Frío.
Katara tembló levemente en respuesta al toque suave y gélido de la brisa que acariciaba su piel. Aún semidormida, estiró el brazo intentando buscar el cálido refugio que solia encontrar en el cuerpo de su novio.
Pero no alcanzó a tocar nada.
La muchacha abrió los ojos con somnolencia, y miró alrededor en busca de su amado Maestro Aire. Primero, vio el pelaje de Appa. Se habian recostado sobre una de sus patas al dormir. Luego, una leña nueva empezando recien a consumirse, chillando bajito ante el contacto de las llamas.
Pero se suponia que la fogata habia sido apagada antes de que se fueran a dormir.
Y entonces, lo vió.
Aang se encontraba sentado en la entrada de la cueva, de espaldas a ella.
La pareja había estado viajando entre la Nación del Fuego y el Reino Tierra para supervisar las negociaciones sobre la independencia de las Colonias, cuando tuvieron que refugiarse allí la noche anterior, debido a que la imponente tormenta que se avecinó de imprevisto no les permitió seguir su camino.
Habian quedado agotados, así que pronto cayeron ante los efectos de Morfeo. Al parecer, Aang se habia levantado primero.
El chico permanecía quieto, con la espalda recta, en su posición de loto, pero Katara sabía, por la respiración del muchacho, que no estaba meditando.
Algo andaba mal.
―¿Aang?―lo llamó suavemente.
Pero él no respondió.
Se puso de pie y caminó lentamente en su dirección.
A medida que se acercaba, pudo sentir cómo el aire se volvía más frío debido a la lluvia helada, y se envolvió aún más en la manta que portaba. ¿Cómo era posible que Aang no se inmutara? Sabía que él podía controlar su temperatura corporal, pero verlo allí, con su túnica que lo atravesaba cubriendo solamente un hombro, le provocaba que su lado maternal saliera a la luz y que quisiera abrigarlo un poco.
De repente, el cielo crujió de forma espantosa, como si quisiera partirse en dos. El muchacho permaneció en su lugar, pero no pasó desapercibido para la muchacha cómo sus músculos se habian estremecido para luego tensarse.
―¿Aang?―lo volvió a llamar al llegar a su lado.
El joven monje se giró repentinamente hacia ella, sus ojos abiertos en sorpresa. Claramente no la había oído acercarse.
―¡Katara!―tartamudeó. La Maestra Agua tomó asiento a su lado, mientras que las mejillas del Avatar de catorce años se teñian de un suave tono rosado―. Lo siento, amorcito, ¿te desperté?
―No realmente―admitió la morena, entrelazando sus dedos con los de él―. Fue la tormenta.
Aang apretó los labios y asintió, bajando la vista a la unión de sus manos. Luego volvió su mirada al frente, perdiendose en la lluvia que se estampaba contra el suelo silvestre.
Otro trueno sonó y Aang volvió a estremecerse. Solo bastó un segundo para que Katara notara el paso de la preocupación en aquellos ojos grises. Y, también... miedo.
―¿Sucede algo?―pidió saber, y Aang se volvió una vez mas hacia ella―. Sabes que puedes decirme lo que sea, cariño.
El chico esbozó una débil sonrisa.
―Lo sé, no es nada...―musitó, algo inseguro―, es solo que... últimamente no me gustan las tormentas―admitió con cierta tristeza―. Me recuerdan a la vez que huí... las veces que huí. Cuando abandoné a Gyatso y a toda mi gente a su suerte, y a ti, Katara, cuando te dejé ese día que desperté luego del rayo de Azula...
―Cariño, no...―quiso intentar detenerlo. Había comenzar a hablar atropelladamente, y sabía que se estaba perdiendo, ahogándose en los mares de un pasado doloroso.
―Pude haber hecho las cosas diferente, Katara. ¡Debi quedarme, ayudar a Gyatso, podria haberlos salvado si entraba en Estado Avatar y yo...!
―¡Aang!―lo tomó por las mejillas―. Detente, no fue tu culpa―pegó su frente a la de él―. Eras tan solo un niño, en ambas ocasiones. No sabías cómo actuar, y no tenias por qué saberlo en ese momento. Hiciste lo que pudiste,¿lo entiendes?
Los orbes grises de aquel dulce chico se aguaron ante las palabras de su amada y asintió despacio.
Katara lo atrajo a un abrazo. Sosteniendolo firmemente, lo mimó con caricias suaves en la espalda. Su corazón le dolía. Un alma brillante y alegre como era él, atormentada por el pasado que no lo dejaba ir. ¿Cuanto más tenía que sufrir y llorar para poder permitirse ser feliz? Habian acabado con la guerra, Aang cumplió con su deber, ¿no se lo merecían ya?
Espíritus, tenian que dejar de atormentrse a si mismos.
―No es tu culpa, Aang, nunca fue tu culpa―le susurró.
Una idea cruzó su mente, y una sonrisa se dibujo en sus labios. Rompió el abrazo, a pesar del pequeño puchero que había hecho en silencio su adorable novio, y buscó entre sus pertenencias un pequeño recipiente de metal.
Aang observaba con una ceja alzada cada movimiento de la Maestra Agua y cómo dejaba el tarrito de acero en el límite de la entrada de la cueva, para luego arrodillarse a su lado con una sonrisa traviesa.
―Juguemos un juego.
Aang sorbió su nariz y se limpió los restos de gotas saladas que quedaban en su rostro.
―¿Qué clase de juego?
―Cada vez que la lluvia golpee el vaso, tendrás que besarme―Katara contuvo una risita al notar cómo un brillo especial relució en los ojos del chico y sus finos labios se tensaban en una sonrisa torcida en picardía.
―¿De verdad? Eso suena muy fácil.
La Maestra Agua sonrió.
―Ya lo veremos, amorcito.
Para Aang, el tono de voz de Katara al pronunciar aquellas palabras significó un reto, y la miró con leve suspicacia. Algo estaba ocultando.
Imitó la postura de la chica, arrodillandose frente a ella, dispuesto a ganar aquel juego. Parecía sencillo, a pesar de que la lluvia no llegaba a alcanzar el recipiente del todo al encontrarse al límite de la entrada de la caverna, de vez en cuando una gota la aterrizaba en él, empujada por un arrebato del viento.
―Una cosa más―declaró ella, colocando los brazos tras su espalda―, sin manos.
Aang obedeció, entusiasmado por empezar.
El juego inició, y la primera gota resonó como el tintineo de una campana de viento. El joven Maestro Aire se abalanzó al frente, con el fin de reclamar los dulces labios de Katara.
Sin embargo, cuando estaba a punto de tocarlos, la Maestra Agua desvió el rostro velozmente y en cambio fue ella la que plantó un beso en la mejilla del muchacho.
―¡Oye!―se quejó Aang, retrocediendo en su lugar de nuevo y la chica soltó una risita.
―¿No que era fácil?―se burló ella―. Dije que tendrias que besarme, pero no que yo te dejaría hacerlo.
La cara del muchacho era un poema, provocando que la chica riera aún más.
―Bésame si puedes, cariño.
―Eres una tramposa, ¿lo sabias, amorcito?―dijo, aceptando el reto―. Ya verás.
Los próximos turnos no tardaron en llegar, pues la tormenta no daba tregua. Aang se lanzaba al frente, intentando unir sus labios con los de su novia, pero Katara era tan hábil como él. Pronto la muchacha comenzó a llenar de besos la pulcra cara del joven monje, quién liberaba pequeños gruñidos de frustración al verse burlado una vez más.
―¡Katara!―gruñó suavemente en un momento al son de la risa de la morena, resonando en el interior de la cueva.
―Oh, vamos, cariño. Te estás quedando atrás.
Con cada tintineo del acero, Aang volvía a intentar, pero Katara era demasiado escurridiza. ¡Espíritus, si tan solo pudiera usar sus manos! Atraparía a esa muchachita rebelde entre sus brazos y la besaría hasta el cansancio, el cual, ya sabía él, nunca llegaría.
Aún asi, quería ganar. Ya le ardía la necesidad de beber de esos tiernos y cálidos labios que poseía la Maestra Agua. ¿Qué tenía que hacer para conseguirlo? Empezaba a impacientarse.
Hasta que se le ocurrió un plan. Sí... eso podría funcionar.
Al siguiente turno, fingió dirigirse hacia su boca, pero cuando Katara desvió el rostro, aprovechó la oportunidad y bajó hasta depositar un beso fugaz en el cuello de su novia.
Katara jadeó.
―Aang―murmuró ella
―¿Si?
―¿Qué... qué fue eso?―preguntó, con las mejillas sonrosadas.
―¿A qué te refieres?―el chico fingió inocencia y el conocido sonido de agua chocando sonó―. ¿Esto?
Aang esta vez no esperó y fue directo a aquel punto sensible debajo de la oreja de la muchacha, robándole otro suspiro nervioso.
Y descubrió que aquello le gustaba bastante, hacer sentir bien a Katara.
Casualmente, el viento comenzó a soplar con mas insistencia, y la lluvia se volvio mas constante en golpear el tarrito. Los turnos se volvieron cada vez más continuos.
El joven monje se dedicó a dejar pequeños toques con sus labios por todas las áreas sensibles del cuello de la chica, en el lóbulo de la oreja, la mandíbula, las mejillas y las comisuras de la boca.
En todos lados, menos en los labios de ella.
Pasaba cerca, muy cerca, pero jamás justo allí. Y, en cada ocasión que llevaba a cabo ese juego cruel solo para dejarla deseando, era Katara quién ahora soltaba pequeños gruñidos de rabia.
―¡Aang!―le reclamó, cuando creyó que casi la besaría, solo para desviarse a su frente.
Él rió con diversion.
―Pídemelo. Dime qué es lo que quieres, amorcito, y te lo daré.
Pero Katara tenia su orgullo, y se rehusaba a perderlo en este momento.
―Muy bien―el Avatar se encogió de hombros y se lanzó nuevamente hacia el rostro de su novia
Pero esta vez, cuando estaba a centimetros de ella, Katara lo tomó de ambos lados del rostro y lo besó.
Aang gimió de sorpresa, pero no tuvo que pasar demasiado tiempo para que cediera ante la placentera unión y enredara sus dedos en la cintura femenina, correspondiendo al beso con entusiasmo.
―Eso es trampa―declaró él, una vez que se separaron en busca de aire, pero sin soltarla ni alejarse demasiado―, dijiste que sin manos.
Una sonrisa culpable se instaló en la cara teñida de carmín de la Maestra Agua.
―No debiste provocarme así―sentenció ella―, harás que quiera hacer cosas peligrosas.
―¿Cosas?―preguntó el joven Avatar, arqueando una ceja en genuina inocencia y curiosidad―. ¿Qué cosas?
Katara mordió su labio inferior. Aang había crecido durante el último año tras el fin de la Guerra, incluso la había alcanzado en altura y su trabajado físico, producto del constante control de elementos y entrenamiento, lo hacia ver demasiado tentador y atractivo ante sus ojos.
Sin embargo, era claro para ella que su novio aún no había despertado aquel tipo de madurez que su cuerpo femenino pedía de él. Ella ya tenia dieciseis años, y ya tenia ciertas necesidades físicas, pero debía esperar a que él estuviera listo para satisfacerlas.
Y aún así... Espíritus, dudaba de que pudiera resistir hasta entonces.
Momentos como este, donde Aang actuaba más seductor que de costumbre, la hacian querer perder toda moral e incitarlo a hacer cosas que solo en su mente podría nombrar.
Pero ahora, él la observaba esperando una respuesta.
―Después te lo explico―dijo, soltando una risilla nerviosa.
Aang no comprendía por qué no podía explicarselo ahora, pero no insistió. Ambos se acomodaron mejor, sentándose uno al lado del otro, él rodeandole la cintura firmemente con el brazo, y ella apoyando la cabeza delicadamente sobre su hombro, contemplando el paisaje del bosque diluviante.
―Debo admitir que yo también hice un poco de trampa―habló el Avatar de pronto.
Katara se giró hacia él, su ceño torcido en confusión.
―¿No te parece que casi al final del juego, la lluvia golpeaba particularmente muy seguido el vaso?
Él tenía razón. Durante la satisfactoria tortura de Aang, el viento se habia vuelto inusualmente demasiado salvaje de repente, trayendo la lluvia y causando que más gotitas aterrizaran contra el metal, y así el muchacho consiguió más turnos para continuar con su travesura.
Entonces, lo comprendió.
―¡Hiciste Aire Control!―ella lo golpeó levemente en el pecho.
