Prólogo
Levantó el brazo y se puso la mano en la frente para evitar que los rayos de sol le dieran en los ojos. Esa mañana, hacía bastante sol, pero eso no le había impedido salir a dar un paseo por el bosque como cada día. Era el único momento del día en que podía salir de su castillo y lo aprovechaba mientras que su padre se lo permitiese. Aunque estaba segura que su progenitor le daba igual lo que hiciese, como sino regresase de nuevo. Oshin, que así se llamaba aquella joven, era la única hija de un poderoso terrateniente y, según le habían contado, de una sacerdotisa que tuvo la obligación de casarse con su padre. Esas escapadas le producían paz, la cual no tenía estando encerrada entre los muros y la alejaban de todo el ajetreo del castillo. Muchas veces, había pensado que ella debía haber nacido en libertad, como aquellos campesinos que más de una vez habían ido al castillo en busca de la misericordia de su señor, pero este los echaba sin apenas dejarles traspasar los muros. Sin embargo, con la ayuda de su nana, le proporcionaba algo de comer, un poco de ropa y algunas monedas. Aunque, ni si quiera aquella mujer que la había criado desde que era una bebé, sabía el más ferviente de sus anhelos: ser libre de las ataduras de su padre. También deseaba vivir lejos de los muros de palacio, ya que lo sentía como una prisión en vez de un hogar. Miró al cielo sin quitarse la mano de la frente y sonrió. ¿Se enamoraría alguna vez o debería vivir con un hombre al que no amase? Sabía que, por su condición, debía respetar la decisión de su padre de desposarla con quien él quisiese, pero no estaba dispuesta a hacerle caso.
Suspiró antes de continuar caminando por el bosque con una cesta entre su brazo izquierdo y sus costillas, mientras mostraba una sonrisa. Cada vez que estaba fuera de los muros, parecía otra Oshin. Una más feliz. Miró hacia atrás y se encontró con Isae, la muchacha que siempre la acompañaba desde que eran unas niñas. No podían decir que eran amigas, pero toleraban la presencia de la otra. Aunque para Oshin era lo más parecido a una amiga que tendría. Sabía que a Isae no le gustaba pasear por aquel lugar, debido a los rumores de allí había youkais, pero no soltaba queja alguna. O al menos delante de ella. Se detuvo a esperar que se acercase, ya que iba bastante atrasada, girándose completamente hacia ella. Isae era morena con los ojos negros. De tez tostada y piel suave, o al menos a simple vista. Sus labios eran delgados, pero el labio inferior era más gordo que el superior. Era delgada y sabía que muchos hombres habían pedido su mano en matrimonio, pero los había rechazado a todos. Aquello hizo que recordase con fastidio que su padre estaría buscándole un marido, el cual ella no querría. Estaba convencida de que se casaría por amor, aunque tuviese que marcharse del único sitio que conocía como hogar. Estaba segura de que cualquier sitio sería más feliz que en el castillo. Le mostró una sonrisa a Isae mientras que esta terminaba acercarse.
-No entiendo por qué deseáis venir al bosque todos los días, princesa – le dijo Isae cuando se puso a su lado.
-No tienes por qué venir, Isae – comenzó a caminar con ella a un paso por detrás. – No me importa venir sola.
-Vuestro padre no os dejaría marcharos sin escolta y sin mí. Podría pasaros algo.
- ¿Cómo qué? – Preguntó girando la cabeza hacia la joven.
-N-no sé… ¡Ah! Que un youkai os ataque, por ejemplo – levantó el dedo índice. – Ya sabe lo que dicen de este bosque. Aquí están los más fieros y peligrosos monstruos…
Oshin no respondió, pero sí se rio levemente al escucharla. Esa noche había soñado que conocería a un youkai en el bosque donde siempre iba cada mañana. Por esa razón, siempre caminaba por el mismo camino. Por alguna razón, no era la primera vez que soñaba con él y eso la abrumaba. La única persona que sabía de su don, el de poder ver visiones, era su niñera. No se había atrevido a comentarlo con nadie más ni con su padre por miedo y por rechazo. Además, no tenía la confianza de contarle algo tan íntimo como eso. Parecían más dos extraños que padre e hija. Desde niña, había escuchado que su madre había sido una sacerdotisa que había sido obligada a desposarse con su padre y Oshin había heredado una de sus habilidades, o al menos eso creían. Aunque también había heredado su belleza. Oshin era una chica de tez clara, suave y luminosa, que le hacía parecer una muñeca de porcelana. Su cabello castaño claro y ondulado llegaba hasta la cintura, con mechones cortos alrededor del rostro. Sus hermosos ojos color plateado con motitas celeste cautivaban a todo aquel que miraba y estaban marcados por largas pestañas, acentuando así sus rasgos femeninos. Tenía una complexión delgada y esbelta. A pesar de tener muchos pretendientes, ella no quería desposarse a sus diecisiete años. Antes de eso, deseaba conocer lo que era el amor, aquel sentimiento del que su niñera le hablaba y ella mismo había visto en algunas personas del pueblo o del castillo. En cambio, su padre tenía otros planes para ella, con los cuales ella no simpatizaba.
-Isae, no nos ocurrirá nada. En este bosque no hay… – se detuvo de golpe.
- ¿Princesa? – La llamó Isae extrañada al escuchar que no continuaba.
Sin embargo, Oshin no podía hablar. Tumbado boca abajo, rodeado de un charco de sangre, se encontraba el youkai con el soñaba cada noche. Sin darle tiempo a pensar en que podía ser una trampa, Oshin se acercó a socorrerlo. Se puso de rodillas a su lado, dejó la cesta en el suelo y, con algo de dificultad, le dio la vuelta. Tenía varias heridas muy feas, lo que provocaba que Oshin sintiera un nudo en la boca del estómago. Por desgracia, ella no tenía conocimientos de sanación y estaba segura que ningún aldeano lo ayudaría, salvo una persona… Había alguien que sí le prestaría su ayuda. O Al menos eso esperaba. Era una mujer que vivía en una cabaña encima de una colina, algo alejada del pueblo. Decían que era huraña y una hechicera, pero conocía bastante bien las hierbas. El único problema que veía la joven, era como lo llevaría junto a esa mujer. Miró hacia atrás y vio que Isae tenía cara de horror, por lo que ella no le ayudaría. Sabía que ella sola no podría levantarlo. Movió la cabeza hacia los lados, en busca algún rastro humano al que pedir ayuda, pero no había nadie. Se mordió el labio inferior, pensando qué hacer.
-Princesa, vámonos – le pidió Isae. – Puede ser una trampa y ese youkai os quiere asesinar.
-No lo creo, Isae – le dijo acercando la mano a la mejilla de él y le tocó las marcas de su rostro con las yemas de los dedos.
- ¡Eso no lo sabe, princesa! – Gritó y se encogió cuando Oshin se giró hacia ella con gesto serio. – Disculpadme, princesa. Pero sabéis lo que le ocurrió a mi familia por culpa de uno de ellos. Todos ellos son nos asesinos.
Oshin giró, nuevamente, el rostro hacia el herido y, sin poder evitarlo, se quedó mirando las fracciones del youkai. Comprobó que era muy apuesto, alto y delgado. Tenía la piel clara con las orejas puntiagudas. Sus ojos, que en esos momentos estaban cerrados, eran de color dorados rasgados con pupilas rajadas, ya que se lo había visto varias veces en sus sueños. El cabello plateado bastante largo y con un flequillo corto. Tenía una marca con forma de luna creciente de color púrpura en el centro de su frente y dos pares de franjas de color magenta en cada mejilla, otra franja magenta en cada párpado y dos franjas en cada brazo cerca de sus muñecas. Las uñas de sus dedos eran garras. Sin embargo, todo aquello no le produjo ningún rechazo y no entendía por qué. La imagen que siempre repetía en sus sueños, él con el torso al descubierto, hizo que sus mejillas se tiñeran de un tono carmesí que nadie pudo ver. ¿Realmente lo vería como en su sueño? Agitó la cabeza hacia los lados y con los ojos cerrados para salir de su atontamiento.
-Isae, necesito que busques ayuda. Nosotras solas no podemos levantarlo – le ordenó Oshin sin quitarle la mirada de él.
- ¿C-cómo que no podemos levantarlo? ¡No pensará ayudarlo!
-Claro que sí – se giró hacia ella. – Ve y busca ayuda. Debemos curarlo antes de que sea demasiado tarde.
- ¿Y vos, princesa?
-Yo me quedaré aquí – se puso seria al ver que no se movía. – ¡Rápido, Isae! – La joven pegó un pequeño brinco y corrió por donde había venido en busca de alguien.
Oshin, al saberse sola, suspiró y alargó la mano hacia el rostro del youkai, pero, a escasos centímetros, se detuvo. No se atrevía a tocarlo de nuevo, tenía miedo de que él se despertase de golpe y la atacase. Una extraña sensación, inundó el pecho de la joven y le dio valentía para colocar la palma sobre su mejilla. El contacto produjo que una corriente eléctrica recorriera por su cuerpo y por la espalda. Apartó la mano lentamente y su vista recorrió el cuerpo de ese youkai hasta que llegó a la herida. En el momento en que escuchó el movimiento de unos arbustos, levantó la mirada asustada y se encontró con la mirada inquisidora de una mujer de cabellos negros que la observaba con un cesto entre el brazo y su abdomen. A pesar del sobresalto de encontrarla allí, Oshin sintió que no corría ningún peligro con aquella mujer, al igual con el youkai que estaba tumbado a su lado.
-Vuestra dama no os ayudará. Le tiene miedo – dijo aquella mujer, sorprendiendo a Oshin.
- ¿Cómo?
-Vuestra dama de compañía no avisará a nadie, ni regresará – le repitió acercándose. Sin embargo, la joven princesa abrió los ojos, sorprendida. – Yo os ayudaré.
- ¿Quién…sois? – Preguntó Oshin con cierta cautela.
-Mi nombre es Mosie – respondió la mujer agachándose al otro lado del cuerpo del youkai. – No os preocupéis, princesa. Vivirá.
- ¿Cómo sabéis que yo…?
-Todo el mundo sabe quién sois, princesa – dejó la cesta en el suelo y lo miró con gesto adusto. – ¿Podréis ayudarme a llevarlo a mi cabaña, princesa Oshin? Está cerca, no os preocupéis.
-Claro, pero pensaba que vivíais en una colina – cogió la cesta todavía sorprendida.
-Ese no es mi hogar. Sólo un sitio a donde voy para que nadie sepa donde vivo realmente – respondió.
- ¿Por qué me ayudáis? Bueno, a él.
-Porque aún no ha conocido su destino – Oshin miró a la mujer y luego al youkai. – Además, no le ha llegado la hora de morir.
- ¿Y… cuál es su destino? – Preguntó la joven ladeando la cabeza, sin quitarle la mirada de encima al youkai.
-Vos, princesa – Oshin, sorprendida, la miró. La mujer, por el contrario, sólo le sonrió. – Por eso no debéis temerle. Él es único que puede protegeros… incluso de esas personas a la que llamáis familia y conocidos – Oshin miró hacia él sin poder evitar mostrar su sorpresa y su desconcierto.
Como cada mañana, Oshin salía al bosque para recoger flores, bayas y hierbas. Desde el día en que encontraron al youkai, la princesa salía con Minako, ya que Isae se negaba a salir de los muros del castillo. Para poder visitar la cabaña de Mosie, se deshacía de Minako con la misma facilidad que lo hacía de los guardias cuando no quería que estos la estuvieran vigilando sus pasos. No quería que nadie más supiera de la presencia del youkai cerca del castillo, aunque tampoco quería que nadie supiese de donde vivía Mosie. Aquella mujer se estaba haciendo cargo de curarlo y cuidarlo cuando ella no podía pasarse por su cabaña. Además, se estaba dando cuenta de que no era como la gente decía. Era cierto que era un poco seria, pero le estaba enseñando a utilizar las hierbas medicinales y le dejaba que fuese ella quien lo curase cuando iba a visitarlo. Era cierto que Isae siempre le preguntaba dónde había estado, ya que Minako le había contado que se había escaqueado de nuevo. Sin embargo, siempre le decía que le apetecía estar sola durante unos minutos. Algo le decía que lo mejor era que su dama no supiera nada y que siguiera pensando que el youkai había muerto, como le dijo el primer día, tras dejarlo con Mosie. Sin embargo, cada día era más difícil escabullirse, lo que le hacía bufar como un hombre y ser regañada tanto por Isae como por su nana. Lo que nadie sabía era que, por las noches, Oshin salía de los muros del palacio mediante una pequeña puerta que había escondida detrás de un arbusto. Quería verlo y pasaba toda la noche junto él, cuidándolo, pero volvía al palacio cuando estaba a punto de amanecer, sin apenas haber dormido. Ella se encargada de velar por él durante la noche mientras que Mosie descansaba.
-Debéis tener más cuidado, princesa Oshin – le advirtió Mosie una noche. – Podrían descubriros.
-No lo puedo evitar, señora Mosie – le contestó Oshin acariciándole la mejilla al youkai de la luna creciente. – Aquí es donde más a gusto estoy. Además…
-Sé que os preocupáis por él, pero debéis elegir venir una vez al día.
-No quiero elegir, señora Mosie.
-Debéis hacerlo.
Una noche, una semana y media después de encontrarlo, Oshin estaba terminando de preparar el emplaste cuando notó algo extraño en el youkai. Dejó el mortero donde estaba preparando la cura, se colocó a su lado y acercó la mano hasta su mejilla, pero no llegó a tocarla, ya que una mano la detuvo, apretándole con algo de fuerza. Abrió los ojos al verlo despierto y sintió un poco de medio, pero algo le dijo que él no le haría daño, haciendo que las primeras palabras de Mosie regresaran en ese instante. Comprobó que sus ojos eran como los que veía en sus sueños. Estuvieron mirándose durante unos segundos, aunque para ellos pareció que pasaba una eternidad. Él no podía creer que aquella humana hubiera tenido la osadía de intentar tocarlo, ni si quiera de querer hacerlo. Sin embargo, debía reconocer que era hermosa, muy hermosa. Oshin se soltó suavemente del agarre y puso la mano en la frente. Él se quedó mirándola todo el momento, tras sentir un escalofrío que recorrió su espalda, que lo puso en alerta. ¿Por qué le ocurría aquello? Se volvieron a mirar a los ojos y Oshin no pudo evitar esbozar una sonrisa.
-Parece ser que la fiebre ha remitido un poco, pero todavía tendrás que esperar para marcharte – le sonrió un poco al sentir la mirada fija de ese youkai sobre ella. – Te encontré herido cerca de aquí – susurró ella apartando la mano, un poco incómoda al sentir su mirada fija sobre ella. – Me gustaría hablar sobre lo que te ha pasado, pero debes descansar – cogió de nuevo el mortero. – Espero que otro día podamos hablar, cuando te encuentres mejor.
-No soy tan débil como…
- ¿Los humanos? Puede ser, pero todavía estás recuperándote de la herida – le interrumpió con una pequeña sonrisa. – Cuando te cambie las vendas, me iré.
- ¿Volveremos a vernos? – Preguntó. No supo por qué, pero deseaba que esa humana se quedase con él.
-Sí, cuando caiga la noche… O si puedo escaparme por la mañana, aunque mañana lo dudo – arrugó la boca y suspiró. – ¿Cómo te llamas?
-Sesshomaru – respondió después de varios segundos en silencio.
-Yo soy Oshin – se presentó, sonriendo ampliamente y con los ojos cerrados. – Y ella es Mosie. Te quedarás con ella hasta que te recuperes del todo.
A la mañana siguiente, Isae peinaba la larga melena de su princesa con una sonrisa en la cara. Aquel mediodía los visitaba el futuro jefe de los samuráis del señor Nishimura e iban a celebrar su llegada. Oshin estaba enfurruñada, ya que no podría salir a ver al youkai que salvó y en el cual no dejaba de pensar desde que lo encontró. No quería fingir delante de los invitados a la celebración de que ella y su padre tenían una buena relación, cosa que no era cierta. Sin embargo, Isae estaba ilusionada por la visita del nuevo capitán de los samuráis del señor Nishimura. Cogió el espejo de mano que descansaba a su derecha encima del tatami y se miró en el reflejo. ¿Por qué sentía que había algo más detrás de aquella comida? Algo le decía que, a partir de aquel día, las cosas iban a cambiar. Y no serían para bien. Cerró los ojos y en su mente apareció la imagen del youkai que había estado cuidado durante esos días. Notó como su corazón comenzaba a latir al recordar el color ámbar de sus ojos, mirándola fijamente y sintió que sus mejillas tomaban un ligero tono rosado. Abrió los ojos, dejó el espejo de nuevo sobre el tatami y suspiró. Aquello llamó la atención de Isae, pero esta no dejó de peinarla. Debía dejarla bella para aquella celebración.
-Déjalo ya, Isae – le dijo apartándose de su dama y se levantó.
-Pero, princesa… debo arreglaros. Vuestro padre me lo ha ordenado…
-No te preocupes por eso – se giró hacia su dama y le sonrió. – Será mejor que vayamos hacia el salón.
Sin darle tiempo a decir nada, Oshin salió de su habitación todo lo rápido que aquellas prendas le permitían. Sabía que podía dar una imagen equivocada, pero deseaba acabar con aquella pantomima lo más pronto posible. Esperaba poder ir a ver como se encontraba aquel youkai con el que había soñado varias veces y, desde que lo había conocido, sus sueños con él habían aumentado. Se detuvo unos pasos antes de llegar a la estancia donde su padre estaba esperando junto a ese nuevo capitán. Arrugó la boca y suspiró. Durante unos minutos, estuvo pensando en las escusas que podían darles para retirarse lo más pronto posible. Sólo comería con ellos y se marcharía pronto a su estancia, descansaría un poco y, cuando llegase la noche, se marcharía a la cabaña de la señora Mosie. Agachó la mirada y entrecerró los ojos, deseando estar en otro lugar. Sin poder evitarlo, alzó la cabeza hacia el cielo y se quedó mirando el cielo despejado. De nuevo, el recuerdo de aquel youkai regresó a su mente y deseó con todas sus fuerzas estar en la cabaña de Mosie. De repente, se sintió como si fuera a ser ahorcada. Respiró hondo antes de continuar caminando. Desde la puerta de la estancia, vio el perfil de un joven castaño, con el pelo lacio y por los ojos. Vestía una armadura morada. Al girarse hacia ella, Oshin sintió como un frío helador recorría por su cuerpo al ver sus ojos azules como el hielo. El escalofrío que sintió le advertía que aquel hombre la encerraría en una jaula.
-Ya era hora – espetó su padre de malos modos cuando se percató de su presencia. – Ven, te presentaré a tu futuro esposo.
- ¿M-mi futuro esposo? – Repitió ella abriendo los ojos.
- ¿Acaso estás sorda? ¡Te he dicho que vengas! – Le gritó, haciendo que Oshin pegase un pequeño brinco, pero ninguno de los dos hombres se percató.
-Mi nombre es Fuwa Jomei – se presentó el hombre tras acercarse a ella y de hacer una reverencia.
-Padre…
-La boda será dentro de seis meses – le anunció su padre con la mirada severa. Los ojos de Oshin se llenaron en lágrimas, pero no derramó ninguna. – Y espero, por tu bien, que no hagas ninguna tontería.
-No quiero hacerlo, Mosie. Ese hombre no me da buena espina – le dijo Oshin a Mosie entre lágrimas.
La joven había escapado del palacio cuando su padre anunció que el capitán Jomei se convertiría en su esposo en unos pocos meses. Oshin, tras descubrir las intenciones de su padre, tomó la decisión de que haría todo lo posible para que aquello no ocurriera, aunque aquello acabase con su vida. El señor Nishimura había sido claro; la boda celebraría en seis meses y que, si se le ocurría hacer una tontería, acabaría con su vida. Tenía ese tiempo para evitar aquel enlace. Podría huir, pero no tenía ningún lugar a donde marcharse. Ese era el motivo por el cual no se había marchado antes. Lo poco que sabía de su familia materna era que se encontraba fuera de las tierras de los Nishimura, por lo que no podía pedirles ayuda, ya que temía no llegar viva hasta ellos. Tampoco sabía cuánta familia le quedaba. La joven princesa miró a la mujer que removía las ascuas en silencio, esperando a que le dijera algo. Sin embargo, cuando creía que no iba a responderle, miró hacia el youkai que descansaba todavía sobre el tatami. Sólo esperaba que se recuperase pronto. Por algún motivo, Oshin no podía verlo de esa manera.
-No podéis hacer nada, princesa – la joven entrecerró los ojos al oírla. – A veces, debemos hacer cosas que no nos gustan… – murmuró la mujer con tristeza.
-Es injusto… – murmuró con los ojos llenos de lágrimas.
-Es la vida de la mujer. Los hombres deciden por ella sin contar lo que realmente quieren – habló con la mirada perdida, tal vez en los recuerdos.
- ¿Cómo está, Mosie? – Preguntó Oshin cambiando de tema. No le apetecía escuchar más que no podía cambiar su destino.
-Para ser un youkai, está tardando en recuperarse. Una de dos: o estaba realmente muy grave, o es muy débil…
-No soy débil, humana – dijo una voz masculina haciendo que Oshin pegase un brinco y se giró hacia él. Los ojos ambarinos del youkai se centró en la joven que lo miraba con una pequeña sonrisa, aunque con los ojos tristes y eso, por algún motivo, le enfadó.
-Lleva todo el día gruñendo porque quiere levantarse, pero, si lo hace, la herida se le abrirá de nuevo – contó la mujer mientras que veía a Oshin levantarse y sentarse al lado del él. – He intentado saber su nombre, pero no hay manera de que me lo diga.
-Tienes mejor cara, Sesshomaru. ¿Te encuentras mejor? – Le sonrió ladeando levemente la cabeza. Sin embargo, él no le contestó.
-Será mejor que no te molestes, princesa – la susodicha giró la cabeza para mirarla. – Ya lo he intentado yo, pero no habla. Tal vez, esté avergonzado por haber resultado herido – malmetió Mosie atizando nuevamente las ascuas.
-No seas así, Mosie – le regañó.
-Puede ser, princesa – la joven suspiró con los ojos cerrados, sin darse cuenta que él la estaba observando. – Todo en esta vida puede ser.
Aun así, Oshin no la escuchó. Se había quedado mirando esos ojos ambarinos con los que había estado soñando durante varios meses. El youkai también se quedó observando a la mujer de ojos plateados. Era la primera vez que veía a un humano con aquellos ojos. Se reconoció que era hermosa, pero continuaba siendo una humana. Igual que la humana con la que su padre había tenido una aventura y de esa aventura, había nacido a su medio hermano Inuyasha. A pesar de no aceptar aquello, había estado pendiente de su medio hermano desde que la mujer había muerto. Al fin de cuentas, ambos tenían la misma sangre. A pesar de no gustarle los humanos, no pudo apartar su mirada de su hermoso rostro. Ninguno de los dos se percató que Mosie sonreía mientras los observaba. Ella había ido a esas tierras para que ambos se conocieran y, poco a poco, estaba llevando a cabo su misión. Sin decir nada, se levantó despacio con los ojos cerrados. Salió de la cabaña para dejarles un poco de intimidad. Alzó la cabeza y sonrió mirando las estrellas, pero la sonrisa se marchó tan rápido como había venido. "Le depara un destino totalmente diferente al que ella espera. Ese youkai es tu destino, Oshin. Deberéis pasar por mucho para ser felices, sin embargo…" pensó Mosie entrecerrando los ojos. "Procuraré que tu hija sea feliz, hermana" susurró mirando a las estrellas.
Oshin corría todo lo rápido que podía. Unos hombres la habían seguido por el bosque, lo que había hecho que cambiase de rumbo. Intuía que esos hombres eran mercenarios contratados por alguien que quería verla muerta y no hombres de su padre, ya que los conocía a todos. Pero ¿quién querría hacerle daño? Se escondió detrás de un árbol, levantó la mano a la altura del pecho e intentó recuperar el aire. No sabía si aguantaría más tiempo corriendo, pero debía evitar que la cogieran. No sabía lo que le podían hacerle si era capturada. Se puso rígida cuando los escuchó cerca. Sintió como el corazón le latía acelerado y mantuvo la respiración para evitar cualquier ruido que pudiese salir de su boca. "¡Sesshomaru, ayúdame!" Rezó Oshin cerrando los ojos.
- ¿Estás seguro de que ha ido por aquí? – Preguntó una voz masculina.
-Claro. Debe haberse ocultado en algún lugar. Nunca pensé que una princesita supiera correr tanto – masculló una segunda voz.
- ¿Uh? – Se oyó un tercero. – ¿Qué es eso que se acerca?
Varios gritos se escucharon haciendo que Oshin se pusiera de cuclillas y se tapase los oídos, asustada. No sabía lo que estaba pasando, pero los gritos de esos hombres le asustaban. Apretó los ojos, acuclillándose más todavía hasta que su pecho tocó las rodillas. Los gritos eran aterradores y unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos. Tenía miedo, ya que aquella zona del bosque nunca la había pisado. Lo bueno, es que sabía volver, ya que siempre había tenido buen sentido de la orientación. Sólo esperaba poder volver a casa. En el momento en que dejó de escuchar los gritos agónicos de esos hombres, se quitó las manos de los oídos. Sin embargo, no abrió los ojos. Escuchó unos pasos acercándose y temió ser la siguiente en morir. A pesar de eso, los abrió cuando sintió una mano sobre su cabeza. Al levantarla la mirada, se encontró con Sesshomaru, de cuclillas delante de ella. La miraba de una manera que no supo descifrar. Sin pensarlo, se tiró a su cuello y lo abrazó aliviada de que fuese él. El youkai se sorprendió al principio, pero acabó rodeándola con sus brazos. Había sentido que ella se encontraba en peligro al no llegar a la cabaña como cada mañana y, en el momento en que había sentido que lo llamaba, no había tardado en salir en su busca, sin importarle que la herida se le abriese. Para él, en esos momentos, lo importante era aquella humana que lo visitaba cada día. Por suerte, le había llegado su fragancia.
-Gracias por venir, Sesshomaru – le llegó la voz amortiguada de la joven contra su pecho.
-Siempre – susurró abrazándola más fuerte.
El cielo había tomado un color anaranjado debido a que a las llamas que abrazaba el castillo. Minutos antes de ser encerrada en su propia estancia, había visto lo que estaba causando el fuego. Temía más lo que estaba por llegar, que por lo que estaba fuera. El miedo había hecho que se quedase sentada en la mitad de la estancia, con la boca tapada con la manga del kimono para no respirar el humo, pero la tos le decía todo lo contrario. Los ojos le lloraban y le picaban. Instintivamente, se puso la otra mano en el vientre. Llevaba unos días encontrándose mal. Según su nana, había cogido un virus del estómago, pero ella temía que pudiese llevar un hijo en su vientre. Sabía lo que le pasaría si su padre se enteraba. Por eso tenía que salir de allí, pero el humo le estaba debilitando. Con las pocas fuerzas que tenía, consiguió levantarse y caminar despacio hacia la salida. Antes de llegar a la shoji, esta se abrió haciendo la joven diera un paso hacia atrás. Un joven castaño, lacio y por los ojos, siendo estos de un color azul como el hielo, apareció ante ella. Iba cubierto de sangre y con la katana en la mano derecha. Ella caminó de espaldas mientras que él avanzaba hacia ella. En la mirada de él podía ver la ira y la promesa de muerte. Ella tropezó con el bajo del kimono, haciendo que se quedase sentada sobre el tatami. Le miró con miedo cuando este levantó la katana dispuesto a matarla. Vio como poco a poco, bajaba el arma y ella cerró los ojos esperando al golpe…
Oshin se despertó sobresaltada. Se sentó sobre el futón con la respiración agitada y se puso una mano en el pecho. Las lágrimas comenzaron a recorrerle por las mejillas. Se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar con más intensidad. La puerta de la shoji se abrió dando paso a una anciana que vestía únicamente un kimono blanco y se acercó a ella con un candil, el cual dejó al lado de su futón cuando se colocó de rodillas a su lado. La mujer la miró con ternura, pero acabó abrazándola con cariño contra su pecho. Shinyo, su nana desde que era apenas una bebé, le acarició el cabello mientras le susurraba palabras tranquilizadoras, pero estas no funcionaron. Oshin la quería como una madre, pero estaba tan nerviosa por el sueño que había tenido, que no había manera de calmarla. Entre sollozos, Oshin le contó a Shinyo que se había enamorado de un hombre que había encontrado en el bosque, muchos meses atrás, herido. Sin embargo, no le había contado que se había entregado a él. Su nana, con una pequeña sonrisa en los labios, le recordó cuál era su deber como hija de un terrateniente y, en esos momentos, odió su posición.
La relación entre Sesshomaru y Oshin había avanzado lentamente, fraguando a fuego lento un fuerte sentimiento por parte de ambos. Para el lord youkai era un sentimiento nuevo que no quería aceptar, o al menos al principio no quiso. Se repetía una y otra vez que no caería bajo el influjo de una humana como su padre, pero no lo había podido evitar. Ella tenía algo que lo mantenía atado a ella. Esos ojos, esa sonrisa… Todo ella le encantaba y se desesperaba cuando Oshin permanecía lejos de él o no podía verlo porque no podía salir del castillo. A pesar de haber luchado contra ese sentimiento, el youkai había decidido sucumbir a los sentimientos que Oshin le provocaba. Y todo había comenzado el día en que había sido atacada por esos hombres y ambos permanecieron ocultos en una cueva que el demonio encontró no muy lejos de la cabaña de Mosie y solos durante cuatro días. Hacía un par de lunas, se habían entregado el uno al otro bajo la luz de la luna, sin reservas. No se arrepentía de lo que había hecho. Sin embargo, aquellos sueños a escasos días de su boda, hacían que estuviera preocupaba por si llevaba la vida de un bebé en su vientre, un hijo del hombre al que amaba.
- ¿Era una nueva pesadilla? – Le preguntó con cariño Shinyo, acariciándole la cabeza.
-La misma, nana. Ese hombre me matará…
-Eso no es cierto. El señor Jomei no haría daño a su futura esposa – Oshin apartó la mirada y se secó las lágrimas. – No entiendo por qué te mataría.
-Necesito aire fresco – comentó levantándose y así evitar responderle a la pregunta.
- ¿A estas horas? Princesa, es mejor que no paseéis sola y menos a estas horas. Puede ser peligroso.
- ¿Qué me iba a pasar, nana? Estamos dentro del castillo – le sonrió con los ojos cerrados, pero todavía con lágrimas y se levantó despacio.
-Iré con vos, princesa – la mujer comenzó a levantarse.
-No te preocupes, nana. Estaré bien y regresaré pronto – la detuvo. – Será mejor que descanses tú.
Sin darle a tiempo a replicar de nuevo, Oshin se marchó de su estancia. Caminó despacio por el pasillo exterior ensimismada en sus pensamientos. Anduvo por el jardín hasta que se detuvo en mitad de un puente que cruzaba de una punta a otra de un lago en mitad del jardín. Alzó el rostro hacia el cielo estrellado y no pudo evitar cerrar los ojos, recordando como las caricias y los besos de Sesshomaru recorrían su cuerpo antes de regresar al castillo. Se puso una mano sobre su pecho y sonrió con una dicha que nunca antes había sentido. Desde que lo había conocido, su vida había cambiado a mejor, aunque su destino le esperaba lo contrario. Sólo esperaba que su enlace con Jomei nunca se celebrase, cosa que no tenía pinta de suceder. Ella pertenecía a Sesshomaru y jamás sería de otro que no fuese él. Él era su esposo en cuerpo, corazón y alma. Ambos habían hablado sobre los próximos esponsales de la joven, pero eso no evitó que se entregasen el uno al otro. Abrió los ojos cuando sintió unas manos acariciándole la cintura. Ella se giró hacia el cuerpo que se pegaba a su espalda y ocultó su rostro con su pecho.
-No deberías estar aquí. Los soldados de mi padre podrían…
-Estaba en el tejado y te he escuchado gritar – le cortó él abrazándola más fuerte. – Quería saber si estabas bien.
-Ahora que estoy en tus brazos, sí – levantó la cabeza y se quedó mirando esos ojos ambarinos que la tenían totalmente enamorada.
Sin pedírselo, Oshin le contó lo que había soñado. El rostro del youkai permaneció impasible sobre el relato de la joven. Él era conocedor de las visiones de la humana que estaba en sus brazos y no le gustó saber que era asesinada por el que iba a ser su esposo. En ese momento decidió que la sacaría de allí, aunque le costase enfrentarse a todos esos humanos. No les tenía miedo, ya que sabía que él podría con todos ellos sin problema. Sin embargo, no podía contarle sus planes a Oshin, ya que intuía que ella se lo impediría. Permanecieron en ese lugar durante unos minutos, sin saber que estaban siendo observados por unos ojos negros y esa persona sonrió de medio lado. Gracias a ese desliz de su señora, podría conseguir lo que, según le había dicho una vez su madre en su lecho de muerte, le correspondía; ser la señora del clan Nishimura. La había estado observando desde que habían encontrado aquel youkai en el bosque, esperando con paciencia encontrar la manera de deshacerse de esa muchacha. Y ahora, tenía lo que quería. Se escabulló entre las sombras para regresar a su alcoba que estaba designada para el servicio. Pronto, ella dejaría de serlo para convertirse en la señora de todo aquel castillo y, cuando aquello ocurriese, disfrutaría ver como Oshin perdía todo. Durante los últimos meses, había visitado la estancia que ocupaba Fuwa Jomei y sabía que en su vientre estaba su primer hijo. "Desearás que te mate, princesita, sino lo hace antes tu prometido" pensó esa persona sonriendo de medio lado. Como disfrutaría verla caer…
Los gritos de las personas que vivían en el castillo la despertaron. Desorientada, se sentó sobre el futón y se sorprendió que el amanecer hubiese llegado tan pronto. Sin embargo, algo le dijo que se levantase y saliera de allí rápidamente. La shoji se abrió y Shinyo apareció con el gesto preocupado. Colgado de su brazo, había un kimono, del cual se percató cuando la anciana se acercó a ella. Dándole prisa, la instó en vestirse, pero no le dijo lo que estaba pasando. Debían darse prisa o sino... Una vez que estuvo lista, la nana tiró de la joven para que saliera de la estancia. Caminaron rápidamente por el pasillo exterior, Shinyo tiraba de ella hasta que llegaron a un pequeño cobertizo y empujó a Oshin dentro.
-No salgáis de aquí, princesa – le pidió mientras que la joven se giraba hacia ella. – Pase lo que pase, no salgáis.
-Nana ¿qué ocurre? - Le preguntó preocupada.
-Teníais razón. Jomei no es de fiar – Oshin abrió los ojos, asustada. – Alguien lo ha estado envenenando contra nosotros y viene a por vos...
- ¿A por mí? – El rostro se puso blanco.
De pronto, una sombra apareció detrás de su nana, apartó a la anciana, tirándola al suelo, y cogió el brazo de la joven con fuerza. Oshin, al mirar, se dio cuenta de que trataba de su padre. El señor Nishimura tiró de ella de nuevo hacia la casa principal. Al mirar a su padre, vio un odio que la paralizó, pero no dejó de caminar en ningún momento. En los ojos de su progenitor pudo ver el odio que sentía en esos momentos hacia ella. Una vez que regresaron a la habitación de Oshin, el señor Nishimura la empujó de nuevo adentro. Ella cayó de rodillas y, de no haber puesto las manos en el suelo, se hubiera dado un golpe en la cabeza. Oshin miró a su padre asustada, todavía sentada sobre el tatami. Intentó hablar, pero la bofetada de su padre hizo que se quedase callada y girase el rostro hacia el otro lado.
- ¿¡Qué has hecho, maldita niña!? – Gritó molesto desde la shoji.
-N-no entiendo, padre – respondió atemorizada con una mano sobre su mejilla.
- ¿¡Crees que soy tonto o qué!? – Le apretó con fuerza el brazo, haciendo que Oshin gimiera de dolor. – Por tu culpa, los hombres están siguiendo a Fuwa Jomei. Dice que se siente traicionado por la que va a ser su esposa.
-No he hecho nada, padre – le dijo Oshin con lágrimas en los ojos debido al dolor que sentía en el brazo.
-Eres igual de ingrata que tu asquerosa madre – la zarandeó violentamente. – Si no fuera por el poder que tenéis dentro, no le hubiera obligado a desposarse conmigo, ni si quiera tú hubieras nacido.
- ¿Qué poder, padre? – Preguntó Oshin haciendo tiempo para que Sesshomaru fuese a por ella y la sacase del castillo.
-Ambas sois las descendientes de la gran sacerdotisa Midoriko, la creadora de la Perla de Shikon. Sólo vosotras podéis controlarla y vuestra sangre activa sus verdaderos poderes. Pero, por desgracia, la maldita perla desapareció hacia 43 años, por lo que ya no me vales – Oshin le miraba con los ojos abiertos, entre asustada y sorprendida. – Te quedarás aquí. Fuwa Jomei no tardará en venir a buscarte. Está muy molesto por lo que has hecho.
-Pero, padre... ¿Qué es lo que he hecho? – El señor Nishimura le agarró con fuerza la garganta. La joven puso sus manos sobre la que le agarraba el cuello.
-Cuentan que te estabas viendo con hombre en el bosque – escupió él enfadado y la saltó como si quemara de repente. – ¿Quién es ese malnacido? – Gritó malhumorado.
-E-es mi esposo, padre – respondió con la voz ronca y con una mano en la garganta.
El señor Nishimura le abofeteó de nuevo tan fuerte que cayó al suelo. Oshin puso las manos sobre el tatami para evitar golpearse la cabeza. Levantó la mano temblorosa y se la colocó en la mejilla golpeada. Notaba un inmenso calor en esa zona y el sabor metálico de la sangre en la boca. Giró el rostro hacia su progenitor con los ojos abiertos y aterrados. Era la primera vez que le ponía la mano encima. Sin embargo, en su mirada pudo ver un inmenso odio. A pesar de querer llorar delante de él, detestó a su padre. En ese momento se dio cuenta que nunca la había querido y que la mantenía allí para controlar una perla de la que ella no sabía ni que existía. O que había existido hasta hace unos años. El grito de un guerrero anunciando que el fuego se acercaba a los dormitorios principales, provocó que su padre la mirase con más odio todavía. Se giró sin decirle nada y cerró la shoji con un golpe. Oshin, mordiéndose el labio inferior, rompió a llorar, rezando para que Sesshomaru llegase lo más pronto posible. No necesitaba ver nada para saber que su vida corría peligro... y tal vez, la del bebé que llevaba en el vientre. Por eso tenía que salir de allí, pero el humo le estaba debilitando. Con las pocas fuerzas que tenía, consiguió levantarse y caminar despacio hacia la salida. Antes de llegar a la shoji, esta se abrió haciendo la joven diera un paso hacia atrás. Un joven castaño, lacio y por los ojos, siendo estos de un color azul como el hielo, apareció ante ella. Iba cubierto de sangre y con la katana en la mano derecha. Ella caminó de espaldas mientras que él avanzaba hacia ella. En la mirada de él podía ver la ira y la promesa de muerte. Ella tropezó con el bajo del kimono, haciendo que se quedase sentada sobre el tatami. Le miró con miedo cuando este levantó la katana dispuesto a matarla. Vio como poco a poco, bajaba el arma y ella cerró los ojos esperando al golpe, el cual no sintió porque, antes de sentir la katana sobre ella, perdió el conocimiento.
Oshin despertó con un ataque de tos que provocó que se sentase sobre el futón. Una vez que cesó, se dio cuenta que estaba en la cabaña de Mosie, pero ahí no había nadie más que ella. Tal vez la mujer se encontraba por el bosque buscando algo para comer o alguna hierba. ¿Cómo había llegado hasta allí? Lo último que recordaba era que Fuwa Jomei había entrado en su estancia y que huía de él. Pero no recordaba nada más. El humo había hecho que se desmayase antes de tiempo. Le pareció ver una sombra bajo el marco, pero no le dio tiempo a ver de quién se trataba y qué quería. Miró por la pequeña cabaña y, a su lado, había un vaso. Lo cogió y lo olió. Sin pensarlo, bebió poco a poco. Unos pasos acercándose llamaron su atención. La cortina se apartó y sintió una inmensa alegría de ver que se trataba de Sesshomaru. Con cuidado, se levantó del futón, pero, en el momento en que fue a dar un paso hacia él, sintió como un mareo se apoderaba de ella. Una mano rodeó su cintura, evitando que se golpease. Abrió los ojos y se encontró con la mirada ambarina de ese youkai que le había robado el corazón. Sesshomaru la sentó sobre el futón y la abrazó con fuerza. Había estado muy preocupado por ella desde que la sacó de su estancia cuando iba a ser asesinada por ese maldito humano. Mosie le había dicho que se la llevase de esa región, para asegurar el nacimiento del bebé que Oshin llevaba en el vientre. Él no estaba seguro de que la joven fuese consciente de su estado. La notó temblar y escucharla sollozar. La apretó más a él. Había aprovechado que Oshin estaba inconsciente para buscar un lugar donde alojarla.
-Te sacaré de estas tierras y te llevaré donde no puedan encontrarte. Mosie se vendrá con nosotros para hacerte compañía – le dijo él notando el temblor de su cuerpo mientras ella lloraba. – No permitiré que nadie te haga daño de nuevo.
-Gracias por sacarme de ahí, mi amor – detuvo el llanto y lo miró, todavía con lágrimas en los ojos. – Temía que no llegaras a tiempo – le sonrió mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. – Sin embargo, en todo momento, sabía que vendrías.
-Siempre – le dijo antes de besarla en los labios.
Un grito desgarrador hizo que los pájaros que descansaban en los árboles nevados de alrededor de la cabaña, alzasen el vuelo, asustados. Esa mañana, desde muy temprano, estaba dando a luz al bebé del hombre al que amaba. Mosie le había aconsejado que dejase salir los gritos de dolor, ya que sólo se encontraban ellas dos solas en mitad del bosque y nadie podría oírla. Quería que no recordase que aquel pequeño youkai verde también estaba allí con ellas. Intuía que la joven podía tener dificultad a la hora de dar a luz a su bebé y, en esos momentos, sus sospechas se estaban cumpliendo. Dos días después de que Oshin se despertase tras el asalto a su castillo, iniciaron su viaje hacia las tierras donde el padre de Sesshomaru fue el protector. Siendo conocedor de los youkais que querían matarlo, decidieron que lo mejor era esconderlas en el bosque. Durante esos meses, él le había regalado un collar con esferas rosas y una luna creciente púrpura que creaba un escudo protector en todo momento, alrededor del edificio central del templo. Así podía estar más tranquilo por si él no se encontraba junto a ella.
En esos momentos, Oshin deseó que Sesshomaru anduviera cerca. Temía no poder aguantar el parto, a pesar de ser una joven fuerte y sana. El lugar donde se encontraban resultó ser un antiguo templo, pero era bastante amplio y se encontraba en perfecto estado. En aquel sitio, nadie las buscaría. Era el lugar perfecto para esconderse. Algo en el ambiente hacía que Oshin se mantuviera tranquila y en paz. Le encantaba estar allí. Sesshomaru regresaba después de cinco días fuera y se quedaba varios días. Gracias a Jaken, el sirviente que seguía al lord youkai, siempre tenían algo de comida. El pequeño youkai tenía como misión conseguir comida para la joven y la mujer humanas y también de protegerlas. Al principio, no le gustó la orden, pero, con el tiempo, también cogió cariño a la joven que iba a tener al vástago de su amo. Y ahora se encontraba tras las shoji que separaba la habitación de Oshin con el pasillo exterior y el patio. Preocupado, apretó con fuerza el báculo de dos cabezas que le regaló su amo cuando comenzó a seguirle. Un sonido proveniente del boque, llamó la atención del pequeño youkai. Se giró dispuesto a defender a su ama de cualquier peligro.
-Avisa al amo Sesshomaru – le dijo a Royakan cuando este apareció entre los matorrales que se encontraba cerca.
-Ahora mismo – dijo solícito.
Esa noche, mientras estaba tranquilamente descansando tras haber dado a luz a un niño, el cual le había dejado con pocas fuerzas, pero con una sonrisa en los labios nada más ver su carita. Oshin abrió los ojos despacio en mitad de su apacible duermevela. Algo había hecho que su sueño se interrumpiera. Giró su rostro hacia el bebé que dormía tranquilo a su lado y se fue reincorporando hasta que se quedó sentada sobre el futón, a pesar del dolor que sintió. En ese momento, la shoji se abrió, asustando a la joven cuando vio una figura debajo del marco, pero se relajó y sonrió al reconocer a Sesshomaru. El lord youkai se aproximó con pasos lentos al centro de la estancia, bajo la mirada de su esposa, procurando no hacer ruido para no despertar al pequeño ser que dormía junto a ella. Hincó una rodilla cuando llegó al lado de Oshin y pegó su frente con la de ella, cerrando los ojos mientras acariciaba sus mejillas con ambas manos. Royakan, el guardián de los bosques, le había avisado sobre el estado de su esposa. Y, aunque no lo reconocería delante de nadie, había sentido miedo. Miedo a perderla en el alumbramiento para siempre y no llegar a tiempo para utilizar a Colmillo Sagrado. Se había dado cuenta que no deseaba perderla y que la amaba tanto que le rompería por dentro perderla.
-Sesshomaru...
-He venido en cuanto me lo han dicho – le interrumpió cerrando los ojos.
- ¿Qué te ocurre, mi amor? – Le preguntó ella con dulzura, acariciándole la mejilla con los dedos.
-No permitiré que nadie os haga daño, ni si quiera mi madre. El collar que te regalé os protegerá de cualquier mal.
- ¿Puede ser que hayas tenido miedo, mi amor? – Ella no pudo evitar reír con los ojos cerrados, al no recibir la respuesta por su parte. – Sé que piensas que los humanos somos débiles, pero no nos rendimos nunca. A pesar del dolor al dar a luz, no me arrepiento de haber tenido a nuestro hijo – le colocó ambas manos sobre las mejillas de él. – Nunca me separaré de ti, Sesshomaru – ladeó la cabeza sin dejar de sonreír. – ¿Quieres conocer a nuestro hijo? – Le acarició el antebrazo sin dejar de mirarlo a los ojos.
Decidieron ponerle Fuyumaru. Al día siguiente de haber dado a luz, Oshin salió con el pequeño en brazos y sintió como su niño se removía al sentir el frescor del invierno. Aquello provocó que ambos se mirasen entre ellos y el nombre apareció por sí solo. El pequeño hanyou se movió en los brazos de su madre, con las pequeñas manos pegada a su rostro, pero no llegó a despertarse. Sesshomaru miró a su familia y una opresión apareció en su pecho. Se dio cuenta de que tenía miedo de perderlos, pero haría cualquier cosa para protegerlos. "¿Tienes algo que proteger, Sesshomaru?" Recordó que le había preguntado su padre antes de ir a proteger a la madre humana de su medio hermano Inuyasha. "Sí, padre. Ahora lo tengo" pensó mirando la joven que mecía al bebé con una sonrisa y que se encontraba a su lado. Detrás de ellos, Mosie y Jaken los observaban en silencio. El pequeño demonio con el ceño fruncido y la mujer con una sonrisa ladeada. Mosie miró hacia el cielo y sonrió todavía más. Por suerte, estaba cumpliendo con la promesa que había hecho antes del nacimiento de Oshin y lo haría hasta que exhalase su último aliento de vida. Sin embargo, sintió que algo malo ocurriría, pero no supo descifrar cuándo ocurriría. Bajó de nuevo la mirada hacia la joven y una mirada tierna apareció en su rostro. "Sin duda, se parece a ti, Nanami" pensó Mosie sin quitarle la vista de encima.
-El amo Sesshomaru está feliz – comentó Jaken haciendo que la mujer le mirase sorprendida.
-Pues no lo parece – dijo al ver la cara impasible del youkai.
-Pues lo está – sentenció el pequeño demonio.
Pasado un tiempo, Oshin observó como su pequeño gateaba por el tatami mientras ella terminaba de doblar la ropa de su hijo. Sesshomaru se había vuelto a ir hacía dos días, pero Jaken se había quedado en el templo para protegerlos. Por lo que le había dicho el pequeño youkai, Royakan, el guardián de los bosques, andaba también cerca para velar por la familia de su amo. Oshin llevaba varios días soñando con su muerte, por ese motivo, estaba preparando las cosas de Fuyumaru. Mosie se encargaría de sacarlo de ahí, mientras que ella hacía frente a la mujer que había conseguido robarle mediante la traición y la que, según su sueño, sería su verdugo. No se escondería, pero lo que sí tenía claro era que no le permitiría ponerle un solo dedo encima a su hijo. Levantó la mano y colocó su mano sobre el collar que Sesshomaru le había regalado. Esperaba que funcionase con su hijo y lo mantuviese oculto tanto de youkais, hanyous y de humanos que quisiesen hacerle daño. La pequeña mano de Fuyumaru se posó sobre el muslo de su madre para llamar su atención y le sonrió al ver como la estaba mirando. Le tomó en brazos y le besó en la mejilla varias veces. El pequeño hanyou comenzó a reírse en el momento en que Mosie entraba en la estancia donde ellas se encontraban.
- ¿Qué hacéis, princesa? – Preguntó la mujer sentándose al lado de ella y estiró los brazos hacia el bebé. Fuyumaru no tardó en irse con ella.
-Un hatillo con algo de ropa. Os marcháis, Mosie. Tú y Fuyumaru.
- ¿Qué? Ni hablar, princesa. No os dejaré…
-No sé cómo, pero han descubierto dónde estoy, Mosie, y se vienen para acá – le interrumpió la joven. – No quiero que le hagan daño a Fuyumaru. Por eso mismo, esta misma noche os marcharéis de aquí – le cogió una mano con cariño. – Prométeme que cuidarás de mi hijo.
-Princesa…
-Dejé de ser una princesa hace muchos meses, Mosie. Deberías dejar de llamarme así – le regañó con cariño. – Sé que contigo Fuyumaru estará a salvo. Escondeos donde no os puedan encontrar, sólo él.
-No le gustará saber…
-Lo sé, pero si huyo ahora, nunca podrá vivir tranquilo – acarició el rostro de su pequeña. – Y lo que deseo es que crezca feliz y sano.
Sesshomaru llegó tarde, muy tarde. Lo supo cuando vio el templo reducido en cenizas. Con el rostro impasible, pero con una rabia tan grande anidando en su pecho, recorrió el lugar en busca del cuerpo de la mujer que amaba y a su hijo. Por mucho que buscó, allí no había nada. ¿Se los habrían llevado después de matarlos? ¿O estaría entre los escombros? Un brillo verdoso comenzó a rodear su cuerpo a la misma vez que su rabia crecía en su interior. Se vengaría de esos humanos que habían osado matar a su esposa y a su hijo. No quedaría ningún superviviente, se juró apretando los puños con rabia. Sin embargo, algo en la maleza hizo que lanzase una mirada de cautela. De pronto, Royakan apareció con el semblante triste. Se cogió las manos mientras se acercaba a su señor. Sesshomaru supo que le temía, pero en esos momentos le daba igual. Se detuvo a varios pasos sin saber cómo explicarle lo que había pasado allí. Jaken se había quedado con el cuerpo inerte de Oshin. Ambos estaban ocultos en una cueva bastante alejada de allí. Cuando el pequeño sapo youkai y él se habían percatado de lo que estaba pasando, era demasiado tarde. Aquellos humanos ya habían rodeado el templo y aquella mujer había atravesado el cuerpo de Oshin con la katana. Muchos de los que servían a Sesshomaru, aprovecharon ese momento para atacar, mientras que Jaken impedían que se acercasen al cuerpo de la joven. Royakan la había tomado en brazos y se la había llevado mientras que un pequeño grupo youkais los protegían.
- ¿Dónde están?
-En una cueva, siendo velada por Jaken – respondió Royakan. – Si me sigue, señor Sesshomaru, os llevaré con ella.
- ¿Fueron…? – Preguntó mirando al frente, algo más tranquilo sabiendo que sus cuerpos estaban a salvo.
-Sí, una mujer los comandaba. Fue ella quien… – se detuvo al ver que Sesshomaru caminaba hacia él.
Royakan tembló pensando en que lo mataría, pero el daiyoukai pasó de largo. Durante unos segundos, vio cómo se adentraba en el bosque y, en silencio, lo siguió. Sabía lo que quería su amo y era que lo llevase junto a la señora Oshin. Durante unos minutos, reinó el silencio por donde caminaban. Sesshomaru iba dándole forma a la venganza que se tomaría por el asesinato de su familia. Aunque le costase años, mataría a todos los que habían ido allí. Y empezaría por esa mujer. Minutos más tarde, llegaron a la cueva donde, desde la entrada, vio el cuerpo tendido de Oshin. Jaken, junto a otros youkais, habían hecho un catre con hojas y alguien le había cambiado el kimono y la había peinado. Sin quitarle la vista de encima, Sesshomaru se acercó. Segundos después, se dejó caer de rodillas junto a su cuerpo y alargó la mano para tocarle el rostro. Estaba frío. Esa misma mano la colocó en la nuca y la levantó despacio. Una vez que estaba semi levantada, la abrazó contra su pecho y ocultó su rostro bajo el flequillo, mordiéndose el labio inferior lleno de rabia e impotencia… pero también lleno de tristeza, de muchísima tristeza. Había perdido a la mujer que lo había amado y curado cuando lo hirieron y la que le había dado un hijo, el cual no le importaba que fuese hanyou. Jaken lloraba a lágrima viva, alegando que eran las lágrimas de su amo, pero él también echaría de menos a la joven humana. Sin duda, Oshin se había ganado dos duros corazones; el del pequeño Jaken y el del gran Sesshomaru.
-Jaken – llamó a su siervo.
- ¿Sí, amo bonito? – Respondió este tras sorber por la nariz.
- ¿Dónde está Fuyumaru?
-A salvo, amo Sesshomaru. Se marchó con la anciana poco antes de que llegaran.
-Royakan – llamó al guardián del bosque. – Quiero que vigiles bien a esos humanos…
-Sí, amo Sesshomaru – aceptó de inmediato este.
-Quiero que me avises en cuanto encuentres alguna debilidad entre ellos – Royakan, aun sabiendo que él no le miraba, asintió. – Atacaremos.
-Amo Sesshomaru, no sé si la señora Oshin estaría de acuerdo – intervino Jaken limpiándose las lágrimas, pero agachó la cabeza cuando sintió la mirada del daiyoukai sobre él.
Sin decir nada más, Sesshomaru se levantó con Oshin en sus brazos. No pondría allí su tumba. Imitaría a los humanos y escondería su cuerpo en un lugar donde solamente él sabría donde descansaba el cuerpo de su esposa. Así nadie podría utilizar sus restos para hacerle daño. Tal vez, cuando su hijo fuese un poco más mayor, lo llevaría para enseñarle donde estaba enterrada su madre. Pero aquello sería cuando acabase con el último Nishimura. Los mataría a todos, pero dejaría a la mujer para la última. Tomaría venganza… y disfrutaría de ello. Después de ocultar el cuerpo dentro de la tumba de su padre, Sesshomaru voló hasta la aldea donde Mosie se había ocultado tras marcharse del templo. La mujer, al verlo aparecer solo, comprendió lo que había pasado; habían matado a Oshin, tal y como ella le había dicho. Cerró los puños y los ojos con fuerza. "La historia se repite" pensó Mosie al evocar a Nanami. Al menos, aquella perla a las que ambas estaban ligadas, había desaparecido hacía mucho tiempo, por lo que no debía de preocuparse de que alguien quisiera su sangre. Era cierto que no sabían si el pequeño Fuyumaru había heredado las habilidades que tenía su madre y su abuela. Sólo el tiempo lo diría.
-Cuidaré de él – le dijo Mosie cuando el youkai se terminó de acercar.
-Vendré a verle.
-Deberías quedarte junto a él. Ha perdido a su madre y…
-Tengo cosas que hacer – declaró dándose la vuelta.
-Oshin no querría que te vengaras de ellos. Sólo que cuidases de vuestro hijo – de la manga del kimono, sacó un papel doblado. – Escribió esto antes de que nos fuéramos. Me pidió que te la diera cuando vinieras.
-Esconde el collar por algún lado de la casa. Os protegerá – habló después de unos segundos en silencio y cogió la carta. – Vendré en unos días.
-Aunque hubieras llegado a tiempo, no podrías haberla resucitado con Colmillo Sagrado – el youkai apretó los puños, molesto por las palabras de la humana. – Que la Perla de Shikon, que fue creada durante una batalla entre la sacerdotisa Midoriko y miles de poderes youkais, esté en de paradero desconocido, no quiere decir que debiera revivir – se quedó mirándolo durante unos segundos en silencio. – Sé que es tu esposa, Sesshomaru, y que quieres tomar venganza contra los que te la han arrebatado, pero piensa en Fuyumaru. Los Nishimura son personas con las que no se puede jugar – murmuró agachando la mirada. – Si te vas a vengar, al menos sé todo lo poderoso posible – el daiyoukai asintió y comenzó a caminar de nuevo para alejarse de allí. – ¡Ella volverá, Sesshomaru! – Gritó Mosie cuando se alejó de la casa. Aquellas palabras hicieron que se detuviera en seco, pero no se giró. – ¡Algún día regresará! – Mosie se acercó rápidamente y detuvo delante de él. – Cuando eso suceda, habrá que protegerla… porque podría ser el fin… tanto para el mundo que conocemos como para ella.
