En el que Hylla Haddock y Ezra de Arendelle llegan a un acuerdo.
Olaf Hvit era un sujeto tremendamente extraño e imposible de comprender por completo, la mayoría en el precioso de Arendelle lo describía como todo un encanto, un hombre interesantísimo, el perfecto guardián de cualquier secreto que se pudiera tener, y todo un maestro a la hora de divertir y contentar a los más jóvenes. Y como increíble bonus, parecía que en verdad era el único que realmente sabía apelar sin fallo ni problema alguno al lado más sensible del peligroso rey de Arendelle, a diferencia de la reina emérita de Corona, Arianna, que parecía siempre estar debatiendo e intentando llegar a un acuerdo con él de no ser tan caótico y destructivo como podría serlo. Todo el inmenso continente europeo parecía estar completamente de acuerdo con la idea de que Olaf Hvit era un hombre sin falla ni error alguno, pero sencillamente Hylla no podía verlo mediante esas lentes de perfección y aprecio por las que todo el mundo a su alrededor miraba a Olaf Hvit. Lo primero que había visto de ese sujeto había sido desprecio, desconfianza y una evidente intención de deshacerse de ella, Olaf Hvit era un actor de teatro, y algo que había aprendido de los cristianos es que ese tipo de gentes tenían infinitas máscaras para interpretar una infinita variedad de personajes.
Hylla estaba realmente interesada e incluso ansiosa por descubrir en qué momentos el señor Hvit, el apreciado trovador y oculta mano derecha de los dos últimos reyes de Arendelle, llevaba una máscara y cuándo no. En cuanto lo vio interactuar con Anne por primera vez dio por hecho que esa definitivamente era una máscara, su personaje estrella que era el que la mayoría conocía y apreciaba. Las voces tontas, la extrema familiaridad, los juegos y los cuentos que provocaban algo que Hylla jamás se hubiera imaginado: ver al niño amargado y constantemente enfurruñado de Anne divertirse y realmente actuar como alguien de su edad, incluso la princesa Hazel se dejaba llevar por sus instintos más infantiles hasta tal punto que incluso dejaba impresionada a Ofelia, quien insistía con que Hazel había aprendido mucho más rápido que cualquiera del resto de sus hermanas a manejar las cosas a su gusto y a siempre obtener lo que quisiera.
Luego estaba su interacción con el propio rey, no solo Olaf Hvit era capaz de hacer que el rey aceptara a casi cualquier cosa, sino que parecía ser la única persona con la que Ezra se relajaba de verdad. Frente a todos tenían al menos un fino muro alzado, un constante recordatorio de que él era el rey y que él tenía el control sobre absolutamente todo, muy pocas veces Hylla había sido capaz de ver ese muro cayéndose, incluso cuando se trataba de sí misma o de Anne, quienes tenían una obvia preferencia de parte de Ezra por sobre cualquier otra persona, Ezra seguía manteniendo una leve diferencia o intentaba mantenerla, fingir que había una diferencia que se debía remarcar. Aquello no parecía ser así cuando se trataba del señor Hvit, ambos se permitían bromear, reír con ganas, molestar levemente al otro, como si fueran amigos de toda la vida, como si ninguno de ellos fuera el líder supremo de todas las tierras que los rodeaban en esos momentos.
Olaf Hvit era un actor tan espectacular que Hylla ni siquiera era capaz de asegurarse a sí misma que esa rabia y esa imagen amenazante eran su verdadero rostro, porque mientras más lo veía juguetear y conversar tan amenamente, más se cuestionaba si ese porte imponente no fue más que la mejor interpretación de alguien peligroso que ese hombre alguna vez hizo.
Porque cuando le contó todo lo ocurrido a Ezra y ambos fueron a cuestionar al señor Hvit de a qué diantres había venido todo aquello, bueno, para ser justos quién más había hablado había sido Ezra. El buen hombre paliducho se disculpó una y mil veces, asegurando que se había dejado llevar por sus sentimientos, contándole al rey de que todo tipo de gente de Arendelle había hecho que llegara hasta sus oídos la extraña y angustiosa noticia de que algo horrible le había ocurrido en su ausencia, por lo que decidió regresar sin tan siquiera anunciarse y al ver a alguien con prendas tan caras y un rostro tan desconocido asumió lo peor posible, dejándose llevar por todas sus emociones.
El señor Hvit había jurado en nombre de todos los santos y santas que conocía que se aseguraría de arreglar las cosas con la reina, que nada similar volvería a ocurrir y que pasaría el resto de su vida compensando aquella terrible confusión y trato. Ezra le preguntó a su esposa que si con aquello estaba satisfecha y podía darse una oportunidad de conocer bien a Olaf, y aunque en aquel momento ella aseguró de que absolutamente todo estaba bien, la reina ya estaba pensando en formas de ocultar armas punzantes en alguna parte más accesible de su vestido, solo por si acaso.
El hombre no le había dado en los últimos días ningún motivo para desconfiar de su persona, realmente parecía que aquello había sido un inocente y terrible error causado por el nerviosismo y el temor de que realmente le hubiera ocurrido algo terrible al joven que tanto apreciaba. Pero ella era una vikinga, una vikinga que había sido amenazada por uno hombre tan gigante y con comportamientos tan variados, su padre destruiría todo mobiliario del Valhala si se llegara a enterar que ella era capaz de obviar algo tan evidente como lo había sido el intento de intimidación y ataque de Olaf Hvit solo porque eso era lo que se esperaba de ella como reina de Arendelle. Porque aunque seguía cuestionándose qué había tenido en la cabeza su padre cuando decidió meterla en todo este maldito embrollo político-nupcial, sería una terrible mentirosa si se atreviese a insinuar que su opinión, incluso desde la otra vida, había dejado de importarle.
No estaba realmente segura si había convencido por completo a Ezra al decirle que no le molestaba en lo absoluto la constante presencia del señor Hvit, pero si el rey de Arendelle tenía alguna duda no la dejó ver en ningún momento, sencillamente asintió con un suspiro aliviado cuando ella aseguró que absolutamente todo estaba bien. Tal vez quería creer que realmente todo estaba bien, por lo que ignoró cualquier duda que pudiera tener, tal vez no quería preocuparse de absolutamente nada más que de los preparativos que tenían que comenzar para que los bailes que organizarían en son de conseguirle a su esposa el resto de las damas de la cohorte necesarias para que absolutamente nadie siguiera martillando su cabeza con ese tema.
Ambos estaban ocupados en ese momento precisamente con ese tema en cuestión, enfrascados en la oficina del rey para lidiar con uno de los tantos puntos que tenían que dejar perfectamente preparados con mucha antelación para que el baile pare recibir a sus, a ella le gustaba llamarlas de esta forma de forma irónica, pretendientes de la mejor forma posible. A pesar de las constante quejas y súplicas del rey, Hylla estaba nuevamente sentada sobre la firme mesa, ignorando como una campeona la silla tan esplendida y cómoda que su propio marido habían ordenado que trajeran exclusivamente para ella para que no tuviera que estar en las otras dos sillas comunes que siempre estaban preparadas en su oficina por si, que no solía ocurrir, Ezra tuviera que recibir a alguien.
Todo el tema de la decoración, la comida, las bebidas y la orquesta lo estaba manejando con sus damas de la cohorte, no solo porque era así como se debía de hacer, sino porque sentía que era la parta más divertida y que demostraría mucho mejor su forma de ser frente a las futuras posibles damas de cohorte. Verían como son sus costumbres, su forma de actuar, cómo reaccionaba a una cosa u otra, tenía que admitir que no había sido en lo absoluto justo para Samantha y Ofelia que nadie se tomara unos segundos para explicarles ante qué estarían al ser las primeras damas de la nueva reina de Arendelle, por lo que se encargaría de que absolutamente nadie más se llevara ninguna confusión.
Los aspectos más aburridos los lidiaba con su marido. La lista de invitadas, un rápido resumen de las familias reales y nobles más importantes de los reinos que vendrían de visita para aquel baile. Tenía que descartar alguna que otra, mujeres y muchachas que desde un inicio, por el pequeño perfil que sus soberanos habían enviado, dejaran rápidamente muy en claro de que no tendrían un buen lugar entre sus damas de la cohorte. La mayoría de rechazadas habían sido hechas a un lado por elección de Ezra, quien juraba que por la costumbre del papel que alguna que otra dama de la cohorte solía tomar lo mejor sería ni tan siquiera darles la oportunidad a ciertas candidatas a las que ya conocía demasiado bien.
–Para nosotros está prohibido, pero en la mayoría de los tronos se espera que al menos algunas de las damas de la cohorte, las más apreciadas de la reina, se terminen convirtiendo en concubinas del rey –le había explicado Ezra con indiferencia mientras descartaba a la hija de un marqués francés–. La reina tiene asegurarse de elegir a mujeres de buenas cualidades físicas y humildes personalidades, mujeres lo suficientemente inteligentes para ser una buena compañía para el rey y lo suficientemente humildes para saber que jamás deberían intentar suplantar a la reina.
Hylla aprieta los labios unos segundos, pensando en la locura que significaba que los reyes cristianos tenían la audacia de no solo exigirle a sus esposas que les dejaran meterse con quienes quisieran porque "así lo necesitaba el trono" sino que también esperaban que ellas eligieran desde sus amigas para que ellos ni siquiera tuvieran que molestarse en buscar. Le encantaría decirle a su marido todo lo que realmente piensa de esas formas, pero, por algún motivo, lo primero que se lo ocurre soltar es lo siguiente.
–¿Entonces sin el tratado tú te tendrías que follar a alguna de mis damas?
Ezra no podría decir que estaba sorprendido por la pregunta de su esposa, quiere responderle de que, sin los puntos excepcionales puestos en el tratado firmado por sus padres, lo cierto era que sí, terminaría tomando a alguna de sus damas como una concubina, pero la cosa es que Hylla, lamentablemente, siguió hablando.
–¿A quién elegirías? –pregunta con toda la naturalidad del mundo.
–Hylla dejaría que tu dragón me devore vivo a cambio de que no me vuelvas a hacer esas malditas preguntas –le responde con toda la sinceridad del mundo, pellizcando el puente de su nariz mientras soltaba un pesado suspiro.
Pero ella, evidentemente, continúa. –¿Samantha, verdad?
–Hylla, querida, por favor.
–Porque con Eret no te imagino.
Ezra empieza a reír por no llorar.
–A Ofelia no le interesas, incluso diría yo que le caes mal –rápidamente abre los ojos y añade–. No le digas que te he dicho eso, se pone muy nerviosa de que la gente se entera de lo que nos cuenta a las demás.
Ezra vuelve a mirarla, ahora dejando de lado los papeles, inclinándose sobre la mesa y sujetando sus manos para pedir lo siguiente. –Te ruego que te detengas.
–Y, honestamente, si alguno de los dos se acuesta con Jackie creo que sería yo.
El rey golpe su cabeza contra la madera del escritorio.
–Aunque si yo te tuviera que recomendar a alguien...
Finalmente logra detenerla cuando toma un libro cualquiera de uno de los cajones de su escritorio y le golpea con ganas en la cabeza. La reina suelta una leve quejido que termina siendo levemente escondido entre las risillas que es incapaz de contener. Ezra parece estar dispuesto a volver a golpearla, pero Hylla se levanta con rapidez para acomodarse rápidamente en su propia silla, se sienta recta y en una perfecta postura, fingiendo ser sola una tranquila y elegante reina europea que definitivamente no estaba molestando a su marido. Ezra se queda mirándola por unos segundos con los dientes apretados, indignado por su falsa inocencia, hasta que decide sencillamente dejarlo estar, devolver el libro a su sitio y continuar con la lista de invitados.
Cuando su marido suelta una risilla al ver la siguiente candidata, Hylla vuelve a cobrar interés y retoma su sitio sobre el escritorio para saber qué le divertía tanto a su marido, Ezra parece querer regañarla por eso, pero la emoción que estaba demostrando le convence de sencillamente explicarle qué era lo que estaba viendo.
Extiende el brazo para que ella también viera los papeles que tenía en manos. –Eva de Riquewihr, duquesa de Francia por sangre –le presenta con cierta elegancia, Hylla centra su mirada en el retrato de aquella preciosa mujer. Sus ojos eran de un intenso color azul que brillaba con cierta picardía, esa picardía de una mujer que se sabe peligrosamente atractiva. Sus labios eran gruesos y rojizos, curvados en una perfecta sonrisa entreabierta que dejaba ver un poco de su perfecta y blanquísima dentadura. Su cabello castaño era levemente ondulado y le caía como una idílica cascada un poco debajo por los hombros. Estaba segura de que nadie en el mundo era capaz de decir lo contrario, el hecho era que su rostro era sencillamente perfecto... demasiado.
–Es... ah... muy guapa.
–¿Incómodamente guapa? –propone Ezra con una sonrisa ladina.
Hylla entonces se fija en su marido, lo observa con los ojos entrecerrados. –Sí... sí, creo que esa es la mejor manera de definirla, ¿se le fue la mano al pintor? –pregunta, esperando no recordar ese comentario burlesco cuando conociera en persona a aquella duquesa.
Su marido le responde con una risilla. –Oh sí, se puso una furia cuando vio el resultado. Eso es lo suyo en verdad, ponerse hecha una furia por cualquier cosa –Ezra sigue riéndose aunque Hylla ya no lo encuentra tan divertido–. La conocen como la bestia, tiene un gran temperamento y una personalidad que nadie más parece comprender o saber cómo lidiar, a excepción, obviamente de su marido, Belmont.
–¿Belmont qué? –pregunta frunciendo levemente el ceño, sorprendida al darse cuenta de que Ezra no había añadido ningún apellido ni título después de aquel nombre a pesar de que, cuando trabajaban con la lista de invitados y posibles futuras damas de la cohorte.
–Solo Belmont –responde, aún con esa sonrisa, esa sonrisa que ahora Hylla comprendía que no era necesariamente burlona con respecto a las personas, si no que a la situación en sí. Le tomó unos segundos pero lo comprendió: Ezra le estaba contando los mejores cotilleos de su lista de invitados–. La duquesa, luego de que no se supiera absolutamente nada de ella por años, apareció de momento a otro casada con un pueblerino que siempre tenía la cara enterrada en los libros. La duquesa siempre fue muy importante, así que el rey no se molestó en descubrir qué diantres había ocurrido y se limitó a aceptar todo lo que la duquesa quisiera hacer. m
Hylla no puede evitar soltar una pequeña risilla. –¿No quería lidiar con su temperamento o ella era demasiado importante para Francia?
Ezra le devuelve la sonrisa. –Ambas, por lo que –empieza una nueva frase mientras vuelve a tomar los papeles de la duquesa francesa para dejarlo en la zona de las aprobadas y luego escribir su nombre, y el de su esposo, al borrador de la lista de invitados–, tenerla como una de tus damas nos pondrían en una excelente posición, querida. ¿Quién sabe? Tal vez conseguirías una invitación a las fiestas del palacio de Versalles.
A la reina le hubiera parecido correcto seguir con la broma que estaba dejando en el aire su esposo, ya se lo habían dicho sus damas de la cohorte cristianas, Francia y su monarquía eran reconocidas no solo por ser una importante potencia, sino porque en su palacio principal, el de Versalles, las fiestas más bestiales y depravadas se llevaban a cabo, se decía que incluso los propios reyes tenían una apuesta entre ellos sobre quien lograba conseguir más amantes en una noche. Pero en lugar de la broma sencilla, decide ir en algo más propio entre los dos.
–¿No me la estarás recomendando para que ella descargue toda su rabia en mí, verdad? –le cuestiona risueña, alzando las cejas e invitando a Ezra a que le siguiera la broma, pero el rey de Arendelle solo rueda los ojos.
–Creo que le vendría bien una de esas fiestas que tú llevas a cabo. Tenerla aquí también significaría tener a su marido aquí, lo que podría llegar a ser beneficioso para saber un poco más de la idea que Francia tiene con respecto a Arendelle.
Hylla ladea levemente la cabeza. –Entonces... ¿quieres que la acepte de una vez? –pregunta luego de unos segundos más de su marido murmurando muy por lo bajo los beneficios de tener a la duquesa de Riquewihr como su nueva dama de la cohorte, al escuchar su pregunta, Ezra se detiene por completo.
Niega con firmeza. –Si no congeniáis no tienes que aceptarla, solo digo que es una de las mejores opciones –asegura con toda la calma del mundo, pasando finalmente a las siguientes páginas–. Tadami Hamada, hija de un conde del Imperio japonés –lee con calma, pero la sorpresa se le nota en cada palabra. Hylla se vuelve a inclinar, en esta ocasión se encuentra con el simple retrato de una muchacha seria y con una sonrisa algo maternal. Su cabello negro estaba perfectamente colocado en un precioso peinado propio de su cultura, sus ojos oscuros emitan cierta calidez encantadora y sus finos labios dibujan una leve sonrisa–. Jamás había oído de ella, si te soy honesto, creo que jamás ningún territorio asiático había sido tan directo como para presentar de esta manera a una posible dama de la cohorte.
–Oh, entonces esta familia es descarada –comenta con gracia–. Me agrada, quiero conocerla.
Ezra la mira solo unos segundos de soslayo antes de sonreír derrotado y colocar, sin mucha de la revisión que le gustaba llevar a cabo, coloca a la muchacha Hamada entre las aprobadas y apunta solo el nombre de ella en el borrador de la lista junto a un asterisco, indicando así a sus secretarios de que se encargaran ellos de añadir a los familiares o acompañantes de la dama que vieran necesarios.
Es Hylla quien toma la presentación de la siguiente candidata. –Aldrin Nightdaylight –pronuncia frunciendo levemente el ceño ante el extraño retrato delante de ella.
–¿Qué? –suelta bruscamente Ezra, la reina pega un leve respingo mientras su marido toma bruscamente el papel de sus manos–. ¿Por qué diantres la han propuesto a ella?
La reina de inmediato se inclina hacia su marido, mucho más interesada que antes. –Oh, ¿una antigua amante?
El rey resopla. –No me he tirado a todas las mujeres importantes de la Alianza, Hylla –le responde con obviedad–. Los hombres, por otro lado...
–Que sí, que sí, que te has tirado más hombres que yo, ¿me puedes decir ya quién es ella? –insiste en saber intentando tomar nuevamente los papeles en los que se presentaba a aquella candidata–. ¿De dónde es? Dijiste que era de la Santa Alianza.
Ezra suspira pesadamente. –De Corona, Aldrin Nightdaylight pertenece a un grupo selecto de la cohorte de Corona, se encargan sobre todo de la defensa del reino.
–¡Es una guerrera! –suelta emocionada, finalmente recuperando los papeles–. ¿Por qué no quieres que venga una guerrera? Hay que ver lo poco que me conoces –la reina se calla de inmediato en cuanto nota lo verdaderamente más extraño–. ¿Por qué narices es azul?
Lo que le muestra el retrato es definitivamente inesperado pero tremendamente precioso. Aquella muchacha tiene un rostro que recuerda a una muñeca de porcelana, podías confundirte por unos segundos, pero con mantener la mirada el tiempo suficiente te dabas cuenta de que su piel no era blanca, sino de un tono azul muy claro. Su mirada era inocente y serena, sus ojos son grandes y redondos, siguiendo bastante a la perfección con la idea de que parecía una enorme muñeca de porcelana viviente. Sus labios son algo descoloridos, no eran tan gruesos como los de Eva, pero definitivamente no tan finos como los de Tadami. Su nariz era fina y pequeña como un botón. Su melena azul parecía estar en la constante duda de no tener ni la más remota idea de si prefería ser levemente ondulado o enteramente liso, pues algunos mechones formaban leves tirabuzones y otros parecían ser estirados hacia abajo por la gravedad, sobre todo aquel que casi cubría uno de sus ojos. De alguna forma aquel simple peinado de un lazo blanco atándolo todo hacía que aquella inusual mezcla funcionara perfectamente.
Llega finalmente a aquella parte que podría jurar que es exageración del artista que había llevado a cabo ese retrato, Hylla realmente no tiene ni la más remota idea de cómo podría ser capaz de que aquello que ve pueda ser cierto. Bajo sus ojos, en la parte superior de sus mejillas, rozando sus parpados inferiores, se encuentran unos simples dibujos de cristales que resaltan sobre su paliducha piel inhumana. Se pregunta si debería de preguntarle a Ezra que tan preciso y realista es aquel retrato, pero sencillamente es incapaz de enfocarse en absolutamente nada más por el momento, sobre todo porque, mientras se más se fija, más cosas extrañísimas encuentra en aquella imagen.
A los lados de su cabeza se veían cristales que parecían flotar alrededor de su rostro, estos se encontraban apuntando hacia atrás y por algún motivo parecían suplantar a sus orejas. No quería cuestionárselo mucho, dio por hecho que era la exageración del pintor, o que había sido un garrafal fallo al querer representar una especie de corona o tocado para su cabello. Aquello no podía ser real.
Lo mismo pensó de aquellos detalles de sus ojos que pudo notar luego de centrarse bastante. En vez de pupilas negras, las de aquella muchacha son blancas como la nieve, tanto que por un momento se cuestiona si es que acaso era ciega, pero de inmediato lo descarta porque está completamente segura de que ningún rey se permitiría que a lo largo de todo el continente se creyera que una de sus más valiosas guerreras no era sumamente perfecta en todos los aspectos posibles. Los vikingos no tenían absolutamente nada en contra las heridas físicas, siempre y cuando te la hubieras ganado. Las cicatrices que habían marcado el cuerpo de Aster eran prueba de todas las batallas que había ganado, la pierna y el brazo que le faltaban a Gobber eran una enorme demostración de qué tan lejos había llegado para ser todo un guerrero, las quemaduras en el cuerpo de Fishlegs, sobre todo en sus manos, eran una muestra de lo mucho que se esforzaba para conseguir que su pueblo prosperara con respecto al hierro de Gronckle y todos sus beneficios. La pierna que a ella misma le faltaba era el constante recordatorio a todo aquel que la veía de que ella era una guerrera, una jefa que se ponía en primera fila en la batalla porque ¿quién más si no ella lo haría?
El diente que le faltaba a Snotlout era más bien un recordatorio personal de no tocarle las narices a su jefa, pero tenía una que otra marca de guerra que apoya su punto.
La cuestión era que los vikingos apreciaban aquellos heridas y marcas que te ganabas, que una joven tan delicada como aquella pudiera tener esa dificultad... si incluso los vikingos serían capaces de despreciarla por ello, no quería ni imaginarse qué sería lo que se dijera de ella entre las cohortes cristianas.
–Luce así por su magia –finalmente responde Ezra una vez que su mujer es capaz de prestar atención a algo más que no fuera aquel retrato–. Se les conoce como las Luces, un grupo selecto más cercano a algo religioso de lo que hace Catriel con su magia, Corona nunca nos ha dejado saber mucho con respecto a ello, solo lo importante. Son un poderoso grupo de aprendices de una magia que encuentra sus bases en la Luna y el Sol, y se amplifica mediante ciertas piedras preciosas. A ellos no les gusta ese término, pero para mí siempre han sido un bendito culto, hablan siempre de sus propios dioses y no siguen en lo absoluto las normas católicas. Es por su aprendizaje que sus cuerpos cambian de las maneras más extrañas que te puedas imaginar.
Hylla frunce el ceño. –¿Por qué nadie me ha dicho nada de ellos? Suenan como algo tremendamente importante a tener en cuenta.
Por si realmente nos hubiéramos decantado por la guerra. Ese pensamiento Hylla se lo guarda por completo.
Ezra se inclina levemente hacia ella. –Porque absolutamente nadie fuera de la Santa Alianza puede siquiera ser capaz de confirmar que ellos existen. Las Luces son el as bajo la manga de la Santa Alianza, son la mayor arma de Corona, su secretismo es lo más prudente.
–Entonces, ¿por qué una de ellas ahora quiere ser una de mis damas?
Su esposo le responde con una mueca. –No tengo ni la más remota idea, querida. Lo mejor sería...
–Invitarla para saber que quiere –dice sonriente, intentando dejar el papel de la extraña muchacha en el montón de las invitadas, pero su marido le detiene de inmediato con una expresión estresada.
–Lo mejor sería mandarle una carta a Raphael para que nos explique qué pasó –termina su frase, ahora él intentaba poner el papel en la zona de descartadas, pero su esposa lo detiene, insiste con que quiere que venga aquella chica tan extraordinaria, con que quiere conocerla. Ezra no es capaz de mucho más que de suspirar pesadamente–. ¿Por qué?
–Tengo curiosidad, ¿acaso tendré alguna oportunidad de conocerla si la rechazó ahora mismo?
A Ezra le cuesta admitirlo, pero su esposa tiene razón, no tendría más oportunidad de conocerla si ahora la rechaza. –¿Realmente tienes tantas ganas de conocerla? –pregunta, haciendo una marcada mueca en su rostro.
Va a tener que convencerlo, de la misma forma que tendrá que convencerlo para algo más. Realmente no quiere hacerlo, realmente no quiere ponerse a pensar en ello. Convivir con Ezra sin levantar sospechas de que algo similar a la carta de Gobber y de Aster le llegó era complicado, era horriblemente complicado fingir que no se quedaba llorando por las noches al recordar la carta, era horriblemente complicado fingir que sus vuelos con Toothless no estaban llenos de ira y de la necesidad de desestresarse.
Era horriblemente complicado intentar entender de verdad qué era lo que ahora mismo sentía por esos dos. Ya no podía fingir odiarlo y aborrecerlo, apreciaba en cierta forma a Ezra, se odiaba por eso, se odiaba por desearlo tanto, por disfrutar tanto esos coqueteos, todos esos toques y todos esos besos. Y ya no solo era el deseo sexual, ahora se llevaba bien con Ezra, hacia semanas que no peleaban en lo absoluto, ahora se bromeaban, se intercambiaban miradas cómplices, se conocían lo suficiente como para saber cómo molestar de forma bromista al otro y donde parar.
Y luego estaba Aster... a quien la única respuesta que le había brindado en estos días había sido exageradas o directamente falsas afirmaciones. Ya no podía decir que lo amaba, porque recordaba perfectamente cuando realmente lo hacía y sabía a la perfección que ya no era lo mismo. Pensar en él la lastimaba, pensar en él la envolvía en dolor, pensar en él solo hacía que renegara por su destino, no por no ser capaz de quedarse a su lado, sino porque todo hubiera extremadamente más sencillo si Ezra y ella se hubieran podido conocer desde pequeños, si hubiera podido tener la oportunidad de alejarlo por completo del papel de monstruo.
Pero no podía amarlo, no tal como y como era ahora, no teniendo en cuenta cómo es que se conocieron.
Por lo que tiene que asegurarse que Gobber llegue con lo que sea que traiga.
Se inclina levemente hacia él. –Tengo muchas ganas de conocerla –le dice con un tono meloso, no lo suficiente como para que parezca irónico o falso. Ezra frunce levemente el ceño por la confusión antes de mirarla fijamente–. Tengo también muchas ganas de pedirte otro favor.
–Siento que lo correcto sería responderte que no, pero, adelante, dime que quieres.
Hylla alza una ceja. –¿Por qué lo correcto sería decirme que no? ¡No sabemos lo que te voy a pedir!
–Existe una gran probabilidad de que sea algo peligroso y arriesgado, querida, pero, insisto, adelante, dime qué es lo que quieres.
Hylla mordisquea levemente su labio inferior, tomándose su tiempo para atreverse a pronunciar su petición. –Me gustaría que mi tutor de herrería y el resto de los jinetes asistieran al baile –suelta tan rápido como puede, haciendo todo lo posible para no trabarse y para mantener una imagen segura y firme.
El rey se recuesta sobre el respaldar de su asiento, ladeando la cabeza, perdiendo todas las ganas de seguir bromeando y jugueteando, permitiendo que ese muro de hielo se levantara entre ellos. Pero está bien, Hylla puede manejarlo, se ha aprovechado de las interacciones de Olaf y el rey para saber cómo actuar. Aquel dueño de las normas e instructor de las reglas del enorme salón de juegos no puede defenderse de alguien que conozca sus reglas porque jamás nadie se molestó en aprenderlas.
–¿Por qué? –pregunta, mirándola fijamente, apreciando, terriblemente confundido pero disimulándolo perfectamente, como su mujer avanzaba más cerca de él, como gateando levemente solo con las manos sobre la mesa–. ¿Por qué ellos deberían de estar en el baile, querida?
Hylla finge calma. –Te lo he comentado ya –le dice con cierta obviedad–, quiero mostrarles a las candidatas que tanta es la locura que pueden encontrar, quiero mostrarles como soy cuando tengo total confianza, quiero mostrarles que es lo que tienen que esperar de mí, ¿qué mejor forma que dejarles ver como soy con mis más cercanos amigos? –se corrige a sí misma a la perfección cuando casi dice íntimos amigos, sabe a la perfección que eso haría que de inmediato la idea de Aster le llegara a Ezra, eso era lo último que necesitaba.
No sirve de nada, porque Ezra hace una mueca y lo primero que contesta es lo siguiente. –A mí me parece una oportunidad para que ese idiota que tanto quieres venga a mi palacio, a pasar tiempo con mi esposa.
Hylla finge estar terriblemente indignada. –No soy lo suficientemente tonta como para hacer algo frente a tus narices, además ya lo hemos dejado en claro varias veces, ninguno de los dos tendrá amantes, ¿no es así?
No gana nada, Ezra sigue con aquella mueca.
La reina insiste. –Solo quiero pasar tiempo con mis amigos, con Gobber, traería incluso a mi madre si no estuviera tan ocupada haciéndose cargo de Berk.
Lo escucha chasqueando la lengua, lo ve desviando molesto la mirada. Maldita sea.
Realmente no quería llegar a ese punto, no quería tener que recurrir a ello, pero en cuanto Ezra suspiró pesadamente y se levantó de su silla para irse, Hylla supo perfectamente que no tenía ninguna otra alternativa.
Justo cuando pasa a su lado, toma su brazo y tira levemente hacia él, cuando su marido se detiene ella suelta su brazo para colocar sus manos sobre su torso, subiendo lentamente hacia su cuello para allí colgarse, todo mientras lo observa fijamente, mientras él mostraba una gran confusión pero se dejaba llevar por los toques de su esposa. Tira de su chaleco, haciendo que él encuentre el lugar perfecto entre sus piernas. Ezra parece querer evitar aquello, pero sus frías manos sujetan con fuerza los muslos de su esposa, acomodándose a un mejor.
–Querido –usa un todo dulzón y seductor–, te lo estoy pidiendo por favor.
Tiembla cuando una de las manos de Ezra se mete bajo sus faldas, acercándose a su intimidad.
–¿Quién ha sido lo suficiente descarado como para enseñarte a usar tus atributos, mi preciosa muñequita? –le pregunta, siguiéndole el juego, recostándola bruscamente sobre la mesa, colocando ambos brazos a cada lado de su rostro, restregando levemente el bulto que se formaba dentro de su ropa contra la intimidad de Hylla, logrando que soltara un par de suspiros y leves gemidos. Baja su cabeza para dejar un largo beso húmedo en su cuello, haciendo que Hylla se retorciera debajo de él.
Aprieta sus piernas alrededor de su cintura. –¿Eso que siento es un sí? –pregunta con la respiración entrecortada, con el corazón bombeando a mil por hora, con el cuerpo temblando por completo.
Ezra toma su rostro con cierta brusquedad. –Juegas muy sucio, muñequita, debería de enojarme contigo por ser tan descarada –le está sonriendo, es esa sonrisa que funciona tanto como droga que como veneno para ella–, pero, Dios, ¿cómo puedo negarme cuando me pides las cosas así, amor?
Es entonces que él se aparta un poco de ella, trae unas hojas hacia ellos y una pluma que gotea tinta en la mesa. La sujeta de la cintura para acomodarla, para que vea que está haciendo, para presionar más sus intimidades. Ante la vista de Hylla, Ezra apunta apresuradamente los nombres de su madre, de Gobber y de sus amigos a la lista de invitados.
–¿Contenta? –le susurra contra el oído.
Hylla traga saliva, sabiendo que se había entregado de buena manera a la boca del lobo. –Sí.
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Lo sé, lo sé, os he dejado con el dulce en la boca, ya me lo perdonaréis... o al menos eso espero.
El personaje que estamos presentando, Aldrin Nightdaylight, y todo lo que habéis leído de las Luces no es creación mía, además de que en un inicio no tenía planeado añadirlo, este personaje y todo lo que tiene de trasfondo son creaciones de LeticiaChucreLeite (la encontraréis en Wattpad) adoro a sus personajes y ella ha tenido la enorme amabilidad de dejarme usarlos para esta historia con un par de cambios de por medio, además de que ha sido la betaread para este capítulo. Es una creadora de contenido más que nada de JackUnzel, dadle una miradita a su cuenta de Wattpad y a su Instagram que seguro que os encantará.
