco, ella volvería a pelear, no sabía cómo, pero pelearía. No se iría tan fácil.

-No te tengo miedo.-susurró ella.

-Pues no lo parece. Estás aterrada.-Sonrió Akaza, sin moverse un centímetro.

Ambos se quedaron quietos. Mirándose. Afuera resonó un trueno, muy lejano.

-¿Que carajo esperas? No vas a...- empezó a decir ella.

-¿A comerte? No.- dijo él, y se puso de pie.-Debo reconocer que anoche llamaste mí atención. Aun en tu pésimo estado peleaste. Eso es algo destacable.-

-Si. Anoche estaba un poco más viva que hoy.-

-Estarias mejor si hubieras bebido algo. Te deje cómoda, con agua y comida.- Dijo él, alzando una ceja.

-Eso debe estar envenenado. Quieres matarme así, para comerme luego.- espetó ella.

Akaza rió fuerte con sinceridad. La respuesta le causó genuina gracia.

-Pero que tonta ¿para que querría envenenarte? Si fuera a matarte ya lo hubiera hecho anoche, y con mis propias manos.- Volvió a ponerse de cuclillas a su lado, acercó su rostro al de ella hasta que la punta de su nariz casi toca la de Naoko, y miró sus ojos negros. Sonrió. Una fila de dientes blancos y colmillos afilados se presentaron frente a ella.- así como maté a ese hombre. Rompí sus huesos como ramas secas y comí su carne. Delicioso.- dijo él en un susurro, una especie de gruñido.

Ella no dijo nada. La imagen le revolvió el estómago. Estaba fresca en su retina, y de hecho, ya empezaba a olerla también, porque la sangre y lo que quedaba de él empezaba a descomponerse. Naoko tragó saliva pero no se movió un centímetro. Podía sentir como le vibraba el cuerpo, estaba tensa.

En algún momento él le arrancaría la cabeza de un manotazo. Tenía todas la capacidad de hacerlo.

-¿Acaso no te enseñaron a no jugar con tu comida...?-Dijo ella finalmente y él se puso de pie.

-¡QUE NO VOY A COMERTE, JODER!- Gritó y pateó el cuenco a su lado, que pasó volando a centímetros de la cabeza de Naoko y se estrelló y se partió en pedazos, regando agua por todos lados.-¡Sabes que, que te jodan, has tenido el honor de presenciar mi compasión y solo te la pasas molestando!- Akaza se volteó y caminó alejándose.

-Lo siento, lo siento mucho, realmente te agradezco...-Se apresuró a decir Naoko, e incluso le hizo una reverencia de disculpa, aún con sus costillas doloridas. Jadeó levemente al doblarse para adoptar la postura correcta.

Estaba reverenciando a un demonio.

¿Existió alguna vez blasfemia igual? Pero...al mismo tiempo...¿existió algún Dios en su vida?

Vendida. Hambrienta.

Comprada.

Vendida.

Usada. Abusada. Golpeada. Humillada.

¿Donde estaban los dioses y la buena fortuna para ella? Antes de que él y su maldad latente aparecieran, ella estaba atada al capricho de un hombre cruel, perverso y cínico. Ella conocía la maldad.

Había visto a la maldad a los ojos muchas veces y aunque el miedo nunca se fue, se había acostumbrado.

Akaza se detuvo. Y volteó a verla. Ladeó la cabeza...esta mujer era... extraña.

Conocía el olor a miedo.

Y ella emanaba miedo pero mezclado con otro sentimiento. Un sentimiento que era más fuerte que el miedo o al menos que lograba que ella se sobreponga al miedo.

¿Era realmente agradecimiento? ¿en qué mundo alguien agradece a un demonio por masacrar a otro humano?

"Debe estar completamente loca" pensó él. Pero se volvió hasta ella, y con un pie descalzo hizo que ella alce la cabeza, poniéndoselo en la barbilla y obligándola a mirarlo desde el piso donde estaba.

-¿Que me estás agradeciendo? ¿Que te dejé vivir o que haya matado al tipo ese?- preguntó, con auténtica curiosidad.

- Él era un monstruo. No había un apice de bondad en su alma.-

- Eso no contesta mí pregunta, muchacha.-

- Las dos cosas. -Dijo Naoko. Sus ojos negros se enturbiaron y Akaza notó esa pequeña diferencia. Fue como si alguien apagará una vela en ella.- Matándolo me liberaste. Y eso me dio oportunidad para vivir.-

Akaza no dijo nada. Ciertamente no se esperaba una respuesta lógica. Se quedó quieto un momento, mirándola.

"No está loca. Está peligrosamente cuerda" pensó finalmente.