—Ya sé por qué mi padre convocó una reunión —dijo Draco en cuanto entró en el salón.
Hermione estaba sentada en un sillón junto a la ventana, cosiendo alguna prenda. Se apresuró a dejar la prenda en cuestión y alzó la vista para mirar a Draco. Parecía perpleja.
Pero su voz sonó tan calma como siempre:
—No sabía que había una reunión. ¿Debería haberlo sabido?
—No. Tienes razón. Anoche abandonaste la habitación con las demás mujeres antes de que saliera el tema.
Hermione arrugó la frente.
—Si no te importa, no me recuerdes aquello.
Draco dio un respingo. La noche anterior, cuando la había acompañado a casa, Hermione estaba muy disgustada. Peor aún, estaba absolutamente furiosa porque Draco la había puesto en una posición que la obligaba a mentir y fingir.
Una de sus observaciones había quedado grabada en la mente de Draco: «Si tanto te avergüenzas de mí que tienes que decir que soy una viuda o la prima de alguien, no me lleves a sitios donde tengas que presentarme.»
Paradójicamente, Draco cayó en la cuenta de que no estaba avergonzado de ella. Muy al contrario, le enorgullecía que lo vieran con Hermione. De hecho, había pensado que la verdadera razón por la que no se había esforzado mucho buscando una excusa para declinar la invitación de Pansy era que quería que su familia la conociera. Era algo tan absurdo que no atinaba a comprenderlo. Pero no, no se avergonzaba de Hermione. Lo que le avergonzaba era su relación con ella,
y por eso debía ocultarla. Por desgracia, no tenía otro remedio.
—¿Tan difícil te resultó tratar con mis parientes? —preguntó.
—Tu familia es muy agradable, o por lo menos las mujeres. Tus tíos son bastante extraños, con su costumbre de discutir y provocarse, pero eso no me importa. El problema es que los engañamos y no debimos haberlo hecho. Sabes muy bien que no debiste llevarme allí.
Draco lo sabía. Pero lo había hecho y ya no podía volverse atrás.
Y puesto que había salido el tema, añadió:
—Mis tíos lo saben.
—¿Qué es lo que saben?
—Que eres mi amante.
—¿Se lo dijiste? —exclamó, compungida.
—No, se lo figuraron. Verás, los dos han tenido innumerables amantes.
Antes de casarse, desde luego. De todos modos fue culpa mía, porque al parecer me delató la forma en que te miraba.
—¿Y cómo me mirabas?
—De una manera... íntima.
—¿Y por qué lo hiciste?
—No sabía que lo estaba haciendo hasta que me lo señalaron —insistió Draco.
Hermione se sonrojó y Draco reaccionó como de costumbre: su cuerpo respondía a la dulce inocencia de la joven de una manera totalmente primitiva.
Dio un paso hacia ella, pero enseguida se detuvo en seco y se llevó una mano a la melena dorada, furioso consigo mismo.
Ya había roto una de las reglas que él mismo se había impuesto yendo a visitarla antes del mediodía. Esa mañana había recibido una noticia sorprendente, y aunque no era asunto de Hermione, quería contársela. Pero no había ido a hacer el amor. Ella no se lo esperaba.
A una amante se la visitaba en la oscuridad y discreción de la noche. Ya se había hecho a sí mismo bastantes concesiones permitiéndose ir a verla más temprano, para poder cenar con ella cada noche. Si seguía por ese camino,
acabaría mudándose a casa de Hermione y dedicándole todo su tiempo.
¡Qué idea tan loca y maravillosa a la vez! Despertar a su lado cada mañana,
desayunar con ella, confiarle sus pensamientos a medida que los tenía, en lugar de tener que esperar hasta volver a verla. Hacer el amor con ella cuando deseara,
en lugar de en el momento que se consideraba apropiado.
Procuró apartar esos pensamientos de su mente porque eran demasiado tentadores. ¿Qué demonios le pasaba? Al principio, ni siquiera quería una amante.
Hermione le había hecho cambiar de idea, estaba contento de tenerla, pero...
—¿Has dicho que fuiste a una reunión? —preguntó Hermione rompiendo el largo silencio.
—Mi padre ha decidido divorciarse.
—¿Cómo has dicho?
—La reunión era para eso —explicó, sonrojándose ligeramente por haberle espetado la noticia de ese modo—. Para anunciar su divorcio.
Los ojos de Hermione se llenaron de compasión y se levantó de su asiento para abrazarlo.
—Tu madre ha de estar destrozada.
—Bueno, la verdad es que...
—Y tú también.
Quería consolarlo, y diablos si a él no le gustaba. Lo suficiente para saborear la sensación unos minutos antes de confesar:
—No, las cosas no son así. Es mi madrastra, ¿sabes?, y aunque le tengo bastante afecto nunca estuvo a mi lado el tiempo suficiente para que pudiéramos estrechar lazos. Además, es ella quien quiere el divorcio.
—Entonces tu padre ha de estar...
—No, no, querida, nadie está destrozado. Bueno, excepto quizá el tío Edward —añadió con una pequeña mueca de disgusto—. Hizo todo lo que pudo para convencer a mi padre de que no se divorciara, pero cuando Lucius Malfoy toma una decisión, jamás se vuelve atrás.
—¿Y a qué se deben las objeciones de tu tío?
—Supongo que teme el escándalo.
—Pero tú me dijiste que era tu padre quien aborrecía los escándalos.
—Y es así, pero en este caso hará una excepción para conceder la libertad a Francés. Verás, el suyo nunca fue un matrimonio normal. Sólo se casó para darnos una madre a mí y a Pansy, pero las cosas no salieron de acuerdo con sus planes. Como ya he dicho. Francés casi no paraba en casa.
—¿Por qué no?
—Es una mujer enfermiza —explicó Draco—, así que iba mucho a Bath a tomar los baños hasta que se compró una casa allí. Residía en Bath durante la mayor parte del año.
Hermione suspiró y apoyó la cabeza en el pecho de Draco.
—La gente no debería casarse por ninguna razón aparte del amor.
—En teoría, no, pero muchos lo hacen.
—Bueno, me alegro de que esto no te afecte.
—¿Y si me hubiera afectado?
—Entonces habría hecho todo lo posible para ayudarte a pasar el mal trago,
naturalmente.
—¿Por qué? —preguntó él en voz baja.
Ella alzó la vista, sorprendida.
—Porque es lo que haría una amante, ¿no?
Draco rió. Más bien era lo que haría una esposa. Una amante debía preocuparse de la posible ira de su protector, pero el hecho de que éste estuviera triste o Contento no era de su incumbencia, a menos que esos sentimientos tuvieran una relación directa con ella.
—Habría sido muy generoso de tu parte, querida —dijo Draco cubriéndole las mejillas con las manos.
La proximidad de Hermione había terminado de excitarlo—. Puede que necesite tu ayuda de todos modos.
Y dado que mientras pronunciaba esas palabras la levantó en brazos y enfiló hacia la puerta, Hermione preguntó:
—No pensarás ir arriba, ¿no?
—Claro que sí.
—Pero yo no me refería a esa clase de ayuda —señaló con sensatez.
—Ya lo sé, pero es la clase de ayuda que necesito en estos momentos. Y me importa un bledo qué hora sea.
Puso tanto énfasis en esa frase que Hermione parpadeó.
—La verdad es que a mí tampoco.
—¿No?
—No, ¿por qué iba a importarme?
—Por nada, cariño —respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
Esa tarde Draco tenía que hacer varios recados y decidió llevar consigo a Hermione. Había actuado por impulso, un impulso que debería haber reprimido,
pero que no hizo. La culpa la tenía su excelente humor, cosa que debía exclusivamente a Hermione.
La joven se había convertido en una amante estupenda, al menos el placer que sentía al hacer el amor con ella era mucho más intenso que de costumbre,
comparable con el más puro éxtasis. Y después de la maravillosa hora que acababan de compartir, se sentía más reacio que nunca a dejarla.
Sin embargo, el vestido que Hermione escogió para la salida había sido una sorpresa. Aparte del vestido rojo que llevaba en la subasta, siempre había lucido prendas propias de una dama, y Draco se había acostumbrado a verla así.
El traje de terciopelo anaranjado con ribetes en verde lima le sorprendió tanto que no pudo menos de señalar:
—No te imaginaba vestida con ropa tan chillona.
Y era verdad. Sus otras prendas eran de buen gusto y colores discretos, de modo que uno reparaba de inmediato en su belleza. Los vestidos no hacían más que destacar esa belleza. Pero cualquiera que la viera así a plena luz del día no podría ver más allá de aquel horroroso color naranja, tan intenso que ensombrecía sus facciones.
Sin embargo, Draco comprendió que acababa de ofenderla. Pero Hermione no parecía ofendida cuando lo miró.
Con un aire meramente pensativo, dijo:
—A mí también me pareció horrible, pero es uno de los modelos que escogió la señora Westbury siguiendo tus instrucciones.
Draco se sonrojó. Era muy cierto que había dicho a la señora Westbury que Hermione era su amante y que le hiciera un vestuario apropiado. Pero la modista debió de imaginar que todas las amantes procedían del barrio de los teatros,
donde la mayoría de las actrices se vestían con colores chillones para llamar la atención.
—El escote es bastante atrevido —añadió, y cuando los ojos de Draco se posaron en sus pechos, que ella ya había cubierto con la chaqueta, negó con la cabeza—. No, no te lo enseñaré.
—¿Es muy provocativo? —preguntó él con una sonrisa.
—Sí, mucho.
Hermione suspiró y le dirigió una mirada fulminante cuando él se acercó a desabrochar los botones de lachaqueta, pero no hizo nada por detenerlo. Y al abrir la chaqueta Draco cambió de idea acerca de que nadie vería más allá del vestido. No; nadie podría menos de notar aquellas dos maravillas a pesar de la llamativa tela que apenas alcanzaba a cubrirlas.
Carraspeó y le abrochó la chaqueta. Hermione lo miraba con expresión inquisitiva, esperando un comentario.
Pero Draco esbozó una sonrisa picara y la acompañó al coche que aguardaba en la puerta.
Sin embargo, decidió hacer una parada imprevista, en el camino. La dejó en el coche y poco después, cuando salió de casa de la modista, dijo:
—He ordenado algunos cambios en el resto de tu pedido.
Hermione no necesitaba preguntarle cuáles. Al igual que ella, detestaba los colores vivos, pero era evidente que le había gustado el escote. Supuso que se acostumbraría. Cuando Draco no estuviera en casa, podría cubrir el escote con una pechera de puntilla que confeccionaría ella misma. Se hizo el propósito de ir a comprar la tela necesaria al día siguiente.
A mitad de camino al despacho del abogado, donde le esperaban para firmar un documento, Draco golpeó imprevistamente el techo del coche para indicar al cochero que se detuviera y se apeó de inmediato. Una vez más, Hermione permaneció en el coche, pero pudo ver por la ventanilla adonde se dirigía su amante. Draco había detenido a una pareja madura con la que al parecer quería hablar.
Francés se detuvo al oír el grito de Draco. Su acompañante dio un paso atrás, como si no quisiera ser visto con ella, pero era un hombrecillo tan anodino que Draco apenas reparó en él.
—No sabía que estuvieras en la ciudad —dijo Draco a Francés mientras la abrazaba.
—Tenía... eh... que atender algunos asuntos, así que me quedé en Londres después de la boda de Amy.
Draco la miró con expresión de perplejidad.
—¿Dónde? No te he visto en la casa.
—Quizá porque nunca estás allí.
—Es posible —respondió él con una sonrisa—. Pero Hanley me lo habría dicho.
—La verdad, Draco, es que esta vez me alojo en un hotel —admitió.
—Pero ¿por qué?
—No quería estar en la casa por si aparecía tu padre.
Draco hizo un gesto comprensivo.
—Mi padre nos dijo lo del divorcio esta mañana.
Los ojos de Francés se iluminaron de la emoción.
—¿Así que ha aceptado?
—¿No lo sabías?
—No. Nunca me cuenta nada —respondió ella con un suspiro—. Aunque lo cierto es que no he vuelto a verlo desde que le pedí el divorcio. Le envié una nota diciéndole dónde podía localizarme, pero... En fin, supongo que ya me avisará.
Francés sentía afecto por Draco, pero nunca había adoptado una actitud maternal con él. Suponía que no formaba parte de su naturaleza. De haber sabido que Lucius la quería exclusivamente para eso, quizá no hubiera accedido a embarcarse en ese desastroso matrimonio.
Aunque tal vez no. En su juventud, ni ella misma sabía que no tenía instinto maternal, que no le gustaba vivir rodeada de niños. Sin embargo, no quería que el joven sufriera a causa del divorcio.
—Espero que la noticia no te haya afectado mucho —dijo, ligeramente incómoda.
—Ha sido una sorpresa, pero habida cuenta de las circunstancias, lo entiendo perfectamente. El único que protestó fue tío Edward, supongo que porque teme el escándalo.
—El escándalo no afectará a tu familia porque he dado motivos a Lucius para divorciarse de mí. La clase de motivos que le harán granjearse la simpatía de sus amistades. Sé que toda la culpa recaerá sobre mí, aunque, por otra parte,
nunca he llevado una vida social muy activa, así que tampoco me afectará demasiado.
Draco sabía que se refería a su supuesto amante, y la sola mención del tema hizo que dirigiera su atención al acompañante de Francés. Era un hombrecillo bajo y delgado, que no pesaría más de cincuenta kilos. Y apenas le sacaba unos centímetros de ventaja a Francés, lo que significaba que a Draco le llegaba por el hombro.
Pero al ver su expresión asustada, el joven supo de inmediato que aquél era el culpable.
Un sentimiento de protección invadió a Draco, al tiempo que crecía su furia. Ese tipejo había hecho sufrir a su familia y sería el responsable del bochorno del padre durante el proceso de divorcio. Demonios, tendría que pagar por ello.
Los largos brazos de Draco cogieron al hombrecillo por las solapas de la chaqueta y lo levantaron del suelo.
El tipo soltó un chillido y se aferró al antebrazo de Draco, y la expresión de horror de sus ojos no hizo nada por atemperar la furia del joven.
—¿Sabía usted que lady Francés era una mujer casada cuando le puso las manos encima? —preguntó Draco—. Condenado idiota, podría aplastarle la cara de un solo golpe. Déme una razón para que no lo haga.
—¡Déjalo en el suelo, Draco, ahora mismo! —gritó Francés demostrando que ella también estaba furiosa— ¿Has perdido la cabeza? ¿Crees que le habría sido infiel a tu padre si él me hubiera hecho feliz? Además, él me fue infiel a mí desde el día en que nos casamos. Y debo añadir que nuestro matrimonio nunca se consumó.
Draco se giró y la miró con incredulidad.
—¿Nunca?
—Nunca —dijo con sequedad—. Aunque él jamás ha dormido solo.
—Ésa es una acusación absurda. Francés —dijo Draco con idéntica sequedad—. Sabes que mi padre rara vez sale de Haverston.
—¡No necesita salir de Haverston porque su amante vive bajo su mismo techo!
Draco se sorprendió tanto que dejó caer al hombrecillo al suelo.
—¿Quién es?—preguntó.
Francés, que estaba roja de vergüenza, sacudió la cabeza. Había recuperado la cautela y parecía preocupada mientras ayudaba a levantarse a su acompañante.
—¿Quién es? —gritó Draco.
—No lo sé —mintió la mujer.
—Mientes.
—Bueno, da igual quién sea —insistió ella—. Lo importante es que yo no fui la primera en ser infiel. Lo curioso es que no le fuera infiel desde el principio,
cuando Lucius Malfoy me dio todos los motivos para serlo.
Pero ya es suficiente. Y tú no tienes derecho a atacar a Osear. Él sólo me ha ayudado a tomar una decisión que debí haber tomado hace muchos años para acabar con una relación insoportable.
Dicho lo cual, se marchó rápidamente arrastrando a su pequeño Osear.
Draco la miró alejarse mientras procuraba asimilar sus últimas palabras.
Unos instantes después sintió una mano en la suya. Bajó la vista,
sobresaltado, y vio a Hermione a su lado.
—Cielos, había olvidado que me esperabas.
—No te preocupes —dijo ella con una sonrisa—. ¿A qué venía tanto alboroto?
Draco señaló a la pareja que se alejaba.
—Son mi madrastra y su amante.
—Ah, por eso tuve la impresión de que ibas a matar a ese hombrecillo.
—Me hubiera gustado hacerlo —masculló Draco mientras la acompañaba al coche.
—Bueno, si tu padre se parece a ti, no entiendo que tu madrastra prefiera a cualquier otro, y mucho menos a ese tipejo.
Draco agradeció el cumplido con una sonrisa y abrazó a Hermione antes de subir al coche. Una vez dentro, la atrajo a su lado.
—Lo increíble es que dice que mi padre no la ha tocado nunca en todos estos años y que tiene una amante viviendo bajo su mismo techo.
—Vaya —dijo ella—. Eso es... asombroso.
—Bueno, la casa es grande —repuso Draco, como si eso hiciera más verosímil la historia.
—¿Debo entender que no sabías nada? —Cuando Draco negó con la cabeza, añadió—: ¿Y todavía no sabes de quién se trata? ¿No lo adivinas?
—No tengo la menor idea. —Suspiró.
—Bueno, ahora que han decidido poner fin a su matrimonio, ya no importa quién sea esa amante, ¿no?
—No; pero estaré en ascuas hasta que lo averigüe.
—¿Crees que deberías hacerlo?
—¿El qué?
—Averiguarlo. —Desde luego.
—Si nunca lo has sabido, Draco, quiere decir que tu padre lo ha mantenido en secreto intencionadamente.
Y sin duda querrá continuar como hasta ahora, ¿no crees?
—Es probable —convino él.
—¿Así que lo dejarás correr?
—De eso nada —respondió él con una sonrisa.
