Culpa.

Remordimiento.

Eso era lo que le carcomía entera a la platinada mientras llegaba a prisas al despacho, eso y el shock, por todo lo que acaba de pasar. Al acomodarse en la gran silla de monarca, miró el gran cuadro de sus padres. Tan rectos y serenos, que sintió empequeñecer.

¿Qué dirían sus padres ahora? ¿Cómo se sentirían si supieran que ahora ambas habían tenido su primer encuentro - y no sexual - por un hombre? Y no cualquier hombre...

Mierda.

Aquellas incógnitas quedaron en segundo plano cuando sintió el dolor punzante en su mejilla, mismo que le recordó el motivo de su desgracia. Hizo entonces un enorme cubo de hielo y se lo puso en la zona afectada, sintiendo el alivio inmediato. Después, cuando creyó que podía descansar como es debido para curarse, el deber la volvió a llamar.

Un consejero tocó a su puerta avisándole sobre una reunión importante, vaya que Anna había corrido la voz muy rápido para demostrar quien era su reemplazo. Y si... estaba bien. Ese había sido el trato. Bufó y se dirigió a la sala de juntas, dando por empezada su jornada.

A eso de la 1 de la tarde, Elsa acabó la dichosa reunión, finiquitando los últimos detalles sobre la producción de su pueblo, y con una incomodidad terrible. Los del consejo no dejaban de observarla por el "adorno" en su mejilla. No preguntaron por respeto, pero los ojos nunca respetaban, ¿o si?

Se acomodó de nuevo en su silla, poniendo manos a la obra e intentando concentrarse, pero alguien tocó a su puerta. Era Gerda:

— ¿Majestad? — la mayor llamó con cautela. Elsa, al darse cuenta que era ella, se relajó, o lo intentó, lo que menos quería era tocar el tema de su hermana y de Kristoff, pues la mayor era la única que lo sabía.

— Pasa, Gerda. — dijo, sin mirarla.

La mayor asintió y, en sus manos, una bandeja de comida se daba a notar. Elsa lo vio por el rabillo del ojo y agradeció enormemente. Eso significaba que no tendría que almorzar con sus dos verdugos, lo cual era perfecto.

— Le traje su almuerzo y una compresa, creí que lo necesitaría. — esta depositó la bandeja a un costado y la compresa de igual forma. Elsa solo respondió, seria.

— Gracias, Gerda.

— De nada.

Luego, unos segundos después, al sentir el sepulcral silencio y ver que su nany no se iba, Elsa no soportó. Sabía que no se escaparía asi de facil, por lo que dejó sus documentos a un lado y, levantando la mirada, articuló:

— No me mires así, ¿si? — fue casi en súplica —. Ya sé lo que hice, no quiero que me juzgues tú también.

— No la estoy juzgando.

— Solo no me mires tanto, es... — la inseguridad de la platinada salió a flote —. No puedo.

— Solo estoy aquí para decirle que, a pesar de todo, cuenta conmigo. No estoy de acuerdo, en definitiva, pero no puedo dejarlas solas, a ninguna de las dos. Ahora más que nunca creo que necesita saberlo esto.

— ¿Saber qué?

— Su hermana le ha puesto vigilancia, quiero pensar... — Gerda preguntó esto con ligero temor, esperando que la respuesta de la platinada fuese la que deseaba oír —. Que no volverá a hacerlo, ¿cierto?

Elsa, al escuchar lo de la vigilancia, quedó en shock, pero vamos... no se merecía menos. Ella no había dicho nada. No había soltado ni media palabra por el miedo, la culpa y la maldita conciencia. Cuando lo correcto era haberse confesado cuando la menor preguntó. Su hermana estaba en todo su derecho. Esta contestó, sin dudar.

— ¡Claro que no! — sus palabras le salieron rápidas y atropelladas, como si así pudiera convencer a la mayor, a su mente —. Eso solo fue un error... Un fatídico error que no volverá a ocurrir. — esta negó, callando la voz de su conciencia.

— No la noto muy segura.

— ¡Por dios, Gerda! ¡Claro que sí! — la platinada volvió a soltar, convenciéndose una vez más, parando las tuercas de su caja de pandora —. Ya no quiero hacer más daño, Anna no se merece esto. Ni siquiera merece que me haga llamar su hermana. No soy tan tonta.

"Seguro...".

— Me da gusto. — Y, entonces, la mayor se acercó y, aunque enojada, con todo el amor de madre que se cargaba, le dio un beso en la frente a la platinada, diciendo todo sin decir nada. Se alejó, pero, antes de partir, pregunto algo que de seguro le quitaria la sobrecarga a la - por ahora - soberana:

— ¿Aún desea que hable con el encargado de eventos? Por el onomástico de su hermana me refiero.

— Sí, ya estoy aquí. No me he quedado por nada. Tengo que ganarme a Anna. ¿Puedes darle esto? — le entregó un papel con instrucciones —. Ahí está todo a detalle, el tipo de pastel, banquete, la decoración, las invitaciones y las personas que asistiran. Manda uno al bosque, Honey estará ese día.

— Como ordene, majestad. — Gerda asintió y salió finalmente.

Al quedarse sola, la platinada retomó el quehacer, no sin antes ponerse la bendita compresa para bajar la hinchazón mientras avanzaba con los pendientes. Tenía que acabar lo más pronto posible, así se enfocaría con más tranquilidad en el onomástico de su hermana. Onomástico que, como iban las cosas, no sabía si iba a salir bien.

¿Se podía tener más mala suerte? ¿Por qué tuvo que pasar todo esto justo ahora? Porque...

— Ya, Elsa — se cacheteó mentalmente, continuando con el quehacer, que en ese momento consistía en ver los informes de la tesorería. Este le había dado el informe mensual y ella, como siempre, debía de revisar. Todo iba bien, hasta que en un descuadre, se extrañó. Ahora tenía que buscar los informes anteriores para ver donde estaba la falla. Al buscar, en donde se suponía que debían de estar, no los halló por ningún lado.

— No de nuevo, por favor... — pensó en voz alta. Elsa no quería pasar por el estrés de la otra vez y, aunque no ameritaba ninguna presentación importante, para ella sí lo era. El tesorero era el encargado del dinero. Más importante no podía ser.

No podía permitir un desbalance. Era el encargado de los pagos, las cantidades, nóminas...

Siguió buscando, incluso lo hizo en el compartimento secreto que encontró y que, supuso, era donde Olaf había hallado el documento anterior la vez pasada, pero no halló nada. A menos que...

— No. — Elsa volvió a pensar en voz alta, recreando su alerta, considerando su ultima opción y la más probable.

La habitación de Anna, ahora matrimonial.

Recordó que, la vez que fue por el afrodisíaco, halló unos documentos en el mismo cajón. ¿Y si eran esos? Tenía sentido. De ser así, entonces entendería a Anna. Guardar documentos así en un lugar tan privado no podía ser para menos. Pero vamos... los necesitaba en sus manos.

Ahora.

Debía trabajar.

Suspiró resignada, y, con TODA la cautela del mundo, fue hasta la habitación matrimonial, cuidándose de que nadie la viera. Antes de ingresar, se aseguró de que no hubiera nadie adentro, lo que menos quería era encontrarse con su hermana y armar otro malentendido. O Kristoff...

Mierda. No.

Sin monos en la costa, ingresó y, antes de ir a por el bendito cajón, aprovechó y se cubrió con base gran parte del "adorno" de su rostro, por no decir todo. Matar dos pájaros de un tiro nunca estaba de más. Después, fue directo a su objetivo.

Abrió el cajón y ahí los encontró . Al revisarlos detenidamente, se dio cuenta que, en efecto, era la información que necesitaba. Solo que había un pequeño pero muy significativo detalle.

Las hojas estaban salidas y en desorden.

Elsa negó. Exaltarse o renegar a esas alturas, ya no era una opción. Debía de apresurarse, no quería más problemas. En el proceso de su orden, la rubia escuchó que la puerta de la habitación matrimonial se abrió y, como por arte de magia, su semblante se tensó. Pero vamos.. no estaba haciendo nada malo. Estaba trabajando. No tenía nada que ocultar.

Aun así, se excusó, por si su hermana empezaba a reclamarle o a decirle cosas en ese preciso instante. Se dio la vuelta, mientras hablaba:

— Vine por los documentos de tesorería, no sabía que los guardabas aquí...si me lo hubieras dicho antes, yo...

Pero su voz quedó estancada, y su boca sin aliento. Era Kristoff quien estaba frente a ella. Al darse cuenta, Elsa, en acto reflejo, se dio la vuelta y escondió el rostro, intentando regular su respiración. Y continuó con su cometido de ordenar lo más rápido posible los documentos, en silencio.

Tenía que salir de ahí.

Kristoff fue el que habló, rompiendo por primera vez ese sepulcral momento.

— No soy Anna.

— Lo note. — Elsa respondió, escueta. Sin girar y enfocada en lo suyo.

— Mm...

Silencio.

— ¿Qué haces aquí? — Kristoff volvió a preguntar, siendo tan básico como él mismo.

— Unos documentos, los necesito para trabajar.

— Ya veo.

Y Elsa no respondió, seguía tan enfocada ordenando el papeleo, que ya quería acabar, pero no podía... la sola presencia de Kristoff la ponía nerviosa, tensa, extraña. Era como volver a meterse en la boca del lobo.

"Ordena las hojas, luego los documentos y sal de ahí", ordenó su mente, "No hagas otra estupidez".

Pero más estúpida fue ella, que por toda la tensión de sentirse observada, preguntó, ofuscada:

— ¿Por qué sigues aquí? ¿No tienes que trabajar o algo?

— Vine a cambiarme, voy a almorzar, hoy salí temprano.

— Oh, ya.

"A mala hora".

Ya, finalmente había terminado. Agarró los documentos con rapidez y tuvo la intención toda la intención de salir, pero tener a Kristoff en medio de la salida no facilitaba nada. Pidió, con su última pizca de cordura y aún sin mirarle:

— Permiso, por favor.

— ¿De verdad? ¿Te irás así como así? — Kristoff no podía creerlo.

— Sí, tengo que trabajar.

— ¿No vamos a hablar de lo que pasó?

— Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Y no, no pasó nada. Mientras más rápido lo olvides mejor para los dos.

— ¿Ah, sí? — En ese momento, Kristoff le cerró el paso. La platinada había amenazado con salir, pero este no era tonto.

— ¡Déjame salir, Kristoff! — Elsa ordenó, levantando la voz.

— ¡No! — El rubio también levantó la voz, y Elsa finalmente alzó la mirada, dándose cuenta que este la observaba como la noche anterior, profunda e intensamente, ¿Qué carajos esperaba? Este completó, sacando lo que tenía dentro —. ¡No puedes coger conmigo la noche anterior y decir simplemente que no pasó nada! ¡Esto no es así! — y negó —. ¡No lo es!

— ¡¿Y cómo es?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿Repetir?! — Elsa lo observo también con intensidad y ansiedad, una que le calaba los huesos... una que si no controlaba en ese momento, acabaría por consumirla. —. ¡Todo esto no habría pasado de no haberme equivocado con ese maldito afrodisíaco! — y confesó —. ¡Debías de ser tu! ¡No yo! ¡Maldición!

Ante esa confesión, Kristoff quedó en blanco, claro que conocía de ese líquido. No era la primera vez que lo usaba con la pelirroja. Aumentaba la emoción en sus noches de pasión y eso le gustaba, pero... ¿Y Elsa? Aunque decidió creerle respecto a la equivocación y a como se dieron los hechos, no pudo creerle cuando está habló de repetir. La rubia no denotaba seguridad en su semblante. Había ansiedad, culpa, remordimiento, ganas de huir... pero...

¿De que?

Miro sus ojos y quiso asegurarse, por lo que preguntó:

— ¿Solo fue el afrodisíaco? — fue directo en su pregunta, acercándose.

— Sí. — Elsa volvió a bajar la mirada.

— Mírame. — este la levantó del mentón y pidió, viéndola a los ojos —. Mírame y dime que solo fue el afrodisíaco lo que te prendió, que tenerme aquí no lo hace.

— No... — Elsa negó, convencida, o eso quiso creer. Volvió a bajar la mirada, pues la cercanía de Kristoff la estaba sofocando. Y su mirada... dios, se sintió tan pequeña que se sonrojó —. No lo hace.

— No te creo.

— ¡Apártate! — gritó, y finalmente lo encaró. Grave error, la cercanía de sus bocas era casi nula. Adrede o no, no importaba, El sentir el aliento del recolector la nublo, y que este la agarrara de la cintura para afianzar la cercanía no ayudó.

En lo absoluto.

Su cajita de pandora volvió a dar vueltas, y ella, a sentirse mierda.

Otra vez.

— No hagas esto. — rogó, volviendo a sentir su intimidad mojarse —. Por favor...

— Hazme parar. — Los labios de Kristoff habían bajado por el cuello la platinada para ese momento, atendiendo todo en un caminito de besos que amenazaba con llegar a su clavícula, sus pechos —. Porque ahora mismo no puedo.

— Ahh... — Y jadeó, cavando su tumba una vez más.

"Maldita sea".

Sin poder contenerse más, Elsa cerró con pestillo la habitación, soltó los documentos y se dejó llevar, molesta y furibunda consigo misma. Atrapó la boca del recolector y, mientras se besaban con desesperación, pudo sentir como este la volvió a cargar. La rubia enredó sus piernas en el cuerpo fornido de su cuñado hasta que sintió como era depositada en la cómoda de la habitación. Esta quedó sentada al filo y arrinconada contra la pared, mientras que Kristoff se mantuvo frente a ella, lo suficiente para que las manos de la platinada empezaran a indagar sobre ese avejentado pantalón.

Se separó del beso y notó lo abultado que estaba. Eso hizo que se mordiera el labio más ansiosa aún, hurgando con más necesidad. Al lograr liberar la virilidad, Elsa saboreo, como si de un pequeño dulce se tratara. Kristoff notó sus gestos, por lo que articuló, con una sonrisa torcida de por medio:

— Me encanta verte así de ansiosa.

— Concéntrate — Elsa ordenó, y derritió su vestido, quedando desnuda por completo —. Que no hay mucho tiempo.

Escuchar esa orden, con esa voz y, encima, verla sin ropa, prendió demasiado a Kristoff, quien sin poder evitarlo, alistó su miembro e intentó abrirse paso a la vagina de platinada, aún con dudas por lo no saber si estaba lo suficientemente lubricada.

Pero ver a Elsa terminar de dejar el paso libre con sus tres dedos y su saliva lo dejaron perplejo. En definitiva, no había mucho tiempo.

— Metela ya, te necesito. — y ordenó, a lo que Kristoff no necesito más. Se adentró en ella, logrando que esta lanzara otro grito por inercia, mismo que fue opacado cuando le mordió el hombro, tan fuerte que le dejó una marca. Otra vez.

Kristoff volvió a gruñir al sentir sus atenciones y comenzó a moverse con más soltura esta vez, pues ya no era la primera vez. Elsa se aferró a su cuello y atrapó su boca para callar sus escandalosos gemidos que empezaron a salir. Y no era para menos, pues, luego de un par de segundos, aquella soltura se había convertido en una danza fuerte de caderas, arremetiendo duro contra el muro.

— ¡Kristoff! — jadeo su nombre al separarse, arañando más fuerte —. Ah-h Kristoff... — le tocó morderse el labio para cuando gimió entrecortada, pues su cuñado, por inercia y de soslayo, la había sujetado del cuello, obligándola a mirarlo, ocasionándole otra tuerca a su caja de pandora. —. Mierda...

— Me encantas, Elsa... — volvió a arremeter, bajando su mano nuevamente a sus caderas —. No sabes cuanto..

— No quites tu mano de ahí. — pidió, de golpe.

— ¿Qué?

— ¡Tu mano! ¡No la saques! — bufó, excitada, se aferró con las uñas al filo de la cómoda y Kristoff acató su petición, subiendo de nuevo su mano hasta el cuello de la platinada. La sonrisa torcida le adorno el rostro al verla disfrutar, tanto que tentó a la suerte, y apretó. Un poco.

Y un poco más.

— Que rico...

Bingo.

— ¿Te gusta? — preguntó, sin desaparecer su sonrisa ni sus estocadas. Este luchaba por aguantar cuanto pudiera, la cara de Elsa era una poesía para sus ojos, tanto como su cuerpo, bendito cuerpo...

— Me encanta... ¡Oh, mie*da! — digna palabrota le salió, siendo ella quien incitara el movimiento ahora, regodeando sus caderas, desesperada, rozando el punto G. Le quedaba poco —. Dame que ya llego, vamos...

Kristoff acató la orden y embistió de nuevo, pero la rubia no pudo llegar. Alguien había osado con tocar la puerta de la habitación de manera frenética, violenta y desesperada. A punto de romperla.

Cuando escucharon la voz - o gritos - de quien era, cayeron en cuenta, y todo el placer se les fue por la misma borda.

Era Anna.