-Este fic es una adaptación de la obra original de Masami Kurumada, pero basándome en una historia alternativa que yo cree desde mi infancia—y que por ende he ido puliendo con el paso de los años—, por lo que no sigue al pie de la letra el canon o lineamientos originales, mas si la esencia de Saint Seiya, destinando protagonismo a otros personajes para darle un sentido diferente a la historia. Les sugiero oír "Somebody New" de The Struts para Shiryu, "Earth, Wind, Fire & Air" de Hex Girls para Saori, "Dancing's Done" de Ava Max para Hilda, "Darkside" de Alan Walker, Au/Ra & Tomine Harket para Shun, "Pegasus Ryuuseiken" de Seiji Yokoyama para Seiya y "Pegasus Seiya" de The Struts para contextualizar el fic.


En los días de leyenda, los dioses dominaban la tierra, y la plegaria de los mortales alimentaba su inmortalidad, elevando su poder, con que atormentaban u hostigaban a voluntad a los desdichados mortales que tanto los idolatraban…sin embargo, la humanidad comenzó a cansarse de la maldad y crueldad de estos, y decidió revelarse; esto provocó que los dioses se dividieran, entre aquellos que creían merecer usar su poder como quisieran contra los mortales, y entre quienes creían que era su deber proteger a los humanos, que los dioses inicialmente habían tomado bajo su protección, y este conflicto solo empeoro cuando los dioses dejaron de depender de las plegarias humanas, pensando así en destruirlos por desafiar su autoridad. Al frente de los dioses que creían en proteger a la humanidad se encontraban las hijas predilectas de Zeus; Athena, la diosa de la sabiduría y la guerra justa; y Selene, la diosa del invierno; ambas diosas tenían el poder para destruir a la humanidad, pero en su lugar eligieron proteger a los mortales y establecieron santuarios en la Tierra; Athena en Grecia y Selene en Asgard, desde donde se encargaría de custodiar la paz a través de valientes guerreros mortales que se pusieron voluntariamente a su servicio, y que fueron llamados "Caballeros" en el caso de los que eligieron servir a Athena. Los caballeros lucharon por ella, usando su Cosmos, el poder de las estrellas, y sus puños eran capaces de fracturar la tierra, pero solo empleaban su poder contra aquellos que luchaban contra su diosa y por aquello en lo que creían.

Pero Ares, el dios de la guerra y hermano también de Athena y Selene, era el opositor más fuerte a la paz que ella querían mantener, por lo que desde la era mitológica inició un conflicto mediante el cual confrontaría a las encarnaciones de sus hermanas—que, después de la Primera Guerra Santa, elegirían nacer como mortales para conocer mejor el mundo que habían elegido proteger—con el fin de hacerse con el control de la Tierra, un conflicto en que se alió desde la era mitológica con sus tíos; Poseidón, dios los mares, y Hades, dios del inframundo. Mas, pese a todo, la alianza de Athena y Selene era sólida, el amor humano y su vínculo por la paz había conseguido derrotar a Ares y sus aliados tras cada dos siglos—cuando volvían a reencarnar y también lo hacían las almas de sus caballeros o guerreros guardianes—, o así lo hubo sido hasta el siglo XXI: tras siglos y siglos de guerra contra sus hermanas, Ares decidió atormentar principalmente a uno de los guardianes de su hermana Athena; el Caballero Dorado de Géminis, desde su más temprana infancia, aguardando a que este se quebrase emocionalmente lo suficiente para intentar tomar el control del Santuario desde su cuerpo y provocar una guerra civil entre las huestes de Athena. El plan casi tuvo éxito, de no ser por el Caballero Dorado Aioros de Sagitario, quien huyó del Santuario con la bebé Athena, tanto para salvar su vida como para ir al encuentro de Mitsumasa Kido, el humano que ya protegía a la encarnación de la diosa Selene y que, al tener a ambas diosas bajo su custodia, puso en marcha su plan:

El plan del empresario humano, creyente en los antiguos dioses y un propósito más grande por el que vivir, que consistía en proteger a huérfanos que poseían el Cosmos en su interior, y hacer un día de ellos una nueva élite de guerreros que protegieran a Athena y Selene, y a la humanidad; ya tenía entonces bajo su protección a algunos hijos de caballeros que sospechaban de un complot gestándose en las sombras del Santuario y que probaría ser cierto, aunque esto siguió siendo un secreto, mas igualmente nuevos niños fueron formando parte del Orfanato conocido como "Fundación Graad". El Caballero Dorado de Sagitario, encargado de custodiar la vida de Athena hasta que creciera y tomase conciencia de su poder, se encargó de entrenar a los jóvenes que un día se convertirían en Caballeros de Bronce—el rango más bajo del ejército de la diosa Athena—y que al alcanzar la edad de nueve años fueron enviados a diferentes centros de entrenamiento para Caballeros, donde habrían de esforzarse para ser dignos de la armadura de la constelación que habría de protegerlos y brindarles poder. Mientras tanto, la secreta guerra de Ares continuaba en el Santuario, intentando hacer de aquel lugar de paz un verdadero reguero de sangre, mas la voluntad del Caballero Dorado de Géminis a quien había poseído se lo impedía, el adolescente que había comenzado a controlar se negaba a perpetrar todos los actos que este le exigía, y ello permitiría a Athena y Selene crecer y prepararse paulatinamente, así como a sus Caballeros, para la guerra que un día tendría lugar…


Cinco Antiguas Montañas/Región de Rozan

Jóvenes de todo el mundo se entrenaban siguiendo los principios de los originales Caballeros al servicio de Athena y en distintos lugares del mundo durante generaciones hasta el presente. De pie sobre una saliente y ante la enorme cascada de Rozan, el aspirante a Caballero de Dragón observaba su prueba final; tenía dieciocho años y su nombre era Shiryu, era un hombre joven y alto, de ojos color verde grisáceo y largo cabello negro que le llegaba hasta la mitad de la espalda, con cuerpo musculoso como dejaba en evidencia su ropa de entrenamiento, habiéndose quitado la camisa, vistiendo pantalones morados, calentadores aguamarina oscuro en las piernas—a juego con sus muñequeras—, y cómodos zapatos negros, siempre luciendo bastante sereno y apacible, pero casi temblando de nervios esta vez. Sentado con las piernas cruzadas en lo alto de una pronunciada roca al costado de la gran cascada de Rozan, el ahora retirado Caballero Dorado Dohko de Libra observó en silencio a su pupilo; se veía como un hombre mayor, quizás de unos cincuenta años, pese a que en realidad fuese mucho mayor, alto, corpulento, vistiendo un traje típico chino de cuello alto y cerrado color verde agua oscuro, cerrado hasta el final de la tela, con mangas acampanadas que casi le cubrían las manos y que mantenía cruzadas sobre su regazo, pantalones verde oscuro y cómodos zapatos negros, de cabello castaño rojizo ligeramente encanecido le llegaba hasta los hombros como su tupida barba y que solo contribuía a resaltar sus ojos azules.

—Es necesario que lo hagas, Shiryu— insistió el Caballero de Libra, exigiendo el esfuerzo de su pupilo y ya contando con su compromiso.

—No puedo— negó el aspirante a Caballero de Dragón, sintiendo que esta prueba era demasiado descomunal como para ser superada.

—¿Desde hace cuántos años llevas entrenando bajo mi tutela?— preguntó Dohko queriendo probar su punto, pese a conocer la respuesta.

—Ya son nueve años— contestó Shiryu bajando pesadamente la cabeza, sabiendo que o pasaba esta prueba o reprobaba terminantemente.

—Nueve años…un pajarillo tarda menos en aprender a volar— comentó el pelicastaño seriamente, concentrándose en el punto objetivo.

Shiryu había sido y era su mejor estudiante; paciente, mesurado, comprometido, idealista, serio y al mismo tiempo leal y entregado a la idea de vivir por un propósito como debían hacer los Caballeros, por sí mismo encarnaba todos los valores que se esperaba tuviera un Caballero y el rango de Bronce en nada desmerecería sus años de exhaustivo entrenamiento…pero hasta ahora había probado su temperamento, su tolerancia y paciencia, su fuerza; ahora era momento de probar la fuerza de su Cosmos y que ya había despertado en meses y años anteriores hasta ser capaz de controlarlo, y ahora debía precisamente desencadenarlo. La barrera de todo Caballero estaba no en contener quien era, sino en desencadenar eso y exponerse tal cual era, ya que nadie deseaba ser visto en su plenitud, sea quien fuera, Dohko lo sabía por experiencia pues no tenía la edad que aparentaba sino muchísimo más, y le hablaba a su pupilo precisamente desde la experiencia…pero en ese momento Shiryu no podía ver nada de eso, se sentía temblar como si estuviera expuesto ante la más fría e inclemente lluvia, no se sentía capaz de realizar la prueba que su Maestro le había designado; invertir el torrente de la enorme Cascada de Rozan y hacer que fluyera hacia arriba, ¿Quién podría hacer algo semejante? La naturaleza estaba hecha para existir de determinado modo y por muy fuerte que se hubiera vuelto tras nueve años de entrenamiento, y aunque se convirtiera en un Caballero, no dejaba de ser solo un mortal como cualquier otro, ¿Cómo aspirar a tanto?

—Todavía no estoy listo— declaró Shiryu tras reflexionarlo en su mente, lleno de dudas.

—¿Seguro?— inquirió Dohko sosteniéndole la mirada y esperando una explicación.

—Seguro— afirmó el pelinegro, reconociendo sus fallas y limites humanos. —¿Cómo puede un hombre invertir el torrente de una cascada? Va contra las leyes de la naturaleza, es imposible, solo un dios es capaz de hacerlo— expuso esperando obtener comprensión de su Maestro.

—¿Quién ha decretado que un torrente deba fluir de arriba hacia abajo?— cuestionó el pelicastaño elevando su tono de voz ante el conformismo de su pupilo. —Lo que el hombre llama leyes de la naturaleza no son más que unas generalizaciones de los fenómenos que el mismo no alcanza a comprender— puntualizó siendo muy enfático en su tono y discurso. —Dices que solo un dios puede hacer eso, pues los caballeros son tan fuertes como los dioses— proclamó sin titubeos ni arrogancia alguna.

Era un discurso fuerte e incluso desafiante, pero habiendo sobrevivido a la anterior Guerra Santa en que la diosa Athena había vencido al dios del Inframundo—como en las batallas previas gracias a la ayuda de sus Caballeros y el apoyo de su hermana la diosa Selene—, en ese punto habían muy pocas cosas a las que Dohko pudiera sentir miedo y ese algo sin duda no era la muerte natural, no habiendo perdido al amor de su vida hacía ya trece años por no seguir lo que el Santuario quería y no estando ahora bajo la guía de un Patriarca que era la marioneta del mayor enemigo de Athena, aunque muy pocos lo supieran. Instando a su pupilo a continuar intentando, y postergando temporalmente su discurso, Dohko vio como Shiryu se abstenía de básicamente entornar los ojos antes de inspirar aire profundamente y volver a enfocar su Cosmos en los golpes que daba contra el agua de la cascada; golpes y patadas que simplemente atravesaban el agua para su frustración y probando aquello en lo que él ya creía; que aquella prueba era fútil, que no tenía ninguna lógica. Pero, aunque la lógica le dijese eso, Shiryu era inquebrantablemente leal a su Maestro por encima de todo, por lo que no desistió en ningún momento, intentando graduar el enfoque de su Cosmos si así conseguía que sus ataques lograran tan siquiera un ápice de lo que su Maestro le estaba pidiendo que hiciera, mas fallando vez tras vez, pero no por ello Shiryu se cansó o desistió esta vez, sino que, en su lugar comenzó a enfocarse y creer en el discurso de su Maestro, siendo insistente, incansable en sus esfuerzos.

—El hombre que, tras nueve años de estudio, conoce las leyes del universo, debe ser capaz de hacer algo así— prosiguió Dohko observando seriamente los esfuerzos de Shiryu. —Intenta invertir el flujo de ese torrente, desde hace milenios fluye hacia la tierra; para obtener la armadura del dragón, tienes que hacer que remonte su curso hacia el cielo y las estrellas— impuso con palabras claras si es que él ya no lo entendía. —Nada es imposible para un caballero— insistió con toda intención de infundir confianza a su pupilo.

Las horas continuaron pasando, pero Dohko no pensó en decirle a Shiryu que parara o desistiera, no viendo la concentración impresa en sus rasgos ni en su voluntad, empecinado en lograr lo que su Maestro le decía era una realidad pese al gran respeto que el aspirante a Caballero de Dragón tuviera por el orden establecido, sintiendo sus músculos arder y teniendo la piel perlada de sudor a causa del esfuerzo, parando un instante y apoyando ambas manos sobre sus rodillas pero por apenas un instante antes de retomar sus esfuerzos, esbozando una sonrisa ladina al creer haber encontrado el punto perfecto entre la manifestación y concentración de su Cosmos con la liberación del mismo. Cerrando los ojos un momento e inspirando aire para sentir profundamente todo lo que lo rodeaba, y estando enormemente tranquilo al mismo tiempo, Shiryu se arrojó contra la imponente cascada y golpeó la caída del agua con una patada que increíblemente hizo que el torrente se congelase en su lugar por una fracción de segundo, antes de fluir hacia arriba formando lo que parecía ser la silueta de un dragón por el Cosmos de Shiryu quien aterrizó sobre la saliente de roca, observando como la cascada que estabilizaba paulatinamente su nuevo curso, exponiendo en el proceso la armadura del Dragón en la base de la cascada y que se desensambló para cubrir a Shiryu, quien tembló de la emoción pues esta lo había reconocido como su nuevo portador, demasiado concentrado para para prestar atención al orgullo con que lo observaba su Maestro Dohko desde su lugar.

Ahora era verdaderamente el Caballero de Dragón.


Mansión Kido/Japón

Recibiendo permiso para ingresar en la mansión por parte de los fornidos guardias que custodiaban la entrada y que no lo intimidaron en lo más mínimo, Shiryu observó el interior con nostalgia a la par que fascinación, buscando ver si algo en aquel lugar que había sido un hogar para él por tantos años había cambiado en algo, pero no lo parecía y eso lo hizo esbozar una sonrisa ladina; el Caballero del Dragon vestía un traje típico chino de color morado claro, de cuello alto y cerrado, con las mangas subidas hasta la altura de los codos, pantalones de igual color y cómodos zapatos negros, formal a la par que buscando siempre pasar desapercibido, pero en su caso no podría haberlo hecho aunque quisiera a ojos de la mujer que apareció en la planta alta, en lo alto de la escalera y que sonrió nada más verlo, aunque este no lo noto. Era difícil saber si la mujer era mayor que Shiryu en apariencia, con una belleza que dejaría boquiabierto a cualquiera, pero sí que lo era con ya veintiocho años; alta, grácil, esbelta y de silueta digna de retratar por el mejor pintor, vistiendo una holgada blusa azul pastel con mangas ceñidas a las muñecas y ligeramente traslucida que dejaba expuesto uno de sus hombros, falda de velo celeste y tacones dorados como el brazalete en su brazo derecho y la pulsera en su muñeca izquierda, a juego con la guirlanda de cuentas alrededor de su cuello y que destacaba ante su largo cabello celeste nevado que se encontraba recogido en una coleta alta, dejando caer sus rizos a la altura de su nuca, dándole un aire oriental muy elegante y seductor.

—¡Shiryu!— llamó la asgardiana nada más verlo, reconociéndolo en el acto.

Sujetándose la falda con una mano para no tropezar a la par que apoyando la otra mano en el barandal mientras bajaba los escalones, la peliceleste se apresuró en bajar al encuentro de Shiryu, quien alzó la mirada al ser llamado por su nombre, sonriendo al reconocer el rostro de una de las personas más queridas que había conocido en sus pasados años viviendo en la Fundación Graad y que, pese a los nueve años transcurridos lejos y entrenando en Rozan, no había cambiado tanto como para que Shiryu no pudiera reconocerla antes de que esta corriera a abrazarlo efusivamente, correspondiéndole así de inmediato y sintiéndose más que bienvenido. Hilda de Polaris; era la nieta mayor del señor Mitsumasa Kido—princesa heredera de Asgard por nacimiento, nieta adoptiva por ende del famoso empresario y no por sangre—y a quien Shiryu recordaba con profundo cariño de sus años viviendo en aquel lugar, había sido básicamente como la hermana mayor de todos, amable y siempre sonriente, no sabiendo hacer otra cosa que ser generosa y dulce, y ello en nada parecía haber cambiado ahora para Shiryu quien correspondió de inmediato a su abrazo, envolviendo sus brazos alrededor de ella y sintiéndose de nuevo en casa, claro que ahora él era un hombre con ya dieciocho años y ella una mujer diez años mayor, pero al romper lentamente el abrazo y observarla, el Dragón confirmo que ella seguía siendo su hermana mayor a sus ojos al ver su deslumbrante sonrisa, Shiryu si debía reconocer que era la mujer más hermosa que había visto…hasta ese momento de su vida.

—Cuanto tiempo— apreció Hilda observándolo de arriba abajo con asombro. —¿Dónde quedo al niño tan tierno que despedí?— estaba orgullosa a la par que conmovida por ello.

—Yo también te extrañe, Hilda— secundó Shiryu sosteniendo una de las manos de ella y dándole una vuelta para observarla mejor, —pero tú no has cambiado en nada, sigues igual de hermosa— elogió sinceramente mientras la escuchaba reír.

—Me halagas— su ruborizo la asgardiana, acostumbrado a oír palabras así, pero sabiendo que estas eran sinceras y cargadas de afecto.

—Supongo que los halagos se han convertido en tu fuerte ahora, dragón— comentó una voz femenina bajando por la escalera.

Saori Kido; la segunda nieta—adoptiva también, evidentemente—del señor Mitsumasa, y que muy diferente de su hermana mayor de veintiocho años—siendo diez años menor—bajo los escalones con una arrogancia y prepotencia característica que Shiryu ya recordaba de sus días de niña, pero ahora no era ninguna niña sino una mujer y que tuvo que reconocer era extraordinariamente bella—tanto como Hilda, solo que eran muy diferentes—; portaba un vestido de encaje blanco de inocente escote en V, con holanes en los hombros en lugar de mangas, exponiendo sus brazos, y de corta falda hasta los muslos resaltando sus largas piernas, con cortos botines marrón claro, y un collar de oro alrededor de su cuello en forma de concha marina, con sus largos rizos violeta cayendo sobre sus hombros hasta la mitad de su espalda. Seguía teniendo ese brillo en los ojos que de inmediato transportó mentalmente a Shiryu a su infancia juntos…En su mente recordaba a una asustada niña de siete años a punto de ser atacada por un perro enorme, no sabiendo que hacer o que a donde ir, y Shiryu nunca se había caracterizado por ser cobarde, por lo que sin dudarlo se había arrojado para proteger a quien veía como una niña en peligro y no como la nieta del señor Mitsumasa, ambos logrando librarse del perro, aunque eso de todas formas le había valido a Shiryu un profundo rasguño en la palma de la mano, probablemente provocado por una roca, y en que la pequeña Saori no pudo evitar reparar, sintiéndose mortificada y culpable por ser responsable de ello.

¿Estás bien?— preguntó Saori acercándose al pelinegro, que se esforzó por parecer valiente.

Sí, no es nada— aseguró Shiryu, siendo aquella una lesión menor por haberla salvado.

No le digas a nadie— pidió la pelivioleta, no pudiendo permitir que se fuese herido.

Siempre había existido un poder en ella, desde que había sido lo suficientemente mayor para entenderlo o tomar consciencia de ello, siempre había estado ahí y de una u otra forma Saori había comenzado a tomar conciencia de que este poder no era bien visto por todos; su hermana lo entendía y le estaba ayudando a controlarlo, pero aun así Saori siempre se sentía inquieta al respecto y más al comenzar a aprender que ese poder podía ayudar a otros, por lo que ella se ofreció generosamente en ese momento a tenderle la mano a quien la había protegido. Dando un paso más cerca de Shiryu quien lució tan desconcertado como extrañado, Saori sostuvo su mano entre las suyas y concentró sus energías en ese punto a la par que buscando un equilibrio para no dañarlo con aquel poder que aún era incapaz de entender del todo, cerrando los ojos y haciendo que en la herida se materializase una energía color dorado que fue sanando el corte a una velocidad asombrosa, dejando la piel intacta y como si nunca hubiera sucedido nada para asombro del pequeño Shiryu tan pronto como la pelivioleta apartó sus manos y que retrajo hacía si, nerviosa sobre la posible reacción que el pelinegro tuviera al respecto. Pensando de inmediato en su lejana vida en Rozan y que ahora era solo un recuerdo desde que estaba bajo la protección de la Fundación Graad, Shiryu no pudo evitar sonreír ante el cálido sentir que aquella energía había dejado en la palma de su mano; era el Cosmos, la energía que habitaba en todos los seres vivientes según había crecido escuchando de su padre.

Genial…— suspiró Shiryu, sin poder creer que su herida hubiera desaparecido.

Perdón— se disculpó Saori por su parte y aun nerviosa. —Ese poder asusta a todos, mi abuelo dice que no debo usarlo— pero en el fondo ella quería aprender a controlarlo.

A mí no me asusta, es extraordinario— protestó el pelinegro, admirando sinceramente de lo que ella era capaz.

Su padre le había enseñado sobre el Cosmos, los principios y la importancia que tenía en la vida de un Caballero—pese a ser él solo niño—y por lo que Shiryu no sintió miedo alguno para sorpresa de Saori quien esbozó una tímida sonrisa antes de volver la mirada al escuchar la voz de Tatsumi—asistente y mano derecha de su abuelo—buscándola, y a Shiryu…Ese era un buen recuerdo en la mente de Shiryu, había protegido a alguien sin pensar en obtener algo a cambio y al mismo tiempo había compartido un momento invaluablemente cercano con Saori; pero esa era la Saori que él había conocido hacía ya tantos años, ya que luego y gradualmente el orgullo de ser la nieta de uno de los hombres más adinerados del mundo junto con toda la atención mediática que recibía la habían hecho arrogante y altanera, como si creyera merecer tener el mundo a los pies…si, Shiryu sabía que probablemente todas las hijas o nietas de millonarios actuasen así, pero tener como agudo contraste a Hilda quien era más humilde, dulce y sensible—pese a ser una princesa—hacía que su trato con Saori siempre hubiera sido difícil a lo largo de los años siguientes a ese recuerdo y hasta el momento de su partida, mas ahora y para bien o para mal—formado como un Caballero en todo el sentido de la frase—ella era alguien importante y Shiryu no soñaría con faltarle al respecto, y por lo que tendría que contenerse, observándose el uno al otro con un silencio que resultó llamativo para Hilda quien cruzó las manos sobre su vientre mientras los observaba a ambos.

—Saori— saludó el pelinegro sin apartar la mirada, no estando dispuesto a ser quien cediera.

—Shiryu— secundó la pelivioleta, esforzándose por no parecer nerviosa bajo su mirada, —ha pasado tiempo— agregó, carraspeando para aclararse la garganta.

—Tatsumi— nombró Hilda, volviendo la mirada hacia su amigo y jefe de seguridad, —por favor, diles que sirvan el té y preparen la mesa, tenemos mucho de qué hablar— solicitó siempre con voz amable y una sonrisa.

—Si, señora— asintió el Tokumaru, inclinando ligeramente la cabeza para proceder a retirarse.

En una imagen muy contrastante con el elegante aspecto griego de la mansión—repleto de estatuas de diosas como Artemisa y Hestia, así como de distintos animales de protección de dioses tanto griegos como asgardianos, costumbre de su abuelo así como por los orígenes de Hilda y Saori—, Tatsumi Tokumaru, al pie de la escalera y siempre custodiando a las dos señoritas de la casa procedió a retirarse ante sus órdenes, vistiendo una camisa blanca con el cuello ligeramente abierto, las mangas subidas, un chaleco sin mangas y con dos pistolas en la cintura, pantalones y botines militares negros, con unas gafas de sol cubriendo sus ojos...en su infancia, el asistente del señor Mitsumasa Kido le había parecido muy intimidante, era su jefe de seguridad después de todo y escolta personal allá donde fuera, pero siendo un adulto ahora y un Caballero de Bronce, Shiryu únicamente lo vio con nostalgia y sonrió interiormente al ver que ya no sentía temor alguno, siguiendo en su lugar a Hilda y Saori que le indicaron el camino hacia la sala de la mansión para aguardar a que los asistentes sirvieran la comida para ellos mientras hablaban, mas el Dragón habría dado con el lugar de cualquier modo, pues había crecido ahí y recorriendo los rincones como un niño pequeño, e interiormente sentía deseos de comprobar que todo seguía igual que la última vez que él había estado ahí hacia tantos años; Saori lo notó y no pudo evitar sonreír muy sutilmente para que ni Shiryu ni su hermana la vieran, se sentía bien que todo estuviera volviendo a ser como antes...


Educado como siempre, Shiryu bebió calmadamente de su taza de té mientras procesaba la noticia de que el Señor Mitsumasa Kido había fallecido…había sido un hombre serio, estoico, pero con una firme creencia en el deber y el destino, algo que le había transmitido a él y a todos los niños a los que había acogido en la Fundación desde hacía tantos años, ello les había permitido cumplir con lo que se esperaba de ellos como Caballeros de Bronce, o por lo menos en el caso de Shiryu que dejo lentamente la taza en su lugar, prolongando el silencio y recibiendo una mirada de Saori quien se mantuvo tan impávida como de costumbre, cortando un trozo de pastel y que se llevó cuidadosamente a los labios, casi sin hacer ruido. Intercalando la mirada entre Shiryu y su hermana, Hilda disimuló una sonrisa al acercar la taza de té a sus labios, siendo mayor y más experimentada como para notar como su hermanita y el ahora Caballero de Dragón se atraían aunque se empeñasen en pretender lo contrario, eran muy jóvenes—Saori unos meses más que Shiryu, pero teniendo dieciocho de igual modo—mas se atraían como verdaderos imanes; y ya que ninguno daba pie a que el silencio se rompiese, Hilda se decidió a ser quien lo hiciera, carraspeando para aclararse la garganta al dejar su taza sobre el plato, rompiendo la tensión y decidiendo que ese era un buen momento para plantear el tema por el que todos estaban ahí reunidos y por el que seguirían reuniéndose; el Torneo Galáctico en que se presentarían los Caballeros de Bronce.

—Tenemos mucho que celebrar, eres uno de los primeros en regresar— habló la asgardiana finalmente.

—¿Quiénes llegaron ya?— preguntó Shiryu volviendo a acercar la taza a sus labios.

—Jabu y Nachi, además Geki e Ichi han informado que están de camino, no han de tardar— respondió Saori limpiándose los labios con la servilleta tras terminar de comer.

—Y Shun me escribió para decir que gano la armadura, ha de estar a punto de regresar de Etiopia— completó Hilda, sonriendo de solo pensar en ver a su antigua amiga.

—¿Se sabe algo de Hyoga o Ikki?— inquirió el pelinegro, habiendo trabado gran amistad con ambos más que con los demás.

—Brillan por su ausencia, como Seiya— contestó la pelivioleta con una ligera expresión de disgusto como siempre que algo no iba de acuerdo a sus planes.

—Siéntete cómodo aquí a partir de hoy, Shiryu, esta casa también es tuya— declaró la peliceleste volviendo toda su atención hacia él.

—No, no podría…— negó el Dragón, sintiendo que no debía tomarse esas libertades.

—Nuestro fallecido abuelo te tenía mucha estima, él siempre vio a todos los huérfanos de la fundación como si hubieran sido sus hijos— obvió Hilda, teniendo que insistir y no estando despuesta a recibir una negativa. —Quédate, por favor— pidió, sabiendo que eso es lo que querría su fallecido abuelo.

Solo ella podía decirlo al ser la primera en ser puesta a la tutela del Señor Mitsumasa luego de que su querida Maestra y protectora Yamile—Amazona de Golondrina—hubiera sido asesinada por esbirros de Ares, entonces había sido solo una chica de diez años, apartada de su tierra, de su familia y de todo lo que conocía, escapando del dios que sabia perseguía a las encarnaciones de Selene desde la era mitológica…nacer como al encarnación de una diosa había sido siempre una condena para Hilda, desde que había tenido que dejarlo todo y comenzar a huir a los cinco años, y la mayor estabilidad que había conocido había sido con el Señor Mitsumasa a quien efectivamente había aprendido a amar como el abuelo que nunca había tenido. Ya que el señor Mitsumasa nunca había tenido hijos propios, porque su esposa había sido estéril y había fallecido muchísimo años antes, él había volcado toda su atención a causas filantrópicas para la protección de la vida y el planeta, y una de esas organizaciones había dado origen a los nuevos Caballeros de Bronce, sabiendo que protegía y refugiaba a hijos de Caballeros del Santuario Ateniense, y actualmente el orfanato continuaba funcionando, aunque ahora Saori e Hilda recibían a niños normales que necesitaban un hogar o apoyo, y Shiryu respetaba eso, reflexionando interiormente en lo grande que era la mansión y en cuan poco molestaría su presencia con lo ligero que viajaba y el poco ruido que hacía, asintiendo en silencio ya que para empezar su estadía habría de ser breve, y no podía decirle que no a Hilda.

—Me quedare, pero será por poco tiempo— determinó Shiryu tras un prolongado silencio. —Una vez finalizado el torneo y no importa quien gane, regresaré a las Cinco Antiguas Montañas— aclaró volviendo su mirada hacia Hilda y que él sabía podía entenderlo, —me convertí en Caballero por la memoria de mi madre, no por otra razón— rememoró, siempre teniendo muy presente el pasado. —Los Caballeros no debemos usar nuestras armaduras y Cosmos para beneficio personal, participar de este torneo traerá consecuencias, para todos— previno volviendo la mirada hacia Saori, quien no pudo evitar sentir que su réplica se dirigía hacia ella en específico.

—Tatsumi— nombró la pelivioleta sin apartar su mirada del Caballero del Dragon. —Lleva a Shiryu a su habitación, y asegúrate de que tenga todo lo que necesite.

—Sí, mi señora— asintió el Tokumaru, indicándole a Shiryu que lo siguiera mientras abandonaba la sala.

—Con permiso, y gracias se excusó el pelinegro inclinando respetuosamente la cabeza y abandonando la sala en compañía de Tatsumi, siendo observado por ambas hermanas.

—No ha cambiado en nada, sigue siendo engreído, terco, altanero y arrogante— juzgó Saori evidentemente disgustada, cruzando ambos brazos sobre su pecho.

—Y es muy guapo— agregó Hilda con una ligera sonrisa, haciendo que su hermana volviera la mirada en su dirección a modo de reproche. —Lo notaste, no finjas— defendió, instando a su hermanita a analizar las cosas.

—Eso no importa mientras haga su parte, solo eso necesitamos— contrarió la pelivioleta, centrándose únicamente en lo que era importante.

A ojos del mundo, el Torneo Galáctico era un acontecimiento televisado a nivel mundial en que los mejores entre los mejores guerreros—así había sido vendida la idea—se enfrentarían consecutivamente hasta que de entre ellos solo quedase el más fuerte y quien tendría todo el derecho de ganar para si a Nike la diosa de la victoria, pero este mentado premio eran solo palabras ya que Nike en ese momento se encontraba pendiendo del cuello de Saori en la forma de una concha marina que era el dije de su collar y que ella acarició distraídamente, nerviosa en el fondo aunque nunca se lo dijera a nadie. Mas Hilda lo notó, alargando una de sus manos por sobre la superficie de la mesa, entrelazando su mano con la de su hermana menor y quien le correspondió de inmediato; el verdadero punto del Torneo Galáctico y por hacer pelear a Caballeros de Bronce, cuya existencia debería ser desconocida para el mundo mundano u ordinario, era hacer que el Santuario de Grecia se manifestase y reclamara por semejante falta a las tradiciones más antiguas, que hiciese algo…porque Saori llevaba sus dieciocho años de vida teniendo que ocultarse y dar la espalda al lugar que la había visto nacer como la reencarnación de Athena. Ella no había pedido tener que huir, Aioros tampoco, abandonado a su esposa, a sus hijos, su hermano, sus amigos y todo para salvarla…nadie había pedido que el presente fuera lo que era, pero ya que este no podía cambiarse, todo cuanto podían hacer era intentar poner remedio en lugar de fingir que ello no las afectaba.

Mantener la paz era su deber como diosas.


Isla Andrómeda/Océano Índico

Muy lejos de la Mansión Kido hacia donde sin embargo sabía que debía dirigirse, por la invitación que había llegado para ella, la Amazona Shun de Andrómeda estaba preparada para dejar su lugar de entrenamiento y acudir al nuevo camino que el destino le había convocado, nerviosa pero ansiosa a partes iguales, deteniéndose a un par de pasos de su Maestro el Caballero de Plata Daidalos de Cefeo, quien la recibió con una cálida sonrisa y vistiendo su armadura. Cuando Shun había pisado la isla Andrómeda por primera vez, se había sentido terriblemente aterrada, había sido y aún era muy tímida, además estaba lejos de su hermano mayor que siempre había sido fuerte y valiente por ella, y aún más lejos de su padre a quien no veía desde hace años pues él estaba en el Santuario y la protegía con su lejanía; la Isla Andrómeda, cerca de Somalia, podía ser el infierno en la tierra para cualquiera, pero para ella había sido el segundo lugar que había podido llamar hogar tras la Fundación Graad, e inevitablemente había tomado el afecto de un padre a su Maestro Daidalos de Cefeo, y ahora le dolía tener que irse pese a siempre haber sabido que llegaría el momento. La peliverde vestía un top deportivo negro sin mangas y que dejaba expuesto su vientre, con gruesos tirantes y de escote en V, encima una sudadera azul pastel ceñida en las muñecas y que permanecía abierta, calzas negras que enmarcaban sus curvas, zapatillas deportivas negras, y sus largos rizos verdes caían sobre su hombro derecho y tras su espalda, mecidos por el viento y resaltando su inocencia.

—Maestro, regreso a oriente sumamente agradecida con las enseñanzas que me dio en estos nueve años— declaró Shun inclinando respetuosamente la cabeza.

—Shun, hay algo que me preocupa— comentó Daidalos acercando sus pasos hacia su pupila. —Te ofreciste a realizar el sacrificio y lo sobreviviste maravillosamente, has sido aceptada como caballero femenino; pero aún no puedo creer que despertaras tu Cosmos por accidente. Creo que ya habías despertado tu Cosmos antes de eso— el poder que había visto en ella no podía ser accidental, había estado en ella desde siempre, mas necesitaba corroborarlo. —Fuiste vencida en los combates porque no querías herir a tus compañeros, ¿o me equivoco?— dedujo, conociendo bien su personalidad y principios.

—Si, ya había despertado mi Cosmos, pero no lo demostré porque no quería lastimar a nadie, usted sabe que no me gusta combatir en absoluto— confirmó la peliverde, no teniendo miedo de decir lo que pensaba. —Pero necesitaba ver mi verdadero poder y reencontrarme con mi hermano, por eso acepte el sacrificio— sabía que en ocasiones se debía ceder por una causa mayor, aunque ello le generase pesar en su corazón.

—Entiendo— asintió el pelinegro, no buscando hacer que ella cambiara de opinión pues sabía que no tendría caso, —y te felicito, Shun, tienes un Cosmos como no había visto antes— era su mejor pupila, y la mejor guerrera que había visto en su vida.

Desde el principio, la ternura y dulzura de Shun, que era una pacifista nata y entregada, había hecho enfurecer a Daidalos que solo buscaba que ella supiera protegerse a sí misma y defender aquello en lo que creía…mas, vez tras vez y batalla tras balla, Shun había preferido rendirse con el fin de no lastimar a otros, no se trataba de que ella no estuviera de acuerdo en la violencia—tenia a muchos alumnos que tampoco creían en ello y que sin embargo eran perfectamente capaces de pelear de ser necesario—, sino al hecho de que detestaba la guerra, el ataque y el daño que esto causaba, y sostenía una creencia propia de un día ya no sería necesario librar batallas. Sin embargo y durante el rito del Sacrificio, a imagen de la mítica princesa Andrómeda, Shun había sido atada con cadenas hasta que pudiera liberarse con la fuerza de su Cosmos, demostrando que por muy inocente que pareciera con solo diecisiete años—la menor de sus estudiantes y la más prometedora—, tenía un enorme poder en su interior y que simplemente no quería emplear para dañar a otros, aunque ello involucrara no defenderse, y Daidalos respetaba eso. Pero, pensando en las reglas vigentes entre los Caballeros a servicio de Athena y aunque no estuviera de acuerdo, Daidalos reveló su mano derecha que había mantenido oculta tras su espalda y en que sostenía una máscara de un material similar a una aleación entre la porcelana y el metal, destinada a cubrir el rostro de Shun, pues según la ley del Santuario en Grecia, las amazonas debían cubrirse el rostro para ser consideradas iguales a los hombres.

—Antes de que te marches, Shun, debo recordarte que la ley del Santuario establece que cada amazona debe llevar una máscara para estar al mismo nivel que cualquier hombre— determinó Daidalos con gran seriedad. —Tú no estás exenta de la ley y debes recordar lo que un caballero femenino ha de hacer si elige no llevar mascara por alguna razón— aunque le disgustara personalmente, la ley era la ley y debía respetarse.

—Lo sé, pero yo seré la primera mujer caballero en romper con esa ley, porque quien la creó, pensó que la guerra puede traer paz; pero yo creo que el amor es lo único que puede salvar al mundo— difirió Shun, imponiendo su opinión y criterio. —Maestro, agradezco sus enseñanzas con todo mi corazón, pero desde hoy forjare mi destino, sola— lo había decidido desde hace mucho tiempo.

Las reglas del Santuario estipulaban que una mujer debía cubrir su rostro para ser considerada igual a un hombre, y que de no cubrir su rostro o dejarlo expuesto frente a uno, debía matar a este o amarlo, pero Shun había desestimado aquella norma o ley desde el principio, porque no creía en la necesidad de matar, porque ya amaba al mundo y porque creía que el principio del amor seria lo que marcara la diferencia, por lo que se mostró inamovible y no recibió la máscara que su Maestro le ofreció. Cuando había llegado a la isla Andrómeda hace nueve años, siendo encima de todo la menor de los huérfanos o refugiados de la Fundación Graad, Shun había temido no sobrevivir al entrenamiento y no poder volver a ver ni a su hermano ni a su padre, pero cada vez en que había estado a punto de rendirse, había sentido una fuerza, una guía, una voz…algo diciéndole que siguiera adelante, que su creencia era la correcta; quizás era su sangre guerrera; su fallecida madre había sido la Amazona de Plata Michelle de Casiopea, su padre era un Caballero Dorado como lo había sido su fallecido abuelo, por sus venas corría un linaje que había protegido la paz y a Athena, y aunque no estuviera en sus principios dar su beneplácito en un conflicto, Shun sabía que su vida iba por un destino más grande de aquello que ella deseara para sí. Inclinando una última vez y de modo respetuoso la cabeza ante su Maestro, Shun recogió su mochila con sus pertenencias del suelo y le dio la espalda para comenzar su viaje, esperando por fin poder volver a ver a su hermano…


Japón/Una Semana Después

El lugar en que se celebraría el Torneo Galáctico era una recreación del famoso Coliseo Romano, pero con todas las instalaciones modernas que fueran precisas para la comodidad de los espectadores y asistentes, así como para televisar los combates que tendrían lugar a todo el mundo y estar a la altura de las expectativas que el público ya se había hecho por toda la promoción alrededor del evento. Con gran parte de los contendientes a enfrentarse en el Torneo Galáctico ya presentes para la fecha prevista, no hubo contratiempos o problemas para que comenzasen los combates, estando acordado celebrar uno por semana, inicialmente para tantear las aguas y estudiar la aprobación que los espectadores darían al evento—que permitirían que este continuase desarrollándose—, estando todos los participantes presentes y vistiendo sus respectivas armaduras, tanto para ser vistos que era el punto del Torneo, como en caso de que hubiera algún problema y debieran suplir a un compañero Caballero en uno de los combates. Los elegidos para el primer combate eran los Caballeros de Bronce Jabu de Unicornio y Ban de León Menor, que no tuvieron problema en subir al cuadrilátero donde comenzaron su enfrentamiento, observados atentamente por sus compañeros Caballeros y que se dedicaron a analizar cada movimiento que veían,, estudiando a sus posibles rivales; las batallas ya estaban planeadas, pero sería tonto de su parte no prever que algo cambiara de ser necesario, y esa fue la estrategia del Caballero de Dragón que cruzó ambos brazos sobre su pecho.

—Reconócelo, Shun, no quieres estar aquí— comentó Shiryu observando a la peliverde por el rabillo del ojo.

—Es verdad, si por mí fuera estaría muy lejos— asintió la Andrómeda bajando la mirada con un deje de vergüenza, —pero debo hacer esto— así volvería a ver a su hermano.

—Todos tenemos nuestros propios motivos para estar aquí— asintió el Dragón, comprendiéndola a la perfección.

El centro de todas las miradas eran las anfitrionas a la vez que patrocinadoras principales del Torneo; las señoritas Saori e Hilda, que ocupaban un lugar de honor en un palco privado y custodiadas por Tatsumi y cierta persona en especial; ya que el Torneo implicaba vincularse estrechamente a la mitología griega y los orígenes de los Caballeros, en nada extrañaba el austero a la par que elegante vestido de Saori, hecho de seda y gasa blanca, de escote inclinado que dejaba completamente expuesto uno de sus brazos mientras que el otro brazo era cubierto por una manga acampanada que se abría desde el hombro, falda holgada y con un corte al costado izquierdo, perfectamente entallado a su figura por un cinturón de tipo fajín hecho de escamas de oro que resaltaba su figura y asemejaba a una armadura, como el collar alrededor de su cuello, el brazalete en su brazo derecho y la diadema de escamas y perlas que adornaba el costado derecho de sus largos rizos violeta, y tacones dorados. Sentada en el escaño contiguo se hallaba su hermana Hilda, ataviada en un holgado vestido de seda y gasa celeste que dejaba expuestos su hombros, de mangas acampanadas que se abrían a la altura de los codos y falda holgada, con un caderin de cuentas doradas enmarcando su estrecha cintura como la coraza de escamas de oro que envolvía su busto y formaba delicados tirantes sobre sus hombros a juego con los brazaletes de oro en ambas muñecas y la diadema de hilo de oro sobre su frente en que brillaba un rubí, con su largo cabello celeste nevado cayendo tras su espalda.

—Se desempeñan magníficamente, tienen al público encantado— apreció Hilda con una sonrisa de evidente satisfacción.

—Hiciste un espléndido trabajo, Aioros, de no ser por tus enseñanzas ellos no se habrían convertido en Caballeros— elogió Saori volviendo su mirada, especialmente afectuosa, hacia su guardián y leal protector.

—Es demasiado el mérito que se me da, ellos lo hicieron por su cuenta— desestimó el Caballero de Sagitario, conmovido por el afecto y confianza de la señorita Saori.

Luciendo menor de lo que era debido a su presencia carismática y dulce, Aioros de Sagitario era ya un hombre curtido y experimentado en batalla, con ya cuarenta años, alto y de contextura musculosa, de rebelde y corto cabello rubio castaño y ojos color jade, sabiendo como vestir formal en aquella situación aunque le incomodara la corbata y que soltó ligeramente cuando nadie lo veía…había abandonado toda su vida anterior en el Santuario al momento de huir con la pequeña bebé Athena, la ahora señorita Saori; su esposa y Amazona de Plata Ariadna de Corona Real había sido acusada de traición y ejecutada sin que él pudiera hacer nada al respecto, su hija Seika había permanecido en el Santuario tras enterarse de que Seiya—su hermano menor—habría de ser enviado a un campo de entrenamiento, deseando ser ese enlace o vinculo que lo mantuviera a salvo, y eso mantenía ligeramente más tranquilo a Aioros quien no había visto a su hijo desde hacía ya nueve años. Seiya, regresa pronto con la armadura de Pegaso, debes volver lo antes posible, oró Aioros en silencio, volviendo su mirada hacia el cuadrilátero o pódium de enfrentamientos para observar a Jabu y Ban; el precio a pagar había sido grande, pero pese al dolor que ello le provocaba, Aioros volvería a vivirlo las veces que fuera necesario para asegurar la protección de Athena en quien creía con todo su corazón y aún más por la paz del mundo, y sabía que en un momento futuro sus hijos Seika y Seiya también lo entenderían…esperaba poder hacérselos ver cuando ellos regresaran.

—¡El combate ha terminado!, ¡El caballero de León ha sido vencido, Jabu el Caballero del Unicornio ha calificado para la siguiente ronda!— proclamó el narrador a cargo del evento.

Por supuesto que la inmediata reacción de todos los presentes, que habían estado admirando los combates con gran atención—tomando bandos, haciendo teorías o hasta quizás apostando entre si—, no fue otra que levantarse de sus respectivos lugares, aplaudiendo efusivamente y gritando los nombres de ambos contendientes, celebrando su desempeño sin importar que uno de ellos hubiera perdido, ya poder presenciar un espectáculo semejante era todo un honor para ellos, un honor que no tenía comparación alguna con nada que hubieran visto antes. Disfrutando de los aplausos y toda la atención que recibía como el vencedor, Jabu se permitió sentirse arrogante por ello; joven, de altura promedio en relación con sus compañeros, de tez ligeramente bronceada, cabello rubio oscuro y ojos verdes, volviéndose hacia el palco donde se hallaban las señoritas Hilda y Saori a quienes reverenció respetuosamente antes de proceder a bajar del cuadrilátero. Apretando ambas manos sobre el apoyabrazos de su "trono"—por decirlo de cierta forma—, Saori no pudo evitar intercambiar una disimulada mirada nerviosa con su hermana Hilda, en el fondo sabía que era correcto exponer la existencia de los Caballeros y que había sido se secreta para el mundo humano en general, ello haría que el Santuario actuase y una vez sucediera eso, ambas podían exponer su caso como las diosas legitimas que eran, pero Saori por su parte temía que ello provocara un gran derramamiento de sangre, que era lo que menos quería en el mundo, ni como humana ni como diosa.

Mas, de cualquier forma, los dados ya habían sido lanzados.


Atenas, Grecia

En un coliseo semejante a aquel en que se enfrentaban los Caballeros de Bronce en Japón, un futuro Caballero de Pegaso libraba su propia batalla en presencia de sus compañeros aspirantes o Caballeros de diferentes rangos u ordenes, gozando además de la presencia del Patriarca o líder del Santuario, y que habría de decidir si merecía portar la Armadura de Pegaso una vez terminara el enfrentamiento, observando al joven de dieciocho años y que evadía velozmente los golpes y ataques de su rival, Cassios, estudiándolo en silencio antes de golpearlo con el poder de su Cosmos. Luego de nueve años de entrenamiento y continuos enfrentamientos contra otros candidatos mayores o más poderosos que él, Seiya podía decirse victorioso, observando a Cassios quien se encontraba absolutamente noqueado por la fuerza de su ataque, haciendo que Seiya esbozara una sonrisa; había tenido todo en contra desde el principio, Cassios era más grande, mayor y fuerte que él en el sentido físico, sin embargo, Seiya había confiado en su Cosmos, en las enseñanzas de su Maestra y por encima de todo no se había rendido sin importar lo que predijeran las circunstancias, porque no rendirse era su mayor creencia desde su más temprana infancia. Seiya era relativamente bajo, de piel bronceada, corto y erizado cabello castaño, ojos color café y vestía un común traje de entrenamiento griego color beige grisáceo, desgasto por el uso, con una hombrera y corta coraza de armadura cubriendo su torso a imagen del guantelete en su mano izquierda, y usaba botas de entrenamiento.

—Has probado ser digno, Seiya, y Athena te ha reconocido como caballero de bronce— proclamó el Patriarca, irguiéndose y volviéndose el centro de atención de todos. —Una advertencia, Seiya— inició bajando los escalones hasta detenerse frente al joven pelicastaño. —Desde siempre los Caballeros han protegido a Athena y combatido por la justicia; la sagrada armadura no ha de ser llevada más que al servicio de la justicia y nunca por motivaciones personales— ese era el principio de todo Caballero y Seiya debía tenerlo claro. —Nunca lo olvides, Seiya— instó, confiando en su compromiso para con Athena.

Siempre era agradable ver a un joven tan fuerte y comprometido con la diosa Athena, y el Patriarca le dio su bendición para aventurarse al camino que le correspondía a Seiya como el ahora Caballero de Bronce de Pegaso. El Patriarca era, como siempre, una figura tanto misteriosa como lejana y digna de respeto con su sola presencia, vestía una larga y holgada túnica que lo hacía parecer más alto de lo que ya era—Seiya siempre se sentía cucaracha a su lado ante su baja estatura, y el Patriarca debía medir casi dos metros—, color blanco con detalles dorados en la estola que pendía de sus hombros hasta la mitad del torso y a juego con un rosario de cuentas carmesí, esmeralda y dorado, su rostro siempre se encontraba cubierto por una máscara semejante a la de los Caballeros Femeninos ya que no expresaba rasgos de ningún género y era de color azul oscuro, y sobre la cabeza llevaba un casco dorado, que replicaba en su cima a un búho; el animal que representaba a la diosa Athena. En palabras de su Maestra Marín—quien lo observaba sentada sobre las gradas—, el Patriarca era una figura en la que no debería confiar pese a lo que aparentaba, era un padre para todos en el Santuario, pero ella le había insistido desde el principio que no confiase en él y, aunque Seiya no era bueno siguiendo las reglas, había respetado eso, pero en ese momento el pelicastaño bajo respetuosamente la cabeza ante quien era la mayor autoridad del Santuario. Tenía a su hermana consigo, ella lo había entrenado todos esos años, pero ahora y por fin volvería a Oriente, volvería a ver a su padre…


—Marín, no me asustes así— regañó Seiya pudiendo sentir su presencia a su espalda, soltando el dije de la armadura que representaba un Pegaso en su collar y que él había estado observando muy detenidamente.

—Solo puedes recurrir a la armadura si es indispensable o estas en peligro— recordó Marín tras terminar de ayudarlo a empacar y colgando su morral sobre su hombro, —aunque entiendo lo que sientes— agregó sonriendo bajo su mascara, eso indico su voz.

—¿Entiendes?— repitió el pelicastaño riendo por lo bajo y no sabiendo si creerle o no.

—Vamos, no tenemos mucho tiempo— instó la pelicastaña, dirigiendo sus pasos hacia la puerta y sabiendo que él la seguiría.

Cuando Seiya había sido un bebé, su hermana había huido del Santuario con él para protegerlo luego de la arbitraria ejecución de su madre, acusada de traición, lo había llevado a la Fundación Graad donde habían pasado varios años juntos, pero luego había tomado la decisión de volver al Santuario al saber que él se convertiría en Caballero, infiltrándose con el nuevo nombre de Marín y cimentando todo para ser su Maestra desde su llegada al Santuario a los nueve años, y ahora era su deber sacarlo de ahí para que siguiera cumpliendo su destino y escapara del peligro que implicaba el Santuario, corriendo velozmente tras salir de la cabaña y escuchándolo tras ella. De veintiún años—tres más que su hermano menor—, Marín aparentaba ser una mujer muy atractiva y curvilínea según denotaba su ropa de entrenamiento, con el cabello color castaño rojizo como el de su fallecida madre y largo hasta los hombros, teniendo su rostro cubierto por una máscara como hacían todos los Caballeros Femeninos; corriendo tras ella, su hermano Seiya vestía una camiseta roja de mangas recogidas, jeans azul claro y zapatillas blancas, además de un juego de bandas de tela roja en sus muñecas y en su brazo izquierdo, cargando un morral en la espalda con las pocas pertenencias que tenía y unas cuantas de su hermana—que había guardado mientras ella estaba distraída—, sabiendo que ella no elegiría acompañarlo, pero él insistía en ello, casi tropezando en su camino y deteniéndose para recuperar el aliento antes de volver a seguir rápidamente a su hermana.

—Espera, Marín— jadeó Seiya al ser finalmente capaz de alcanzarla, y apenas. —¿En verdad es necesario escapar?— preguntó, considerando que ella era demasiado recelosa.

—Puedes estar muerto mañana, tienes que volver a Japón— insistió Marín deteniéndose brevemente para permitirle recuperar el aliento.

—No sin ti— protestó el Pegaso observándola fijamente y negándose a oír sus replicas.

—Seiya…— intentó contrariar la Águila, ya que su deber era salvarlo, no complicar aún más las cosas siguiéndolo a Oriente.

—No voy a dejarte, eres mi hermana— insistió el pelicastaño, cansado de que su familia estuviera dividida.

—Así que hermanos, ¿eh?— comentó una tercera voz, intrigada por esta información.

La Amazona de Plata Shaina de Ofiuco descendió desde lo alto de uno de los acantilados en ese momento, era la Maestra de Cassios y una de los Caballeros Femeninos más prometedores del Santuario, de cabello verde claro que caía sobre sus hombros, con su rostro cubierto por una máscara y ataviada en su armadura de Plata sobre su ropa de entrenamiento; la armadura era de color morado, con una coraza que cubría el pecho y cintura, hombreras, una protección en la zona pélvica en forma de serpiente y que continuaba en sus piernas y brazos a imagen de la diadema sobre su cabeza...esa mujer si era aterradora y tenía algo contra Seiya. Las reglas entre los Caballeros de Athena al momento de combatir eran claras; debían ser iguales y civilizados en todos los aspectos para honrar a su diosa de la Guerra Justa, por lo que Seiya canalizó su Cosmos hacia el dije del collar alrededor de su cuello, haciendo reaccionar su armadura que surgió de este y se desplegó para cubrir su cuerpo; era de un tono similar al plateado, cubriéndole las manos, los brazos, el torso, la pelvis formando un faldón y continuaba protegiendo sus piernas, así como su cabeza a través del casco que emulaba la cabeza de un Pegaso. Sonriendo secamente ante el desafío, Shaina no dudo en arrojarse velozmente hacia Seiya, concentrando su Cosmos para atacar, así como para defenderse del principiante Caballero de Bronce, evadiéndolo sin mucho esfuerzo—un Caballero de Plata siempre estaría por encima de un Caballero de Bronce—, envolviendo su estrategia alrededor de él como una cobra asechando a su presa, y que era precisamente su constelación guardiana.

—¡Dame tu fuerza, Pegaso!— gritó Seiya, atacando a su oponente con una ráfaga de meteoros.

—¡Garra de Trueno!— correspondió Shaina con su ataque, enviando al Caballero de Pegaso al aire con un solo golpe. —No tienes nada que hacer, adivino todos tus golpes de antemano, soy mucho más rápida que tú— desestimó con su característica arrogancia.

Puede que en apariencia se encontrase derrotado, pero lejos de ver ese ataque como una agresión, Seiya se dejó mover por este y su deseo de vencer para volver a ver a su padre, para ser libre junto a su hermana, apoyando sus pies en la roca solida contra la que fue enviado y ejecutando un nuevo meteoro de Pegaso, solo que en picada hacia Shaina, evadiendo cualquier trayectoria de ataque que esta pretendiera dirigirle, teniendo que ser certero y sabiendo como serlo, sonriendo ladinamente al anticipar su victoria. Es más rápido que el trueno, no lo veo…nada más procesar ese pensamiento, Shaina sintió el golpe impactar sobre ella, pero no de manera letal sino de una forma muchísimo más deshonrosa para ella, resquebrajando su mascara y exponiendo su rostro, el mayor deshonor que podía existir para un Caballero Femenino; Shaina era conocida por ser una mujer muy temperamental, de carácter fuerte, incluso insolente, agresiva en combate y fuera de este, lo que hacía que todos sus compañeros en el Santuario la respetasen…pero su rostro era lo opuesto, delicado y poblado por una expresión de sorpresa, de gatunos ojos color jade, pestañas largas y rasgos muy delicados, suaves y apacibles, que sorprendieron a Seiya cuando aterrizó y volteó a verla, mas el Caballero de Pegaso pronto salió de su sorpresa, esbozando una seca sonrisa ligeramente petulante ante el triunfo obtenido, frente un Caballero de Plata nada más y por lo que lentamente se acercó a Shaina para pasar junto a ella, no teniendo más nada que hacer en ese lugar.

—Vaya, con la máscara eres el diablo, y en persona…no lo pareces— comentó Seiya inevitablemente, debiendo reconocer interiormente que era muy bella.

—Seiya— llamó Shaina justo antes de que él pasara a su lado, —la próxima vez que nos encontremos te combatiré sin tregua, deberás pelear con toda tu alma— aseguró apretando disimuladamente los puños, prometiéndose vencer en su próximo combate.

—Espero que ese momento no llegue nunca— contestó el Caballero de Pegaso, no deseando llegar a ningún extremo, de llegar el momento.

Shaina no sabía si Seiya era muy ingenuo o muy despistado, pero en ese momento pareció olvidar la regla de los caballeros Femeninos y según la que una amazona debía matar a aquel hombre que viese su rostro, o amarlo de otro modo, y sin duda Shaina no iba a considerar la segunda opción, por lo que en su mente solo hubo un camino que seguir a futuro, observando la partida del Caballero Bronce y negándose a voltear hasta que este desapareciera en verdad. Aunque entre Caballeros debieran verse como iguales todo el tiempo ya sea que fueran hombres o mujeres, Seiya siempre había tenido en alta estima un código de honor; no lastimar a niños o a alguien extremadamente menor que él, no lastimar a indefensos o enemigos que ya no pudieran seguir peleando, y por supuesto no lastimar a mujeres, y por muy dura que fuera Shaina, era una mujer y por lo que interiormente Seiya se prometió evitar cualquier confrontación futura con ella, sin importar la causa o contexto. Volviendo a sonreír, Seiya se acercó a su hermana Marín, sosteniendo las manos de ella entre las suyas mientras concentraba su Cosmos para hacer que su armadura se replegara y volverá al medallón alrededor de su cuello, pidiéndole en silencio que aceptara acompañarlo, pues no deseaba realizar ese viaje solo, y la respuesta llegó cuando Marín estrechó su mano contra la suya, indicándole que continuasen, Seiya teniendo ánimos renovados mientras recogía su morral del suelo y lo colgaba sobre su hombro, caminando a la par que su hermana y abandonando el Santuario…

Esos eran sus primeros pasos.


PD: Saludos queridos y queridas, prometí que iniciaría una nueva historia esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Para aquellos que sigan mis demás historias, las próximas actualizaciones serán "A Través de las Estrellas", luego "La Reina Olvidada" que estará finalizando y por último "Kóraka: El Desafío de Eros" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (por apoyarme y ser mi editora personal, no sé que seria de mi sin ella y por lo que le dedico esta historia como todas aquellas desde que somos amigas), así como a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos y hasta la próxima.

-Saori Kido/Athena (18 años) -Hilda de Polaris/Selene (28 años) -Shiryu de Dragón (18 años)

-Jabu de Unicornio (18 años) -Ban de León Menor (20 años) -Shun de Andrómeda (17 años)

-Seiya de Pegaso (18 años) -Marín de Águila/Seika (21 años) -Aioros de Sagitario (40 años)

-Daidalos de Cefeo (30 años) -Dohko de Libra (aparenta 40 años/261 años)

Nueva Historia, Orígenes & Vestuario: Si bien esta historia surge de la obra original de Masami Kurumada, toda la trama es de mi autoría, junto con los cambios, ya que comencé a escribirla desde los seis años y por las primeras impresiones que me dio Saint Seiya, escribiendo básicamente una historia paralela en mi mente desde el principio y que no tiene por qué respetar linealmente lo que vimos originalmente. El mayor cambio es que en este fic Seiya no es el protagonista sino Shiryu, quien era mi personaje favorito entre los Caballeros de Bronce; y en el caso de Seiya, hago que este sea hijo de Aioros y que su Maestra Marín sea realmente hermana Seika como creí que ocurriría en la trama original. Lo que más cambio es la edad de los personajes, sus orígenes—menciono que algunos descienden de Caballeros Dorados vivos en el Santuario o que son alumnos directos de estos—y quizás el caso más polémico es el género de Shun, a quien no convierto en mujer, sino que lo reemplazo por un personaje diferente que comencé a escribir junto con esta historia, pensando en que este fuera mujer y que representara valores con los que yo crecí y que si provienen del personaje original de Masami Kurumada. Quizás menos importante es el vestuario de los personajes y que elegí respetar en el caso de Shiryu, Seiya, pero cambiando el de Shun ya que es un personaje femenino, pero no en extremo; en el caso de Saori, me base en el vestuario del personaje de Sienna en "Knights of the Zodiac" y para el de Hilda tome inspiración de oriente y más centralmente Marruecos y Egipto, ya más adelante entenderán porqué.

También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul") :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3