«¡Mi generosidad es tan ilimitada como el mar! Mi amor tan profundo; cuánto más te doy más tengo, pues ambos son infinitos.»
—Romeo y Julieta.
Parecía que últimamente los días de Aioros consistían en ver cada vez más cosas acerca de Mei Ling que nunca terminaban de desconcertarlo. O en todo caso a través de su discípulo escuchaba cosas sobre ella, porque por alguna razón los Santos de Bronce últimamente estaban muy interesados en la Kunoichi. Demasiado para ser cualquier cosa se atrevería a decir.
La sensación que sintió en su estómago y su pecho, una demasiado similar a la ansiedad combinada con una suerte de disgusto fue tan intensa que trató de dejar de pensar en lo que estaba imaginando. Varias veces se había topado con Seiya y sus amigos y ninguno de ellos sonaba distinto al hablar de la mujer, ninguno de ellos la miraba diferente que aquella vez en la que aún no terminaban de confiar en sus intenciones. Además, ellos nunca se fijarían de esa forma en una mujer mayor que ellos por muy atractiva que fuese ¿Verdad?
Y luego pensó, aunque fuese así ¿Por qué le molestaría? En el caso de que a alguno de los Santos de Bronce le atrayese Mei Ling, lo más probable era que de un Crush adolescente no pasase ¿Por qué debería incomodarlo así? La verdad es que no pudo evitar molestarse consigo mismo por eso, se sentía como cuando tenía siete años, cuando su madre esperaba a Aioria y él hacía berrinches por ya no ser el centro de atención de sus padres.
De cualquier forma, varias veces Seiya salía al anochecer diciendo que iba de camino al teatro porque Mei Ling actuaría en una obra, y regresaba con genuina emoción hablando de la trama de la obra y de la actuación de la Kunoichi.
—¡La voz de la Señorita Mei es increíble! —decía Seiya— Iba subiendo y subiendo y cuando creía que no podía subir más lo hacía.
—Hyoga lloró un poco cuando el personaje masculino murió y el de la señorita Mei lloraba con él en sus brazos —señaló burlonamente Ikki.
—¡No es verdad! Las luces me lastimaban los ojos —se defendía Hyoga.
—¡Estábamos a oscuras, pato inteligente! —replicaba Ikki.
Aioros una vez se atrevió a preguntarle al Pegaso por qué su repentino interés en las presentaciones de Mei. Seiya se encogió de hombros y dijo que no lo sabía, pero podía asegurar que cada vez que oía a la mujer actuar tenía una sensación bonita y un tanto melancólica. Similar a estar solo en medio de un pueblo nevado, estar metido en un tipo de fantasía que sentía como una eternidad y seguía pensando en ella mucho después de que terminaba.
Aioros se sintió algo mal al darse cuenta de que no había visto aún actuar a la mujer, a pesar de que varias veces le había prometido que iría y la presenciaría en primera fila haciendo lo suyo, lo que amaba. Y por varias razones aún no lo había hecho. El arquero no pudo evitar preguntarse si ella lo había esperado cada vez que actuaba, si lo había buscado entre el público y se había decepcionado al no verlo, incluso se preguntó si estaría enojada con él. Pero se dijo a sí mismo que no cuando el pecho se le estrujó con la mera idea de la mujer enojada con él. Ella nunca había mostrado estar enojada con él, le sonreía con la misma dulzura de siempre, las pocas caricias que le había dado siempre eran igual de cálidas, le hablaba con la misma sedosidad de siempre. Si ella estuviese enojada con él se lo habría dicho o cuando menos se lo habría demostrado.
Pero Aioros tampoco estaba dispuesto a seguir perdiéndose las presentaciones de Mei por nada. Por se decidió a qué, la próxima vez que Seiya le pidiese permiso para ir al teatro con sus amigos él iría con ellos.
De cualquier forma, un mediodía en el que Aioros regresaba al Santuario por Rodorio pasó junto al teatro, el cuál estaba ubicado muy cerca del orfanato en donde se había encontrado con Mei y los niños la última vez. No había público ni empleados en los puestos de las boletas, ni en los de las bebidas puesto que no solían abrirse hasta el anochecer o cuando mucho la tarde en días muy especiales. Sin embargo a juzgar por las voces y la música podía notar que estaban en ensayos.
Se le ocurrió marcharse porque no le incumbía y sólo porque probablemente lo estaban esperando en el Santuario, pero una de las puertas del teatro estaba entreabierta de una manera bastante tentadora y los sonidos al final hicieron que su curiosidad ganara. Observó que no hubiese nadie mirando tanto adentro como afuera y después se coló dentro.
El recibidor del teatro era relativamente amplio y recientemente lo habían remodelado. Las paredes estaban pintadas de rojo incluidas algunas columnas que "sostenían" el techo abovedado con un par de lámparas de araña negras, había unas largas escaleras que llevaban a una gran puerta y otra debajo que era la entrada a las salas de teatro. Los puestos de comida en los costados, había múltiples mesas con sillas y sillones en los cuales la gente solía comer algo o esperar las funciones, e incluso algunas puertas con el clásico letrero de sólo permitido a personal autorizado. Y al menos esa zona, estaba por completo vacía, ni siquiera había conserjes cerca.
La música y las voces venían de la puerta de abajo de las escaleras. Aioros se acercó a esa puerta, que estaba cerrada, y desde ahí consiguió escuchar con más claridad. Era música de piano y dos voces femeninas cantando en inglés. Eso le pareció curioso para ser honesto, aunque entendía gran parte de la letra y para ser honesto, era bonita.
Una de las voces la reconocería incluso bajo el agua, era la voz de Mei.
De un momento a otro la música se detuvo, y las voces también, para segundos después volver a comenzar por lo que suponía era el inicio. Se hubiese quedado más tiempo escuchando desde la puerta, pero luego oyó cómo la puerta en la cima de las escaleras se abría y la voz de una viejita, al parecer encargada de la limpieza, mascullaba cosas entre dientes. Aioros no creía que tuviese permitido estar metido ahí cuando estaban en plenos ensayos, por lo que sin pensarlo mucho giró la perilla de la puerta —que milagrosamente sólo estaba ajustada— y entró.
Al parecer nadie se había dado cuenta de su presencia porque nadie volteó a verlo ni le habló mientras cerraba la puerta con todo el cuidado que podía. En el amplio teatro, de paredes marrones, pisos cubiertos por una alfombra bordo y cortinajes beige y plateadas en el escenario sólo habían tres personas. Una mujer sentada en la primera fila, otra que tocaba el piano, otra joven de cabellos pelirrojos y lisos con un traje negro y violeta bastante formal y una especie de boina puesta, parada en el escenario, y junto a ella estaba Mei.
Ella y su compañera tenían micrófonos en manos y se movían por el escenario cantando. El atuendo de ella contrastaba demasiado con el de su compañera, un largo vestido blanco de tirantes delgados, exponía su clavícula y omóplatos y la hacía parecer más blanca en contraste con su cabello oscuro y rizado. Pero lo que le llamó poderosamente la atención a Aioros fue su voz.
Ya la había oído cantar antes; pero sólo habían sido melodías suaves que la oía tararear o mientras tocaba su pipa. Nunca antes la había oído cantar con tanta potencia. La voz de Mei parecía llenar la habitación y, aunque competía con la de su compañera por hacerse notar, Aioros no podía evitar sólo centrarse en ella, desde antes sabía que Mei poseía una voz angelical, pero era hasta ahora que la descubría en todo su esplendor, haciendo lo suyo en toda regla.
La voz de Mei, de cierta forma lo hizo vibrar de tal forma que en algún momento un nudo se le formó en la garganta.
—Deténganse.
La exigencia de la mujer sentada en la primera fila calló de inmediato a Mei y a la otra mujer, así como a la música y la especie de encantamiento que tenía la voz sobre Aioros, ellas la miraron y bajaron sus micrófonos. La mujer se levantó de su silla.
—Se están adelantando, las dos —habló con tono serio—. Y tú, Mei Ling, cuida esa pronunciación. Estás balbuceando en las notas más altas y más bajas. Es la primera actuación totalmente en inglés que realizamos y no vamos a quedar en ridículo. Sigan practicando.
Dicho esto la mujer se alejó rodeando el escenario y salió por una entrada de emergencia con su teléfono en la oreja. En cuánto se vieron solas la música se reanudó y ellas volvieron a iniciar la canción desde el principio, o eso querían. Porque de un momento al otro un brusco golpe a las teclas las asustó de tal forma que a ambas se les quebró la voz.
Sin decir una palabra la pianista también tenía su teléfono en manos y con una escueta disculpa también se alejó para contestar. Cuando ésta se fue la cantante pelirroja pareció interpretarlo como una señal de que podían tomar un descanso, y luego de dejar su micrófono sobre uno de los altavoces bajó del escenario.
De un momento a otro Aioros cayó en cuenta de que no se había movido de donde estaba desde que entró. Y sintiéndose estúpido comenzó a bajar las escaleras cruzando las hileras de sillas. Mei era la única que estaba en el escenario y también parecía estar desconectando su propio micrófono para descansar. Aioros gritó.
—¡Oye, Mei!
Tanto Mei como su compañera se voltearon a verlo y apenas lo miró Mei sonrió, la pelirroja arqueó una ceja mientras la Kunoichi bajaba del escenario para encontrarse con él, que ya estaba en el último escalón donde estaba la primera fila.
—Hola, Aioros ¿Cómo entraste aquí? —saludó ella. Era lo de menos considerando que no era horario de actividad, y de todas formas Aioros se puso nervioso, comenzó a rascarse la nuca y esquivó la mirada.
—La puerta estaba abierta —dijo con sinceridad. Porque en teoría eso había sucedido.
Cuando la miró se dio cuenta de que el cuello, frente y sienes de Mei estaban brillando de sudor, de la diadema brillante que le apartaba el cabello de la cara y el escote que dejaba a la vista el nacimiento de sus pechos. Trató de no mirarla demasiado.
—Vi un poco del ensayo —mencionó para cambiar de tema—. No sé de qué hablaba esa mujer. Lo hiciste increíble, no puedo creer que eso sea sólo un ensayo.
Ella le sonrió dulcemente.
—Gracias Aioros. Pero yo entiendo lo que dice —suspiró y se frotó con dos dedos la sien y la frente—. Tengo problemas con la pronunciación no importa qué idioma sea. Es mi punto más flaco cuando canto.
Aioros de un momento a otro tuvo una idea.
—¿Me dejas ver la letra?
Eso pareció confundirla porque frunció un poco sus delgadas cejas, pero dijo «Sí, claro» y lo llevó a otra silla en la primera fila donde al parecer había dejado sus cosas, sacó una hoja de papel y se la mostró, Aioros la empezó a leer mientras le decía distraídamente:
—Por cierto ¿Por qué esta vez están cantando en inglés?
—Vienen unos agentes extranjeros, creo que de Gran Bretaña —contestó la mujer—, y los instructores no quieren dar otra impresión que no sea perfecta —Mei suspiró con exasperación, como conteniéndose de bufar o despotricar—, pocas veces son tan exigentes con nuestro vocal como en estos días.
Aioros exhaló una risa. —¿Pocas veces? ¿Quieres decir que esto ya ha pasado?
—Sí, y esas veces fueron una pesadilla.
Aioros se volvió a reír, y mientras leía la letra se dio cuenta de algo, haciendo un poco de memoria de cuando la oyó cantar.
—La pronunciación de la O en esta estrofa es un tanto más baja —dijo él y señaló la estrofa con el dedo—. Eso pasa muchas veces cuando hablas inglés estadounidense y lo confundes con el acento británico. Las maneras de pronunciar son muy distintas aunque no lo parezca —luego señaló otra estrofa—. También noté que te faltó vocalizar en esta frase.
Ella miró con más atención.
—¿Ah sí?
—Así es. Pero descuida. Es complicado muchas veces —Aioros sonrió, se sentó en otra silla y le ofreció el lugar a su lado—. Ven, vamos a ver el resto.
Ella se sentó a su lado y Aioros, que era más experimentado en inglés que ella, la hizo cantar una por una las estrofas y le señaló sus fallas. También trató en lo posible de ayudarla a cuidar su pronunciación sin descuidar su voz por más que no fuese muy versado en el área de canto. Y no sabía lo que la mujer debía estar pensando, pero Aioros disfrutó en demasía estar prácticamente enseñándole inglés, el que Mei cantase sólo para él, incluso si no era la misma fuerza que usaba arriba del escenario y la forma en la que lo miraba buscando su consejo. Un deseo de complacer casi infantil que lo enterneció demasiado.
Últimamente la ternura era algo que Mei le inspiraba demasiado a menudo. Aunque a muchos les costase creerlo. Pero era por eso que siempre le gustaba tanto estar con ella.
Tan entretenidos se encontraban que no se dieron cuenta de que la compañera de Mei, que mientras reposaba y bebía agua no había dejado de mirarlos al mejor estilo de tía disfrutando de su novela, se puso de pie y se acercó a ellos.
—Buen día, señor Aioros —saludó la pelirroja, a lo que Aioros se distrajo de la letra para corresponder—, no sabía que conociese a Mei Ling, y menos que viniese a visitarla durante los ensayos.
Mei frunció el ceño, ya sabía para dónde iba su compañera, Aioros estaba igual que ella.
—¿Hay algo malo al respecto? —preguntó el de ojos verdes.
—No, claro que no —replicó Aria—. Sólo se me hace... Curioso. Nunca antes Mei Ling había traído a un hombre al teatro y menos a los ensayos... ¿No será que...?
—No es lo que piensas, Aria —Mei se puso de pie interrumpiéndola, con la vista fija en su compañera como tratando de decirle que estaba metiendo demasiado la nariz donde no le convenía—. Aioros llegó aquí por pura casualidad y se detuvo a ayudarme. Nada más.
La chica de liso cabello rojo no respondió, los miró por un momento de la misma forma interrogante, con la ceja alzada y una media sonrisa en los labios. Hasta que exhaló una risita y levantó ambas manos en señal de paz.
—Muy bien, muy bien. Lo que ustedes digan —se dio la vuelta y caminó de regreso a su lugar amterior—. Sólo me dio curiosidad ¡Pero no quisiera ver la cara de la instructora si ve al señor Aioros aquí cuando es horario de ensayos!
—Tiene razón. Tienes que irte —Mei se giró a verlo—. Te meterás en problemas si te ven aquí y puede que te necesiten en el Santuario más que yo.
Él ya lo sabía, lo supo desde que decidió colarse en la puerta entreabierta del teatro. Pero tampoco se quería ir aún, no cuando la pasaba tan bien con ella.
—Prometo que te vendré a ver en tu próxima presentación.
Mei le sonrió de nuevo, con la misma dulzura de siempre.
—Gracias, y gracias por ayudarme con la canción —se inclinó y le quitó con cariño la hoja con la letra de entre los dedos, hubo un momento en que sus pieles rozaron—. Si te ve la encargada de la limpieza dile que sólo viniste porque te pedí que me trajeras algo, eso le diré yo ¿Sí?
—Claro —musitó el arquero.
—Nos vemos.
Ella le besó la mejilla y se irguió para seguir a su compañera que subía al escenario, seguramente a retomar el ensayo. Aioros se puso de pie y subió las escaleras hacia la misma puerta por la que había llegado, cuando la abrió antes de irse se despidió con la mano de Mei y ella le correspondió, y desaparecido tras la puerta justo cuando ya la instructora había regresado a la sala.
Al salir del teatro y subiendo la escalinata a la novena casa Aioros llegó a sentirse algo culpable, avergonzado por haberse escabullido en el teatro por mero capricho, y más aun por pensar que, si pudiera lo haría de nuevo. Sólo por ver a la Kunoichi y oírla haciendo lo suyo, oír su preciosa voz.
