Draco caminaba felizmente por el callejón Diagon buscando nuevos materiales para pintar, aunque su cara no reflejaba ninguna emoción.

Vendía sus cuadros de manera anónima para no tener problemas con esas personas que aún le guardaban rencor a la familia Malfoy.

Estaba sumido en sus pensamientos, repasando sus pendientes del día de hoy, sin prestar atención a su caminata.

Cuando, choca accidentalmente con una persona.

—Lo siento —se disculpó Draco esperando que con quien hubiera chocado no se enfadara por su descuido, se agachó para recoger sus pertenencias que ahora yacían en el suelo.

—¿Malfoy?

Esa voz.

Esa maldita voz.

—Potter... —susurró, quedando paralizado un momento, antes de volver a levantar sus compras y ponerse de pie lo más rápido que pudo.

Ambos se quedaron viéndose en un largo e incómodo momento. Donde todo se desvanecía y solo existían esos dos.

Ambos recordando los momentos vividos juntos. El mayor, viendo pasar las veces que se había burlado del de anteojos y sus amigos, sintiendo de nueva cuenta la culpa. Y el Salvador del mundo mágico, tenía en mente la ayuda que Draco Malfoy, un mortífago, había brindado arriesgando su vida para salvarlo en Malfoy Manor.

Las personas miraban de reojo a la pareja, algunos con admiración al ver al vencedor de la segunda Guerra con uno de los que fue su rival en la pelea. Todos los rodeaban.

—No esperaba verte aquí... —dijo con una sonrisa tímida plasmada en su rostro. Draco lo observó, sus facciones habían cambiado ligeramente dándole un aspecto más maduro, aunque dudaba que su torpeza haya desaparecido. Eso, para él, seguiría siempre ahí.

Potter paso su mano por su cabello azabache, intentando no parecer nervioso; no lo logró.

—Yo... lo mismo digo —contestó el rubio, apenado por la conexión de miradas que parecía no terminar.

Su respiración fallaba.

Se sumergieron en un silencio incómodo, Draco tenía la necesidad de huir.

—Que grata sorpresa, pero tengo cosas que hacer, así que, si me permites, me voy —avisó, retomando su camino.

—¡Espera! —gritó el hombre. Paro en secó. Oía los pasos para acercarse a su persona —. ¿Podemos volvernos a ver?

—Quizás, le avisaré a mi elfo para enviarte una invitación a mi funeral —murmullo.

Potter río.

—Quiero que nos veamos otra vez, pero vivos. Los dos. —Ante la falta de respuesta de parte del otro, se apresuró a añadir—: No tienes que decir que sí si no quieres, no te sientas obligado.

—Estaría... encantado de volvernos a ver —concedió.

—¡Genial! ¿Estas libre el sábado?

Dudó. Tenía que entregar un cuadro el domingo, y su trabajo estaba a la mitad, tenía cuatro días para terminarlo, después tenía otros pendientes irrelevantes que podía esperar.

—Sí.

—¿Podremos reunirnos a las siete en las tres escobas?

—Claro.

—Bien. Hasta entonces.

Se despidió con la mano, su rostro adornado por una sonrisa.

Inconscientemente, Draco también sonrió.

La pregunta había sido inesperada, quería rechazarlo, pero se sentía en deuda con Potter y el remordimiento lo perseguía. Suponía que hablar con quien más se sentía culpable, lo solucionaría y sabía que el niño-que-vivió-y-venció merecía una disculpa de su parte, no cambiaría el pasado, aunque quizás cambiará el futuro.