Capítulo 50

La mujer más bella de toda Francia

Había pasado casi una hora desde que Alain llegó al cuartel militar, y luego del alboroto inicial, todo había retornado a la calma. La lluvia aún no había cesado, todo lo contrario, se había vuelto aún más intensa, por lo que la mayoría de las calles de París permanecían vacías y se respiraba una ilusoria sensación de calma.

Los soldados de la compañía B habían organizado una nueva partida de poker. Lasalle, Jean, Armand y Diddier estaban liderando las austeras apuestas que se permitían por aquellas fechas, y el resto de sus compañeros los observaban expectantes.

El líder del escuadrón se había rehusado a participar en esa primera ronda. Aunque permanecía de pie observando el juego, su mente parecía estar en otra parte. André se había dado cuenta de ello desde hacía ya un buen rato; estaba recostado leyendo uno de sus libros cuando notó que algo le ocurría. Lo primero que vino a su mente fue pensar que su amigo podría estar recordando las trágicas pérdidas por las que había pasado en los últimos meses y sintió compasión por él, sin embargo, estaba muy lejos de la realidad.

Alain estaba absorto, confundido, pero no estaba pensando ni en su madre ni en su hermana; otros pensamientos lo tenían fuera de sí, y aunque no quería pensar lo que pensaba, tampoco podía hacer nada para evitarlo.

- "Que mujer tan desconcertante es la comandante..." - se decía a sí mismo. - "Había olvidado lo hermosa que era, o quizás me negaba a verla así... Difícilmente haya una mujer más bella en toda Francia..." - pensaba.

Al llegar al cuartel, se había presentado en su despacho. Ahí estaba Oscar, sentada frente a su escritorio leyendo la pila de informes que se habían acumulado durante las tardes en las que había estado ausente. Lucía preocupada cuando él atravesó la puerta, pero su rostro se iluminó al tenerlo frente a ella; se alegraba sinceramente de verlo tan repuesto y dispuesto a regresar a sus labores en la Compañía B.

- "¿Pero qué es lo que me ocurre?" - pensó el líder del escuadrón. - "No puedo quitarme de la cabeza el rostro de la comandante desde que llegué al cuartel..."

Y mientras pensaba en ello, se sorprendió al darse cuenta que André ya no se encontraba recostado en su litera, sino de pie al lado suyo.

- Oye Alain, no me has contado que cara puso el Coronel Dagout cuando te presentaste frente a él. - le dijo André a su amigo con una amable sonrisa.

Se había acercado a él con el único objetivo de distraerlo de los tristes pensamientos que, según creía, tenían capturada su mente. No obstante, el hermano de Diana no lo había sentido llegar.

- ¡Por Dios, André! - exclamó Alain. - ¡En qué momento llegaste hasta aquí! - le dijo con asombro, y André empezó a reír.

- ¿Qué te pasa? Te ves algo distraído. - mencionó el nieto de Marion. - ¿En qué pensabas?

- En nada en especial... - le respondió Alain y sonrió algo nervioso. - Y con respecto a lo que me preguntaste acerca del Coronel Dagout, aún no lo he visto. Cuando llegué al cuartel me comentaron que había salido a una diligencia. - le respondió el líder del escuadrón.

- Pero, ¿eso quiere decir que aún no has anunciado formalmente tu regreso? - le dijo André.

- No, no... Eso sí que lo hice... - le respondió Alain. - Al llegar me presenté con la comandante y vaya que se sorprendió al verme. - le mencionó.

- ¿Con Oscar? - le preguntó André, sorprendido. - Pensé que no estaba en el cuartel... En la mañana nos anunció que se reuniría con el General Boullie y nos dejó a cargo del Coronel Dagout durante todo el día. - le comentó André.

- Pues estaba en su despacho hace una hora. - le aclaró Alain, y ahora era André el que lucía descolocado.

Oscar había estado muy ocupada por aquellos días, y le sorprendió saber que - aún habiendo estado en su despacho - no lo haya mandado llamar bajo ningún pretexto.

- ¿André?... ¿Estás bien? - le preguntó Alain, intrigado. - Te quedaste callado de repente.

- Perdóname, me distraje... - le respondió André y sonrió tratando de volver a su realidad, aunque una ligera tristeza se había despertado en su corazón.

De pronto, uno de los guardias de vigilancia ingresó a las barracas.

- Soldado Grandier, tiene correspondencia. - mencionó estoicamente, y el nieto de Marion se dirigió hacia él para tomar su carta.

- Gracias. - le dijo André, y el soldado se marchó.

El sobre estaba finamente sellado; definitivamente había sido remitido desde alguna casa noble.

- "¿De quién será esta carta?" - se preguntó, y de inmediato, le dio la vuelta al sobre para saber quien lo remitía, y se sorprendió al ver que sólo tenía marcadas unas cuantas iniciales: H.A.V.F.

- "Es una carta de Hans..." - pensó sorprendido.

No era frecuente que el conde le escriba, mucho menos al cuartel militar, y eso despertó la curiosidad de André.

- "Pobre Hans... Es tan consciente de lo odiado que es que no se atreve a colocar su nombre ni el escudo de su familia en el sobre... Sabe que me podría ir muy mal si alguien se entera que lo conozco y que tengo una buena relación con él..." - pensó André con tristeza.

Él sabía que Fersen era un ser humano de buenos sentimientos y lo consideraba un gran amigo. Sin embargo, difícilmente sus compañeros entenderían su amistad con él, por lo que tenía que ser prudente. Hans Axel Von Fersen era uno de los personajes más odiados entre los ciudadanos de París, en realidad, cualquier persona que pudiera tener un mínimo de influencia sobre su reina lo era.

Entonces, ante la atenta mirada de un intrigado Alain que se había percatado del desconcierto de su compañero, André abandonó la habitación donde se encontraba, caminó unos metros por el pasillo y se detuvo al lado de un gran ventanal para poder leer la carta del conde sueco más repudiado de toda Francia.

Mi entrañable amigo,

Te escribo porque no podía irme sin despedirme de ti. He decidido regresar a mi natal Suecia.

Han pasado algunas cosas que me han obligado a tomar esta difícil decisión. Seguramente podrás imaginarte mis razones, a ti no tengo que inventarte ningún pretexto.

Espero que esto sólo sea un hasta pronto y que algún día, no muy lejano, decidas visitarme en Suecia. Créeme que me haría muy feliz poder recibirte en mi casa para tener tiempo de charlar, competir con la espada y tomar una buena copa de vino contigo, como en los viejos tiempos.

Por favor, despídeme de Oscar, y envíale mis mejores deseos.

Un fuerte abrazo, y hasta siempre.

Hans.

Así se despedía el Conde Fersen de Francia. Había decidido escribirle solamente a André; aunque sabía que la hija de Regnier de Jarjayes ya no guardaba en su corazón ningún sentimiento hacia él, le pareció que despedirse de esa manera era lo más apropiado.

Aquella tarde, Fersen partiría hacia Suecia, dejando atrás al gran amor de su vida. Necesitaba olvidar, necesitaba olvidar más que nunca o moriría de tristeza.

Por su parte, de pie frente al gran ventanal donde había decidido detenerse, André reflexionaba sobre el triste destino del conde. Que dura realidad era la que le había tocado vivir a quien todos conocían como el amante de Maria Antonieta; tener que alejarse de la mujer que amaba debía ser terrible para él. El mismo André había estado a punto de apartarse de Oscar cuando creyó que ella se casaría; se iría a Provenza en busca de la paz que su corazón necesitaba al sentirse incapaz de enfrentar la realidad que le tocaría vivir si Oscar se casaba. ¿Quién podría entender al conde mejor que él?

- "Hans, cuanto debes estar sufriendo..." - pensó el nieto de Marion, y bajó la mirada entristecido.

Entonces pensó en Oscar: ella había tenido tantas cosas que hacer en esos últimos dos meses que se sentía muy lejos de ella, tanto, que ya estaba empezando a afectarle.

Inicialmente comprendía sus motivos: la venta de sus propiedades, las reuniones con el General Boullie por el próximo inicio de las asambleas de los Estados Generales, etc. Pero, ¿y él?... ¿dónde quedaba él en toda esta ecuación?

Entonces, sin pensarlo más, dobló la carta que le había escrito Fersen, la guardó en uno de sus bolsillos y se dirigió al despacho de su amada. Por un lado quería verla, pero por otro, sabía que se decepcionaría si la encontraba ahí. Quería pensar que ella había pasado por su despacho sólo un momento y que luego se había retirado, si no, no hubiese comprendido la razón por la que no lo habría mandado llamar bajo algún pretexto. ¿Estar en el cuartel y no hacer nada para intentar verlo? Se supone que lo amaba: se supone que lo amaba tanto como él la amaba a ella.

Y enfrascado en esos pensamientos, llegó a su despacho. Estaba tan absorto atormentándose con la idea de que Oscar no hubiera hecho nada para poder verlo que ni siquiera recordaba cómo había llegado hasta ahí, pero ya en el lugar, decidió llamar a la puerta.

- Adelante. - escuchó decir el nieto de Marion, y su corazón se paralizó. Era ella; había estado ahí todo ese tiempo.

"¿Por qué, Oscar?" - se preguntó él sin poder evitar sentirse triste, pero ya no tenía tiempo para responderse a esa pregunta, sólo ingresó y caminó algunos pasos hacia ella.

Oscar estaba mirando hacia el exterior, contemplando la lluvia, y lucía como ausente, tanto, que ni siquiera se percató de quien era el que había ingresado a su despacho.

- Oscar, el Conde Fersen ha regresado a Suecia. Dejó un mensaje enviándote sus mejores deseos... - fue lo primero que André atinó a decirle.

Entonces ella se paralizó por un segundo, no sólo por percatarse de que era el hombre que amaba quien había ingresado a su despacho, sino por el mensaje que traía. ¿Acaso André pensaba que ella aún estaba interesada en Fersen y por eso le llevaba ese mensaje? Y por un segundo, recordó todas aquellas ocasiones en las que el nieto de Marión le llevó alguna noticia sobre el conde cada vez que notaba que ella estaba pensando en él.

- Oscar... - insistió André al ver que ella no le respondía, y sin despegar su mirada de la ventana de su despacho, la hija de Regnier se dirigió a él.

- André, un entrenamiento especial comenzará mañana por los Estados Generales. Diles a los demás. - le dijo sin inmutarse.

De ninguna manera podía darle a entender a André que a ella le importaba lo que Fersen haga o deje de hacer. Ya bastante culpable se sentía por haber hecho sufrir al hombre que amaba durante todo ese tiempo, sin embargo, su respuesta desconcertó aún más a André.

- Entendido. - le dijo él, confundido por su actitud. A simple vista, su respuesta parecía haber sido bastante fría, y no sólo su respuesta: ella ni siquiera había volteado a verlo antes de responderle.

Entonces, desconcertado, André se dirigió hacia la salida, y al sentir que se marchaba, Oscar, volviendo en sí, tomó su mano para detenerlo.

- Por favor, espera... - le dijo mirándolo directamente a los ojos, y al sentir la piel de sus manos, el corazón de André dio un vuelco dentro de su pecho.

Ella no quería que se vaya, deseaba que ese instante se haga eterno, que el tiempo se detenga. "Me haces tanta falta..." - pensaba mientras lo miraba, y de inmediato, André comprendió que Oscar seguía siendo la misma, que aún lo amaba, aunque aún no entendía la razón por la cual no había intentado verlo aquella tarde.

Entonces, alguien llamó a la puerta, y Oscar bajó la mirada decepcionada.

- Será mejor que atiendas a quien está llamando a tu puerta, Oscar. - le dijo André con una cálida sonrisa.

- Adelante. - dijo ella con voz melancólica mientras soltaba la mano del hombre que amaba, y el Coronel Dagout ingresó a su despacho.

- Comandante, ya estoy aquí para que revisemos en detalle el entrenamiento de los guardias que empieza mañana. - le dijo el coronel, y Oscar suspiró.

Entonces André, dándose cuenta de que ella aún tenía mucho trabajo por delante, levantó su mano hacia su frente para despedirse formalmente.

- Me retiro, Comandante. - le dijo con firmeza a la mujer que amaba, y ella lo miró inquieta.

Su rostro le transmitía que no quería que se vaya, pero no podía hacer nada para evitarlo, así que lo dejó marcharse.

- Hasta luego, soldado. - le dijo al hombre que amaba, y André abandonó el despacho.

Entonces Oscar, con la mirada puesta en la puerta que había cerrado su mejor amigo antes de marcharse, sintió que la mitad de su alma había salido de su oficina en el instante en el que André decidió retirarse.

- "André... Estoy tan agotada... Cómo quisiera poder refugiarme en tus brazos y ya no separarme más de ti... ¡Pero qué clase de mujer soy, que ni siquiera puedo demostrarte cuánto te amo!... ¿Podrás seguir amándome aún siendo como soy?... ¿Podrás seguir amándome, André?..." - se preguntaba la heredera de los Jarjayes. - "Soy la Comandante de la Compañía B y tengo la enorme responsabilidad de asegurar que las Asambleas de los Estados Generales se lleven a cabo en perfecto orden, pero también soy una mujer que te ama y desea que la ames... André... Mi amado André... ¿Serás capaz de comprenderme?... También hago esto por nosotros..." - pensaba paralizada.

Entonces, notando que algo le ocurría, el Coronel Dagout se dirigió a ella.

- Comandante Jarjayes, ¿se encuentra bien? - le preguntó de pronto, sacándola de sus pensamientos.

- Perdóneme, Coronel Dagout... Supongo que estoy algo cansada. - le dijo Oscar con una sonrisa, dirigiendo ahora su mirada hacia él.

- Entiendo, Comandante. Los últimos días han sido realmente extenuantes. - le respondió él.

- Así es, Coronel. Pero por el bien de nuestro país, no podemos flaquear. Ya falta poco para que inicien las asambleas, y nuestra Compañía jugará un rol decisivo para que estas se lleven a cabo exitosamente. - le dijo Oscar con una gran determinación.

Y tras ello, caminó hacia su escritorio y se sentó frente a él.

- Bueno, empecemos. Nos espera una larga noche de trabajo. - le dijo a su segundo al mando, y ambos se prepararon para revisar los detalles del entrenamiento que llevarían a cabo los guardias franceses a partir de la mañana siguiente, sin imaginar el rumbo que tomarían sus vidas en tan solo un par de meses.

El corazón de Óscar aún albergaba la esperanza de que la situación de su país mejore a partir de los Estados Generales, y por eso, ningún sacrificio era en vano para ella. Amaba a su país, y estaba dispuesta a todo con tal de sacarlo adelante.

...

Fin del capítulo