Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de TouchofPixieDust y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Nota de la autora: Y una pequeña advertencia, con dos Inuyashas… puede volverse todo un poco confuso. Cuando haya un cambio de punto de vista (y habrá muchos), intentaré dejar claro al principio de la frase en quién nos estamos centrando. Intenté ser tan clara como pude y que aun así la historia continuase con soltura.
Capítulo once: Inuyasha versus Inuyasha
Kagome observó con estupor cómo se estaba levantando el Inuyasha muy humano después de que el muy airado Inuyasha hanyou lo hubiera lanzado contra un árbol.
¿Cómo diablos era eso posible?
¿Cómo podían estar en el mismo lugar?
¿Cómo era posible que el Inuyasha HUMANO pareciera estar sanando tan rápidamente?
Vio cómo acababan de desaparecerle las heridas del brazo. No es que la herida estuviera curándose lentamente con la piel soldándose como lo que pasaba con su hanyou, ¡sino que estaba desapareciendo de verdad! Él parecía igual de estupefacto que ella. Entonces, lo vio sonreír lentamente, una sonrisa que podía clasificarse como malvada, si fuera posible que su dulce, aunque en ocasiones temperamental, amigo pudiera ser siquiera malvado.
Inuyasha, su Inuyasha de orejas de perro, se quedó paralizado en medio de un ataque cuando notó la inusual curación. Aterrizó grácilmente cerca de Kagome y olfateó.
—¿Qué eres? —exigió el hanyou, acercándose más a Kagome protectoramente.
—Soy Inuyasha —dijo el humano con una sonrisa llena de confianza—. Y Kagome va a volver a casa conmigo.
El hanyou fue creativo con su colorida (aunque no muy original) respuesta, que hizo que Kagome se sonrojase cuando sugirió que el humano hiciera cosas que no eran humanamente posibles. No dejó lugar a dudas en la cabeza de nadie sobre lo que pensaba sobre ESA idea en particular. Nop, era altamente improbable que fuera a dejar que un humano se marchara con ella. Bueno… una especie de humano…
—No eres humano —gruñó Inuyasha mientras se mantenía plantado firmemente delante de la curiosa y confusa miko—. No tienes aroma.
—¿No tiene aroma? —repitió Kagome, quien al fin había encontrado la voz.
El humano se encogió, maldiciendo al soplón. Esta no era la forma en que había planeado contarle a Kagome lo que había descubierto. Bueno, siendo sincero, no estaba muy seguro de que hubiera planeado contárselo en absoluto. Dio un paso a un lado para poder ver mejor a su amiga, pero el demonio era una gran pared roja móvil. El demonio bloqueaba cada paso que daba.
—¿Qué pasa? —preguntó una voz pequeña y cansada.
—Parece, Shippo —… Bostezo…—, que Inuyasha… se ha encontrado a sí mismo.
—¡Cállate, Miroku! —gruñó el demonio perro—. Este humano está intentando secuestrar a Kagome.
La exterminadora de demonios se puso en pie de un salto y cogió rápidamente su arma, desapareció toda traza de sueño. El semblante del monje pasó de divertido a cuidadosamente en blanco. El zorrito estaba lamentándose de pánico mientras Kirara le pisaba la cola para evitar que saltara ciegamente a la refriega para llegar hasta Kagome.
—Protegedla. —La miko se vio empujada en su dirección mientras Inuyasha concentraba toda su atención en el intruso.
Rápido como el rayo, Inuyasha saltó hacia el humano, pasando las garras por el centro del humano. Ignoró el grito de Kagome, pero se alegró de que no lo «sentara». Echó las orejas hacia atrás mientras miraba cautelosamente en su dirección. ¿Interferiría en esta pelea como lo hacía siempre con Kouga? ¿Protegería a esta… esta… imitación?
Kagome volvió a chillar, pero esta vez fue porque el humano se había curado de repente una vez más. ¡No había ni siquiera un tajo en la camiseta que tenía puesta! Sin duda no era humano. Inuyasha volvió a olfatear. Pero tampoco era un demonio. Entonces ¿qué era? Como no era de los que se rendían con facilidad, el hanyou volvió a saltar, pero esta vez sus garras atravesaron directamente su cuerpo.
No lo rasgó ni hizo un agujero. Su mano atravesó el cuerpo como si fuera bruma. O un fantasma. Inuyasha se agazapó y levantó la mirada, viendo que la versión humana de sí mismo portaba una sonrisilla muy arrogante.
—¿Qué pasa, demonio?
Inuyasha bajó la mirada al demonio que estaba agachado cerca de él y sintió una increíble sensación de poder. ¡El demonio no podía tocarle!
—Deja a Kagome en paz —gruñó el demonio perro.
Inuyasha se rio entre dientes.
—Lo siento, chucho, pero no puedo hacer eso. Me voy a llevar a Kagome a casa conmigo. Así que sé un buen chico y hazte el muerto.
El humano atravesó al iracundo hanyou. Por muy irreal que hubiera sido toda la experiencia para él, solo quería llevarse a Kagome a casa y volver a la vida real. Bueno, todo lo real que podía ser la vida para él, al menos. Lo primero que planeaba hacer era destruir el estúpido pozo. Después tenía que descubrir exactamente cómo funcionaba toda su existencia para que pudiera encontrar una forma de mantener a Kagome con él en todo momento. Con suerte, ella no recordaría este lugar o a esta gente. Solo serían un sueño apenas recordado. ¡Y ESTA vez no iba a dejar que nadie dijese una palabra sobre sueños! Encontraría una forma de mantenerla tan ocupada que no tendría tiempo para pensar en estos sueños.
Encontraría una forma de hacerla feliz. Tan feliz que nunca querría dejarlo, incluso si alguna vez averiguaba la verdad.
Encontraría una forma de hacer que lo amara tanto como él la amaba a ella.
Kagome vio que el Inuyasha humano empezaba a caminar hacia ella. Se asustó un poco cuando lo vio caminar A TRAVÉS del otro Inuyasha. El humano parecía decidido, el hanyou parecía… estupefacto. ¿Por qué no se estaba moviendo?
Esperaba sentir helados escalofríos por la espalda cuando el humano lo había atravesado, pero en cambio, no sintió nada. Nada en absoluto. La falta de aroma todavía le molestaba más que la falta de sustancia. Al bajar la mirada a sus garras, maldijo por lo bajo. ¿Esta cosa era un fantasma? Nada parecía ser capaz de tocarlo. Pero… él había tocado a Kagome… Por un momento, su visión se volvió brumosa y carmesí, pero la despejó.
El humano la había tocado para despertarla.
La había besado.
¡BESADO!
Fue un poco más difícil apartar la bruma roja esta vez. La ira hirvió en su sangre y enterró las garras en la tierra mientras intentaba evitar perder todo el control. Iba en contra de todos sus instintos protectores dejar que otro macho estuviera tan cerca de Kagome. (Miroku y Shippo no contaban, por supuesto, ya que eran parte de la manada). Pero tenía que dejar que el macho se acercara solo un poco más. Luchó contra el demonio de su interior y contra sus propios instintos para dejar que el humano se acercara solo un poco más.
El humano levantó el brazo. Los dedos se estiraron hacia Kagome.
Kagome no estaba segura de cómo sentirse mientras Inuyasha se estiraba hacia ella. Parte de su cerebro le decía que esta era una especie de ilusión, un sueño, quizás incluso un demonio. Pero otra parte de su cerebro alegaba que este era su amigo de la infancia y que lo amaba y que confiaba en él. Su cuerpo se negó a moverse. No fue hacia él ni se alejó de él.
Sus dedos estaban a solo un suspiro de distancia cuando de repente se desvaneció.
En realidad, «desvaneció» realmente es la palabra incorrecta. Lo que ocurrió fue que en un momento estaba ahí, después hubo un borrón rojo, después no hubo nada. Realmente no era un misterio, ya que Kagome sabía bien qué significaba ese borrón rojo. Miró a la izquierda (la dirección en la que parecía estar dirigiéndose el borrón) y vio una figura vestida de rojo estampando a su amigo de la infancia contra un árbol.
—¡INUYASHA!
Ambos la miraron, lo que fue un poco desconcertante. No sabía a cuál le estaba gritando, o por quién lo hacía. Sintió que se le escapaba el agarre sobre su cordura solo un poco más cuando le dirigieron idénticas miradas perplejas.
—No te preocupes —gritó el humano animadamente—. El demonio no puede hacerme daño. —Entonces, atravesó al hanyou una vez más y empezó a caminar hacia Kagome.
Inuyasha ignoró al demonio que gruñía detrás de él y se centró en su amiga. Los atravesaría a todos, cogería la mano de Kagome y de algún modo la sacaría de aquí. ¿Se volvería también intangible si la agarraba? ¿Cómo iban a volver al lugar de donde fuera que había venido? ¿Ayudaría bajar por el pozo? Se limpió sus palmas sudorosas en las perneras de sus vaqueros, un poco desconcertado por que pudiera TENER siquiera palmas sudorosas.
Hizo a un lado sus preguntas y dudas. Tal vez debería idear un plan de huida, pero no podía pensar en otra cosa aparte de llegar hasta Kagome. En cuanto estuvieran juntos, se les ocurriría algo.
—¡SHIPPO!
Inuyasha se sobresaltó cuando gritó el demonio que tenía detrás. En ese momento, no podía recordar cuál de ellos era Shippo. Pero no importaba, el grito era una orden, lo que significaba que el demonio tramposo estaba tramando algo. Así que salió corriendo hacia Kagome. Gritó su nombre.
—¡KAGOME!
Inuyasha gruñó cuando oyó al humano llamando a gritos a la miko. Al zorrito más le valía llegar a ella a tiempo. Unos grandes ojos verdes lo miraron sin comprender por un momento. Por unos momentos, en realidad. Tantos largos momentos que Inuyasha creyó que el demonio zorro no iba a entenderlo nunca. Decirle qué hacer exactamente estropearía el elemento sorpresa, pero si no lo hacía pronto… bueno… el humano no sería el único que debería temer por su vida.
En el último momento, el hanyou oyó el pop y vio aparecer la burbuja rosa grande llevando a una Kagome chillando hasta las copas de los árboles. El zorrito viviría otro día.
—¿Qué hacemos? —susurró Sango mientras veía que su mejor amiga subía flotando y aterrizaba en la rama de un árbol lejos por encima de sus cabezas.
Miroku estuvo callado un momento.
—Lo sabremos cuando sea el momento. —Suspiró dramáticamente mientras indicaba hacia el drama que estaba teniendo lugar con una mano, haciendo que tintineasen los anillos de su báculo—. Pero por ahora observamos y ayudamos a que Shippo mantenga a Kagome lejos del Inuyasha de sus sueños.
Una oreja plateada se movió, al igual que un tic en su frente.
—¡NO LO LLAMES ASÍ!
—¿Te olvidas de su oído o simplemente te gusta provocarle?
Miroku le sonrió su respuesta a Sango, su mano libre se deslizó más abajo mientras los anillos tintineantes distraían a la exterminadora.
—¡PERVERTIDO!
¿Por qué, por qué había dejado que Kagome lo convenciera de dejar que esos dos fuesen con ellos? ¿Por qué no podía haberle dicho que no y punto? Y, de todos modos, ¿de parte de quién estaban en todo esto? ¿QUERÍAN que Kagome se fuese con esta COSA? Desenvainó la espada y decidió que era hora de ponerle fin a todo esto.
—¿Una espada?
Inuyasha miró al demonio que sujetaba la espada. ¿Cómo se había hecho tan grande la espada? Ah, sí, magia. Casi resopló ante la idea cuando recordó su propio apuro. Se encogió de hombros, vale, era magia. Al fin era creyente. Kagome probablemente estaría divertida y regocijándose.
El demonio gritó una frase y blandió la espada. Kagome gritó su nombre desde las copas de los árboles. Lanzas de… (¿eso era viento?) lo atravesaron directamente. Le hizo algo de cosquillas. Levantó la mirada hacia los árboles y saludó a Kagome con la mano para hacerle saber que estaba perfectamente. Fue un poco sorprendente ver la misma espada pasando directamente a través del brazo que estaba moviendo. Sorprendente y más que un poco perturbador. Pero un poco guay al mismo tiempo. Estaba empezando a sentirlo más como un superpoder que cualquier otra cosa.
El demonio maldijo un poco más. Era interesante que su dulce Kagome pasase tiempo a propósito con una criatura tan malhablada. ¿Cómo podía haberlo acusado a ÉL de ser un malhablado cuando pasaba tiempo con AQUEL demonio?
—¿Problemas? —le preguntó Inuyasha al demonio que estaba hecho una furia.
Inuyasha estaba más allá de la ira. No estaba funcionando nada contra este enclenque fantasma humano. Las garras y su espada lo atravesaban directamente. Ni el Viento cortante había tenido ningún efecto sobre él. Quizás Miroku o Kaede tendrían algunas ideas, sabrían alguna suerte de hechizo, pero no podía arriesgarse a dejar a Kagome sola con aquella… ¡aquella COSA!
Resuello. Resuello. Genial, ahora está llorando, gruñó Inuyasha. ¿Cómo iba a ser capaz de concentrarse en matar a esta cosa si lloraba por él? Por eso. No es humano. ¿Cómo podía alterarse por una COSA que ni siquiera estaba viva? Solo porque PARECIERA viva no significaba que ESTUVIERA viva, incluso si parecía y sonaba como alguien a quien conocías. Seguro que ella sabía la diferencia. ¿No?
El estúpido humano le gritó una promesa a Kagome sobre mantenerla a salvo. Lo que en realidad era estúpido. Nadie la mantenía más a salvo que él. ¡Y era muy, muy estúpido pensar que necesitaría que la mantuvieran a salvo DE él!
—¡CÁLLATE ya! —gritó mientras hundía la espada en el pecho del humano, clavándolo (bastante irónicamente) al árbol.
Pero el humano simplemente la miró. Después sonrió un poco. Inuyasha dio un tirón hacia atrás cuando vio la otra mano cernirse sobre la suya. Pudo sentir escalofríos cuando la mano empezó a solidificarse lentamente. Cuando el humano agarró su espada, volvió a arañar su vientre con sus garras. Pero no hubo suerte, solo era sólida la mano.
Y tenía la espada.
Inuyasha no se lo podía creer. Estaba sujetando la espada del demonio. Bueno, era casi más que increíble que estuviera sujetando la espada mientras le sobresalía de su cuerpo. De algún modo había sido capaz de hacer sólida solo una parte de su cuerpo. Esto acababa de mejorar más y más.
Sacó la espada del árbol y la blandió experimentalmente. El demonio se había quedado boquiabierto. Por desgracia, la espada que sujetaba en la mano parecía un poco… penosa. No tenía ni de cerca un aspecto tan formidable y majestuoso en sus manos. Parecía terriblemente hecha polvo y bastante vieja.
Con un movimiento de la espada, atacó al demonio, que no se había movido. Había una línea de sangre en su brazo donde lo había cortado la espada.
—Las cosas acaban de ponerse interesantes —dijo mientras levantaba la espada.
Inuyasha no se lo podía creer. ¡Estaba sujetando SU espada! ¿Cómo era eso posible? ¡Y le había hecho un CORTE! Las cosas no se habían puesto interesantes, acababan de volverse más complicadas. Esta cosa no solo estaba armada, sino que parecía que la espada podía ser sólida o tan intangible como lo era el humano. Afortunadamente, el humano era el peor espadachín que hubiera visto nunca.
En su vida.
Solo le había hecho sangrar porque Inuyasha había estado tan estupefacto por verle agarrar la espada que no se había movido. Con una sonrisilla, levantó la mano y empapó las garras en la sangre que estaba empezando a gotear de la herida superficial.
—¡ESPADAS DE SANGRE!
Por supuesto que el ataque no impactó. El humano volvió a ponerse en modo fantasma. Era muy irritante. Lo que era más irritante era lo en voz baja que estaban hablando Sango y Miroku entre ellos mientras miraban manteniéndose al margen. Era como si estuvieran viendo un programa de televisión, como lo hacía a veces la familia de Kagome. Se dijo que era porque tenían fe plena en su habilidad para ganar. Pero una vocecita en su interior preguntó si siquiera estaban seguros de quién QUERÍAN que ganase.
¿Y qué pasaba con Kagome?
Le dirigió una mirada, esquivando con facilidad otro golpe del humano. ¿Quién esperaba ella que ganase? No paraba de gritar su nombre. Pero… ¿a qué Inuyasha estaba llamando? ¿Y por qué estaba bajando del árbol? ¿Qué le pasaba a Shippo? ¡No debería dejar que bajase del árbol! ¡Era demasiado peligroso! Este tonto estaba moviéndose como un loco, sin apuntar. Sí, no iba a hacerle daño si la espada le daba. Pero ¿y si golpeaba accidentalmente a Kagome?
Inuyasha volvió a blandir la espada. El trozo de metal era mucho más pesado de lo que parecía. Tenía los brazos cansados. ¿Cómo podía tenerlos cansados? Si realmente no tenía brazos, entonces ¿cómo podían cansársele tanto? ¿Podía desear que se sintieran mejor tal y como podía desear hacerse sólido? Realmente no había tiempo para intentarlo. Si paraba de moverse, entonces el demonio intentaría recuperar su espada.
—¡Deja que nos VAYAMOS y punto! —gritó mientras la blandía una vez más. Este demonio tenía otros amigos, ¿por qué no podía dejarle tener a Kagome?
Casi le estalló el corazón cuando entró en contacto con algo sólido. Vio la sangre bajando por las manos del demonio y se sintió enfermo. No había pretendido matar a nadie ni hacerle daño a nadie. Solo quería llevarse a Kagome a casa.
El miedo a que hubiera herido de muerte al demonio desapareció cuando el demonio sonrió con socarronería. ¡Había agarrado la espada!
—¡PARAD! —gritó Kagome. Ningún Inuyasha miró en su dirección.
Inuyasha se concentró en volver a hacer la espada intangible antes de que el demonio pudiera arrancársela de las manos. Tenía que ponerle fin a esto.
Saltó hacia atrás, cogió todos sus dolores y sufrimientos, todas sus sensaciones de sentirse cansado y dolorido, y los apartó de su cabeza. De su cuerpo. Respiró hondo e intentó imaginar reunir fuerzas, y se sintió complacido cuando pudo sentirlas llenando su cuerpo. Cambió el agarre sobre la espada.
—¡Aaaaaaaaaaaaaahhh! —gritó mientras cerraba los ojos y concentraba toda su energía en la espada, casi haciendo que brillara con poder. Este era el golpe que contaría. Estaba seguro de ello.
Abrió los ojos justo a tiempo para ver a Kagome mientras se lanzaba delante del demonio con los brazos extendidos.
Era demasiado tarde para detener el impulso.
El demonio gritó el nombre de Kagome, rodeándola con los brazos como si fuera a irse con ella mientras la espada los atravesaba a los dos. Inuyasha cayó de rodillas y se agarró el vientre, soltando un sollozo. Se había acabado. La había perdido. La había matado. Había matado a la mujer a la que amaba más que a la vida misma. No importaba que desapareciera o que cesara su inusual existencia. Sin Kagome… sin Kagome simplemente no importaba. Ya nada importaba.
—Cielos —dijo una voz baja en el borde del claro—. Esto no salió en absoluto como lo había planeado.
