Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 15
Bella miró los números durante tanto tiempo que se le quedaron grabados detrás de los ojos. 01632 725 288. Un sonido alegre dentro de su cabeza que ya era capaz de repetir de memoria, sin mirar. Un bucle infinito que había estado sonando en su mente toda la noche, mientras ella suplicaba quedarse dormida. Ya solo le quedan cuatro pastillas.
Pasó el pulgar de nuevo por encima del botón verde. El día anterior lo había intentado cinco veces con Edward, pero no había contestado nadie, y no había buzón de voz. Era un teléfono fijo y Nancy Macher estaría fuera.
Pensaron que a lo mejor habría ido a visitar a su hijo. Bella dijo que lo volvería a intentar por la mañana, pero ahora estaba paralizada. Incluso asustada. Porque, una vez que pulsara ese botón y Nancy respondiera, no habría vuelta atrás. Ya no podría dejar de saber lo que sabía, ni hacer como si no lo hubiera escuchado, o como si no lo hubiera pensado. Pero la idea ya le había calado hondo y se había instalado en su interior, junto con los ojos sin vida de Stanley y la pistola gris de James. E incluso ahora, mientras pulsaba el mecanismo del bolígrafo con una mano, escuchaba algo en el clic. Dos notas diferentes, dos sílabas. Cinta cinta. Y, aun así, seguía pulsándolo.
Tenía la mano apoyada sobre el cuaderno, abierto por una página limpia, detrás de sus apuntes sobre la descomposición de los cuerpos y el livor mortis. El número de Nancy Macher estaba ahí apuntado. No podía escapar.
Bella por fin se decidió a pulsar el botón verde y activó el manos libres.
El sonido agudo le recorría la espalda, como lo había hecho el día anterior.
Pero entonces…
Clic.
—¿Diga? Residencia de los Macher—contestó una voz amortiguada con un ligero acento griego.
—Ah, eh…, hola —dijo Bella, recomponiéndose y aclarándose la garganta—. Busco a Nancy Macher.
—Sí, soy yo —respondió la voz, y Bella se imaginó a la mujer a la que pertenecía: ojos pesados y una sonrisa triste—. ¿En qué puedo ayudarla?
—Hola, Nancy —habló por fin, toqueteando nerviosa el bolígrafo de nuevo. Cinta cinta—. Disculpa que te moleste en domingo. Me llamo Bella Swan-Black, y…
—¡Dios Santo! ¿Por fin has recibido mi mensaje?
Bella tartamudeó y sintió cómo se le unían las cejas. ¿Qué mensaje?
—Eh… ¿tu mensaje?
—Sí, el email que te envié a través de tu página web. En abril, creo que fue. También intenté escribirte en Twitter, pero no sé utilizar esas cosas yo sola. ¿Lo has recibido? —dijo, con una voz cada vez más aguda.
Bella no había visto el email. Se lo pensó un instante y decidió seguirle el juego.
—S-sí, tu email —dijo—. Gracias por ponerte en contacto conmigo, Nancy, y disculpa que haya tardado tanto en responder.
—Ay, querida, no te preocupes —suspiró Nancy. Bella escuchó un ruido al otro lado de la línea cuando la mujer se recolocó el teléfono—. Sé que estarás tremendamente ocupada, y me alegro muchísimo de que lo recibieras todo. No sabía si ibas a hacer más podcasts, pero quería ponerme en contacto contigo igualmente, por si buscabas algún otro caso local. Eres muy inteligente, tus padres deben de estar muy orgullosos de ti. Creo que lo que necesitamos para Stu es atraer la atención de los medios, y seguro que tú lo consigues. Como decía en mi correo, estamos intentando que Proyecto Inocente nos ayude.
Nancy hizo una pausa para respirar, y Bella intervino antes de perder la oportunidad.
—Claro. Y, Nancy, tengo que ser sincera contigo. Esta llamada no quiere decir que vaya a cubrir el caso de tu hijo en el podcast. Necesitaría investigar más antes de tomar una decisión al respecto.
—Claro, querida, lo entiendo, por supuesto —dijo Nancy, y fue casi como si Bella pudiera sentir el calor de su voz radiando a través del teléfono —. Y a lo mejor aún crees que Stu es culpable. Que es el Asesino de la Cinta, el Estrangulador de Slough o comoquiera que lo llamen. Casi todo el mundo lo cree, no te culparía.
Bella se volvió a aclarar la garganta para darse un poco de tiempo.
Esperaba de verdad que Stu Macher fuera culpable, por su propio bien, pero no podía afirmarlo.
—Todavía no he revisado todos los detalles del caso. Sé que tu hijo confesó los cinco asesinatos y que se declaró culpable, que es una de las formas más sencillas de empezar.
—Fue una confesión falsa —aclaró Nancy, y sorbió por la nariz—. Estuvo coaccionado por los agentes que lo interrogaron.
—Y ¿por qué no se declaró inocente y llevó el caso a juicio? ¿Podrías contarme los detalles, las pruebas y por qué crees que Stu es inocente?
—Claro que sí, cielo. No me importa —dijo Nancy—. Y también puedo contarte un secreto. Yo también creía que Stu era culpable. Durante el primer año o así. Pensaba que, en algún momento, me contaría la verdad, pero no paraba de decirme: «Mama, mama, yo no lo hice, te lo prometo». Entonces empecé a investigar y fue cuando me di cuenta de que me estaba contando la verdad. Es inocente. Y tú también lo pensarías si pudieras ver el interrogatorio policial. ¡Anda! ¡Puedo enviártelo! —Se escuchó otro ruido —. Hace años que conseguí las copias de todos los documentos oficiales. Gracias a la cosa esa… ¿Cómo era? Ah, el Acta de Libertad de Información. Tengo todo el interrogatorio y su confesión. La transcripción tiene más de cien páginas, ¿sabías que lo retuvieron durante nueve horas? Estaba agotado, aterrado. Pero, si quieres, puedo subrayar las partes más importantes y mandarte una copia escaneada. Creo que sé usar el escáner. Tal vez tarde un poco en leerla entera, pero te lo puedo enviar mañana como muy tarde.
—Sí, por favor —dijo Bella haciendo un garabato en el cuaderno—. Si puedes, sería de gran ayuda, gracias. Pero no hay prisa, no te preocupes. — Excepto que sí que la había.
Las cinco pequeñas mujeres hechas con palos, sin cabeza porque se las habían envuelto con cinta americana, trepaban hacia la habitación de Bella para conocer a la sexta. El fin estaba cerca. A no ser que fuera eso lo que alguien quería que Bella creyese.
—Vale, lo haré —aceptó Nancy—. Así podrás ver exactamente a lo que me refiero. Todas las respuestas que le hicieron dar. Él no sabía nada. No paraban de insistir en que tenían un montón de pruebas que lo incriminaban, incluso insinuaron que había un testigo que lo había visto durante uno de los asesinatos, cosa que no es cierta. Stu estaba muy confundido, pobrecito mío. Sé que es mi hijo, pero nunca fue una lumbrera, sinceramente. También tenía problemas con el alcohol por aquella época, a veces incluso perdía la consciencia. Y los agentes lo convencieron de que había cometido los asesinatos borracho y que por eso no se acordaba. Creo que Stu empezó a creérselo. Hasta que por fin pudo dormir un poco en la celda y se retractó enseguida. Las confesiones falsas son mucho más comunes de lo que nos creemos. De las trescientas sesenta y cinco personas a las que han ayudado en el Proyecto Inocente en las últimas décadas, más de un cuarto había confesado sus supuestos crímenes.
Nancy se debía de haber aprendido eso de memoria, y entonces fue cuando Bella se dio cuenta: esto era la vida de esa mujer. Cada respiración y cada pensamiento iban dedicados a su hijo. A Stu. Aunque ahora tuviera otros nombres: el Asesino de la Cinta, el Estrangulador de Slough, monstruo. Bella sintió compasión por esta mujer, pero no la suficiente como para que quisiera que tuviera razón. Todo menos eso.
—No conocía esa estadística —admitió Bella—. Y me interesa mucho ver el interrogatorio de Stu. Pero, Nancy, si se retractó a la mañana siguiente, ¿por qué se declaró culpable?
—Por su abogado —respondió ella con reproche—. Era de oficio. Yo no tenía dinero para contratar uno. Ojalá lo hubiese tenido. Es una de las cosas de las que más me arrepiento. Debí intentarlo con más ahínco. —Nancy se quedó callada, su respiración resonaba por el auricular—. El abogado le dijo a Billy, básicamente, que como ya había confesado los cinco asesinatos y la policía tenía la declaración grabada, no tenía sentido que fueran a juicio, porque lo perdería. También tenían otras pruebas, pero la confesión era lo más importante. El jurado creería lo que había en la cinta y no a Stu. Y, bueno, tenía razón; dicen que una confesión es la prueba más perjudicial.
—Entiendo —murmuró Bella, porque no sabía qué otra cosa decir.
—Pero debimos haberlo intentado —continuó Nancy—. Quién sabe lo que hubiera surgido durante el juicio. Qué pruebas. En la segunda víctima, Hallie McDaniel, encontraron una huella sin identificar. No coincidía con la de Stu y no saben de quién es. Y… —Se quedó callada. Una pausa—. La noche en la que asesinaron a Olivia Morris, la tercera víctima, creo que Stu estaba aquí, conmigo. No estoy segura del todo, pero creo que vino a mi casa por la tarde. Había estado bebiendo. Mucho. No podía ni formar una frase. Así que lo obligué a dormir en su antigua habitación y le quité las llaves para que no intentara volver a coger el coche. No tengo ninguna prueba, he buscado una y otra vez. Registros telefónicos, cámaras de seguridad en la vía pública, de todo. Sin embargo, en un tribunal, mi testimonio habría servido. ¿Cómo iba a asesinar Stu a Olivia si estaba conmigo en casa? —Suspiró—. Pero el abogado le dijo que si se declaraba culpable, quizá lo enviarían a una prisión cercana para que yo pudiera ir a visitarlo más a menudo. Cosa que no pasó, por supuesto. Stu tiró la toalla y por eso se declaró culpable. Pensaba que ya había perdido antes de empezar.
Bella había estado anotando mientras Nancy hablaba, con las palabras torcidas y las letras unas sobre otras por las prisas de apuntarlo todo. Se dio cuenta de que la mujer había parado de hablar y que estaba esperando a que ella dijera algo.
—Lo siento —intervino Bella—. Entonces, además de la confesión, ¿qué otras pruebas tiene la policía para pensar que Stu es el Asesino de la Cinta?
—Hubo varias cosas —dijo Nancy, y Bella escuchó un ruido al otro lado del teléfono, como si estuviera removiendo papeles—. La principal fue que Stu encontró a Laura Crane, la última víctima.
—¿El cadáver? —preguntó Bella.
Apenas se acordaba de aquello. En uno de los podcast que escuchó habían hablado de eso como un «gran giro de los acontecimientos».
—Sí. La encontró con los tobillos y las muñecas atados con cinta americana, y la cara también. No me puedo ni imaginar encontrarme a un ser humano de esa guisa. Sucedió durante su jornada laboral. Stu trabajaba en una empresa de jardinería: cortaba césped, podaba setos, recogía basura…, ese tipo de cosas. Fue por la mañana temprano, Stu estaba en la mansión de uno de los clientes de su empresa, cortando el césped. Vio a Laura entre los árboles de alrededor. —Carraspeó—. Y Stu… Bueno, lo primero que hizo fue ir corriendo hacia ella. Pensaba que aún podría estar viva, porque no le había visto la cara. No se debería haber acercado, tendría que haberla dejado allí y llamar a la policía enseguida. Pero no.
Nancy se quedó callada.
—¿Qué hizo? —la animó a seguir Bella.
—Intentó ayudarla —suspiró Nancy—. Pensó que la cinta que tenía en la cara no la dejaba respirar, así que empezó a quitársela. Sin guantes. Entonces, cuando se dio cuenta de que no tenía pulso, intentó hacerle un masaje cardiorrespiratorio, pero no sabía lo que estaba haciendo, nadie le había enseñado. —Una pequeña tos—. Sabía que necesitaba ayuda, así que corrió otra vez a la mansión y le dijo a uno de los empleados que llamara a la policía para que fuera a ayudarlo. Llevaba su móvil encima, pero no se dio cuenta en ese momento. Supongo que estaría en shock. No sé qué le pasa a una persona cuando ve a otra así.
Bella sabía exactamente lo que pasaba, aunque nunca podría explicarlo.
—En fin, el caso es que, como resultado de todo aquello —continuó Nancy—, el ADN de Stu, su sudor, su saliva… estaban por toda la pobre Laura. Y sus huellas. Qué tonto —murmuró.
—Pero la policía debería haber sabido que era porque había descubierto el cuerpo y había intentado salvar a Laura, aunque no supiera que era demasiado tarde y que solo estaba contaminando la escena.
—Sí, bueno, puede que creyeran eso en un primer momento. Pero ¿sabes?, he investigado mucho sobre asesinos en serie en estos últimos años. Podría decir incluso que soy una experta en el tema. Y es muy normal que los criminales de este tipo, como el Asesino de la Cinta, intenten intervenir de alguna forma en la investigación policial. Dando ideas o consejos, u ofreciéndose a ayudar en la búsqueda, ese tipo de cosas. Hasta intentar conseguir información para ver si están libres de sospecha. Eso fue lo que la policía coligió en un primer momento. Que Stu estaba interviniendo en la investigación «descubriendo» el cadáver de Laura, que intentaba hacer como que ayudaba, que era inocente. O puede que para encubrirse, en caso de que hubiera dejado algún rastro de ADN mientras la asesinaba. —Nancy volvió a suspirar—. ¿Ves cómo lo distorsionaron todo para que encajara?
Con una sensación de angustia, Bella se dio cuenta de que acababa de asentir. No, ¿qué estaba haciendo? No quería que esto saliera así, porque si había una posibilidad de que Stu fuera inocente, eso quería decir que…
Mierda. Joder.
Por suerte, Nancy había vuelvo a hablar, y Bella no tenía que seguir escuchando a la vocecita de su cabeza.
—Puede que, si solo hubiera sido esto, todo habría salido bien, pero hubo otros detalles que relacionaban a Stu con el asunto. Conocía a una de las víctimas. A Olivia Morris, la tercera. Era su supervisora en el trabajo. Se puso muy triste cuando se enteró de que había muerto, dijo que siempre había sido muy amable con él. Y a la primera víctima, Cici Cooper, la encontraron en un campo de golf de Beaconsfield. Era otro de los lugares con los que la compañía en la que trabajaba Stu tenía contrato, y él estaba en el equipo asignado a esa zona. Vieron su furgoneta de la empresa por el campo de golf la misma mañana que encontraron el cuerpo de Cici pero, claro, estaba yendo a trabajar. Y la cinta americana… Stu tenía acceso a una exactamente igual.
Bella sintió cómo se despertaba esa parte de su interior, la chispa en su cerebro, las preguntas girando una sobre otra, cogiendo cada vez más velocidad. El mundo iba cada vez más despacio mientras su mente se aceleraba a pasos agigantados. No debería, sabía qué significaba este camino, pero no podía pararlo y, al final, se le escapó una de las preguntas.
—Y estos detalles que conectan a Stu con los asesinatos, ¿todos están relacionados con el trabajo? ¿Cómo se llama su empresa?
Demasiado tarde. El simple hecho de formular esa pregunta significaba que ya no había vuelta atrás. Que, en cierto nivel, debía pensar que era posible que no estuviera hablando con la madre del Asesino de la Cinta.
—Sí, todas las conexiones que había eran por el trabajo —afirmó Nancy con la voz aún más acelerada, más excitada—. La empresa se llama Green Scene.
—Lo tengo, gracias. —Bella anotó el nombre de la empresa al final de la hoja. Inclinó la cabeza y analizó las palabras desde otro ángulo. El nombre le sonaba de algo, pero ¿de qué? Bueno, si la empresa trabajaba en la comarca, seguramente hubiera visto el logo en alguna furgoneta que pasara por Kilton—. ¿Cuánto tiempo llevaba Stu trabajando allí? —preguntó mientras pasaba los dedos por el ratón del portátil y la pantalla volvía a la vida.
Tecleó «Green Scene Buckinghamshire» y pulsó intro.
—Desde 2007.
El primer resultado era la página de la empresa y, sí, Bella reconocía el árbol con forma de cono del logo. Una imagen que ya existía en su cabeza de alguna forma. Pero ¿por qué? La página de inicio hablaba de la empresa.
«Especialistas en mantenimiento de jardines». Había una galería de imágenes. Abajo del todo había un enlace a otra web: la filial, Clean Scene, que ofrecía servicios de limpieza de «oficinas, sedes de asociaciones y mucho más».
—¿Hola? —Nancy rompió el silencio.
Bella casi se había olvidado de que estaba allí.
—Perdona, Nancy —dijo, rascándose una ceja—. Por algún motivo, reconozco el nombre de la empresa, pero no sé de qué.
Bella hizo clic en la pestaña de «Nuestro equipo».
—Yo sí sé por qué lo reconoces, cariño —contestó Maria—. Porque el…
Pero la página se cargó y la respuesta apareció ante sus ojos, antes de que la mujer lo dijera. Arriba del todo, una foto de un hombre muy sonriente vestido de traje presentaba al director general y dueño de Green Scene y Clean Scene.
Era Neil Prescott.
—Es la empresa de Neil Prescott —dijo Bella, soltando el aire.
Las piezas empezaban a encajar en su cabeza. Claro, eso era. Por eso le sonaba.
—Sí, cielo —dijo Nancy amablemente—. El padre de Sidney Prescott. Y, claro, tú lo sabes todo de ella. Como los demás, gracias a tu podcast. Pobre señor Prescott. Él estaba sufriendo su propia tragedia más o menos por la misma época.
«Exactamente en la misma época», pensó Bella. Sid murió la misma noche que asesinaron a Laura Crane. Y había vuelto a aparecer de entre los muertos. Stu Macher trabajaba en la empresa de Neil Prescott y su conexión con todos los crímenes del Asesino de la Cinta eran por su trabajo.
Si Bella tenía que reconocer, en este momento, en este lugar, que había incluso una mínima posibilidad de que Stu Macher fuera inocente, que podría haber un hombre culpable en libertad, el primer lugar donde tenía que buscar era en Green Scene. Si este fuera un caso sin más complicaciones, sin ninguna conexión con ella, sin palomas muertas ni figuras de tiza en la entrada de su casa, ese sería el primer paso. Y, aun así, le parecía mucho más complicado esta vez, mucho más pesado.
—Nancy —dijo Bella con una voz grave y ronca—. Una última cosa. Después de que arrestaran a Stu, los asesinatos pararon. ¿Cuál es tu explicación?
—Como te he dicho antes, he aprendido mucho sobre asesinos en serie —repitió—. Y una cosa que la gente no parece apreciar es que, a veces, simplemente dejan de matar. Unas porque envejecen o en sus vidas pasa algo que hace que ya no sientan esa necesidad o que ya no tengan tiempo. Una nueva relación, o el nacimiento de un hijo. Puede que eso fuera lo que pasó en este caso. O simplemente el asesino vio una vía de escape fácil tras el arresto de Stu.
Bella dejó de escribir, tenía demasiada información en la cabeza.
—Muchas gracias por tu tiempo, Nancy. Ha sido —«no digas de gran ayuda, no digas aterrador»—… interesante.
—Querida, gracias a ti por llamarme. —La mujer sorbió por la nariz—. No puedo hablar de esto con nadie, nadie me escucha, así que muchas gracias. Y si se queda solo en esta conversación, lo entiendo, bonita. ¿Sabes lo complicado que es recurrir una sentencia una vez que ya está dictada? Es casi imposible. Pero a Stu le emocionará mucho saber que has llamado. Ahora mismo me pongo a escanearte la transcripción del interrogatorio para que lo veas tú misma.
Bella no estaba segura de querer verlo por sí misma. Había una parte de ella a la que le apetecía taparse los ojos con las manos y desear muy fuerte que todo esto se esfumara. Esfumarse ella misma. Desaparecer.
—Mañana —aseguró Nancy—. Te lo prometo. ¿Lo envío a la dirección de correo de tu podcast?
—S-sí, eso sería genial. Gracias —dijo Bella—. Me pondré en contacto contigo lo antes posible.
—Adiós, cariño —se despidió Nancy, y Bella tuvo la impresión de haber escuchado una ligera esperanza en su voz.
Pulsó el botón rojo con el pulgar y el silencio se acumuló en sus oídos.
Era un quizá.
Era posible.
Y esa posibilidad empezaba con Green Scene.
Y terminaba —la voz de su cabeza la interrumpió— con su muerte.
La sexta víctima del Asesino de la Cinta.
Bella intentó hablar por encima de la voz de su mente, distraerla. No pensar de momento en el final, solo en el siguiente paso. Día a día. Pero ¿cuántos días le quedaban?
Cállate, déjala en paz. Primer paso: Green Scene. El eco de esas dos palabras resonaba en su cerebro, transformándose en el clic de su bolígrafo.
Cinta cinta.
Y entonces se dio cuenta. Neil Prescott no era la única persona relacionada con Green Scene. Había otra más: Daniel Parkinson. Antes de meterse a policía, había trabajado un par de años en la empresa de Neil Prescott. Puede que incluso coincidiera con Stu Macher.
Este caso, que ayer le parecía tan lejano, se acercaba cada vez más y más, como las figuras de tiza que trepaban por el muro. Cada día más cerca, como si la estuvieran guiando otra vez a Sid Prescott y al inicio de todo.
De pronto sonó algo. Una vibración intensa.
Bella se estremeció.
Era su teléfono, que vibraba sobre la mesa porque alguien la estaba llamando.
Bella miró la pantalla al descolgar. «Número desconocido».
—¿Diga?
No hubo respuesta al otro lado. Ninguna voz, ningún sonido excepto un ligero zumbido.
—¿Hola? —intentó Bella otra vez, alargando un poco la a. Esperó, escuchó atentamente. ¿Estaba oyendo a alguien respirar o era su propia respiración?—. ¿Nancy? ¿Eres tú?
Nadie respondió.
Tal vez fuera una llamada comercial con mala conexión.
Bella aguantó la respiración y escuchó. Cerró los ojos para concentrarse mejor. Era muy leve, pero estaba ahí. Había alguien respirando. ¿Acaso no la escuchaba hablar?
—¿Tori? —dijo Bella—. Astoria, te lo juro, si crees esto tiene gracia…
Y se cortó la llamada.
Bella bajó el teléfono y se quedó mirándolo. Lo observó durante demasiado tiempo, como si fuera a darle una explicación. Y ya no era su propia voz la que escuchaba en su cabeza, era Caroline Hunter quien le hablaba, con una voz imaginaria que Bella había creado para ella, hablando de su hermana asesinada en ese artículo sobre el Asesino de la Cinta. «Me contó también que recibió un par de llamadas, pero no habló nadie y pensó que sería una broma. Eso fue la semana antes de que desapareciera».
El corazón de Bella reaccionó y la pistola empezó a disparar en su pecho.
Tal vez Stu Macher fuera el Asesino de la Cinta. Y tal vez no. Y si —un «si» que rodeó a Bella como un agujero negro— Stu era inocente, el juego cambiaba de nuevo. En el último asalto. Y el temporizador había comenzado la cuenta atrás.
La semana antes.
«¿Quién te buscará cuando seas tú la que desaparezca?».
NOTA:
Bella ya recibio la primer llamada, la cuenta regresiva para encontrar al asesino ya comenzo, ¿Podrán el equipo Edward y Bella dar con el asesino? ¿O se llevara a Bella con el?
