La ausencia se verterá
sobre la luz oscura de sus ojos,
sus manos torpes, con pasión
contenida, una tristeza secreta
las besará

y veré cómo se posan sobre mí
para ser cobardes en la victoria,
dulces en la fe tanto como pueden,
ola de caricias que me llevan
como un guijarro hacia el abismo…

Duda (María Polydouri)

#LaPromesas

Todo había comenzado por Ned. Siempre las cosas que son difíciles comienzan con él. Robert no puede odiarlo, ni mucho menos despreciar los consejos que con tanta sabiduría imparte, es solo que su amigo le pide las causas más improbables como muestra de buena fe.

―Es una Lannister, a nadie le gusta, pero es tu esposa ―había dicho el hombre, sentado en las escaleras de la sala del Trono, días después del torneo y la celebración por la boda―. Trata de hacer con ella la vida que hubieras deseado con Lyanna, si no, vas a vivir amargado en ese matrimonio.

Robert había pensado en ese momento que su mejor amigo estaba alucinando de alguna manera. Desde la perspectiva del norteño, un matrimonio por deber y no por amor era una cosa menos catastrófica, tenía a Catelyn Tully por esposa. Robert no había visto a la mujer más que un puñado de ocasiones, pero era cientos de veces más el tipo de persona con la cual construir una vida que Cersei, no solo por su forma de ser, sino porque su belleza no emanaba ese veneno tóxico que la reina si desprende en todos lados. Catelyn Stark es la señora que se labra su lugar con trabajo duro, Cersei Lannister lo pide como si fuese un lugar asentado para ella.

Sin embargo, tomó las palabras de su amigo, después de ver como su esposa le rehuyó durante un mes, luego del incómodo momento en que él mencionó a Lyanna en medio de su borrachera. Claro que cualquier mujer sé sentiría malograda con su actuación, pero tampoco podía disculparse de verdad… no lo sentía, ni lo siente. Lyanna aún sigue grabada en sus pupilas, matar a Rhaegar no fue suficiente, ni la corona, ni el Trono, ni la gloria. Así que le ofreció a Cersei lo único que podía creer que era equitativo: una promesa de intentarlo.

Y lo hace, se levanta todos los días dispuesto a amar a la reina. Cersei es, en muchos aspectos, ideal para cualquier hombre noble: sabe leer, escribir, llevar cuentas, es buena hablando con los cortesanos, sabe ordenar y puede ver un negocio rentable a distancia, pero también despilfarra y no tiene en cuenta a quien pueda acabar con sus palabras; Robert la ha visto despedir a más damas en seis meses de las que él podría llevarse a la cama. Es un asunto que podría preocuparle, si no estuviera el reino de por medio, siempre el reino. La mitad de los problemas de Robert son problemas del reino que son solucionables echando mano de los fondos y poniendo a funcionar a algunos cortesanos vividores.

No es que no le importe lo que pase con su trono, es que es agotador. Después de la guerra, los desastres se han dejado ver por todos lados: aldeas en hambrunas, señores reclamando posesión de estas o aquellas tierras, solicitudes de perdón que se pagan con joyas o secretos y un sin número de personas demandando compensación por bienes perdidos durante los saqueos o las incursiones. Al principio fue divertido, después de meses, ya no quiere saber de nadie más… menos cuando traen a sus hijas mancilladas y esperan que considere quien fue el hombre que se la cogió para obligarlo a responder; después de tantos días en batalla, él mismo podría decir que se acostó con cada una en cada taberna, desde el Cuello hasta Desembarco.

Pero nada es peor que las pesadillas y el miedo. Aún se levanta incómodo de su cama de plumas, pensando que está en medio de la guerra, esperando el momento en que lo ataquen por la retaguardia. Ha acuchillado a dos de sus guardias suponiendo que le quieren matar y ha estado a punto de golpear a Cersei cuando se despierta desorientado en la enorme cama de ella, como hoy.

―Te ves como si amanecieras con un muerto ―dice ella, mirándolo a través de la distancia en la cama. Incluso a estas horas, ella parece flotar en un almíbar de luz, por lo que no insinúa, ni remotamente, estar recién levantada; el cabello rubio se desparrama entre los pechos redondos cuando se yergue, sus ojos se adaptan a la luz fuerte sin a penas molestia. Ella está viva, más viva que el fantasma de Lyanna en sus sueños.

―Creo que tuve una pesadilla de la guerra ―le confiesa―. Estaban atacándome en la cama, de noche.

La mirada verde se clava en la suya, escarbando en sus palabras. Cuando ella hace eso, cuando parece estar por encima de todos, le enoja, ¿para qué batallar tanto si su palabra y honor están sujetos a la verificación de esta mujer fría? No quiere ser rey y no quiere que ella sea su reina. Sería mejor si fuesen solo los señores de Bastión de Tormentas, con el sonido ahuecado de las olas contra las paredes, con niños corriendo por las escaleras angostas y por el patio central, sin coronas, sin oro, sin protocolos; podría dejarla ser entre las paredes redondas de su casa mientras se pierde en los frondosos bosques para cazar, podría llenarla de pieles de oso y armiño, para que se cobijara con ellas en los peores días, para que el negro contrastará con el rubio infinito de su cabello.

―No deberías beber tanto, entonces ―dice ella―. El vino atonta la mente, será más fácil que te atrapen las pesadillas.

El maestre había dicho algo parecido. No es lo que quiere, no lo que busca.

―Deberíamos ir al sur ―se le ocurre de pronto―. Visitemos a Renly.

―¿Para qué? ―ella está intrigada, lo reconoce por la ceja rubia que se levanta.

―Nunca has estado en mi hogar ancestral. Necesito pensar.

Es la primera vez que le ofrece algo tan personal desde el día en que prometió intentarlo. Se avergüenza un poco al pensar que tampoco conoce Roca Casterly como debería, ni siquiera recuerda haber estado con Lord Tywin en una mesa sin que un tablero de batalla estuviese presente. Hablaría con Jaime, si el gemelo de su esposa fuese en algo más comunicativo que ella, él solo tiene sonrisas para las multitudes y elogios para su hermana… pero parece que el hombre está casado realmente con su capa blanca, ¿por qué si no habría matado a Aerys? Si Robert hubiese llegado a la capital antes que Tywin, el cuerpo del viejo no habría aguantado los primeros dos mazazos, Jaime había dado la clemencia que los demás le negarían.

A veces lo envidia. La fría espectacularidad de cumplir el deber y continuar, de hacer y saber qué se ha hecho bien.

―¿Tu hermano nos recibirá? ―la relación de Cersei con Renly es, en el mejor de los casos, cordial.

―Soy su hermano mayor y su rey, claro que lo hará ―declara, palmeando su pecho―. Además, solo pasaremos a dormir en Bastión de Tormentas, te llevaré por la costa a La Selva, cazaremos y veremos el mar. No tenemos que ser reyes en el fin del mundo.

Había pensado en llevar allí a Lyanna una vez se casarán, con una pequeña vista a las playas de arena negra, sería mejor aquello que las costas norteñas donde todo se congela.

—Me gustaría dormir, al menos en una cama —se queja su esposa, mientras comienza a recoger algunas prendas del suelo. La piel blanca de la reina está marcada por las manos del rey en sitios inesperados, como en los muslos y los hombros, a veces Robert olvida, entre el vino y las penas, que debe medir su fuerza.

—Conseguiré algo cómodo para ti —promete—. ¿Sabes nadar?

Es, sin mentirse, la primera mirada feliz que ella le da desde que se casaron.

—Sí, puedo lanzarme desde los acantilados —una menuda niña rubia saltando al mar, como las muchachas de Puerto Gaviota en verano.

—Podemos ir al mar, pero evitaremos los acantilados. Si llevas a mi heredero en tu vientre, hay que mantenerlo ahí.

#LasMentiras

Se prepara para el viaje durante un par de semanas, Jaime está tras ella todo el tiempo. Su cuerpo lo resiente, cada día tan cerca de él, lo añora con fuerza. Hay un poco de penitencia en su procesión constante detrás de ella, la forma en que se abstiene de mirarla de manera directa, pero se presta a servirle con total dignidad.

―¿Ha estado tan bien el compartir la cama y el corazón de semejante idiota? ―Jaime no ama a su esposo, ni le respeta.

―Es tu rey y mi esposo ―se excusa penosamente, haciendo que la seda negra en sus manos caiga al piso―, ahora estamos tratando de concebir un heredero al trono. Y se ha comportado bien.

Risa. Jaime se ríe como el encanto usual, sus dientes muy blancos y su boca bien formada se burlan de su respuesta con entusiasmo. Es la primera vez en meses que pasan tiempo a solas, sin ninguna dama real acompañándolos o en medio de algún evento excéntrico a los que Robert se ha abocado para llenar a las masas hambrientas de distracciones menos bélicas. Han sido unas semanas, por lo pronto, algo agitadas, contaminadas por vino, jabalíes, frutas frescas ―de la verdadera primavera― y muchos, muchos nobles volviendo a la capital en busca de favores.

―Nuestro rey es un bárbaro ―dice Jaime, cuando deja de reír―, su posición en el trono la mantienen Jon Arryn y nuestro padre; él estaría mejor corriendo con bandidos en las Tierras de los Ríos.

Cuando lo escucha en boca de su hermano, rechaza las ideas similares que su cabeza ha ido acumulando con el pasar del tiempo. Le molesta que sea él quien nombre aquello que la desanima, ¿qué puede él hacer que Robert no? ¿No había Jaime decidido acabar con el rey loco para poner la balanza de su lado? A veces no entiende a su hermano.

—¿Planeas deshacerte de este rey también? —pica, porque puede, y porque reconoce la molestia en los ojos verdes de Jaime.

—Tal vez, ¿No debería? —insinúa por lo bajo, su mano blanca yendo sobre el pomo de la espada—. No te comportas diferente de las putas por las que es conocido, y él no va a tardar en ir tras ellas… cuando le des un heredero ya no le servirás para nada. ¿Es eso lo que quieres, Cersei?

Aunque hay allí un intento de intimidarla, Jaime siempre se ha reconocido más blando que ella, propenso volverse a su favor con unas cuantas frases, hambriento de afecto. Claro que él estaría enojado, claro que sería tan malo si ella no le provee nada que no pueda hacerlo sentir seguro, en su sitio, ¿qué tiene en esta capital aparte de ella? ¿Qué le ha quedado después de la guerra? A veces teme que la guerra haya cambiado algo en él de manera irremediable… no sabe lo que es, pero lo nota; para el mundo, para la gente de afuera, sigue siendo el mimado hijo de Tywin Lannister que se considera por encima de todo y todos.

Se acerca a Jaime, recorta la distancia con ganas de encontrar del otro lado una mano tendida.

—Lo siento, hermano —comienza, poniendo una de sus manos enjoyadas en la mejilla pálida—, en este momento ambos debes hacer unos cuantos sacrificios. No es un momento seguro.

Celos. Celos en esos ojos verdes,

—Me estás cambiando por un hombre que no te merece y es un idiota

La ira salta, la que viene acumulada de sus gritos ahogados contra la almohada, de su miedo al futuro, de las sonrisas que Robert nunca le devuelve y del constante anhelo que Jaime clava en su pecho. Cuánto desearía poder deshacerse de ambos y del dolor que le causan.

—¡Te estoy cambiando por la persona que sí puede estar junto a mí! —explota—. Tú eres un Guardia Real, tú le negaste a padre quitarte ese trapo, has sido egoísta y no me prives a mí de ser igual de egoísta que tú.

Él no responde. Solo se aparta. Jaime nunca pelea, es tan apático. Ella era la que gritaba siempre, la que se hartaba, él solo miraba sus ataques para venir a consolarla luego, ¿es lo que está tratando de hacer aquí?

—Le diré al rey que no necesito de tu presencia hasta que partamos.

El sonido de las placas de la armadura es lo que la hace consciente de la salida de su hermano, nada más. Es, por decirlo menos, decepcionante. Robert se hubiera quedado, para gritar o para tumbar algún objeto, con la ventaja de que Cersei nunca se calla y, por lo tanto, no habría manera de salir de allí sin que alguno cediera. Pero Jaime siempre cede y Cersei desea que alguna vez, por algún motivo, tome las riendas de aquello que pasa entre ambos, no solo le tire a la cara las dificultades, ¿por qué tiene que pensar ella en todas las soluciones cuando tiene las peores cartas?

Camina hacia una ventana alta, donde las enredaderas han echado raíces gracias a las lluvias de primavera. La piedra roja de la fortaleza se resquebraja bajo la presión de las diminutas venas de alimentación de la vegetación, todas ellas delicadas, blancas, sin más aspiración que hallar asidero. Hay capullos blancos en espera de mejorar las condiciones para brotar. En todas las canciones las mujeres son comparadas con flores como esas, delicadas, cultivadas para abrirse en el momento adecuado, Cersei cree que es al revés, que las mujeres tienen que abrirse, pavonearse, venderse, incluso cuando las condiciones son adversas, su belleza es un arma, no un favor. El alma de las mujeres es vendida aun antes de que nazcan, pues bellas o no, dependen igual de otros para florecer (o pretender hacerlo).

Cuando mira hacia la desembocadura del Aguasnegras, donde el Mar Estrecho parece desaparecer brevemente por la fuerza del río, las lágrimas pesan en sus parpados. ¿No merece una felicidad aunque sea breve? ¿Un cuento de caballeros y princesas al menos durante medio año?

—¡Cersei! —la voz de Robert, como un cuerno en batalla, rebota por la habitación cuando se anuncia—. Escucha esto, iremos a Tarth antes de visitar a mi hermano.

El mar es gris, el cielo de un azul apagado. Es el azul de los ojos de Robert, nubes que ocultan el sol, demostrando su fuerza. La reina de los Siete Reinos se enjuaga las lágrimas con la manga de su vestido, un botón lástima un poco su ojo al refregar.

Se gira, y encuentra a un hombre transformado. No al rey aburrido de las últimas semanas, no al hombre que suspira por otra, sino al guerrero que entró a lomos de un semental para sentarse en el Trono de Hierro luego de una carnicería. A ella le gusta, le tiene que gustar.

—Nunca he ido a Tarth —tampoco conoce Rocadragón, ni el Mar Estrecho, más allá del embarcadero—. La llaman la isla de los zafiros, ¿no? Empacaré joyería que haga juego con ello.

Robert se ríe, alto. Viene hasta su lado para tomarla en brazos y sacudirla, como sacudiría una muñeca.

—No lleves mucho, no será necesario —sus brazos la rodean, el olor del cuero y la cerveza está por todas partes—. Te ves igual de bien siempre, no es necesario exagerar. Aunque nos acompañé parte de la corte, puedes pretender que no eres la reina.

¿Cómo se atreve? Todas sus apuestas están allí, en ser la reina. Rhaegar se murió, Lyanna se murió, Elia se murió… Cersei Lannister está aquí, donde deberían haber estado ellos, y eso no lo va a perder.

—Me gusta ser la reina. Soy la única reina, Robert, te puedes caer del caballo y volver con una escayola, pero yo siempre debo responder a mi deber.


Notas de autor:

Me sigue dando pena Cersei en cada cosa que escribo, igual que la primera vez.