HOLA A TODOS, ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN SIN FINES DE LUCRO DE UNA DE MIS NOVELAS ROMÁNTICAS FAVORITAS. NI LA TRAMA NI LOS PERSONAJES ME PERTENECEN.
Capitulo 1
No estaba mal aquel sitio que seria testigo de su venta al mejor postor. Era un lugar limpio, elegantemente decorado. El vestíbulo donde la habían hecho pasar en primer lugar podría haber pertenecido a la casa familiar de cualquiera de sus amigos. Era una residencia lujosa, situada en uno de los mejores barrios de Londres y conocida por el eufemístico nombre de Casa de Eros. Un antro de perdición.
Hermione Granger todavía no podía creer que estuviera allí. Desde que había atravesado el umbral, sintió un nudo de temor y angustia en el estómago. Sin embargo, había entrado en la casa por voluntad propia.
Nadie la había llevado a rastras mientras ella chillaba y pataleaba.
Lo increíble era precisamente que no la habían forzado a acudir; había accedido a hacerlo... o al menos había aceptado que era la única alternativa. Su familia necesitaba dinero —y mucho— para evitar que la pusieran de patitas en la calle.
Si al menos hubiera tenido tiempo de hacer aviones. Incluso una boda con un desconocido hubiera sido preferible. Pero tío Elliott tenía razón cuando decía que ningún caballero con la fortuna necesaria para ayudar a los hubiera considerado una boda en tan poco tiempo, aun si fuera posible obtener una licencia especial. El matrimonio era un paso demasiado importante para aventurarse a él sin pensarlo con detenimiento.
Pero enseguida... Bueno, era bastante común que los caballeros compraran amantes por impulso, incluso a sabiendas de que resultarían tanto o más caras que una esposa. La gran diferencia era que una amante podía abandonarse con la misma facilidad con que se había comprado, sin necesidad de afrontar los largos trámites o el escándalo propio de un divorcio.
Hermione pronto sería la amante de un hombre. No su esposa. No es que conociera a ningún hombre con quien hubiera podido casarse, y mucho menos alguien con la solvencia necesaria para pagar las deudas de tío Elliott.
Antes de la tragedia, en Kettering —la tierra donde se había criado— la habían cortado varios jóvenes, pero el único que tenía fortuna se había casado con una prima lejana.
Todo había ocurrido rápidamente. La noche anterior habia entrado en la cocina, como acostumbraba hacer, para calentar un poco de leche que la ayudara a dormir. Desde que ella y su hermana habían ido a vivir con tía Elizabeth,
Hermione tenía dificultades para conciliar el sueño.
El insomnio no guardó relación alguna con la mudanza a una casa y una ciudad nueva, y tampoco con tía Elizabeth. Su tía, la única hermana de su madre, era una mujer maravillosa y quería a sus dos sobrinas como si tuviera sus propias hijas. Las habían recibido con los brazos abiertos, brindándoles el apoyo que tanto habían necesitado después de la tragedia.
Tía Elizabeth le había recomendado que tomara leche caliente varios meses antes, tras reparar en las ojeras debajo de los ojos marrones de Hermione y preguntarle delicadamente por su causa. Y la leche ayudaba... casi todas las noches. Se había convertido en un rito nocturno. La mayoría de las noches Hermione no molestó a nadie, pues a esas horas la cocina estaba vacía. Salvo la noche anterior...
La noche anterior, tío Elliott estaba allí, sentado a una de las mesas. Frente a él había una botella de licor.
Hermione nunca lo había visto beber más que el ocasional vaso de vino que tía Elizabeth le permitía tomar con la cena.
Elizabeth no vio con buenos ojos el alcohol, así que no guardó licores en la casa. Pero dondequiera que Elliot hubiera obtenido la botella, lo cierto es que ya estaba medio vacía. Y el efecto que había producido en él era sorprendente.
Su tío estaba llorando. Con la cabeza cogida entre las manos, emitía silenciosos sollozos, sus hombros se sacudían penosamente y las lágrimas goteaban en la mesa. Hermione creyó entender por qué su tía se negaba a tener bebidas en la casa...
Pero pronto descubriría que la congoja de Elliott no se debía al alcohol. No;
estaba sentado de espaldas a la puerta, convencido de que nadie lo molestaría mientras pensaba en la posibilidad de quitarse la vida.
¿Habría tenido el valor de hacerlo si ella hubiera optado por marcharse en silencio de la cocina? La joven se había hecho esa pregunta muchas veces desde aquel momento. Nunca lo había visto como un hombre valiente; sólo como un individuo sociable y habitualmente jovial. Y al fin y al cabo, la presencia de Hermione le había permitido entrever una solución a sus problemas, una solución que quizás no hubiera considerado antes, que ella, desde luego, jamás hubiera imaginado.
Hermione se había limitado a preguntar:
—¿Qué pasa, tío Elliott?
El se había vuelto bruscamente, la había visto vestida con el camisón de cuello alto y la bata, llevando en las manos la lámpara que solía utilizar en sus incursiones nocturnas a la planta baja. Por un momento pareció sobresaltar.
Pero luego volvió a esconder la cara entre las manos y murmuró algo ininteligible. Hermione le pidió que lo repitiera.
Elliott levantó la cabeza apenas un instante para decir:
—Vete, Hermione. No quiero que me veas así.
—No te preocupes —dijo ella con dulzura—. Aunque quizás debería llamar a tía Elizabeth.
-¡No! —exclamó él con suficiente énfasis para asustarla. Luego, más sereno aunque todavía acongojado, había añadido—: No le gusta que beba y... no sabe nada.
—¿No sabe qué bebés?
Su tío no respondió de inmediato, pero Hermione dio por sentado que se utilizó de eso. Toda la familia sabía que Elliott haría cualquier cosa para evitar un disgusto a Elizabeth, incluso si el disgusto en cuestión era responsabilidad suya.
Elliott era un hombre corpulento, de rasgos angulosos y una cabellera que,
ahora que se acercaba a los cincuenta, estaba prácticamente gris. Nunca había sido apuesto, ni siquiera cuando era joven, pero a pesar de ello Elizabeth, la más bonita de las dos hermanas —y todavía hermosa a sus cuarenta y dos años—, se había casado con él. Hermione sabía que amándolo.
En sus veinticuatro años de matrimonio no habían tenido hijos, de ahí quizás el gran afecto que Elizabeth sintió por sus sobrinas. En cierta ocasión su madre había comentado a su padre que no había sido porque no lo intentaran;
sencillamente, no estaba escrito.
Se suponía que Hermione no debía oír comentarios semejantes, pero en aquella ocasión su madre no se había percatado de que ella estaba cerca. Así, a lo largo de los años, se había enterado de otras cosas; por ejemplo, de que su madre no entendió por qué Elizabeth se había casado con Elliott, un hombre sin aspiraciones ni fortuna, cuando hubiera podido elegir entre tantos pretendientes apuestos y ricos. Elliott era un vulgar comerciante.
Pero todo aquello era asunto de Elizabeth, y hasta era posible que la poca fortuna de Elliott hubiera influido en la decisión de su tía... o no. Su madre solía decir que no había forma de entender los extraños designios del amor, que nunca se había regido ni se regiría por las leyes de la lógica ni de la voluntad.
—No sabe que estamos arruinados.
Hermione parpadeó, sorprendida, pues había pasado mucho tiempo desde que había hecho la pregunta, y sin duda no esperaba esa respuesta. No podía creer lo que había oído. La afición de Elliott a la bebida no podía ser la causa de su ruina,
sobre todo cuando tantos caballeros —e incluso señoras— bebían de más en las reuniones sociales. Así que empezamos a animar a su tío.
—Conque ha provocado un pequeño escándalo, ¿eh? —bromeó Hermione.
—¿Un escándalo? — él preguntó, confundido—. Bueno, sí, claro que lo será. Y Elizabeth nunca me perdonará cuando nos echen de la casa.
Hermione dio un respingo, pero una vez más llegó a una conclusión equivocada.
—¿Ha perdido la casa en el juego?
—¿Cómo iba a hacer una locura semejante? ¿Crees que quiero acabar como tu padre? Aunque quizás debí haberlo hecho. Así hubiera tenido al menos alguna posibilidad de salvarme, mientras que ahora no tengo ninguna.
En ese punto, Hermione se sintió desconcertada, por no mencionar su vergüenza. Los antiguos pecados de su padre, junto con el recuerdo de la catástrofe que habían provocado, la avergonzaban.
Así que con las mejillas encendidas de rubor, un rubor que su tío seguramente no había notado, dijo:
—No entiendo, tío Elliott. ¿Quién va a quedarse entonces con la casa? ¿Y por qué?
Su tío volvió a ocultar la cara entre las manos, incapaz de mirarla a los ojos,
y le contó en murmullos lo sucedido. Para oírlo, Hermione tuvo que acercarse a él y soportar el fétido aliento a whisky. Cuando Elliott hubo terminado de hablar, la joven se sumió en un silencio cargado de horror.
La situación era mucho peor de lo que había imaginado y sin duda guardaba una gran semejanza con la tragedia de sus padres, aunque estos la habían afrontado de manera diferente. Pero su tío Elliott no tenía la fuerza de carácter necesaria para aceptar el fracaso y volver a empezar.
Ocho meses antes, cuando las dos hermanas habían ido a vivir con sus tíos,
Hermione estaba demasiado ocupada llorando la muerte de sus padres para notar nada extraño. Ni siquiera se había preguntado por qué tío Elliott pasaba tanto tiempo en casa.
Ahora suponía que sus tíos no habían considerado oportuno revelar a sus sobrinas que Elliott había perdido su empleo de veintidós años, y que desde entonces estaba demasiado amargado para conservar cualquier otro. Sin embargo, habían continuado viviendo como si nada hubiera cambiado. Hasta habían aceptado alimentar dos bocas más, cuando apenas podían cubrir sus propias necesidades.
Hermione se preguntó si la tía Elizabeth estaría al tanto de la magnitud de las deudas. Elliott había vivido un crédito, cosa habitual entre las clases acomodadas,
aunque también era habitual pagar a los acreedores antes de que éstos llevaran el asunto a los tribunales. Sin embargo Elliott, que no disponía de ingresos propios,
ya había pedido demasiados préstamos a sus amigos para mantener a raya a los acreedores. No le quedará nadie a quien recurra. Y la situación era insostenible.
Pronto perdería la casa de tía Elizabeth, que había pertenecido a la familia de Hermione durante generaciones.
Elizabeth la había heredado porque era la hermana mayor, y ahora los acreedores amenazaban con arrebatársela en un plazo de tres días.
Por tal motivo, Elliott estaba emborrachándose, tratando de encontrar en la botella el coraje necesario para quitarse la vida, porque no tenía valor para afrontar lo que ocurriría en los días siguientes. Tenía la responsabilidad de mantener a la familia —o al menos a su esposa— y había fracasado indignadamente.
Desde luego el suicidio no era una solución. Hermione dijo cuánto más grave sería la situación para tía Elizabeth si al inevitable desalojo se sumara el funeral de su esposo. Hermione y Jean ya sabían lo que era un desalojo. Aunque la vez anterior hubieran tenido a donde ir.
Pero ahora... Hermione no podía permitir que volviera a ocurrir. Su hermana era su responsabilidad. Ella debería ocuparse de que Jean recibiera una buena educación, de que tuviera un techo. Y si para ello tenia que...
No recordaba bien cómo había salido el tema de su venta. Elliott dijo que había pensado en la posibilidad de casarla con alguien de fortuna, pero que se había demorado tanto en plantearlo que ya era demasiado tarde. También había explicado por qué era demasiado tarde: un asunto tan importante requería tiempo de reflexión, no podía arreglarse en cuestión de días.
Puede que la bebida le suelte la lengua; lo cierto es que le había contado que a un amigo suyo le había ocurrido lo mismo años antes, cuando había perdido todos sus bienes, y que su hija había salvado a la familia vendiéndose a un viejo depravado que valoraba la virginidad y estaba dispuesto a pagar una fortuna por ella.
Acto seguido, Elliott confesó que había abordado a un caballero que conocía bastante bien para averiguar si estaba dispuesto a casarse con su sobrina.
El hombre le había respondido que no deseaba casarse, pero que si la chica accedía, estaba dispuesto a pagar unas cuantas libras por una nueva amante.
Entonces comenzamos a hablar del papel de una amante en oposición al de una esposa. Elliott le explicó que muchos hombres de fortuna pagarían bien por una amante joven que podrían lucir ante sus amigos, sobre todo si la chica en cuestión no había pasado antes por las manos de esos amigos, y que el precio se elevaría aún más tratándose de una virgen.
Había plantado bien la semilla, insinuando la solución sin pedir directamente a Hermione que se sacrificara por ellos. La joven estaba escandalizada por el giro que había tomado la conversación, y desolada por los acontecimientos, pero por encima de todo le preocupaba su hermana Jean y la repercusión que podría tener todo eso en sus posibilidades de casarse decentemente algún día.
Hermione podía buscar un empleo, pero difícilmente encontraría uno que les permitiera vivir con dignidad, sobre todo si debía asumir la responsabilidad de a toda la familia. No imaginaba a tía Elizabeth trabajando y Elliott...
bueno, ya había demostrado que era incapaz de conservar un empleo mucho tiempo.
Fue la visión de su hermana mendigando por las calles la que la indujo a hacer la siguiente pregunta, aunque con un murmullo cargado de angustia.
—¿Conoces a algún hombre dispuesto a... bueno, a pagar lo suficiente, si yo accediera a ser su amante?
Elliott no pudo disimular su esperanza, su enorme alivio, cuando respondió:
—No, no conozco a ninguno. Pero sé de un sitio en Londres, frecuentado por hombres de fortuna, un lugar donde probablemente harían una excelente oferta por ti.
Hermione guardó silencio durante largo rato, atormentada por las dudas ante una decisión tan importante. La sospecha de que aquella era la única solución posible le provocaba náuseas. Elliott aguardó, sudando de nervios, hasta que la joven hizo un gesto afirmativo.
Luego trate de consolarla, como si eso fuera posible.
—No será tan terrible, Hermione, de veras. Una mujer lista puede ganar mucho dinero de este modo, el suficiente para independizarse e incluso casarse más adelante si lo desea.
No había un ápice de verdad en esas palabras, y ambos lo sabían. Sus posibilidades de casarse se esfumarían para siempre. El estigma de aquella acción la acompañaría el resto de su vida. Jamás volverían a aceptarla en sociedad. Pero tendría que llevar esa cruz para que su hermana tuviera el futuro que merecía.
Aún angustiada por la decisión que acababa de tomar, Hermione sugirió:
—Dejaré que tú se lo cuentes a tía Elizabeth.
-¡No! No debe saberlo. No lo consentiría. Pero estoy seguro de que se te ocurrirá alguna excusa para justificar tu ausencia.
¿También tenía que ocuparse de eso? ¿Cuando se sintió incapaz de pensar en nada más que en el terrible paso que había aceptado dar?
Cuando por fin se marchó su tío, Hermione estuvo a un tris de beberse el licor que quedó en la botella.
Pero entonces se le ocurrió una excusa débil. Diría a la tía Elizabeth que una de sus amigas de Kettering, Hanna, le había escrito para comunicarle que estaba gravemente enferma y que los médicos no le daban muchas esperanzas. Como era natural, Hermione debía visitarla para ayudarla en la medida de sus posibilidades. Y tío Elliott se había ofrecido a acompañarla.
Elizabeth no había sospechado nada extraño, atribuyendo la palidez de Hermione a su preocupación por el estado de Hanna. Y Jean, bendita fuera, no la había atormentado con las interminables preguntas de rigor, sencillamente porque no conocía a esa amiga. Por otra parte, Jean había madurado mucho durante el último año. La tragedia familiar había segado su infancia, quizás para siempre.
Hermione hubiera preferido que su hermana de doce años pusiera a prueba su paciencia acostumbra con sus preguntas. Pero era evidente que Jean seguía sumida en su propio dolor.
¿Qué pasaría cuando Hermione no regresara de su supuesta visita a Kettering?
Bueno, tengo que dejar esa preocupacion para mas adelante. ¿Volvería a ver a su hermana y su tía? ¿Se atrevería a mirarlas a la cara cuando descubrieran la verdad? No lo sabía. Lo único que sabía en ese momento era que su vida jamás volvería a ser la misma.
