Celebración

—¡Vamos a festejar!

Tras haber finalizado todo el cronograma de competencias, se procedió a entregar las medallas a los integrantes del podio, así como un ramo de flores tal cual dictaba la tradición. La premiación fue primero para la categoría juvenil, donde el equipo de Gabi obtuvo el tercer lugar por detrás de las escuelas de Nagoya y Fukuoka, y posteriormente fue el turno de la categoría senior, donde Sasha y sus compañeros se quedaron con las preseas de plata, a apenas dos puntos de los representantes de Sendai.

El ambiente se llenó de regocijo y, con ello, vinieron las fotos junto a los entrenadores y a otros competidores que sirvieron para inmortalizar aquel momento y que quedaron como prueba de que el esfuerzo traía enormes y gratas recompensas.

Salieron del estadio a eso de las cinco de la tarde y subieron al bus para viajar de regreso a la academia. Ni bien se ubicaron en sus asientos, los patinadores cayeron dormidos por todo el agotamiento acumulado durante el día, y cuando llegaron a su destino, se despertaron y bajaron sin perder ni un ápice del entusiasmo que los envolvía desde la ceremonia de premiación. Se despidieron de los instructores y estos, por iniciativa de Hange, fueron a un bar tradicional ubicado a un par de cuadras y pidieron una botella de sake.

—Sí que te tomaste muy en serio el tema de la celebración —le dijo Levi a la castaña al verla tomar ya su cuarta copita.

—¿Y cómo no hacerlo? Lo más gratificante para un entrenador es ver a sus alumnos destacar y dejar en el hielo su huella luego de largas horas de entrenamiento, ¡y lo hemos conseguido! —exclamó lúcida, llamando la atención de los que se encontraban cerca—. Deberías mostrarte más feliz, querido amigo. Es tu segundo gran logro desde que empezaste como instructor.

—Lo estoy, pero sabes bien que las formas de expresión exageradas y ruidosas no son lo mío.

—Es cierto, aunque daría lo que fuera por verte alejado de esa faceta seria al menos por unos minutos.

—Pues espera sentada, que eso no va a suceder —bebió de su sake.

—Si tú lo dices… —se encogió de hombros y, tras llenar de nuevo su copita, mencionó: —Volviendo a la cuestión de la celebración, bueno, esto es una parte, pero tengo otros planes adicionales.

—¿Planes? —inquirió Erwin.

—Sí, y creo que les va a gustar.

—¿Sobre qué trata? —preguntó Nanaba curiosa.

—Sencillo. Nuestros chicos han dado todo de sí en su primera competencia nacional y supieron adaptarse a cambios de último minuto. El mérito es suyo, así que sería apropiado si les compensamos de alguna forma.

—¿Tienes alguna idea en mente?

—Por supuesto —dijo con convicción—. Esto es lo que quiero hacer…

Rápidamente les explicó a sus colegas esa idea que venía rondando en su cabeza desde que abandonaron el estadio. Erwin la aprobó, Nanaba se mostró muy entusiasmada y también le dio el visto bueno, y Levi, quien no estaba del todo convencido y hasta opuso algo de resistencia, a la final aceptó, más que nada para quitarse a la castaña de encima y evitar volverse loco con su insistencia.

Ya establecido el plan, a la mañana siguiente reunieron a los patinadores en la academia, quienes estaban intrigados por saber la razón de aquel llamado que Hange catalogó como muy importante.

—¡Buenos días, queridos alumnos! —llegó junto a sus camaradas, quienes también saludaron y recibieron un "Buenos días" de regreso—. Seguramente se estarán preguntando cuál es el motivo para una convocatoria luego de haber terminado una larga competencia. Pero no se asusten, no es nada malo —mencionó al ver los rostros de algunos—, de hecho, es todo lo contrario.

—¿Nos darán cupones para un restaurante? —se aventuró a preguntar Sasha.

—No. Es algo aún mejor —se quedó en silencio unos segundos para darle más suspenso al asunto—. Han hecho un excelente trabajo desde que iniciamos hace poco más de tres meses, por lo que, para celebrar sus logros, mis colegas y yo decidimos llevarlos de paseo a la playa.

Las reacciones tardaron un poco en manifestarse, pero cuando lo hicieron estuvieron cargadas, mayoritariamente, de emoción y regocijo. Los alumnos de Nanaba saltaron de alegría y los demás, aún incrédulos, empezaron pronto a imaginar en su mente las actividades que realizarían, dejándose contagiar del entusiasmo de los más jóvenes.

Mikasa miró a todos tan contentos y no pudo evitar sonreír. Volteó a ver a los entrenadores y estos también estaban felices, a excepción de cierto azabache quien se mantuvo serio e indiferente, cosa que la intrigó un poco.

—Nos complace verlos tan emocionados —dijo Hange—. Ahora, respecto a los detalles del viaje —todos se calmaron y prestaron atención—, la cuestión del transporte no va a ser ningún problema ya que iremos en el bus de la academia que ya conocen, pero algo que sí es importante es la autorización de los padres, y eso va para ustedes —miró a Gabi, Falco, Udo y Zofía—. Mañana les daré un documento que deben traer firmado —asintieron con firmeza—. Para los demás eso no es necesario.

—Qué bueno que ya salimos a vacaciones de verano —susurró Gabi a sus amigos y estos le dieron la razón.

—¿Cuándo se tiene planeado partir? —preguntó Connie.

—En tres días, así que tienen tiempo suficiente para prepararse y empacar todo lo que consideren necesario. La estadía durará cuatro días y cuatro noches, y el asunto del hotel ya está arreglado, así que no tienen nada de qué preocuparse.

—¿Alguna otra pregunta? —habló Erwin.

Todos negaron, por lo que se dio por finalizada la reunión y empezaron a retirarse. Mikasa iba acompañada de Sasha, viendo a sus otros compañeros conversar sobre las altas expectativas que tenían respecto a esos cuatro días de diversión total.

—Debo admitir cuando Hange-san nos dijo que iríamos a la playa —comentó la castaña.

—Tienes razón. Tampoco lo vi venir, pero es un bonito gesto. Además, me vendría bien ya que no he ido en mucho tiempo.

—¿Eso quiere decir que estás emocionada?

—Se podría decir que sí.

—¿Y tu pie? ¿Qué tal está?

—Muy bien y, de hecho, ahora debo ir al hospital a hacerme una revisión.

—Oh. Entonces te acompañaré. No te molesta, ¿cierto?

—En lo absoluto, pero ¿no tenías planes con Nicolo?

—Así es, pero falta mucho todavía, así que no tengo problema. Además, quiero ser la primera en escuchar tu diagnóstico final y celebrar las buenas nuevas.

—De acuerdo —sonrió.

Se despidieron de los otros chicos y abandonaron la academia. En bus, se trasladaron a la estación de trenes y de ahí tomaron uno que las llevó, en diez minutos, a su destino. Atravesaron las puertas del hospital, Mikasa fue a la recepción y, tras intercambiar algunas palabras con la enfermera a cargo, se dirigió junto a Sasha al consultorio de traumatología. Esperaron algunos minutos hasta que el médico mencionó su nombre, y cuando la reconoció, la saludó amigablemente al igual que a la castaña.

—Muy bien, señorita Mikasa —revisó su historial clínico—. ¿Cómo ha estado? ¿Hubo algún problema en el proceso de recuperación?

—Me siento perfecta, y no, no he tenido ningún problema. Mi tobillo ha progresado mucho y apenas me duele.

—Es bueno escuchar eso, pero para cerciorarnos, vamos a hacerle una radiografía. Llamaré al departamento de rayos X.

Enseguida tomó el teléfono y marcó. La conversación no duró mucho con la persona al otro lado de la línea, y cuando finalizó, llenó un formulario y se lo dio a Mikasa para que fuera al lugar.

Así lo hizo mientras Sasha la esperaba en el consultorio. El proceso no tomó más de quince minutos, por lo que decidió quedarse un rato más a esperar la impresión de los resultados y, cuando ya los tuvo en sus manos, regresó y se los dio al médico.

Tal y como había mencionado, en las imágenes se reflejaron las condiciones mejoradas producto del reposo y demás recomendaciones. Los tendones ya no estaban inflamados y, en sí, todo el panorama era normal, por lo que el profesional mencionó que podría volver a patinar luego de una semana cuando ya no sintiera dolor alguno.

—Ese malestar al que hizo alusión es normal, así que desaparecerá pronto siempre y cuando no haga movimientos bruscos.

—Está bien.

Agregado el diagnóstico al historial médico, Mikasa y Sasha se despidieron del traumatólogo, quien les deseó lo mejor en su carrera y enfatizó en que se hicieran chequeos periódicos para evitar lesiones a futuro. Ellas asintieron agradecidas y, una vez fuera del consultorio, la castaña saltó a abrazar a la azabache, muy contenta por saber que pronto volvería al hielo a hacer lo que más ama.

—¡Qué felicidad, Mika!

—Si tú estás así, no imaginas cómo estoy yo —dijo sin dejar de sonreír.

—Esto merece una pequeña celebración. Veamos... —le echó un vistazo al reloj de su celular: 11 de la mañana—, todavía hay tiempo, así que ¡vayamos por unos helados!

Con los ánimos elevados, no tardaron mucho en salir del hospital y dirigirse a una heladería que quedaba a tres cuadras al este. Revisaron la variedad de opciones que tenían a disposición y se decidieron por tulipanes de sus sabores favoritos. Mientras los degustaban, conversaron sobre las cosas que llevarían a la playa y, tras compartir anécdotas graciosas de su pasado en el lugar, terminaron y salieron, despidiéndose y tomando cada quien una dirección diferente.

Mikasa llegó a su departamento con la alegría intacta y se desplomó en el sofá. Pronto apareció Mayu, le contó las buenas noticias y luego tomó su celular para marcarle a su tía. Esta se alegró muchísimo de escucharla y aún más al saber lo que había dicho el médico en su revisión, pero no pudieron hablar mucho, por lo que no tardaron en decirse "Hasta pronto" y finalizar la llamada.

—Ahora podré volver a trabajar —mencionó al recordar aquel detalle importante, lo que hizo que se pusiera en contacto con su jefe. La conversación se extendió por unos pocos minutos, pero cuando estuvo por dejar el celular a un lado, Mayu se sentó en su regazo y la miró fijamente para luego maullar, haciendo que se acordara de alguien.

"Cierto, el entrenador".

Ingresó a su lista de contactos y buscó su nombre, pero cuando lo encontró no marcó enseguida, sino que se quedó algunos segundos pensando. Por un momento le entró la duda, una duda extraña y sin fundamentos, pero luego recordó que su recuperación se debía a él con todo y su actitud sobreprotectora, por lo que sacudió la cabeza y pulsó el botón "Llamar".

Escuchó el timbre tres veces hasta que su voz sonó al otro lado de la línea.

—¿Diga?

—Entrenador, le tengo muy buenas noticias.

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.

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Los días pasaron a relativa velocidad hasta que el majestuoso sol la despertó en la mañana del viaje. Tras estirarse y saludar a su peluda amiga, miró la hora en el reloj de la pared y se levantó de un brinco para ir al baño a darse una ducha. Salió luego de diez minutos, se vistió con ropa ligera, peinó su melena y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno en compañía de las mágicas notas de su repertorio de soft rock.

Tarareando algunas canciones se sentó en el comedor a degustar sus alimentos y, después de terminar, lavó los platos y arregló el resto de la casa. Se centró de lleno en su actividad con mucho ánimo hasta que se percató de la hora: 7:40. Tomó su maleta que había preparado el día anterior, puso en ella su celular y billetera, se colocó sus sandalias y abandonó el departamento.

Usando sus habituales audífonos, tomó la ruta a la que estaba acostumbrada cobijada por los cálidos rayos de sol. En una esquina se encontró con Sasha y juntas continuaron su camino hasta llegar a la academia, donde los demás esperaban con sus pertenencias al igual que los entrenadores.

Se unieron al grupo tras saludar y conversaron un poco hasta que vieron a los alumnos de Nanaba arribar paulatinamente junto a sus familiares. Un rato después llegó el bus (justo a las 8:00), subieron al mismo, acomodaron su equipaje y, tras una última despedida de los más jóvenes a sus padres y hermanos, iniciaron el viaje.

Cada uno, ensimismado en lo suyo, se relajó mientras miraba a través de la ventana y realizaba alguno que otro comentario que terminaba en risas efímeras. Esto fue particularmente curioso para los entrenadores ya que esperaban escuchar más escándalo producto de la emoción, pero no fue sino hasta un par de horas después que, al vislumbrar la playa de Shirahama, todos empezaron a alborotarse.

Ni bien el bus se detuvo en el hotel, bajaron presurosos y se quedaron maravillados con la espectacular vista del mar azul, la limpia arena y el cielo completamente despejado. Estuvieron a punto de dejar sus cosas ahí y correr (en especial Gabi, Connie y Jean), pero Levi les recordó que debían dejarlas en las habitaciones, por lo que se abstuvieron y continuaron su andar hasta ingresar al edificio y subir al tercer piso. Una vez allí, y al ser habitaciones compartidas, se distribuyeron en parejas y no tardaron en desempacar y cambiarse a una ropa más acorde a la temporada.

Se escuchó un pequeño alboroto proveniente de una de las habitaciones donde estaban Connie y Jean, el cual se extendió pronto por el pasillo. Ante ello, Hange los llamó e hizo que se detuvieran, diciéndoles que esperaran a los demás para ir todos juntos a la playa. Cuando el grupo estuvo completo, ella lo dirigió con una seriedad no característica, haciendo que los muchachos se intrigaran y la siguieran sin decir nada.

—Bien, aquí estamos —se detuvo al filo de la arena, con los demás haciendo lo propio a su lado—. Ya saben, chicos. Nada de conductas reprochables ni juegos peligrosos, ¿entendido?

—Sí.

—Ok. Entonces… ¡veamos quién es el más rápido en llegar a la orilla!

Toda su expresión impasible desapareció, dando paso a una cargada de diversión al momento de empezar a correr. Todos se sorprendieron al verla (excepto Levi, Erwin y Nanaba que lo habían visto venir), pero casi de inmediato Gabi, Connie, Ymir, Jean y Mina salieron detrás suyo, uniéndose al juego. Falco, Udo y Zofía lo hicieron después, mientras los demás se acomodaron en la arena, colocando las toallas y sombrillas y desplomándose en medio de la cálida brisa que atraía a más y más gente.

Los juegos entre las suaves olas del mar y las risas no se hicieron esperar. Mikasa se divertía viendo a sus compañeros hacer competencias de natación y enterrarse bajo la arena, pero luego estos la invitaron, al igual que a Sasha, Historia y Marco, a jugar con una pelota.

Animada por el ambiente, se sacó su bata ligera y, quedándose con un terno de baño sencillo, se unió junto a los demás. No pasó mucho para que Erwin y Nanaba también lo hicieran, pero al percatarse que faltaba Levi, volteó a ver y no lo encontró.

Visiblemente extrañada, miró discretamente por los alrededores hasta que, casi por mera casualidad, lo localizó sentado en la barra de una cabaña bebiendo algo que no logró identificar. Fue inevitable preguntarse por qué no estaba junto al grupo, pero antes de intentar buscar respuestas, la pelota se dirigió a ella, reaccionando con las justas para atraparla y haciendo que volviera al juego y se olvidara del tema por el momento.

Así se la pasaron todos entre juegos y caminatas por la orilla hasta que llegó la hora del almuerzo. Regresaron al hotel para comer y luego continuaron con la diversión durante toda la tarde hasta ver la increíble puesta de sol. Posteriormente, a eso de las nueve de la noche, visitaron la sala de billar y, junto a otros huéspedes pasaron un rato ameno entre apuestas, jugos tropicales y música a alto volumen.

Levi le enseñó a jugar a los alumnos de Nanaba y participó en un par de contiendas contra los mayores en las cuales resultó ganador. Fue divertido ver sus rostros de sorpresa y frustración, pero luego los griteríos de Hange y los otros mocosos mezclados con la música zumbaron molestamente en sus oídos, por lo que decidió salir a tomar aire.

Un poco de paz inundó su alma alejado del alboroto, y mientras miraba distraídamente por los alrededores, se detuvo al percatarse de una figura sentada en la arena y mirando las estrellas. No tardó en reconocer que se trataba de Mikasa, y al tiempo que se preguntaba en qué momento había salido, sus pies empezaron a caminar casi de forma mecánica en su dirección.

Se detuvo a una corta distancia a sus espaldas, y la azabache, al percatarse de su presencia, volteó a ver.

—¿Huyendo de la diversión? —preguntó ella.

—Está bien para un rato, pero prefiero algo de calma para evitarme un severo dolor de cabeza.

—Sí que son ruidosos cuando se lo proponen.

—Y que lo digas —adelantó unos pasos y se sentó a su lado—. ¿También viniste para alejarte del escándalo?

—Sí, pero mi principal objetivo era ver el cielo despejado y cubierto de estrellas —recogió las piernas y alzó la vista.

El ojiazul también alzó a ver y se quedaron en silencio, escuchando apenas la música y el sonido de las olas chocando contra la orilla.

—Por cierto —Mikasa volvió a hablar—, puede que esté equivocada, pero noté que no estaba disfrutando del paseo.

—No me gusta el calor. Suele volverse insoportable y te cala hasta los huesos.

—Entonces, ¿por qué vino si le molesta?

—Por insistencia de Hange. La idea fue suya, y aunque discrepé, la mayoría estuvo de acuerdo, así que era mejor venir antes de que decidiera joderme por toda la eternidad —calló unos segundos—. Además...

—¿Además?

Se quedó un rato pensando y mirando a algún punto de la nada.

—Este lugar me trae recuerdos de mi niñez en Francia.

Mikasa giró a verlo, notando rastros de melancolía en aquella última frase y en algunas de sus facciones, algo nuevo si se lo preguntaban.

—Debió haber sido una época muy feliz.

—Lo fue, definitivamente —sonrió apenas, espantando algunos recuerdos no gratos que comenzaron a colarse en su mente.

—Yo también tengo bonitos recuerdos cuando venía a la playa con mis padres —volvió a mirar al cielo—. Hacíamos castillos de arena, nadábamos, veíamos la puesta de sol, hablábamos con las estrellas... Eran tiempos maravillosos.

—Ahora que lo dices —ella lo miró de reojo—, esta es la primera vez que te escucho mencionarlos. ¿Sucedió algo? ¿Tuvieron alguna clase de discusión acaso?

—No —respondió en un murmullo—. Es solo que... ellos sufrieron un accidente aéreo y ya no están más conmigo.

Siendo honesta, nunca imaginó que volvería a tocar ese tema tan delicado y que muy pocas personas conocían. Sin embargo, por alguna razón, tuvo la sensación de que podía confiar en él, por lo que las palabras simplemente fluyeron y salieron sinceras.

Por otro lado, Levi, particularmente sorprendido por esa revelación, se reprochó mentalmente por haber sacado el tema a colación, aunque lo haya mencionado de forma espontánea y sin saber cuál era la realidad.

—Disculpa —se apresuró a decir—. No era mi intención que recordaras aquello y…

—No, no, no. Está bien —lo interrumpió con suavidad y estiró las piernas para luego suspirar—. Aprendí a lidiar con ello a pesar del dolor. Ahora solo me queda recordarlos como los ejemplares y cariñosos padres que fueron y siempre serán —sonrió, pero no era una sonrisa triste, cosa que llenó de admiración al azabache—. ¿Y los suyos?

—Ya no están aquí tampoco —se sinceró. Si ella le había compartido algo de su vida, ¿por qué él no?—, pero sé que estarían orgullosos de ver la persona en la que me convertí.

—Estoy segura de que lo ven, aún y con su mal carácter.

—Muy graciosa.

La ojigris soltó una risita y se quedó un rato mirando el reflejo de la luna sobre el mar.

—Hay una pregunta que quiero hacerle.

—Si puedo responderla…

—¿Por qué decidió volverse entrenador?

Ahora que tenían la suficiente confianza, se aventuró a indagar en ese aspecto que, si bien pasó desapercibido para muchos, para ella era algo que la había llenado de intriga desde el primer día.

—Sucedieron muchas cosas durante mi auge como patinador —resumió, sin querer entrar en muchos detalles, detalles que tenían nombres y apellidos—. Tuve varios momentos de reflexión, y a medida que avanzó el tiempo me replanteé mis objetivos a futuro. Fue entonces que decidí darle un nuevo giro a mi vida sin alejarme del patinaje y aquí me dieron la oportunidad, cortesía de Erwin y Hange.

—Oh. ¿Y alguna vez ha pensado en volver a patinar como profesional?

—Esa es una cuestión muy incierta. Puede como no puede suceder, pero por el momento estoy satisfecho con mi vida actual. No creo necesitar más.

—Pero las puertas están abiertas. Lo sabe, ¿no?

—Hablas como si quisieras, de alguna forma, deshacerte de mí —le lanzó una mirada entre inquisidora y divertida.

—No. Solo estoy siendo objetiva con las posibilidades.

—Bien, porque mi plan es quedarme por un largo tiempo, así que no te librarás de mí tan fácilmente —la azabache puso los ojos en blanco, pero casi enseguida sonrió.

No supieron cuánto tiempo se quedaron ahí, pero cuando se dieron cuenta, el ruido de la música ya había cesado y las luces estaban apagadas.

—Hasta que al fin se calmaron —el ojiazul se levantó—. Es hora de volver —le tendió la mano a Mikasa. Esta la tomó y se puso de pie, no sin antes notar cuán cálida estaba.

Se soltaron y empezaron a caminar en dirección al hotel. Una vez allí, y en medio de la relativa oscuridad, subieron al tercer piso y se desearon "Buenas noches" antes de ingresar cada uno a las respectivas habitaciones.

Mikasa cerró cuidadosamente la puerta al ver a Sasha profundamente dormida. Caminó sin hacer mucho ruido hacia su cama, prendió la lámpara de la mesita de noche, se sacó su blusa y sus shorts, y se colocó un pijama ligero para luego volver a dejar todo en tinieblas y acostarse.

Se acomodó hacia un lado y repasó en su mente todo lo que hizo ese día, deteniéndose en la última conversación que tuvo con su entrenador. Bueno, debía decir que fue algo inesperada, pero al mismo tiempo fluyó con tanta naturalidad que la hizo sentir extrañamente cómoda y hasta brindó una calma inexplicable a su ser.

Descubrió aspectos de su vida y personalidad que jamás imaginó, y si a eso le sumaba lo que había sucedido en los últimos días, todo se resumía a una sola cosa: la opinión que tenía sobre él cambió sustancialmente, lamentándose por haberse dejado llevar por la primera impresión y haberlo juzgado a priori.

"Él también es humano, querida", le dijo su subconsciente, siendo ese su último pensamiento antes de navegar hacia el mundo de los sueños.