Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!

Gracias a mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y a Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


Nota de la traductora: Recuerden que esta historia es clasificación M porque trata temas adultos.

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Capítulo 2: Edward

Sábado, 4 de agosto

Los Ángeles, California

—Vamos hombre. Estás a punto de irte a Londres durante dos meses. Ven con nosotros—. Emmett era increíblemente persistente. Suspiré y lo fulminé con la mirada.

—Odio salir donde la gente pueda reconocerme—dije cansado. Emmett puso los ojos en blanco.

—¿Qué, solo sales de fiesta en la Antártida?—, espetó. Hice una mueca y Emmett se rio de mí. —Vamos, hombre. Rose se ha estado quejando de que te ha echado de menos. Lleva meses detrás de mí—, se quejó. Me reí.

Hacía años que conocía a Emmett y a su esposa. Emmett había sido coordinador de dobles de acción en una de mis películas al principio de mi carrera. Había sido increíble trabajar con él y, siempre que podía, buscaba la oportunidad de hacerlo. Su esposa, Rosalie, acababa de iniciar una exitosa carrera musical y recién regresaba de una gira por Europa. Hacía meses que no había podido verlos a los dos y, aunque no estaba precisamente emocionado por ir a discotecas, echaba de menos a mis amigos.

Suspirando dramáticamente, concedí. —Bien.

Emmett soltó un grito emocionado. —¡Vamos a emborracharte esta noche!— cacareó. Lo fulminé con la mirada.

—¿Por qué? — pregunté, sólo un poco divertido.

—Hombre, estás soltero. Eso es lo que haces cuando estás soltero. Salir de bares, emborracharte y encontrar una hermosa chica para pasar la noche. Yo ya no puedo hacerlo, así que tienes que hacerlo tú— exigió Emmett. Lo miré incrédulo.

—Te das cuenta de que la mayoría de las mujeres que quieren acostarse conmigo quieren intentar atraparme, ¿verdad?—pregunté. Emmett asintió y soltó una risita.

—Sí, ya lo sé. Pero Rosie y yo estaremos allí para hacer de pantalla. No te preocupes Ed, te encontraremos un buen pedazo de culo—. Asintió, con la decisión tomada mientras sacaba el teléfono celular del bolsillo. —Voy a llamar a Rosie antes de que cambies de opinión—. Anunció. Me senté de nuevo contra mi sofá y suspiré.

Parecía que iba a salir esta noche.

~Home~

El club vibraba cuando llegamos. Llevaba una gorra y gafas oscuras, no quería que me acosaran, pero la gente me reconoció. Nos dejaron entrar enseguida y nos llevaron a la sección VIP. Era más tranquilo aquí arriba, pero seguía bastante lleno.

—¡Em, trae las bebidas!— gritó Rose, que asintió con la cabeza y se dirigió a la barra. Rose enganchó su brazo con el mío y se abrió paso a codazos hasta una mesa amurallada en la esquina. Nos sentamos y me sonrió.

—Me alegro mucho de que hayas venido con nosotros—. exclamó entusiasmada mientras nos sentábamos. Le sonreí.

—Sí, yo también. Te he echado de menos—. le dije con sinceridad. Sonrió. Era jodidamente impresionante, cabello largo, ojos de zafiro y una sonrisa que rezumaba sexo. Sin embargo, lo que realmente la hacía hermosa era la increíble persona que había detrás de todo ese aspecto. Era feroz, leal y sincera. Consideraba tanto a Em como a Rose dos de mis mejores amigos.

—También te he echado de menos—. Me sujetó la mano y me sonrió. Le devolví la sonrisa. —Em mencionó que te iba a dar algo de acción—. Su sonrisa se volvió peligrosa mientras miraba a todos en el bar. —No te preocupes, Ed. Te encontraremos una buena.

Me reí de ella y se limitó a dedicarme una sonrisa deslumbrante. Emmett volvió con bebidas para nosotros y me deslizó una cerveza. La tomé agradecido.

Nos sentamos a charlar un rato. Rose me puso al día sobre su música, insistiendo en que tenía que ayudarla en algunos temas de su próximo álbum. Aunque mi música era sobre todo un pasatiempo privado para mí, le prometí que la ayudaría. Rose y Em me habían ayudado con mi carrera más veces de las que podía contar, era lo menos que podía hacer por mis amigos.

Hubo algunas personas que se me acercaron para pedirme fotos o autógrafos, pero afortunadamente la mayoría nos dejó en paz. De vez en cuando se acercaban a la cabina, Rose trataba a los fans con firmeza, aunque no sin su gracia habitual. Firmó autógrafos y se hizo fotos, y luego se despidió cortésmente de la gente, dejándonos en relativa intimidad.

—¡Edward!— Una ligera voz tintineante gritó mi nombre y levanté la vista, cauteloso. Un pequeño duendecillo se acercaba bailando a nuestra mesa. Sonreí a Alice, realmente feliz de verla.

—¡Alice!— dije poniéndome en pie. Alice había sido la diseñadora de vestuario de varias de las películas en las que trabajé. Era, con diferencia, mi diseñadora favorita. Había sido divertida y enérgica y sabía que era sólo cuestión de tiempo que recibiera un Oscar por su increíble trabajo. Se inclinó para besarme las mejillas y luego se volvió hacia Em y Rose, ofreciéndoles el mismo saludo.

—¿Qué hacen?— Preguntó contenta.

—Sacando a este para que socialice—. Em me señaló con su cerveza y Alice soltó una risita.

—Suena divertido. Quiero que conozcan a alguien—. Se dio la vuelta para mirar detrás de ella y luego frunció el ceño. Sus ojos barrieron el bar cuando una voz elevada llegó a nuestros oídos.

—¡Quítame las manos de encima!— Una mujer gritó. —Que seas rico no significa que puedas manosear cualquier culo que quieras.

Alice suspiró y nos miró.

—Bella—. Dijo mientras una mujer morena salía de entre la pequeña multitud que se había reunido. Llevaba un vestidito negro y unos tacones que me hicieron enarcar las cejas y otras partes de mi anatomía.

—¿Has visto a ese pedazo de mierda?— La mujer, Bella, le preguntó a Alice mientras se acercaba a nosotros. —El cabrón se cree que puede tocarme el culo al pasar. Ni siquiera intentó invitarme a una copa primero como un pervertido educado—. Refunfuñó. Todos nos reímos y ella se volvió para mirarnos. Sus ojos recorrieron a Em y Rose y les sonrió. —Bella. —Les ofreció la mano y se presentaron. Les sonrió antes de volverse hacia mí. Sus ojos eran marrones, pero se volvieron casi negros de excitación cuando me miró. Mierda, era preciosa. —Hola. Murmuró seductoramente. Me tendió la mano para que la estrechara. La cogí inmediatamente.

—Hola— le contesté. Me sonrió como una esfinge.

—¿Así que son amigos de Alice?— preguntó. Todos asentimos y Em señaló dos sillas en nuestra mesa.

—Siéntense con nosotros un rato—. Ofreció. Alice y Bella se sentaron inmediatamente.

—¿Y de qué conoces a Alice?— Rose le preguntó a Bella. La castaña sonrió.

—Conocí a Alice el año pasado—. Dijo mirando al duendecillo. Alice le sonrió. —Nos conocimos en París. Pensé que podría ir de fiesta, pero esta—, señaló a Alice y se rio. —Fue épica. Una semana de locura sin parar. Acabamos en un yate de lujo en el Mediterráneo con un príncipe europeo. Nunca he conocido a nadie que me igualara en espontaneidad—, bromeó. Alice sonrió.

—¿Bromeas? Nos incitábamos mutuamente. Una sugería algo y la otra lo potenciaba. Fue una locura—, exclamó Alice. Todos nos reímos.

—Hombre, parece que lo pasaron bien—. Em estuvo de acuerdo.

—Así fue. En fin, estaba en Washington cuando llamé a Alice. Y unas horas después aquí estoy—. Bella se encogió de hombros.

—¿Cuánto tiempo te quedarás?— preguntó Rose.

Bella miró a Alice y ambas se encogieron de hombros. —Supongo que hasta que cambie el viento.

Me quedé mirando a Bella, atónito. Tenía el tipo de confianza relajada con la que yo actuaba a menudo. Me intrigó al instante.

—¿Eres de Washington?— preguntó Em. Ella lo miró.

—Sí, crecí allá y técnicamente mi correo todavía se entrega ahí, pero no he vivido en ningún sitio en los últimos seis años más o menos.

—¿A qué te dedicas?— le pregunté. Me miró fijamente y tragué saliva. Maldita sea, era preciosa.

—Soy escritora de viajes—. Dio un sorbo a la cerveza que tenía en las manos. —He pasado los últimos seis años recorriendo el mundo.

—Estoy tan celoso de eso—, dijo Em.

—¿Cierto?— Alice suspiró. —Es decir, pensaba que todos viajábamos mucho por trabajo y esas cosas, pero Bella ha estado en todas partes. Deberías oír algunas de sus historias.

Bella sonrió y dio un sorbo a su bebida, indiferente.

—Es increíble. Em y yo estamos pensando en irnos pronto de vacaciones. ¿Tal vez puedas aconsejarme? —preguntó Rose, echándose hacia atrás y apoyando una mano en el hombro de Emmett. Él se inclinó y la besó, haciéndola sonreír.

Bella asintió. —Cuando quieras. Te daré mi número.

Nos sentamos a hablar un rato, y Alice empezó a hablar con Rose y Em sobre su último proyecto. Bella se volvió hacia mí.

—Así que no recuerdo tu nombre—. Dijo Bella mirándome. Me moví inseguro. ¿Me estaba tomando el pelo?

—Eh, soy Edward—. Dije en voz baja. Ella asintió.

—Baila conmigo Edward—. Dijo poniéndose de pie. Cuando se puso de pie, sus putas piernas impresionantes estaban en plena exhibición delante de mí y tragué grueso.

—De acuerdo—murmuré. Sonrió y tiró de mi mano para que me pusiera de pie. Me sacó de la sala VIP y me llevó a la abarrotada pista de baile. La gente empezó a cuchichear a nuestro paso y traté de ignorarlos. Bella tiró de mí hacia el centro de la pista y me rodeó el cuello con un brazo, acercándose más a mí. Inmediatamente, mis manos subieron para rodearla. Encajaba perfectamente contra mí.

—¿Por qué estás tan tieso?— Preguntó, y yo no estaba seguro de si se refería a la erección que había tenido nada más verla o a mi postura.

—Eh—, balbuceé un momento y ella soltó una risita.

—Suéltate Edward—. Murmuró contra mi oído. Mierda. Esperaba de verdad que no fuera una fan acosadora loca, porque la deseaba de verdad, mierda. Más de lo que nunca había deseado a nadie.

Bailamos entonces, y pude dejarme llevar y bailar con ella como nunca había podido hacerlo con nadie más.

Después de que la quinta chica intentara meterme mano, Bella se hartó y nos arrastró de vuelta a la sección VIP. —¿Qué pasa con las mujeres en esta ciudad?— Gruñó mientras caminábamos. —¿No pueden mantener las manos quietas?

Sonreí ante su indignación indigente.

—Odio admitirlo Bella, pero este tipo de cosas me pasan a menudo.

Me miró con curiosidad.

—¿Eres famoso o algo así?— Preguntó finalmente. Su pregunta me confundió.

—Uh, sí en realidad.— Dije lentamente. Se detuvo y me miró fijamente.

—¿Qué? — preguntó. —Solo bromeaba.

Me encogí de hombros.

—Bueno, pero soy famoso—. La miré fijamente. —¿No sabes quién soy?— Me costaba creerlo, sólo porque la mayoría de la gente sabía exactamente quién era y se cansaba de utilizarme por ello.

—Edward, he pasado los últimos nueve meses de mochilera por Asia. No sé nada de lo que ha estado pasando en el mundo de la cultura pop.

La miré fijamente, intentando averiguar si decía la verdad o no. Puso los ojos en blanco y siguió caminando sin mí. Me apresuré a alcanzarla.

—Lo siento. — Susurré. —Es que no estoy acostumbrado a que la gente no intente utilizarme por lo que soy.

Me miró. —No tengo ni idea de quién eres—. Dijo encogiéndose de hombros. —Y la única forma en que me gustaría usarte es físicamente—. Sonrió como un maldito gato de Cheshire y gemí.

Jesús, era peligrosa. Sonrió ante el evidente silencio en el que me había dejado y regresó a nuestro reservado. Respiré hondo un par de veces antes de seguirla. Había una nueva ronda de bebidas en la mesa, cogí una cerveza y le di un largo trago.

Bella soltó una risita.

Dejé la cerveza delante de mí y solté una risa temblorosa. Hacía mucho tiempo que una mujer no despertaba mi interés, y todavía más desde que alguien me haya dejado tan boquiabierto como Bella. Yo era una maldita celebridad de la lista A(1), y muy pocas cosas ponían en peligro mi confianza.

Em, Rose y Alice se levantaron para ir a bailar y Bella aprovechó la oportunidad para deslizarse en la cabina junto a mí. Yo no me moví y ella acabó prácticamente en mi regazo. Mierda, qué bien olía. Como a fresas bañadas en chocolate.

—Háblame de ti, famoso Edward. —Su voz era un ronroneo bajo y seductor, y estaba lo bastante cerca como para sentir cómo me afectaba su presencia.

—¿Qué quieres saber?— Pregunté, y mi propia voz era baja y ronca. Vi cómo la recorría un escalofrío, e inmediatamente mis ojos se centraron en sus pezones que se fruncían bajo el vestido. Al menos este deseo era una calle de doble sentido. Sus ojos se oscurecieron.

—Algo que nadie sepa—. Susurró. Se llevó la bebida a la boca y observé cómo sus labios envolvían la botella. Mi mente se quedó en blanco.

—Yo…—, ¿se me quebró la voz? ¿Tenía dieciséis años?

Bella sonrió, dejó la cerveza en el suelo y posó la mano en mi muslo. Tenía que hacer algo, recuperar una pizca de control o lo perdería, aquí y ahora.

Me aclaré la garganta y me obligué a calmar parte del deseo que me recorría. —Como tomates como si fueran manzanas.

La mano de Bella se congeló y me miró en un silencio atónito. Solté una carcajada y llevé la mano a su muslo, imitando los movimientos que ella acababa de hacer en mi pierna.

—Ahora te toca a ti.

Se le pusieron los ojos vidriosos y sonreí. Su respiración era cada vez más superficial y vi cómo movían sus caderas. —Creo—, hizo una pausa, cerró los ojos y sacudió la cabeza. Me miró. —Creo que deberíamos irnos de aquí.

Aunque había estado pensando lo mismo, me detuve, inseguro. Por mucho que me gustara, no sabía nada de Bella y desconfiaba de que me atrapara de alguna manera.

Bella leyó mi vacilación y me rodeó la muñeca con la mano. Me sorprendió subiendo mi mano por su muslo hasta que mis dedos rozaron sus bragas. Estaban empapadas.

—Me has hecho esto—, me dijo en voz baja. —Ahora, ¿vas a seguir, o voy a tener que encontrar a alguien que será mucho menos satisfactorio para terminar esto?

Mierda. Esta mujer no se parecía a nadie que hubiera conocido. Saqué mi teléfono y apenas le eché un vistazo para enviarle un mensaje a Em diciéndole que me iba.

—Vamos—, gruñí, poniéndome de pie. Ella sonrió y se puso de pie, asegurándose de que su cuerpo se deslizara a lo largo del mío. Casi se me ponen los ojos en blanco. La agarré por la cintura y la acerqué a mí. No podría decir si el errático golpeteo entre nosotros era la música o los latidos de nuestros corazones.

—¿Estás segura? —pregunté, necesitando una verificación antes de sacarla del club. Ella se deslizó arriba y abajo, gimiendo suavemente.

—Tómame ya.

Era todo lo que necesitaba oír.

~Home~

Nunca he sido un conductor paciente, y esta noche no era una maldita excepción. Bella prácticamente se retorcía en el asiento a mi lado mientras yo corría por Hollywood. Necesitábamos ir a algún sitio, a cualquier sitio. No me importaba dónde. —¿A dónde vamos?

Bella me miró. —No lo sé, esta es tu ciudad—. Señaló. Asentí con la cabeza.

—Mi casa está libre, pero está un poco lejos.

Bella gimoteó en su garganta y yo sonreí de acuerdo. —Creo que Alice vive cerca. Te quedas con ella, ¿verdad?

Bella asintió y tomé la siguiente curva a velocidad de vértigo. —¿Tienes llave?— le pregunté. Bella rebuscó en su pequeño bolso.

—Alice me dio una cuando me recogió en el aeropuerto—, dijo sacándola. Menos mal.

Corrí por las calles, intentando recordar la dirección de Alice. Había estado allí una vez para tomar unas copas antes de salir de fiesta, pero había pasado tiempo. Estaba a punto de preguntarle a Bella si conocía la dirección exacta de Alice cuando divisé su edificio. Aliviado, me detuve enfrente. Alice vivía en un lujoso complejo de apartamentos con servicio de parqueadores y porteros. Salté del coche, le di las llaves al parqueador y le dije a qué apartamento me dirigía. Asintió y me dio un ticket. Bella ya estaba fuera del coche, mirándome con hambre.

—Mierda, vamos—. Dije, agarrándola de la mano. Ella sonrió y se aferró a mi mano con fuerza. Nos dirigimos al interior y traté de ignorar a los empleados del vestíbulo que se fijaban en mí. Ni siquiera me importaba un carajo en ese momento, mi atención se centraba en la hermosa mujer que en ese momento me frotaba la pierna con nuestras manos unidas. Llegó el ascensor y subimos. Llegué a la planta de Alice y en cuanto se cerraron las puertas del ascensor, Bella estaba encima de mí, con sus largas piernas rodeándome la cintura. Gruñí por el impacto, pero sinceramente no podía importarme menos. Tenía sus labios calientes sobre los míos y gemí cuando por fin la probé. Sabía a cerveza y fresas. —Mierda—, siseé mientras sus caderas giraban contra mí, acercando su calor empapado a mí.

El ascensor emitió un suave tintineo y las puertas empezaron a abrirse. Llevé a Bella por el pasillo, apenas capaz de seguir la pista de las puertas por las que pasaba. Cuando llegué a la puerta de Alice, empujé a Bella contra ella, violando su cuello.

Ella gimió, su cartera de mano cayó al suelo y sus dedos se clavaron en mi pelo.

—Mierda, Edward—, jadeó.

—Abre la puerta, nena. —Gruñí contra su cuello. No podía dejar de saborearla, empujando dentro de ella cada vez más fuerte en mi desesperación. Ella gimió, y fue tan fuerte que pensé que los vecinos nos habrán oído. Oirían Gimiendo, la solté lo suficiente como para recoger su cartera. Se negó a soltarme del todo, manteniendo los dedos en mi pelo.

Saqué la llave y traté de introducirla en la puerta. Cuando por fin conseguí abrirla, la cogí en brazos y la metí dentro, cerrando la puerta de una patada.

—¿Qué habitación?— le pregunté.

—No tengo ni puta idea—, gimió. La dejé con los pies en el suelo mientras buscaba el interruptor de la luz.

—¿Dónde está el…?—, se me cortó la voz cuando encontré el interruptor. Encendí las luces y Bella echó un vistazo al apartamento. Había una pequeña entrada donde Alice tenía un zapatero y un perchero, así como un espejo colgado. Más allá estaban el salón y la cocina. Bella y yo nos dirigimos al vestíbulo y divisé el pasillo que conducía a los dormitorios. Lo señalé y Bella asintió.

—Es un poco raro—, admitió, mirando el pasillo. La miré, esperando a que me aclarara a qué se refería. —Estar en el apartamento de Alice sin ella.

Asentí. —Podríamos…

Se inclinó hacia mí y me besó, silenciándome antes de que pudiera hacer una sugerencia. —Mueve el culo por ese pasillo y métete en una cama o voy a tener que hacértelo aquí mismo, en el salón, y me da igual quién mierdas venga a casa a verlo.

Le sonreí. —Sí, señora.

Ella me sonrió y nos dirigimos al pasillo. Parecía que la primera habitación era un baño y la segunda era claramente la suite principal, lo que dejaba la última habitación. Era de tamaño decente, con una cama de matrimonio y una decoración sencilla. Bella entró en la habitación y me miró. —¿Estás seguro de mí, Hollywood?— preguntó Bella, entrando en la habitación. Se sentó en la cama y se volvió hacia mí. Entré en la habitación, cerrando la puerta tras de mí.

—Sí, estoy jodidamente seguro.

Sonrió con satisfacción y cruzó sus largas piernas. —Parece que no haces mucho esto—, comentó.

—¿Esto?— le pregunté.

—Sexo con desconocidas.

Hice una pausa y la miré. —¿Lo haces?— En realidad no quería entrar en la historia sexual, no en este exacto puto momento, pero si había algo que necesitaba contarme, prefería que fuera ahora y no cuando ya fuera demasiado tarde.

Bella ladeó la cabeza. —Estoy limpia, si eso es lo que preguntas.

Negué con la cabeza, aunque sin duda se me había pasado por la cabeza. —Confío en ti—. Lo que era salvaje, era que yo confiaba en ella. Apenas sabía nada de ella, y la mayoría de los datos que tenía eran sobre lo excitado que me ponía. Me miró de arriba abajo.

—¿Qué hay de ti, Hollywood? ¿Puedo confiar en ti?

Fruncí el ceño. —Yo no me acuesto con cualquiera—. Le dije en voz baja. Asintió y descruzó las piernas, dándome una vista gloriosa.

—Bueno, vamos entonces. ¿Qué esperas?

Atravesé la habitación en un santiamén, inclinándome sobre su cuerpo y presionándola contra la cama. Ella gimió, envolviéndome de nuevo con sus largas piernas.

—Sólo tengo un condón—, dije, separándome de su boca lo suficiente para que respirara.

—¿Y crees que necesitarás más?—, preguntó, divertida. Le acaricié el cuello.

—No terminaré contigo hasta dentro de un tiempo—. Susurré. Se le puso la piel de gallina bajo mis labios y sonreí.

—Estoy tomando la píldora—, gimió. —Y créeme. La píldora es mi verdadera religión. Necesito un compromiso tanto como necesito un agujero en mi cabeza.

No la conocía, tenía muy pocas razones para confiar en ella, pero el simple hecho era que lo hacía. Todavía usaría ese maldito condón, pero confiaba en esta mujer loca, hermosa y salvaje debajo de mí.

—Quítate la ropa.

Sonrió, acercándose al vestido y bajándoselo por el cuerpo. Mierda, no llevaba sujetador. Me quedé mirándola, hipnotizado mientras descubría sus pechos perfectos. Era como desenvolver un puto regalo. Me sonrió mientras la miraba. Se quitó el vestido y se dejó los zapatos puestos. Estaba debajo de mí, sin nada más que unas braguitas negras de encaje y esos putos zapatos.

Nunca me había excitado tanto en mi vida.

—Tu turno, Hollywood.— Ronroneó.

No estoy seguro de haberme desnudado tan rápido. Bella se rio de mí mientras lanzaba mi camiseta por la habitación. Me quité los zapatos de una patada y seguí con los pantalones, que fueron arrojados al azar a un lado. Bella me miró hambrienta y sonreí satisfecho. Tenía un nuevo papel para el que había tenido que ponerme en forma y, a juzgar por la mirada hambrienta de Bella, había merecido la pena.

—¿Te gusta lo que ves?— Le pregunté. Levantó la vista y me miró a los ojos.

—Ven aquí, ahora.

Era una mandona, pero me encantaba. Me coloqué encima de ella, sin acordarme de llevarme el condón.

—Los preliminares pueden ser más tarde—, exigió. —Ahora tienes que follarme.

Gemí y asentí, bajándome los calzoncillos. Los ojos de Bella volaron hacia mi polla, y sentí cómo palpitaba bajo su atención. Me acerqué a sus bragas y se las quité con un satisfactorio tirón que hizo gemir a Bella. —Ahora, Edward. Ahora.

Saqué el preservativo y apenas me lo puse, ya me estaba zambullendo dentro de ella. Quería saborear el momento, quería recrearme en él, pero las caderas urgentes de Bella moviéndose contra las mías hicieron que esa idea saliera volando por la ventana.

Nos penetramos mutuamente con un salvajismo que nunca antes había experimentado. No podía acercarme ni penetrarla lo suficiente. Bella respondía a cada embestida empujando más fuerte, metiéndome más adentro, como si nunca pudiera llenarse del todo. La sentía cada vez más desesperada y frenética debajo de mí, y metí la mano entre los dos para incitarla a correrse. Mis dedos rozaron su clítoris y ella se estremeció a mi alrededor, apretándome tanto que pensé que me arrancaría la polla. Gemí cuando me corrí dentro de ella, enterrándome todo lo que pude.

Los dos nos quedamos tumbados, jadeando y temblando.

—Mierda—, dijo Bella.

Asentí y me aparté de ella. Me quité el condón y lo até. Me levanté y me fijé en el baño contiguo. Tiré el condón y me limpié antes de volver a la cama. Bella estaba tumbada, con cara de satisfacción.

Me tumbé a su lado e inmediatamente me acercó, enrollándose a mi alrededor hasta que no supe dónde acababa yo y dónde empezaba ella.

—¿Qué clase de famoso eres?—, preguntó. Me reí ante la inesperada pregunta.

—Soy actor—. Arrugó la nariz y sonreí. —¿No es lo que pensabas?

Se encogió de hombros. —¿Qué tipo de películas haces?

Suspiré. —Acción, sobre todo. Últimamente mi agente intenta que haga más comedias románticas y películas familiares. Quiere que sea más conocido.

Bella frunció el ceño. —Entonces, ¿no eres muy famoso?—, preguntó. Resoplé.

—Supongo que no si nunca has oído hablar de mí.

Bella sonrió. —¿Cuánto tiempo llevas actuando?

Me encogí de hombros. —Empecé cuando estaba en el instituto. Teatro y esas cosas. Conseguí mi primer papel cuando tenía diecisiete años. Llevo actuando desde entonces.

Bella me miró. —Entonces, ¿cuánto, diez años?

Asentí. —Sí, unos diez—. La miré. —Háblame más de ti.

Bella tarareó. —Bueno, viajo mucho por trabajo y por diversión. Soy bastante inquieta y me gusta seguir descubriendo cosas nuevas qué explorar.

—¿Qué piensa tu familia de eso?

Bella levantó la vista hacia mí. —A mi padre le preocupa. Es jefe de Policía en una ciudad pequeña y su mundo tiene un límite. No se imagina a alguien que quiera algo más que eso. Pero me apoya y me ha alentado.

Asentí. —¿Y tu madre?

La cara de Bella se ensombreció e inmediatamente me sentí mal por sacar el tema. Estaba claro que no era un buen tema para ella. —¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?— pregunté, tratando de cambiar su humor. Funcionó porque el ceño fruncido entre sus cejas desapareció mientras pensaba en ello.

—No lo sé. Se supone que estoy trabajando en una propuesta de escribir un libro para mi editor. En realidad, no he planeado nada.

Alargué la mano y le rocé los labios con el dedo, incapaz de apartar las manos de ella. —Mañana me voy a Londres a trabajar—, le dije. Asintió pensativa. —Me encantaría que estuvieras aquí cuando vuelva.

—¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?— preguntó.

Hice una mueca. —Dos meses probablemente—. Canturreó.

—He estado en sitios peores más tiempo.

Sonreí y ella me sonrió. —Puede que me suba a un avión mientras no estás, pero creo que puedo arreglarlo para estar de vuelta cuando tú estés. No creo que me importe.

Sonreí. No sabía qué era esto, ni siquiera qué quería que fuera, sólo sabía que no podía dejar que Bella saliera de mi vida. Al menos no todavía.

~Home~

(1) La «Lista A» de Hollywood, es una supuesta relación de actores y actrices que son los más solicitados por productores y directores para que estén en sus películas porque reúnen talento y buena aceptación en el público, lo que se traduce en éxito taquillero.