Disclaimer: Personajes de «InuYasha» pertenecientes intelectualmente a Rumiko Takahashi. Historia creada con el objetivo de entretener y sin fines de lucro.

Advertencia: Y… es un cliché. Contiene lemon y muerte de personajes.

Parejas principales: [InuYasha/Kagome] [Naraku/Kikyō]


Raíz cuadrada


Capítulo 1.

Las manecillas del reloj parecían sonar en los oídos de ambos, acabando con la poca paciencia que parecían tener a ese punto de la clase.

—Tienes el resultado casi en las narices —le dijo por fin, mientras observaba fijamente el punto exacto en el que la respuesta correcta parecía conectarse en el procedimiento. Kagome corrió su vista desde su tutor hasta el cuaderno y su cerebro pareció encenderse por un momento y fue lúcida—. ¿Lo tienes?

—Sí.

La muchacha tomó la calculadora, ingresó los últimos datos y el dispositivo hizo su trabajo. Sonrió, complacida, cuando notó que todo estaba listo. Las matemáticas eran asfixiantes, jodidas para quien no las entendía, jodidas para quien no era amante de ellas. Las matemáticas eran casi como el amor.

—Bien, supongo que es todo por hoy —a su lado, el tutor soltó un suspiro cansado y eso la hizo sentir aún más incómoda—. Esta vez, te dejo treinta y dos ejercicios de estos para el próximo miércoles —le hizo un ademán en su libro de estudios y empezó a ordenar sus documentos en el folio.

—¡Pero si son toda la unidad práctica! —Se mordió los labios antes de soltar un improperio, arrugando la hoja entre sus manos. No otra vez, no de nuevo el trabajo duro. Su profesor no dijo una palabra y eso la exasperaba, le jodía, le arruinaba el hígado—. Esta semana tengo mucha tarea por la universidad, Taishō. —Lo miró por debajo. El aludido se detuvo un momento—. Por favor...

—Haz los que puedas y en las horas de clases terminas lo que tengas pendiente —le acordó, dándole una mirada cansada. Alzó las cejas a la espera de una respuesta, sosteniendo la mirada ceñuda de su alumna. Kagome no cambiaba sus expresiones graciosas nunca, ni siquiera por sus casi veinticuatro años, seguía comportándose como una niña, haciendo pucheros tontos o protestando contra lo primero que se le venía a la mente—. ¿Sí?

—Cuánta ayuda. —Puso los ojos en blanco, cerrando sus libros de mala gana. La situación entre ellos era cada vez más tensa y no en el buen sentido. Dejó de mirarlo para después soltar un suspiro alargado, intentando disipar todo el estrés que le estaba provocando su estancia allí.

Escucharon el resonar de unos tacones por el piso y Kagome supo que su hermana volvía con las botanas que había prometido hacía poco, distendiendo, de paso, el mal ambiente que tenían los dos.

—¿Cómo ha ido? —Inquirió la muchacha, sirviéndoles un jugo de naranja acompañado de un par de panes de queso.

—Diría que espectacularmente —InuYasha se quedó con la boca medio abierta para decir algo, pero la chiquilla había procedido a hablar por él— hasta que tu novio me dejó treinta y dos malditos ejercicios, como si no tuviera suficiente ya con la universidad —se comió el refrigerio de mala gana, porque estaba casi muerta de hambre y tomó el jugo con brusquedad.

InuYasha alzó el vaso y antes de tomar su jugo, ladeó el rostro, en señal de afirmación: esa clase también había sido un desastre.

Kikyō soltó aire pesadamente y se masajeó las sienes. Acaba de llegar del trabajo —aunque pidiendo permiso para salir un par de horas antes—, no estaba para las escenitas de los últimos miércoles y viernes después de las tutorías de Kagome con InuYasha como maestro.

—Supongo que esto es normal entre ustedes —contesto simple, sin abrir los ojos aún—. Kagome, mamá y papá vendrán pronto —al abrirlos, le dedicó una sonrisa a su hermana, intentado calmarla.

—Ya subo a arreglarme —la joven dejó su platillo completamente vacío, tomó las carpetas y se perdió por las escaleras.

InuYasha y Kikyō la miraron perderse por esas por unos momentos. El joven se acabó la botana y su novia regresó a él luego de unos segundos.

—Creo que esto es suficiente ya —lo miró desafiante y muy seria.

—Creo que debería dejar de darle clases a tu hermana —se secó la boca discretamente con una servilleta y la dejó sobre la mesa— nuestras horas son cada vez más estresantes —y él lo estaba, estaba muy tenso. Irónicamente, la joven frente a él tenía la culpa.

Kikyō corrió la silla, se sentó y se llevó las manos a la cara, intentando tomar aire y fuerzas para afrontar la misma propuesta absurda de los últimos cuatro meses.

—Antes no había mencionada esto, pero igual creo que es importante —su novio alzó la barbilla, mostrándole atención—: es difícil encontrar tutores de matemáticas en estos tiempos y mucho menos, gente confiable… —lo miró fijamente— se te contrató porque eres una persona de nuestra entera confianza, que jamás irrespetaría a Kagome y que se supone —alzó las cejas—, te llevas bien con ella incluso antes de conocerme y a mi familia.

—Tienes razón, así era —se removió inquieto, sosteniéndole aún la mirada. Tragó duro… Kikyō hablaba de él como si con Kagome todo el tiempo hubiera existido una simple y cordial relación de amistad y tenía razón en pensarlo, en realidad. Nunca hubo qué contar, Kagome y él habían sido amigos y se llevaban bien, sin embargo, después de su noviazgo con Kikyō, la extraña incomodidad se había vuelto un nuevo sentimiento para ellos, sumado a las extenuantes clases de matemáticas que le impartía, su poca paciencia y lo increíblemente distraída que era Higurashi…ya ni amigos eran—. Al parecer ya no —terminó por decir, echándose para atrás en la silla.

—Hablaré con ella, entonces —propuso, sin verle más remedio. Esa sería la última vez que le pediría que se quede. Definitivamente sería la última—. Dime qué es lo que te molesta y…

—No, no —se tomó un descanso, analizó las cosas como pasaba siempre después de la tensión… el problema no era Kagome y él lo sabía. No podía siquiera encontrar una razón real para negarse a darle clases, o decir que existiera algún verdadero detalle que le enfadara de ella—. Seguiré dándole clases, no te preocupes.

La joven tomó un respiro y asintió, como si un gran peso se hubiera liberado de encima.

—Bien —le sonrió— debemos prepararnos para esta noche. —Estuvo dispuesta a levantarse, pero su novio se estiró rápidamente y le tomó de la mano a través de la mesa, poniéndola nerviosa. No otra vez la misma pregunta, por favor, no—. InuYasha…

—¿Cuándo —inspiró— hablaremos con tus padres?


Abrió las manos una a cada lado de la cabeza, sin pegarlas a su cara, intentando disipar los ánimos. Estiró cada dedo mientras inhalaba hondo y repetía un montón de maldiciones en la cabeza. Regresó a ver su computadora, aún prendida, reproduciendo música en un volumen bastante bajo, con el Word abierto y un par de cuadernos cerca del teclado… aún debía terminar aquel ensayo, por suerte tenía tiempo el fin de semana. Justo ese día tenía que llenarse así de trabajos. Suspiró, llegando hasta su cama y tomando el celular.

"Voy a matar a tu primo"

Fue lo único que se le ocurrió escribir después de unos segundos con los dedos entumidos sobre el aparato móvil. Fue un mensaje estúpido.

"¿Qué ha hecho?"

La repuesta de su amiga fue casi inmediata, porque estaba online, según WhatsApp.

"Nada interesante, dejarme ejercicios como si no existiera un mañana.
Es un estúpido amargado"

Volvió a teclear inmediatamente después.

"Uy, hoy más histérica de lo normal con InuYasha, K."

"¿Se supone que deba estar feliz?"

"Es que hoy se casa Sango, yo creo que sí"

Kagome suspiró, recordando nuevamente aquel evento que tendría lugar en un par de horas, apenas. Cerró los ojos por un momento y el viento que se colaba por su ventana le dio algo de calma.

"Sí, pero InuYasha lo ha arruinado todo como siempre"

"¿Así como arruinó la posible relación que se daría entre ustedes antes de que conociera a tu hermana?"

Negó con la cabeza, completamente incrédula, mientras el sonido de nuevos mensajes la invadían. Eran emojis de caras riendo.

"¿A qué ha venido eso?"

"Nada, supuse que como hoy todo pinta para boda, recordaste que mi primo tiene intenciones de casarse con Kikyō y eso te revolvió el estómago, Higurashi"

Más emojis.

"Tu primo es un asunto pasado ya"

"Lo sé, tonta, solo te estoy molestando.
Aunque igual puede que estés celosa, ¿no lo has pensado?"

Ayame añadió un emoji de cara pensativa a ese último mensaje y Kagome agachó la cabeza… no estaba para bromas tontas ese día que tuvieran que ver con él, no más. Si bien cada clase parecía volverse más tensa con los días, se debía a lo cansado que era lidiar con las matemáticas para ella. Que era también muy distraída, eso lo tenía claro, pero no había necesidad de atosigarla con tantas tareas, si es que ella con diez ejercicios entendía de basta y de sobra, si ya la universidad la estaba consumiendo como un cigarro y esto no parecía ser a fuego lento.

Ellos habían adquirido una muy extraña atmosfera de incomodidad desde el momento en que InuYasha había mencionado que le gustaba su hermana, así, abiertamente. Poco tiempo después se habían hecho novios y todavía menos tiempo después, se lo pusieron de profesor de matemáticas. Nunca reparó en sus asuntos personales cuando lo vio entrar por la puerta de su casa con un folio y con cara de pocos amigos, diciendo que debía aprenderse el Álgebra como si fuera su propio nombre y sabe Dios qué otras estupideces más. Su compromiso con Kikyō era cosa de ellos y sinceramente, no se había dado cuenta de en qué momento había pasado de ser el amigo que le gustaba, a su casi cuñado. Y estaba bien con eso, ¿sí? InuYasha era quien parecía tener problemas con ella.

"¿Qué tonterías dices, Tanami?"

Mandó el mensaje, aún con una expresión de inseguridad en el rostro. No se había dado cuenta de todo ese proceso hasta aquel día.

"Uff, has tardado un mundo en decirme algo, K."

"Estaba pensando en qué responder a tus estupideces, lol"

Ella también envió emojis de caras riéndose.

"Claro…"

"Tu primo es quien parece tener problemas conmigo. Creo que me detesta y yo empiezo a detestarlo más"

Se levantó y se dirigió hasta el armario frente a su cama, sacando su vestido verde de escote discreto y tirantes delgados que había reservado para aquel gran día… su prima Sango se iba a casar, era todo tan increíble. Mantenía el celular en la mano.

"Él no te detesta. Créeme, Kagome"

La muchacha observó el mensaje por un segundo. Las palabras parecían ser muy seguras y lo último, una súplica, ¿por qué lo afirmaba con tanta seguridad? Era ella quien pasaba tanto tiempo con él, era ella quien veía sus expresiones, sus gestos y su mal humor… como fuere.

"Da igual"

"Hablaría con él, pero me lo tienes prohibido"

Le agrego un emoji poniendo los ojos en blanco y Kagome soltó una carcajada.

"Que ni se te ocurra"

"¿Lo ves? Eres imposible, K Higurashi."

Un escalofrió la recorrió con ese mensaje… esa frase ya la conocía y había pasado tanto tiempo sin saber de ella, que le provocó cierta incomodidad.

"Eres imposible, K Higurashi."

Tecleó un nuevo mensaje diciéndole a su mejor amiga que se seguiría preparando para la boda y que se verían allá a cierta hora. Ayame también se despidió jovial, como siempre, enviándole corazones.

«¿Soy imposible?»

Se llevó el celular al mentón y se dio pequeños golpecitos con él, mientras meditaba…

—Lo soy.


Movía la pierna con un tic nervioso. Afortunadamente, no se notaba gracias a la falda larga de su azulado vestido elegante, pero, apostaba, por la forma tan psicópata en la que había empezado a beber su champagne, que estaba poniendo su pánico en evidencia. A lado, su novio no dejaba de mirar alrededor, soltando suspiros molestos. No quería ni regresar a verlo.

Estaban cerca de la entrada del hermoso salón en que se llevaba a cabo la recepción de la increíble boda de Sango y Miroku. Tenía una entrada extensa con barandales de hierro en forma de corazones, adornado con flores blancas y rojas, simulando el largo camino a la iglesia, al aire libre, para después de unos metros, darle la bienvenida a los invitados hacia una construcción increíble con un techo que caía gracioso como una perfecta «v» invertida, con vidriería transparente que dejaba colar el majestuoso cielo de noche. Todo un espectáculo visual.

Ella alzó la mano hacia uno de los meseros y este le puso atención rápidamente.

—Otro, por favor —Dijo, mientras se mordía el labio y tomaba la copa—. Gracias. —Las manos le temblaban.

—No deberías beber tanto. —Por fin intervino InuYasha, balanceando su rostro lentamente hacia ella, exasperado, pero no alterado—. Es la cuarta copa en menos de cinco minutos, Kikyō.

La aludida dejó que el líquido ambarino le rapase la garganta y su heladez le calmen los ánimos, aunque imposible. Soltó un suspiro: esas cosas no eran comunes en ella, lo sabía, sabía que no tenía cómo responderle.

—No tengo problemas con el alcohol —comentó, volviendo a alzarse la copa sin dejar de mirar a los invitados ir de aquí allá, a Kagome hablar animada con la novia y con Ayame— y es el matrimonio de Sango, creo que estoy bien con esto.

Taishō se mordió el labio inferior desde dentro, con frustración. Sentía tanto que las cosas andaban mal que ni siquiera era capaz de disfrutar el casamiento de su mejor amigo.

—Hoy tampoco hablamos sobre tus padres. —Le soltó, sin poder evitarlo. Le jodía mucho cada nueva excusa que le estaba poniendo y le jodía aún más sentirse un maldito intenso con el tema, pero es que no estaba ya seguro de nada.

—Oh, mira —Kikyō soltó una risita tonta, observando hacia la misma dirección— llegó Kōga, por fin —ignoró olímpicamente el comentario e InuYasha puso los ojos en blanco— voy a saludarlo, no tardo nada, ¿sí?

No miró atrás ni un segundo, ni siquiera para cerciorarse de que él haya quedado bien o siquiera tranquilo. Caminó lo más rápido que pudo hacia el grupo de alegres jóvenes que charlaban emocionados y hacía gestos de alabanza a la hermosa recién casada.

—¡Kikyō! —Exclamó su hermana, emocionada. Tenía las mejillas rosadas y una copa en la mano, igual que ella.

—Miren nada más, llegó la bruja —su amigo soltó una carcajada jovial que nadie pudo ignorar.

—Ja-ja-ja, muy gracioso, Kōga —quiso evitar la trasviera sonrisa que se escapó por sus labios. Respiró un momento—. Muchas felicidades de nuevo, Sango —le hizo una reverencia y la muchacha sonrió tan ampliamente, que su rostro parecía iluminar.

—Muchas gracias, Kikyō.

—Qué bueno que has venido, ¿en dónde dejaste a mi primo? —preguntó Ayame, mientras la veía tomar otra copa de champagne y dejar la que traía recientemente. Eso era muy extraño. Su novio la estrechó y le dio un beso en la coronilla.

—Ya vendrá —se encogió de hombros y apuntó hacia atrás con el pulgar, sin mirar—. ¿Me disculpan un segundo? Me llevo a Kagome un momento —la tomó con fuerza de la muñeca sin siquiera notarlo, mientras sonreía ante el permiso concedido del grupo.

—Hey, con más delicadeza —masculló la menor, en voz baja, caminando rápidamente y con cuidado de no enredarse con sus tacones y su vestido—. ¿Kikyō? —Su hermana estaba tan helada que parecía un muerto.

Siguieron caminando hasta un lugar apartado, en donde no hubiera tanta gente. Kagome empezó a sentir pánico cuando, a la luz de la noche, el rostro de su hermana mayor se veía tan blanco como un papel. La vio tomar aire y volver a alzarse la copa.

—Cúbreme —le dijo con voz temblorosa. Se aclaró la garganta—. Parece que tengo algo de trabajo urgente que debo resolver en casa, pero vuelvo en cuanto pueda.

—¿Qué dices? —Hizo una mueca de incredulidad y arrugó la cara—. Estas pálida como una hoja de papel, Kikyō y no creas que no noté tu forma compulsiva de beber esta noche.

—Necesito que me cubras con InuYasha —prosiguió al instante, sin hacerle demasiado caso. El hueco en su estómago era insoportable y necesitaba con urgencia salir de ese lugar.

—¿Con quién…? —Le supo a mierda.

—Nuestros padres entenderán, les dirás lo que acabo de contarte, ¿de acuerdo? —Volvió a interrumpirla abruptamente. Quería gritar y romper algo, pero estaba haciendo acopio del valor que tenía y que siempre la había caracterizado. Kagome debía quedarse ahí por ella, no debía desfallecer a su lado—. Estoy bien, Kagome, únicamente me estresé por esto, es todo.

—Pero…

—Solo si preguntan por mí, lo dirás —la tomó por los hombros— quizás ni lo noten, pero, por favor… encárgate de InuYasha.


—¿Bromeas?

Ambos soltaron una carcajada sonora que pareció liberar las tensiones de InuYasha por un minuto. Al mismo tiempo, se llevaron sus copas hasta el fondo y acabaron el alcohol que contenían. Taishō negó lentamente, volviendo a su posición, recostado sobre el barandal, con el viento de la noche dándoles en la cara, alejados de la música y de la gente.

Irónicamente, había sido Miroku quien se había acercado a él.

—Bueno, fue con Sango con quien te casaste —prosiguió— yo tendría miedo.

—Sí, es Sango —afirmó y desde su posición la vio allí, tan perfecta, tan radiante, tan hermosa y alegre… la vio tan suya— sin embargo, la amo desmedidamente. —Confesó sincero y sonrió como un tonto.

—¿Se supone que tenga que verme igual de ridículo cuando me case? —le dijo burlón, pero no pudo ocultar la amargura en la voz.

—Pues… —Miroku, que había vuelto la vista para responder aquellos típicos comentarios de su mejor amigo, se distrajo por el sonido de los tacones sobre el cemento—. Oh, mira quién nos viene a hacer compañía…

InuYasha miró hacia la dirección de la entrada y ahí la vio, mirando para cualquier lado que no fuera el frente, atolondrada, con los brazos rígidos hacia abajo. InuYasha achicó los ojos, mirándola sin fijarse y preguntándose por qué rayos venía ella y no su hermana. Una oleada de decepción acerca de Kikyō volvió a golpearlo y vio para el suelo, reflexionando.

—¿Cómo está el flamante recién casado? —La escuchó decir, mientras su voz se oía entrecortada por el andar de sus tacones.

—No tan radiante como tú, K, preciosa —le devolvió una sonrisa sincera y fraterna, sellando las felicitaciones con un abrazo—. ¿Todo bien?

—Perfectamente —Kagome soltó una risilla nerviosa.

—Bien, yo voy con Sango y en un segundo estoy de vuelta con ustedes, ¿va?

Kagome asintió, sin dejar de sonreír. Tomó aire hondamente mientras lo veía perderse entre la multitud. No sabía qué hacer para distraer sus ánimos. El bufido de InuYasha la trajo de vuelta al problema que tenía en frente y eso la hizo fruncir el ceño. Maldito el momento en que aceptó hacerse cargo de él.

—Uh, ya sé que me detestas.

—No te detesto —le contestó de inmediato, regulando la voz, pasando su estrés. De su chaqueta sacó un encendedor y un cigarro, con cuidado de no dejar caer nada.

Kagome parpadeó varias veces y a su mente vino el momento exacto en el que, hacía unas horas, Ayame le había afirmado aquello. No la detestaba, al parecer. Hizo una mueca de inconformidad por haber estado odiándolo esos momentos de forma, como se veía actualmente, injustificada.

—Éramos amigos —le dijo, viendo el humo emerger de su boca y hacer remolinos en el ambiente oscuro— y es triste que justo ahora tengamos que padecernos en vez de simplemente convivir.

Las palabras le dieron duro al aludido. Por su mente pasó algún momento agradable junto a ella antes de que todo su distanciamiento paulatino sucediera y curvó los labios en una sonrisa torpe. Retuvo humo en su boca y lo volvió a soltar de forma muy lenta y casi tortuosa. El viento de la noche mecía los negros cabellos de ambos, aunque en el caso de Kagome, fuera solo su flequillo, porque traía un peinado sobrio y bien fijado que no parecía poder deshacerse ni con un ventilador.

Eso lo hizo sonreír de nuevo, aunque no demasiado.

—Como sea, no se trata de eso —se tiró contra el barandal e hizo caer un par de flores. Kagome no le quitaba la vista de encima—. Algo anda mal con Kikyō. —Higurashi sintió una corriente eléctrica pasar por todo su cuerpo y las manos volvieron a temblarle violentamente—. Ahora debería estar aquí y...

—¡Dame! —De un movimiento torpe pero veloz, le quitó el cigarro de las manos y lo fumó casi desesperadamente, como si su vida dependiera de ello.

—Oye… —la observó divertido, en serio. InuYasha ni siquiera sabía que ella fumaba, o, bueno, que ya había aprendido a fumar. La primera vez que le había mostrado un cigarro, antaño, ella se había asfixiado únicamente con el humo que desprendió al encenderlo.

—Uff, lo siento, fue un arranque —ella echó hacia atrás la cabeza, estirando el brazo para entregarle el cigarrillo a su dueño y suspirando casi complacida.

—Ya lo he notado —lo tomó lentamente, queriendo soltar una carcajada.

—Kikyō vendrá pronto, surgió algo del trabajo y dice que volverá en más o menos una hora —se aclaró la garganta.

Entendía que esa situación podría ser dura para InuYasha, pero su hermana era quien debía encargarse de su relación, no ella. Además, estaba tan extraña esa noche… no indagaría en ese momento, esperaba ser prudente.

—Y no ha sido capaz de decirme de frente algo tan simple —frunció el ceño, volviendo a sentirse cabreado, aunque ya no tan efusivo. Quizás es que estaba cansado ya—. Sino que te ha enviado.

—¿Tan mala compañía soy? —Se aventuró a preguntar y fue a modo de burla hacia sí misma. ¿Sí era? No, no, ella no era mala compañía, ella era imposible.

—No tanto —le respondió con el mismo tono.

Cansada de aquella situación que no venía a cuento, lo observó por unos instantes, recordando el lugar en donde estaban y se sintió ligeramente ofendida en nombre de sus amigos.

—InuYasha, estás en la boda de tu mejor amigo —lo vio erguirse casi de inmediato y eso fue buena señal— olvida todo esto un momento y disfruta con él. Ya hablarás luego con Kikyō, regresará pronto —le extendió la mano, dudosa, pero sincera.

InuYasha soltó el humo de nuevo, mirando hacia el cielo. Corrió de pronto su vista hacia la mano que estaba ahí, ofreciéndole un poco de cordura, que le estaba hablando con la verdad. Soltó el cigarrillo y lo aplastó para apagarlo. Volvió a Kagome y pensó que fuera de las clases, no era tan irritante.

Y tomó su mano.

Continuará…


Buenas tardes.

Un gran abrazo a cada persona que me ha dejado un review y perdón por la porquería que leyeron antes. La historia pudo mejorar, así que acá les traigo lo más reciente que hice de ella. Como lo prometí, me estoy haciendo cargo de cada fic que he puesto en hiatus y me disculpo por ello.

Espero que les guste esta versión reescrita casi por completo y que puedan darle una oportunidad. Muchas gracias, de nuevo.